Partida Rol por web

Iris chasqueó los dedos de su mano derecha, sonriendo a la ladrona. - Ahí quería yo llegar. Creo que la gran raíz de todo esto proviene del Centinela. Si no hay una figura del orden contra la cual combatir, ¿para qué va a ponerse alguien un traje y salir a buscar camorra? - preguntó ladeando la cabeza - Probablemente él, sea quien sea, piense que es la cura de esta ciudad, pero yo pienso que si no existiera las cosas estarían más tranquilas. Aunque también es cierto que algunos atentados hubieran ocurrido sin remedio. -

Felina ladeó la cabeza y asintió a sus palabras. Lo cierto es que nunca había llegado hasta esa conclusión, pero sus pensamientos ya iban dirigidos hacia ella. Aunque quizá decir que toda la culpa era del Centinela era pasarse un poco.

-Quizá tengas razón. Pero, entonces, ¿por qué no vas y se lo dices en vez de vestir tú también de plateado? Está muy bien tirar las piedras cuando no te ven, pero tú también vas pateando culos. No sé si te has dado cuenta. Y creo que consideras bueno lo que haces.

- Creo que me has malinterpretado. Sólo aventuraba el origen de todo esto. El por qué, pese a que el Centinela lleva por lo menos 30 años existiendo en esta ciudad, no haya sido capaz de acabar con esta enfermedad que son los villanos disfrazados, nisiquiera con nuestra ayuda. - dijo sin molestarse por los comentarios de Romy. Se tumbó en el suelo cuan larga era, mirando a los ojos a la ladrona

- Claro que considero bueno lo que hago, al igual que tú consideras bueno lo que haces, ¿me equivoco? ¿O cada día de trabajo es una agonía, cariño?

-Oh, sí. Son buenísimas acciones todo esos robos. Un gran ejemplo -dijo en un tono que dictaba mucho de ser serio-. Es todo un entramado plan para restaurar la economía de Betlam y devolverle lo que le pertenece al pueblo y a los desamparados. Claro. En realidad soy la máxima expresión de la caridad.

Sus labios se curvaron en una sonrisa socarrona. La miró fijamente y asintió con convicción. Después dejó aquella patraña de mentiras a un lado, suspiró y entrelazó las manos rodeando ambas rodillas.

-Yo sólo agonizo cuando me disparan. Y aciertan.

- Tienes suerte de que no lo hagan habitualmente. Es una de las razones por las que me gusta atacar de lejos. - comentó ella y giró sobre si misma para quedar tumbada mirando a la ladrona. Apoyó la cabeza en las manos y los codos en el suelo: en sus ojos brillaba la curiosidad. - Oye Felina... ¿por qué haces todo esto? Me refiero a los robos, claro. ¿Es por pura avaricia? ¿Qué haces con todo ese dineral que sacarás con lo que robas? -

Le gustaba que le hicieran aquella pregunta, quizá porque era lo más extraordinario de toda su personalidad como Felina. De modo que sonrió, esta vez orgullosa pero sin prepotencia.

- Hay dos cosas que deberías saber sobre mí. Primero: -Alzó la diesta levantando el índice- no robo por encargo. Nunca. Y segundo: tampoco lo hago por dinero. -Bajó las piernas, estirándose en el suelo aunque sin llegar a tumbarse como lo hacía ella-. Supongo que es avaricia, o codicia, pero no la que se puede pensar. Soy caprichosa, y mis caprichos son demasiado hermosos y valiosos como para poder comprarse. Aprendí a robarlos.

La ladrona se encogió de hombros, indiferente a lo bien o mal que podía estar aquello.

- ¿Y tú por qué disparas a los malhechores?

- Bueno, dicho así no suena tan mal. - la vigilante sonreía divertida por la forma en la que Felina se explicaba - Supongo que si te gusta y tienes la capacidad para conseguirlo... ¿por qué no intentarlo? Aunque no me tengas en cuenta estas palabras, sigues siendo una malechora para mi. -

Iris le guiñó un ojo y miró hacia otro lado ante su pregunta, distraída. - Bueno. ¿Por qué no? - la musa griega observó la expresión de Romy y suspiró, rindiéndose - En realidad... es lo único que se hacer. A la gente la gusto, o eso parece. Así que creo que mientras que otros se pueden dedicar a lo suyo de verdad, en la sombra, como hacen Polecat o Sentencia, algunos como Horus y yo debemos estar un poco más frente a los focos. La gente lo necesita. -

Sus palabras eran ciertas. Ella y el egipcio, junto a Adalid, eran los más famosos de todos los que hacían de justicieros en la ciudad. Habitualmente los había visto en la televisión, incluso Horus ya había hecho alguna entrevista para la tele. Todo el mundo admiraba a Horus, pero lo que sentía la gente por Iris era sencillamente amor. Siendo la cara amable de los vigilantes y un faro de luz que iluminaba la ciudad, la opinión pública se había volcado en ella desde el primer minuto.

