Partida Rol por web

Pues por mi parte a mi no se me ha perdido nada en la Catedral de Pelor. Dijo Argot negando. Ya estuve allí y me dijeron que tan solo podríamos investigar lo que estaba pasando. Dijo mirando con recelo a los guardias.

Mmm... Solo pensaba en ir un momento a ver si había alguna novedad, después de eso podríamos hacer cualquier otra cosa. Zarus se queda pensando un momento sin saber que decir. Al mediano se le notaba algo incomodo, Pues bien, también esta ese otro lugar que mencionó Lictea, podríamos ir a investigar. Aunque lo cierto era que él prefería llegar al templo primero. Deseaba saber de Layla.

Y bien, entonces te iras para la posada? Bueno tal vez contemos con algo de suerte y le logremos ver. Dice en señal de despedida al montaraz.

¿Y no te apetecería irnos a tomar una cerveza a alguna taberna? Al menos a cualquiera que no sea la de ese insulso de Blagh. Podemos ir a alguna que sea más tranquila, podemos hablar y que me cuentes un poco todo lo que sabes y has averiguado ya. La catedral seguirá allí y yo hoy todavía no he comido.
 

Mirta era una joven que debía de rondar las diecisiete primaveras, pero ya tenía el cuerpo de una mujer. Era más bien baja, de curvas rotundas y complexión sólida. Tenía el caballo castaño arreglado en apretados rizos, enmarcando un rostro más atractivo que hermoso. Iba vestida de forma provocativa pero con estilo, aunque el peligro de los caminos le había obligado a recurrir a retazos desiguales de armadura de cuero. 

Cinco piezas de cobre era una tasa razonable para un mercader que fuera a hacer negocios en la ciudad. Pero ella no tenía claro que pudiera ganar dinero en Tormentos Cristalinos. Había escuchado un rumor que podría convertirse en trabajo, pero era muy incierto y sus bolsillos estaban casi vacíos. Sólo le quedaban 12 monedas de plata del dinero que había ahorrado trabajando en la taberna de su padre. 

-Oye, encanto -le dijo al guarda, soplándose un mechón rebelde de la frente-. Tengo familia en Tormentos Cristalinos, por así decirlo. Voy a tomar mis votos en el templo de Afrodita de la ciudad como hermana consagrada. ¿Serías un buen chico y enviarías un mensaje a la prelada del templo para que venga a buscarme con una tarjeta de residente?

Zarus sonrió a las palabras del mediano. En verdad le parecía un sujeto algo enigmático, pero no había suficientes motivos como para desconfiar de él. Su propuesta sonaba válida, Zarus tampoco había comido y ya el hambre le atacaba. Pues no hay problema, si quieres podemos volver a donde estábamos. sin embargo, lo cierto era, que deseaba regresar al templo, por mas que lo intentaba no dejaba de pensar en Laila.

En llegando a la ciudad, que es gerundio, pensaba Morunom, alargando la zancada, que veía que se iba el día, y maldita la gana que tenía de perderse en los pantanos.

Ahí estaba la muralla por fin, y la puerta, grande de cojones. Era tan grande que había calculado mal lo que le quedaba para llegar al avistarla por primera vez, hace ya bastante rato. Parecía que estaba más cerca, ya que no esperaba que fuera tan grande. Por eso venía casi trotando.

Oye, soldado, estoy obnubilado. Parezco un paleto, ¿no? Miro hacia arriba con la boca abierta, te consta. El mozo que había llegado por el camino era agradable. Parecía un tipo sencillo, guapete, con ojos brillantes. El pelo castaño claro y con rizos, curtido y delgado como un junco, con botas y ropas gastadas de patear caminos. Tenía a la espalda un bulto envuelto en un estuche de cuero basto. Por la punta asomaba el ástil de un instrumento musical. Por la forma panzuda, parecía el típico laúd de buscaesquinas. Del cinto le colgaba un florete con la cazoleta algo abollada, pero limpia.

Observó a los que por ahí estaban, sorprendiendo conversaciones que ya estaban comenzadas. Alcanzó a escuchar lo que decía una guapa moza. Adepta de Afrodita. Qué bien: una colega de oficio, ambos se ganaban la vida tocando instrumentos.

Perdone señora, dijo con toda educación. No he podido evitar escucharla. Dudó. Bueno, me llamo Morunom, encantado. Si dice una palabreja sobre mi a sus superioras, puedo hacerle el recado. Busco trabajo ¿sabe? Me gano la vida tocando la bandurria que aquí ve, y cantando. Sin compromiso ¿eh?

Resultona es, la moza, pensaba. Su mirada se mantuvo en su sitio, mirando a los ojos, bien disciplinada, sin caer en confianzas con los "melones" que el corpiño de la chavala dejaba casi casi escapar. Mientras hablaba, con cuidado sacaba su bolsa y contaba las piezas de cobre necesarias para entrar.

