Partida Rol por web

Las gemelas entraron cabizbajas al dormitorio. Tanto tiempo evitando a Mircea había conseguido que su hermano mayor acabara acumulando gotas en el vaso de la gente adulta y responsable, hasta que desbordó haciendo que su regaño fuese más fuerte de lo que habían visto en mucho tiempo. Era como cuando acumulaban la ropa sucia bajo la cama. Llegaba un momento que sus armarios y cómodas acababan vacíos y tenían que pedir a su madre que les comprase ropa nueva. Las acababa tocando repetir ropa un día entero hasta que todo lo que habían ido barriendo en la zona de la atavíos desamparados estuviera limpio y con buen olor para volver a ser usado.

Ayyyyy, suspiró con los ánimos bajos Erzsébet.

Ayyyyy, suspiró a su vez Orsolya.

Arrastraron los pies hasta sus baúles, de donde sacaron tus trajes de duelo limpios, planchados y doblados.

Tomándose todo el tiempo del mundo, como si la historia colorida y mágica de Hogwarts acabara de tornarse en una versión más grisácea aún de los miserables, las crías se quitaron el uniforme del colegio y se embutieron en los ropajes de batalla. Con movimientos lánguidos, suspiros miserables y todo tan parecido a la pérdida del primer amor de una adolescente, era igual que si alguien hubiera revelado a las gemelas que los príncipes no salían de las ranas o que los malos de los cuentos en realidad sí que eran malos.

Dejaron dos montones de ropa usada, con las mochilillas en medio. Si hubieran sabido que las lágrimas podrían derretirlas, se habrían obligado a llorar. Pero dado que ni lo uno era cierto, ni lo otro posible, las crías se conformaron con tumbarse en la cama esperando la hora de la comida.

Oye O, siento haberte lanzado el hechizo bajando las escaleras... Aunque Erzsébet veía injusta la cantidad de cartas sobre la mesa que Mircea había conseguido sacar para abroncarlas, al menos veía justa una de las razones. Voy a hacer lo que me ha dicho, y cada vez que quiera probar el Agotattem lo lanzaré sobre el espejo. Así sabré qué sientes cada vez que te ataco, murmuró avergonzada.

No pasa nada E, si yo fuera igual de buena con un conjuro, también estaría usándolo a todas horas. Hasta ahora, Orsolya no había sido capaz de despuntar en ninguna de las asignaturas. Era como si el mago de  los conocimientos se hubiera portado fatal y en el reparto de habilidades la hubiera dejado con las peores...

Cuando finalmente se levantaron de la cama, ya peinadas con una cola de caballo alta y con la varita enganchada en el lugar pertinente de los chalecos, se cogieron de la mano y salieron lentamente de allí.

Dejando atrás la Sala Común y acompañada por su particular ejército de mariposas estomacales Daphne entró en el cuarto y dejó a los pies de la cama su mochilita, que quedó sepultada poco después por el uniforme que llevaba puesto, sustituido por el camisón que llevaba para dormir.

Tiró del edredón y de las sábanas y se metió En la cama acurrucándose dentro intentando coinciliar el sueño.

Sara llegó al dormitorio y los ojos le lloraban por el cansancio. Se fue al baño, se preparó para irse a la cama y salió de allí y se metió a dormir directamente.

Unos pasos sigilosos en medio de la noche cruzaron la habitación. Se detuvieron frente a todas las camas, parecía que buscaba algo. Y allí, en un bulto bajo unas sábanas, descubrió lo que buscaba.

Sam se acercó lentamente hasta la cama de Daphne. La niña de los pelos rizados estaba a su merced. Estaba dormida, y Sam tenía sed de sangre. Se acercó y Daphne podía escuchar la respiración de la muchacha cada vez más cerca, y más, y más...

Y de pronto, Sam quitó la sábana que cubría a Daphne

Ardeen estaba tan cansada que llegó arrastrándose, se tumbó en la cama y se despidió con un sonoro ¡Buenas noches chicas! tras lo cual se quedó frita.

Iban dándose codazos, mandándose callar una a la otra y riendo por lo bajini cuando finalmente accedieron al dormitorio que compartían con las adultas de segundo. Callaron definitivamente cuando encontraron a Brândusha y Viorica mirándolas desde su puesto encima de uno de los baúles.

Se quitaron sus trajes de duelo con cuidado. Era raro que tratasen así de respetuosas cualquier atavío. Pero hasta ahí duró cualquier respetabilidad, pero una tras otra cada prenda surcó los aires hasta caer sobre la cama que dedicaban a la ropa sucia. Mañana era fin de semana y por fin los elfos domésticos harían la colada.