Romy miró hacia el cielo, buscando en él algún tipo de respuesta. Aunque tenía el carisma necesario, igual que Weasel, a ella no le podía la fama. No le interesaba despertar algo en la gente, una falsa sensación de seguridad.

-Y supongo que os parece lo correcto -dijo, y por la forma en que lo hizo casi parecía una acusación-. Darle a la gente la falsa sensación de que están protegidos y que la ciudad va a ir a mejor cuando el índice de criminalidad está por las nubes. Claro, ¿Por qué no darles ese remanso de paz? ¿A caso se lo han buscado?

Felina escupió a un lado, repentinamente invadida por aquella amarga sensación de que Betlam no se merecía el cuidado de todos los Vigilantes. Se levantó, asqueada, y apoyó los brazos sobre la cornisa que se alzaba hasta sus caderas. Ella había tenido la desgracia de mirar la cara más cruda de la realidad y saber sobreponerse. Otros no habían sido lo suficientemente fuertes.

-Cada uno se busca su suerte -masculló.

Iris suspiró de una manera un poco triste. Se levantó despacio mientras observaba la espalda de la ladrona, acercándose muy despacio, andando apenas un paso cada cinco segundos. - La gente tiene que tener esperanza. Si no, la ciudad sería un caos ya mayor del que es. Hay gente que necesita eso. - al final se colocó junto a Romy, sentándose en la cornisa pero mirando hacia adentro. Colocó su mano en el hombro de ella. - Hay gente horrible ahí fuera, pero también mucha gente que no tiene culpa de nada. ¿Realmente quieres que más gente pase lo que gente como nosotros hemos tenido que pasar? Si algún dia tienes hijos, ¿quieres que vivan en una ciudad así, temiendo lo que les pueda ocurrir todos los días? Porque yo no. -

Felina miró su mano y después siguió la largura de su brazo hasta el rostro disfrazado de la arquera. Su expresión delataba su falta de credibilidad.

-¿Quién querría tener hijos en un lugar como este? –dijo con tal convicción que si ella misma se hubiese podido escuchar una década más tarde no habría podido creer sus propias palabras-. Antes vivían así. Vivíamos de esa manera. ¿Se nos ha olvidado ya cómo hacerlo sin la sombra de un ser enmascarado que nos cuide? Eso, Iris, me parece lamentable. Se supone que somos seres inteligentes, pero cuando nos dan de comer siempre en un comedero se nos olvida cómo cazar. Nos acostumbramos y nos volvemos inútiles.

La mujer resopló con suficiencia, desviando la mirada hacia el horizonte donde entre la negrura se encontraba el mar. Se irguió cruzando los brazos bajo el pecho con expresión disgustada, casi enfadada, como si buscase alguien a quien achacarle todas las culpas sin lograrlo.

-Yo no necesito la seguridad de un Dios que me proteja. Sé cuidar de mí misma.

Se dio cuenta al instante de que eso no era del todo cierto. El Centinela la había salvado una vez, e Iris otra –más o menos. Claro que, si lo pensaba detenidamente, jamás habría estado a punto de deshacerse en una cuba de ácido de no ser porque él existía, ni tampoco se habría metido a darle una paliza a la mafia si Iris no le hubiese ofrecido colaboración. En ambos casos, dependiendo del punto de vista, se podía decir que de no haber existido aquellos enmascarados nada de aquello habría ocurrido. Probablemente, ni siquiera hubiese decidido llevar un traje. Cada vez se daba más cuenta que aquello parecía un contagioso virus, muy contagioso y peligroso.

- No te falta razón, pero mientras algunos como nosotros podamos cazar, prefiero ésto a que la ciudad se vaya al garete. -

Iris quitó la mano de su hombro y miró en aquella dirección durante unos cuantos segundos más, en silencio, pero al final añadió:

- Además, si no vistiera este traje no hubiera conocido a alguien como tú. -

De nuevo en el primer punto, pensé Romy. Lo que deberían hacer todos es dejar las máscaras a un lado, algo que estaba muy lejos de llegar a ocurrir, de modo que la opción por la que optaba Iris era la más adecuada. Miró de reojo a la Vigilante y volvió a perder la vista en el horizonte. Se le habían quitado las ganas de hacer chistes.

