Partida Rol por web

Arlet se acercó a las manos de Anna como si acudiera a un canto de sirenas, primero se alargaron sus brazos conducidos por las puntas de sus dedos, luego dió el medio paso que todavía las separaba hasta que sus manos reposaron sobre las de ella.

mama...- murmuró como si fuera a añadir algo más, pero sus labios parecían no saber articular más palabra; a diferencia de su mirada que rezaba un mundo entero de palabrería: la duda, la incredulidad, el miedo, las ansias de confianza, el recelo y la esperanza a acabar con todo, y aun así, no perderse.

Pero ante la explicación de su madre poco a poco fue incorporándose sobre su voz - Quiero librarme de esto, quiero que me quiten esta habilidad, no quiero volver a hacer daño a nadie más, no quiero tener esta maldición. - repitió en una entonación cercana a la interrogación, sin saber si lo quería, por qué lo hacia, si iba a funcionar o si quería que funcionara.

Sus compañeros hablaban pero no les hizo caso, para él parecían encontrarse muy lejos, casi como si estuviesen a galaxias de distancia. Ni siquiera reaccionó ante el poderoso chillido de Ketsu Sen.

Al ver el reflejo del espejo la gran bola de carne y musculo que era Marcial, había comenzado a temblar como un flan. Aquel hombre bien vestido que le devolvía la mirada era él, o al menos la persona que había sido antes de perder la memoria. El hombre que le asaltaba en sus terribles pesadillas.

De repente como por arte de magia su amnesia desapareció y todos los recuerdos que había perdido volvieron a su memoria. Súbitamente dos personalidades irreconciliables y opuestas se veían confrontadas en su mente. Su yo pasado, Albert Grisham, el asesino profesional con toda una vida de crímenes a sus espaldas, contra su yo del presente, Marcial Almagro, el humilde, amable y tímido obrero que desde hacía unos meses no ansiaba nada mas que ser feliz con la mujer de la que estaba secretamente enamorado.

Conmocionado por la terrible verdad, Marcial estuvo a punto de perder la cordura. Tanta sangre, tanto dolor que había infligido sin ninguna clase de remordimiento. Aquellas caras, los rostros de las personas que había asesinado y que ahora jamas se borrarían de su mente, era simplemente demasiado para asimilar de golpe.

Mientras la mortal lucha de personalidades ocurría en su cerebro a punto estuvo de desmoronarse, mas reunió el suficiente aplomo como para extender su mano y apoyarse en la pared para evitar caer redondo al suelo. Pasándose la otra mano por la frente notó el sudor frío corriéndole por la palma, y entonces se percató de que con la mano que tenía apoyada en la pared podía sentir la textura del muro.

Por extraño que pareciese fue recuperar por fin el sentido del tacto lo que le dio fuerzas para resistir el asalto de su antiguo yo. Por fin había desconectado el escudo, y no solo eso, de nuevo se acordaba de como controlar su poder. Ahora podría estar con Julia, sentir el roce de su piel. Podría conseguir lo que su antiguo yo, con todo su poder y dinero jamas había sentido. El amor.

Recuperando sus fuerzas se irguió de nuevo, con una confianza en si mismo que hasta ahora no había sentido. No podía negar lo que había sido en el pasado, pero desde aquel mismo instante podía intentar compensar el mal que había hecho, empezando por ayudar al resto de sus compañeros a sobrevivir a aquel horrible lugar. Así fue como Albert Grisham aceptó lo que había sido y decidió ser Marcial Almagro para el resto de sus días.

Todo aquello había ocurrido en tan solo unos segundos, mientras el resto de los presentes reaccionaban a su manera ante las visiones que el espejo les había mostrado. Una jugada cruel de las fuerzas invisibles que por razones desconocidas conspiraban contra ellos.

   - ¡No hagáis caso!- Exclamó con voz férrea.- No es mas que una ilusión, un reflejo de lo que más teméis.-

Y mientras tanto se concentró en su poder para envolverse de nuevo en su escudo de protección, no fuese que las gemelas psicóticas intentasen atacar de nuevo.

Aferrándose fuertemente a su hermana, Luis cruzó la puerta del interrogante, y entonces...

