Partida Rol por web

—Te sorprenderías. 

Arrojó el cigarrillo al Mississippi, aferrándose ahora con ambas manos a la barandilla, la mirada perdida en las luces de carretera que corrían en paralelo al río. 

—Aun así, haré que te sea más fácil. Juguemos a un juego —giró la cabeza hacia ella—. Si contestas con sinceridad, yo haré lo mismo a una pregunta tuya. Y créeme, hay gente en este barco que mataría por un trato así. 

Se giró, apoyándose de lado, para poder encararla, estudiar su reacción. 

—¿Qué me dices? 

Lavonne se rió descubriendo los dientes con gracia, echando ligeramente la cabeza hacia atrás. En un instante recuperó cierto brillo en el ánimo, divertida ante la perspectiva de aquel juego que, sin duda, podía resultar tan entretenido como tentador. Lamentablemente para él, Lavonne tenía la opinión de que su vida era francamente aburrida y carente de chispa como para resultar tan interesante. Pero para eso estaba la fachada, para crear falsas impresiones.

-Que privilegio. -Se giró adoptando su misma postura a la inversa, pasándose el cigarro de mano para peinarse los rizos rubios hacia un lado. Le miró con fijeza, encarándole también. -Está bien. Usted primero.

Negó con el dedo. 

—¿Usted? Por favor. Puedes llamarme Gus —dijo, mientras le robaba el cigarrillo—. Muy bien. Allá va. 

Le dio una calada, y después lo arrojó lejos, en dirección a las zodiacs. Mantuvo el gesto una vez la colilla echó el vuelo, señalandolas. 

—¿Qué te impide montarte en una de esas lanchas e irte de aquí, Lavonne? Aparte del vínculo, claro está. 

Hablaba con una franqueza inusual, impropia de un Elíseo, una honestidad a la que muchos de los allí presentes con toda seguridad no estaría acostumbrado. 

—Sabré si me mientes —advirtió. 

Le miró fijamente sin inmutarse, y después sus ojos siguieron la trayectoria del cigarrillo como si una esperanza se perdiese en la oscuridad.

-Jeremiah jamás lo consentiría -contestó con simpleza antes de devolverle su atención, encogiéndose de hombros ligeramente. No sonó con resentimiento o amargura, sino como si constatase un hecho evidente, como que era de noche o estaban en un barco-. Pero tampoco ardo en deseos de darme a la fuga. Tengo una vida cómoda y sin complicaciones.

Sujetó la copa por el tallo, haciéndola girar levemente entre las palmas. Después se quedó mirando el interior, pensativa.

-¿Cuál es el nombre de la persona por la que ahora mismo estarías dispuesto a hacer algo bueno sin pedir nada a cambio?

Fowler soltó una carcajada que se extendió durante lo que pareció una eternidad.   

—Joder, Lavonne. No sé qué es más deprimente: si tu pregunta o tu respuesta —soltó otra pequeña risotada, no tan larga como la anterior—. Define bueno. 

Lavonne frunció los labios en algún punto entre ofendida y herida por aquella risa, y su mirada, tan azul y etérea hasta entonces, se endureció volviéndose fría como el hielo sin ningún atisbo de gracia. Deprimente. La palabra le dolió de verdad como si hubiese sido algo personal, una puñalada por la espalda, un puñetazo en el estómago. Y algo más profundo también; una llamada de alerta a su propia conciencia y ser. Aquel tipo no era nadie, ni siquiera tendría por qué darle explicaciones. Podía correr un tupido velo sobre el asunto e ignorarlo y seguir con aquel ridículo juego de preguntas. Y le habría gustado más que nada en el mundo poder hacerlo, pero quizás porque la palabra en sí misma reflejó todo lo que no era, o sí, no pudo dejarlo pasar.

-Él me... -quiso arrancar, cerrando los labios con fuerza casi al instante como si hubiese dicho una palabra indebida. Se contuvo sin siquiera respirar y tuvo que hacer acopio de su entereza, irguiéndose en el sitio antes de poder volver a hablar, esta vez arrastrando una oleada grave en su voz-. Mataría a todo el que se pusiera delante. Ya lo ha hecho. Seguramente más veces de las que conozco. No a la fuerza, no... Te podrá parecer impetuoso y ridículo porque estoy yo delante y pierde la paciencia, pero cuando no estoy, es un Vástago de los que no querrías como tu enemigo ni en sueños.

