Partida Rol por web

Los ojos de Irene tenían un brillo curioso cuando tras el último giro se ven de repente en el lugar que buscaban. Sus ojos se movieron de un lado a otro, registrando con rapidez pequeños detalles del lugar que la pudieran servir para moverse por él como pez en el agua. Su sonrisa era confiada, la de quien no tiene nada que temer y está justamente donde debe estar. 

El susurro del doctor hizo que apretase las mejillas conteniendo la diversión al corroborar una vez más que en el fondo todos los hombres eran como niños grandes. «O casi todos», pensó, en un brevísimo instante de recuerdos. Correspondió a la despedida del tabernero con una inclinación menos teatral que la suya y una abierta sonrisa. Después se volvió hacia el doctor y entrelazó su brazo con el suyo con naturalidad. 

—Oh, Henry... Tal vez debería comprobarlo —le dijo, sonriéndole con indulgencia—. Estoy segura de que un caballero como usted no saldría de casa con los bolsillos vacíos. 

Se dirigió con desparpajo hacia la barra y le dedicó una sonrisa cautivadora al camarero, el otro Jack. Tal vez fuese el apodo con que se nombraban los trabajadores de la taberna para no dar sus nombres reales y esa idea hizo que cierta diversión pasara por sus ojos. 

—Ale para los dos —pidió, haciéndolo también en nombre de Jekyll para después apoyar el codo sobre la barra e inclinarse un poco hacia el camarero—. Mi amigo ha venido a acostarse, pero mientras... A mí me gustaría saber si alguno ha hecho tierra hoy, desde el mediodía... —Y con esas palabras hizo un gesto discreto con la cabeza hacia la sala. 

Siguiendo a la mujer al barco, tratando de encontrar un medio por el que subir al barco, Mina lo tenía pero jamás se atrevería a hacer algo asi frente a nadie jamáss. Así que con gran esfuerzo de no atraer la atención del interior del barco siguio buscando, estaba centrada en esta tarea cuando la voz de Marian le llego con aquellas preguntas, ella se detuvo para mirar por encima del hombro en su dirección.

Tan solo creo que juntas podemos marcar la diferencia, mas que por separado – contesto con sinceridad elevando sus hombros – solo eso

No pretendía darle más importancia que la que tenía a aquel asunto, si la propia corona había confiado en ellas se debía a que no eran simples mujeres. Y por un breve instante, de nuevo la pregunta que se había hecho antes regreso a ella, ¿que les hacia a todos ellos tan especiales para la corona?

El doctor Jekyll frunció el ceño, desconcertado, ante las palabras de Adler. Se llevó la mano que no sostenía la caja a los bolsillos, palpándolos, preguntándose con cierta inocencia no sólo si se habría dejado el dinero en el pantalón, sino también cómo lo sabía ella. Mientras tanto la vio dirigirse a la barra y se sintió un ingenuo por haber pensado aquello como primera opción, viendo ya el tipo de compañías con las que Adler parecía cómoda.

El segundo Jack asiente a la orden y organiza un par de vasos y una jarra opaca cercana para disponerse a servir el líquido espumoso de color oscuro cuyo olor alcohólico se revela como Ale. Cualquier consideración de higiene o salubridad parecía estar en segundo plano, y dado el tipo de clientela que frecuentaba aquel sitio, y las circunstancias de aquel secreto callejón, quejarse era francamente contraproducente. Jack sonríe mientras los vasos se van llenando hasta el borde con el sonido propio del discurrir de la bebida con su textura espumosa y sus turbulencias algo burbujeantes, hasta detenerse en la aparente pasividad de la superficie del licor, que todavía queda dando vueltas por sí mismo cuando ya no está el chorro para impulsarle.

-SSSeguro que sí- responde el ilegal cantinero. -To's llevan algunos quid encima. Pero sssi está buscando pesetas*, seguro que ess la noche indicada- dice arrastrando las palabras. Su acento no es tan marcado como el sujeto de arriba, y su cadencia es más bien lenta y medida.

