Partida Rol por web

Mis ojos refulgen en la oscuridad, reflejando el brillo metálico del cuchillo aserrado que encuentro en el maletín de herramientas. Sin detenerme ni un instante, lo aferro con todas mis fuerzas y, sin siquiera sacarme la chaqueta o los zapatos, tomo una gran bocanada de aire y salto por la borda del bote.

Después de un impacto ensordecedor, todo queda en silencio. El halo de luz fantasmal, casi antinatural que rodea a la chica me envuelve por completo, y más allá las tinieblas, amenazando con devorarme desde todas direcciones. La intensidad del brillo me desorienta, y mis ojos giran inquietos en sus cuencas, buscando algo que puedan reconocer: a Arthür, a la chica, el fondo del lago… Lo que sea. La angustia hace presa de mí, y por un instante temo ir a inhalar el agua corrupta que me aprisiona.

«Mats, relájate. Solo es un puto estanque. Ni siquiera un crío se ahogaría aquí».

Cuando al fin consigo recuperar el aplomo suficiente, veo que la mujer atrapada se encuentra justo delante de mis narices, debatiéndose inútilmente por librarse del lastre que la condenará si no me doy prisa. Hemos roto el hechizo. Tenemos que darnos prisa. Para mi alivio, compruebo que aún tengo el cuchillo en mi mano, y empiezo a nadar hacia la chica con el corazón en un puño.

Arthür se acercó a ella todo lo que pudo, hasta un par de palmos. Le pareció oír gritos.

Visiblemente aterrada, ahogándose, la chica le daba manotazos y en el primer intento no pudo pasarle el aire, viéndose obligado a volver a la superficie a por más.

Desde allí vió en el puente se apagaba el foco haciéndose el sitio, de pronto, oscuro.

Con gran esfuerzo llegó a la profundidad necesaria para cortar la cuerda. Allí estaba el buzo, cortando poco a poco -el bisturí era pequeño y la soga muy gruesa- la cuerda que amarraba la chica, cuyo pie se retorcía sólo unos cuantos centímetros por encima..

Trató de serrar -el cuchillo era de dientes- pero los hilos parecían demasiado blandos o escurridizos y cuando se estaba dando cuenta de que no le estaba haciendo mella, la luz se apagó, dejando el lugar absolutamente oscuro.

Sólo una pequeña lucecita brillaba en el fondo, allí donde había caído la linterna.

La chica le agredió con todas sus fuerzas, haciendo imposible que pudiera acercar su rostro hasta el suyo. En medio de semejante situación, recién reanimada, era lógico que fuera incapaz de darse cuenta que pretendía ayudarla. Una vez vacíos también sus pulmones Arthür tuvo que ascender de nuevo; debería repetir con más ahínco, forzarla hasta que comprendiera que pretendía salvar su vida.

Entonces el foco se apagó en el puente. No indicaba nada bueno pero no pudo pararse ni un instante para tratar de ver si Pillet estaba bien o si simplemente había sido un fallo. Deberían manejarse en aquella oscuridad; confió en que el comisario y Govier pudieran resolver el problema.

Descendió inmediatamente cargando una nueva bocanada de aire. Tal vez la oscuridad le ayudara a que la chica no pudiera defenderse de él como antes. También se estarían mermando las fuerzas de ella por desgracia. Trató de tomar su rostro entre manos lo más fuerte que pudo e ignorar todos sus golpes.

—«Señor, ayúdanos...»

Un miedo primario y visceral me atenaza cuando todo a mi alrededor se vuelve negro de repente. Todos los terrores que acechaban en el fondo de mi mente saltan a la superficie, y de pronto me siento como si estuviera flotando en mitad de una falla oceánica, a mil metros de profundidad, donde no llega la luz. Nada sobre mí. Nada debajo. Solo el agua me rodea, densa, pegajosa. En cualquier momento, algo llegará desde las simas del infierno que se abre bajo mis pies, rozándome primero con sus manos inhumanas, para posteriormente atraparme y devorarme con dientes afilados y mellados como cuchillos llenos de óxido y restos pútridos de cosas muertas. Grito con todas mis fuerzas, un grito de horror abyecto que quiere ser de desafío, como si con un grito fuerte pudiese espantar el miedo. Sacudo la cabeza, mareado. Me voy a ahogar. Me voy a ahogar en este lago frío y muerto, y las cosas que viven en él van a comerse mi alma y a dejarla atrapada para siempre en esta tumba de silencio y olvido.

Cierro los ojos, como si así pudiese dejar fuera las cosas que me amenazan, e intento concentrarme en una imagen que me dé fuerzas. Inmediatamente, el dulce rostro de Arthür aparece en mi cabeza. Está pálido, y asustado, igual que yo. Esta situación horrible lo supera. Siento ganas de llorar, aunque el agua que me aprisiona como una mortaja me impide saber si lo estoy haciendo. Me parte el corazón que alguien tan bello y puro como él tenga que padecer tanta angustia y horror. Cuántas cosas daría para evitar que sufriera, que tuviera miedo. Ojalá pudiese sacarlo de esta realidad y ponerlo en un lugar seguro, borrar todos estos recuerdos de su mente. Por él tengo que ser fuerte.

Juré que no le fallaría, y no lo haré.

Sacando fuerzas de flaqueza, me agrupo sobre mí mismo y me impulso hacia abajo, hacia la linterna que brilla bajo mis pies como un débil faro de esperanza. Con un quejido, estiro mi entumecido brazo en pos de la pequeña linterna, en un último esfuerzo por recogerla.

Mats se hizo con la linterna, pero tuvo que salir a la superficie para coger aire.

Allí escuchó disparos y pudo ver sus respectivos fogonazos entre los árboles del parque.