Se acercó a él quedando muy cerca, hablando en un susurro quedo cargado de una rabia inusitada. La tensión en su cuerpo era más que evidente, igual que la forma rígida en la que controlaba su respiración. *De alguna forma, la Vástago parecía haber crecido en tamaño con sus palabras aun sin haber alzado el tono, movida por un sentimiento contenido, demostrando que hasta el más inofensivo de los Vástagos albergaba algo terrible en su interior.

-Es… una amenaza constante velada en un susurro apenas audible, y no por nada es un miembro de la Primogenitura de Londres. Y quizá desde fuera todo esto parezca algo estúpido y, sí, deprimente. Ni siquiera roza lo que es en realidad. Ustedes lo único que ven es una muñeca bonita y un Sire caprichoso. No tiene ni idea de lo que ocurre de puertas para adentro. Y uno pensaría que la paciencia tiene un límite antes de cometer una locura, señor Fowler, pero después de cien años estoy demasiado cansada de ver a gente que se acerca a mí sencillamente desaparecer como si nunca hubiesen existido. O yo misma, perdiendo la cabeza hasta el punto en que dejo de ser yo. ¿Qué quiere que le diga? ¿Pobrecita de mí, ayúdeme? ¿Para qué? Lo que hay ahí fuera -señaló donde se encontraba la sala de baile, donde todos los Vástagos celebraban y bailaban como ella misma había hecho-, no es algo precisamente esperanzador. Son más voluntades sedientas de poder y ambición que no durarían en usar a quien haga falta para cumplir sus deseos y caprichos a cualquier coste. Y los que no lo son, no se merecen ese destino. Por eso, señor Fowler, ni siquiera pienso en montarme en la lancha.

Para cuando se calló, estaba a dos palmos de distancia, con las mejillas encendidas y mirándole como si estuviese a punto de atravesar a alguien con un puñal. E incluso entonces habría sido válido decir que hasta enfadada estaba arrebatadoramente hermosa.

Puedo sentir cómo mis ojos se iluminan tornándose más oscuros, si cabe la paradoja; a fin de cuentas no hay luz más brillante que la que atraviesa las tinieblas. -Si ya la ha probado no sería cosa que me extrañaría en lo más mínimo -alego satisfecha con nuestra charla y este ir y venir tan delicioso, -Todos la hemos probado, no sería nada que no se pueda conseguir con dinero -deslizo mi mentira con cierto desdén y con algo de veneno, no puedo intuir bien por qué esas palabras han salido de mis labios pero ahora ya estaba hecho.

Mis ojos se desvían a su mano, a sus dedos que se entrelaza con los míos. Siento vértigo. Un vértigo que nada tiene que ver con el que me pudiera provocar cualquier mortal, disfruto mi vulnerabilidad saboreando cada dolorosa punzada en mi espíritu, sin apartar mis ojos de nuestros dedos -Todos los juegos tienen algo de verdad -concedo con una sonrisa algo fría, porque hay que demostrar exactamente lo contrario a lo que siento en una situación como esta.

Y de pronto la escena con los recién arribados no hace si no tornarse más y más desagradable, al punto de que cuando el niñato rubio se entromete con la mimada del Príncipe me pregunto si realmente se cree mucho o es simplemente idiota, hasta a mí me dan ganas de ir a ponerlo en su lugar. Sin embargo, Marcel hace gala de una elegancia y un poder que me dejan anonadada, mis dedos aprietan la mano de Sebastian en un acto reflejo, pues siento que la onda de choque del poder de nuestro príncipe bien podría llevarme por delante, y luego lo suelto inmediatamente, consciente de que he demostrado un punto de debilidad.

Me arreglo el vestido, que está perfecto porque es de cuero, y corriendo un mechón de mi cabello hacia detrás de una de mis orejas lo miro de costad. Decir que no quiero verlo sería una debilidad imperdonable, sé lo que ocurrirá... Demasiado bien. Me inclino hacia mi acompañante para susurrarle en el oído -No creo que Marcel nos deje ir en este momento... ¿sugiere que nos vayamos? Lo tomará como una ofensa, creo que lamentablemente no tendremos más opción que presenciar el ajusticiamiento, aunque sea una pérdida de tiempo en una lacra como este sujeto.

Vaya con la mosquita muerta, pensó. Parece que has tocado fibra, Fowl.

