Partida Rol por web

La sinda bajó rápidamente hasta mitad del tramo de escaleras que daba a la planta baja. Allí pudo escrutar el desmadre en que se había convertido la taberna. En el escenario podía reconocer a las dos figuras tumbadas que se debatían entre gritos y estertores. Esperaba que las heridas que tuvieran no fuesen mortales. Una vez se resolviera el asunto correría a socorrerlos. Y frente a ellos, el pánico cundía y pocos eran los que se mantenían serenos. 

Los ebrios enanos y demás parroquianos daban tumbos y se tropezaban con las sillas y entre ellos, mientras trataban de hallar lugar seguro. Öter se encontraba luchando con los extranjeros sospechosos, uno de los cuales recibió un impacto en la frente que lo hizo perder la conciencia y probablemente la vida.

La elfa trató de concentrarse, sacó parte del cuerpo por encima del pasamanos, apuntó y finalmente soltó una flecha con la que esperaba reducir al ballestero.

El señor Moss había lanzado su daga eficazmente contra aquel extranjero eliminándolo definitivamente. Öter había conseguido aturdir al ballestero y ahora se encargaba del hombre que quedaba. Por otro lado Había comprobado como su compañera se asomaba por la escalera empuñando el arco.

Sopesando la situación estimo que estaba controlada y que era un buen momento para inmovilizar al ballestero para hacerle algunas preguntas luego. Además su amigo el músico necesitaba algo de ayuda.

— Rowen echa una mano al músico, necesita algo de asistencia médica. Yo me encargo del ballestero.

Diciendo estas palabras se precipito saltando por mesas y taburetes sobre el aturdido ballestero para inmovilizarle y que no pudiera huir.

Mientras Mithgannel tendía su arco apuntando al haradrim aturdido, pudo ver como, desde la parte inferior de las escaleras, se abrían paso a empellones dos hombres cubiertos con capas convencionales. Poco antes de llegar a la posición de la elfa, sin apenas reparar en ella, se despojaron de las capas y Mithgannel pudo identificar el uniforme de la Guardia Real de Arthedain. Apresuradamente, los dos hombres se dirigieron con rostros de preocupación hacia el pasillo de las habitaciones en la planta superior. Enseguida la elfa ató cabos: era evidente que la Reina y la Princesa habían viajado con su guardia hasta Bree, aunque éstos fueran de incógnito. Ahora acudían a toda prisa a la habitación de las dos mujeres para protegerlas, tras el estallido del atentado haradrim.

Mithgannel se concentró en su objetivo, a quien había visto recibir un martillazo por parte de Öter. "Vaya, no me había fijado que era zurdo", pensó la elfa con regocijo, mientras soltaba su flecha con decisión.

Mientras la flecha cruzaba el patio de mesas hacia su destino inevitable, Ruby saltaba por encima de la mesa y se preparaba para abalanzarse sobre el mismo haradrim para hacerle un placaje a la desesperada. En el momento en que tomaba impulso para el brinco, la flecha élfica se clavó en el pecho del ballestero, cayendo cual peso muerto sobre la mesa. Ruby miró a Mithgannel, quien se excusaba con una sonrisita. 

Rowen, que había recibido la indicación de Ruby para ayudar al herido, se quedó en su sitio entre petrificada por el terror y enlentecida por los vasos de licor. Sus compañeros de mesa seguían sin hacer ningún movimiento resolutivo, cosa que estaba poniendo de los nervios a Grimbrand, atascado entre la muchedumbre en el extremo oeste de la posada, hasta que empezó a abrirse paso a guantazo limpio y se dispuso a blandir su hacha en pos de los combatientes.

Pero justo en ese momento bramó Öter, anunciando su nombre a los oídos de Grimbrand, y con un glorioso martillazo redujo el cráneo del último haradrim a una pulpa gelatinosa. En el último instante, había visto al pobre infeliz hacer un movimiento extraño antes de recibir el golpe mortal, renunciando a toda defensa, como si echara su brazo hacia atrás por encima de su hombro.

