Partida Rol por web

Cuando creía que la había perdido, vi un cuerpo apoyado contra una pared, esa melena no la tenía nadie más, era Jessica, tenía las manos tapando su cara y al parecer estaba llorando a moco tendido, fuí corriendo hacia ella.

-¡Jess, Jess, joder estás viva!-la abracé con todas mis fuerzas mientras ella dejaba su cara libre, manchada de ceniza y chorretones de lágrimas remarcando sus mejillas.

-Pat...¿Patrick eres tú?-dijo con incredulidad mientras sus brazos se agarraban a la cintura de Patrick como su fuera un koala-Creía que moría abrasada...te lo juro...y no sabía donde estabas, ¡solo quería estar contigo cariño!-comenzó a llorar sobre el hombro de Patrick, buscando consuelo, pegando su rostro con toda la fuerza que podía.

-Ya está...ya está nena...si estás bien, es lo que importa, no pude ir a buscarte, estaba todo colapsado por las llamas y no sabía dónde estabas...-un par de lágrimas se resbalaron por mis mejillas sintiendo el calor de Jessica en mi cuerpo, era reconfortante y sonreí aliviado.

Alix ya había sido avisada del fuego con suficiente antelación como para hacer los preparativos necesarios. No con todo el tiempo del mundo como para poder cerrarlo todo como a ella la hubiera gustado, pero lo justo para participar en algún que otro asesinato, recoger su guitarra y avisar a los compañeros de su casa que la importaban.

Con la guitarra en su funda, acomodada a su espalda, y una bolsa en la mano con sus efectos personales, salió de su cuarto y fue a buscar a Nileas Cavalli.

Llamó a la puerta que compartía su compañero con Cassian Devereaux, y cuando la abrió descubrió que estaba solo. Tuvieron una pequeña conversación de la cual nadie más que ellos fueron testigos y pocos minutos después salió Alix en dirección a la habitación de William Chastain, mientras que Nileas iba en dirección a la Casa Black en busca, presuntamente, de su hermano.

Instantes después, un tranquilísima Mecklemburg, llamó al cuarto de Will.

- ¡Despierta, holgazán! ¡Tienes que salir de ahí, se está quemando el Harcote!-

Will sabía que algo grande se venía. No sabía el qué, no tenía modo de comprobarlo, pero se notaba. En el aire, en sus venas, en el sabor metálico y dulce que el humo le dejaba entre los dientes. Llevaba varios días sobrio —una rareza casi mística—, como si su cuerpo intuyera que debía purificarse antes del desastre. Así que cuando llegó la noche, durmió con la calma de los que se rinden al destino... hasta que una voz lo arrancó del sueño.

Abrió los ojos de golpe, con la adrenalina mordiendo su pecho.

—¡Voy, que eres una prisas!

Gruñó, ya de pie.

Todo estaba preparado. No porque supiera exactamente qué venía, sino porque odiaba estar quieto. Metió en la mochila sus baquetas de la suerte, una pitillera plateada y se vistió en menos de dos minutos: pantalones negros rotos, camisa de satén abierta, chaqueta de cuero con olor a humo viejo y promesas rotas.

—Listo. Vamos.

Alix esperaba en la puerta. Corrieron, o algo parecido; se movían rápido pero con esa calma desafiante de quien no teme nada.

Llegaron al aparcamiento exterior. Will se sentó sobre el capó de uno de los coches negros, tan pulidos que reflejaban la luna como un espejo sucio. Sacó la pitillera, la abrió con un chasquido elegante y extrajo un porro perfectamente liado. Le ofreció uno a ella.

A lo lejos, la mansión ardía. Aquella prisión dorada se consumía entre lenguas de fuego y gritos ahogados. El reflejo danzaba en sus ojos, como si el incendio les perteneciera.

Will encendió el porro. Inhaló despacio, soltó el humo formando anillos que parecían promesas que nunca cumpliría.

—Lástima... —murmuró— Me hubiera gustado ser yo quien pusiera la gasolina.