Arthür pudo inmovilizar los brazos de la chica sin soltar el aire. En la oscuridad vio sus ojos, antes abiertos como platos, ahora un tanto entornados. Sin aire en los pulmones, se estaba quedando sin fuerzas.

Se acercó a ella cuanto pudo y la abrazó para sostenerla con los brazos al tiempo que su mano derecha quedaba algo libre. Sin más tardanza le abrió la boca y liberó en ella todo el aire que cargaba en sus pulmones, esperando poder evitar que cayera en la inconsciencia. Mientras no cortaran la cuerda no podría hacer otra cosa para intentar mantenerla con vida. Desesperado sentía como su cara ardía de rabia e impotencia aún en aquel agua helada.  Mentalmente, hablando con la chica como si ésta pudiera leer sus pensamientos, le repetía: «¡Cléo!, ¡quédate conmigo!, ¡resiste!¡Resiste!»

Medio fuera de sí, subió de nuevo a por más aire, dispuesto a repetir una y otra vez. No podía permitir que muriera.

Con la linterna en la mano, siento mis pulmones vacíos arder. Asentando los pies firmemente en el suelo, me impulso con fuerza hacia arriba. Mi cabeza rompe la superficie unos segundos más tarde, y aspiro con ansia el aire frío de la noche. Tan pronto como lo hago, empiezo a oír detonaciones que provienen del parque. ¡Disparos! ¡Alguien está atacando a la policía! Con horror, comprendo que se han dado cuenta de nuestra interferencia, y quieren detenernos. ¡Tenemos que darnos prisa! Apuntando mi linterna hacia abajo, vuelvo a zambullirme, buceando de nuevo hacia el fondo con la intención de cortar la cuerda de una vez por todas.

Esta vez no puedo fallar.

En su camino, buceando hacia la cuerda, vio como una bala pasaba por delante del haz de su linterna a una velocidad ridículamene lenta hasta detenerse y hundirse apenas unos cuantos centímetros después, inerte.
Volvió junto a Bélanger y pudo meter su sierra justo en la hendidura que había abierto él con el bisturí. Aunque en sus movimientos se abría camino a cada tajo sus pulmones iban perdiendo aire como un fuelle y cuando sus fuerzas ya flaqueaban la cuerda se rompió haciendo que el cuerpo de la chica se elevara hacia la superficie.

Aprovechó que tenía la boca medio entornada para poner la suya y volcar sobre su garganta todo el aire que le quedaba.

Y en ese momento, agarrado a ella sintió cómo empezaban a flotar, libres, hacia la superficie.

Cuando los cuatro emergieron la chica estaba casi inconsciente. Arthür la tenía agarrada. Entre los árboles, como relámpagos, centelleaban en la oscuridad los disparos del tiroteo.

Tenían la barca a un par de metros, el puente a apenas diez. La orilla del parque -en la que ocurría el tiroteo- a treinta y la isla, que parecía silenciosa, a quince.

Arthür comprobó que la chica, aunque casi desfallecida, seguía consciente y era capaz de respirar por sí misma, y pese al caos y el peligro mortal al que seguían sometidos un alivio profundo le embargó momentáneamente. No habría podido perdonarse tener la oportunidad de sacarla y que hubiera muerto ahogada.

Al emerger la oscuridad era casi total a excepción de los fogonazos de los disparos en la orilla. Govier, Pillet o ambos seguían vivos, de lo contrario habría terminado el asalto, pero no había forma de saber qué estaba pasando. Arthür miró hacia al puente y la isla tratando de distinguir si el comisario estaba allí o tal vez algún pistolero apostado. Volver a la barca no le pareció una opción, pues al menos en el agua estaban más fácilmente a cubierto y en la barca serían un blanco sencillo. Tampoco nadar hacia la orilla donde tenían lugar los disparos estando como estaban desarmados y llevando a la chica. Debían moverse en el máximo silencio aprovechando el ruido de los disparos, pero antes asegurarse que nadie les estaba aguardando en el destino al que se dirigieran.

Arthür observó que la isla permanecía silenciosa y oscura. Parecía que no había nadie.

Arthür llamó la atención de Mats y Bélanger haciendo un gesto. Luego con la cabeza señaló hacia la isla. Desde ella podrían, o bien esconderse al otro lado si no había peligro en la orilla contraria al ataque y permanecer fuera del alcance de las balas -y en un momento dado nadar hacia esa orilla- o bien trepar hasta ella y desde la isla acceder al puente si se convertía en mejor opción. Esperó a ver qué proponían sus compañeros. Le pareció que no había nadie allí pero no podía estar seguro.
 

Mi cabeza emerge con violencia, arrojando agua en todas direcciones. El pelo me tapa la cara, así que me lo echo hacia atrás con un rápido movimiento de la mano. Todavía no me he parado a analizar la situación, ni me puedo creer que haya tenido éxito. Lo que sí que tengo claro es que, estando donde estamos, corremos grave peligro. Acercarse a la orilla, donde está teniendo lugar el tiroteo, no parece una buena idea. Mis ojos buscan instintivamente a Arthür. No tardo en ver que, afortunadamente, está sano y salvo, y que sujeta a la chica entre sus brazos. Mi amigo nos hace un gesto a Bélanger y a mí, indicando la posibilidad de nadar hacia la isla, alejándonos del fuego cruzado para tener una mejor perspectiva y mejor oportunidad de examinar lo que sea que está sucediendo.

Con un breve asentimiento, me vuelvo hacia la isla y empiezo a nadar hacia allí, sin hacer demasiados aspavientos a fin de pasar inadvertido. Para ello, apago la linterna. Eso hará más difícil que nos alcancen de un tiro en el caso de que realmente lo intenten.

Qué ganas tengo de salir del agua de una vez.