-No tengo nada de excepcional. No más que cualquier otro.

- Pues yo creo que sí. Me pareces más interesante que el Centinela. Tú también estás... no sé, como por encima de todo esto. Vives en tu línea y nada parece conseguir sacarte o moverte de ella. Es... hipnótico. - dijo sin mirarla, con la vista fija en algún punto indeterminado de la mezcla de luces y sombras de la ciudad

- Al menos a ti puedo verte aquí, y hablar normalmente contigo. El Centinela... a veces es como si no existiera.

Felina esbozó una sórdida sonrisa y alzó la cejas, mirando despistada hacia arriba.

-Pues te digo yo que sí existe -comentó con gracia-. Y, respecto a lo otro, no me creo en el derecho de juzgar a nadie. Prefiero quedarme a parte y ya está. Tengo la conciencia más tranquila y menos cargada.

- Me alegro de que decidieras tomar ese camino: me gusta así. - Iris bajó de la cornisa para apoyarse en ésta junto a ella, pegando su brazo al suyo. Su mano derecha cogió la izquierda de Romy, perfilando las garras de la muchacha con los dedos. Estuvo así unos pocos segundos y entonces giró la cabeza para mirar a la ladrona - Lamento no haberte llamado, debí dejarme tu número en el otro traje... -

El roce con sus uñas no le resultó molesto, aunque sí la cercanía, acompañada de una mirada significativa y una indirecta muy clara. Se preguntó por qué había tenido que decir aquella tontería. Notaba los ojos avizores de Iris sobre ella igual que si fuese un águila al acecho. Fingió estar muy atenta al edificio que estaban construyendo más allá, cambiando el peso de pierna sin que fuese demasiado descarado.

-Am. No importa. -Carraspeó y se atrevió a echar un vistazo a la mano enguantada de la arquera-. Tampoco iba muy en serio.

Movió los dedos sobre la palma de la Vigilante, rasgando suavemente la tela, y se deshizo del contacto para tomar asiento en la cornisa.

Iris se quedó fijamente mirando su guante ahora ligeramente rasgado. Tardó varios segundos en responder.

- Me vas a romper el corazón, cariño. - dijo con un tono que aunque no parecía muy sentido sí que tenía un ligero toque de decepción. La vigilante estiró su larga figura, desperezándose con elegancia y colocando después una mano en su cintura. - ¿Por qué lo haces tan difícil? No hay nada de malo en ello... -

Recobró su sonrisa, algo más cauta y sugerente. - ¿Me vas a decir que rechazas pasar un buen rato sin complicaciones? Se me va a caer un mito... - susurró

Felina se irguió en su sitio, cada vez más tensa. Recorrió la distancia que iba desde ella hasta la Vigilante con la vista y la miró de arriba abajo, examinándola con detenimiento por primera vez. Había que reconocer que era una mujer con porte, desde luego, pero no era algo que le atrajese de todos modos. Meneó la cabeza de lado a lado, dubitativa.

-No es tan fácil cazar a la gata, cariño. -sonrió juguetona durante un instante-. Además... tienes demasiadas curvas para mi gusto. Y enseñas más que yo, que ya es decir. A mí me gustan más... -Dibujo un rectángulo en el aire con los dedos índices-. Ya sabes. Masculinos. Lo siento si te he confundido, Iris -se excusó.

Cruzó las piernas con un movimiento elegante, echándose ligeramente hacia atrás. Definitivamente tenía que haberse ahorrado aquella broma.

Iris murmuró un 'Oooh...' juguetón y suspiró después, apoyándose en la cornisa. - La verdad es que es una pena... créeme que conseguiría que te perdieras en estas curvas que dices. - le dijo en un tono que no parecía seductor, si no que se creía sus propias palabras. - No te preocupes. -

Se sentó y el silencio se hizo de nuevo entre ellas. Los segundos volvieron a correr hasta que Iris decidió tumbarse de lado mirando en dirección contraria a Romy. Aunque estaba en silencio, sus hombros comenzaron a convulsionarse ligeramente.

Felina relajó los hombros aplacando interiormente la huella de malestar. Suspiró quedamente. Entonces reparó en el estado de la arquera sin llegar a entender muy bien lo que estaba pasando. Se acercó arrugando el ceño y le pasó una mano por el pelo.

-Iris, cielo. ¿Qué pasa?