Partida Rol por web

- "¡Sargento! ¿Da su permiso...?" -

- "¡Ni hablar, no vas a ir a la Ciudad Baja esta noche! Si buscas furcias, las encontrarás en la Tienda de Grog." -

- "Es que a las nuestras ya las tengo muy vistas..." -

Si las miradas mataran, el Cabo Barril caería fulminado del caballo en este momento.

Intimidado, agacha la cabeza y no vuelve a hablar en todo el trayecto hacia el Palacio.

Orgullo era un semental, una montura de guerra poco acostumbrada a marchar en última posición aguantando el paso a camellos y mulas. Pese al reducido espacio, piafaba sobre adoquinado provocando sonoros golpes con los cascos que dejaban claro su descontento. Piojillo calmaba a la bestia con suaves palabras y palmadas bajo las crines, aunque su cara delataba pavor y falta de pericia, aunque milagrosamente, Orgullo mantenía su lugar en la fila.

A Matagatos se le hacía interminable el camino de regreso y sabía que tan solo habían asistido a la mitad de la reunión. Como era natural ahora se celebraría una nueva de la propia Compañía donde se trazarían los planes a seguir. Desconocía si tendrían que asistir a esa nueva reunión o tan solo les transmitirían las conclusiones obtenidas tras ella y las órdenes pertinentes para su pelotón. Siguió el camino silencioso sin participar en ninguna conversación. Ahora mismo deseaba estar en otro lugar y no sabía cuando podría llegar allí.

- Tras recorrer media ciudad, el nutrido grupo de jinetes avista finalmente la Barbacana del Palacio de la Discordia.

Después de la comilona, el camino se me hizo bastante largo. La lucha con mis párpados, para evitar que se cerraran, fue encomiable aunque agotadora. Además, el traqueteo del camello no me ayudaba en absoluto.

Ni los comentarios de la gente de la compañía lograban distraerme, pues apenas los oía en la posición que me encontraba y tanto Piojillo como el resto parecía que habían entrado en un mutismo que tampoco entendía demasiado.

La oscuridad volvía a cernirse, como si estuvieran subiendo una barrera delante de mí, y esta vez parecía que iba a vencerme irremediablemente hasta que, un murmullo me volvió a sacar de mi oscuridad, para ver a lo lejos la Barbacana, que indicaba que ya habíamos llegado.

Faltaba poco y al Hiena no le había pasado desapercibido el prolongado y casi terco silencio de su líder. Intuia que la razón del mismo obedecía al castigo aplicado a Serpiente, un castigo duro aunque justo. Pero aquella era la naturaleza de quien debía ser líder. Lidiar con la responsabilidad del cargo incluso en contra de los propios deseos.

-Veo la barbacana del Palacio de la Discordia. Pronto llegaremos. ¿Alguna instrucción antes de llegar, Matagatos?

Matagatos negó con la cabeza ante las palabras de Ponzoña y acercó su caballo al de su segundo.

-De momento ninguna. Probablemente haya una reunión para planificar la estrategia a seguir y posteriormente repartir órdenes a cada pelotón con su cometido inmediato, pero no se si nuestra presencia será necesaria. Hasta que no se nos diga otra cosa permaneceremos junto a los mandos. Sea como sea me temo que debemos estar preparados para entrar en acción pronto.

Y si no debían asistir a ninguna reunión y los mandos no daban ninguna otra orden seguirían con sus tareas como hasta ahora: la vigilancia del muro y entrenamientos del resto de la tropa hasta el atardecer. Si iban a entrar en acción sería mejor que todos estuvieran preparados.

BARBACANA DEL PALACIO DE LA DISCORDIA:

- Akatsuki es la primera en ver a los mandos de la Compañía regresar junto con los jefes y subjefes de Pelotón. Ordena a los Reservas abrir las fuertas.

BARRIO RESIDENCIAL:

- HOSTIGADORES y CAMPAMENTEROS salen del Palacio de la Discordia cuando Akatsuki y Ballestero, dos de los jefes de escuadra del Pelotón de los RESERVAS, les abren las puertas.

- Avanzan en grupos de a dos, con los exploradores algo más adelantados, por las ordenadas calles del Barrio Residencial de Cho'n Delor.

