Partida Rol por web

AÑO: 783 D.

MES 2: METAGITNIÓN.

MENÓS PHTHINONTOS: LA DÉCADA DEL MES QUE SE ACABA.

DÍA: 29 ENÉ KAI NÉA.

HORA LOCAL: 04:03.

Había arrastrado consigo a la Polemarca impidiendo que quedara atrapada en la sala. Su confianza en que Laertes haría lo que tenía que hacerse se vio confirmada cuando este selló la puerta, impidiendo que la explosión afectara al pasillo circundante. No podía negar que no le hubiera importado que alguno de los que se habían salvado hubieran quedado rezagados y que sus cuerpos no fueran ahora sino escoria espacial, pero tampoco era algo en lo que fuera a perder tiempo. Había un combate más adelante y era prioritario acabar con la inestabilidad dentro de la estación. Muerto Ziro, las represalias de las naves persas serían terribles y encerrados en aquella ratonera estaban demasiado expuestos.

-Athena, contacta con nuestras naves de ser posible y da las órdenes que consideres pertinentes. Yo tengo cosas que hacer -dijo con una amplia y hambrienta sonrisa que le dio un aspecto depredador, antes de salir corriendo.

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Laertes gruñó por lo bajo ante aquellas noticias y réplicas. Eran malas noticias, cada nave que escapara en este momento, cuando podían tener la posibilidad de acabar con todas ellas, era una que volvería acompañada de otras tantas dentro de no mucho. Una que transmitiría las noticias de lo ocurrido, les hablaría sobre las fuerzas reunidas, y compartiría todos los datos que hubieran robado en su estancia en este lugar. Y dado que la desinformación e incertidumbre eran sus aliadas, que Jerjes descubriera todo aquello suponía, a medio o largo plazo, un potencial golpe mortal para todo el Racimo. 

-Está bien, apoye a nuestros aliados y haga lo que pueda, Pyrena...

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Perséfone sacudió la cabeza, pensando, cuando escuchó las transmisiones de la situación de las distintas naves alrededor de la flota persa, o de cómo estaban maniobrando.

Sin dirigirse a nadie en concreto, aunque esperaba que su Rey Hades la oyera y lo sopesara, murmuró una propuesta posiblemente suicida:

-Quizá... quizá habría que cerrar de nuevo la Puerta del Laberinto. Si escapan ahora, no sabemos lo que vendrá después. Pero sabemos a lo que nos enfrentamos aquí y ahora...

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++Le copio, Campeón. Taurón fuera.++

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++A la orden, Su Gloriosa Majestad.++

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++Majestad, los traidores Marqueños quieren renrise. Permiso para ejecutar a los prisioneros.++

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++Señora Marquesa, hemos recibido refuerzos. Corazón de la estación asegurado. Tres escuadras que anteriormente no contestaban ahora se declaran leales a Mi Señora de Angouleme.++

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Tauron me responde y, con ello, me queda claro que seguirá las órdenes al pie de la letra y no tengo nada que temer de que sus maniobras sean las equivocadas. De todas formas, el azar y las malas circunstancias del destino es algo que nunca puede ignorarse pues la fortuna es una fuerza poderosa del universo y en la guerra es durante el momento en que más peso cobra.

Pero solo me queda enfrentarme a lo que soy capaz de manejar y eso es, en este momento, las tropas enemigas que atacan la estación Iculisma por dentro. Escuchamos los disparos y sabemos que están por aquí, enfrentándose a los mercenarios marqueños.

Veo como Leónidas y Laertes se mueven en busca de oponentes y sé que no puedo quedarme atrás. Aprieto el paso, intentando alcanzarles a ellos y a Helicaón, quien también está adelantado de mi posición, para poder acabar con los enemigos de forma conjunta. La mejor manera de enfrentar a enemigos tan peligrosos como los persas.

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Con aquello solucionado, solo quedaba terminar de limpiar la estación. Suponiendo que no se encontraría con más supersoldados de momento, Laertes decidió cambiar de aquella espada reclamada a su fiable rifle, mientras replicaba a sus escoltas.

