Partida Rol por web

Nueva York, 13 de noviembre de 2037, 0.30 am

—¿Y entonces qué hiciste, Nick? —preguntaba un Lincoln de ojos enormes y redondos justo en el momento en que Morgana entraba por la puerta de su habitación. 

No había mucho mobiliario en las antiguas consultas que utilizaban como dormitorios. La mayoría del que había pertenecido al centro de salud había sido saqueado hacía mucho, o se había estropeado en la inundación que había dejado el sótano anegado, pero en los años pasados allí, habían conseguido algunos colchones y mantas. Incluso algunas de las habitaciones, como era el caso de aquella, tenían taquillas que hacían la función de armarios estrechos o, como en la de Shamira, una mesa y una silla. Los dos niños compartían aquel armario como lo hacían con la mesa de la habitación contigua. 

Aquella noche la chica había arrastrado su colchón para juntarlo con el del niño y así, cada uno ya metido en su saco de dormir, los dos escuchaban la historia del escritor con atención. Ambos parecían cansados después de un día lleno de movimiento y emociones, pero ninguno de los dos había cedido todavía al sueño y dos pares de ojos brillantes esperaban con ansias a que el relato continuase. 

El cuarto estaba iluminado por un par de velas colocadas estratégicamente, ya que la electricidad sólo funcionaba en algunas partes de la planta baja. Las pequeñas llamitas oscilaban en una danza que daba al rostro de Nick un matiz de misterio que seguramente le ayudaba en su labor de cuentacuentos improvisado. 

Morgana se detuvo un momento en el pasillo escuchando el tono y palabras cadenciosas de Nick. El cabrón sabía contar historias, inventarlas, modificarlas o simplemente improvisar un cuento con un chasquido de dedos. Las narraciones de Morga diferían bastante; cuando lo hacía ella contaba acerca de sus experiencias, o de las de colegas. A veces añadía o quitaba, pero seguramente le faltaba lirismo y le sobraba intensidad. Aunque de lo que nunca carecía era ese toque de misterio exótico que le confería su voz aterciopelada a sus pasos por medio mundo. Un mundo que era y había sido una cloaca.

Su alta figura apareció en el umbral de la puerta, entró en la pequeña habitación y se apoyó en la pared, cruzándose de brazos.

-Eso, ¿qué hiciste, Nick?

Nick se volvió y se encontró con Morgana. ¿Cuánto tiempo llevaría escuchando? No estaba contando nada fuera de tono, ni inapropiado para niños, pero tampoco se había limitado a un cuento al azar extraído de sus trabajos. Estaba narrando una rocambolesca historia que le había ocurrido cuando deambulaba por Nueva York buscando secretos. Una divertida que acababa con él tropezando y cayendo por las ruinas de un centro comercial como si fuera un personaje de dibujos.

—Mmmmm —el escritor fingió ponerse pensativo—. ¿Me di cuenta de que ya era hora de que los chicos se metieran en la cama antes de que su madre me pegase una paliza?

Guiñó un ojo a Lincoln.

Aunque Nick dijo aquello en forma de broma, lo de madre no le hizo gracia a Morgana. Le enseñó el dedo corazón a Nick tanto si la miraba como si no. Pero su silueta seguía relajada y recostada en la pared.

-Termina la historia, "papá". Es una putada dejarla a medias. Sobre todo cuando no sabes si podrás continuarla mañana.

Volvió la vista hacia los chicos. La ilusión y emoción pintaban sus caras exiliando al sueño.

-Vamos. Regálanos un gran final a lo Nick.

Compuso lo mejor que pudo una expresión de niña buena que nunca había roto un plato.

Lincoln seguía con los ojos muy abiertos puestos sobre el escritor, pero Shamira frunció un poco el ceño con el cutre final que Nick intentó darle a la historia en pleno clímax. La chiquilla asintió con la cabeza a las palabras de Morgana antes de añadir su propio ruego. 

—Vamos, Nick... No puedes dejar la historia así, no puedes. Por favor... Cuenta bien el final, venga...

Nick sonrió. Todo lo que necesitaba un ego de artista como el suyo era un público atento. 

—Vale. Lo hemos dejado en que yo seguía corriendo, ¿aquella sombra del sótano era un cocodrilo de las alcantarillas? Yo estaba seguro: le había visto los dientes y eran largos y curvados —el escritor hizo un poco de pantomima al narrar esto, y fingió una voz más asqueada —. Me relajé; pensé "los cocodrilos no son muy rápidos y no suben escaleras así que estoy a salvo aquí, en el tercer piso."

