Partida Rol por web

Sí, claro, pásamela.- dijo Ardeen quedándose fuera con ella, le gustaban las lechuzas, pero desde lejos.

La leyó y tratando de que Sara no se diera cuenta modificó algunas partes.

¡Queridos señores de Ardeen!  Colden!

Soy Sara, ¡Sara Lago! Estuve este verano en su casa, ¿se acuerdan? Yo sí, porque fueron muy gentiles y buenas personas conmigo. Me llevaban a la Iglesia y todo. ¿Saben qué, señores ^padres de Ardeen? Creo que hay una capilla en el colegio este año. El otro día escuché las campanadas, pero aún no he conseguido encontrarla. ¡Qué pena!

Ardeen y yo vamos muy bien en las clases. Hay algunos conjuros que no nos salen, ¡pero son cosas de Dios! Estoy segura que al final Él nos ayudará y no tendremos ningún problema. ¡Seguro, seguro!

Ardeen, ¿quieres decir algo...?

¡Hola papá y mamá! Como podéis ver  leer, aquí todo sigue igual. Yo estoy muy bien, ¡sigo teniendo magia! Y aunque algunas asignaturas me siguen costando, Sara y yo nos ayudamos mucho. 

Los hurones están muy bien, pero ha pasado algo. Ayer el profesor Lupin nos dijo que los hurones estaban prohibidos, y que no los sacáramos del dormitorio o la sala común. ¿A qué es mentira? ¿A qué sí? Es porque es un profe de Gryffindor, y ya me lo dijisteis pero no os creí. Hay más gente con hurones, no sé cómo se lo habrán tomado ellos pero yo estoy enfadadísisisima.

Aparte de eso todo muy bien, los tejones somos una piña y nos ayudamos los unos a los otros.

Os quiero, y Sara también.

Un abrazo muy fuerte.

Cuando acabó la carta, la cerró y la colocó con cuidado en una lechuza.

Vámonos a desayunar corriendo Sara.

¡Sí! ¡A desayunar! dijo la niña, contenta de poder salir de ese lugar horrible en el que las aves la miraban con maldad.

Llego a la lechucería con curiosidad. El olor a animales me resulta desagradable al principio, pero la corriente de aire rápidamente limpia un poco el aire.

—Buah, caca de lechuza... —digo—. A ver... —me hago con pergamino, pluma y tinta para empezar a escribir—. Fff... no sé qué decir. A ver...

Queridos papá, mamá y tía Etta:

Perdonad que no os haya escrito hasta ahora. ¡El colegio es una pasada! Y tengo muchos amigos nuevos. Al final estoy en la misma casa que la tía Etta. Los otros chicos de Ravenclaw son muy simpáticos, especialmente uno que se llama Edward y otro que se llama Helios. ¿Verdad que es un nombre raro? ¡Pues alucinaríais! Tiene un fénix como los de las leyendas. No lo he visto arder y renacer de sus cenizas, pero después de hacer magia yo mismo con mi varita nueva me creería cualquier cosa.

Hay otros chicos que son un poco antipáticos, sobre todo los de la casa de Slytherin, menos uno que se llama Aidan que es muy amable.

De resto todo me va muy bien. ¿Qué hay de vosotros? ¿Vais mejor en casa sin mí? Seguro que os cunde más lo que ganáis. De todas formas os echo mucho de menos... me distraigo porque hay muchas cosas que hacer, pero por las noches os echo bastante de menos. ¡Ah! El otro día hice un hechizo que era de hacer sonidos de la nada, e hice sonar la cocina de mamá. ¡Molaba mucho! ¡Era como si estuvieras aquí, mami! ¿Y qué tal todo por San Mungo, tía Etta? Espero que bien. En cuanto aprenda cosas de curación te escribiré para contarte mis progresos, ¿vale?

¡Os quiero! ¡Escribid pronto! Os veo en Navidad.

Willy

Una vez en la lechucería me quedo mirando aun lado y a otro.

— Jobar, este sitio es un poco guarro, deberíamos haber escrito la carta antes— le digo a mi amigo con un tono bromista —, pero bueno, ya no se puede hacer demasiado, toca escribir con olor a caca de búho.—

Saco una hoja de pergamino y una pluma para empezar a escribir sentándome en el suelo en una parte algo más limpia.