-Negativo, de momento desarmen y aseguren-dijo rápidamente. Ya habría tiempo para lo que hubiera de llegar. Sin embargo, eso solo sería si la escoria persa terminaba de ser barrida. Y para eso aún habría de derramarse más sangre. Solo esperaba que los marqueños estuvieran aguantando, o al final plantarían cara a quien sabía cuantos persas en solitario. 

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Atacar de frente a los Persas no es mi estilo, nunca lo ha sido. Detrás mío escucho a los nobles mandatarios del racimo seguir mis pasos, pero yo no soy de combatir a pecho descubierto, arrasando tropas y tropas enemigas. Observo el camino secundario, y no lo dudo, me adentro por él, buscando coger a los persas por retaguardia.

Sin embargo, debo tener cuidado. Si alguno descubre donde estoy podría encontrarme con problemas. Así pues, decido ir escondido. Es lo mejor, pillarles por sorpresa y matar a todos lo que pueda en cuanto pueda.

Así pues, ocultándome tras cada caja, cada recodo, cada esquina, voy adentrándome rumbo a conseguir la espalda de nuestros enemigos.

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La Marquesa continuaba su avance, lenta pero segura. Junto a Perséfone no pudo evitar escuchar lo qu eésta murmuraba y tuvo que controlarse para no lanzar una mirada airada hacia la mujer. ¿Acaso era el Rey Hades quien había cerrado la puerta del Laberinto? Sólo quería que todo pasara y se fueran de sus dominios. Todos. La información que le transmitió Caobán la tranquilizó un poco.

- Perfecto. Identifíquelas.- Ya habría tiempo para enjuiciar su comportamiento. Ahora con que no continuaran luchando le bastaba. Miró hacia atrás y se percató de que no había tenido en cuenta el lento avanzar de los heridos.

- Vamos, ya queda poco.- Ella se adelantaría ye iría preparando el material.- Perséfone, querida, ¿vos o su androide tienen conocimientos médicos?

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Cada paso era una tortura para Melpurgis. Las quemaduras eran profundas, y la sangre blanca y viscosa se veía entre los jirones de su ropa. Su máscara también se había dañado en el disparo del lanzallamas de Exedor. El fuego le abrasaba, y las heridas le impedían avanzar sin apoyarse en las paredes. En la distancia vio a la Marquesa.

Qué ironía... Mi vida está ahora en sus manos...En muchos sentidos.

No había recibido noticias de sus naves, pero los disparos habían cesado. Volvió a tocar el dispositivo de comunicación. -Bastille, ¿me recibe?

La voz del capitán sonaba forzada. -¿Falta alguna de mis naves?, preguntó y luego contestó a la pregunta anterior de su teniente sobre una evacuación. -Si el combate ha cesado, entonces quiero una lanzadera en el muelle de giro. Confirmado. Que me espere allí. Antes necesito pasar por la sala médica.

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El Emisario Urban pudo ver que Ladi Meyers, el oficial de inteligencia de Atenas se encontraba en un sitio a salvo. Después de ver que su vida no corría peligro inminente, el emisario se dispuso a seguir al Rey Leónidas.

Urban de Gólgota había perdido el rastro del Capitán Expurgare Melpurgis, no sabía donde se había metido el Merc, tal vez había seguido a la Marquesa para ponerse en algún lugar seguro. Con la vibroespada en mano fue avanzando con cautela manteniendo distancia con los dos iconos más representativos de la Alianza de Damocles.

<< Espero que el Rémora se mantenga al margen de la batalla a nivel espacial, no tenemos ni el armamento ni las defensas para aguantar una batalla de tal envergadura, seríamos aniquilados en cuestión de minutos. >>

Sus pensamientos seguían en su planeta, en su gente, sabía que se encontraba en una situación complicada y no estaba seguro de volver con vida a su planeta natal. Urban no quería establecer conexión de nuevo para evitar ataques informáticos en el Rémora o en su propio cuerpo de tecnomuerto, no quería que un virus se infiltrara en sus sistemas y añadiera un problema a la larga lista que tenía el General Óxido.

