Partida Rol por web

El tren es una locomotora de color escarlata. No hay servicio de restaurante, pero si hay una bruja que lleva un carro donde los estudiantes pueden comprar varios tipos de golosinas y zumo de calabaza. Hay uno o dos vagones al principio del tren para los prefectos de Hogwarts. No suele haber tampoco adultos a bordo del Expreso Hogwarts, excepto la bruja que lleva el carro y el conductor.

El tren estaba casi al completo y la mayoría de los compartimentos y vagones iban saturados de maletas, jaulas de animales y sobre todo gritos y conversaciones. Pocos minutos después de que estuvieseis instalados el tren hizo un sonoro ruido y éste arrancó.

La mayoría de familias mágicas estaban allí despidiéndose de sus hijos, para algunos sería el primer año en Hogwarts, para otros sería ya el último. Los alumnos estaban pegados a los cristales de sus compartimentos, otros estaban sacando un pañuelo por la ventana, pero todos sabían que el expreso arrancaba y que en unas horas llegarían a la Escuela.

El viaje sería largo y llegarían para la cena, hasta entonces lo mejor sería ponerse cómodo y esperar a que terminase. Debían llegar frescos y relajados, pues nada más llegar comenzaría la ceremonia de Selección y ese era un acontecimiento único e irrepetible que serviría para asignas a los alumnos de primero en una casa que le marcaría para toda su vida.

Sara llegó al vagón y se tiró contra la ventana para ver a la gente, pero no distinguía a nadie. Con un suspiro se alejó de ella y se sentó.

¿Ardeen? preguntó en alto. ¿Dónde se ha metido? se preguntó extrañada. Bueno, ya aparecerá...

El maldito tren estaba casi lleno, así que Maxwell cargó con sus dos maletas por los pasillos, atravesando fila tras fila de asientos. Unos cuantos niños como él, algunos probablemente de primer año, todavía con pinta de acabar de salir del jardín de infancia. Muchos morros pegados a las ventanas, llenándolas de babas y lágrimas. La mayor parte eran mayores, obviamente. Algunas de las chicas aprovechaban que todavía podían llevar ropa normal para mostrar sus recién desarrollados atributos con escotes de vértigo. No pocos de los chicos lucían perillas y barbas recién recortadas. La misma mierda que en todas partes.

Por suerte, nadie pareció prestarle atención. No pensaba reconocerlo ni siquiera ante sí mismo, pero en el fondo, se sentía como un ternero siendo conducido al matadero.

El décimo de los vagones era el primero que tenía algunos asientos libres; ninguno, desgraciadamente, sin compañía. Encajó las maletas como pudo en un compartimento en el que ya había más trastos de los que estaba diseñado para admitir, la primera entre dos jaulas apestosas y el techo, la segunda en un huequecito demasiado pequeño en uno de los extremos.

Sin pensar mucho, se dejó caer en el primer asiento desocupado que encontró. Un grupo de cuatro asientos, frente a frente de dos en dos. La única ocupante, en el asiento opuesto al de Maxwell, era una niña rubia con cara de no haber roto un plato en su vida, lo cual probablemente tenía más que ver con su habilidad para ocultarlo que con su ausencia de culpabilidad, que llamaba en voz alta a una tal Ardeen.  Probablemente iba a tener que soportar esa voz aguda durante todo el puto, larguísimo viaje. Pero podría ser peor, podrían haber sido dos adolescentes con caras llenas de granos mintiendo sobre las chicas a las que se habían follado ese verano.

Cuando la puerta se abrió, la sonrisa de Sara creció pensando que sería Ardeen. Pero no era así. El chico que acababa de entrar debía ser nuevo, porque ella no le conocía.

Sin perder la sonrisa, le examinó de manera fugaz.

Parece asustado. Además seguro que es tímido. Pero parece que se quiere hacer el fuerte con esa cara

¡Hola! comenzó a saludar Sara y tendió la mano hacia el chico. Me llamo Sara, Sara Lago. ¡Encantada de conocerte! dijo inocentemente, dejando el brazo estirado.

¿Eres nuevo? No me suena tu cara.

