Partida Rol por web

El sidhe escuchó con atención conteniendo la borrasca mientras apañaba la pierna de Meredith, hasta que llegó a la parte de Silveth. Shyam continuaban con los ojos fijos en su pierna, pero todo su cuerpo se puso en tensión como si fuera a saltar a la batalla en cuanto soltasen el disparo. Cerró los puños con tanta fuerza que se le quedaron blancos los nudillos y notaba brasas en las mejillas. Sólo pudo pensar que no le habían torturado lo suficiente por todo aquello.

Se levantó despacio, como si le costase ser dueño de lo que hacía. En su mirada no había rastro de compasión o dolor, sólo las ganas vivas de hundir el acero en el pecho de alguien repetidas veces y pasar al siguiente.

-Voy a buscar a Van Doren. Vosotros os quedáis en el Feudo hasta que venga Damara -ordenó, mano sobre la empuñadura-. Avisad a quien falte, si podéis. Cuando estemos todos...

Alternó su mirada entre la sátiro y el pooka, pero no terminó la frase. Quizá porque no sabía qué iba a hacer, o quizá porque lo sabía demasiado bien.

Las palabras de Meredith le sonaban irreales. A lo mejor porque estaba haciendo un esfuerzo consciente por no imaginarse un montón de Oscuros destruyendo su hogar y matando a sus amigos. Pero sabía que era verdad. Se lo había dicho Meredith y se lo había dicho Stevron.

Estaba contento de que Shyam hubiese tomado el mando, porque se sentía paralizado. Pero su amigo estaba enfadado, y le hizo ver que estar enfadado era la manera correcta que sentirse. O al menos, mejor que estar paralizado de tristeza. Se volvió hacia Meredith y le rodeó los hombros con el brazo.

-Vete con Rose -le susurró-. N-nosotros... Cuando llegue Damara... La espero.

Meredith asintió.

-Gracias, Shyam. -Y no estuvo claro si le agradecía que tomase el mando o que se hubiera enfadado tanto. La sátiro parecía tan derrotada que era incapaz de sentir ira, y la ira les daría la energía que necesitaban en un momento tan oscuro. Sujetándose a Rose, que la miraba con gran incomodidad, Meredith inició el corto camino de vuelta al feudo, que con su cojera tardaría un poco más.

Shyam llegó a casa de Van Doren y, para su sorpresa, la encontró rodeada de policía y a una nube de curiosos tratando de ver algo más allá de las barreras policiales. Preguntando entre la concurrencia logró entresacar que había habido un asesinato en el interior. Tras lanzar un cantrip para intentar llegar a la pooka, se vio conducido hasta una comisaría del centro. Algo muy gordo había pasado aquella noche en el Terciopelo.

Shyam se marchó, y Rose y Meredith emprendieron la marcha. Tras un interludio de resoplidos y suspiros Calandra se levantó del bordillo. Antes de emprender el camino al feudo se acercó a la cabina e introdujo algunas monedas en la ranura. Se puso el auricular en la oreja y marcó el número de su casa, sin dejar de mirar por encima del hombro como si el corby entero le fuera a saltar encima.

La ronquísima voz de Larry contestó al otro lado.

-¿Cal? ¿Qué haces llamando a estas horas? Por dios, ¡es sábado! Algunos trabajamos en lugar de pasarnos el día de fiesta, bonita...

Cuando reconoció la voz de Larry se le escapó un gemido de gaviota moribunda y agarró el auricular con las dos manos.

-Larry. Ay, Dios... Larry, escúchame. Hoy no... a lo mejor hoy no voy a casa, tengo algunas... algunos recados. Importantes. Escucha. No has recaído ni nada, ¿no? Bien, pues no lo hagas. Como te acerques a una aguja voy a limpiar todo San Francisco con tu culo gordo, ¿me oyes? Entérate bien. Y si... Cuando se despierte Wy, como a media tarde, dile de mi parte que es una marica envidiosa.

-No, no me he metido nada. Esa medicina que me diste ha funcionado bastante bien y no tengo intención de... -Larry calló un momento-. ¿Te han echado de casa otra vez, cariño? Ah. Así que Wy tenía razón, ¿eh? -Cuando volvió a hablar con Calandra, Larry soltó una risita-. Cal, zorra asaltacunas, cómo te lo has montado... ¿Qué? No, Craig, no hablaba contigo. En la nevera debes de tener algo para beber. ¿Qué le digo a tu príncipe azul, Cal? Parece confuso por el hecho de que son las siete de la mañana y le has dejado tirado...