Luego, una sonrisa apenas torcida.

—¿Hail, Alix?

Y la noche, cómplice, los envolvió en un brillo enfermizo de humo, lujo y redención.

Era de noche e Isadora estaba durmiendo, en su sueño estaba en su casa, hablando con su madre y con Emily, y con las madres de esta, hablaban con tranquilidad cuando de pronto se vio sola, en su propia habitacion en Japon, en el pequeño apartamento que usaba cuando estaba en la ciudad, el olor era intenso, un fuerte olor a humo, a madera quemada, fuego, el apartamento estaba ardiendo, su nariz se lo decia, el olor lo sentia

Fue cuando se dio cuenta, la realidad se habia metido en su sueño, no era que el apartamento estuviera ardiendo, era que todo Harcote estaba ardiendo, se incorporo, llevaba puesto un ligero camison como pijama, el olor era fuerte, lo primero que hizo fue mirar a su lado, 

Emily... Emily, fuego... vamos... Harcote esta ardiendo

Realmente no era muy consciente de si Emily estaba alli o no, ya que mientras lo decia se acerco a la silla para ponerse la sudadera sobre el camison mientras abria la puerta para ver la situacion que habia fuera

Me despertaron los gritos de Isa, aunque no estaba segura en un primer momento de si eran reales o se trataban de parte de mis sueños. No fue hasta que me zarandeó varias veces, cuando me di cuenta de que estaba avisándome de verdad.

Entonces abrí los ojos y vi el ambiente lleno de humo y a Isadora, agitada, vistiéndose con prisas.

-¿Qué? ¿Cómo?

Al darme cuenta de lo que estaba diciéndome, miré alrededor y vi llamas a través de la ventana.

Me puse en pie rápidamente, busqué unos pantalones, porque estaba en bragas, y me los puse muy deprisa. Ni siquiera me molesté en ponerme una camiseta sino que la agarré con fuerza, con una mano, mientras que con la otra, buscaba la de Isadora y tiraba de ella hacia la puerta.

Cuando Isa la abrió y me asomé, vi que el pasillo estaba en llamas y que la gente huía despavorida.

-Deprisa, hay que salir de aquí -dije, resaltando lo obvio.

La gente parecía tener muy claro hacia dónde correr, así que seguimos a todos, viendo a algunos que incluso ni se habían molestado en vestirse.

El fuego no respetaba a nadie.

Cuando se disponia a salir junto con Emily mira para esta y dice: ¿Vamos?... espera...

Se dio cuenta que solo se habia puesto un pantalon y Emily solo usaba bragas para dormir, rapidamente se quita la sudadera y se la pone a Emily mientras dice: Te hace mas falta a ti... que no quiero que te vean tanto... eso solo lo puedo ver yo

Ella llevaba un camison con transparencias que debaja ver su ropa interior pero al menos no se le veia nada como a Emily, suspira y dice: Te voy a tener que regalar algunos camisones...

El pasillo estaba lleno de humo y de gente que corria de un lado para otro, ella sale y suspira profundamente mientras dice: Menos mal que podemos estar sin respirar, sino ya nos habriamos intoxicado por el humo... vamos creo que la salida mas cercana esta por ahi

El motor del coche carraspea, cansado, igual que yo.

Las luces delanteras cortan la neblina gris de la noche y dibujan el contorno ennegrecido de Harcote, o lo que queda de él. El aire todavía huele a fuego y miedo. Los gritos se escuchan a lo lejos, intercalados con órdenes, sollozos, pasos.

Reduzco la marcha cuando el portón de hierro aparece frente a nosotros. Las puertas están abiertas de par en par; más allá, un puñado de alumnos y profesores se arremolinan, cubiertos de hollín, con la mirada perdida. Freno.

Giro la cabeza hacia Eleanor. No digo nada.

