Partida Rol por web

El aire olía fuertemente a limón y la oscuridad se cernía sobre una niña que se encontraba sentada en una esquina con la espalda apoyada sobre una fría pared de madera. Emily se pasó la mano por la nariz, ni siquiera llevaba un pañuelo encima y había estado llorando en silencio durante horas, con las viejas ropas golpeandola en la cara cada vez que hacía algún movimiento. Por enésima vez, intentó empujar la pesada puerta que se hallaba ante ella, pero esta seguía cerrada a cal y canto.

Había sido mala, y como había sido mala estaba encerrada en el armario. Se lo merecía, o eso decía su madre. Aquella tarde había visto por la ventana a aquel chico. El chico que iba siempre con el niño de gafas del colegio. Cómo siempre, lamentaba no saber ni siquiera su nombre, pero como siempre se imaginaba a sí misma paseando de la mano con él.

Emily se había puesto colorada cuando le vio cruzar "a toda pastilla" como decían los niño en una vieja bicicleta. Sin embargo, aquel gesto infantil y puro no era visto por su madre de la misma manera. Claire, estaba cosiendo unas cortinas floreadas para ponerlas en la cocina y que los pecadores de sus vecinos no pudiesen verla mientras cocinaba y cotillear sobre ella. En realidad les estaba ayudando a salvarse del infierno por meterse en los asuntos de los demás. Aunque no podía salvarles de sí mismos por su pecaminoso estilo de vida. Todas aquellas chicas que iban de lano con jovencitos, enseñando las pantorrillas con esos vestidos que les llegaban por las rodillas. Las chicas decentes no vestían así.

Cuando la mujer vio la cara de su hija ponerse roja y esbozar una sonrisa embobada, siguió la mirada de la niña. De nada sirvió que la niña se defendiese diciendo que no había hecho nada malo.

-Emily...Emily....te quiero hija, pero te estas haciendo daño ¿no quieres reunirte en el cielo con papa dentro de muchos años? No podrás si sigues por ese camino.- sollozaba la madre mientras giraba la llave. La cerradura del viejo armaro giro con un terrible sonido mientras Emily seguía diciendo que no había tenido ningún pensamiento impuro, aunque cada vez estaba menos convencida de ello.

Me duele la cabeza, bastante, me pasa siempre que mi madre me encierra allí. No suele ser muy a menudo, pero desde que ese chico apareció en mi vida vivo más dentro del armario que fuera. 

No me gusta la oscuridad, ni el olor a naftalina mezclada con el limón del ambientador, ni la ropa áspera dándome en la cara, ni la madera sobre mi espalda, ni el montón de cajas apiladas a mi lado que me impiden poder moverme, ni la soledad de estar allí sola. Suspiro con tristeza mientras alguna lágrima más cae por mi mejilla y me limpio la nariz con la manga de la chaqueta de lana.

"Pa... padre nuestro... que estás en los cielos..."

Comienzo el rezo en mi mente, aunque siendo sinceros cada vez siento menos apego al Señor. Igual es lo que llamaba mi padre crisis de la madurez, o, como él decía, que me hago mayor.

Sé que mi madre nunca me haría daño, sé que me quiere y aún así siempre me lo recuerda. Me siento en el suelo del armario abrazando mis rodillas mientras sigo recitando el "Padre Nuestro" dentro de mi cabeza y, sin pensar, tomo mi rosario entre las manos y comienzo mis rezos en voz baja, susurrando.

Sé que en algún momento mi madre me sacará de allí.

Normalmente, Emily no pasaba en el armario más de una hora, sin embargo, aquel día habrían pasado dos horas, quizás tres y su madre aún no la había sacado del armario. En el tiempo de los niños, una hora es una eternidad, por lo que era probable que no fuese tanto tiempo el que había pasado, pero eso era algo que la niña no tenía demasiado claro.

La oscuridad cada vez era más fuerte y, en los breves momentos en los que Emily levantaba la cabeza, creía ver unas extrañas sombras que se movían frente a ella. Era algo raro que nunca la había pasado, pero quizas se debiese al olor del ambientador, que embargaba sus sentidos. En aquel momento, la niña recordó la linterna que había escondida debajo de las mantas de invierno. La luz podía ayudar a que el tiempo transcurriese más deprisa...pero si su madre la pillaba seguro que la obligaba a estar más horas allí. Claro que, el sonido de la cerradura la advertiría de su llegada.

Hace rato que he comenzado a sudar, lo cual sólo puede significar que llevo bastante rato allí. Más del habitual. 

-¡¡¡Mamá!!! Sácame ya, aprendí la lección-chillo a pesar de saber que cuanto más me queje más tiempo estaré allí.

