Partida Rol por web

En la penumbra de la noche, agazapado entre los matorrales, encontré a nuestro observador, mí cuerpo tenso se preparo para un posible asalto, mientras intentaba descubrir si era el enviado de Aspasia o un nuevo jugador. Cuando a mis oidos llegó un susurro casi imperceptible, un cantico que hizo saltar todos mis sentidos. El cainita se preparo, dispuesto a descubrir la fuente de este cantico y acabar rapidamente con su autor si el mismo no era una fuente conocida, olvidando por completo el resto del mundo.

Atenta a lo que ocurría observé cómo nuestros fortuitos compañeros entraban en el taller del artesano y desaparecían en su interior cerrando la puerta a sus espaldas. Haciendo gala de la calma que solo con la inmortalidad llegaba, me retiré hacia las sombras de un soportal cercano, desde el cual el nosferatu y yo podíamos observar el lugar sin problemas. Sin embargo, muy pronto una brisa cargada de mal agüero y una risa que ponía los pelos de punta me hizo estremecerme. Súbitamente alerta, miré a mi alrededor aguzando el oído a un susurro cuyas palabras no entendí, pero cuyo significado comprendí desde el fondo de mi ser. Mi mano se alzó y la posé en el brazo del monje, llamando su atención.

- Me temo que otros observadores aparte del que me sirve nos han descubierto esta noche. El peligro nos acecha, maese Cabrera...un peligro del que no sé si vamos a ser capaces de escapar- susurré inclinandome hacia él para que solo el oyese mis palabras.- Algo más oscuro que nuestros corazones, cuyo origen puede ser el de los mismísimos infiernos está siendo convocado- añadí señalando con un movimiento imperceptible hacia el suelo, a unos cien metros de nosotros- Debemos detener esa convocación antes de que culmine- concluí. Justo cuando terminaba de hablar, el monje se volvió mirando hacia unos matorrales cercanos y sin decir nada desapareció ante mis ojos. Conocedora en parte de las habilidades de los nosferatu, asentí para mi y agucé mis sentidos intentando distinguir de donde venía el cántico.

La cara del hombre se torna blanca como la leche, de un trago apura el resto de su bebida.

-Cof ... cof- tose, parece que la bebida se ha ido por donde no debiera, ya recuperado responde a la pregunta del monje, no sin antes dedicar una mirada de soslayo al que a todas luces parece un guardaespaldas.

-Así que de eso se trata- suspira -siento los problemas que os haya podido ocasionar ese malnacido , como podéis comprobar por aquí no ha vuelto desde hace días- niega con la cabeza con gesto apenado -ya veis a lo que me he visto reducido a mi edad... a realizar trabajos propios de un aprendiz- señala su estado para afianzar sus palabras.

-Pensé que tal vez usted supiese más que yo, a fin de cuentas se pasa casi tanto tiempo en su iglesia como en el taller- señala a Andrei con el índice -también le ha robado a usted, el muy desgraciado me debe dinero, le di un adelanto y desde entonces no lo he vuelto a ver-

A una seña de Aspasia, aparece un hombre de cabellos pelirrojos, Michel, su hombre de confianza, con cara blanca, es obvio que está asustado, aun así tiene el suficiente coraje como para echar mano de su espada.

-Domina, ¿que esta ocurriendo?- alcanza a decir entre titubeos.

Desconfiado mira a uno y otro lado, intentado localizar la fuente de las carcajadas que antes oyera. El sobrenatural viento sigue soplando, arrastrando las palabras, mientras las grietas crecen y crecen, algo se revuelve en el seno de la tierra, algo malvado e intemporal.

Michel estaba visiblemente nervioso cuando saliendo de su escondrijo se unió a mí, la cara pálida. Interiormente yo también me sentía intranquila, pues no dominaba para nada la situación y el impulso de huir de allí luchaba contra mi razón, que me decía que aquella podía ser una oportunidad única de averiguar algo más sobre lo que me había traído a Barcino. Sin embargo, controlé mis emociones, como siempre había hecho desde que me había iniciado en la senda y me limité a mirarle, serena y con calma.

