Partida Rol por web

El chiquillo había torcido un poco el morro cuando Morgana se había dirigido a él, pero en cuanto se habían puesto a hablar los mayores desconectó un poco de la conversación. Sus ojos miraban alrededor, atentos y serios, pero de tanto en cuando echaba algún que otro vistazo hacia el bulto bajo el poncho de Clementine que sabía era el bebé.

No se relajó cuando siguieron andando, pero cierto era que tampoco había estado relajado antes de la parada. Siguió rastreando la niebla, pero se mantuvo cerca de Shamira en lugar de adelantarse un poco para ir al lado de Morgana, como solía hacer. 

Cuando Shamira terminó de responder, él la miró de reojo un instante, para después llevar sus ojos hacia la exmilitar. 

—Si tu familia te falla es que has elegido mal a tu familia —aseguró, como si eso sólo dependiese de uno mismo—. Si estás muerto, te lo mereces por idiota. Y si estás vivo para la siguiente te fijarás más en con quien te juntas. —Hizo una pausa y sus siguientes palabras salieron con un deje de rencor—. Y podrás vengarte. 

Los ojos de la exmilitar rastrearon la niebla, sus oídos se aguzaron, afilándose para tratar de atravesar ese manto brumoso en busca de cualquier señal de que debía ponerse en alerta, cualquier sonido, sombra u olor que confirmase que no se había equivocado un momento atrás. 

Sin embargo, con cada paso que daban más le parecía que sí se había equivocado. Ninguno de sus sentidos percibía nada fuera de lo normal y, tras algunos segundos, tuvo que concluir que no había nada, ni nadie, acechándolos. 

Kane prefirió ignorar la respuesta de Morgana, ya había intervenido una vez y lo que escuchó le fue más que suficiente como para considerarlo estéril. Por contra, se concentró en la polémica niebla, afinó los sentidos manteniendo a Bentley como punto focal, volvió la mirada hacia Clementine y, en consecuencia, a todos los demás.

—No hay nadie, no oigo nada ni tampoco percibo movimiento —anunció finalmente con los ojos entrenados —. Vamos, aun nos quedará como algo más de media hora de camino.

Tomo la iniciativa de la marcha, si bien escuchó las respuestas de las jóvenes, las que daba Lincoln le desagradaban. Su fuero interno se revolvió, y su mano acabó inconscientemente sobre Raguel, un gesto inconsciente buscando un ancla conocido.

—Si vas a vengarte Lincoln, acuérdate de cavar dos tumbas —dijo algo críptico, le lanzó una mirada breve, pero la suficiente como para que viera que no hablaba por hablar. Al poco volvió su atención en la vanguardia de la marcha, con paso tranquilo y cauto.

En la nueva intervención de Kane, Morga pudo constatar una vez más que no se equivocaba respecto a él. Hablaba poco, liberando su supuesta sapiencia del funcionamiento del mundo, superficial, sin profundizar, dando por hecho que un niño de diez años comprendería esa intencionada mirada. Mejor sería que fuese mudo.

La marine no era de las que se mordiese la lengua. Caminó un paso tras el hombre, dubitativa entre enviarlo a la mierda o pasar de sus provocaciones. Decidió que a Kane le resultaba muy difícil callar cuando algo le tocaba la fibra y alteraba el equilibrio de su cuadriculada moral y ética. Centró su incipiente ira en algo beneficioso, y fue continuar vigilando el camino. No había moros en la costa, no por eso rebajó su nivel de exceso de celo; difícil era que alguien inteligente se metiese con un grupo como el de ellos, pero la presencia de los pequeños podía hacer pensar que fuesen el punto débil. Por otra parte, los adultos no eran desconocidos en esa zona, otra razón disuasoria para quien alimentase fantasías idiotas.