Solo le abro la puerta desde dentro, despacio, sin mirarla directamente. El clic del pestillo suena más fuerte de lo que debería. La brisa entra al coche, fría, cargada de humo y ceniza. Por un momento, se me ocurre decirle algo. Cualquier cosa. Pero no encuentro palabras que no sean una herida abierta.

Fuera, uno de los muchachos me reconoce. Puedo ver su expresión tensarse entre el miedo y el desprecio. Otro le susurra algo al oído. Me río por lo bajo.

Bajo la ventanilla, apoyo un brazo en el marco y los miro a todos. Mis manos estan quemadas, vendadas torpemente y sangrantes. Pero ha merecido la pena.

-Tranquilos -digo con una sonrisa torcida-. El monstruo ya se va.

Nadie responde. Solo el viento mueve las brasas que caen del cielo como una nieve sucia.

Miro una última vez hacia Eleanor. Su silueta contra la luz del fuego es casi irreal. Hay algo en mí que quiere quedarse… pero ese algo ya murió hace tiempo, y lo que queda solo sabe irse. Paseo mi vista por todos los que aún están allí, y sonrió. Saludo con la mano a Isa y a Emily. El plan ha asido un éxito, y seguramente Peyton y Jordan ya están lejos. Hasta que miro a Alix y la guiño un ojo cómplice de... nada. Y de todo. La odio, me odia. Y, sin embargo, debemos alejarnos. Saco el anillo de Druitt del bolsillo y se lo enseño, desde lejos, y mi sonrisa se ensancha más aún.

Está hecho. Druitt ha Muerto. Ese puto sádico ha muerto, y con su muerte, la venganza está cumplida.

-Cuidaros, cabrones. -Las palabras se me escapan antes de poder morderlas. - Si alguien quiere que le deje en algún lado, que suba ahora o arda para siempre.

Piso el acelerador. El coche ruge, y las ruedas lanzan un chorro de polvo y piedras al aire. No miro atrás.

Mientras la carretera devora los metros que me separan del incendio, el reflejo del fuego se apaga en el retrovisor, y con él, todo lo que alguna vez tuve que perder.

Eleanor miró a Cassian por última vez, con una sonrisa amarga que no alcanzó a borrar el cansancio de su rostro. Le guiñó un ojo, un gesto más de despedida que de alivio, y luego desvió la mirada hacia el escenario en llamas que tenían delante. Aún tenía una preocupación clavada en el pecho.

—Me queda una misión más que cumplir —dijo con voz ronca, apoyando la mano en la puerta para abrirla—. Mi damisela me espera… y tengo que encontrarla.

Abrió la puerta despacio y el aire caliente le acarició ásperamente el fuego.

—Nos vemos, Cassian. Cuídate.

Sin mirar atrás, salió corriendo. La pelirroja, cubierta de hollín, sin camiseta y con el cabello hecho un nudo de ceniza y sudor, se lanzó al exterior gritando el nombre de Min, con el corazón a mil por si se había quedado ahí adentro.

—¡Min! —gritó con la voz ronca, quebrada, casi infantil en su desesperación por encontrarlo vivo. Que pudiera estar por ahí y ella no verlo era una opción, porque claro, demasiada gente para arriba y para abajo.

Observó a Will y Alix fumándose un...¿porro?, a Isadora y Emily y a otros compañeros que empezaban a salir. ¿Dónde diantres estaba Min? ¡Por el amor de Drácula! ¡Que no estuviera camuflado!

Cuando Eleanor le dijo que no pasaría aquella noche con él, Min descendió a los sótanos. Lo hizo sin prisa, con el sigilo de quien se adentra en un territorio que sólo debería existir en la memoria de los muros. Allí, entre archivos sin nombre y papeles que respiraban polvo y secreto, buscó los rastros de algo que no debía ser leído.

No era el insomnio lo que lo guiaba, sino la certeza de que había postergado demasiado, y que las tareas que uno esquiva terminan esperándolo en los lugares más hondos.

El aire cambió antes que el sonido: un leve ascenso de temperatura, el primer olor del humo. Min se volvió hacia la entrada y vio el movimiento: una multitud irrumpiendo, desbordada por el miedo.