- Se oyen numerosos gallos, parece que en muchas casas de este barrio tienen.

- La vida en la ciudad justo está comenzando su ritmo diario.

Una pequeña escolta de la Guardia de la Ciudad acompaña en su camino a los dos Pelotones de la Compañía Negra.

Mucha gente se asoma a mirar por las ventanas.

Campaña andaba a buen paso marcando el ritmo, como debían andar los auténticos Soldados. Era una tarea sencilla pero requería tiempo aprender a hacerlo de manera correcta. Se dio cuenta de que Plumilla no lo hacía demasiado bien, seguramente porque nadie le había enseñado antes como debía hacerlo, y como él era ahora su instructor sintío que era su deber enseñarle aquello.

- Campaña ve que tú no sabes como andar - dijo Campaña, sonriente.- Tú no preocupar, Campaña enseña a Plumilla... esto se llama marchar y es muy fácil... primero se mueve un pie y luego otro - Campaña no se dio cuenta de lo estúpido que resultaba explicar aquello de esa forma, aunque en realidad esa era la base de todo.- Pero así no, tú mira como lo hace Campaña, paso firme, pisar fuerte, aplastando el suelo.

La primera pregunta en llegar fue la de Lengua Negra pero instantes después, sin ni siquiera haberme  dado tiempo a responderle, llegó la de Dedos. ¿Para eso había salido de la celda? ¿Para eso había despertado? ¿Tendría que soportar durante todo el maldito viaje hasta nuestro destino, fuera este cuál fuera, las incesantes y molestas voces de gente fingiendo preocupación? Además, qué jodido tipo de respuesta esperaban con preguntas como esas. Si la estupidez doliese más de uno se estaría retorciendo en el suelo y yo me carcajearía viéndolo, pero hasta entonces...

Sentado en el carro enarqué las cejas. Por suerte aquella era de las pocas cosas que no me dolía hacer.

- Estoy genial. ¿No se me nota en la cara?- respondí con una sonrisa que se truncó tan pronto llegó una punzada de dolor desde la espalda.- Y vosotros, ¿estáis bien? ¿Os duele algo?

Este es Recio, un buen caballo que me ha salvado más de una vez la vida. ¿Sabes montar?

Mientras abandonamos la que ha sido nuestra vivienda estos meses, me mantengo caminando al lado de Sicofante.

- ¿Por quién me tomas?-respondo ofendido-. Bueno, alguna vez he visto cómo se hace... A lo mejor podrían servirme un par de consejos...

Lo cierto es que la perspectiva de aprender a montar a caballo era una de las pocas cosas que había despertado algo de ilusión en mí desde hace años. Trato rápidamente de borrar la sonrisa de mi cara.

Le conocía demasiado bien como para que su puya hiciera algún efecto en él. Simplemente lo miró, recorriendo la hinchazón de su labio, la mirada orgullosa, el gesto despectivo. El castigo había roto algo más que su espalda. Lo había sabido antes de que el látigo restallara por vez primera en el aire. Ahora, simplemente lo sabía. Cada vez se alejaba más de ellos, en pos de su ansiado poder al cual estaba dispuesto a sacrificar todo y todos.

-No, primo. No se te ve genial -casi susurró Lengua Negra a lomos de su caballo. Su postura sobre Dante era tensa y sus manos habían palidecido por la fuerza con la que sujetaba las riendas-. Al contrario. Tus heridas... -las cicatrices frescas y sangrantes, sin un vendaje que las protegiera, las esgrimía como un símbolo, un acto que bien podría costarle la vida si se infectaban-. ¿Permitirás que alguien te cure? -no necesitaba demasiado para intuir que su estado, su renuncia a ser ayudado para montar en el carro o andar y su labio hinchado obedecían a una misma causa. El mismo gesto airado de Matagatos lo confirmaba-. Deberías. Y no, no estoy bien. No viéndote así. Y sí, siento dolor -con un gesto secó tiró de las riendas y siguió al grupo que se había puesto en marcha. Fue en silencio, con Pulga a su lado. Un silencio que se mantuvo mientras atravesaban la ciudad, barrio tras barrio.