Recogió las respuestas de Lincoln y Shami, las pasó por el tamiz de su criterio, concluyendo que debía dejarles claras algunas cuestiones donde ambos patinaban. Ahora, esperó a ver si Lincoln respondía con su habitual desparpajo mordaz cuando elegía hablar y no callar. Ella siguió cerca de Kane, dio un poco de aire a los chicos, y al poco su suave voz se escuchó de nuevo, sin agresividad, aunque afilada.

-El pasado te muerde, Kane. Un sarnoso perro rabioso que te roe los huesos y del que no eres capaz de librarte. Y sus jodidas pulgas saltan sobre quienes te rodean. Te equivocas. Te equivocas cuando le escupes esa mierda en la cara a Lincoln y te quedas tan ancho.

Se encogió de hombros. No esperaba que Kane se dignase a replicar, y tanto le daba. Le parecía que el pistolero vivía sumido en un túnel del que él era parte y prisionero a la vez.

- No eres capaz de librarte de la influencia perniciosa del pasado cuando lo que buscas es venganza o retribución.-suspiró, un tanto hastiada tras escuchar a Lincoln, a Kane y a Morgana- Quizá las palabras de Kane son un tanto crípticas, pero creo comprenderlas. La venganza sólo trae consigo mayor perjuicio, y además te pudre por dentro.-añadió- Ser el asesino de un asesino, sólo te convierte en un asesino más.-aclaró.

- En cualquier caso, Morgana, creo que no conoces lo suficiente a Kane o a su pasado como para poder hacer tales presunciones.-indicó, encogiéndose de hombros, tratando de utilizar un tono que dejase claro que no pretendía ofender a nadie con sus palabras- Ni siquiera me conoces lo suficiente a mí. Y nosotros a ti tampoco. Y puesto que somos un tanto desconocidos entre nosotros en lo que a tales cuestiones respecta, será mejor que nos respetemos los unos a los otros al tratarlas. Porque pisamos terrenos de los que desconocemos su solidez. - añadió, tratando de apaciguar los ánimos.

-Tal vez Lincoln solo sigue a su corazón. Y lo mismo le da cavar dos tumbas que veinte. -Dijo con sorna. A pesar de que también ella se sentía aburrida de que siempre fuese igual con la pareja, en el fondo le divertía ese constante enfrentamiento con ambos. Imitó el suspiro de Clem, la instructora Morga ni siquiera había dado su parecer y se le presuponía cual sería-. Antes se ejecutaba a un reo por sentencia judicial. El juez, el jurado, el gobierno, todos asesinos, ¿no? Supongo que los buenos ciudadanos que votaron a ese despreciable gobernador también eran unos bastardos asesinos. ¿O dejan de serlo porque es la puta ley?

El pasado. Quizá conocía o creía conocer más de lo que imaginaba Clem. La mirada de Kane la había visto antes en otras personas, y no le gustaba. No traían nada bueno, a Morga le resultaban enfermizas y destructivas no solo para ellas sino para el conjunto de su entorno. Al menos así los chicos podían aprender para evitar caer en ese pozo.

Mantuvo el cuchillo de combate oculto en su mano mientras andaban. Aceptó la actitud conciliadora de Clem y durante una docena de pasos no añadió nada más. Fue a decir algo entonces, cambió de opinión, miró un momento al mocoso durmiente, luego a Shami a quien señaló con un dedo un botón desabrochado del abrigo.

- Estás empleando una falacia, Morgana. Tu argumento toma tan sólo una parte de lo que he dicho, y lo desvía y deforma hasta expresar lo que tú quieres.- indicó, sin acritud- Es decir, hablamos de vengar un asesinato con tus propias manos, provocando otro asesinato, y tú lo has sacado de tal contexto para utilizar la existencia de tal o cual ley, obviamente para desviar el discurso a tu favor. -apuntó- No es una buena manera de argumentar, ciertamente, pero ya que pareces tan interesada en el tema, te responderé: No. No todos serían asesinos. Pero estarían participando en un hecho de omisión general, igualmente perjudicial.- añadió, dedicando un breve vistazo a Kane y a Lincoln, ignorando, por el bien del muchacho, lo que pudiera opinar sobre lo dicho por Morgana acerca de sus posibles ideales.