¡Auch!- dijo Luis al caer, más confuso que adolorido por la caída.

¿Pero qué...?- se preguntó, intentando ver aquello con lo que se había tropezado en la oscuridad del cuarto. Y aunque al principio no vio nada, la luz procedente de las esferas bastó para ver aquello con lo que había tropezado. Para Luis, hubiese sido mejor no ver nada, pues en el instante en el que lo vio, todo su mundo se hizo pedazos. Nada le importaban los gritos de los demás a su alrededor, pues ni tan siquiera los oía. El cuerpo sin vida de su hermana yacía ante él, nada más importaba. Ya nada importaba.

¡ELENA!- gritó Luis, acercándose hasta donde estaba todo lo rápido que pudo -¡Despierta!- le gritó, zarandeándola con toda su fuerza en un desesperado intento de negar lo que veía -Por favor, tienes que levantare- le dijo entre sollozos sin dejar de zarandearla, negándose a admitir que su hermana había muerto -Lenvata- le suplicó.

Es mi culpa- se decía a sí mismo, culpándose por haber hecho que Elena fuese a ese sitio.

El grito de la japonesa fue impactante. Hasta tal punto que el espejo que Ismael tenía delante se quebró en mil pedazos deshaciendo la imagen de ese despojo humano en el que se había convertido. Roto el reflejo, se había roto la imagen que se había proyectado en su mente, y al menos podría volver a ser el mismo de antes. No es que la realidad fuera mucho mejor, pero al menos no tenía que seguir enfrentándose a su propio miedo.

Pero cuando fue a dar un paso hacia delante, cuando quiso acercarse a cualquiera de los presentes para ayudarle en su alucinación, se sintió completamente paralizado. No podía mover ni un solo músculo, ni tan solo la boca o la propia lengua. Algo había hecho que su cuerpo se paralizase, por lo que no pudo avisar de que había una puerta a la izquierda de aquella habitación vacía.

La veía, podrían continuar, pero para eso tendría que recuperarse y poder volver a moverse.

Aquel grito no sirvió de nada contra Hiroshi Ikura, el joven y apuesto hombre dio un gran salto para lanzar una patada voladora sobre Ketsu Sen, un golpe que fue imposible de esquivar por la japonesa, dejándola completamente tirada en el suelo e incapaz de levantarse.

El asiático pisó la cabeza de la mujer, mientras colocaba su pecho contra el suelo y la retorcía la muñeca.

Grítalo, di que los hombres son superiores a las mujeres, reconocélo. Tu entrenamiento ha sido un fracaso y no hay nada que puedas hacer contra un hombre, pues eres débil y cualquiera podría superarlo. Dilo y juro que te soltaré y te dejaré huir de aquí. Serás libre.

¡Claro que lo sabemos, tío! ¡No me jodas! ¡Por eso queremos que te marches y no vuelvas al grupo de policía! ¡Eres una aberración! Lo hemos estado hablando todos cuando tú no estabas, preferimos que te mantengas... y antes de que terminara aquella frase, la japonesa dio un grito tan fuerte que Paco se llevó las manos a los oídos, lo mismo tuvo que hacer Mariano.

Ahora no podían despreciar a Lucas, no podían decirle aquello que estaba temiendo escuchar, que ya no le querían, que le rechazaban por ser quien era. Por suerte se había librado de ello, pero para cuando quisiso dar un paso hacia delante y huir por la puerta que habías visto en aquella sala vacía, se dio cuenta de que no podía mover ni un solo músculo, ni tan solo la boca o la propia lengua. Algo había hecho que su cuerpo se paralizase, por lo que no pudo avisar de que había una puerta a la izquierda de aquella habitación vacía.

La veía, podrían continuar, pero para eso tendría que recuperarse y poder volver a moverse.

Pero Elena no se levantaba, hacía tan solo unos minutos que la hermana de Luis estaba a su lado y ahora estaba muerta. Ketsu Sen parecía haber vivido un horror parecido, porque el grito que dio caló profundamente en el interior del niño. Ese grito era horrible y desgarrador.