«Hoy tendré que poner la túnica a lavar»

Cita:

— ¿Sabes? Hacía por lo menos dos años desde que escribí la última carta a mano, en clase de lengua nos mandaron escribir una, pero es distinto escribir con boli que con una pluma— comento cuando termino de escribir, la caligrafía que he usado deja un poco que desear, pero tampoco tengo un buen sitio donde apoyarme en este lugar.

— ¿Ya has terminado? — me intereso meintras me pongo en pie y preparo la carta para uno de los búhos — La verdad es que yo echo un montón de menos a mis padres —me quedo pensativo un par de segundos—, quiero mucho a Perry, pero él no es muy cariñoso que digamos, a veces le cuesta darme un abrazo y eso, pero en cambio mi madre me los regalaba sin pedir nada a cambio.

Una vez termino la frase escribo la dirección de mi casa y termino de enviar la carta.

Termino de escribir la carta y me copio de Ed para saber cómo se mandan aquí las cartas. Escribo la dirección que me dio la tía Etta, porque sería muy raro que apareciera una lechuza con pergaminos en medio de Essex, y la ato a la pata de una lechuza. Me sorprende lo dóciles que son, cuando tenía entendido que eran animales bastante agresivos.

—Pues esto ya está... yo nunca había escrito en pergamino, pero es curioso... Y sí, yo también echo de menos a mi familia, pero al menos tengo amigos aquí —le sonrío y me acerco a él, y sin decir nada, lo rodeo con los brazos—. Y si hay que darle un abrazo a un amigo, se le da —digo junto a su oído antes de separarme—. ¡Hala! —exclamo cuando finalmente la lechuza se decide a volar.

El abrazo de William me coge desprevenido cuando iba a contestarle, pero no por ello me hace sentir incómodo, sino todo lo contrario. Durante un segundo me quedo paralizado sin saber muy bien cómo actuar, pero después simplemente envuelvo a mi amigo con los brazos y lo aprieto con mis escasas fuerzas contra mi.

Cuando nos separamos tengo los ojos ligeramente vidriosos, pero no he llegado a derramar lágrimas.

— Gracias, William, eres una gran persona, y aún mejor amigo — le digo con una sonrisa justo antes de ver a la lechuza partir con mi carta.

Paso la manga de mi túnica por los ojos para secar las incipientes lágrimas.

— ¿Volvemos a la sala común?

Me río cuando me hace el cumplido y niego, algo sonrojado.

—¡Vale! —contesto a su propuesta de ir a la sala común, y me adelanto para poder ayudarlo por las escaleras.
 

— La verdad es que no se me ocurre cómo sería todo esto de no haber sido porque estás en la misma casa que yo, supongo que me sentiría bastante solo — comento en nua situación de tranquilidad en que me encuentro justo antes de proceder con el camino de vuelta.

Llego a la lechucería con prisas y el olor de los restos de las aves me recuerda que quizás no ha sido la mejor de las ideas. Sin embargo, necesito la soledad que este sitio me da, al menos un rato. Me acerco a una de las ventanas y me apoyo un poco en el alféizar, pero sin dejar de afianzar mis pies en la paja que cubre el suelo para evitar una caída mortal. Dejo que el aire de fuera limpie un poco mi nariz del olor a excrementos y me dé en la cara.

La he fastidiado, seguramente. Estaba intentando ayudar a Ed y seguramente se ha enfadado por lo de Perry. Y probablemente se ha ido a buscar a otra gente que sea más agradable con él. Si lo de la fiesta no fue suficiente, esto probablemente le había molestado. Y ya desde antes suponía que no iba a gustarle del todo que se fuera de la lengua con su hermano, pero no esperaba que hasta el punto de no esperar por mí en las clases como habían hecho hasta entonces.

Suspiro y saco mi varita, dándole vueltas en mi mano. Necesito distraerme, y los gorjeos húmedos de las lechuzas al dormitar no me entusiasman mucho. Agarro la varita y entonces hago una floritura con ella.

—Sonitus —digo, esperando que el sonido de agua cayendo ensordezca un poco el murmullo animal. Poco a poco, empiezo a oírlo a mi alrededor y cierro los ojos, intentando relajarme y olvidarme por un rato de todo, coger fuerzas para enfrentarme a la probable bronca o el vacío que me harán.

