Partida Rol por web

VII — Asuntos del Ministerio

Ministerio de Magia Británico — Oficina de William Monroe

Miércoles 19 de Agosto, 1970 — 11:32 am

Con un sabor amargo tras el encuentro con Wilhenmina, Daire puso rumbo hacia el Caldero Chorrenate, donde uno de sus contactos solía merodear con frecuencia. Quería preguntar por Goretta Beery antes de regresar. Por ahora conocía una propiedad distintiva de la criatura, y las opciones del Santuario estaban reducidas a dos. Era un comienzo, pero su mente estaba ahora cargada de otras preocupaciones. Por más que admirase a la bruja, el Ministerio y su trabajo también eran importantes y no podía sencillamente dejar de lado ese hecho. Tampoco se consideraba el más indicado para manejar las delicadas cuerdas que se extendían entre las dos organizaciones, dejándolo un poco a la deriva en medio y sin salvavidas. ¿Lo bueno? Chaithra le había invitado a salir y «no era una cita». Recordarlo le dio un suave cosquilleo en el estómago, como cuando hacía travesuras en Howth.

Tan cerca de la hora de comer, el Caldero Chorreante se encontraba abarrotado lo que volvía más probable que pudiese encontrar a alguien. Y así lo hizo. Bastaron un par de preguntas y una ronda de hidromiel para saber que Goretta vivía en Hogsmeade y frecuentaba la Cabeza de Puerco. Sin embargo, no le dio tiempo ni a vaciar la jarra cuando una lechuza le dejó una misiva corta: Lizeth quería saber si había descubierto algo sobre la criatura, y reclamaba su presencia en cuanto pudiese.

En el Ministerio se respiraba un ambiente mucho más calmado que al punto de mañana. La oleada de túnicas y gorros puntiagudos se había disuelto, dejando la imponencia del Atrium a la vista. Era fácil pasarla por alto cuando uno llevaba viéndola prácticamente todos los días, entrada y salida del trabajo, desde hacía varios años. Aun así, cuando tenía un momento y se detenía a mirar, seguía siendo un trabajo magnífico bajo tierra. Era un milagro que los muggles no se enterasen de nada, sobre todo con chismes como el metro en auge. Qué criaturas más ingeniosas.

Al poco de Aparecerse, tras pasar el arco dorado hacia los ascensores, se cruzó con Helena Rosier. Como él, trabajaba en la Oficina de Realojamiento de Criaturas, aunque ejercía un papel principalmente administrativo. Siempre le había parecido demasiado modosa y acongojada como para tener lo que había que tener para enfrentarse a algo como un kelpie encabronado, lo que encajaba con su casa de Hogwarts, Hufflepuff. Para comprobarlo, en aquel momento portaba un buen fajo de documentos con el sello rojo de su departamento de una forma que tenía alta probabilidad de terminar en desastre. Estrés parecía la palabra más apropiada para describirla en aquel momento, y no era para menos con el circo que había en su planta aquellos días.

—O’Connor. —Le llamó en su camino hacia el arco dorado, deteniéndose—. Vélez estaba preguntando por ti hace un momento, ¿algo de una lista del Santuario y una investigación? Tienes que estar a punto de recibir una lechuza, pero andaba preguntando por ti. Para que lo sepas.

Se volvió casi sin darle tiempo a responder. Claramente debía llegar tarde a algún sitio, pero no había dado dos pasos cuando se volvió de nuevo hacia él.

—¡Ah! También ha dicho que… —Y como había imaginado hacía unos instantes, la propia inercia de darse la vuelta hizo que varias carpetas se escurriesen hacia el suelo formando una reacción en cadena instantánea con el resto de papeles, siendo capaz de salvar un par de ellos que estrujó en sus manos.

La bruja contuvo el aliento en un gesto de frustración desesperado, como si aquello fuese la gota que colmaba el vaso de un mal día.

Daire intentó reprimir la sonrisa, sin mucho éxito. Había veces en los que su buen humor podía sentar mal a quien pensaba que estaba burlándose de ellos. Algo no tan alejado de la realidad: el irlandés solía ver el lado cómico de la vida, aunque sin malicia... Bueno, sin mucha malicia. Y, ante todo, solía burlarse de sí mismo.

Helena, por otro lado, le caía bien. Lo suficiente como para agacharse a ayudarla con el follón, a pesar de que no una sino dos personas habían requerido de su presencia. La vida es mejor tomársela sin prisas.

-"Última hora: tres carpetas y varios fajos de papeles se despeñan en el Atrium".

Podría haber usado algún hechizo para hacer levitar los papeles, incluso para hacer que se ordenaran solos en una pila otra vez. Pero había cosas que era mejor hacer con las manos. 

Una trémula sonrisa hizo amago de escurrirse en sus labios pintados, pero el gesto quedó en eso, un amago frustrado que duró un suspiro.

—... Gracias —musitó mientras se agachaba para recoger todo aquello, amontonando los papeles con rapidez y sin mucho orden. Parecían registros de varias bestias de clasificación XXXX, con sus correspondientes hojas violetas que significaban posibles destinos de reubicación. Daire trabajaba a menudo con ellas. Imaginaba que alguien necesitaba aprobar los posibles traslados.

Tras varios instantes, Helena se detuvo haciendo un gesto para que hiciese lo mismo. Sacó la varita haciendo un giro rápido; los papeles volvieron a su sitio al tiempo en que se levantaba del suelo, flotando en el aire, alisándose perfectamente y regresando ordenadamente a sus brazos. Sólo había una forma de describir una magia así: bonita. Aquel tipo de hechizos, aunque pareciesen cotidianos y sencillos, podían resultar francamente complicados de ejecutar, y más si uno tenía en cuenta que la bruja parecía estar bastante agobiada en aquel instante. Suspiró, conteniendo los pulmones vacíos un instante en lo que reubicaba sus pensamientos.

