La oscuridad no se disipó de inmediato.
Clarissa emergió de su pesadilla sintiendo aún el tirón de una aguja invisible cerrando sus labios, el eco de un dolor fantasma en su garganta. Su respiración se aceleró en cuanto abrió los ojos, su cuerpo reaccionando al instinto de supervivencia antes de que su mente pudiera procesar el entorno.
Un techo gris y agrietado. Un parpadeo intermitente de luces parcas en los bordes de la estancia. Olor a metal viejo, humedad rancia y desinfectante barato. Intentó moverse, pero sus extremidades todavía no habían salido por completo del sueño, quedando sedente sobre su cama, dura y estrecha, similar a las de los hopsitales de baja estofa, en los que te dejaban morir en el pasillo antes de repasar si tenías algún órgano de interés a recolectar, no de esos en los que te curaban. Eso era para los ricos con seguros privados corporativos.
No estaba sola.
A través de la penumbra, distinguió otras dos camillas a cada lado. Clay y Hammer estaban allí, todavía inconscientes, sus respiraciones pesadas y erráticas. Ambos tenían el mismo aspecto maltrecho, trajes dañados y piel manchada con rastros de lo que podría haber sido sangre seca o suciedad. Todos tenían, comoe lla misma pudo comprobar, varios puntos redondos cubiertos con pasta blanca, en los puntos donde las agujas se les habían clavado. Al menos aquello parecía mitigar el posible escozor.
Un movimiento en su visión periférica la obligó a girar la cabeza.
Una figura alta y esbelta se deslizaba hacia la salida. Sus movimientos eran mecánicos, precisos. El brillo azulado de una óptica artificial titiló por un instante antes de que el androide saliera de la habitación sin pronunciar palabra. La puerta se cerró con un ruido metálico y rotundo.
Clarissa tragó saliva, su mente aún nublada. No sabía dónde estaban, ni cuánto tiempo había pasado. Lo único seguro era que estaban atrapados. Y lo peor de todo… alguien los quería vivos.
Paulatinamente, Clay y Hammer también volvieron al mundo consciente, tan confusos y asustados por aquello que habían soñado como por la incertidumbre de aquel nuevo despertar.
Bienvenidos a una nueva pesadilla... Os dejo un turno por si queréis reaccionar al despertar, peor imagino que en breve vendrá alguien a daros los buenos días...
Clay se incorporó aturdido y se miró los brazos y las piernas con alivio. Luego observó a sus compañeros, levantandose y agachandose junto a Clarissa.
-¿Estás bien? ¿Te han hecho algo?-dijo con preocupación. No sabía donde estaba, pero podía imaginarse por que alguien querría mantenerles vivos y no le gustaba. Pero antes de buscar como salir de allí tenía que asegurarse de que sus compañeros estaban bien. De momento estaban enteros, que ya era mas de lo que podía haber esperado cuando cayó inconsciente-. ¿Llevas mucho despierta? Has visto algo?
- Scratch... Scratch...
El murmullo de Hammer era continuo y, aunque su voz parecía calmada, la expresión del rostro denotaba que estaba de todo menos tranquilo: mueca de labios, ceño fruncido, aleteo nasal, movimiento ocular rápido bajo los párpados.
Empezó a girar la cabeza de manera rítmica con las palabras.
- Scratch... Scratch... Scr---los ojos se abrieron de golpe y las pupilas titilaron ante la luz que le daba de lleno.
Asustado y enfadado a partes iguales, necesitó unos segundos para ubicarse. El rictus de terror se calmó un poco al comprobar que no estaba solo y que tanto Clay como Clarissa parecían estar de una pieza; todos parecían estarlo. Jodidos, sí, pero vivos.
- Dónde... Quién... Qué demonios... -le costaba articular palabra con la boca seca y el dolor a ambos lados de la mandíbula, indicativo de que había estado tiempo apretando los dientes con fuerza.
El primer gesto inconsciente fue llevar la mano al bolsillo. No estaba el Walkman. Se le estaban sumando la pesadilla ilusoria del perro y la pesadilla real de que algún desgraciado le hubiese robado su más preciada posesión (incluso más que su palanca DIPLOMACIA).