¡Fantástico, el Erizo Borracho es un buen lugar para dirigirnos a él y tomar algo! ¡Vamos!

Mirta desvió la mirada hacia el desconocido que le hablaba. Le miró de arriba abajo, con desparpajo, sin mostrar el recato que había exhibido Morunom. Esbozó una sonrisa encantadora, o quizá encantada con lo que veía.

-Vaya, vaya. Encantada de conocerte, Morunom. Yo me llamo Mirta -contestó-. Afrodita es en efecto la patrona de las Artes. No sé si mis hermanas estarán buscando nuevos estudiantes, o músicos que apadrinar. Pero si lo deseas, podemos encontrarnos en privado para una lección más... personal.

Una lección estaría bien, Myrta. Algo así como un intercambio de conocimientos entre profesionales, para no perder el tono. Yo podría enseñarte cómo se hace una redondilla, por ejemplo. Dio las monedas al guardia. Oiga, agente, me dará un recibo o algo ¿no? ¿Para cuanto vale el pago? Digo por si a uno le es necesario entrar y salir. Y, por cierto. ¿Dónde está el templo de Afrodita?

El guardia se quedó esperando el diezmo de Mirta, aunque la miró con cara extrañada cuando dijo todo aquello. Pues me parece que se ha equivocado usted de ciudad, dijo sorprendido, aquí no hay ningún templo dedicado a Afrodita, así que lo lamento. Y aunque lo hubiera, tampoco me pagan por hacer recados, mi puesto es el de vigilante, como mucho puedes pedírselo a alguno de estos que entran. Dijo mirando al otro aventurero que estaba llegando. Aunque claro, no sé dónde tendría que ir...

Y en cuanto a eso del recibo, dijo mirando al otro que se había presentado como un paleto, la tasa es por entrar, si usted sale y vuelve a entrar, deberá volver a pagar la tasa. Dijo encogiéndose de hombros.

Vaya planchazo, Mirta, lo siento. Supongo que estas cosas son algo así como un signo de los dioses. Tendrás que iniciar tú misma el culto a la diosa ¿no crees?

Anochece, y las calles no tienen pinta de ser muy seguras. Me proponía buscar algún sitio donde tomar una determinación. O dos, si son pequeñas, sobre todo si tienen espuma y vienen en jarras. Oh, el dulce licor de la cebada, y toda esa mierda que se canta sobre la cerveza. Quizá podamos hablar de negocios. Al menos no seremos pasto fácil de cualquier ratero. Estos dos que andaban por ahí han hablado del Erizo Borracho, sería un principio como otro cualquiera.

Morunom cambió el peso de una pierna a la otra.

Después de tanto viajar por fin llegué a la ciudad de Tormentos Cristalinos. Me habian hablado de aquel lugar con buenas criticas, y algunas personas de esas que odian las ciudades la habian puesto a parir, pero en general parecia un buen lugar. La lastima era que durante el viaje habia gastado casi todos mis ahorros, ya tan solo me quedaba para comer y tener cama algunos dias. Probablemente tendria que buscarme un trabajo. Ojalá encontrase gente amable por el camino, y potenciales clientes. 

Acercandome a la ciudad y admirando sus murallas vi que habia un par de guardias. Me acerqué a saludarlos. 

- Buenas tardes. - Escuché lo que pedian. Tal vez era algun sistema para evitar que entrasen indeseables o pobres. Ni idea, pero si queria establecerme allí deberia conseguirme una de esas tarjetas. Con una sonrisa rebusqué en mi bolsa pero solo encontré piezas de plata por lo que le mostré una. - Espero que tenga cambio. - Le dije dandole la moneda y esperando que me devolviese las 5 piezas de cobre que me pertocaban. - Soy un viajero y espero haber llegado al final del camino. Me gustaria establecerme en la ciudad. - Les comenté a los guardias sin perder la sonrisa. -  Donde deberia ir para encontrar alojamiento? Y una de esas tarjetas de residente de las que hablan?

Mientras conversaba con ellos, vi que se acercaba una enana, al parecer con intenciones de etnrar como yo, por lo que la saludé con una sonrisa. - Buenas tardes. 

Tormentos Cristalinos. Su hogar. Tras tantos años, por fin estaba en casa. Sanya no reconocía a los guardias, ni el camino, ni el pago que le reclamaban. Las murallas, sin embargo, eran otra cosa. Era muy pequeña cuando dejó la ciudad pero aquella figura monumental, marmórea, tan enorme, estaba presente en sus recuerdos.

