Partida Rol por web

Era evidente que la señora tenía carisma y dotes de mando. Es más, Elliot supo que la excentricidad que mostraba era una técnica común en los onironautas, una “armadura de personaje” que servía tanto para protegerse contra posibles intromisiones de otros soñadores como para entrar en los sueños de los demás.

—¡Eso es de lo más interesante!

La chica chocó su mano con contemplativa serenidad. Tenía los dedos largos y cálidos y sus ojos grandes, marrones y un poco saltones miraron a los de Elliot expresando cierto brillo, como si saboreara ese encuentro como el primer bocado a un buen pastel.

—Hola. Soy Ellen. Ellen Lloyd. Agathe es nuestra mecenas y protectora.

Tras comprobar la aprobación gestual de Agathe, Theresa preguntó.

—Voy a cocinar… Adam, ¿te quedas a comer?

Elliot sabía que si alargaba su velada tendría que quedarse a dormir. A partir de media tarde no habría posibilidad de llegar al ferry.

Observó a la señora con interés. Había mucha fuerza en su figura, como si fuera una vieja gloria del teatro y supiera llenar una estancia solo con su presencia y su voz. Le asaltó de inmediato la intuición de que podía ser una onironauta y que cultivaba esa presencia suya como una técnica cuidada para servirse de ella en su arte. No era la primera intuición acertada que había tenido acerca de los sueños ni podía ser tampoco casualidad que un lugar que había visto en ellos y al que se había sentido llamado estuviera habitado por alguien que sabía cómo dominarlos. ¿Era posible que hubiera sido convocado hasta el faro por ella de algún modo? Estaba allí para averiguarlo, así que miró un momento a Agathe para buscar su beneplácito antes de contestar a Theresa:

-Sí, muchas gracias, me encantaría.

Si debía pasar la noche allí probablemente averiguaría si lo de llamarla "bruja" era solo un mote o había en ello algo más. Solo esperaba no tener que averiguarlo de forma traumática.

Agathe se retiró a reposar encomendando las tareas de la comida a los jóvenes. Theresa le servía de informante a Elliot comentándole todo aquello que consideraba que necesitaban explicación. Por ejemplo, de normal Agathe se echaba cuatro o cinco siestas al día y había días enteros que no salía de la cama.

Nao se involucraba en todas las tareas y miraba con curiosidad infantil a Elliot. Las otras chicas se dirigían a ella con un cariño especial y ella respondía con algún gesto. Nunca con palabras. Theresa le explicó al soñador que ella no era muda ni nada parecido, pero que a veces se pasaba días sin hablar.

Ellen era, según Therese, una gran cocinera y una persona muy cabal. La chica tenía una preciosa voz aterciopelada y las otras le hacían caso como si fuera un suboficial en ese extraño ejército. Hubo un momento, justo antes de acabar la comida -pasta italiana casera- en que sólo ella y Elliot se quedaron en la cocina.

—Entiendo que hayas vuelto de visita, Adam. En el tiempo que llevamos viviendo aquí me he enamorado del faro. Tiene algo… muy especial. Muy… personal…

Le miraba a los ojos como buscando en ellos la respuesta.

La de aquella casa parecía una comunidad de lo más peculiar. Ellen había descrito a la señora como su "mecenas y protectora", y aunque esto fuera cierto, pensó que el alcance de esos títulos podía ser más amplio de lo que suele serlo. Sospechaba que Agathe era una onironauta: ¿lo eran aquellas chicas también? ¿Había algo especial en ellas que hubiera llamado la atención de la mujer como para que las acogeriera? ¿Habían sido tal vez convocadas al faro como había podido serlo él por algún motivo?

Diferentes sospechas se formaron en su mente: él había soñado con el faro porque éste era un lugar especial para los soñadores lúcidos y Agathe lo había encontrado de la misma forma que él aunque hacía tiempo. También podía haber sido llamado allí por ella si tenía la capacidad de hacerlo. Él solo sabía que había soñado con el lugar y que le había parecido especial pero, ¿había estado siquiera antes allí? Es más, ¿era posible que hubiera vivido allí con aquellas mujeres, que las conociera y hubieran sido sus compañeras, y que ahora no se recordaran mutuamente? Si hasta él se había olvidado de sí mismo nada le extrañaba que a ellas pudiera haberles ocurrido lo mismo, por muy especiales que fueran.