Ardeen entró en el tren y perdió de vista a todos los compañeros que había localizado, así que se puso a buscarlos por el tren, pero no pudo encontrarlos. Y cuando se dio por vencida se dio cuenta de que Sara no iba con ella.

¡Qué fastidio!- dijo cabreada. Así que volvió por donde había venido hasta que logró ver a través del cristal a Sara saludando a un chico que presupuso nuevo.

Entró y con un zarandeo del tren casi estampa las maletas sobre el muchacho. Logró colocarlas en su sitio y se sentó junto a Sara con las mejillas coloradas.

Vaya, lo siento mucho.-dijo con su típica media sonrisa. Y le tendió la mano de forma amistosa- Yo soy Ardeen, encantada de conocerte.

Luego se giró hacia Sara.- Vaya día, he vuelto a perder al resto de los Huffies.- dijo exagerando desesperación.

Tras ese último comentario, Sara se lanzó sobre Ardeen y la abrazó.

Pero aquí estamos las mejoooreeees dijo con un deje musical en su voz.

Maxwell miró la mano extendida de la niña con cierta aprensión. Mientras decidía si debía apretar esa mano, y sobre todo cómo hacerlo, pues aunque comprendía el concepto, estaba acostumbrado a otro tipo de saludos, vio por el rabnillo del ojo cómo una avalancha de maletas caía sobre él. En el último instante, cuando ya tenía los brazos preparados para asumir el impacto, la avalancha cambió de dirección, golpé el asiento contiguo y encontró finalmente su camino hacia el contenedor de equipaje.

Detrás de la avalancha se encontraba otra niña. Las dos debían conocerse, porque se saludaron efusivamente, dándose un abrazo. "¡Hey, Max, bro!""¡Hey, Pete!", nudillos contra nudillos y a seguir andando. El típico saludo después de pasar los meses de vacaciones de verano lejos de los viejos compañeros era bastante diferente para Maxwell, pero las niñas eran diferentes, al fin y al cabo.

Apretó las dos manos extendidas con cuidado y levantó la vista para mirarlas a los ojos, alternativamente.

—Max... —Maxwell no añadió el resto de su nombre, algo breve le valía, y total, ni siquiera eran de su curso—. ¿Qué demonios son Huffies?

Algún tipo de criaturas fantásticas, seguramente.

¿Huffies? ¡Nosotras somos Huffies! dijo alzando su brazo junto al de Ardeen. Al ver la cara de desconcierto de Max, procedió a explicarse.

Los Huffies somos los de la casa de Hufflepuff. Las serpientes son los de la casa de Slytherin, como Cassius. Luego están los gatitos o leones, que son los de Gryffindor. Y por último... ¿cómo podemos llamar a los Ravenclaw, Ardeen? Mmmm... Sara se quedó pensativa mirando hacia el techo. Tras unos segundos, su cara se iluminó y su boca se convirtió en una gran sonrisa.

¡Ya lo se! ¡Pajaritos!

¿De qué coño está hablando? Algo de eso le había oído al viejo. Al menos una de esas palabras, Slytherin, la había mencionado cuando le habló sobre el colegio de Hogwarts. Pero Maxwell no solía hacer demasiado caso al viejo, y probablemente había estado pensando de nuevo en qué tipo de persona pondría un nombre tan ridículo a su escuela.

—Y esas casas —dijo, rascándose la sien—, ¿para qué son? ¿hay que apuntarse o algo, o se puede pasar de ellas?

Si no sabes qué son las casas... ¡Eso significa que no sabes nada de magia! dijo la niña con aparente ilusión.

Antes de que Max se pudiera enfadar, siguió hablando. No te preocupes, ni es malo ni es bueno. En el colegio hay gente que tiene familia mágica y otros que no sabíamos nada de ella hasta que nos llegó la carta.

Carraspeó antes de continuar hablando.