Me quedo un rato intentando no pensar en nada, solo en el agua, y cuando estoy más tranquilo miro hacia las escaleras. Quizás debería preguntar qué es realmente lo que ha pasado... Quizás he entendido mal las cosas. O quizás las he entendido bien, pero son otros quienes han malentendido mis intenciones. Debería preguntar a Ed y, si está enfadado, intentar explicarme y arreglar las cosas. Suponiendo que haya decidido pasar de mí, ¿qué tengo que perder? Y en caso contrario, lo que pierdo es un amigo de forma tonta e inútil. Además, debería dedicarme a practicar los hechizos que tengo pendientes.

El recuerdo me arranca un resoplido de fastidio. Me falta uno de transformaciones, uno de defensa contra las artes mágicas y ahora éste de duelo. Esto se me da peor de lo que esperaba, y a ratos dan ganas de volver a un colegio normal donde sí suelo ser el mejor. Si me dieran algo de informática, o de mates, seguro que dejaría a la mitad de los que están aquí sin habla. Pero mientras tanto, seguro que se ríen de mí por ser el muggle.

Niego con la cabeza, intentando sacudir la nueva ola de pensamientos negativos que se me viene encima y me levanto para ir a la Sala Común, esperando que no se hayan ido a cenar todavía.

El camino desde el Lago hasta la Lechucería fue largo. Cuando Neil llegó estaba algo cansado y de mal humor después de subir tanta escalera. Pero el objetivo era claro. Sentía unas mariposillas en el estómago. Había pasado varias semanas en Hogwarts y aún no había obtenido respuesta de sus padres. Pero tampoco se le había ocurrido escribir a su abuelo.

Se sentó a la entrada de la lechucería y sacó un pergamino y la pluma. Mojó la punta y empezó a escribir. Una vez hubo terminado la carta, cerró los ojos y una lagrima calló por su mejilla: añoraba mucho su hogar. Aún así no se permitió volver a estar triste, si no que agitó la cabeza y con una sonrisa sobló el pergamino en varios pedazos y entró en busca de una lechuza.

Neil no sabía mucho de lechuzas, en su vida había mandado una cara hasta que llegó al colegio, y tampoco recordaba que sus padres hubiesen recibido muchas. Él solo había recibido la de Hogwarts. Así que escogió una de las lechuzas que más rápida le parecía, era de color blanco con algunas motas marrones, y eso le sugirió que tal vez se camuflaría mejor y nada le atacaría. Además no era muy gorda, pero si que tenía unas alas grandes y de apariencia poderosa, que podría batir con rapidez para llegar a su destino.

Acarició la cabeza del pájaro y este cerró los ojos gustoso. Le tendió la carta y la lechuza la cogió con la boca.

Llévasela a mi abuelo, cuanto antes, por favor. le susurró. La lechuza soltó un levé ulular y emprendió el vuelo con premura.

Neil se apoyó en el alféizar de la ventana observando como la lechuza se perdía de vista con rapidez y sonrió animado. Recogió sus cosas y se encaminó a la Sala Común

Sam llegó a lo alto de la torre y se alegró de que no hubiera nadie. Las lechuzas la reconocieron al instante y empezaron a revolotear. Sam, contenta, comenzó a pasearse entre los excrementos sonriendo y asustando más y más a las lechuzas. Sacó la varita al tiempo que se acercaba a la puerta y escuchaba, por si se acercaba alguien.

Tranquilas, sólo os quiero dormir, y sois un objetivo muy sencillo. Vamos a por la grande dijo, seleccionando una lechuza de un tamaño considerable. La apuntó con la varita mientras sonreía.

Te ayudaré a dormir, sólo eso. Sólo quiero practicar... Morfetium dijo. Pero nada ocurrió.

Vaya mierda

Sam volvió a apuntar a la lechuza tras echar un vistazo a las escaleras. Carraspeó y volvió a soltar el conjuro del sueño, pero no lo consiguió.

Bueno, esta no es mi noche. Según se guardaba la varita en la manga, sintió como un tirón del cuello. Se llevó la mano al pecho y notó el giratiempos.