Abrazó a su hermana con todas sus fuerzas, el resto tendrían que tirar muy fuerte de él si quierían separarle de ella. De hecho era así, puesto que algo había hecho que lo dejara completamente paralizado e incapaz de moverse. Se había quedado abrazado al cuerpo inerte de Elena, incapaz de hacer absolutamente nada. Estaba totalmente paralizado.
 

Marcial activó su poder justo a tiempo para ver lo que estaba suciendo allí. Después de aquel grito tan desgarrador de la japonesa, el espejo en el que se había visto reflejado se había quebrado en mil pedazos. Ahora Ketsu Sen estaba tirada, con el pecho contra el suelo y con el brazo retorciéndosele ella misma. No comprendía lo que estaba sucediendo, pero seguramente debía ser fruto de su propia imaginación.

Ismael y Lucas estaban allí parados, de pie, mirando hacia el espejo que se había roto, ¿eran capaces de ver la puerta que había allí? Ahora que podía ver con claridad, pudo ver los fragmentos del espejo, la habitación completamente vacía así como la puerta que conducía hacia la izquierda de la sala. Pero... ¡un momento! ¿Allí había algo más? Sí, había una chica joven cuyo rostro era conocido. ¿Esa no era la chiquilla que se había teletransportado cuando estaban en la cancha de baloncesto? Sí, era ella. Pero parecía tener una herida abierta en su espalda y se estaba desangrando.

Los dos hermanos también parecían estar pasándolo mal, ambos estaban tendidos en el suelo, tumbados abrazando algo que no existía. Lo abrazaban con mucha fuerza, con tanta que parecía de verdad que estuviera apretando algo, pero sus ojos solo podían ver un auténtico vacío. También habían sido fruto de alguna cruel imaginación.

¿Arlet también sería algo imaginario? ¿O seguramente esa chica estaría sufriendo de verdad?
 

Y funcionó, claro que funcionó. Arlet puso las manos sobre las de su madre y entonces se sintió liberada. Cerró los ojos para sentir como toda aquella desgracia que tenía en el interior de su cuerpo lentamente se iba liberando para dejarla completamente vacía. Y cuando los abrió, se dio cuenta de que quien tenía delante no era precisamente su madre. No era la persona en la que más confiaba del mundo, que va. Era una de aquellas asiáticas que al principio de llegar allí habían matado a dos de los presentes.

Era la asiática embarazada que ahora sonreía plácidamente. Detrás de ella, estaba la otra que sin poder moverse, ni esquivarlo le clavó un cuchillo en la espalda y empezó a desangrarse.

Y de pronto, las tres se desvanecieron, aquella sala, aquel lugar, aquel dolor. Un antiguo sitio conocido, un mundo postapocalíptico idéntico al que veía ella misma cuando viajaba por aquel plano paralelo, pero esta vez ella no era la que lo controlaba. Las hermanas Junmai se habían hecho con su poder y se lo habían robado.

Para cuando abrió los ojos, estaba en un nuevo lugar, junto a ella había una única puerta, un montón de cristales de espejo rotos, y seis de las personas con las que habían entrado al principio. Solo que Ketsu Sen, Luis y Elena estaban tendidas en el suelo en posiciones extrañas, Ismael y Lucas estaban paralizados y Marcial... ¡Marcial parecía que era el único que había podido verla!

Pero el dolor desgarrador que sentía en la espalda hacía dificil mantenerse con vida, estaba perdiendo mucha sangre, y necesitaba que alguno de ellos hiciera lo que estuviera en sus manos para salvarla, o al final caería igual de muerta que la embaraza o el chico gordito del principio. No quería morir, y mucho menos ahora que era libre.

Por primera vez en su vida, Ketsu Sen se sorprendió ante algo así. Tirada en el suelo tras la patada de su adversario, intentaba relajarse, meditar sus posibilidades, sin escuchar, claro está, al japonés que le había derrotado.

Entonces, las palabras de Marcial llegaron a su cabeza, entrando lentamente, hasta que se hizo hueco en su conciencia.

¿Lo qué más temo? pensó. Sopesó esa idea. La habían enseñado a no temer absolutamente nada, a ser fuerte e independiente y a derrotar a cualquier enemigo. Había aprendido a defenderse hasta de las balas, ¿qué no podría hacer con ese hombre? Había matado a un gran número como él, pero éste se le resistía.

