Partida Rol por web

Tasia se inclinó, a desgana, mientras Pitufín ronroneaba quizás soñando con un futuro glorioso en el que la magia le hacía tan grande como Ivalic... ¡No! ¡Aún más alto! ¡Tan grande como Tasia!

No hay lugar para lamentaciones, mi estimado pupilo. Fue mi elección. Cuando morí, rogué a los Cielos que me permitiese seguir con mi lucha. Y los Cielos atendieron mi plegaria transformándome en una Inmortal... un "fantasma bueno". En lo que respecta a energías positivas y negativas, y al poder que los clérigos benévolos y malvados pueden ejercer en mí, soy todo lo contrario a un fantasma.

Pero soy inconsistente. Un alma sin cuerpo. No puedo seros de más ayuda que acompañaros para daros consejos...-se lamentó.

Entonces estamos ante un momento dichoso. Hemos hallado una espada de toque fantasmal en la cámara del tesoro de Strahd. Esa propiedad hace que la espada exista a la vez en el mundo de los espíritus y en el mundo terrenal, así que la Dama Vey Rallen puede blandirla, y atacar con ella a los monstruos corporales que nos asalten.

Ahora todo se reduce a un tema de confianza. ¿Estamos dispuestos a armarla con una espada que puede usar contra nosotros? ¿O desconfiamos de su historia y tomamos precauciones por si acaso es un espíritu maligno?

Estaban de nuevo en una encrucijada, en una decisión difícil que podía marcar el devenir del grupo en el futuro. Ivalic acarició a Pitufín que parecía más tranquilo y confiado ahora que ya les iba conociendo mientras pensaba en las posibilidades, analizando las palabras de la Dama Vey Rallen y sobre todo las reacciones de Herr Urik que era quien la conocía mejor.

-¿Usted que piensa Herr Urik?

Me quedo pensativo un momento, bloqueado por mis emociones. ¿Acaso mi maestra no ha sufrido ya bastante como para que le exijamos todavía más?

Helene permaneció en un discreto segundo plano, analizando lo que aquel espectro decía y cuánto de verdad habría en ello.

Había muchas dudas. Era un fantasma: no respiraba, no sudaba... Saber sí decía la verdad o mentía no era fácil, y nadie había intentado expulsar o usar energía positiva en la Dama Vey Rallen para comprobar sus palabras. Todos se miraron con dudas, buscando determinación en alguna mirada. La encontraron en Helene. Un leve asentimiento de la madre coraje bastó para que confiaran en la Caballera del Cuervo. Malik tendió la espada, y la Inmortal tomó la empuñadura como si tuviese una mano sólida con qué hacerlo.

Gracias. Trataré de hacer honor a la confianza puesta en mí. Os he de advertir de una cosa... Mi cuervo también intentó hacer el mismo sacrificio, para seguirme más allá de las puertas de la Muerte. Pero fracasó, y su espíritu fue corrompido. Os pediría que si nos encontramos con él, lo destruyáis para que descanse en p...

¡Griiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiick!

El chirrido les heló el alma. Un fantasma cuervo tan alto como un hombre salió de la pared del pasillo acompañado por tres espíritus malditos y un incorpóreo.

Estoy todavía pensativo y meditabundo, aunque feliz de que mi antigua Maestra y tutora se nos haya unido cuando de repente se produce un ataque.

Por un momento no me siento capaz de reaccionar.

Parriwimple seguía sin tenerlo claro: estaba muy bien que pareciera buena, y todo eso. Pero es que todos los fantasmas que había visto habían resultado ser malos. Claro que, por otro lado, el mismo era una especie de fantasma, ¿no? Inquieto por el pensamiento se agarró con fuerza el brazo, hasta quedar tranquilo por su corporalidad.

Tal vez por eso no se percibió de la llegada de los espíritus lo suficientemente rápido para ser capaz de actuar.

Todos confiaron en la intuición de la Señora Helene y Malik entregó la espada a la Dama Vey Rallen. Sin casi tiempo a disfrutar el momento de haber encontrado una aliada estupenda el cuervo corrupto de la misma irrumpió en la estancia acompañado de otros malvados compañeros.

¡Malditos cuervos! No se puede fiar uno de estos animales.

Ivalic no creía que ninguna de sus armas pudiera dañar a aquellos seres así que optó por la opción que mejor conocía: que otros atacaran por él.

-¡Vamos Pitufín, dales una buena descarga!

Dicho esto y esperando que su mascota le hiciera caso se preparó para cantar y ayudar a sus aliados en el combate, en el pasado había demostrado ser de gran utilidad cuando no podía combatir.

Ante la visión del cuervo, Helene reaccionó con rapidez formulando un conjuro de expulsión. 

Mujer, no...

Helene se adelantó en el pasillo y su brillo divino asoló las paredes y los escombros. Los tres espíritus malignos fueron destruídos, dejando solo al incorpóreo y al cuervo corrupto fantasmagórico.

