Partida Rol por web

Sangre joven

MILINOCKET

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17/09/2025, 17:57
Valerian Voss

Quería morirme. Dejar de sufrir. Acabar con todo. Total, "Quizás no era el adecuado". Aquella frase me estaba consumiendo por dentro. Y cada maldita y amarga lágrima que caía por mi rostro me lo recordaba.

La ruptura con Alix —porque eso es lo que había pasado— había sido, con creces, la vivencia más dura a la que había tenido que enfrentarme. Más incluso que cuando mi madre... bueno. Eso.

Tras abandonar el cuarto de la ucraniana, desolado como estaba, me fui directamente a mi habitación. Donde recogí el casco y la chaqueta de la moto antes de salir de allí y, apresurado, dirigirme hacia el vehículo.

***

Con lágrimas y una angustía que parecían no acabarse nunca, conduje muy por encima del límite permitido. Reviviendo lo ocurrido en mi mente una y otra vez. Colándose eventualmente algún que otro pensamiento —que no tardé en apartar— en el que me planteaba si no sería mejor estrellarme contra la montaña, o saltar al vacío, y así acabar con todo de una vez por todas.

No imaginaba una vida sin Alix.

Poco menos de una hora después, llegué a Milinocket. Donde aparqué cerca de cualquier sitio, preferiblemente poco transitado y sin cámaras de por medio, con teléfonos públicos.

No podía ser yo quien le diera el mensaje —estaba seguro que, de alguna forma, identificarían mi voz—. Por lo que buscaría a algún mendigo. Y a cambio de algunos pavos, comida y/o bebida, sería él quien le diese el mensaje a la madre de Sofía.

Paré el motor, me quité el casco, retiré la llave, me apeé del vehículo y tras encontrar al vagabundo —o vagabunda— nos dirigimos hacia los teléfonos. Una vez allí, introduje unos centavos y marqué el número de la madre de Sofía —después de mirarlo en mi móvil— escribiéndole en el teléfono lo que tenía que decir.

¿Lucretia del Valle? —preguntó, entornando la mirada hacia el teléfono— Preste atención porque no se lo repetiré dos veces. —una pausa— Su hija Sofía se encuentra retenida en Harcote. Concretamente al otro lado de una puerta secreta que hay tras el armario del recibidor.

Obviamente no podía decírselo todo. No si mi intención era que ni Alix ni yo nos comiéramos la culpa. Por lo que habría que improvisar un poco.

Desconozco a donde lleva esa puerta. Pero el martes por la noche, de madrugada, un sirviente de Druitt y otro de Warlock la bajaron allí.

Perfecto. Con un poco de suerte, Lucretia lo pagaba con Druitt y con la hija de perra de la otra. La misma que tuvo que haberle echado la bronca a Alix por mi intento de rescate.

Dese prisa. —y antes siquiera de darle tiempo a responder, colgué la llamada.

Ya hice la buena acción del día. Sólo esperaba que eso, igual que la otra vez, no me supusiese más pérdidas. Aunque claro, ¿Qué me quedaba por perder? Nada. Lo único que realmente me importaba en la vida acababa de perderlo. Así que...

Antes de poder abandonar la ciudad, y lamentándolo mucho, tenía un cabo suelto del que ocuparme: el mendigo. No confiaba en que, tras lo que había oído, no se convirtiese en un problema. Así que, amistoso, le invité a venir conmigo en la moto con la promesa de comer y/o beber a su gusto porque gracias a él había salvado una vida.

Volví a subirme a la moto y arranqué. Esta vez dirección a casa y dispuesto a castigar a la culpable del origen de todas mis desgracias. Pero antes de eso haría un pequeño alto en el camino. Donde no sólo me deshice del vagabundo. Si no también de  una pequeña parte de mi humanidad. Esa que, tras la ruptura con Alix, sentía que pendía de un hilo.