Pensó en Eleanor. Su nombre —su color— atravesó el tumulto. Corrió, buscándola, pero su ausencia era nítida, casi física. Entonces se dirigió a su habitación, tomó la mochila de emergencias —la que siempre mantenía lista, por costumbre o por desconfianza—, y salió. Sabía que no era el primero en hacerlo, pero su cuerpo respondía con una precisión que rozaba la calma.

A sus espaldas, un grito: el peso de una columna, un cuerpo atrapado. Lo escuchó, lo registró, y siguió adelante. No por frialdad, sino porque la vida, en ese instante, era una línea demasiado delgada para detenerse.

Fuera ya, entre el aire abierto y el eco de los murmullos, oyó la voz de Eleanor. La reconoció por el tono, por la forma en que pronunciaba su nombre como si lo pensara antes de decirlo. Caminó hacia ella, con la serenidad de quien vuelve del borde, ajustando la correa de la mochila. Dentro, bien guardado, el último documento seguía respirando.

—Estoy aquí, Eleanor.

Dijo con suavidad, alzando la mano apenas, un gesto breve, casi un secreto entre ambos.

A Eleanor le dio un brinco el corazón. Una alegría extrema que no sabía cómo identificar. Bueno, en el fondo si, era obvio. 

—¡Por Drácula, estás bien! Y-Yo te juro que te iba a rescatar como si fueras una princesita, pero te me has adelantado. —le abrazó como si un impulso se hubiera adueñado de ella.

Y allí, con ese gesto le confesó algo que solo ellos dos podían oír.

—Jae-Hiun —su voz fue tomando un tono mucho más bajo de lo normal, le daba vergüenza—, por un instante he pensado que estarías adentro con el fuego —apretó sus manos contra su espalda— y... sentí un nudo en el estómago. Estas semanas han pasado muchas cosas y he obrado según me ha parecido o me han necesitado. No soy una buena persona, lo admito —le miró sonrojada, aunque apartó la mirada nerviosa— y soy mucho de actuar por mi cuenta ... Pero, pero...hay algo que he percibido: me siento en paz y cómoda contigo. Lo siento, Min, lo siento. La broma, la farsa, se me ha ido de las manos.

Tragó saliva para lo que le iba a decir a continuación, nerviosa perdida. Se armó de valor para mirarle a los ojos.

—No puedo evitarlo. Me gustas. Perdón, sé que era una promesa no cruzar esa línea, pero...he sentido miedo por saber si iba a perder a alguien importante y valioso en mi vida de nuevo y... ¡Por el amor de Drácula! Entendería que no fuese recíproco y que me vieras como una amiga. No me molestaría para nada, al revés. Pero necesito decirte que yo, Eleanor von Rabenstein, siente lo único humano que podemos tener los vampiros: amor. Y-y... De ser recíproco, te seguiría a dónde tú dirías. 

Acto seguido, se separó para mover las manos agitadamente:

—¡No tienes por qué sentir lo mismo si no es así!

Min la escuchó en silencio, con esa calma casi ritual que parecía envolverlo siempre. No hubo prisa en su gesto ni sombra de juicio; sólo una atención completa, pura, como si cada palabra de ella fuese una grieta por la que se filtraba la luz. Una sonrisa leve —tan leve que apenas alteró la línea serena de su rostro— fue apareciendo mientras alzaba las manos y las apoyaba con suavidad en sus hombros. Bajó la voz hasta el tono íntimo en que las verdades dejan de necesitar testigos. El ruido de Harcote, allá afuera, se deshacía como un sueño ardiendo.

—Tardé un poco —dijo, apenas un murmullo— porque quería comprobar si alguien importante para mí estaba en las llamas.

—Tú.

Sus dedos ascendieron con una lentitud casi reverente, rozando la mejilla de ella con el dorso de la mano, como quien confirma una presencia más que un cuerpo.