Cuando Ellen se dirigía a él parecía observarlo como quien sabe que está mirando la clave de un misterio, ¿por qué motivo? ¿Era solo por la mentira que había inventado al decir que había vivido allí con anterioridad o era porque, aunque no le recordara, había algo en el interior de la chica que le decía que le conocía?

Cuando se quedaron solos un instante ella volvió a mirarle de aquella manera tan atenta, directamente a los ojos, a la espera de una respuesta. Habló del faro, lugar que parecía el quid de todo esto. Aprovechó el interés de la chica y que lo hubiera nombrado:

-¿Crees que podría visitarlo en algún momento? ¿Me lo mostrarías?

Habría podido tratar de influir en ella como había hecho con Theresa al llegar a la casa pero no deseaba perturbar las impresiones de la chica. En ellas podía estar la respuesta que buscaba.

Tras unos segundos de silencio contestó tajante, delatando que su respuesta había sido fruto de una decisión meditada.

—Sí, te lo enseñaré. Después de la comida. A la hora de la siesta.

Luego ambos pusieron la mesa. En los ratos que siguiern Ellen le dedicó al soñador alguna que otra mirada cómplice, como si fueran a cometer una fechoría.

La comida fue excelente y se dio en un ambiente distendido con una animada discusión.

Agathe -su apellido era Débuchy y era una riquísima viuda amante de los animales- sacó el tema de la obra de Kafka y centró la conversación en la decisión de su amigo, Max Brod, de incumplir la voluntad del autor y publicar los manuscritos en lugar de destruírlos. La pregunta la formuló en el sentido de:

—¿Tiene un autor derecho sobre su obra? ¿O es la obra libre de la voluntad del autor desde el momento mismo del nacimiento de ésta?

Theresa cambió el tema derivándolo a lo que ella llamaba cultura voyeur y su nefasta costumbre de desenterrarlo todo:

—...como un perro hambriento en un cementerio.

Agathe se mostraba más moderna, defendiendo el derecho al acceso de cualquier conocimiento desde la perspectiva histórico-cultural. Para ella lo que nuestra cultura pudiera asimilar del resto no podía ser una profanación ya que los modernos eran a esos efectos unos inútiles, unos ineptos a la hora de interpretar lo que fuera que encontraran y por lo tanto incapaces de pervertir los rituales y robar los secretos. Como hormigas cuando devoran los manjares dejados a los dioses los arqueólogos e historiadores no hacían ningún daño exhibiendo sus tesoros como si fueran una mera obra de arte.

—Además. No les hacemos ningún daño. Tout ça, c'est du passé, Theresa.

Hablaba intercalando frases hechas en francés. El diálogo fluía de manera natural. Se notaba que los debates eran de lo más habitual en las veladas de ese grupo.

Theresa replicó diciendo que lo pasado no está, de hecho, pasado y que se deberían guardar en lo posible los tabúes de nuestros ancestros. Para ella era evidente que nadie debería ser desenterrado ni ningún templo profanado. Tendrían que haber unos "derechos de los muertos".

—¿Por qué he de conocer yo el Sanctasantorum de los templos del Antiguo Egipto? ¿O los secretos enterrados por los sacerdotes del templo de Göbekli Tepe?

Ellen se puso de parte de Agathe, pero desde otro punto de vista más amable a los ojos de Theresa.

—Creo que sí que tenemos derecho. Somos sus descendientes y la mayoría honramos esos descubrimientos como nuestra herencia. Eso sí, estaría bien que fuéramos más respetuosos, sobre todo a la hora de exhibir los restos y no está bien convertir reliquias en atracciones de feria.

Nao asentía a diestro y siniestro, como si estuviera de acuerdo con todos. Sonreía divertida, como quien presencia un espectáculo deportivo.

Todos invitaban a Elliot a que se uniese a la controversia. Como si su opinión fuera a decantar la victoria a una u otra postura.