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17/09/2025, 19:24
Sofia del Valle

Jueves 2 octubre, por la noche


La llamada de Valerian tuvo sus repercusiones. Activaron toda una serie de acontecimientos de los que no pudo ser testigo porque ya no estaba ahí para verlos. Había abandonado el Harcote, había dejado atrás a Alix y a su hermana, y volvía a ser un fugado.

Quizás una llamada, al día siguiente, le sacara de dudas, pero ¿no despertaría sospechas si preguntaba por la californiana directamente? ¿Había valido la pena? Desde luego para Lucas Roger Washington, no. El joven de 24 años, cuya esquizofrenia no medicada y una familia a la que le importaba un carajo, le obligaba a pasar sus días en la calle y sobrevivir mendigando, se cruzó en el camino del Voss y ahí acabó su historia.

Notas de juego

épico! me ha encantado ^^

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22/09/2025, 11:58
Valerian Voss

Estaba destrozado.

La crudeza, contundencia y seguridad de las palabras de Alix me perforaban sin descanso el corazón, la mente y el alma. Y la idea de una vida sin ella era motivo más que suficiente para ser incapaz de vivirla feliz. Y es que, ¿Qué era la vida sin felicidad? Nada. Un amargante, aciago y pesado paso de los días, semanas, meses, años y siglos sin ningún rumbo, objetivo ni sentido. Un sórdido y oscuro camino que me llevaría a parecerme —e incluso puede que peor— a todos esos desalmados y agrios Mayores.

No.

No estaba dispuesto a vivir sin ella. Era consciente que la decisión que había tomado era la de un cobarde: huir. Pero me reconfortaba el hecho de que, en mi huída, pudiera salvar de alguna forma tanto a mi querida hermana como al amor de mi vida.

Sentía lejana la muerte de aquel mendigo que, aun sin saberlo, había contribuido inestimablemente a la sociedad: salvando —o eso esperaba— a Sofía. Y en caso de no haberlo conseguido, estaba seguro que, al menos, contribuiría a la muerte de dos vampiros.

Las lágrimas y el agónico y asfixiante dolor me habían acompañado hasta el hogar familiar: la mansión de los Rabenstein. Y una vez detuve la moto, quité el contacto, dejé la llave puesta en el vehículo y, entre sollozos y paso derrotado, accedí a la casa.

Odiaba a mi madre con toda mi alma. Pero en estos momentos había alguien a quien odiaba aún más —y sí, era posible—: a mí. Único culpable de perder a la Mecklemburg.

Jamás imaginé que volvería a llamar a Margueritte de aquella forma. Pero seamos honestos. Estaba realmente mal y necesitaba algo de "amor" o "afecto" —de quien fuera— para llevar a cabo mi plan. Sabía que la mujer desconfiaría de mí en un primer momento. Motivo más que justificado dados tantos desplantes, palabras ácidas y muestras de rebeldía hacia ella. Sin embargo, quise creer que mi estado tan delicado, y las disculpas que tenía preparadas, sirviesen para hacerla bajar la guardia lo suficiente.

M-a... ¡¿Mamá?! —exclamé entre lágrimas.

Sabía que, de estar en casa, estaría sola. Ya que en la última conversación que mantuve con Anton —esa en la que le confesé que quería casarme con Alix y en la que le prometí comportarme— vi en su agenda, de refilón, alguna que otra reunión con sede en Austria. Coincidiendo casualmente con estas fechas.

El destino parecía estar escrito.

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22/09/2025, 14:31
Eleanor von Rabenstein

Mansión de los von Rabenstein...

La mansión de los von Rabenstein no era el estereotipo de residencia vampiresca que muchos podrían imaginar, con gárgolas en las cornisas y muros de piedra oscura cubierta de hiedra. Nada de eso. Se alzaba más allá, adentrándose en el corazón del bosque otoñal, donde los árboles teñidos de tonos ámbar y rojizos formaban un marco natural perfecto. En esa época del año, el paisaje parecía un cuadro en movimiento, un deleite para cualquier alma sensible.