—No pidas perdón por sentir —continuó, sin apartar la mirada—. Yo también estoy bien contigo. Me gusta cómo me siento… y quiero seguir sintiéndome así.

La atrajo hacia sí. La abrazó con una firmeza contenida, como si temiera romper algo precioso. No era un hombre de palabras, ni de gestos que desbordaran. Pero por ella, por ese instante suspendido entre el incendio y el silencio, las normas podían ceder.

—Somos tan buenos actores... —susurró junto a su oído— que nos hemos convencido a nosotros mismos.

Cerró los ojos. Dejó que el aire entre ambos se hiciera lento, lleno del perfume de su cabello y del pulso mudo de sus corazones. Durante un momento, no existió el fuego, ni el deber, ni los nombres.

—Vayamos a Corea —murmuró al fin, con una serenidad que dolía—. Casémonos allí. Toma el apellido de mi familia. Dejemos atrás este montón de futuras cenizas.

Se separó apenas lo justo para mirarla. Sus ojos, oscuros y brillantes, parecían contener más preguntas que el mundo entero. Ella no habló. No hizo falta.
Él respiró hondo, como si la respuesta le atravesara el pecho antes de salir.

—Sí... —dijo en un suspiro— yo también.

El fuego creció como si estuviese alimentándose de las mismísimas almas que el infierno guardaba en sus entrañas, solo que no eran tales, sino los sueños de todos aquellos que hasta unos momentos antes, estaban allí, y de sus familias. No hubo víctimas entre los estudiantes, que se supiera, y entre el profesorado, Druitt fue el único que no apareció, lo que hizo que la mayoría temiese por lo que hubiera sido de él.

Eso no significaba que a alguien se preocupase si es que no volvían a verlo, porque al fin y al cabo, y a pesar de su apariencia, el asesino que llevaba en su interior nunca moriría y era mucho mejor que su destino hubiera terminado abruptamente que permitir que continuase haciendo daño a otros.

Su cuerpo no sería encontrado hasta mucho tiempo más tarde, entre los escombros caídos y calcinados de los sótanos de Harcote, pero no reconocidos. Su nombre se convirtió en un eco que no tardó en ser olvidado con el tiempo.

El propio Vogel no apareció tampoco por Harcote. Las televisiones lo estaban emitiendo en grande y él disfrutaba de la muerte más de lo que el resto podía sospechar. Pero el Vampirdom parecía herido de muerte, lo que significaba que de nuevo tendría que empezar a reconstruirlo. Bueno, disponía de toda la eternidad para conseguirlo, porque para eso era inmortal. Además, sabía quién podía liderarlo.

Ella estaba preparada.

Algunos de vosotros ya habíais tomado decisiones sobre lo que sería de vuestras vidas. Eleanor y Min huirían y se casarían; Cassian D. y Frances, que finalmente habían logrado salir con vida del edificio ardiente, no podían esperar demasiado porque una nueva vida estaría a punto de llegar; Emily y Isadora tenían su futuro en Japón, mientras que Peyton y Jordan aún tendrían que luchar para estar a salvo. Otros tenían su destino en occidente, como Cassian V., donde estaba Sofía. Patrick y Rachel/Jess tenían mucho que hablar, pues era una relación complicada que quizás, exigiese mucho más de lo que estaban dispuesto a entregar. 

Otros, como Will, o Valerian, aún debían sopesar qué futuro les esperaba.

Había muchos que observaban desde la distancia y se preguntaban qué hacer a continuación, aunque las respuestas llegarían en muy poco tiempo, pues las familias no tardarían en enterarse de lo que había sucedido y venir a buscaros. Harcote había desaparecido, pero los hijos e hijas del Vampirdom estaban aún con vida.

Solo necesitaban a un líder y eso tampoco tardaría demasiado en llegar.

Era un nuevo comienzo para los vampiros, y también para la humanidad. Los sangre joven continuarían adelante; el Vampirdom, simplemente, evolucionaría.

¡Larga vida al Vampirdom!