Cogieron sus enseres de aseo y corrieron hasta el baño después de meterse en sendos camisones de faldón largo y sin mangas, de un blanco roto y puntillas en la cintura.

Poco tiempo después, tras haberse cepillado los dientes y haber desterrado a los grandes bichos devora-dientes que causaban estragos por la noche, lavado detrás de las orejas y peinarse los cabellos tras soltar la cola de caballo, las crías enfilaron a la cama.

Cuando ya estuvieron acurrucadas, las gatas saltaron del baúl a la cama madriguera, donde también se quedaron dormidas.

Amanecer del día 6

Sábado

Segunda Semana de Octubre

Hacía una semana que habían visto por primera vez un ciempiés monstruoso y noche tras noche éstos habían ido aumentando de tamaño en sus sueños. Ahora ya alcanzaban la longitud de un coche y un diámetro semejante al de las gemelas dándose las manos y rodeando al bicho. Como si fueran mascotas virtuales de los videojuegos muggles, las crías habían estado dándoles de comer en sus sueños, enseñándoles trucos nuevos e incluso tratando de conseguir que hablasen. Al fin habían conseguido que Abrazitos y Retortijones consiguieran decir la "A", de una forma algo lastimosa, pero estaba claro que en aquel ruido la "A" era muy reconocible.

Cuando despertaron, las chicas sonrieron con tal entusiasmo que se veían algunos huecos en sus dentaduras, donde algunos molares estaban empezando a sustituir a los de leche.

Vueeeelo, vueeeelo, canturreó Erzsébet según se tiraba al suelo y se arrastraba debajo de la cama para sacar la Barredora 6 que compartirían en clase.

¿Sabes, E? Necesitamos pedir trajes de vuelo en navidades, decidió Orsolya según buscaba ropa de clase entre la pila sobre la cama de las gatas. Olisqueaba cada prenda de ropa y la descartaba. Abrió el baúl y sacó un par de juegos completos de uniforme. Tras agarrar también los enseres de aseo, desfiló al baño. Erzsébet sacudió un poco la escoba para lanzar al aire la pelusa acumulada en la escoba que solía buscar cobijo en casa, pero que en Hogwarts parecía no existir; la dejó en la cama y siguió a su hermana.

Cuando ya salieron preparadas para la jornada laboral, se tejieron las trenzas, rellenaron las mochilitas con todo lo necesario y se marcharon de allí.

Un nuevo día y Daphne tenía cosas que hacer así que sacó los pies de la cama, yendo casi a ciegas por las legañas hasta el baño del que, como en un programa muggle de imitaciones baratas de cantantes casposos, salió aseada, espabilada y  los rizos aún húmedos de la ducha. Se desprendió de la toalla dejándola de cualquier forma en la cama y se puso su uniforme, tomando alegremente su mochilita antes de salir rumbo al comedor.

Ardeen se había puesto el despertador, pero dio igual, sonó y ella siguió acomodada junto a sus hurones. Al final, uno de ellos empezó a juguetear en su cuello y abrió los ojos.´¿Qué hora es? Díos mío, llego tarde.- cogió la ropa entró en el baño a toda prisa y salió disparada a clase sin pasar por el comedor.

Al llegar al dormitorio descalzas, sin las medias y con los pies embadurnados, las crías dejaron una de las mochilillas sobre la cama y otra debajo. ¿Qué escondería la que acababan de dejar oculta?

Libres al fin del conjuro ralentificador que habían experimentado en el trayecto del lago hasta allí, se dirigieron vivarachas a los aseos. Al rato salieron de allí con los pies limpios y con Orsolya algo más arreglada tras quitarse las telarañas de la trenza y las manchas de suciedad del rostro.

Sacaron las medias de la mochila, las estiraron hasta que estuvieron bien ajustadas y se calzaron. Sustituyeron lo necesario para clase y tras dejar la escoba también debajo de la cama, se marcharon de allí.

Sara abrió los ojos lentamente. Se fijó en que sus compañeras ya no estaban en la habitación. Se habrán levantado al alba... pensó contenta. Pero, de pronto, sintió que no había sido así.

Se incorporó de golpe y se quedó sentada. ¡Oh, no! gritó, golpeándose con la palma de la mano en la frente. ¡Se había quedado dormida!

Iba a salir corriendo cuando se dio cuenta de que ya era inútil. Había perdido la oportunidad de ir a clase, y ahora tocaba ir a comer. Así que pasó al baño, se duchó y salió para ponerse el uniforme. Cuando estuvo preparada, salió hacia la sala común.