-Es algo difícil…- comenzó medio enredado aún en sus pensamientos-. Si no conociéramos todo lo que conocemos de nuestro pasado seríamos una estirpe realmente triste. A pesar de lo poco que podamos saber, de todo lo que se ha perdido y de lo pobre que pueda ser lo que hayamos comprendido –comentó mirando a Agathe de acuerdo en parte con lo que había expuesto-, imaginaos cómo seríamos si supiéramos todavía menos. Como dice Ellen, somos los herederos del pasado, debería pertenecernos. La cuestión es si somos dignos herederos… Y que, como dice Theresa, no creo que el pasado solo sea pasado. Ni que no pueda hacerse daño. Creo que precisamente ese comprender a medias puede llevar a deshonrar las tradiciones y los saberes, a pervertir su esencia y sus metas. No creo que lo sagrado pueda ser inocuo, aunque actúe a muy distintos niveles, muchos de los cuales puedan pasar desapercibidos. Pero podemos ser “como perros hambrientos en un cementerio” cuando deberíamos acudir a él para rendir culto a los muertos.

Al terminar bajó su mirada de sus anfitrionas a su plato, dolido por no poder saber cómo, cuándo o por qué había adquirido ese parecer.

Nao dibujó una gran sonrisa sin dejar de masticar y señaló con su tenedor de largas púas a Elliot. Tragó ruidosamente y habló con una voz aflautada y un sutil acento oriental.

—No basta con alcanzar la sabiduría, es necesario saber utilizarla.

Bebió un trago de vino tinto.

—Se ha cortado el árbol. Bajo la tierra, raíces podridas. Muchos de esos sitios fueron maldecidos, aniquilados, enterrados tras la decadencia. No se vive en los cementerios. Allí no crece nada.

Bebió de nuevo.

—El árbol no rebrota de las raíces podridas. Crece de la semilla. Nuestra tarea es la siembra, el cultivo del Espíritu en la tierra fértil de nuestra alma. Eso es laborioso, exige compromiso, esfuerzo, observancia de las leyes de la Naturaleza. Hay que tratarla con mimo, protegerla del sol abrasador, regarla con amor.

—A decir verdad, yo intento eso. Más como jardinera que como agricultora, he de confesar. Y no sé si consigo algo en claro, pero lo que sugiere Nao es lo que quisiera para mí y para todos y observo en vosotras que también es lo que queréis.

Miró al resto.

—¿No os parece? Adam ¡Tú también! ¡Seguro! ¡Un chico tan guapo seguro que es noble como… como un caballo!

Todas rieron.

—Pero, he de insistir… Un exceso de temerosidad hacia los tabúes del pasado puede cegarnos a los signos que el mismo pasado dejó para nosotros.

Se encogió de hombros.

—Quizá, la solución esté en la humildad ¿Qué buscan nuestras curiosas miradas? Comprender las Leyes de la Naturaleza que decía Nao para cultivar la semilla ardiente que todos tenemos en el corazón. Observar las mismas leyes que observaron ellos. Ellos las veían y las seguían a su manera. Nosotros, a la nuestra. Quizá echar un prudente vistazo a sus apuntes, sin otro ánimo que buscar lo que todos los hombres sabios han buscado siempre, nos de alguna buena idea.

Nos queda distinguir lo prudente de la temeridad.

-Sí... A eso me refería al decir "dignos herederos" -asintió a lo dicho por Agathe-, a quien no busca con ánimo de coleccionista o quien pretende una ventaja o poder, sino a quien es movido por la sabiduría misma, que pertenece a todos siempre, pues es eterna y universal. Alcanzar la sabiduría incluye, creo yo, saber utilizarla, o no sería alcanzar la sabiduría -meditó ante la frase lapidaria de la antes silenciosa Nao, mirando si se habían producido cambios en su rostro tras tan repentina y profunda intervención-. En realidad pienso que aquello de lo que hablamos, de lo que habla Nao al hablar de la semilla, es precisamente nuestra razón de ser y seguirla la misión más noble, ya que hablamos de nobleza -sonrió al recordar la broma sobre el caballo-. Además... Noblesse oblige- añadió siguiendo igualmente el juego de las frases en francés-. No, no debemos ser temerosos ni temerarios.

Continuaron hablando con el café sin variar mucho las posturas en las que se habían conciliado. Elliot tenía la sensación de estar acostumbrado a este tipo de charlas, que fluían como si de un club de viejos amigos o más aún, como si de una secta se tratara. Como si hablar fuera un juego de naipes en que Agathe era la crupier.

Terminada la charla acordaron que “Adam” se quedaría a cenar y a dormir y Ellen se ofreció a enseñarle su habitación.