"Las niñas buenas no chillan, se enfrentan a su miedo pues el señor no puede traerles nada malo" pienso mientras mi mano indiscreta se pone a buscar frenética la linterna debajo de aquellas gruesas mantas.

Tengo miedo, no sé por qué, tal vez la oscuridad, tal vez llevar tanto tiempo encerrada, tal vez el no escuchar ni siquiera los pesados pasos de mamá por la casa, tal vez el sonido de mi propio corazón galopante.

Busco la linterna con más ansias de la que esperaba tener mientras, sin saber muy bien por qué, busco dentro del armario con mis ojos llorosos y gotas de sudor perlando mi frente.

Ya fuese porque Claire no había oído a su hija, porque ignorase sus lamentos o porque la niña realmente no habí conseguido alzar la voz, la puerta no se abrió. Sin embargo, y para alivio de Emily, la linterna apareció rapidamente...aunque necesitó un par de suaves golpes para funcionar.

Lamentablemente, la luz no restó tenebrosidad al armario. Al contrario. Las ropas que antes eran invisibles, ahora eran extraños monstruos colgados frente a ella. Parecían tener vida propia, parecían moverse....y había algo más...algo que parecía pintado en la pared del armario...algo que ¿se movía?

Con cuidado, y temblando el pulso como sólo puede temblarle a una niñ,a aparto la ropa con la mano en la que no tengo la linterna y apunto con ésta directamente a la cosa esa que parece que se mueve.

Estoy casi seguro de que es la simple sobra de la ropa, pero el señor a veces manda señales que los ojos inexpertos no ven... o al menos eso dice mamá.

Cuando el haz de luz apuntó a la pared, Emily pudo ver un extraño dibujo. Un dibujo del que no se acordaba muy bien, pero que creía haber hecho ella misma muchos años atras. Era el dibujo de una tortuga, pintado en color amarillo con una espesa cera.

Emily comenzó a recordar...la había pintado cuando tenía 4 años y la había costado una buena bronca de sus padres, aunque por aquel entonces no la encerraban en el armario. Mirando fijamente a la tortuga comenzó a percibir algo extraño en ella...parecía estar movienso las diminutas patitas.

Esa tortuga... mis recuerdos apelmazan mi mente. Los gritos de mis padres aquel día, yo sin entender nada, y ellos la habían guardado aquí. Con lentitud alargo mi mano para tocar la cera espesa de la tortuga, quería comprobar que no me volvía loca, que realmente esa especie de dibujo movía sus patas de verdad.

Cuando la mano de la niña se acercó a la pintura de la tortuga, esta paró sus pasos. Sin embargo Emily ya había acercado la mano a ella y la estaba tocando. Era algo extraño, la cara del animal era realmente bonachona y, extrañamente tranquilizadora. Mientras pasabala mano por las patas la criatura, el peculiar animal la guiñó un ojo y volvió a su habitual estaticida.

Emily no había tenido tiempo de recuperarse de la impresión cuando la puerta del armario se abrió ddejando ver a su madre, con cara de extasis religioso, tendiendola la mano para ayudarla a salir del armario.

-Em...cielo...¿has recapacitado?

Si, mamá, sabes que el armario siempre lo consigue-digo mientras poso mis pies fuera del armario, lo que me da una tranquilidad enorme y no sé por qué.

Disimuladamente giro mi mirada hacia dentro del armario, donde está esa tortuga y después vuelvo a mirar a mi madre. Saco el rosario de mi bolsillo y se lo muestro.

-¿Crees que me habrá perdonado?-le digo a mi madre mientras le señalo el crucifijo del rosario.

Siempre nos perdona... -dijo acariciandola el cabello- Nos perdona al final... Pero no debemos desviarnos porque le hacemos sufrir. Sufre mucho por nosotros cielo...y no olvides que eres una elegida... añadió pasando la mano por encima del muslo de la chica, donde bajo la ropa escondía la marca de la cruz- Debes dar ejemplo.

¿Sabes que podías hacer? Darle las gracias por haberte tocado...¿Quieres que le demos las gracias juntas?

Claire caminó hacia la puerta mirando a su hija mientras esperaba que la acompañase a la habitación de rezar, el espacio que reservaban en la casa para la oración y la purificación del alma.

Sigo a mi madre. Podría gritarle decirle que yo no me he tocado, preguntarle qué sentía ella hacia mi padre, explicarle lo que siento cuando veo al chico, hablar con ella sin miedo a que me encierre en el armario... pero sé que con ella es imposible, sé que terminaría dentro del armario una vez más, que volvería a llorar, volvería a la oscuridad.