-¿Es Craig? Dile que se ponga -pidió, y tapó el transmisor con una mano para sorberse los mocos y respirar profundamente.

Craig se puso al teléfono después de que Larry se lo tendiera.

-¿Cal? ¿Ha pasado algo?

-Escúchame. No salgas hoy, ¿vale? No te v-vayas con nadie. Sólo Sh... Andy. Van Doren. O yo. A casa de... a donde Van Doren, no. No te acerques. Es muy importante, ¿me oyes?

-Creo que debería irme a mi casa. Mi madre estará preocupada -murmuró, inseguro-. Le prometí a la señora Van Doren que no iba a darle más disgustos.

En la cabina, Calandra asintió enérgicamente.

-Sí. Vale. Pero ten cuidado. -Tras un momento de duda recogió lo que le quedaba de voz para añadir:-. T-te quiero.

Y colgó el teléfono.

Calandra encontró de camino a Rose y Meredith, justo cuando cruzaban un paso de cebra hasta la mansión Whittier. Fue extraño mirar hacia el feudo y no ver ni las gárgolas defensoras ni los intrincados torreones que se perfilaban junto a ellas. La mansión era hermosa para los mortales, pero no tenía comparación con lo que había sido antes.

Cruzaron el jardín y abrieron la puerta. La mansión estaba en silencio, fría y oscura, pero carecía del encanto que había tenido anteriormente. En la puerta había señales de lucha; los muebles habían ardido y algunos crujido bajo las espadas y las hachas, pero no quedaba más que la madera. El salón del trono era una sala vacía con cuatro sillas disparejas y una chimenea apagada y helada.

El cuerpo de un niño de color yacía junto a ella. Las marcas descritas por Meredith estaban a la vista: el Oba había perecido al romperse el cuello. No lejos de allí yacía Bernardette con el costado herido y un charco de sangre bajo ella. Aún estaba caliente. En las manos llevaba su fiel escoba, rota y chamuscada.

Al agacharse para mirar la expresión indignada de Bernardette, Calandra notó un detalle. El suelo estaba limpio y no había dejado huellas. En el haz de luz que entraba desde la ventana no había partículas en suspensión. No había polvo ni telarañas. Bernardette había logrado su cometido, finalmente.

El enfado se fue diluyendo dejándole un sabor amargo y un ansia por vengarse que nunca terminaría de saldar, pero todo eso perdió fuerza cuando llegó al Terciopelo. Se quedó sin habla y salió a toda prisa pensando que el ataque se podía haber prolongado hasta Van Doren. Por suerte, descubrió que estaba viva y gracias a un Cantrip no le fue difícil localizarla en la comisaría. No tenía paciencia para lidiar con eso, ni el ánimo, pero tenía que ser cuidadoso al tratar con la policía, de modo que se presentó como familiar de la pooka y pidió hablar con ella.

Le indicaron que la señora Van Doren estaba detenida y que no podía ver a nadie. Era preciso que prestara declaración y fuese interrogada, por lo que al menos en las siguientes seis horas estaría incomunicada.
 

Había cruzado el jardín y entrado en la mansión con el corazón oprimido, mirando a su pesar aquel aspecto del feudo que nunca había querido conocer. Sin embargo, tan pronto como entraron en el salón del trono y vio los pies de Suri, su resistencia venció y se volvió para bloquearles el paso a Meredith y a Rose.

-Sácala de aquí -le dijo a Rose-. Marchaos. Llévala... no sé, está herida. Llévala al hospital.

El sidhe supo que poco se podía hacer, y no quería arriesgarse a hacer alguna locura. Sin embargo, intentó averiguar quién era el fallecido alegando que había ido a la fiesta, al igual que muchos de sus amigos.

Una detective le hizo pasar a su escritorio. Le mostró una foto que olía a líquido de revelado en el que se veía a un hombre de barba y pelo negros con señales de pelea en la cara (un labio roto y una mejilla tumefacta) y una herida insinuada en el cuello que la mujer ocultó con otra foto dada la vuelta.

-La víctima es un varón de unos treinta años. No estaba identificado. ¿Le conoce?

Shyam le había visto en la fiesta charlando con Van Doren. Iba vestido de calle y no se había inmiscuido en ningún juego.

Shyam prestó atención a la foto y tardó un poco reconocerlo.

-Lo vi en la fiesta, pero no lo conozco. No parecía muy participativo.