- Y no, no debería estar bien privar de la vida a nadie. Sea esa la ley o no. Hay matices que quizá puedan atenuar tal hecho, como la defensa propia. Pero en cualquier caso, uno siempre se quedará con las manos llenas de sangre y con un regusto amargo en la boca del estómago. -dijo, con cierta resignación, con cierto matiz triste en su tono de voz- Quizá con el tiempo hay quien se acostumbra al sabor amargo que asciende por su garganta, y deja de encontrarlo molesto. Pero cada muerte pesa. Y cada muerte cuenta. 

Kane miró a Morgana cuando le respondió aquello, la supuesta seguridad con la que hablaba la mujer le generaba muchas sensaciones, entonces no pudo contener una risa más o menos abierta como si la mujer acabara de decir una tontería. El pistolero acabó por negar con una sonrisa leve. No dijo nada, solo sonrió, una sonrisa que se evaporó en el momento en que siguió con el avance mientras negaba para si.

Miró a Lincoln, luego a Shamira, movió la cabeza por un instante y les hizo un gesto con el índice tocándose la sien invitando a que pensaran por si mismos. Les sonrió brevemente para proseguir el viaje, escuchó las argumentaciones de Clementine, las réplicas de Morgana, en un momento dado miró a la joven predicadora y se encogió de hombros.

No iba a participar más, Kane parecía tener una idea clara de adónde conducía todo aquello, quizá con aquel gesto invitaba a Clementine a hacer lo mismo, aunque por la forma en la que la miró se demostraba de acuerdo con su reflexión. Caminaba vigilante, atento, ahora mismo era lo que importaba para llegar de una pieza a su destino.

—Con dos no me da para nada —respondió el chaval, serio, al consejo que Kane le había dedicado.

Después, desvió su mirada hacia el camino en actitud vigilante. Parecía ajeno a la conversación que siguió entre las dos mujeres pero, de tanto en tanto, su mirada iba hacia una o hacia otra para terminar pasando, irremediablemente, por Shamira. 

La jovencita caminaba a su lado, más atenta que él a lo que se hablaba, pero sin ninguna intención aparente de intervenir. Su mirada bajó hacia su abrigo al percibir el gesto de Morgana y se apresuró a abrochar el botón antes de esconder las manos de nuevo en los bolsillos. 

Poco a poco el grupo se iba acercando a su destino. En un par de manzanas verían la entrada al reducto de La Comunidad al que se dirigían y todo parecía en calma. 

No vieron la escena hasta que estuvieron prácticamente encima. Tres figuras rodeaban a una más pequeña, que tenía la espalda pegada a una pared.

La primera de esas figuras tenía a la chiquilla cogida del cuello, obligándola a mantenerse de puntillas. Era una mujer joven, con el pelo corto y teñido de un rojo intenso. Parecía despreocupada, como si no hubiese nada de especial en amedrentar a una cría. Un paso por detrás de ella había dos hombres, el primero tenía la piel oscura y era corpulento. Una media sonrisa en sus gruesos labios parecía indicar que estaba divirtiéndose con la situación. El otro hombre era el más alto de los tres, iba rapado y tenía una actitud marcadamente marcial. Sus labios permanecían serios, pero tenía un brillo salvaje en su mirada. Los tres iban vestidos con ropa militar y los tres iban armados con pistolas o automáticas. 

La niña forcejeaba como una pequeña fiera. No tendría más de catorce o quince años y arañaba, intentaba lanzar mordiscos y patadas, sin mucho éxito. Apenas un mechón de sus cabellos negros escapaba de la capucha que llevaba por encima de la cabeza. 

Para cuando los viajeros se encontraron la escena, los otros ya les habían visto venir. La única que parecía no haberse enterado de la interrupción era la chiquilla, que seguía intentando soltarse mientras emitía improperios y palabrotas. No hubo tiempo para reaccionar antes de que los dos hombres levantasen sus armas y apuntasen al grupo que venía del Morris, una pistola el más fornido, una automática el otro. La mujer siguió sujetando a la muchacha, aunque sus ojos estaban también sobre la comitiva.