-Ess buen negocio cuando atracan los españoles. S'acuestan, rellenan el gaznate, y ganan poco- dice guiñando el ojo mientras pone finalmente los vasos frente a cada uno, y observa a vuelo de pájaro el cuarto para encogerse de hombros con resignación.

Siendo el tiempo absolutamente esencial y limitado, empezáis a buscar entre las cajas y demás cosas cerca al muelle algo que podáis usar. Mina tiene poca suerte, escarbando entre pedazos de lino rotos, fragmentos de madera y papel húmedos, pero no logra ver nada de utilidad. La oscuridad tampoco le ayuda demasiado y aunque no pierde la esperanza, parece que por su parte la búsqueda es una causa perdida.

No obstante, Marian tiene mejor suerte. Entre el espacio de dos de las cajas medio vacías de allí, malamente puestas, encuentra un pedazo de cuerda que parece al menos lo suficientemente grueso como para resistir el peso de una persona y de al menos unos dos metros de longitud. Los extremos estaban deshilachados y cortados con fuerza y la textura se sentía pesada debido al exceso de humedad, seguramente por haber estado expuesta a la lluviosa intemperie de aquella oscura noche, pero en principio debería servir para algo. Convenientemente las cajas cercanas tenían tablones que, con la correcta presión, podrían desarmarse. El verdadero problema era el tiempo y la discreción con que aquello pudiese lograrse.

Por ahora el barco seguía silencioso, era relativamente lógico asumir que los pasos delatarían el regreso del marinero francés, pero la dificultad radicaba en que aquello sólo les daría unos segundos de ventaja y que dicho retorno podría ocurrir en cualquier momento...

Irene frunció los labios en un ligero mohín al escuchar al camarero y suspiró entre dientes. 

—Reales españoles buscaba, a decir verdad... —Se quedó callada un instante en que sus ojos siguieron los del tipo hacia el interior de la sala y al siguiente lo miraba de nuevo con una nueva sonrisa—. O francos, quizá. ¿Ha visto de esos esta noche? 

Pestañeó, de esa forma que bien sabía la hacía parecer encantadora, y luego echó un vistazo de reojo a ver qué andaba haciendo el doctor. Capaz era en su inocencia de meterse en líos sin darse ni cuenta. 

Al buscar en tus bolsillos, sorpresivamente en encuentras con dos monedas, cada una de una corona. Podrías jurar que no estaban antes allí, y sin embargo, la silueta de la reina y la dureza del material las revelaba como verídicas. Pero siendo tan delgadas, probablemente no las habías sentido hasta que buscaste con verdadero ahínco. Ciertamente, era algo de dinero y lo suficiente para comprar algunas bebidas y apostar para mantener vuestra fachada... suponiendo que no metiéseis la pata o que no os viesen la cara.

Le dió unos tirones a la cuerda para probarla. No estaba en el mejor estado, pero bastaría.

-Quizás podamos usar esto.-le dijo a Mina en un susurro, después de llamarla con un gesto y mostrarle el trozo de cuerda que tenía en la manos.-Y esas cajas podrían desarmarse. ¿Puede ayudarme?

Recogió el trozo de cuerda y lo enrolló para poder usarlo sin que se enredara en nada, todo el tiempo pendiente del sonido que revelaría la llegada del marinero.

-Es cierto que dicen que dos cabezas piensan mejor que una, pero no estoy segura que sea cierto en todos los casos. He encontrado personas cuya necedaz es tal que son capaces de robar de toda coherencia cualquier conversación en la que participen. No siempre basta con poner a alguien más habil al lado para corregir los desatinos de otra persona.-¿Cuanto ruido harían aquellas cajas al ser desmanteladas? Con un poco de suerte, no tanto como para no ser confundido con los ruidos normales de la noche en un puerto londinense-Es curiosa esta posición en la que nos han puesto nuestro empleadores. Esperan que cumplamos juntos con su tarea, pero apenas sabemos nada los unos de los otros. Ni nuestras fuerzas, ni nuestras debilidades; defectos o virtudes. Quiero estar segura de que no me sigue por un exceso de fe en las virtudes que considera que debe tener, sino porque quiere hacerlo. Soy capaz de aceptar acabar en peligro por mi propia necedad, pero no me gustaría arrastrar a otros conmigo. Prefiero estar segura de que sea la suya propia la que los lleva a ello.

