Partida Rol por web

El culatazo dejó a Theresa tirada en el suelo. Con el golpe sus músculos pasaron de estar rígidos a estar flácidos.

Elliot arrancó los cables tanto del respirador como del portátil, y los que comunicaban a éste con la máscara de realidad virtual y ató fuertemente a la chica.

Le arrancó el respirador, que tenía un tubo que entraba por la tráquea y vomitó algo del líquido blanquecino y quedó tumbada en posición fetal sin haber recobrado el conocimiento.

El humo resultaba adormecedor incluso con la toalla mojada y notó su sabor ácido. Encontró relativamente cerca de la puerta a un hombre con pinta de haberse echado a perder y lo reconoció como un cantante indie que había caído en desgracia hace unos años por su adicción a las drogas. Lo sacó arrastras.

Parecía imposible hacerle despertar pero Elliot se las apañó para forzarle un vómito lleno de bilis con olor a licor y coágulos de sangre y eso le trajo de nuevo, aspirando ruidosamente el aire puro.

Arrastró al individuo unos metros hasta quedar parapetados tras una de las caravanas aunque sin perder de vista la entrada de la tienda por si había cualquier movimiento. Le costó muchísimo que recobrara el conocimiento. Hasta que no vomitó lo que tenía dentro no fue capaz de abrir los ojos y los coágulos de sangre alertaron a Elliot. Pensó que lo que estaban inhalando no sólo los narcotizaba sino que podía estar envenenándolos. Eso o bien podían haber ingerido algo más. Drogas y alcohol no estaban descartadas con aquel tipo, pero no pensaba que nada en este rito se hubiera dejado al azar y todos podían estar afectados de igual manera. ¿Y si aunque fueran sectarios estaban sacrificándolos? Si era la entrada al inframundo lo que estaban buscando, un montón de personas moribundas tal vez podrían guiarlos hasta allí; un montón de acólitos descartables y agonizantes a los que se les mostraban variaciones posibles de trazos con los que tratar de recomponer el nombre que necesitaban. O tal vez eran voluntarios. Un músico de rock como aquel era un buen ejemplo de personaje autodestructivo y tratándose de una secta seguro que se les había prometido un insigne destino. ¿Y en el crucero? Allí había cientos de personas. ¿Querrían sacrificarlos también?

Tras hacer vomitar a aquel hombre, Elliot lo tumbó boca abajo, reteniendo sus brazos en la espalda y sentándose sobre él para inmovilizarlo. Se colgó el fusil y le registró los bolsillos en busca de alguna llave que pudiera pertenecer a uno de los vehículos. Luego sacó el cuchillo y lo colocó sobre su cuello. ¿Serían o no sectarios?

—Dime —susurró acercándose a su oído—, ¿dónde está Vendela?

Sin hacer amago de levantarse, tembloroso y con aliento halitósico el hombre habló en susurros, como si le faltara aire.

—Ni idea, nos dio un par de charlas sobre el Arte de la Memoria. Hace meses.

Mirándole a los ojos se puso a llorar.

—No es el momento de venirse a abajo, al menos estás vivo —susurró con tono de desprecio—. Si quieres seguir estándolo explícame qué está sucediendo en la tienda. Y hazlo rápido —apretó un poco más el cuchillo sin llegar a herir su piel. Si había que evitar que todos se envenenaran no tenía tiempo que perder.

—Somos una clase avanzada de psiconautas.

Esperó unos segundos, como esperando la reacción de Elliot.

—En la lección de hoy estábamos haciendo un viaje astral en busca de una presencia angélica con intención de servirle de médium.

Como tantas otras veces, Theresa, nuestra maestra, nos guiaba.

Tomó aliento.

—Pero algo salió mal y me hundí en una ciénaga.

Empezó a sollozar.

—Me asfixiaba y noté manos que me agarraban. Muchas. Tiraban de mí de todos lados ¡Fué horrible! ¡Horrible!

Su voz se hacía más incomprensible sumergiéndose en el llanto.

Debía tomar una decisión rápido si tenía que salvar la vida de la gente en la tienda. Por las palabras y gestos de aquel hombre le pareció que había supuesto bien al pensar que podían ser acólitos de segunda, gente con ciertas dotes engañada para ayudar a los sectarios a encontrar la forma de entrar al pozo. Habían estado preparándolos, enseñándoles lo que necesitaban saber, y hoy había llegado el día de sacrificarlos. Podía equivocarse en su suposición, sin duda, pero prefería que fuera así a dejarlos morir pudiendo ser inocentes.

–Nada ha salido mal, Theresa os ha llevado hasta allí, sabe muy bien lo que hace. ¡Vamos! –dijo Elliot levantándose y tirando del hombre–, ayúdame a despertarlos o ya no lo harán jamás.
 

Rajó la lona sin dificultad abriendo grandes agujeros en la tienda.

Le costó un poco más conseguir que las brasas dejaran de humear.

Mientras acababa de apagar el fuego uno de los durmientes se levantó silenciosamente. Su expresión, entre gozosa y confusa y su cara, en un gesto extrañamente desencajado, hicieron saltar todas las alarmas de los sentidos de Elliot.

Descolgó el fusil de su espalda y apuntó al durmiente que se estaba incorporando. Con un vistazo rápido trató de averiguar si era el único que se movía y se desplazó sin quitarle la vista de encima para asegurarse que no tenía a nadie detrás.