La voz de Madame Sakura se sentó junto a la de Marcial. Todas sois prescindible, no lo olvidéis. Pero nuestra misión es eterna, nuestra lucha jamás acabara. Si una cae, otra la reemplazará

Jamás había temido la muerte, nunca. Era un paso natural. Podía morir, pero otra la sustituiría y mataría a ese tal Hiroshi.

Lo único que tienes de superior a mi es la imbecilidad contestó, sonriendo. No estás, no existes. Y si no, otra acabará contigo. Esto no acabará nunca.

Parecía que todo volvía a estar en orden. Aquella maldita imagen, el futuro pesimista de sus días, había estallado añicos. Aquel espejo, fuera lo que fuera, solo reflejaba dolor y tristeza. Pero al romperse en mil pedazos, Ismael creyó más en si mismo y en salir de aquel lugar..o eso creía.

El hombretón si dispuso a dar un paso y descubrió que le era totalmente imposible. Su cerebro ordenaba un movimiento, pero su cuerpo no respondía a la orden. Estaba paralizado!

Intentó hablar para comunicar al resto del grupo la situación en la que se encontraba, pero incluso en el habla estaba impedido. Aquello era una maldita pesadilla!

"Tranquilo Ismael, tranquilo... Esto no puede estar pasando. Seguro que algo te está bloqueando mentalmente. Solo tienes que respirar hondo y relajarte. Solo relajarte." pensó el hombre.

Respiró profundamente, buscando un estado de relajación (en la medida que fuera posible) para intentar mover aunque tan solo fuera un dedo.

Y esperar que el resto del grupo se dieran cuento de su inmobilidad forzada.

Lucas no podia moverse. Eso solamente agravaba mas su ansiedad por alejarse de allí. Paco y Mariano eran sus compañeros, sus amigos. " Sois mi familia, joder! No podeis abandonarme ". Queria gritar, pero no podia mas que pensarlo muy alto. Se habian mantenido duros contra el destino, y contra las mil y una putadas de este les habia deparado. Y nunca se habian rendido, ni se habian abandonado unos a otros. "Como un puto equipo de remo, Joder!" Habia querido gritar ese lema que siempre se decian cuando las cosas iban mal. Siempre se apoyaban unos en los otros. 

El policia ni siquiera podia gritar ni decir nada. No sabia que le ocurria. Tal vez su poder se habia vuelto contra si mismo y no podia moverse porque era metalico de una vez por todas. Una muerte en vida... Como un vegetal viviente. 

Se concentró y trató de moverse, haciendo toda la fuerza que podia con sus acerados musculos. 

 Arlet abrió los ojos con dificultad, luchando contra el peso de sus parpados y la insistencia de éstos para mantenerse cerrados y contener las lágrimas que se amontonaban en ellos fruto del dolor asfixiante que sentía clavado como una puñalada en el corazón, el amargo sabor de la traición esperada aunque negada.

Y aun consiguiendo superar su derrotismo la brecha que se abría en su espalda reorganizando su sangre hacia el exterior de su cuerpo y arraizando el dolor hacia el interior la envolvía en estado de embriaguez y completo aturdimiento.

Intentó gritar pidiendo ayuda, queriendo aliviarse con la queja, y únicamente consiguió que sus músculos se tensaran ampliando el desgarre de su espalda y que un escalofrió ramificara alrededor de todo su torso.

Sintió como la sangre empezaba a filtrarse en sus medias una vez superada la distancia de la falda y no pudo evitar dedicar un pensamiento a la incomodidad que sentiría si además se le encharcaban las botas, y acto el cinismo hizo mella en su cerebro y sonrió ante esa idea: una vez muerta dejaría de estar incómoda.

Sus rodillas fueron lo siguiente en fallar, cediendo ante el peso de un cuerpo agonizante cayó también al suelo, sin más ánimo para luchar, con el corazón más desgarrado, más herido por un daño emocional que la realidad de su espalda, incluso agradeció el insignificante escozor de sus manos al clavarse los cristales de los espejos rotos.