Recuerdo la vez que lo hice, la vez que se me ocurrió contestarla de verdad, la vez que le pregunté cómo conoció a papá. Ese día hacía un calor tremendo y yo sudaba mucho, ayudaba a mi madre a limpiar toda la casa que se mantenía con las cortinas corridas por si los vecinos querían saber de nuestra vida, vecinos chismosos que estaban condenados al infierno. Entonces vi la foto de mi padre, la única que decora la casa que no es del altísimo y sonreí. Mi papá era el mejor, me hacía reír y me protegía de los castigos de mamá. una lágrima rodó por mi mejilla, pero la limpié con mi mano y seguí limpiando. De repente le pregunté cómo le conoció. Ella se sorprendió, pero no se cabreó. Me contó que él fue a su casa a pretenderla como hacen los chicos formales.  Ese día le vi por primera vez por la ventana que limpiaba en ese momento. Nunca había visto un chico tan guapo nunca y me quedé algo ensimismada, pues nunca había sentido nada parecido. Mi madre me vio mirar por la ventana y se acercó, le vio, pero no me dijo nada. Yo me alejé y seguí limpiando por otro lado. Entonces el timbre sonó. Mi corazón cabalgó y corrí hacia la puerta mientras chillaba que era para mí. Pero, no llegué a abrir la puerta pues ella me agarró del brazo. Nunca me había pegado, pero ese día una mano suya me dejó una marca enorme en la cara. No me atreví a llorar.

"¿Para eso querías saber qué hizo tu padre? ¿Para decírselo a tus amiguitos y que vengan a buscarte? Óyeme bien, tu padre era un santo, un santo llamado al lado del señor porque se lo merece, ¿me oyes, niña pecadora e impía?"

Traté de decirla que no sabía de qué hablaba, yo no tenía amigos. Entonces comencé a llorar y ella me volvió a pegar.

"No tienes derecho a llorar, esas lágrimas deben salir sólo para honrar al señor, tus lágrimas soltadas por ese niño no tienen valor".

Y terminé en el armario.

Ahora la miro y recuerdo aquel día. No quiero volver a vivirlo, así que, me pongo a su lado y comienzo a rezar las oraciones que tanto ímpetu ha puesto en eseñarme.

Claire llevó a su hija a la pequeña capilla que habían instalado en la casa, para poder rezar los días que no fueran a misa. Allí, la madre, como siempre, precedía a la pequeña en los rezos.

-Señor te damos las gracias por hacer de nosotros una familia pura. Te damos las gracias por habernos señalado con tu amor. Señor, te damos las gracias por haberte llevado pronto a Alexander... y te rogamos para que hagas lo propio con nosotras cuando llegue el momento.

Una hora después, madre e hija habían terminado sus oraciones y, se dirigieron a la cocina para dar algo de comer a Emily, que al haber pasado la mañana entera en el armario no había podido almorzar. Unas cuantas frutas frescas consistieron en la comida de ese día, pues estaban en pleno verano y era menester aprovechar la comida que el señor les otorgaba en aquellas fechas. Además, entre unas cosas y otras, Claire no había podido hacer la compra aquel día. Despues de bendecir la mesa, Claire miró a su hija fijamente como si, por primera vez se percatase de algo.

Hija... estás muy pálida... Cómo un angel. -por un momento la miró con una mezcla de preocupación y dureza, como si no supiese que era lo que mas la molestaba, si el aspecto enfermizo de su hija o el que intentase emular en blancura a los mensajeros del altísimo. Finalmente añadió muy despacio- Creo que te vendría bien tomar algo el aire, pues el señor nos quiere sanos, para que le podamos servir. Además, el sol es creación suya, y, aunque ilumine sobre buenos y malos, no porta la maldad en sus rayos.

Asiento tímidamente y miro mi ropa automáticamente. Cada vez que salgo a la calle tengo que cuidar taparme todo lo posible para que mi madre no lo considere indecoroso. Hoy estoy perfecta así me limito a oberdecerla.

-Sí mamá... daré... daré un paseo-le digo-. Me pasaré por la iglesia para terminar de limpiar mis pecados-le digo a pesar de saber que no iré a la iglesia, ni siquiera me acercaré al barrio.

Aliviada por salir del viciado ambiente de su casa, Emily decidió dar un paseo sin rumbo. Como la apetecía estar sola decidió atravesar las llanuras y los campos. Finalmente y tras mucho caminar llegó al centro del pueblo donde esperaba poder pasear un rato tranquilamente. Sin embargo, cuando llegó a la plaza se encontró con mucha más gente de la que esperaba...de hecho había muchos de los niños de su clase...entre ellos "él"

Estaba riendose con los otros chicos, y también había una chica... Lissey. Emily se acordaba muy bien de su nombre porque era todo lo que ella deseaba ser: guapa, vivaz, alegre, tenía muchos amigos... además vivía muy cerca de ella, a tan solo un par de manzanas.