Partida Rol por web

El aire eriza vuestra piel, húmeda por el pequeño lago y por supuesto las ropas mojadas no ayudan...

Lo cierto es que no hace falta alejarse mucho (teniendo en cuenta que fueron vistos por los peces), hasta que encontráis una pequeña zona llena de azucenas entremezcladas con margaritas silvestres y alguna que otra flor blanca cuya especie desconocéis. 

Pero no todas ellas pueden ser los cimientos de la habitación, solamente una... y lo cierto es que no os da pena poneros una a una a detrozarlas para ver cuál es inmutable...  pues no habíais olvidado las palabras de Hera.

Ártemis sale del agua con paso lento buscando esas flores con la mirada.  La tela de la túnica se pega a su cuerpo como si de una segunda piel se tratara dificultándole ligeramente el movimiento. Cuando está llegando a la orilla se vuelve sobre sí misma y vuelve a agacharse ligeramente para acercarse un poco más a los pececillos del lago.

-Muchas gracias. Si no llega a ser por vuestra ayuda no sé qué habría hecho -dice justo antes de sumergirse completamente en el agua para quedar a la altura de los animalillos para poder verlos mejor.

Tras despedirse de estos, ya sí abandona el lago para ponerse a buscar mejor las flores. Al poco consigue dar con ellas. Ártemis dedica a Afrodita una sonrisa traviesa y se lanza corriendo a por ellas. La diosa comienza a destrozar todas las flores que se ponen a su alcance tratando de dar con aquella que dé lugar a la ya conocida por ella habitación de Pan.

Se abrazó a sí misma al empezar a notar frío por la humedad de su cuerpo y el aire que las acariciaban, pero bien sabía que durante ese chapuzón había descubierto un lado salvaje que desconocía de la cazadora. Y tan salvaje.

La imagen de la joven amante de la naturaleza, creyendo que nunca le haría daño a cualquier elemento de la tierra, se resquebrajó por completo al comprobar cómo destrozaba todas las flores que había a su paso. Reconocía que era un método un tanto abrupto pero eficaz, aunque le daba pena que la belleza de la zona se viera destrozada por la búsqueda.

- Me recuerdas a mis hijos cuando juegan.- Le divertía ver la sonrisa de oreja a oreja que tenía su compañera, rememorando esos momentos en la cabaña de Ares junto a sus pequeños, una imagen tierna que ahora sabía no sería posible repetir.

Sin embargo Dita no se unió a la matanza floral. Miró a un lado y otro buscando a su “minion”, preguntándose si habría dado con la localización o se había perdido por el camino.

Los peces miraron horrorizados como su señora destrozaba aquellas flores, casi podía verse como algunos cerraban los ojos ante aquella matanza indiscriminada...  una a una, aquellas preciosas y hermosas flores fueron arrancadas y despedazadas hasta que por fin, Artemis, dio con una que no fue capaz de destrozar, una azucena.

¡Esa era! ¡Los cimientos de la habitación de Pan! Pero...  ¿y ahora qué? ¿cómo hacerle salir?

Mientras tanto, Afrodita comenzó a mirar en todas direcciones ¿dónde se había metido aquel muchacho? Claro, que pedir a un mortal que encontrase el escondrijo de un Dios era una locura, pero quizá...  fue entonces cuando se oyeron los gritos.

De pronto apareció el muchacho, ensangrentado y con el rostro desencajado, a penas tuvo tiempo de contemplar una última vez a su señora, aunque eso le bastó para al menos morir feliz.

El suelo comenzó a temblar, algo le venía persiguiendo, pero aún no podíais verlo...

De pronto y en medio del temblor, la azucena se vuelve resplandeciente, y una escalinata toma cuerpo.  Una cabra permanece en lo alto de esta, desconcertada y sin entender a qué se debe el temblor que está sintiendo.

Desciende lentamente por la escalinata mientras esta desaparece a su paso, y mira casi divertida a Artemis, con las ropas mojadas y con restos en sus manos y a sus lados de haber destrozado un montón de flores, todas menos la que contenía los cimientos (puesto que esa es la cualidad del pequeño objeto o ser que los sustentam mantenerse inmutable).  La diosa de la naturaleza ha destrozado decenas, quizá cientos de flores...