El lomo de Bentley, que había caminado el último trecho pegado a las piernas de Clementine, se erizó de inmediato. El animal dio un pequeño paso para colocarse delante de la joven y su labio superior se echó hacia atrás, dejando ver sus colmillos. 

Les habían pillado por sorpresa, pero Morgana no tardó en reconocer las caras de los tres. Y entonces supo que el asunto podía ponerse peliagudo. Los conocía de su tiempo en las Tres Cruces, Amelia Pond, Kloss Rusty y el cabo Larson. Tres de los sabuesos más fieles del mayor Derwitt.

Con ninguno de ellos había tenido precisamente buena relación en el tiempo pasado en el grupo. Amelia tenía muchos humos sólo por quien había sido su padre, Larson traicionaría hasta a su abuela para conseguir una palmadita de Derwitt en la cabeza, pero el peor era Rusty, un sádico malnacido con el que Morgana había tenido más de un encontronazo. Ese tío que ahora la estaba apuntando con una automática se la tenía jurada desde hacía mucho. 

La pelirroja soltó a la cría con brusquedad, dejando que cayese al suelo. En un primer momento pestañeó confusa, pero no se lo pensó mucho antes de aprovechar su oportunidad. Apenas echó un vistazo al grupo cuya llegada la había salvado y echó a correr, perdiéndose entre la niebla en pocos segundos. 

A la mujer no pareció importarle perder a su presa, ahora su atención estaba puesta en los viajeros, más concretamente en Morgana. Dio un paso hacia ellos con una mano colocada con cierta indolencia sobre el mango del machete que llevaba en la cintura. 

—¿Pero qué tenemos aquí, chicos? —dijo, con sorna y cierto punto de desprecio—. ¡Si es Morgana, la desertora! Y sus nuevos amigos...

Parecía un gato relamiéndose ante una golosina. Su sonrisa se ensanchó. 

—Me debes una puta cena, Lars.

Mientras avanzaban entre nieblas, Kane procuraba asegurarse cada paso que daban con tranquilidad, se encogió de hombros ante la respuesta de Lincoln sin dar fuelle a una conversación que, hasta ese momento, la consideraba estéril y sin salida. Fue en ese momento cuando se toparon con aquel grupo de mercenarios, la escena hizo que al pistolero se le estrechara la mirada, apretó el puño con disimulo y respiró profundamente. Al verse apuntados Kane se tensó un poco más, alerta, y mientras escuchaba la bienvenida de la pelirroja que reconocía a Morgana y no parecía una fiesta de bienvenida, se movió lentamente para interponerse entre las armas y Clementine con el niño en brazos.

El pistolero no habló, dejó que Morgana lo hiciera ya que eran conocidos suyos, solo se aseguró que ninguna trayectoria de bala encontrara un objetivo claro entre el cañón de las armas, la predicadora y el bebé. Esperaba que Shamira y Lincoln se pegaran a Clementine, claro que eso era mucho suponer.

En una cosa sí tenía razón Clem, y era que Morga manipulaba la información para retorcerla a su favor, y la predicadora no la decepcionó en la esperada respuesta. Mostró su  desacuerdo con una continuación que tenía preparada.

-Para nada es una falacia. Al contrario, lo que tú dices sí lo es, por completo, Clem. Esos argumentos son pueriles y están gastados. Quien te haya llenado la cabeza con ellos, te ha engañado. Y si no lo ves, es que eres una de las ciegas que has mencionado antes.

Miró a Kane, al parecer la charla le daba risa. Podía reírse lo que quisiera, para Morga era mejor eso que no escuchar las chorradas que soltaba de tanto en tanto. Se la soplaba. Encontraba la conversación interesante, y, aunque los puntos de vista fuesen antagónicos, por una vez no se estaba desarrollando de malas formas. Seguramente porque ambas partes estaban esforzándose en soportar a la otra y, quizá, comprenderla. Sus ojos volvieron a la chica.