Junto a la mansión, un lago sereno reflejaba los cielos cambiantes, y cada temporada los cisnes volvían allí para criar a sus polluelos, siendo todo un espectáculo que aquella familia podía permitirse el privilegio de observar.

La construcción en sí no tenía la frialdad de un castillo, sino la calidez solemne de la madera tallada y la piedra clara, con ese aire rústico y medieval que había acompañado siempre al apellido von Rabenstein. Aparentemente, era un lugar familiar, acogedor… aunque bajo esa fachada se escondía secretos turbios y oscuros que algún día podrían salir a la luz.

Mientras tanto, cuando Valerian entró en su casa, pudo embriagarse del olor a velas de canela y calabazas que su madre acostumbraba a poner; junto con un característico aroma a bollo recién horneado. La música sonaba suave desde el salón.  Allí, entre sombras danzantes y destellos de fuego, Margaritte se movía sola, dejándose llevar por el compás junto al crepitar de las llamas de la chimenea. Sus pasos parecían fluir entre la nostalgia y la celebración. En la pared había un poster de una chica rubia, joven, usado como diana, pues la von Rabenstein era curtida en el tiro con arco.

Alix Mecklemburg

Margaritte no había oído el sonido de los pasos de su hijo favorito hasta que su voz la irrumpió de su danza con el arco. Lo dejó descansar en el suelo y caminó apresurada a abrir la puerta. Su expresión se serenó rápidamente al verlo:

Oh, Valerian, cariño mío, ¿qué te ha pasado? —le preguntó con cierto tono preocupada sosteniéndole las mejillas y limpiándole las lágrimas con los pulgares.

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25/09/2025, 10:53
Valerian Voss

Mansión de los von Rabenstein...


Con las emociones a flor de piel, la bonita estampa de la mansión de mis padres —de madera tallada, piedra clara y una moderna fusión entre lo rústico y lo medieval— y en consonancia con los otoñales árboles teñidos de tonos ámbares y rojizos que la rodeaban, no hacía más que agravar mi nostalgia y mi tristeza. Viniéndome constantemente a la cabeza flashes de todo cuanto había vivido —tanto solo como en compañía de Eleanor— en aquella casa y sus alrededores: el bosque, sus jardines, el lago... recordaba cómo mi hermana y yo, esto siendo mucho más pequeños, veíamos con ilusión el regresar de los cisnes y cómo criaban a sus crías. Soñando con, en algún momento de nuestras privilegiadas vidas, poder hacer lo mismo.

El hecho de regresar a casa, como los cisnes, pero con la intención de poner fin a mi vida en lugar de a crearla me pareció de lo más irónico. Todo por un corazón hecho añicos.

El dulce y embriagador aroma de canela, calabaza y bollo recién horneado —producto de las velas aromáticas que tanto le gustaban a mi madre— fue lo primero que me recibió al acceder al interior de la mansión. Inundando mi cabeza de nostalgia y recuerdos de otros días mucho más felices.

En el interior del inmueble —concretamente a la altura del salón— una sombra se movía grácil y al compás de una suave música de fondo y el crepitar de la chimenea. Indicándome dónde estaría, presuntamente y por descarte, mi madre.

La avisé de mi presencia con aquella exclamación entre lágrimas. Saliendo a recibirme con algo de preocupación mientras posaba sus manos sobre mis mejillas y me limpiaba las lágrimas con los pulgares.

Perdón... perdón por todo. —dije desolado, compungido y culpable, queriendo fundirme con ella en un íntimo, cercano y sentido abrazo.

Aprovechando para, casi como con vergüenza, huir del contacto visual directo con mi progenitora.

T-tenías razón. Como siempre. —añadí con pesar, negando varias veces— No... no sé en qué momento me pude fijar en esa... Mecklemburg. —escupí con evidente dolor.