- ¡DADME UN ARMA! ¡LOS VOY A MATAR A TODOS!
Quiénes eran ''todos'' y de dónde narices podía sacar un arma, eran 2 cuestiones que el minero ni las había razonado ni asimilado, pues a diferencia del experimentado Pretmer la rabia y el descontrol se estaban apoderando de Hammer.
- Sí... Bueno... en realidad creo que fue ¿una pesadilla? - dijo mientras se palpaba los labios con dedos temblorosos para comprobar que todo estaba en su sitio y sin perforaciones.
- He recuperado la consciencia hace poco, pero estoy segura de que había alguien más en la sala.. una especie de androide, tengamos cuidado puede que vuelva y aún no sabemos qué está pasando.
Clarissa primero dio un rápido vistazo a la habitación con la cabeza, en busca de salidas y objetos como armas, medicinas o herramientas.
Después revisó el estado físico de sus compañeros y de sí misma utilizando sus conocimientos médicos.
Motivo: Patología
Tirada: 1d100
Dificultad: 64-
Resultado: 6 (Exito) [6]
¿Víctor está también?
Utilizo Patología para chequear nuestro estado y ayudar a recuperarnos
Clarissa fue la primera en incorporarse por completo, sus movimientos aún torpes, pero lo suficientemente estables como para sostenerse en pie. A su alrededor, el aire era denso y frío, saturado por el hedor metálico que impregnaba cada rincón de la estancia. Las luces parpadeantes del techo arrojaban una claridad insuficiente, lo justo para revelar el aspecto sombrío de las paredes y la suciedad acumulada en los bordes del suelo.
A medida que Clarissa se recuperaba, los otros dos ocupantes de la habitación comenzaron a moverse. Clay y Hammer despertaban con lentitud, mostrando señales de incomodidad física, mientras se liberaban de la somnolencia que los mantenía atrapados. La rigidez de sus cuerpos y los gestos entrecortados del despertar daban testimonio del letargo forzado al que habían sido sometidos.
Todos presentaban los mismos signos: decenas de pequeñas hinchazones en brazos, cuello y torso, cubiertas con una pasta densa de aspecto antiséptico. La masilla, aunque aplicada de forma tosca, parecía haber evitado infecciones inmediatas o dolor agudo.
Las camas en las que habían estado atados se revelaban ahora como camillas rudimentarias, con correas sueltas colgando a los lados. El entorno era una sala de retención: paredes desnudas, una única puerta de acero cerrada herméticamente, con una ranura horizontal pensada para pasar bandejas o facilitar breves intercambios.
Los pasos de Clarissa al recorrer el lugar resonaban levemente sobre el suelo metálico. No había más mobiliario, ni rastro del androide que ella alcanzó a ver antes de que saliera. Tampoco se oían voces ni actividad tras la puerta. Solo el zumbido distante de algún generador o maquinaria industrial.
Durante los siguientes minutos, los tres ocupantes de la sala recuperaron la verticalidad, tanteando sus cuerpos y mirándose entre sí con gestos cargados de incertidumbre. No sabían dónde estaban, ni por qué habían sido traídos allí. Pero una cosa estaba clara: alguien había decidido mantenerlos con vida. Aunque no sabían por cuánto tiempo ni con qué propósito.
1/2
El sonido llegó primero como un murmullo grave, lejano, como el chirrido ocasional de una polea oxidada girando lentamente. Pero en apenas unos segundos, se volvió más agudo. El quejido metálico de ruedas o ejes mal engrasados aumentó de volumen con rapidez, haciendo vibrar sutilmente el suelo bajo los pies de los recién despertados. El silencio anterior se quebró como una cáscara, y con él, la ilusión de calma.
No había a dónde huir.
Las paredes, desnudas y firmes, no prometían consuelo. Las camillas, aunque sólidas, carecían de ruedas, patas móviles o piezas útiles como para improvisar armas convincentes. Solo estructuras metálicas clavadas al suelo.
Y entonces la vieron.