—Ahórratelo, por favor. Miéntete a ti misma todo lo que quieras, pero no intentes engañarme a mí. Apuesto a que esta es la primera vez que dices esto en voz alta, si no la primera. Y apuesto a que la idea del viaje ha sido tuya. ¿Me equivoco? —no le dio margen para responder, convencido de la que iba a ser su contestación— ¿Cómo te crees que terminamos todos con nuestros sires, Lavonne? No están aquí para ayudarte. Están aquí para chuparte la sangre. Eres el capricho de un parásito. Joder, pero si ya te ha matado una vez. Témele a él todo lo que quieras, pero no temas al cambio. Es inevitable.  

Tan rápido como ella había corrido a esconderse tras sus buenos modales, el caballero se había deshecho de su sonrisa, como si de repente aquello ya no fuera un juego. Ahora que se mostraba tal y como era, pudo ver que era todo lo que ella no. Oscuro, amenazante, marchito. Respondía a su inocencia con una maldad burlona, provocadora y terriblemente honesta.

—¿Sabes que es lo que creo, Lavonne? Creo que te mientes a ti misma y que por eso me has mentido a mí, tanto como creo que montarte en esa lancha es lo que más deseas del mundo. Llevas toda tu no-vida viviendo al calor y la sombra de tu sire y por eso no concibes otra cosa, pero las hay. La solución la tienes delante —alzó las cejas, mirando de nuevo al interior—. Todos allí dentro se merecen ese destino porque todos participan del juego. Incluso tú. Pero todavía no te has dado cuenta.  

Entonces se fijó en Jeremiah en el interior, en silencio, dando algo de tiempo a Lavonne para digerir cuanto le había dicho. Luchó por esconder una mueca de asco. Por Set, míralo... Tiene un palo tan metido por el culo que cada vez que se sienta corre el riesgo de estacarse el corazón. Después volvió a mirarla a ella, sonriente. 

Conforme las palabras se fueron sucediendo, Lavonne se apartó regresando a lo que en su mente se definía como una distancia prudencial, apagándose progresivamente hasta no quedar apenas rastro excepto en el recuerdo. Y, sí, despegó los labios para contestar en más de una ocasión, quemada por cosas que, sencillamente, no eran ciertas. Pero se vio arrollada por su discurso y su presencia, por esa amenaza predatoria que yacía bajo su piel tostada, quedando con los pensamientos trabados en la garganta. Antes de que llegase a terminar ya había dejado de mirarle y encararle, vuelta hacia el agua del río con los brazos sobre la baranda; sus ojos perdidos en el interior de la copa de la que él había bebido, mezclándose con las cenizas que había vertido. Sangre y cenizas, todo lo que eran y algún día llegarían a ser.

Claro que no lo entendía. ¿Cómo podía? Nadie le había abierto las puertas al delirio y de verdad esperaba que no tuviese que verlas nunca. A pesar de todo lo que había dicho, rezó en silencio por que Jeremiah no la tomase con él. Nadie se merecía eso, no importaba quién. Sin embargo, algo de lo que había dicho quedó grabado en su memoria: pero si ya te ha matado una vez. Y ni siquiera lo recordaba. Casi hubiese podido decir que jamás había pasado, excepto, claro, por las heridas con las que se despertaba todas las noches. Absolutamente todas las noches. De alguna manera le pareció que, de forma muy lejana, una pieza que había estado perdida demasiado tiempo empezaba a cobrar sentido muy despacio. Su mano se fue instintivamente hacia su hombro izquierdo en un gesto que cualquiera habría dicho que era un intento de protegerse, apoyando la barbilla sobre este sin perder de vista la negrura de las aguas. Tan sólo era la pesadilla.

Repasó el borde de la copa con el anular, todavía mirando el interior como si no hubiese nada más allá. Después, sin previo aviso, la soltó dejando que cayese al agua y se perdiese en la oscuridad cenagosa del río, llevándose todos sus secretos consigo. Secretos que ella ya había visto.

-Si usted lo dice -dijo finalmente, y cuando le miró lo único que pudo encontrar además de toda la perturbación, fue compasión. Por mucho que dijera, todos tenían el poder de decidir, de ser parte o de no serlo, y ella sabía que no lo era. Podía no estar segura de muchas cosas salvo de esa-. Y si ese es el caso... como ya le he dicho, prefiero padecerlo yo antes que arrastrar a otros en el camino.