Es cierto, tengo que devolverlo antes de que se haga tarde dijo, y se dio media vuelta, marchando de la lechucería.

Perry no era un niño demasiado pegado a sus padres, como podía serlo su hermano Ed. Les echaba de menos, pro supuesto, pero no necesitaba tener comunicación con ellos constantemente. La falta de medios electrónicos acentuaba su distancia con ellos y no era para menos. Tener que ir a la lechucería era algo poco agradable con todos aquellos excrementos, plumas y estridentes ruidos.

Se acercó a una de las lechuzas del colegio y le ató a la pata un mensaje para sus padres.

Queridos papá y mamá. ¿Qué tal todo? Por aquí bien. Ed está cada vez mejor. Os echamos de menos. Papá, ¿puedes mandarme uno de los Ken de tu colección? Es para hacer un regalo a Edward. Muchas gracias.

Perry.

Enya llegó a la lechucería ya habiendo pensado más o menos lo que les iba a escribir a sus padres. Cogió el papel y la tinta y comenzó a escribir:

"Queridos papá y mamá:
¿Qué tal estáis? Siento no haberos escrito antes, pero desde que llegué no he parado de hacer cosas. Hogwarts me encanta y estoy tratando de aprender todo lo que puedo, aunque de momento no he tenido mucha suerte, porque incluso me he puesto enferma y estuve una semana sin poder hacer nada. Menos mal que los profesores hacen recuperaciones y además tengo compañeros que me están ayudando, así que no os preocupéis porque sacaré todo adelante.

De momento no necesito nada. Dad de comer bien a mi lechuza y devolvedme un mensaje contándome cómo os va con la astrología muggle y con las hierbas.

Un beso muy grande.
Enya."

Dio un poco de comida a su lechuza, ató el mensaje a la pata y dejó que volara, preguntándose en el fondo cómo podían ser tan listos los animales... Salió de la lechucería y volvió hacia la sala común...

Para cuando las niñas terminaron de subir las empinadas escaleras que llevaban al lechuzario, Orsolya estaba terminando de adecuar la carta que enviarían a Ollivander. Si hubiera escrito palabra por palabra lo que Erzsébet había redactado, aquella misiva podría haberse ganado el puesto de mensaje con más palabrotas, más mal intencionado y amenazador que hubiera salido de Hogwarts.

Tras pasar por la pluma de Orsi, ahora rezaba:

Sir Ollivander, la varita que le acaba de llegar ha sufrido un accidente. Durante una de las clases, debió saturarse de poder o encontrar algo que hizo que su fuerza resonara. Según la investigación de nuestro hermano, hay maderas y núcleos que nunca deberían estar juntos, y si así fuera siempre serán objetos mágicos desequilibrados y complejos de manejar. ¿Es posible que la madera de aliso y el pelo de unicornio sea una de esas mezclas?

Sabemos que eres el mejor varitero de Inglaterra -tachó Inglaterra-, de Europa -tachó Europa-, del mundo. Si ves que no tiene arreglo la varita, quizás una con núcleo de pluma de fénix o alas de hada mordedora pueda irle bien a mi hermana.

No era culpa de Orsolya no saber que el ala de hada mordedora era núcleo especial para Slytherins salvajes y temperamentales que no podían permitirse un núcleo de basilísco.

Sentimos que su la varita se haya roto y esperamos con todo corazón que sea capaz de repararla en el menor tiempo posible. Se acercan los exámenes finales y sin varita propia nunca podremos destacar.

Sinceramente tuyas,

Erzsébet y Orsolya.

Erzsébet garabateó su firma y dijo: O, te dije que dibujaras algo aterrador.

Ahora lo hago, replicó Orsolya. Vete buscando la lechuza de Mir.

Ehhh, Ferenc, Feeeeeerenc. Erzsébet incluso trató de ulular. Quizás si fuera su hermana quien llamase al animal, éste llegaría al instante. ¡Sal maldito bicho o te desplumo! Parecía que la niña no había terminado de serenarse...