En la penumbra del pasillo exterior, una figura apareció al girar la esquina. Primero fueron las ruedas, luego el respaldo de la silla, y por fin, su ocupante: una mujer menuda, con el pelo blanco recogido en un moño apretado y el rostro salpicado de arrugas profundas que no ocultaban una mirada penetrante. Iba vestida con un suéter de lana apretado y una falda gruesa que caía sobre el vacío que sus piernas ya no ocupaban. Las amputaciones, por encima de las rodillas, estaban cubiertas por una manta raída, cuidadosamente doblada sobre su regazo. En uno de los reposa brazos de la silla habñian acoplado un cuenco con caramelos enormes, a los que llamaban Rompe Mandíbulastm en la antigua tierra.
Su expresión era contradictoria: una sonrisa matronal se dibujaba en sus labios, pero sus ojos, oscuros y duros como pernos de acero, evaluaban todo con la precisión de un cirujano.
- Malta.- anunció simplemente, con una voz clara que reverberó por el pasillo. Su silla de ruedas se detuvo justo delante de los personajes.
Empujaba la silla un hombre mayor, de complexión frágil, con rostro alargado y expresión enfermiza. Su cuerpo parecía esculpido por años de sufrimiento físico: cortes viejos, extremidades parcialmente amputadas, piel traslúcida como papel de fumar. Tenía un aire inquietante, como si el tiempo, el trauma y la obsesión hubieran reconstruido su cuerpo en algo más conceptual que humano.
Detrás de ambos, avanzaba con paso lento el mismo androide que Clarissa había visto antes. Su diseño era robusto, sin adornos, cubierto de placas metálicas maltrechas y con un ojo luminoso centelleando de manera irregular. A cuestas, cargaba otro androide parcialmente destruido: apenas el torso superior y una cabeza colgante, cuyos ojos muertos seguían moviéndose al azar, emitiendo chirridos binarios.
Malta los observó un instante y, con tono amable pero firme, preguntó:
- ¿Hablan inglés?
Su sonrisa no se movió un ápice. Pero no parecía haber opción de no responder. Su mano tomó un puñado de caramelos, y los ofreció a los recién llegados.
¿Qué hacéis?
Caníbales. Clay apretó los dientes intentando no mostrar emociones. No era nuevo en el espacio, una vez con su regimiento se topó con una aldea de caníbales en una luna helada. Los prisioneros, el "ganado", era conservado así, vivo, para que la carne durase más tiempo.
- Clay-respondió-. ¿Dónde estamos?-le preguntó sin dar mucha más explicación a la mujer ni moverse de donde estaba. Sus ojos no miraban ya a la mujer si no en dirección a la puerta y a los rincones de aquel lugar para encontrar cualquier punto debil, cualquier cosa que pudiera usar como arma.
- ¿Vosotros nos habéis provocado esas pesadillas? -dijo con un perfecto inglés marcando con fuerza las palabras- ¿Dónde está mi Walkman?
Hammer había observado con expectación y rabia la llegada por el pasillo de la comitiva liderada por Malta. Una vieja inválida y un viejo cuerpo-escombro no serían un problema, y estaba seguro que al androide podría tumbarlo y ganar tiempo pues tenía sobre sus brazos otro droide.
Pero no era momento de dejarse llevar, no había nada en aquella sala que pudiera serle de utilidad. Sumado además el cansancio, el dolor de cabeza, el aletargamiento... No, debía ganar tiempo, armar un plan.
Cogió aire profundamente y añadió a desgana:
- Hammer -con el pulgar se dio un golpecito en el pecho.
- Sí, lo hablamos - dijo Clarissa en el tono de voz más neutro que pudo. Alargó su fina mano y tomó con delicadeza uno de los caramelos que le ofrecía Malta, sin dejar de observar a sus captores.
Hizo un leve gesto de cortesía y se guardó el Jawbreaker en un bolsillo.
- Gracias por atender nuestras heridas Malta. Soy la Doctora Clarissa Bowens - sus ojos les escrutaban analizando si tienen algún arma a la vista o el nivel de posible amenaza de la mujer inválida y sus acompañantes.
- ¿Quiénes sois? ¿Por qué nos atacastéis y ahora curáis?
Entiendo que han entrado por la puerta metálica ¿o hay otra salida de la habitación?
¿qué equipo tenemos con nosotros? ¿sigo llevando el traje Hazmat?
Disculpad el retraso en contestar, sigo con poco tiempo libre para mis cosas.