-Deduzco que has probado ese sabor, entonces –señaló con toda la intención del mundo. Morgana nunca lo había sentido, ni siquiera aquella primera vez. Todo fue ira y dolor. Urgencia. Y luego el vacío absoluto.

Niebla. Niebla. Y de súbito se materializó de la nada la amenaza física que su instinto pulsaba desde hacía rato bajo su piel. “Joder. ¿Qué puta mierda hacen estos gilipollas aquí?” ¿La buscaban o era una maldita coincidencia? No se lo creía esto último. Bajó la voz hasta un susurro– Retroceded, ahora, ya. –Sonó contundente, firme, serena. Se dirigía a todos, pero principalmente a los chicos y Clem. Confiaba en que la niebla los ocultase tan rápido como a la muchacha que salió corriendo.

Morga, de soslayo, comprobó la reacción de Kane, y  siguió dando unos pasos hacia delante, con la intención de que los tres militares enfocasen su atención en ella y el grupo tuviera tiempo de desaparecer entre la espesa bruma. Sonría, torciendo la boca, saludando con la mano izquierda, desviando las miradas de la derecha, vigilando los negros cañones que apuntaban y las expresiones de las caras de cada uno de los componentes del trío.

-¿Tienes un cigarrillo, Lars? –paseó la mirada de uno a otro-. Qué feo, apuntando a una amiga, ¿a qué vienen esas malas formas? Estáis asustando al chucho. -Alzó una ceja, haciéndose la sorprendida y ofendida-.
Amelia, no intentes picarme, sabes que el General Barnes estuvo de acuerdo. Puedo regresar cuando quiera, las puertas de las Tres Cruces están abiertas para mí –No hubo pulla ni acritud en su tono, como si fuese un encuentro de viejos amigos. Pero se conocían lo suficiente entre los cuatro para saber como las gastaba cada uno. Mantuvo el cuchillo quietecito, evaluando la situación, calculando los riesgos. También para la exmarine representaba una oportunidad única de llevarse por delante a los tres de una tajada –Estáis muy lejos de casa. En territorio hostil.

- Cuando sepas realmente a lo que me refiero con "falacia" entonces... Podremos hablar de la persona que, según tú, me metió todos esos argumentos pueriles y gastados en la cabeza. Pero hasta ese momento, la dejaremos en paz. Y si un día llegamos a sacarla a coalición, ten por seguro que voy a exigirte que no digas ni una sola palabra mal sonante.-dijo, de buena manera, pero tajante. 

Parecía haber algo, cierto matiz, en lo que había mencionado Morgana, que había dibujado una expresión de verdadera molestia en la joven predicadora. Una molestia que destelleaba durante unos instantes, antes de que tomase aire profundamente y lo exhalase, despacio, encogiéndose de hombros ante la siguiente afirmación de la ex-militar, suavizándose su gesto tras escuchar la risa de Kane- Quién sabe, Morgana. Puede ser. Puede que no sea tan inconsciente de ese gris del mundo como te piensas.-dijo, enarcando ligeramente una ceja, mientras dedicaba un vistazo a Bentley, que, al parecer, se había pegado a sus piernas mientras caminaba. ¿Cuánto llevaba ahí? se preguntó, con preocupación. 

- Oid chicos... Tened...-a penas terminaba aquella frase, cuando la niebla dejaba entrever la escena con la que se topaban de frente. Una escena que la dejaba momentáneamente sin habla, y que le robaba el color del rostro cuando incluso Morgana parecía nerviosa, indicando que se retirasen, apuntando los desconocidos al grupo con una pistola y una recortada, mientras, al menos, aquella pobre chica parecía escapar del abuso que a todas luces estaban ejerciendo sobre ella.