Hogwarts tiene cuatro casas y todos los alumnos pertenece a alguna de ellas. Levantó la mano dejándola a la altura de la cara. Alzó el dedo índice mientras seguía. Gryffindor es la casa para los que tienen coraje, valor y honor. Alzó otro dedo. Slytherin es para aquellos que poseen inteligencia, astucia, ambición, ingenio, determinación. Otro dedo más.  En Ravenclaw están los que poseen inteligencia, curiosidad y sabiduría, una mente dispuesta, individualismo y creatividad alzando ya el meñique, terminó la explicación. Y los Hufflepuff somos gente justa, leal y trabajadora.

Dinos, Max. ¿En qué casa crees que estarás?

No hacía falta ser un águila para darse cuenta de que no tenía mucha idea de magia; no estaba precisamente ocultándolo. Aunque seguro que había algún desgraciado que tenía incluso menos idea que él, posiblemente manchándose los calzoncillos o las bragas en ese momento en algún lugar de ese tren.

Maxwell escuchó las explicaciones de la chiquilla. Los alumnos se dividían en cuatro grupos, seleccionados vete a saber cómo. A Gryffindor iban los imbéciles con ideales caballerescos. A Slytherin iban los trepas y los pelotas. A Ravenclaw los empollones y los sabihondos. A Hufflepuff los inútiles.

"¿En qué casa crees que estarás?" En los de los violentos, poco habladores, y groseros a los que les importa todo una mierda.

—Ni puta idea —respondió, encogiéndose de hombros—. ¿Se supone que tengo que elegir yo?

¡Uy! dijo Sara mientras se llevaba una mano a la boca y abría mucho los ojos. ¡Esa boca! le recriminó Sara.

Bueno, realmente no tienes que elegir. Te ponen el Sombrero Seleccionador en la cabeza imitó el gesto que hizo el año pasado, como si se pusiera el sombrero. Él te hablará en el oído y mirará en tu interior. Después, te dirá la casa a la que perteneces.

Si vas a taparte la boca cada vez que diga alguna palabrota, puedes pegártela con superglue por comodidad.

Sombrero Seleccionador. ¿Un sombrero que te come la cabeza y te susurra? Parecía un cuento de hadas de mierda, pero no más que todo lo demás. Gente volando en escobas, varitas para lanzara conjuros, meterse en una chimenea y aparecer en otro lugar, bichos fantásticos. Saber cuándo le estaban tomando el pelo y cuándo diciendo la verdad era más difícil que nunca. 

—Es un sombrero que habla, que susurra —Maxwell se rascó la cabeza inconscientemente—. ¿Y qué sabe un jodido sombrero de mí?

Sara se cruzó los brazos y chistó.

Señorito, el niño Jesús llora cada vez que dices palabrotas, jovencito dijo Sara con gesto enfadado. Pero se la pasó enseguida, Max tenía cara de personita adorable.

El Sombrero Seleccionador entra en tu interior, conoce tus secretos y descubre tu casa más afín. Así es como funciona. No le puedes ocultar nada al Sombrero, el lo lee.

¿Jesucristo? ¿También había magos que creían en Dios? El viejo no tehnía crucifijos en casa, ni nada parecido, y no le sonaba que hubiera mencionado nada sobre eso. De cualquier manera, qué le importaría a Jesucristo que dijera palabrotas, si venía de un país perdido en medio del desierto donde ni siquiera hablaban inglés y no se iba a enterar de una mierda.

—¿Y si no pega ninguna casa? —preguntó—. ¿Te echan del colegio?

Siempre hay alguna en la que pegas, aunque no lo creas añadió afirmando con la cabeza. Todos los magos tenemos algún talento oculto o no.

Maxwell levantó las cejas muy alto y torció los morros. Su cabeza había fomulado una idea, y todavía no se había dado cuenta de que miles antes que él debían haber pensado lo mismo.

—¿Y si alguien miente?

El Sombrero Seleccionador es como Dios. No puedes mentirle, sabe lo que piensas porque está en tu interior. Cuando te le pongas, él sabrá todo sobre ti. Sabrá tus virtudes y tus defectos, pero no te juzgará. Sólo te dirá qué casa es mejor para ti terminó la niña de manera solemne.

Maxwell levantó las manos, sin conseguir que la niña frenara su discurso.

—Me refiero a si alguien miente sobre lo que le ha dicho el sombrero —aclaró.