Sonrió un poco para que los chicos tuvieran tiempo de darse cuenta de que estaba diciendo sin palabras "ingenuo de mí".

—Me puse a rebuscar a ver qué encontraba por las tiendas. No quedaba mucho: sólo unas camisas que no pegaban con mis zapatos y unos tacones que no me parecieron de temporada, además eran de color rojo chillón, y hay que tener mucho cuidado con esos —se tomó un momento para respirar y hacer una pausa de efecto —. Bueno, pues en esas estaba yo, y seguía emperrado en encontrar un poco de lasaña para cenar con mi chica cuando oí el gruñido. Me giré y, ¿qué vi? ¿Podéis adivinarlo?

Sonrió a todos. También a Morgana. Ya que había aparecido podía apuntarse a jugar a las historias.

—¡Un alado! —exclamó el chaval que hasta ese instante había contenido el aliento—. Pero uno de los lunares, con granos y pus y ocho brazos y alas de murciélago. Uno de esos jodidos. 

La palabrota salió de labios de Lincoln sin que él se preocupase lo más mínimo por ella, pero Shamira le dedicó una mirada de soslayo con el ceño fruncido que no se convirtió en reprimenda porque ella también estaba ansiosa por saber qué era lo que había detrás del escritor. 

Morgana debía reconocer que la habilidad para narrar de Nick era mayúscula. En unas pocas frases entremezclaba la aventura, acción, suspense e incluso un humor blanco que no rompía para nada la tensión. El humor de ella era cínico, negro, áspero. Cuando la miró, pensó al instante en responder: una veinteañera con un bebé en el regazo mamando a lo loco, de ahí el gruñido.

El chico se le adelantó. Su desparpajo hizo que soltara una risotada. Un jodido alado, eso precisamente. Miró a Shami: ella podía ser la del gruñido, una chiquilla salvaje cabreada empuñando un cuchillo, "eh! Maldito loco que le has hecho a mi mascota, el cocodrilo. No huyas, eres su almuerzo." Le vino una imagen a la mente, bromeó:

- Ya se. ¿No era yo apuntándote a la frente con un tirachinas?

—Mucho más grande que un alado —sonrió Nick—. Mucho más peligroso que Morgana con un tirachinas. No... espera, mucho más tampoco, sólo un poquito. Era... —abrió mucho los ojos, subiendo lentamente los brazos para que los niños no se dieran cuenta de que estaba proyectando sombras — ¡un dinosaurio!

En realidad había sido una manada de perros famélicos que a Nick le habían dado más pena que otra cosa. De hecho, se había negado a dispararles porque tenía una vena blanda por los animales. Mala decisión, tener principios. Había sido una buena carrera.

—Un lagarto enorme, con el cuerpo como un pollo gigante y en vez de alas un par de patitas pequeñas, con dos dedos cada una —hizo el "gesto de t.rex" que a Donna le hacía reír en el pasado, recordando que los niños seguramente no sabrían nada de dinosaurios —. Y tenía una cabeza inmensa: en su boca habríamos cabido Morgana y yo y habría habido espacio para que saltara Bentley; toda llena de dientes amarillos y babas asquerosas.

Dejó que la imagen permeara en las mentes de su audiencia. Y luego recordó una de sus películas favoritas.

—Pero los dinosaurios grandes son muy tontos, y algunos sólo te ven si te mueves. Así que, si me quedaba quieto, a lo mejor ni se enteraba de que estaba ahí. El problema era que me había estado probando aquellos tacones rojos y me costaba mantener el equilibrio. ¿En qué postura creéis que me quedé?

-¿Quéee díiiices? ¡Un pedazo de dinosaurio!  ¿Pudiste tomar una foto? Sería una pasada.

Morgana abrió los ojos como platos y se quedó en suspenso con la boca entreabierta y expresión de desconcierto y sorpresa absolutas. Tal vez exageraba un poco en su papel de actriz siguiéndole el rollo a Nick. Paseó la mirada del niño a la chica y de esta al narrador, para volver a Lincoln y continuar en círculo de uno a otro. Pensó que un “cuento” así a esta hora no es que fuera buena idea precisamente, en particular por lo impresionable del chico , pero es que tampoco el escritor disponía de mucho tiempo durante el día. Morga ya veía desfilar lagartos-pollo en la cabeza del crío , corriendo con sus descomunales fauces abiertas en persecución de Nick y sus tacones rojos. Se aguantó la risa. Y la respiración, esperando el desenlace.