La mochililla que había sido descartada, o más bien escondida bajo la cama, ahora se encontraba fuera de lugar, en el pequeño trozo libre entre las dos camas pertenecientes a las gemelas. Tras llevarla hasta ahí, Brândusha y Viorica se habían dedicado a dar vueltas alrededor de aquella cosa, que claramente sabían lo que era, pero que expelía un extraño hedor. Y era ese no muy irresistible aroma el que impelía a las gatas a dar empujoncitos a la mochila rosada con la cabeza, el morro y sus patas. Daban vueltas a su alrededor, se quedaban quietas como si estuvieran pensativas, se miraban entre sí y volvían a dar una vuelta a su alrededor. Olían, movían el morro, guiñaban los ojos y sabían que ahí dentro había algo; quizás varios algos.

Por su parte Abracitos y Retortijones se habían dedicado a explorar aquella extraña cueva. Los colores que percibían borrosos eran distintos cuando la luz atravesaba aquella tela rosada a cuando solían esconderse en la oscuridad. Y tampoco había demasiado que explorar. Salvo dedicarse a andar uno por encima del otro, escarbar en aquella extraña tierra y sentir movimientos bastante constantes en las paredes, había bastante poco que hacer. Con una memoria tan tan corta, se dedicaron a seguir moviéndose y sin acertar a averiguar que aquel sitio era más pequeño de lo que realmente creían.

Por último tenemos a Niebla y Caramelo, los hurones de Ardeen, que andaban desatados. Habían empezado a respetar a las gatas siamesas, que parecían unas señoronas, que aún cuando no estaban en la habitación, parecían ser capaces de controlar todo. Los hurones aún así eran jóvenes y traviesos, como los humanos en su misma medida de edad. Olían algo sabrosa saliendo de aquel trozo de tela en el suelo y las gatas parecían estar ejerciendo de guardaespaldas. Se habían pasado la tarde planeando alguna forma de sacar de allí a Brândusha y Viorica, para así ellos poder darse un festín con lo que fuera que había ahí dentro.

Al llegar al dormitorio, las gemelas saludaron a los animales visibles. ¿Qué Bran, Vio, expectantes por ver lo que hay ahí?, sonrió Erzsébet.

Los vais a querer como a nosotras, vais a ver, anunció Orsolya, dejandonos con la duda si realmente estaba poniendo a la misma altura la humanidad con el filo Artrópodo, reino Insecta.

Soltando la mochila aburrida -con libros y utensilios de escritura- y cogiendo la mochila caverna, se sentaron en la cama.

Mientras Orsolya manejaba a los dos ciempiés como solo ella era capaz de tratarlos, Erzsébet fue dándoles a probar las distintas cosas que habían cogido del comedor, hasta descubrir qué preferían como comida. Que fuera lo adecuado ya era otra cosa...

Los ciempiés en manos de Orsolya fueron como dos crías de humano, tiernos, dulces y muy poco peligrosos. La cría los manejaba a su antojo. Una habilidad que además se vio conjuntada perfectamente con el acierto de Erzsébet al elegir los alimentos. ¡Los ciempiés comían de todo! Era raro que no se hubieran comido la mochila mientras ellas no estaban, porque eran casi peor que ellas. Mientras las gemelas sentían reparo por comer cosas que no fueran catalogadas como "comidas", los ciempiés arramplaban con cualquier cosa que se les pusiera entre las pinzas de sus bocas.

Brândusha y Viorica arrugaron el hocico. No les gustaba nada aquella muestra de familiaridad con semejantes bichos.

Cuando todo lo que habían traído del comedor se acabó, decidieron buscar una nueva guarida para los insectos. Habían traído cuatro baúles de casa, dos por cabeza. Labor harto imposible fue conseguir dejar uno vacío, pues tuvieron que acabar recurriendo a amontonar cosas en la cama supletoria. Dejaron a Abracitos y Retortijones en el baúl, al cual añadieron algunas piedras y palos de los que solían llevar en sus mochilas y les dieron las buenas noches.

¿Cuanto tardarán en crecer?, preguntó ansiosa Erzsébet.

Pues... creo que para los planes que tenemos, muchos años, suspiró Orsolya.

Mientras las crías se metieron en los aseos para cepillarse los dientes, lavarse las manos y hacer todo lo que una niña de 11 años debe hacer antes de ir a la cama, las siamesas se marcharon de la habitación para buscar su comida.

Ya enfundadas en sus camisones anticuados de color blanco hueso, con volantes, se metieron en la cama, dispuestas a no despertar hasta el lunes. La semana siguiente no podrían hacerlo, porque tendrían recuperaciones, pero este finde era todo para ellas.