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25/09/2025, 13:56
Eleanor von Rabenstein

Una sonrisa felina se dibujó en su rostro. No la ocultó, sino que dejó que asomara como si fuera una victoria silenciosa.

Madre sabe más, porque tarde o temprano algo saldrá mal y ...por desgracia, así había sido. Su retoño tenía el corazón partío por aquella puta niñata.

Le tocó la mejilla dulcemente. Su pobre Val, su niñito, su bebé de 18 años... Le cogió de la mano invitándole a entrar en su humilde morada familiar y caminó hacia el interior, llevándose una copa de sangre humana procedente de la botella etiquetada como "Niños" a la boca de un trago, pues no era ningún secreto lo que aquella mujer consumía. Por no decir de la fama que tenía por los pueblos de alrededor. Literalmente, había carteles donde la retrataban quemándose en la hoguera como una bruja. 

Se sentó en el sofá de una sola plaza, obligándole a que él reposara sobre sus piernas. Lo acunó como un bebé y empezó a cantarle una nana.

Madre está aquí. Madre te protege...

Sus mejillas estaban sonrojadas, sentía devoción por su hijo. Su bebé, su niñito pequeño que, como tal, necesitaba amor maternal. Razón de peso por la que con una mano, Margaritte se destapó un pecho, el que más cerca tenía de él, con la intención de darle de mamar.

Madre te calmará, mi dulce niño. Bebe de mí y sáciate —Susurró acercando el pezón a su boca, esperando a que le mamara como solían hacer. A ella le daba placer, éxtasis y orgasmos sentir como su hijo succionaba de ella y a él...nunca le preguntó, pero intuía que también; porque era algo muy íntimo y maternal, ¿no?

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25/09/2025, 23:31
Valerian Voss

Margueritte no se molestó en ocultar una triunfante, felina y silenciosa sonrisa cuando le dije lo que había ocurrido. Comportándose como si de algún modo supiese que este suceso era inevitable ¿Acaso era tan obvio? Yo sentía que Alix y yo habíamos nacido para estar juntos. Y que en algún momento de la creación, algo —llámalo Dios, Universo, whatever...— unió nuestros destinos ¿Pude equivocarme? A la prueba estaba que sí. Pero lo sentí todo tan auténtico e intenso entre ambos que el equivocarme sólo añadía aún más dolor, miseria y angustia a la ecuación. Afortundamente, ya faltaba menos para dejar de padecer. Único consuelo que me quedaba.

A pesar de su primer gesto, mi madre no dudó en acariciarme la mejilla con dulzura. Cogiéndome seguidamente la mano e invitándome a pasar al salón. Me guió hasta el sofá monoplaza. Donde tomó asiento y me atrajo hacia ella. Colocándome sobre sus piernas y acunándome cual bebé mientras me cantaba una nana. Como cuando era chico.

A pesar de lo extraño de la situación, no dudé en abrazarme a ella. Apoyando la cabeza sobre uno de sus pechos entretanto mis lágrimas, ahora silenciosas, caían sin fin.

Y entonces ocurrió.

Margueritte, no sé si enajenada o qué, se descubrió un pecho y me acercó el pezón a la boca. Pidiéndome que bebiese de ella y me saciase. Esa horrorosa escena me recordó peligrosamente a la que viví dos años atrás. Con la salvedad que había cambiado el lugar —ahora estábamos en el salón— y la postura —yo acunado en su regazo en lugar de ella estar sobre mí, frotándose lenta y pausadamente contra mi miembro—  al tiempo que me ofrecía uno de sus pechos.

Aquella vez respondí de manera violenta, indignada y sumamente borde. Ganándome su más absoluta y total rabia. Sentimiento que pagó conmigo en forma de continuas bofetadas. Esta vez no quería enojarla. Menos aún que se volviera tan violenta y desconfiada que echase por tierra mis auténticas intenciones. Por lo que, y muy a mi pesar, opté por ser sumiso y obediente. Total. ¿Qué era aquel dolor en comparación con haber perdido al que creía y sentía, de corazón, era el eterno amor de mi vida?