Cuando se dio cuenta de lo que había pasado, el mal ya estaba hecho. Un "crink" de fino cristal rompiéndose contra el suelo sonó apenas en el centro del patio de mesas, a pocos metros del escenario. De inmediato, un vapor de colores purpúreos se empezó a levantar del suelo donde se había roto el cristal, alcanzando en cuestión de segundos todos los rincones de la sala. A medida que la niebla se expandía y se hacía más densa, todos los presentes creyeron ver cómo se perfilaban en aquella maligna neblina unas formas de serpientes etéreas de horrendas bocas abiertas.

El pánico anteriormente desatado con el primer ataque haradrim alcanzó ahora otro nivel. A los gritos, empujones y sollozos se sumaron toses compulsivas y desvanecimientos. Öter pudo ver a su amigo Ruby desapareciendo en la niebla, a su "amiga" Mithgannel llevándose la mano al cuello con terror, y a Asianne, aún sobre el escenario atendiendo al elfo herido, haciendo unos pases de manos concentradamente. Después ya no vio nada más, sólo el púrpura y las serpientes de humo a su alrededor, en medio del ruido y la furia. 

Los ojos de la elfa acompañaron el movimiento de la certera flecha hasta el pecho del haradrim, viendo acto seguido como su compañero se abalanzaba sobre el malhechor.

Después todo fue confuso. De la nada pudo ver como como el aire se enrarecía rápidamente hasta formar sinuosas volutas de un color purpúreo. Pronto descubrió que no sólo la tonalidad del aire era ahora perversa, sino también su olor y sabor. Mith trató de cubrirse con la capa pero ya era tarde. Con una pequeña inhalación comenzó a notarse más débil, por lo que con cuidado se sentó en un escalón, tratando de comprender qué estaba pasando.

Echando un vistazo al resto de la sala, trató de identificar los puntos por donde el aire podría salir. Mith pensaba que sería la mejor forma de resolver el problema, puesto que por la agresividad del veneno veía difícil que alguien pudiera sacar a todos esos borrachos antes de que murieran asfixiados.

De tener una bonita velada con música incluida al caos más inesperado. El combate fue rápido y favorable al grupo, pues Öter solo sufrió un pequeño rasguño por parte de su enemigo, ahora ya en el suelo. La terrible confusión que produjo el alboroto era solo el inicio de una situación mucho peor. 

Nadie se esperaría que un sonido tan pequeño como el de un cristal roto pudiera formar el desastre que se formó en la posada. Los gritos, silenciados por las toses de los parroquianos se escuchaban por todos lados. El enano, que en un principió notó un escozor en los ojos, pudo resistir inhalar aquel gas, pero seguir en aquella nube de polvo sería un suicidio. 

- ¡¡Maldito seas!! - gritó el enano, mientras se dirigía hacia la escalera - ¡¡El responsable de esto lo pagará caro!!

La intención del enano era subir la escalera para evitar el gas y tener una visión más clara de la situación: lo primero sería ayudar a sus compañeros.

Viendo que el gas la afectaba en demasía, y a pesar de querer ayudar al resto de los asistentes, Mith se vio forzada a subir a la planta superior, donde en principio parecía todo más claro.

Ruby no aprecio bien las intenciones de su compañera y cuando cayo sobre aquel hombre ya estaba muerto ensartado por una flecha de Mith. Sin saber como se vio envuelto en una nube de vapor que no solo dificultaba su visión si no que les costaba respirar envuelto en aquel follón.

— Salgamos de aquí, rápido.

Rápidamente entendió que lo mas importante era salir de allí de una pieza y ponerse a salvo. Ya habría tiempo de ayudar a quien lo necesitará cuando se asegurara que su salud no iba a salir mal parada. Recordaba donde se encontraba las escaleras que subían a la planta donde había estado unos minutos antes. Se dirigió hacia allí esperando que sus compañeros también se pusieran a salvo. 