Detrás de ella, la sensual Afrodita con las ropas aún húmedas, seguramente por haberse bañado en el lago que se encuentra a la izquierda, contempla horrorizada el cadáver de lo que parece un adolescente, que la observa con una sonrisa en los labios.  Tan hipnotizada y horrorizada está por la escena que no se da cuenta de lo que se les viene encima.

Una inmensa sierpe marina aparece por la espesura del pequeño bosque que rodea el lago...  se dirige furiosa hacia vosotros.

Ártemis se había dejado llevar por la emoción y la urgencia por dar con Pan. Cuando da con la azucena que parece dar acceso a la habitación de Pan, detiene bruscamente su labor y mira alrededor con cierto las mejillas ligeramente sonrosadas. Durante un instante mira tímidamente a Afrodita como pidiéndole disculpas. Sin embargo, la atención de la sensual diosa estaba en otro lugar más importante.  Un adolescente se muestra ante ellas totalmente ensangrentado y agonizando durante unos segundos antes de caer al suelo inerte. Sin vida. Algo, o alguien, había acabado con él sin compasión ni remordimiento.

Antes de tenertiempo para reaccionar siquiera, una gran sierpe marina se muestra ante ellas. De manera prácticamente instintiva, Ártemis toma su arco, coloca una flecha en su extremo y apunta con él directamente hacia el gran monstruo.

-¡Cuidado! -grita tratando de llamar la atención de Afrodita, a pesar de ser consciente de que probablemente no sea necesario.

La diosa de la caza mantiene la respiración durante unos instantes, apunta y deja que la flecha escape de entre sus dedos en dirección a la sierpe.

Salir de la habitación era curioso, más aún cuando no esperas ver a la Diosa de la caza destrozando flores cual quinceañera enamorada o cuando no esperas ver a la Diosa más hermosa con una camiseta mojada. Una situación que en casi cualquier situación haría las delicias de cualquier sátiro con un poco de amor propio.

Incluso el dios de los sátiros gastaría algún momento en sus preciadas fantasías.

Pero no, tenía que haber una serpiente gigante para romperlas en añicos. Típico.

Beee-eee.

Balo, mientras mi cuerpo comienza a alzarse para mostrar un sátiro en su desnudez, crujiendo el cuello mientras me alzo con la nueva forma y observo el ataque de Artemis.

¿Entramos?

Señalo la entrada a mi habitación, al menos nos daría tiempo y la serpiente ya se marcharía. Desde luego enfrentarme ahora con un gigantesco ser escamado no estaba entre las cosas que más me apetecía hacer. Menos aún con ellas.

No puedo evitar contemplar horrorizada el rostro sonriente del cadáver de mi sirviente, y que cierto sentimiento de culpa me recorra, sin embargo, no tarda en sacarme de mi ensoñación el grito de Artemis, redirigiendo mi mirada al enorme monstruo que se abalanzaba hacia nosotros.

Poco después escuché a Pan aunque no entendí demasiado bien cómo había llegado a aparecer, me había inmerso demasiado en la visión de aquel muchacho.  ¿Entramos? ¿Dónde? ¿En su habitación? ¿dejando el Olimpo sin protección? por primera vez puede que en mi existencia, mi instinto de supervivencia se apagó y decidió no dejar que otros se ocupasen de mis batallas.

Pasé a mi forma de paloma e ignorando mi propia supervivencia, me abalancé sobre los ojos de la criatura con la esperanza de poder cegarla...

El Olimpo no se convertiría en su morada, de eso nos ocupábamos nosotros.

La flecha de Artemis sale disparada a toda velocidad y la sierpe no consigue esquivarla, haciendo blanco en una zona ligeramente alejada de la cabeza, lamentáblemente, la criatura lleva una cobertura de escamas demasiado dura que no permite que penetre la flecha lo más mínimo.  

A penas le da tiempo a maldecir su mala suerte cuando una paloma se abalanza contra la sierpe en un vuelo perfectamente calculado que concluye con el pico ensangrentado de Afrodita y un par de ojos destrozados, la sierpe ha sido cegada, una ventaja que sin duda os será de utilidad.  

La sierpe comenzó a gritar de dolor mezclado con furia y se alzó sobre vosotros lanzando un latigazo con su cola que abarcaba buena parte del lugar, allí donde ella os había visto...  con todas sus fuerzas.