Con un suspiro aliviado tras palpar sus bolsillos, el doctor llevó sus ojos hacia Adler. Esta estaba ya hablando con el tabernero y no parecía necesitar demasiada ayuda. Henry Jekyll miró alrededor, sin entender muy bien cuál era su papel en aquella especie de función cuya finalidad no terminaba de comprender. Ella había dicho que debía apostar e integrarse y, bueno... Viendo la clase de gente que había en ese lugar estaba convencido de que sólo podría hacer una de las dos. Pero al menos, que no fuese por no intentarlo.

Dubitativo, el doctor se acercó a la mesa donde jugaban a los dados, esperando que le dejasen participar.

—Disculpen... —empezó entonces. Una cosa estaba clara: si su papel era hacer de pardillo, desde luego podía representarlo a la perfección. Sólo tenía que dejar de esforzarse—. ¿Podrían hacerme un hueco? —Sonrió de manera un poco forzada antes de hacer un gesto con la mano que tenía libre, intentando parecerse a la imagen que tenía de ese tipo de hombre que lo pierde todo en una noche—. Creo que es mi noche de suerte.

-Essta noche, sssólo Pesetas. Noche lenta- dice mientras hace un movimiento de cabeza para señalar hacia las mesas. -no son tan buenas como los chelines, pero dinero es dinero- explica este Jack. Mientras tanto el doctor decide tomar la iniciativa a su manera y se dirige hacia una de las mesas a desempeñar su nuevo rol.

Le miran de reojo rápidamente, pero no parece haber objeción alguna, seis hombres, todos robustos, se acomodan rápidamente para dejarle un espacio. Cada uno tiene en su mano un cubilete y varios dados, y en la mesa varias monedas se acumulan. Algunas parecen peniques y unos cuantas chelines, y otras tienen un aspecto extranjero que no se reconoce a simple vista. La mayoría de los hombres tiene un aspecto serio, casi hostil, salvo uno alto cuya sonrisa gentil parece contrastar un poco.

Empezando por la derecha de Jekyll, hay un fornido rubio, que huele a tabaco y a sal. Su barba es apenas notoria y crece desigual, sus ojos son azules y penetrantes, y apenas si lo mira. El que le sigue es un castaño barbado, también de brazos y espalda ancha, que parece mascar algo. Sus ojos son de un color verdoso claro. Luego está un turco, piel morena, facciones marcadas, cabello negro, nariz aguileña y desconfianza hacia él. El sonriente es el que viene a continuación, su contextura contrasta con los otros, y más hace recordar al tabernero o a los Jacks: su cabello es oscuro, su piel pálida, y su sonrisa muestra una hilera desigual de dientes marrones. A su derecha, un moreno, de más edad, con una barba más frondosa y oscura, que te pasa un cubilete propio y algunos dados, con unas manos tan grandes que bien podría tomar tu cabeza con una de ellas. El último, a tu izquierda, es un castaño, no tan musculoso, pero de mandíbula cuadrada, alto y joven. Huele a cerveza y a sudor, como si no hubiese tomado un baño en días, y tampoco te observa.

-Adelante, adelante- dice en perfecto inglés el sonriente. -Donde caben 6 caben 7. ¿Has jugado los dados del mentiroso? Vale, es sencillo tío. Lanzas tus dados en el cubilete y tratas de adivinar cuántos hay en toda la mesa para cierta denominación. Y en orden puedes subir una o la otra. Y si alguien te llama mentiroso- dice mientras todos se miran entre sí -tendremos que contar dados. Si tienes razón, ganas, si no... bueno, pagas. ¿Preguntas?- los demás aprovechan para tomar de sus vasos, encogerse de hombros o intercambiar algunos susurros a tus expensas. 