Se recogió el pelo tras las orejas en un gesto comedido, y eso fue todo. Le miró brevemente, pero no sonrió ni añadió nada más aunque en su mente, claramente, acababa de ocurrir un huracán. De verdad era tan buena, o tan tonta, o ambas a la vez.

Por su parte, él no había dejado de mirarla desde su arrebato. Era uno con la oscuridad que les rodeaba, tanto que había momentos en los que parecía que emanaba de él. Cuando agachaba la cabeza y ocultaba la mirada sus ojos aparecían completamente negros, vacíos. Ahora parecía satisfecho consigo mismo, como si la negativa de Lavonne, pese a lo que le había costado arrancársela, le hubiera pasado de largo. De hecho, una sonrisa plácida le recorría la mitad del rostro. No, no le habría gustado ser ella en esos momentos, pero tampoco le daba ninguna pena. Toda guerra empezaba con uno mismo y esta no había hecho más que comenzar.

—Ten… por si cambias de idea.

La tarjeta era negra, con los dígitos de un número de teléfono en gris recorriendo su superficie. ¿Cambiar de idea? ¿Qué era lo que ofrecía, exactamente? Él no añadió más, pero parecía dispuesto a todo.

Se reclinó sobre la barrera, de espaldas a las aguas, con los ojos volcados en el interior, persiguiendo a algo o a alguien.

—He olvidado cuál era tu pregunta —mintió. 

Te quedas paralizada por los hipnóticos movimientos de la ceniza sobre la densa sangre. Levantas la mirada para volver a mirar el interior de la sala pero todo ha cambiado. 

Ves una escena grotesca, sangre en las paredes. Ves a tus compañeros en su estado natural, en los monstruos que realmente son, muchos ha caído asesinados, otros intentan huir de un destino fatal. Tu compañero de baile yace inerte, aún es demasiado  joven para que su cuerpo se haya convertido en cenizas. 

Jeremiah te sonríe desde su asiento y levanta su copa para brindar contigo. 

Cuando te giras para pedir auxilio a tu interlocutor, observas que todo atisbo de amabilidad ha desaparecido, sus ojos inyectados en sangre están fijados en los tuyos, sus colmillos son perfectamente visibles y extiende sus manos para rodearte el cuello. 

Empiezas a notar la presión en tu garganta cuando de repente parpadeas y todo vuelve a estar como estaba. La música suena en la sala, los invitados están conversando, nada ha cambiado. 

Después me acerco a Rosalie y dudo un momento y la tranquilizó tratando de protegerla la cojo del brazo para apartar la del malvado Pete al que miro con arrogancia - como se atreve a molestar a Su Majestad y a la princesa...

El aura de Marcel hace que todo mi jodido cuerpo se paralice, maldito Pete. Veo el terror en los ojos de Nadia, pero ni siquiera Marcel es capaz de romper el pacto de no agresión del Elíseo. Aunque luego me encargaré del imbécil de Pete, aquí estamos a salvo. Aún no entiendo porque quería que viniéramos. 

- Vamos Marcel, es carnaval, ¿acaso no se ha jactado Nueva Orleans de ser algo laxa con las normas de la camarilla?

Angélica me advierte de que abandonar el salón de la celebración en este momento equivaldría a ofender al Príncipe. Hay algunas cosas de mi nueva sociedad que todavía no comprendo. Entiendo que, si la tal Nadia ha incumplido alguna de nuestras leyes, debería recibir un castigo, pero, ¿la ejecución? ¿Y su Chiquillo? Es cierto, se ha comportado como un auténtico idiota, pero nadie debería perder la cabeza por ello. Es simplemente una salvajada. Cosas como esta me hacen recordar dolorosamente la clase de monstruos que somos, y no hay ninguna fiesta de gala que pueda hacerme ignorar esa realidad.

—Por supuesto. Era una manera de hablar. —Mi voz suena hueca y queda, extrañamente relajada, como si estuviese muy lejos, en algún lugar que solo existiese para mí, mientras mis ojos contemplan inexpresivos la escena. Una parte de mí desea que todo termine con unos azotitos públicos y una amonestación, pero sé que no va a ser así—. Es solo que… ¿Por qué hemos de ser tan incivilizados, Angélica? No consigo explicármelo. Sé que las Tradiciones existen por un motivo —«Oh, ¿de verdad lo sabes, Sebastian?»—, pero no acabo de ver por qué estas personas tienen que morir. Me parece una locura. —De alguna manera me las arreglo para reírme, quitándole peso a mi protesta, pero la situación está muy lejos de hacerme la más mínima gracia. Miro entonces a mi acompañante, y pregunto de la manera más casual de la que soy capaz—: ¿Usted está de acuerdo con esto, Angélica?