En cuanto Selene sale de la habitación...  se arrepiente.

De pie, junto a Pan observa boquiabierta una inmensa sierpe con los ojos ensangrentados, cegada, que se alza sobre ellos lanzando su cola con todas sus fuerzas en la zona donde se encuentran.

Preocupada, salgo corriendo de la habitación buscando a Pan. Nada más encontrarlo noto una peligrosa presencia. Alzo la vista y me quedo sobrecogida contemplando la enorme sierpe. Qué hace aquí y de dónde ha salido son ideas que fugazmente cruzan mi mente antes de que su cola nos alcance. Sin apenas tiempo para reaccionar, trato de hacerme a un lado para esquivar el golpe.

Ok, venga, de acuerdo, eso no podía predecirlo: la salida de Selene al abrir la puerta...

... Mientras que una sierpe gigantesca y ciega coletea como una loca tratando de acabar con nosotros y tanto Afrodita como Artémis insisten en luchar.

Salto hacia atrás en un amago de intentar defenderme del coletazo vil con el que intenta machacarnos.

Está bien, supongo que entrar no es lo que queréis.

Resignado, no le estaban dejando más opción que luchar. Sí, aquello era una sierpe gigante, pero nosotros éramos dioses. Si le decimos que muera, sencillamente muere. Así que corro hacia la serpiente y salto para golpearle de arriba a abajo muy fuerte en el hocico. Sin embargo, aquella serpiente debía estar hecha de otra pasta si conseguía resistir las flechas de Artemis... y que mi golpe fuese como el de un niño tan torpe que termina golpeando el aire con un aire casi infantil.

Mierda.

Pasar demasiado tiempo con Ares debió de añadirle un espíritu de amazona que ni ella misma conocía, más preocupada en que su estado estuviera perfecto antes que saber los puntos débiles de su enemigo. Cuando logró herir a la sierpe un ligero gritito de alegría salió de sus labios, aunque sabía que se había emocionado demasiado atacando, siendo ya tarde para arrepentirse.

Un ligero giro para esquivar antes de volver a su forma humana, una vuelta a entrada de escena más teatrera hecho a posta para llamar la atención. Miró fijamente al animal con una coqueta sonrisa y pestañeó varias veces pensando que era su amado guerrero.

La cola de la criatura se alza tapando el sol y cae con una fuerza que hace temblar la tierra, sin embargo y por desgracia para ella, vuestros reflejos de Dioses han cumplido su función y pegando unos saltos rápidos y muy poco elegantes, conseguñis rodar por el suelo y salir de su trayectoria.

En cuanto Pan se pone en pie, agacha su cabeza de cabra y empieza a correr contra la sierpe para tratar de...  de lo que sea.  Parece un loco, casi tanto como la locura de Afrodita de abalanzarse sobre los ojos y tan cerca de su boca, pero en este caso, la serpiente se mueve tan deprisa que es imposible acertarle de ningún modo, al menos para una criatura tan pequeña en comparación y tan limitada a la superficie terrestre como pueda ser una cabra.

Afrodita no se queda quieta, y concentra su divinidad todo lo que puede en sus ojos tratando de ejercer algún control sobre aquella cosa, también sin ningún éxito, algo que la frustraba sobremanera.

Furiosa, la criatura trata de agudizar su oído y se centra en su entorno tratando de localizar vuestra posición para acto seguido alzar su cola nuevamente y en dos rápidos movimientos lanzar sendos golpes con tal fuerza que la tierra se resquebrajó bajo estos, creando surcos con las marcas de sus golpes.  

En este caso no fue necesario que la esquiváseis si quiera pues falló estrepitósamente en sus deducciones, la ceguera había sido una valiosa ayuda de Afrodita y os había proporcionado una gran ventaja.

Ártemis rueda por el suelo junto al resto para esquivar el atarque de la gran sierpe. Aunque es evidente que gracias a Afrodita y su puntería certera al cegar a la criatura han ganado varios puntos a su favor, mejor tratar de acabar con ella cuanto antes. Aprovechando la ausencia de visión del monstruo, Ártemis se toma unos segundos para observar su cuerpo en busca de algún punto débil en su cuerpo¹. La diosa de la caza saca una vez más su arco y conteniendo la respiración dispara una certera flecha en busca de ese punto en el que poder herir a la sierpe más allá de sus escamas.