Por el camino desde el aula de Duelo, Daphne se había encontrado en los pasillos con Sylvia Smith. La Gryffindor, que iba acompañada de Peter Cardish, la había parado para interesarse por su situación para el baile. "Daphne, ¿qué tal? No me digas que aún sin pareja para esta noche [...] Qué pena que se marchara tu querido Amon, ¿verdad? Aunque tenía una cara un poco rara, casi mejor para ti, no pegabais nada de nada [...]". Y así siguió divagando durante cinco minutos hasta que la tejona se cansó de ella y le soltó lo de Mircea. Ahí la dejó, sin saber qué decir, cuchicheando con Peter.

La niña subió las escaleras de la torre de la lechucería sonriente. Por fin había conseguido sacar un hechizo a derechas y le había dejado sin habla a la idiota de Sylvia. Iba pegando saltitos tan contenta que se tropezó con uno de los escalones. Pero eso le dio igual. No se había hecho nada, así que siguió subiendo saltito a saltito.

Fue entonces cuando escuchó unas voces procedentes de lo más alto de la torre. Corrió hasta llegar a la sala donde se encontraban las aves y se topó con una de las gemelas escribiendo mientras su hermana llamaba a gritos a la lechuza de Mircea-. Hola, chicas. Así no conseguirás bajarlo. Si le gritas, se asusta –En efecto, Ferenc había volado hasta la barra más alta e intentaba esconderse detrás de un par de cárabos. No obstante, se le distinguía a la perfección.

- Deja que te ayude -Había escuchado a Mircea llamarlo un par de veces con un silbido especial. ¿Cómo era? ¿Una nota corta y una larga? Probó. La lechuza negra asomó la cabeza, curiosa, pero no se movió. ¿Quizás lo he hecho muy grave? Volvió a silbar un poco más agudo, pero no hubo manera. ¡Ay, no! Era primero una larga y luego una corta. Y a la tercera sí que lo consiguió. En boca de Mircea sonaba mucho más bonito y melodioso, pero al menos funcionaba. Ferenc abrió sus alas y bajó donde se encontraban las tres niñas.

- ¿Veis? Es fácil. Qué raro que Mir no os lo haya enseñado. Así podréis mandar vosotras cartas también cuando esté libre –Entonces recordó el mensaje de su amigo. ¡Anda! Pero si me dijo que dentro de poco vendría para usarlo...– ¿Sabe vuestro hermano que vais a coger a su lechuza? Porque me acaba de decir que seguramente enviaría él algo dentro de poco... Bueno, supongo que puede usar una del colegio o esperar a que venga vuestra respuesta –Además, por las caras que tenían las gemelas, parecía que estaban con algo bastante urgente.

Se fijó entonces en las palmas de Erzsébet, con rastros de algo negro que parecía haber alcanzado también sus párpados-. ¿Se te ha caído la tinta en las manos?

Orsolya miró a su hermana con mala cara cuando escuchó la forma que tenía de llamar a la lechuza. Aún así, termino de hacer como que dibujaba algo, antes de doblar la misiva.

Al llegar Daphne y hablar, Orsolya asentía con la cabeza, mientras que Erzsébet soltaba: Pues que baje y no le grito, a la vez que enrabietada pisaba con fuerza.

Erzsébet entrecerró los ojos mientras aquel cacho de carne con plumas bajaba con los silbidos de Daphne, te voy a meter en un estofado, murmuró para sí.

Gracias, Daph, agradeció Orsolya cuando cogió a Ferenc, le acarició, le recolocó algunas plumas y se sacó algo del bolsillo para dárselo de comer. Aprovechó que la lechuza deglutía para colocarle el mensaje en la pata. Tras unas breves instrucciones, esperó a que el animal ululase y moviese la cabeza de lado a lado antes de soltarlo y verlo alejarse volando.

No es solo suya, dijo Erzsébet cruzándose de brazos y sin tener muchos motivos para rebajar su mala leche, no dijo nada más.

Perdona a mi hermana, Daph, pero su varita se ha roto hoy en clase de adivinaciones. La clase más sencilla de todas y va y explota, comentó levantando las cejas y los hombros a la vez. Y justo hoy, jo, con lo de Mir y eso... No sé como se lo vamos a decir.

¡Baaah!, soltó Erzsébet, que se alejó caminando con pasos pesados hasta una de las ventanas del lechuzario. ¿Qué iba a hacer ahora sin varita? ¿Y si iba un hombre-lobo al baile? ¿Como iba a despellejarlo y enviarselo a los elfos cocinésticos sin una varita?