Pero la luz también afectó a la Dama Vey Rallen...

La Caballera del Cuervo descendió flotando y se arrodilló ante la luz de Helene, encogiéndose temerosa ante el poder benigno de modo similar que haría un muerto viviente ante el poder maligno de un sacerdote nigromante.

Yo te obedezco...-dijo a Helene.

Los dos enemigos que quedaban se abalanzaron sobre Helene drenándole su energía vital. Las arrugas de Helene se volvieron más profundas. Sus cabellos se volvieron más canos. Envejeció hasta un punto cercano a la muerte.

Parriwimple vio como los seres fantasmales atacaban a la sacerdotisa y dio un profundo grito, aprovechando su corpulencia para, materialmente, proteger con su cuerpo a la debilitada clérigo, haciendo en la medida de lo posible que, para alcanzar a Helene, tuvieran que pasar primero por él. Mientras hacía esto lanzó un golpe contra el ser incorpóreo, consiguiendo que la clava, de alguna manera, afectara y no poco al ser inmaterial.

- Obedecer pues atacar malos- casi gritó Parriwimple- Todos atacar malos.

Helene sintió cómo la vida huía de su ser, pero no tuvo miedo. Morir no era algo a lo que temiera. Por una parte, se reuniría con quienes la habían precedido, como su amado Jeff. Por otra, marcharía con el alma tranquila, sabedora de haber obrado como creía justo y dejando atrás a sus demás hijos, consciente de que se convertirían en buenos hombres y mujeres bajo el cuidado de su marido, estuviera ahora donde estuviera. Y algún día, años mediantes, se volverían a encontrar.

Pero no temer a la muerte no equivalía a querer morir.

-Destruye al incorpóreo y al cuervo fantasma -dijo a la Caballero del Cuervo con voz desfallecida. Tras ello, invocó el poder de los dioses para sanarse mientras sonreía débilmente al ver a Parriwimple interponerse entre ella y sus enemigos.

Rápidamente blando la espada contra el Cuervo Fantasma, pues pienso que debido a su antiguo vínculo es a quien más le dolería a mi antigua maestra tener que atacar.

El hechizo de Helene surtió efecto destruyendo a tres de sus enemigos y realizando un curioso efecto sobre la Dama Vey Rallen que parecía obedecer las órdenes de la sacerdotisa. Ivalic se puso en guardia mientras dejaba que sus amigos se encargaran de los enemigos que quedaban, esta vez parecía que no les haría falta su ayuda. Miró a Tasia y Pitufin para comprobar que ambos estaban bien y ver si participarían en el combate.

Ivalic no tenía ni idea... Aquel combate no estaba decidido para nada. Las armas golpearon el aire ocupado por los espíritus mientras ellos estaban en fase, sin causarles daño.

¡Maldición! ¡El estrecho pasillo me impide acudir al combate! Dependemos de ti, Dama Vey Rallen.

Sí, mi Señora...-dijo a Helene, como si ignorase a Herr Bauer.

La Dama Vey Rallen flotó hasta sobrevolar la cabeza del Burgomaestre, hiriendo al incorpóreo con la espada de toque fantasmal. Pitufín también avanzó, ya que era lo suficientemente pequeño como para colarse por debajo de las piernas de Parriwimple y Urik, pero la descarga que soltó al aire estaba llena de inseguridades, y solo produjo un chisporreteo en el fantasma.

Entonces, los dos espíritus atacaron al discípulo de la Dama Vey Rallen, que envejeció y se arrugó hasta que sus piernas no fueron lo suficientemente resistentes como para soportar su propio peso. Urik se desplomó en el suelo del pasillo, dejando libre un hueco para que Herr Bauer le relevase en los inminentes próximos segundos de la batalla.

Urik cayó prácticamente a sus pies, y donde antes había habido lozanía tan solo quedaba piel arrugada como una vieja manzana abandonada en un rincón del desván. De forma automática, Helene se acuclilló a su lado, refugiada tras la sombra de Parriwimple, y trató de restañar las heridas del paladín que parecía a punto de perder hasta su última gota de sangre.

Ivalic no podía estar más equivocado y enseguida se dio cuenta de su error. Aquellos enemigos fantasmales eran más peligrosos de lo que parecía y no tardaron en herir a Herr Urik que cayó al suelo desangrándose. Ivalic no pudo evitar sentirse culpable.

-¡Oh no! ¡Hay que ayudar a Herr Urik! ¡Yo iré!

Corrió hacia el paladín aunque la sacerdotisa llegó antes y parecía que había conseguido estabilizar a Herr Urik, así que Ivalic se replanteó su acción. Necesitaban deshacerse de aquellos enemigos y quizás sus cánticos de ánimo pudieran inclinar la balanza, así que cantó intentando inspirar a sus aliados.