Clay ya estaba mentalizado de lo que iba a ocurrir. Era imposible que hubieran escapado de aquella trampa para ratones. No, sin ayuda externa, pero sus compañeros estaban lejos. Aquellos tipos les habían atrapado como quien atrapa una rata de Xyb. Ya había asumido su destino, pero le dolía por sus compañeros. Hammer y Clarissa se merecían algo mejor, y debía haber luchado más por darles una oportunidad de escapar... Por suerte quedó inconsciente antes de seguir dando vueltas a sus agonicos pensamientos.

El vibromachete cayó con un sonoro *clank* en el suelo del túnel. Con la mano temblando Hammer intentaba sacar del zurrón de herramientas el emplasto naranja que tantas veces había usado para sellar de todo: rajas en trajes, conductos oxidados, grietas en la nave...

Pero el gas hacía efecto más rápido y con más contundencia que la cabezonería del minero, que cayó igualmente al suelo con un sonoro *clonk*.

La oscuridad envolvía a Clarissa, densa, sofocante. No podía moverse.

Sentía los hilos tensarse contra su piel, la áspera presión de la aguja perforando sus labios una y otra vez. Un pinchazo, luego otro. El hilo pasaba, tiraba, cerraba. Cada nueva puntada sellaba su boca con cruel precisión.

Intentó gritar, pero algo se atascaba en su garganta. Algo grueso, áspero, imposible de tragar. Jadeó, desesperada, pero el aire no llegaba. Se ahogaba en su propio silencio.

El dolor era un castigo meticuloso, una sentencia tejida con hilo y aguja. No había manos visibles, solo la certeza de que alguien, algo, estaba allí, cosiéndola en un mutismo eterno.

Y lo peor de todo…

Sentía que se lo merecía.
___

Clay consiguió enderezarse y salir hacia delante, echando a correr.

El pasillo se extendía interminable frente a él, iluminado por una luz fría y mortecina que no proyectaba sombras. El aire olía a humedad, a algo rancio y estancado.

A ambos lados, puertas idénticas, cada una con el mismo letrero: SALIDA.

Agarró un picaporte con manos temblorosas y lo giró con urgencia. La puerta se abrió con un crujido que resonó en el vacío, y al atravesarla, se encontró en el mismo pasillo. Mismas luces. Mismas puertas. Mismo aire opresivo.

No. No. No.

Corrió hasta la siguiente, empujándola con fuerza. De nuevo, el mismo pasillo.

Volvió a intentarlo. Otra vez. Otra.

El sudor resbalaba por su frente mientras su respiración se volvía errática. Su corazón latía con furia en su pecho, y la desesperación trepaba por su columna como dedos helados.

Había estado aquí antes.

Nunca había salido.

___

El dolor era insoportable.

Hammer apretó los dientes, pero la presión en su cráneo no cedió. Era como si algo dentro de su cabeza intentara partirla en dos, una fuerza invisible golpeando su interior con la insistencia de un martillo neumático. Su visión parpadeaba entre destellos blancos y sombras borrosas.

Entonces, lo vio.

Un perro corría hacia él, su cuerpo vibrando de emoción, sus patas golpeando el suelo con la urgencia de un reencuentro esperado demasiado tiempo. Sus ojos, brillantes y llenos de devoción, lo miraban como si él fuera lo único que importaba en el universo.

Hammer sintió un nudo en la garganta. Se inclinó un poco, extendiendo las manos, preparado para recibirlo.

El sonido llegó antes que la sangre.

Un estallido sordo, un eco hueco en su cabeza ya torturada por el dolor. Y luego, una niebla roja.

El cuerpo del perro cayó inerte a sus pies, sin cabeza, sin vida. Sus manos estaban cubiertas de algo cálido y espeso, un rojo vibrante que se adhería a su piel como una acusación, como un grito sin palabras.

El dolor en su cráneo se intensificó. Algo dentro de él se rompió.

FIN DE LA ESCENA