Nick sin duda sabía cómo mantener a los niños en vilo. Con su gesto lento y su pausa dramática, los dos pequeños iban abriendo los ojos más a medida que la tensión aumentaba y casi parecía que estuviesen a punto de ponerse de pie de pura expectación.

Sin embargo, cuando llegó la revelación, fue evidente en el ceño fruncido de Lincoln que no tenía ni idea de qué era un dinosario. Shamira, por su parte, sí parecía saberlo, porque enseguida emitió una risa como respuesta. Pronto el chiquillo se unió a esa risa, cuando el escritor hizo su gesto y los dos rieron de nuevo al imaginarle con los tacones puestos y tratando de no moverse. 

—¡Así!

Fue la muchachita la primera en ponerse de pie, saliendo de su saco, para colocarse encorvada, de puntillas y poner una cara rara en esa postura ridícula con la que parecía imitar más bien al dinosaurio que a Nick. 

Lincoln corría el riesgo de caer en un ataque de risa como el de la cena, pues tras la intervención de Morgana, soltó una sonora carcajada que se intensificó al ver a Shamira hacer el tonto. Normalmente no se mostraba tan risueño ni tan abierto a entrar a un juego como aquel, pero quizá la alteración de la rutina durante el día le había afectado también a él porque se puso en pie y trató de colocarse en una postura aún más ridícula que la de la chiquilla, doblando las rodillas con los pies de puntillas y arrugando nariz y boca en una mueca. 

—¡No, así! —dijo con los morros torcidos y tambaleándose en un equilibrio precario que no duraría más que un par de segundos. 

Cayó en el colchón riéndose y no volvió a levantarse, pero, cuando se le pasó la risa, sí se sentó y negó con la cabeza. 

—Deberías haberle tirado los tacones al demosaurio. 

Nick adoptó una postura aún más estrambótica que la de los niños y se sostuvo sobre una pierna mientras extendía los brazos a medio camino entre como lo haría una bailarina de ballet muy dramática y como lo haría un mono imitando a dicha bailarina.

—Pues me quedé así —para rematar el efecto, se puso de puntillas. No esperaba aguantar mucho, de hecho, ya empezaba a sudar —. Y el dinosaurio (que para el caso es lo mismo Lincoln, porque significa lagarto terrible) empezó a dar vueltas en torno a mí, olisqueando, olfateando, enseñando los dientes. Sabía que estaba, pero no podía encontrarme, hasta que...

Con un pequeño saltito para hacer sonar sus pies, Nick aterrizó en el suelo.

—Me caí —dijo —. Y el bicho empezó a rugirme muy enfadado. Entonces fue cuando me di cuenta, veréis: había un diente que estaba casi negro, tenía un agujero muy feo. ¡Una caries! Aquel pobre monstruo sólo estaba dolorido y buscando a alguien que le ayudara, ¡pobre dinosaurio!

Nick se arremangó teatralmente.

—Así que allí fui yo: alargué la mano, porque, total, ya que me iba a morder por lo menos intentaría hacer algo bueno antes de que se me comiera, y la metí dentro de la boca. Tuve que pasar sobre su lengua, que estaba muy rugosa, y le hizo babear porque yo soy muy tierno y muy dulce —guiñó el ojo a Shamira —. Tú, Lincoln, le habrías parecido demasiado duro para mascarte, pero yo era como un bollito de canela. Aún así, me armé de valor y le saqué el diente con la mano.

Dio un tirón al aire para representarlo.

—Me quedé con el colmillo y el dinosaurio empezó a hacer ruiditos. Se le cayeron muchas plumas del susto y todo, pero, cuando se recuperó me vio allí, temblando y con su diente en la mano y no volvió a rugirme. Se quedó mirando a los zapatos rojos. Así que yo, que me había encariñado con ellos, tuve que dárselos, porque un buen dentista siempre te da un regalo para mitigar el dolor.

Nick se encogió de hombros.