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++La lanzadera le estará esperando, Capitán. Nuestra flotilla está a salvo, por ahora. La "Lanza de Terra" ha sufrido daños relevantes. Los Persas se retiran y hemos cesado las hostilidades, aunque Arcadios y Espartanos todavía les persiguen.++

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Perséfone no se percató de que sus palabras acerca de cerrar la Puerta habían sido malinterpretadas por parte de la Marquesa. De hecho, la interpretación de su sugerencia por parte de ésta la habría sorprendido por simplista, por lo que si la hubiera captado tampoco habría creído que se trataba de eso.

Pero sí la escuchó preguntarle acerca de sus conocimientos médicos, o los de Octo. Negó lastimosamente.

-Me temo que no, Marquesa. Ni Octo ni yo estamos preparados en ese campo. Lo siento...

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Poco a poco parecía que se iba recuperando la situación de la estación, lo que tranquilizaba a Trescaras, que avanzaba cerca de la Marquesa hasta el centro médico. Había algún que otro herido entre los embajadores (él mismo incluido) por lo que cuando acabara toda aquella situación, seguramente más de uno pasaría por la enfermería. Aún herido, no estaba muy preocupado por su estado, y aún podía aguantar perfectamente con las heridas provocadas por aquel lanzallamas del guardaespaldas persa.

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Ahí estaba el enemigo, de nuevo. Esta vez, sin embargo, no se trataba de dos supersoldados, si no de aquellas dos grotescas formas y un par de grupos de soldados. Quizás demasiado para morder en solitario con Leónidas, o quizás no, pronto se sabría. De todos modos, indiferente a aquello, alzó su rifle disparando sin dudar contra una de las figuras obesas y retorcidas, con desprecio e ira en su mirada.

-Pyrena, ¿cómo va la cosa ahí arriba?-preguntó por el comunicador, mientras sentía el agradable golpe del retroceso del arma. Un impacto que significaba que había hecho blanco, y seguramente mella, en aquel ser. 

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Le preocupaba lo que estaba sucediendo en el espacio, la batalla espacial era posiblemente más determinante que la que ellos estaban librando en Iculisma. Sin embargo no tenía ningún tipo de capacidad de interacción en esa batalla. Su lugar estaba con los pies pegados al suelo y allí es donde debía brillar.

La servoarmadura le confería algo de seguridad frente al conflicto que se avecinaba. Sabía que la tecnología de su dorada protección le servía para poder llegar hasta el cuerpo a cuerpo donde su lanza era un arma completamente devastadora. Para eso necesitaba abrirse paso y llegar a la corta distancia donde podría ser realmente útil al combate. Intentando sacar todo el partido posible a su equipo trató de moverse para llegar al conflicto. Con naturalidad inclinó su lanza para facilitarse el movimiento y marchó a la búsqueda de los enemigos.

En la cabeza del suprahumano no paraban de resonar las palabras del embajador Ziro y los nombres que había pronunciado.

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Finalmente habían llegado a la sala de espera del ascensor. Los heridos parecían tener dificultades para mantener su paso así que decidió esperar un poco. A veces le costaba ponerse en la piel de los demás y no había tenido ningún miramiento hacia el séquito de heridos que la seguían como unos patitos a la mamá pato.

- Pues que el androide se quede en guardia.- Ordenó con firmeza a Perséfone. Si iba a hacerlo todo ella sola necesitaría al menos estar segura.- Trescaras, que no entre nadie a molestarnos ahora. Vamos a ver qué puede hacerse por estos desgraciados.

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Meyers caminó renqueante, haciendo gran esfuerzo, hasta el lugar donde la Marquesa se había detenido. Parecía un cuarto con diverso material sanitario.

- Marquesa de Angulleme - la saludó apretando los dientes con dolor -. Es una lástima que no la visite en mejores condiciones - dijo mirando su camisa con un agujero en ella por donde se veía claramente su abdomen enrojecido y en parte quemado -. He tenido problemas con una tostadora - logró decir tratando de imprimir un poco de distensión en aquello momentos tan complicados.