La enana sacó una moneda de plata distraidamente y se la entregó al guardia. Otro de los viajeros que esperaban para entrar preguntó sobre la tarjeta de residencia. Sanya no tenía muy claro si se iba a quedar tanto tiempo en la ciudad pero le interesaba la respuesta, así que se aproximó para escuchar la respuesta.

Al pagar, volvió a fijarse en que su situación monetaria no era muy boyante que digamos, así que se recordó que debía interesarse por aquel rumor sobre piratas en los astilleros y un asesinato reciente. Debía acercarse a la guardia. Quizás hubiera algo de dinero en eso.

-Mierda. Sabía que ese elfo no era de fiar -gruñó Mirta.

Callista había expresado sus dudas respecto a la ubicación del templo, pero tal y como su mentora y amante le advirtió, se había dejado engañar por sus propios anhelos. Tal era su deseo por tener la vida fácil de una sacerdotisa, entregada a los placeres de la carne, que había deseado que el elfo tuviera razón. Y había quedado como una necia de remate.

Había huido de una aventura, recuperando obras de arte antiguas en una tumba olvidada junto a Callista, y se había metido de lleno en otra: buscarse la vida en una ciudad extraña. No por más mundana, menos desagradable o peligrosa. ¿Qué sería de ella, rodeada de extraños? ¿Qué haría si se quedaba sin dinero? 

La habitual confianza de Mirta se hizo añicos y dio paso a la ansiedad. Miró en derredor, desolada. No tenía dinero para tomar una caravana y volver a Elzian, y sería presa fácil de los bandidos si trataba de volver a pie. Y probar en otra ciudad no le garantizaba la exención de tasas, ni la presencia de un templo de Afrodita. Para bien o para mal, estaba obligada a pasar un tiempo en Tormentos Cristalinos. Ya odiaba la ciudad, y no había puesto un pie en ella.

Mirta se metió una mano en el regazo, tanteando la pequeña bolsita perfumada que tenía bajo la axila, y extrajo de ella un puñado de monedas, todas pequeñas. Contó cinco monedas de cobre que le pedía el guardia y devolvió el resto a la bolsa. Suspiró y miró de reojo a Morunom. Había sido amable con ella, y creía ver respeto más allá del interés sexual aunque quizá sólo se sentía sola. Además, hablaba muy bien; tal vez fuera un noble, un príncipe mercader o algo así. 

-Pese a lo tentador que sea emborracharme contigo, no puedo permitirme malgastar el dinero en alcohol, encanto -admitió Mirta, recolocando sus cabellos-. Pero te acompañaré al Erizo Borracho, por si tuvieran una sala comunal en la que dormir esta noche.

Mirando de reojo a la enana y al pollo que se habían puesto a la cola, Morunom asintió a Mirta. No, si a mi me pasa lo mismo. Poca pasta. Así que serán dos cervezas aguadas; pero precisamente por eso hay que hablar de negocios, ¿no? Andamos faltos de liquidez, pero me atrevería a decir que poseemos un capital rico y variado que transformar en vicios, fiestas, ropa cara y demás pequeñeces que tan fácil hacen la vida cuando se tienen. Levanta ese ánimo, moza. Así que se dispuso a entrar por las ciclópeas puertas para ir al Erizo Borracho.

Mirta se mordió la lengua con fuerza. Lo único que se le daba bien en la vida era follar, y se respetaba demasiado a si misma como para prostituirse. Y tampoco estaba dispuesta a reconocerlo a un desconocido.

Desconocido que, visto lo visto, tampoco tenía donde caerse muerto.

-Claro -le dijo en un tono vivaz que distaba mucho de sentir-. Antes de que te des cuenta seré la suma sacerdotisa de Afrodita en Tormentos Cristalinos. Dime, Morunom, ¿dónde aprendiste a hablar tan bien? Estoy segura de que serías capaz de hacer miel la entrepierna de una mujer con sólo hablar con ella.

El Guardia dio el cambio al recién llegado. Pues para encontrar alojamiento hay bastante lugares en la ciudad, aunque depende de lo que te quieras gastar en ellos. Pero el más cercano era la cabra de mimbre, ahora supongo que será El Bote del Lagarto, o la Pezuña en la boca, ahí andan de distancia las dos. Para solicitar la tarjeta, debes pasarte por el Ayuntamiento.

Como era natural no me sonaban de nada los nombres de esos lugares pero los memoricé. De momento mi intención era establecerme en este lugar, por lo que me interesaba ir al ayuntamiento para saber que era lo necesario. A partir de ahi ya decidiria que hacer. Cogí las monedas que me daba el guardia en cambio de la mia y le agradecí. 

- ¿Podria indicarme como se llega al ayuntamiento? - Le pedí amablemente. Y una vez me lo dijo, me dirigí alli de inmediato.