Buenas noches, se besaron las crías en la mejilla y abrazadas se durmieron.

Sara llegó bostezando al dormitorio. Vio a los hurones de Ardeen moviéndose de un lado a otro, así que salió corriendo a la cama y saltó sobre ella. Todavía no le agradaban los animales, y menos aquella que la habían mordido.

Se cambió encima de la cama y se metió bajo las sábanas corriendo. Juntó sus manos y rezó en voz baja para no despertar a las gemelas.

Amanecer del Día 7

Domingo

Tercera Semana del mes de Octubre

Ardeen se despertó estirando ampliamente sus brazos. Era extraño que ella fuera la primera en despertarse y que ninguna de sus compañeras lo hubiera hecho.

¡A despertarse! Gritó a todas para espabilarlas. ¡Por fin es Domingo! ¡Tengo muchas cosas que hacer! Pero estoy animada y seguro que al final sacamos todas las cosas. Chicas, ¿vosotras tenéis algo que recuperar? Dijo mirando a sus amigas.

Felices, en sus aventuras de ensueño, las gemelas siguieron durmiendo. La semi-hibernación era algo maravilloso, sus estómagos se apagaban y dejaban de quejarse.

Mientras, los ciempiés del baúl empezaron a comer algunas de las piedrecitas más pequeñas de su sobria decoración.

Las gatas despertaron pronto y se marcharon para dedicarse a sus quehaceres.

Sara se despertó totalmente contenta. Había soñado con la Virgen.

¡Buenos días! Yo tengo que recuperar Transformación, iré antes de desayunar. ¡Estoy convencida de que me va a salir el conjuro! gritó, feliz. Había visto a la Virgen y se lo había dicho, así que nada podía salir mal.

Se metió en el baño y se duchó a toda prisa. No quería perder la oportunidad de recuperar el conjuro, así que tenía que hacerlo a toda prisa.

¿Vienes, Ardeen? preguntó mientras abría la puerta. Tras esperar la respuesta de su compañera, salió de la habitación.

Daphne despertó de un salto horas después de que sus compañeras hubieran salido de la habitación. Creía haber escuchado gritos a primera hora de la mañana, pero no tuvo las energías suficientes para levantarse en ese momento. Sin embargo, algunas de esas palabras se quedaron en su mente y, por desgracia para la muchacha, tuvo sueños horribles: Exámenes a los que no llegaba, varitas que se rompían en mitad de una recuperación, ropa que desaparecía de su cuerpo, hechizos que no conseguía realizar.

Así que, cuando llegó el momento en el que un profesor de 5 metros de altura la expulsaba de una patada del colegio por su perezoso trabajo ese curso, abrió los ojos de par en par y salió de la cama como si tuviera un muelle bajo el trasero. Recuperaciones. ¡Tengo recuperaciones! ¡Muuuchas recuperaciones! Mientras cogía rápidamente la ropa que se pondría ese día, iba murmurando para ella misma-. Transformaciones. ¿Llego a Transformaciones? Ay, ay, ay. ¿Qué hechizo era? Si no me acuerdo, madre mía. Ya no llego, ya no llego... Iba tan inmersa en su mundo que no se dio cuenta de que no era la única dormilona de las chicas tejonas. De haberse fijado un poco, habría distinguido un par de bultitos acurrucados en la cama que compartían las gemelas.

Se metió en el baño. En lugar de una ducha rápida, como debería haber sido, estuvo un buen rato. Cualquier persona que estuviera en el dormitorio (despierta, por supuesto) le habría escuchado sollozar y chillar-. ¡Soy un desastre! *snif ¡Soy un desastre! *snif ¡Me van a expulsar! Cuando salió, vestida, con los bucles mojados, los ojos rojos y una gran tira de papel con la que se sonaba la nariz estruendosamente, ya estaba (casi) despejada.

Tenía hambre, pero ya habrían cerrado el servicio de comidas, así que de poco servía acercarse al Gran Comedor. Antes de salir del dormitorio, intentaría calmarse, ordenar sus pensamientos y decidir qué tenía que hacer y adónde iba a ir. A Transformaciones ya no llegaba. Era inútil salir ahora corriendo hacia allá. Se quedó sentada a los pies de la cama, con los ojos hinchados y haciendo pucheritos. ¿Por qué no había hecho nada? Recordaba el vociferador que le había enviado su abuela hacía ya un tiempo. Le había afectado mucho, pero no le había puesto remedio. ¿Por qué?