Al señor Ruby Moss, la inhalación de aquel vapor maligno no le pareció mucho peor que el recuerdo de fumar uno de los puros que su cuñado en la Comarca confeccionaba caseramente; para Öter, por su parte, le recordó a aquella ocasión en que supervisando con su padre unas obras en unas nuevas galerías bajo la montaña, los obreros a su cargo reventaron una bolsa de gas de azufre. Incluso Rowen y Bradoc, menos habituados a las exhalaciones gaseosas de los mundos subterráneos, soportaron con integridad la primera abatida del vapor de Harad, aunque no fueron capaces de moverse de su sitio. Sólo Mithgannel sufrió el veneno amargamente, y a duras penas consiguió deslizarse hasta el piso superior, donde sus pulmones pudieron por fin aspirar una bocanada de aire algo menos contaminado.

Öter cruzó el patio de mesas trastabillando con mesas y sillas. En medio de la niebla, se cruzó con el rostro congestionado de su rival Grimbrand, que lo miraba gravemente, mientras en la mesa enana tres de sus compañeros se retorcían de dolor. En la subida por las escaleras, Öter se encontró con Ruby, quien había elegido la misma via de escape, y desde arriba otearon ambos la dantesca escena:

En medio de aquel vapor diabólico, se destacaba una esfera de pureza y transparencia. En su interior, la danzarina Assianne, asida al malherido Gilthanneth, parecía vivir el envenenamiento ambiental con total normalidad. La burbuja de pureza a su alrededor crecía por momentos, haciendo recular poco a poco las malignas volutas de humo y serpientes.

Mithgannel avanzó por el pasillo de la planta superior buscando el aire menos contaminado posible. Apostado junto a la habitación de la Reina y la Princesa vio a uno de aquellos guardias reales con la espada desenvainada y mirándola fijamente, con una cierta expresión de pánico. Se detuvo y girando la cabeza pudo ver la dependencia de Grimbrand abierta de par en par, tal como la había dejado, y su aguzada vista élfica distinguió en su interior una mesa iluminada por unas velas y varios bultos sobre ella.

Ruby consiguió salir de aquella nube con agilidad y encaminarse a la planta superior donde encontró a sus compañeros Mith y Öter. Vio como al fondo del pasillo su compañera miraba la zona noble con ojos de curiosidad. El revuelo de la sala les ofrecía la oportunidad de probar de nuevo en aquella habitación sin ser tan cuidadosos.

— Öter vigila que no sube tu amigo, vamos a ver que encontramos.

Se dirigió por el pasillo adelante haciéndole un gesto con la cabeza a la elfa para que le acompañara hacia la habitación de Grimbrand. Cuando llego hasta aquel elegante recibidor, quedó sorprendido al ver la aquella puerta que se le había resistido destrozada. 

— ¿Que ha pasado aquí? ¿Alguien ha entrado en esa habitación, Mith? Tendremos que ir con cuidado.

Hecho mano a mi daga mientras camino sigilosamente hacia aquella destrozada puerta esperando que alguien salte contra nosotros en cualquier momento.   

—¡Bendito aire puro! —pensó la elfa, respirando aún con algo de dificultad mientras caminaba por el pasillo.

Al llegar al final se fijó en que los guardias de la reina tampoco tenían buena cara. Luego se percató de que la habitación del malencarado Grimbrand se encontraba abierta, y poco después notó los ligeros pasos de su compañero.

—¡Uy, me siento muy mal, querido! Acompáñame, por favor, a mis aposentos —dijo la sinda de forma algo teatral para tratar de no levantar sospechas.

Agarrando la capa para ocultar a Ruby, Mith echó la mano por encima al mediano y se perdieron de la vista de los guardias hacia el interior de la zona noble. Aguzando vista y oído, intentó entrar con celeridad en la habitación para examinar las pertenencias del enano y salir de allí lo antes posible.