El gesto desencajado del tipo le hacía parecer vagamente humano y Elliot temió que una presencia del inframundo hubiera tomado posesión del hombre. ¿Qué haría entonces? Era posible que fueran inocentes pero no estaban en una isla desierta y no podía dejar que algo monstruoso vagara por los bosques y llegara a una zona habitada.

–¿Quién eres? –preguntó.

El hombre levantó lentamente las manos, mostrando las palmas. Relajó su gesto pero eso no ayudó a hacerlo más humano. Tampoco parecía esforzarse en actuar. Esbozó una sonrisa lobuna para hablar con una voz un poco ronca.

—Sólo soy una persona a la que se le ha dado una segunda oportunidad. No quiero desperdiciara así que no tienes nada que temer. Sigue tu camino…

Independientemente de lo disuasorios o sospechosos que pudieran resultar sus razonamientos Elliot notó que el regresado era incapaz de defenderlos con la más mínima emotividad. Era la antítesis de esas personas que vuelven de una experiencia cercana a la muerte. Parecía más bien un extraterrestre soltando una retahíla de memoria de la que no tiene ni idea de su significado.

Elliot escuchó varias toses que provenían de cuatro de las personas tumbadas que se empezaban a revolver, a punto de despertarse, quizá para vomitar. Pero la apertura de sus sentidos a la línea entre lo onírico y la vigilia y su estado de alerta le hicieron notar que éstos no eran peligrosos sino al menos otros tres que habían despertado y fingían dormir mientras sus músculos se tensaban, como esperando una señal para lanzarse sobre él.

Eran ellos. Ahora los tenía frente a sí. El hombre levantaba las manos y le pedía seguir su camino, pero al menos otros tres ya estaban preparados para asaltarle. No podía permitir que le tomaran prisionero siendo conocedor del nombre que buscaban. Tampoco dejar libres a los responsables de lo sucedido a Sophie, a Édith, a Ellisif, a tantos otros. A él mismo. Cuando descendió junto a Albin, Gabriel, Leah y Daniel al subterráneo de Danube, cuando asaltaron el jardín donde se escondían, ya había tomado una decisión y un arma. Entonces no había tenido oportunidad de usarla pero tal vez ahora sí.

El hombre en pie no era como el músico a quien había despertado. No era alguien que había estado a punto de morir y que lloraba por la terrible tensión sufrida. Elliot pensó que aquellos acólitos de usar y tirar estaban siendo utilizados como recipientes humanos para ser poseídos por otros de ellos, ¿muertos?, ¿era eso posible? Tal vez habían estado perdidas sus almas, extraviadas en la ciénaga que el músico había visitado en su sueño, y ahora se habían abierto paso hasta aquí.

Sin pensarlo un segundo más ni dejar al hombre volver a hablar, disparó.

Disparó al hombre en la cabeza dejándole un pequeño agujero en el cráneo. Su cuerpo se quedó flácido y su cabeza mirando al suelo, pero no cayó.

Inmediatamente Elliot disparó al tronco de uno de los que fingían dormir y otros dos se levantaron del suelo. El más cercano trató de echar a correr pero tropezó torpemente con uno de los que dormían. El otro corrió con mayor destreza pero Elliot lo frenó en seco de un disparo en el pecho.

En ese impass el que había tropezado recuperó el control de su cuerpo y se lanzó sobre él tratando de desarmarle.

Sería un hombre de unos cincuenta años, delgado. Echaba espumarajos por la boca y mordió a Elliot con gran furia pero sin mucha fuerza, acción que aprovechó éste para tirarlo al suelo y dispararle a bocajarro.

Durante la pelea dos de los durmientes, un hombre calvo y una mujer de pelo rubio salieron corriendo torpemente pero a gran velocidad.

En cuanto se zafó de su atacante,Elliot salió de la tienda en su persecución.

Habían seguido la carretera y ya los tenía a tiro cuando un enorme SUV apareció en contradirección, frenando frente a ellos. Ambos pararon frente al coche.

Elliot estaría a unos treinta o cuarenta metros.

Elliot frenó la carrera y aunque siguió avanzando hacia los que huían abandonó el centro de la carretera y se aproximó a una de las cunetas para, en caso necesario, buscar cobertura entre los árboles. Seguía teniendo el fusil en alto pero dada la distancia no se creía capaz de acertar sin correr el riesgo de darle al vehículo. Podría estar ocupado por gente inocente aunque era extraño que hubiera aparecido en contra de dirección, por lo que no bajó la guardia. Agathe y las demás debían seguir en el crucero pero quién sabe cuántos de ellos podrían estar en la isla.

La puerta del copiloto se abrió un poco y el hombre calvo se lanzó sobre el ocupante del coche sacando, entre forcejeos a una mujer joven, afroamericana. Ambos cayeron a la cuneta.

Mientras tanto, en el otro lado del coche, la mujer rubia se lanzó por la ventanilla del piloto y su cuerpo se quedó medio dentro, medio fuera, peleando con el conductor.

Para ese momento Elliot ya estaba casi a su altura. A pesar de la cercanía el único disparo claro era contra la parte de la mujer rubia que había quedado fuera del SUV.