Tendida en el suelo, solo tenía en nombre en su cabeza y una caótica lucha de emociones y recuerdos, intentando valorar si esforzarse en vivir o abandonarse.

Marcial vio la situación que se desplegaba delante de él. Al parecer era el único que había logrado liberarse de aquella especie de trampa mental a la que les estaba sometiendo aquel espejo roto y varios de ellos al parecer se encontraban en peligro. Su antiguo yo, Albert el asesino, habría visto aquella situación y se hubiese desentendido del destino de sus "compañeros" sacrificándolos si sirviese a sus intereses, y su yo reciente, Marcial, el tímido obrero, no hubiese sabido como reaccionar en una situación como aquella. Por suerte, seguía siendo Marcial, pero ahora contaba con  los conocimientos de Albert y sabía que podía controlar aquella situación. Analizando lo que ocurría, se aprestó a ser útil e intentar ayudar a sus compañeros, pero decidió centrarse en aquellos que necesitaban su ayuda con mas urgencia.

No podía saber si el hecho de que Ismael y Lucas no se moviesen era algo bueno o simplemente que estaban encerrados en una alucinación mas pausada y placida que las del resto, pero no podía detenerse para comprobarlo. Los dos hermanos estaba claro que tampoco corrían un peligro inmediato, a excepción del trauma de pensar que uno y otro estaban muertos, así que tampoco se detuvo a ayudarlos. 

Eso dejaba a las otras dos. La joven asiática y la chica teleportadora que habían estado buscando. La primera se encontraba tumbada boca abajo en el suelo mientras su brazo se retorcía contra su espalda. Al parecer se lo estaba haciendo ella misma, pero no podía asegurar que no fuese una mano invisible quien le estaba lastimando. Por lo contrario, la chica que se había teletransportado durante el ataque de las gemelas demoníacas, era la que se encontraba en una situación peor, con un terrible y profundo corte en su espalda, desangrándose por momentos. No sabía si esto era una herida real o se trataba de la alucinación personal de la muchacha, pero no podía perder el tiempo en parar a pensarlo.

Reaccionando rápidamente, atravesó la habitación y se dirigió hacia Arlet. Colocándose a su lado, se agacho quitándose la chaqueta del traje y apretándola sobre la herida.

   - No se preocupe.- Le dijo con voz tranquilizadora pero en tono suficientemente alto para que el resto de los presentes en la sala pudiesen escucharle.- Lo que te ocurre no es real, es todo una ilusión, estoy aquí para ayudarte y voy a sacarte de de esta. Lo que te ocurre es parte de ti, de tus miedos, no puedes luchar contra ellos, tienes que aceptarlos.- 

Se concentró e intentó extender su poder para cubrir la espalda de la joven con su escudo, con la intención de que así la sangre dejase de manar fuera del cuerpo de Arlet.

Acto seguido, la cogió levantándola del suelo en brazos y se dirigió hacia la puerta de la izquierda, con la esperanza de que al salir de aquella habitación la alucinación de la que parecía ser presa la joven se desvaneciese.

Luis seguía sin ser consciente de lo que pasaba alrededor, solo tenía ojos para su hermana, para el cuerpo de su hermana, y nada más le importaba. Por ello, cuando escuchó el grito de Ketsu, lo interiorizó como si fuese su propio grito, metiendo en el toda el sufrimiente, la ira, la impotenca y otros muchos sentimientos a los que ni siquiera podia ponerles nombre y que no podía expresar con palabra alguna. Lo único que salía de su boca eran leves gemidos, pues ya fuese por el dolor, la culpa y la rabia de perder a su hermana o por la impotencia de no haber podido salvarla o por ser como era o por un poco de todo ello, o puede incluso que por algo distinto, pero fuese por lo que fuese, a Luis no parecían quedarle palabras. Simplemente no había frase o palabra que pudiese expresar como se sentía mientras se aferraba con todas sus fuerzas al cuerpo sin vida de Elena.

Es culpa mía, es culpa mía, es culpa mía...- se repetía una y otra vez Luis, con los nudillos blancos de la fuerza con la que se aferraba a su hermana, lagrimas brotando sin parar de sus enrojecidos rojos y el dolor y la rabia crecían cada vez más en su interior.