¿Quería que mamase de ella? Perfecto. Eso es lo que haría. Y, mal me pesase, tenía que poner empeño en hacerlo realmente bien ¿Por qué? Muy sencillo. Si se "saciaba" con eso estaba seguro que la cosa no iría a más. Y no tendría que inventarme ninguna escusa para evadir cualquier capricho posterior suyo.

Así pues, y ya con la decisión tomada, cerré los ojos y posé una de mis manos sobre su pecho desnudo. Acariciándolo y estimulándolo de manera suave y delicada mientras entreabría los labios y capturaba el pezón que me ofrecía entre ellos.

Al principio sólo ejercí una leve succión con la boca y una suave presión con los labios. Pero poco a poco —progresivamente y con bastante cariño— fui aumentando ambas sensaciones. Elevando moderadamente la succión —sin llegar a incomodar o dañar— e intensificando la presión de mis labios sobre el pequeño, rugosito y suave saliente.

Me sentía como un auténtico depravado. Otra negativa sensación más que añadir al repertorio.

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26/09/2025, 12:52
Eleanor von Rabenstein

La leche que emanaba de Margaritte era real; había estado estimulando su cuerpo durante años por ese contacto íntimo, placentero. Cuando terminó, se limpió con calma y acomodó el escote de su vestido medieval, ocultando cualquier rastro de lo ocurrido. Se inclinó sobre Val con un gesto maternal y, con la yema del índice, le retiró los restos que aún quedaban en la comisura de sus labios.

Después, sin vacilar, deslizó ese mismo dedo en su boca para palpar.

—Te han crecido los dientes, mi bebé —susurró, con una sonrisa cargada de un afecto que resultaba tan tierno como inquietante o grotesco. Es hora de cambiarte.

Lo incorporó, para poderse levantar y caminar hacia la habitación matrimonial.  Allí, abrió un arcón antiguo y, como si fuera un cofre de secretos ocultos para su fantasía, sacó todo un repertorio de objetos: un body de tela fina, cremas perfumadas, pañuelos bordados y pequeños juguetes que parecían detenidos en el tiempo.

La visión era inquietante, casi dolorosa; quedaba claro que en su mente él jamás había dejado de ser aquel retoño, su criatura, su hijo eternamente pequeño. Su bebé.

Con todo en los brazos, regresó al salón. No le dio permiso a Valerian para seguirla. Depositó las cosas con cuidado en el suelo, en frente de la chimenea, donde se podía ver la diana improvisada de la cara de Alix, ordenándolas como si fueran piezas sagradas de su enajenación.

Después, lo miró con esa mezcla de ternura y autoridad que imponía en sus rituales con su hijo:

—Túmbate.

El ritual iba a comenzar: quitarle la ropa, lavarle con las toallitas su piel desnuda y sus partes, colocarle un pañal, el body...y dormir junto a él, mientras su hijo agarraba su pecho desnudo por si quería más teta.

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28/09/2025, 13:32
Valerian Voss

Mansión de los von Rabenstein


 

Desconozco qué me pareció más turbio. Si la enajenación que nublaba el juicio de mi madre —viéndome como un bebé— o el hecho de salirle leche materna del pecho. En cualquier caso, obviamente acabé más pronto que tarde de mamar. Sintiéndome aún más despreciable y sucio por lo que había tenido que hacer con tal de no contrariarla.

Una vez acabó aquella dantesca escena, la pelirroja se limpió con calma y guardó su pecho bajo su escote como si aquello nunca hubiese ocurrido. Sólo deseaba que, una vez muerto y en el más allá —o donde quiera que acabase—, uno no conservase los recuerdos. O iba a estar bien jodido. Luego de eso se inclinó hacia mí y, tras un gesto maternal con la yema del dedo índice, me palpó los dientes. Dejándome completamente atónito. Expresión que se agravó aún más cuando aseguró que me habían crecido los dientes y que era hora de cambiarme.