—Y se fue, con esas pisadas que retumbaban tanto. Y yo en vez de lasaña sólo conseguí unas cuantas plumas que no me valieron de nada porque todos pensaron que eran de paloma —De hecho, Nick había conseguido timar a unos bandidos con el truco de las plumas de dinosaurio que en realdiad eran de pájaro, pero le parecía poco didáctico— y un diente negro y feo que, cuando intenté regalárselo, mi chica tiró a la calle... donde lo recogió una paloma.

El escritor sonrió a los niños.

—Así que ya sabéis: lavaros los dientes o se os caerán las plumas.

Miró a Morgana, esperando a que ella diera la orden de romper filas.

Se le escapó una suave risa con la recomendación final de Nick. Dejó la pared, se enderezó:

-Eso es soldados -el tiempo de llamarlos reclutas quedó atrás- a dormir, el toque de retreta pasó hace un rato. Venga, los dientes, no quiero plumas que bastante tenemos con los pelos del chucho.

Cuando se quedase a solas con Nick,  Morga no perdería el tiempo. Su sedosa voz bailó en el pasillo.

-Así que "demosaurios" con plumas. Me he encontrado con apestosas ratas del tamaño de una vaca, pero no con pollos de tres metros. Un final cautivador, cuentestista -sonrió. Luego, fue directamente al grano-. Tienes que tomar una decisión con el puto regalo que nos han hecho. No se pueden dar situaciones como las de la cena, eres un tipo resolutivo y parecías solo parte del mobiliario. Se supone que tú decides, o yo, llegado el caso, pero principalmente tú. Lo de antes fue una mierda. Los demás darán su opinión pero si dices blanco es blanco, y no se discute más.

Lo miró a los ojos con su brillante y enardecida mirada.

-Esa tía nos ha dejado un marronazo. Ya dije lo que pienso, pero si no quieres historias coge mañana a ese renacuajo y se lo llevas a su comunidad y te olvidas. La mamona de su madre seguro que tiene motivos y algo chungo hay detrás. Esa comunidad no es trigo limpio, me dio esa impresión lo que deduje con Jimmy. Que ya te vale, que no le presionaras un poooquiitoo a ese payaso, el tipo es mono pero le falta un hervor.

Hizo una pausa.

-Qué quieres que te diga, llevo un día de mosqueo con todo dios. Si nos lo  quedamos pues adelante, vale, que nadie se raje luego. Pero joder, por favor no vayas a darle el parte al cabrón de Dima, lo que hagas en tu casa es cosa tuya y de nadie más. ¿Qué buscas, su bendición? Cuando lo sepa, si no lo sabe ya, y te pregunta pues se lo largas. ¿No confía en ti para imaginar que no vas robando niños ni tú ni nadie del Centro?

Estaba acelerada.

- Tengo que preguntarte. ¿No será tuya esa bolita de carne?  No te lo tomes a mal, podría ser, ¿no? Tenemos cuatro pollas en edad de preñar.

Se encogió de hombros, en su cara una expresión de ingenuidad, burla y suspicacia a partes iguales.

Nick vio cómo los niños desaparecían como buenos patitos y sonrió. A veces pensaba que quien más disfrutaba de aquellos momentos era él. Siempre le había pasado.

—Dicen que hay cosas peores en el Soho —comentó el escritor encogiéndose de hombros—. Claro que lo dice gente que no ha entrado nunca. Todos los conocidos míos que han entrado desaparecieron.

Tiempo atrás, Nick había tonteado con la idea de entrar allí. Cuando era un nihilista autodestructivo le había parecido buena idea. Suerte que Vadim le encontrase justo a la víspera.

—Esto no es un barracón, Morgana —dijo—. Entiendo que estés acostumbrada a hacer las cosas de otra forma, pero todavía no entiendo por qué se supone que mando yo. Todos me miráis como esperando que dicte sentencia. Te aseguro que soy una mala opción para poner al mando; no sé hacer nada, Morgana, sólo soy un tipo con el ingenio y el encanto justos como para poder sobrevivir sin tener que valerme de los brazos.

"Ella no necesita tu autocompasión", pensó furioso.

—¿Quieres que me haga cargo? ¿De verdad? 

Luego llegó lo que Nick esperaba. Jimmy, Dima.

—El tema de Jimmy dejé que lo llevara Trish —confesó—. Esa chica necesita que le digamos de vez en cuando lo buena que es, así que lo hago. ¿Crees que se está guardando algo? Ransom, el de los chicos de McAvoy me dijo que siempre cumple, pero si tienes dudas le buscamos un día en el Jackie y comprobamos si se ha olvidado algo.

