3 Septiembre, por la noche. Auditorio de Ballet
Nunca me habían puesto nervioso los teatros. Había cubierto decenas de actuaciones, inauguraciones, incluso una exposición de danza contemporánea que duró cinco horas y terminó conmigo durmiendo entre el público. Pero aquella noche era distinta.
No venía a trabajar. Venía por ella.
El eco de mis pasos en el pasillo del auditorio me sonaba más alto de lo habitual. Las luces tenues, las paredes tapizadas de rojo y ese olor a madera y perfume caro me hicieron sentir fuera de lugar, con la cámara colgando del cuello más como un amuleto que como una herramienta. Había decidido traerla “por si acaso”, aunque sabía que, en realidad, solo era una excusa para tener algo entre las manos, algo que me mantuviera cuerdo.
El público comenzaba a llenar la sala con murmullos, programas doblados y risas contenidas. Me moví hacia mi asiento, fila seis, justo en el centro. Desde allí podría verla bien.
Olivia.
El simple pensamiento de su nombre me revolvió el estómago. Recordaba sus gestos torpes, la forma en que se disculpaba por cada palabra, la timidez con la que se escondía detrás de su propio pelo cuando reía. Y ahora, de repente, iba a verla transformarse en otra cosa. En alguien más. En esa figura elegante y etérea que solo había imaginado cuando hablaba de su baile.
Apreté las manos sobre mis rodillas, intentando calmar ese temblor idiota. No entendía por qué me importaba tanto. Solo iba a verla bailar, eso era todo. Pero había algo en la idea de que, por una noche, Olivia no me miraría, no hablaría conmigo, no se escondería. Sería observada. Y yo… tendría que conformarme con mirar.
Las luces de la sala comenzaron a apagarse lentamente. Una voz anunció el inicio de la función y el murmullo del público se deshizo en un silencio expectante.
Tragué saliva.
El telón se movió. La música empezó a sonar. Y en el instante en que Olivia apareció sobre el escenario, con ese vestido blanco que parecía hecho de aire, comprendí que había cometido un error viniendo aquí: no sabía cómo iba a soportar verla así, tan lejos, tan brillante, sin poder hacer nada más que observar cómo la luz la reclamaba.
Se rapté para esa escena del Ballet :P
3 Septiembre, por la noche. Auditorio de Ballet
Era una actuación más, otra de tantas que había realizado. Sabía cada movimiento a la perfección y podía escuchar la música en su mente, nota a nota. Pero aún y así, por primera vez en muchos años sintió un cosquilleo en el estómago. No sabía si él iría esa noche, ella le había enviado las invitaciones y él la vez que se habían visto le había dicho que acudiría, ¿Se habría arrepentido? No lo sabía, no podía saberlo realmente.
El movimiento en vestidores era caótico, todos iban de un lado a otro buscando lo que les faltaba o dirigiéndose hacia la parte superior. Olivia por su lado, aún sin calzarse y sin colocarse la parte del vestido que iba sobre las mallas, salió hasta la entrada para ver si lo veía, pero allí sólo se encontró a sus padres con Ophelia. Su gemela le deseó suerte, siempre lo hacía pese a que sabía que no lo necesitaba. Pero esa noche debutaba con el papel principal de la obra, y aunque no era la primera vez... Si lo era con "El lago de los Cisnes". Esperó unos minutos más, con la mirada perdida entre la multitud y con las voces de sus padres de fondo. Los únicos momentos donde no discutía... Siempre eran esos.
Se despidió de ellos, apenas quedaban 10 minutos para empezar, debía volver a los vestidores para terminar de vestirse. Recorrió cada pasillo, en ese momento no se permitió estar nerviosa, para ella la danza era algo que la llenaba y se negaba a que cualquier emoción le nublase. La voz del la directora se hizo por encima del resto de voces, casi todos alzaron la mirada para recibir las últimas indicaciones, y los primeros grupos salieron, entre los cuales también subió Olivia.
Algunas de sus compañeras le desearon suerte, a lo que ella sólo respondió con sonrisas medidas, estaba demasiado concentrada. Demasiado ansiosa por salir al escenario. Al estar arriba repitió un par de movimientos para calentar, lo había hecho antes de subir, pero era parte del ritual. Se acomodó bien el traje y ajustó la falda a la perfección para que esta no se moviese. Una de las estilistas se acercó para terminar de retocarle el cabello y finalmente todo estaba listo..
La directora les dio uno de esos discursos motivadores, todas sonrieron y asintieron.
El telón empezó a elevarse de manera lenta minutos después de que la música hubiese empezado. El gran teatro estaba completamente silencioso, y entonces ellas aparecieron. Olivia observaba desde el lateral a sus compañeras y compañeros, estos danzaban sobre el gran escenario al ritmo de la música, parecían fundirse con ella en cada nota. Movimientos alegres y llenos de gracia, pero con una elegancia envidiable que parecía hacerlos levitar por el escenario.
Olivia miró hacia el que daba los pases, y cuando la música cambió esta salió al escenario. La presencia de la joven era muy distinta a lo que mostraba en la universidad o día a día. Esa timidez o inseguridad, se trasformaban en elegancia. Los movimientos de ella eran medidos, perfectos. Cada movimiento fluía con cada nota de la orquesta que había bajo ella, y su cuerpo parecía meterse por completo dentro de aquella obra que estaban presentando. Las luces de los focos caían sobre aquel hermoso traje blanco haciéndolo brillar, y todo su cabello estaba recogido en un perfecto peinado que estaba decorado con un tocado de plumas blancas y una pequeña corona.

La obra se volvió inmersiva, los movimientos de todos los bailarines eran gráciles y elegantes. Todos sabían donde debían estar, como debían moverse... Y las escenas iban pasando lentas, pero el tiempo allí no parecía existir.
Ojalá Olivia hubiera podido ver la mirada del joven que se escondía entre las filas. Aunque de haberlo visto, seguramente sus movimientos se habrían parado para mirarlo a él.