-Ale, allá vamos. Pagas 1 chelín por la entrada, 2 peniques por ronda... por ahora. - dice el hombre con lentitud observándote detenidamente.

No se preocupe Miss Halcombe, actuó por propia voluntad – contesto a la mujer mientras soltaba una de aquellas tablas y se la entregaba para que pudieran llevar a cabo su rocambolesca idea.

Bien ciertas eran las palabras de su compañera, ninguno sabía nada de los otros o de los motivos de la corona para llamarlos “a las armas”. Sí, comprendía la importancia, así como la urgencia por resolver el asunto. Pero comenzaba a pensar que era ir demasiado lejos, dos damas demostrando semejante e indecoroso comportamiento.

Un suspiro resignado escapo entre los labios de Mina mientras observaba como Marian lanzaba la tabla con un estrepitoso resultado. Realmente esperaba que sus compañeros estuvieran teniendo mejores resultados que ellas, porque les iba a resultar complicado salir de aquella si el francés regresaba.

Sin perder tiempo, y con e oído atento a los movimientos de cubierta, ayudo a recoger la cuerda e intentar ella misma el lanzamiento.

Parecía que su idea había sido una total y absoluta pérdida de tiempo. Rebuscar en el puerto, crear un tosco sistema de anclaje con la tabla y hacer los nudos en la cuerda para ayudarse a trepar...y ni siquiera eran capaces de sujetar la cuerda al barco.

Y quizás fuera lo mejor. Recogió la cuerda, el extremo con la tabla ahora aún más mojado por sus intentos fallidos, y la hechó detrás de algunos de los cajones, donde no estuviese a la vista del malhumorado francés. Aunque dudaba que fuese a fijarse desde arriba del barco y con la poca luz.

Marian asintió a las palabras de Mina.-Me alegro de su apoyo. Incluso si mi idea era arriesgada. Por no decir quizás desafortunada. Pero parece que tendremos que esperar que nuestras pesquisas tengan más resultado en el otro barco.

Prestas, buscáis una tabla que tenga el aspecto de ser resistente, y teniendo cuidado de amarrar bien la cuerda a un extremo, intentáis usarla para engarzarla entre los barrotes y crear una avenida para escalar el barco. Marian lo intenta, pero sólo logra que la tabla rebote torpe y ruidosamente entre el metal y caiga al agua generando un sonido suave y solemne al salpicar. Recuperar la punta era cuestión de halar la cuerda, pero claramente no había sido capaz de lograr su objetivo.

Mina decide probar suerte, pero su habilidad no es mejor. Esta vez la tabla hace más ruido, cae sobre la cubierta pero al halar se desliza entre el espacio de los barrotes, golpea con el suelo del puerto y da de nuevo en el agua. Todo, en cuestión de unos indignantes segundos en el que el silencio de la noche es irrumpido por los ecos de la madera, el metal y el agua recalcando el fracaso de los esfuerzos de ambas.

No parece haber pasado a mayores, pero en respuesta al ruido, el rítmico repiqueteo desde algún lugar del barco parece indicar que cierto francés se acerca de nuevo a la cubierta. El tiempo era limitado, las excusas pocas y la paciencia del galo probablemente inexistente...

Irene asintió despacio, aceptando las palabras del camarero, que sólo a medias eran las que ella deseaba. Habría preferido encontrar a algún tripulante del Vermillon antes que del Halcón, pero al menos tenían ahí un cabo del que tirar. Echó un vistazo a los compañeros de mesa del doctor, con los que se había comprometido a apostar aún sin saberlo. Intentó identificar a los españoles por su aspecto, pero no tenía intención de limitarse sólo por eso pues cualquier barco podía llevar tripulantes extranjeros. Al fin y al cabo, las voces en los puertos eran muchas y diversas, pero sobre todo veloces. 

—Muchas gracias, Jack —le dijo, con una cálida familiaridad, antes de coger su bebida—. Voy a ver qué tal se acuesta mi amigo. 