Lavonne observó su mano y tras un leve titubeo cogió la tarjeta, dejando que sus ojos recorriesen la superficie mate y oscura donde los números resaltaban como enigmas. Pero él ya no la estaba mirando, no cuando su mente pasó de la tarjeta a las profundidades del río, donde habían ido a parar las cenizas y después la copa de cristal. Despegó los labios para responder, y lo que quiera que fue a decir se disolvió como el humo convirtiéndose en nada. El silencio se extendió como una niebla espesa, sinuoso en su virtud, arrastrándola con la potencia de quien mira el vacío demasiado tiempo.

Entonces se dio la vuelta despacio, en uno único movimiento, hacia el baile donde todos los demás permanecían atrapados en aquella red de arañas y secretos tan delicadamente construida. Escudriñó su interior, atraída por algo que cautivaba poderosamente su atención, algo que hizo que sus ojos glaucos se abriesen ante una luz inmensa con sorpresa, robándole en ese mismo instante el escaso color de su marmórea piel. Y Fowler no supo el qué ni habría podido atinar a decir, pero algo de todo aquello y que evidentemente escapaba a su retina, retorció el rostro de la muchacha en una expresión de absoluta confusión. Se volvió hacia él con urgencia y la boca abierta a punto de decir algo, agarrada con una mano a la pasarela como si temiese ir a caerse hacia Dios sabe dónde. Pero cuando sus ojos se encontraron, en una fracción de sengundo, una expresión que seguramente le era muy familiar centelló con el brillo de cien soles en sus pupilas: miedo. Un miedo primigenio y visceral que había nacido de la nada y que la hizo retroceder llevándose una mano sobre su cuello de cisne.

Como había venido, se fue.

Al instante siguiente Lavonne pestañeó, sacudió la cabeza, aturdida, como queriendo deshacerse de un pensamiento perturbador, todavía asida a la barandilla. Sus ojos saltaron sucesivamente de él hacia la sala, y después de nuevo a su rostro encontrando otra vez aquella amenaza furtiva. Algo se le escapaba. La vida, quizás. La cordura. Un deseo o un temor demasiado escondido y que ni siquiera ella misma parecía comprender en absoluto. Tan sólo le quedó aquella urgencia que le había acelerado la respiración como si el aire le fuese realmente necesario para vivir.

-Me… Tengo que… ir -acertó a decir, retrocediendo.

Suspiro más tranquila al notar la oleada de poder de mi príncipe, después de todo sabía que él no iba a dejar que me tratasen así. Asi que me zafo del asqueroso abrazo del neonato y retrocedo para encontrarme con la mirada de quien parece ser un vampiro preocupado, ya antes me había fijado en él, parecía un tipo interesante y además se había preocupado por mí, le hablaría bien de él a Marcel, pues me parecía que era nuevo en la ciudad.

- Gracias... ¿tu nombre era?, estoy bien sí, solo quería poner a ese tipo en su lugar - digo mirándole con odio, entonces una joven de rasgos nórdicos me aparta suavemente como si quisiese protegerme, tantas atenciones iban a subirme el ego, sonrío - tranquila, creo, que ya está todo arreglado, ¿verdad? - digo mirando al vampiro que solo hacía unos minutos me había agarrado.

- Muy bien, me alegro - le digo a la dama de rojo, me alejo un poco y me mantengo al margen al ver que quizás a ella le agobie tanta gente. Así que, con cierta frialdad propia de mi estirpe y clan, me vuelvo retrocediendo y alejándome unos pasos mas o menos donde esta la pista de baile. Permanezco un instante de pie impertérrita y friamente observo a Pete. Me fijo en Shane que parece atraido por la dama y en ella que muestra interes por él.

Acto seguido me vuelvo poco a poco a mi mesa al ver que esta todo controlado cabizbaja.

Camino a mi mesa cabizbaja, al sentirme sola aunque este rodeada de tantos vampiros, por mi mente vuelve la imagen de mi sire... al que tanto ansío volver a ver, Helmut.