Ante la mención de Dima, miró al techo.

—Mira, Morgana, sé que no lo apruebas, y lo respeto, de verdad, pero, ¿por qué crees que Jimmy se me acercó en primer lugar? Sabe que estoy cerca del Lobo y quiere buena voluntad. Eso no se compra con tomates ni con hierba. Igual tú eres lo bastante fuerte como para ir a tu aire; no lo dudo, mi mujer era igual. Yo no. Antes de que todo se fuera al carajo tenía agente, abogada y contable. Sólo escribía, sonreía y posaba para las fotos. Tú recuerdas el caos de los primeros años; aún no sé ni cómo estoy aquí, contando cuentos a unos niños antes de que se vayan a dormir, pero tengo bastante claro que estamos mejor que al principio. Si el gobierno era una mafia, ¿por qué la mafia no puede ser el gobierno?

Luego sonrió ante la última pregunta.

—Te doy mi palabra de boy scout. Llevo mucho sin intentar hacer uno.

Morgana estaba tan interesada en el otro asunto que respondió de forma distraída y casi sin pensar al primer comentario de Nick.

-Me metí en el Soho una vez, cuando andaba con Las Tres Cruces; con esos zombis de mierda, es jodido, aunque te aseguro que sí hay cosas peores que ellos -no acostumbraba a contar batallitas ni a ponerse medallas  (había lanzado al mar sus dos condecoraciones), la contestación fue automática sin considerar el posible efecto-. ¿Qué coño dices de que no sabes hacer nada? Mantienes este Centro, eres el alma que cohesiona el grupo. ¿De qué vas con ese rollo? Nos conocemos lo suficiente, ¿no? ¿Me hubiese unido a Major Morris de otra forma? No me toques las narices ni te hagas la víctima o te suelto una hostia. Claro que quiero que te hagas cargo.

Morga escuchó atenta al escritor, mirándole, considerando en su valor cada frase que le ofrecía. Se quedó un momento callada, reflexionando. Tal vez era la forma de conseguir las cosas de Nick, dejar que la rueda girase interviniendo lo justo, un toque aquí, un ajuste allí. Poseía sensibilidad, una cualidad de la que carecía ella. A fin de cuentas el Centro funcionaba antes de que ella llegase, aunque Morga estaba convencida de que ahora las cosas iban mejor incluso. Aparte de las relaciones, últimamente algo deterioradas por el roce diario. Sus ojos se movían rápidos de un lado a otro, impacientes, nerviosos.

-No, no es una barracón.  Pero…pero cuando veo ciertas actitudes, un día, otro día, la gente a su rollo, me enervo, me enfurezco. No lo puedo evitar. Joder, empezaría a ladrar órdenes y patadas en el trasero –relajó los músculos faciales, dejó de apretar los dientes, hasta sonreír y transformar esa sonrisa en un corta risa-. Vale, soy una bruta, una arpía desconsiderada y bla, bla, bla –bufó con ímpetu, se  apartó un mechón de cabello de la cara-. Buena voluntad de Jimmy, dices. No me lo demostró. O es tonto del culo. Y no te digo que no mantengas las mejores relaciones que puedas con esos cabrones, joder, el puto equilibrio es muy delicado. Ya me entiendes.

Exasperante.

-Vale, si tú mandas harás lo que te salga de los huevos, pero no jodas con "la mafia de gobierno", ja, me parto. ¿En serio piensas así? No puedo tragarlo. Todos nadamos en el mismo río fangoso apartando mierda, ya lo se, pero si por mí fuese los metía en un barco y les pegaba fuego. Pero no hablamos de esto ahora, sino del enano -soslayó el escabroso tema de su esposa, a pesar de que le hubiera gustado preguntar.

En su mirada bailaba la interrogación. Tenía la impresión de que Nick quería postergar el asunto del bebé. El día había sido movidito. Se mordió el labio apenas un roce. “Déjalo”, le susurró una voz lejana muy adentro. Meneó la cabeza negativamente y se recostó otra vez en la pared. Tuvo que reírse al final.

-Pues igual es eso lo que necesitas, una válvula de escape. Una chica que te haga olvidar los malos rollos. No te resultaría difícil. -Se trataba de una decisión muy personal. Quizás al escritor le sucedía como a la exmarine, a pesar de que se le antojaba raro en un tío.