Y entonces Hiroshi se desvaneció, dejando libre su espalda y evitando sentir el peso de su cuerpo sobre sus hombros. Gracis a las enseñanzas de su maestra había logrado liberarse de la presión que podía llegar a ejercer su imaginación sobre ella. Ahora era libre y podía ver claramente la situación que tenía frente a ella.

Lucas e Ismael estaban paralizados, Luis y Elena estaban tendidos en el suelo abrazando algo inexistente, y Marcial parecía ser el único capaz de moverse. Había tomado entre sus brazos a.. ¿quién era esa chica? ¡Arlet! ¡Era Arlet! La jovencita que se había teletransportado y que había huido hacia el interior del Palacio de los Deportes, ahora estaba allí pero se estaba desangrando. Marcial la cogía a hombros y se la llevaba por la única salida posible que había allí, una puerta que llevaba hacia la izquierda. Pero, algo más había en la sala, restos de lo que parecía ser un espejo roto.

Sin poder hacer, ni tampoco decir nada, Ismael pudo ver a Marcial avanzar por la sala y tomar un cuerpo herido. Con todo el lío que había vivido no había podido ver el cuerpo de aquella mujer, y al verla como su orondo compañero se la llevaba consigo, pudo ver que se trataba de Arlet, ¡Arlet! ¡Era Arlet! La jovencita que se había teletransportado y que había huido hacia el interior del Palacio de los Deportes, ahora estaba allí pero se estaba desangrando. Marcial la cogía a hombros y se la llevaba por la única salida posible que había allí, una puerta que llevaba hacia la izquierda.

Pero, un momento, ¿no se había dado cuenta de que estaban paralizados y de que no podían hacer nada? ¿Estaría tratando de abandonarles?

Sin poder hacer, ni tampoco decir nada, Lucas pudo ver a Marcial avanzar por la sala y tomar un cuerpo herido. Con todo el lío que había vivido no había podido ver el cuerpo de aquella mujer, y al verla como su orondo compañero se la llevaba consigo, pudo ver que se trataba de Arlet, ¡Arlet! ¡Era Arlet! La jovencita que se había teletransportado y que había huido hacia el interior del Palacio de los Deportes, ahora estaba allí pero se estaba desangrando. Marcial la cogía a hombros y se la llevaba por la única salida posible que había allí, una puerta que llevaba hacia la izquierda.

Pero, un momento, ¿no se había dado cuenta de que estaban paralizados y de que no podían hacer nada? ¿Estaría tratando de abandonarles?

Arlet pudo sentir los fuertes brazos de un hombre que la tomaban y la cargaban. Seguramente estaban tratando de salvarla, pero cuando se la llevaron por aquella puerta una extraña sensación le inundó el cuerpo. ¿Qué habría en aquella sala? Realmente no había nada allí. Una sala completamente vacía, tan solo unas cuantas taquillas y unos cuantos bancos donde sentarse, un lugar frío y con una tenue luz que iluminaba la estancia. Al menos no había nada para salvarla, pero por lo menos no estaba en peligro. Sería cuestión de tiempo que la curasen y cerrasen esa herida.

Marcial sintió como lograba extender el escudo que poseía sobre el cuerpo de Arlet, pero por alguna extraña la razón la chica no dejaba de sangrar. Su escudo inmunizaba contra cualquier efecto externo que le hiriese, pero no parecía hacer nada contra una herida ya creada. Aunque si se trataba de su imaginación, ¿no debería bloquearlo igual que había sucedido con él? Aquello pintaba mal, bastante mal. Arlet seguía sangrando en la siguiente habitación.

Esa nueva sala parecía unos vestuarios, todo lleno de bancos y repleto de taquillas. Arlet se estaba desangrando, y Marcial podía sentir el calor de la sangre entre sus brazos. ¡Tenía que hacer algo para cerrar aquellas heridas! Pero entonces sucedió algo que no esperaba, una voz sumamente familiar le hizo una pregunta.

Marcial, cariño, ¿qué ha pasado? ¿puedo ayudarte con la chica? ¿está bien?