No. Por ahí sí que no. Una cosa era seguirle el juego y sus taradeces y otra muy distinta el denigrarse hasta ese punto.

Margaritte entonces se levantó del sofá —haciendo que me incorporase— y caminó hacia su habitación. Momento que aproveché para, con cuidado y sigilo, sacar la jeringuilla, verter la mitad de la sangre contaminada en su botella, la otra mitad en su copa y esconder la inyección bajo el sofá. Ya habría tiempo —esperaba— de deshacerme de las pruebas cuando ella ya no... estuviese.

Nada más regresó al salón, mi cara se descompuso al ver todo con lo que cargaba: un body, cremas, pañuelos... hasta mis juguetes de cuando era pequeño. Aquella visión me encogió el alma —ya hecha jirones por la ruptura con Alix— e hizo más daño del que jamás creí imaginar. Empezando a ver a mi madre con otros ojos: una mezcla entre pena y melancolía mientras mi cabeza se inundaba con una sucesión de preguntas en las que me cuestionaba si su maldad no sería fruto de su enfermedad.

Dejó todas las cosas delante de la chimenea —en cuya parte superior había una diana improvisada con la cara de Alix— y me dedicó una tierna y autoritaria mirada al tiempo que me instaba a tumbarme.

Había llegado el momento de intentar devolverla a la realidad.

Mamá. —afirmé cauto y con los ojos rojos e irritados de tanto llorar— Tengo... tengo dieciocho años. Ya... ya no soy un bebé. —añadí suave y sin acritud, casi que cálido, sin apartar la vista de sus ojos.

O-oye, ¿Por... por qué no me enseñas a usar el arco? Siempre... siempre me fascinó tu soltura. Aunque nunca te lo dijese. —le confesé con un hilo de voz— Y creo... creo que no hay mejor diana que la que tienes ahora mismo. —añadí con una mezcla de tristeza y culpabilidad.

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28/09/2025, 17:44
Eleanor von Rabenstein

Pero Margaritte no se esperaba esa reacción de su niñito. Frunció el ceño, primero confundida, luego dolorida… y tal vez con un destello de ira apenas contenida. Durante un segundo pareció que el aire en la habitación se volvía más denso.

—¿Qué estás diciendo, Valerian? —preguntó entre la ternura y el reproche—. Claro que eres mi bebé… siempre serás mi bebé.

Sus manos temblaron levemente mientras las dejaba caer sobre el body y los pañuelos, como si de repente no supiera qué hacer con ellos. La diana parecía observarla. De repente, una ira le invadió todo el cuerpo. Avanzó hacia su hijo malhumorada, alzó la mano a punto de pegarle un bofetón, pero se corrigió, no por mucho tiempo. Si Val seguiría retándola, segurísimo que caería uno.

—¿Arco? —repitió incrédula— Si tan mayor de edad te crees que eres —fue hacia la mesa, tomó la botella de sangre y se la tendió con violencia, casi estampándola contra su pecho— ¡Bebe! 

Alzó la voz como si aquella orden fuese un ultimátum.

—Bebe un trago grande de esta sangre para adultos. Demuéstrame que eres un vampiro como Drácula manda y no un puto bebé inútil que no se puede cuidar por sí mismo, Valerian. ¡Vamos!

Sus dedos repasaban el borde del body con un tic nervioso, compulsivo, que revelaba el desgarro interno de su mente. Al alzar de nuevo la vista hacia su hijo, sus ojos estaban enrojecidos, ardiendo de ira, un abismo entre el amor trastornado y el odio.

—O bebes… o te cambio de ropa aquí mismo —ladeó la cabeza— Vamos, Valerian, ¡bebe!

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28/09/2025, 18:57
Valerian Voss

No esperaba que mis palabras desatasen el caos de aquella forma. Y tras una primera expresión de confusión —y posteriormente dolor— me dijo que sí que era su bebé. Que siempre lo sería.