- Algo más oscuro y peligroso que una pesadilla está siendo convocado, temo que provenga de los mismísimos infiernos...tenemos que localizar al que ha reído de esa forma, al artífice de la convocación...- vacilé un momento y miré hacia la puerta del taller. Los otros dos seguían dentro, probablemente demasiado centrados en su tarea como para notar nada...pero si el nosferatu no hacía nada pronto iba a necesitar de su ayuda. Conocía mis limitaciones y sabía que yo no podía hacer frente sola a lo que iba a salir de entre esas grietas. Finalmente tomé una decisión- Ve al taller del carpintero y avisa a los dos que hombres que han venido conmigo. Se cauto, diles antes de que habran la puerta que la erudita, tu señora te envía, que hay peligro. Ten cuidado, pueden no tomarse muy bien tu llegada y no quiero que salgas herido.

Michel, asiente con la cabeza, antes de salir echa un vistazo al callejon. Con premura corre hacia la puerta del taller, llamando vigorosamente espoleado por el miedo.

De pronto en medio de la conversación, escuchais golpes en la puerta, por la forma de llamar diriais que a aquel que llama se le va la vida en ello.

El maestro carpintero arquea una ceja -disculpen,iré a ver de quién se trata- lentamente se levanta al grito de -¡ya voy ... ya voy!

Aquello iba bien.
El hombre seguía nervioso por la relación que lo unía a su aprendiz y las
posibles conclusiones que sacara la Iglesia al respecto. Ahora trataba de
desviar toda atención de él para centrarla sobre el susodicho aprendiz. Bien,
aquello era a por lo que venían, a por información sobre aquel desgraciado.
Tocaba tirar un poco más del hilo, dejar que el carpintero se relajara un poco
antes de volver a centrarnos de pasada sobre él, para que no se relajara
demasiado.

Andrei estaba
dispuesto a dar su réplica al hombre cuando sonaron los golpes en la puerta. La
urgencia denotaba que podía ser algo interesante que añadir a la investigación;
no era normal que alguien llamara con tanta premura.

Arequó las cejas
en gesto interrogativo y luego hizo un gesto hacia la puerta, indicando su
venía para que fuera a abrir.

Al quedarse a
solas, el Tzimisce dirigió una mirada al Brujah, dándose cuenta por primera vez
de que no estaba respirando. Era complicado darse cuenta pues los ruidos
cotidianos hacían imposible oír ninguna respiración y su armadura y ropas
tapaban cualquier evidencia que pudiera denotar una respiración normal, sin embargo,
las aletas de la nariz no se movían ni un ápice. Evitó una sonrisa para sí
mismo. Incluso para él acostumbrado a mezclarse con los humanos y habituado a
fingir respirar, se olvidaba de vez en cuando de alguna respiración. Era
interesante ver que el Brujah había abandonado la vía Humanitas de tal forma.

Tras la rápida
mirada y los fugaces pensamientos, volvió su atención a la puerta por la que se
había marchado el humano. No había necesidad de acercarse a espiar la puerta,
los compañeros de fuera estarían tomando nota de quien era quien se había
acercado y así llamaba a la puerta. No obstante, era importante estar atentos
por si aquello significaban problemas inmediatos. 

“Su iglesia” había dicho el carpintero. Quizás allí habían encontrado una pista a seguir.

El cruzado sopesaba las palabras del cansado sujeto. Parecía sincero. O en todo caso, algo asustado, que para el caso era lo mismo. Aymar no conocía demasiado de aquel oficio, pero le costaba creer que un respetado maestro se viera obligado esforzarse tanto para conseguir su sustento diario. Más cuando tenía un taller bien conocido en la zona. Su historia parecía verdadera.

De todos modos, seguro que el persuasivo Andrei conseguía obtener más detalles. El monje se las había arreglado para encausar la conversación sin recurrir a la amenaza velada o a la intimidación, y el agotado personaje parecía dispuesto a colaborar. Tal vez no hubiera bajado del todo la guardia, pero no parecía que tuviese mucho que ocultar.

Aymar lo dejaría seguir con su juego, pues renegaba de tener que recurrir a sus Dones Oscuros frente a los meros mortales. Sin embargo, también sabía que aquel hombre era la llave para cumplir con su misión, así que no dudaría en intervenir cuando lo considerara necesario.

De repente, los golpes a la puerta lo sacaron de su ensimismamiento, y el cruzado llevó instintivamente su mano a la cintura. Un fugaz mirada a su compañero sirvió para dejarle en claro que no le agradaba nada aquella interrupción, y se movió unos pasos para intentar ver mejor el pasillo por donde se había alejado el carpintero.

Con todos los sentidos aguzados, la bestia estaba nerviosa, no era capaz de encontrar la fuente del cantico, decidido a encontrarla, busco entre los matorrales y callejones cercanos.