Le dedicó una última sonrisa cómplice y se giró para acercarse al lugar donde el doctor se disponía a jugar. Puso una mano en su hombro y se aseguró de mirar a las otras mujeres del lugar al hacerlo, como si ese gesto tan sólo fuese una advertencia para ellas de que aquel hombre ya tenía compañía. Después se asomó un poco para ver el estado del juego y sus ojos se movieron rápidos, analizando a cada uno de sus contrincantes hasta llegar a una conclusión. Mejor perder un par de coronas, que la cabeza. O ambas al mismo tiempo, como le había pasado a la reina de Francia. 

—Yo le traeré suerte, Henry —aseguró, con una sonrisa entre pícara y divertida—. Deje que sople sus dados. 

Amplió un poco más su sonrisa al dirigirse entonces al resto de hombres con simpatía. 

—Caballeros... espero que estén pasando una buena noche. ¿Llevan mucho en costas inglesas?

Maldijo para sus adentros al ver el desastroso resultado del vano intento por llevar a cabo tal idea.

¿hasta que punto cree usted que merece la pena inspeccionar el barco por dentro? - le pregunto con semblante aséptico mientras sopesaba los pros y los contras de la idea que se pasaba por su cabeza

Rendirse no iba con su espíritu, claro que tampoco deseaba estar allí y mucho menos husmear en el barco pero sin duda de hacerlo ella podía lograrlo más fácilmente que su acompañante. Claro que eso supondría tener que contestar a preguntas incomodas. Sus ojos siguieron fijos en Marian, mientras el sonido proviniente del barco les indicaba que el francés regresaba.

Marian se encogió de hombros. Sin una forma de entrar, cuánto podían averiguar registrando el barco no era más que un ejercicio teórico.

-Algunas manchas de tinta en las manos de la víctima me hacen creer que estuvo escribiendo algo poco antes de morir. En el barco, antes de salir de él, o en otro lugar. Quizás nada importante. Pero puede haber algo en su camarote o lugar de trabajo, algún borrador, papel secante usado o incluso el mismo texto que estuvo escribiendo, lo que nos sacaría de dudas-Marian pensó en el trozo de papel encontrado en la boca de la víctima con la palabra Thomas e hizo una nota mental de intentar encontrar alguna muestra de la caligrafía de Cream para compararla-Su tono de piel sugería que el hombre pasó tiempo en el Atlántico Norte o el norte de Francia. El franco que se encontró parece reforzar la idea de Francia. Este barco parece lo más probable, entonces. Aunque quizás, el otro, el que viene de España, pasó antes por esa zona y estuvo en España muy poco tiempo-Dijo dubitativa. No estaba segura de si estaba intentando convencer a Mina o a sí misma de que en el siguiente barco encontrarían más pistas.-Supongo que podemos intentar mostrar nuestras credenciales de trabajar para la corona y ver si eso tiene más exito que nuestros subterfugios a la hora de convencer al guarda. O tendremos que dejar que el inpector Lestrade inspeccione el barco por la mañana-Y si sus pesquisas en El Halcón no llevaban a ninguna parte, tenía la firme intención de estar allí para aquella inspección. No es que no creyese en la profesionalidad o el interés del inspector. Si un carterista le hubiera robado, pondría el caso en sus manos sin dudarlo. Pero quizás se necesitaba alguien con más perspicacia y mayor atención al detalle en este caso.

Mina presto especial atención a las palabras de Marian, a todas y cada unas de ellas. No podía tomar una decisión a la ligera, si iba a hacer lo que tenía en mente más le valía estar segura. Sucumbir al uso de sus habilidades suponía para ella una debilidad que podía hacer perder su identidad, alejarla de quien había sido y quién deseaba volver a ser, aunque cada vez lo veía más como una fantasía inalcanzable.

- Bien esperemos a ver que nos dice el francés – se pronunció la mujer con semblante serio, antes de añadir con un tono severo – si no obtenemos nada, inspeccionaremos el barco por otros medios, me asegurare de ello