De algún modo tenía que rebajar la enorme densidad y tensión que pareció surgir justo después de mis palabras. Y qué mejor forma de hacerlo —creía— que darle la razón a medias.

Sí. Siempre seré tu bebé, mamá. —reconocí con una apagada, fingida y escueta sonrisa, esforzándome por no soltar ninguna bordería— Pero... tienes que entender que no soy un bebé... en el sentido de ponerme un body, bañarme y asearme. He crecido. Soy casi un adulto. —dije pausado, cálido y comprensivo.

Mi explicación no pareció surtir el efecto esperado. Y tras ver cómo apoyaba sus manos —levemente temblorosas— sobre el body y los pañuelos con una mueca de confusión, se acercó a mí malhumorada. Actitud que, inquieto, me hizo tragar saliva.

Mierda.

Incrédula, me preguntó por el arco. Y acto seguido cogió la botella de sangre adulterada y, violenta y de malas formas, me la puso en el pecho. Ordenándome que bebiese al tiempo que ponía en entredicho mi mayoría de edad.

Cogí la botella con firmeza y la miré unos instantes, pensativo, sabiendo lo que ocurriría si bebía. Estaba preparado para abrazar la muerte. No sólo eso. Lo estaba deseando.

Nada me importaba más que poder acallar todas las voces de mi cabeza y extinguir tanto el lacerante dolor de mi corazón como la indescriptible agonía de mi alma. Pero no podía hacerlo sin llevarme conmigo a esta mujer. 

¿Cuánto tardaría en actuar la sangre contaminada? ¿Segundos? ¿Unos pocos minutos? ¿Daría tiempo a, de alguna forma, convencerla para que bebiese conmigo antes de que se diese cuenta que la sangre había sido adulterada?

Mierda. Joder. Cada error que cometía no hacía más que darle la razón a Alix cuando dijo que quizá no fuese el adecuado ¿Quizá? Todavía fue benigna conmigo y todo. Tsk. Ni para esto servía.

Te demostraré que soy un vampiro de la talla de Drácula, mamá. —dije con el orgullo herido, manteniendo el contacto directo con los enrojecidos e iracundos ojos de mi progenitora.

Pensé en una última posibilidad. El último cartucho. Si esto fallaba... se acabó.

¿Me dejarás beber solo? —pregunté inocente— Ahora que lo recuerdo, nunca hemos brindado juntos... y, al menos para mí, significaría mucho que esta fuese nuestra primera vez. Madre e hijo.

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28/09/2025, 20:04
Eleanor von Rabenstein

—No, beberé contigo, claro. Un brindis.

Aún no muy convencida, Margaritte cogió la copa suya y se sirvió esperando a que su hijo bebiera.

—Por ti.

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28/09/2025, 20:28
Valerian Voss

El gesto de mi madre me hizo sonreír con una mezcla de tristeza —por lo que iba a ocurrir—, esperanza y liberación —también por lo mismo—. Sabedor de que mi sacrificio no habría sido en vano.

En cierta manera no sólo estaba salvando a Alix, a su familia y a mi hermana. Si no que también lo estaba haciendo con Margaritte: liberándola a ella, y al mundo, de su locura. Que de una u otra forma afectaba a todo cuanto la rodeaba.

Por ti, mamá. —dije cálido y cercano, chocando suavemente la botella contra su copa— Por nosotros. Por un nuevo comienzo.

Así pues, y tras el fugaz brindis, cerré los ojos y comencé a beber de la botella sin titubear. Después del segundo trago —y esperando que el efecto no fuese inmediato— saqué el móvil y, sosegado, envié aquel vídeo —que había grabado días atrás— tanto a mi querida hermana como al amor de vida.

Alea jacta est.

Sólo quedaba esperar a que la muerte viniera a reclamar lo que era suyo —la vida de mi atormentada madre y la mía— y me otorgase la tan ansiada paz.