Clementine observó cómo Kane se desplazaba, despacio, y se ponía delante de ella. Y cómo Morgana se acercaba a los desconocidos, hablando con ellos sin mencionar una sola mala palabra. Y ambas cosas la hicieron palidecer aún más, mientras trataba de ponerse de lado, tratando de disimular el temblor que ascendía por sus brazos, con la idea de proteger al bebé con su cuerpo en caso de que las cosas se pusiesen aún más grises que ese gris que cubría el mundo, haciendo una seña a Shamira y a Lincoln para que se acercasen a ella, y tragando saliva al observar a Bentley con el lomo erizado, a todas luces mostrando sus afilados caninos a los extraños. 

La tensión parecía solidificarse con cada paso que daba Morgana hacia el trío. Las miradas de los tres militares se movían de uno a otro, controlando la situación y vigilando también a Clementine y Kane, aunque en cada uno de esos viajes, Morgana volvía a ser el punto de retorno y la que parecía suscitarles el mayor interés.

El hombre más alto empezó a moverse despacio, dando pequeños pasos de lado, sin dejar de apuntar a la exmilitar con una sonrisa creciente de medio lado. 

Sin embargo, fue la pelirroja de nuevo la primera en responder. Miró a un lado y luego a otro, como si quisiera escrutar la niebla.

—Vaaaya, no veo a Barnes por aquí... —dijo con humor—. Y tampoco por acá... ¿Vosotros lo veis, chicos? No. Creo que hoy se ha quedado en casa. 

El más corpulento de los hombres emitió una risa seca con las palabras de la joven, pero ella se había puesto seria de repente y su ceño se fruncía mientras sus dedos rodeaban la empuñadura del cuchillo. 

—Creo que la que está en territorio hostil eres tú, Morgana. Suelta lo que coño lleves en esa mano. —Su barbilla señaló hacia el brazo derecho de la mujer—. Ahora. 

Ninguno de los dos hombres parecían haber notado nada raro en la mano de Morgana, pero en cuanto la pelirroja lo dijo, el más alto afianzó la automática y su mirada se clavó fija en ella. 

—Yo sí que tengo un cigarro, guapa —Su voz era grave y algo intimidante, haciendo que su sonrisa erizase la piel—. ¿Quieres saber dónde te lo apagaría? 

—Haz lo que dice Amy —intervino el otro en ese momento, alternando la mirada entre la mujer y el grupo que tenía detrás—. No nos provoques. 

Fue él el primero en hablar a los otros, quizá impulsado por el gruñido sordo que empezaba a brotar de la garganta de Bentley. Su mirada se detuvo en Kane y fue a él al que dirigió sus palabras, como si supusiera que tendría autoridad sobre Clem y los niños.

—Vosotros podéis largaros. Y llevaos al chucho. Pero vuestra amiga se va a quedar con nosotros, ¿eh, Morgana? —La pregunta no parecía esperar respuesta, aunque su mirada volvió hacia ella—. Nos fumamos un pitillo, hablamos de los viejos tiempos... —dejó las palabras en el aire sin mucha gracia. Parecía que el tipo quería hacer algún tipo de chiste, pero no se le daba demasiado bien, le faltaba la chispa que sí tenía la joven. 

La piel de Shamira había palidecido en cuanto se habían encontrado con aquel trío y habían levantado las armas. La chiquilla había tragado saliva muy despacio y luego había buscado a Morgana con la mirada, esperando las instrucciones que no habían tardado en llegar. 

Dio un par de pasitos pequeños hacia atrás y al ver el gesto de Clementine, se dio más prisa para acercarse a ella. Llevaba a Lincoln agarrado del abrigo, pero el chaval no parecía tan dispuesto a retroceder. Su ceño se había fruncido y apretaba los dientes tan fuerte que la tensión marcaba la línea de su mandíbula. 

Dio un tirón para soltarse del agarre de Shamira y corrió varios pasos dejándola atrás para ponerse al lado de Morgana con expresión decidida y sus manos apretadas en dos pequeños puños. 

—Tres contra una —espetó, furibundo—. Vaya mierdas sois.