—Gracias, O'Connor. —Dijo, mirándolo un instante con la mano posada en su antebrazo, como si necesitase aquel breve contacto para regresar a la realidad—. Velez te está buscando. Quiere saber si has podido hablar con Scamander. Te llegará una carta enseguida, ¿vale? Que tengas un buen día.

Tras despedirse de Helena, Daire se dirigió a la oficina de Liz. Puede que Velez fuera su superior directo, pero su amiga le había llamado antes.

La lechuza le peinó los mechones cobrizos de pelo justo en la puerta del despacho de Monroe, desde donde se escuchaban las voces del mago golpeador y Liz. Sobrevoló el pasillo y regresó hasta él posándose en su hombro, tendiendole la carta antes de darle un picotazo. No tenía claro si había alguna razón particular por la que le habían enviado un mensajero con tan malos modales, pero nada más coger el sobre se marchó con un chirrido estridente. Alguien tenía que pensar en un mejor sistema de mensajería…

Como había dicho Rosier, Velez firmaba pidiéndole que acudiese a su despacho cuando tuviese un hueco. Entre líneas intuyó que quería saber sobre su visita al Santuario. Cómo se esparcían los rumores tan rápido en el Ministerio siempre había sido un misterio, sobre todo porque no involucraba magia. ¿Elfos? ¿Espías invisibles?

—Adelante —escuchó al otro lado después de llamar.

Al entrar encontró a Arthur de brazos cruzados, de pie, y a Lizeth sentada sobre el escritorio con varios papeles en la mano y una pluma revoloteando a su alrededor. Parecían estar hablando, debatiendo, quizás contrastando información o sospechas en una conversación viva que acababa de ser interrumpida. Era, bajo la perspectiva de Daire, una actitud considerablemente más relajada y familiar que cuando se habían reunido todos hacía algunas horas. Se preguntó si se conocían de antes, lo que no era del todo extraño tratándose de Lizeth, la «relaciones públicas» del departamento.

—O’Connor. Por fin —dijo, mirando su reloj—. Doe debería estar al caer también. Cuénteme. Diga que tiene algo útil sobre la sangre.

La bruja se bajó del escritorio para bordearlo hasta el lado opuesto, dejándose caer en la silla de Monroe. Aunque no tenía exactamente mejor cara —las ojeras persistían—, parecía más despierta, más centrada. Eso era bueno.

La visita al hogar de Pawl no había dado frutos, a su entender, aunque la ausencia de estos también era una señal. La mujer parecía realmente ajena a todo aquel asunto, y entre las pertenencias del mago no había señal alguna que apuntase a la caja o al robo, o a nada en particular que hubiese llamado su atención. Una opción era que tuviese que ver con su foco de estudio, los centauros, del cual Arthur no tenía ni la más remota idea. Quizás O’Connor o Doe supiesen más al respecto.

A su regreso, Lizeth ya tenía los nombres de varios compañeros de Pawl a los que Arthur fue a preguntar. No tardó en dar con la última persona que le había visto: Cassandra Prince, quien trabajaba en la Oficina de Realojamiento de Criaturas. Ambos habían subido hasta el Atrium charlando alrededor de las siete de la tarde, algo antes, había dicho. Sin embargo, en vez de usar las chimeneas de salida, como solía hacer, Marcus Pawl se había desaparecido. Era la segunda mención de algo ligeramente inusual: primero la carta, la cuál debía haber enviado antes de marcharse ya que contaba con el sello ministerial, y en segundo lugar su desaparición. Claramente no había acudido a su hogar tras la jornada de trabajo; la pregunta era si por voluntad propia o ajena. Por su rutina de trabajo y sus apuntes, no parecía la clase de persona que se fuese al Caldero Chorreante para tomar un par de whiskeys de fuego...

Prince pudo proporcionar sin problemas testigos de dónde había estado el resto de la noche. Lo mismo dijeron el resto de nombres en su lista. Comprobarlo llevaría tiempo, pero esperaba que sus compañeros hubiesen podido recabar algo más de información.

Acababa de terminar de contarle todo aquello a Lizeth cuando O’Connor llamó a la puerta.

Lizeth alzó el dedo en dirección a Kane, haciéndole aguardar su respuesta sin apartar los ojos de Daire. Se acodó sobre la mesa, expectante, apartándose el flequillo con la mano.

—Tebo y demiguise. No conozco a ninguna de las dos. Además de hacerse invisibles, ¿pueden hacer invisibles a otros? —inquirió, haciendo funcionar el hilo de pensamiento tras su mirada. Hasta donde sabía, la piel del demiguise se usaba para capas de invisibilidad, pero ninguno de los dos podían transmitir sus poderes a otros—. Tiene que haber una razón por la que involucraron a la criatura en el robo, como defensa, ayuda o algo. ¿Qué son? ¿Qué hacen?

Estaba claro que necesitaba el input de Daire en aquel área para comprender del todo la situación con la que estaban lidiando.

Daire asintió y empezó con la explicación, consciente de que posiblemente tendría que repetirla una vez Doe y Fawley volvieran al despacho.

-El Tebo es mi principal sospechoso. Es, básicamente, un cochino glorificado. Una especie de jabalí, más concretamente, de África. Domarlo es complicado, sino imposible, y hacerlo en un par de días, que es lo que han tenido desde la fuga del Santuario... Bueno, basta decir que ni el propio Newt habría sido capaz. Lo que me lleva a pensar que, de estar implicado, fue usado como distracción. Traerlo no sería tan complicado, siendo invisible, y es una criatura suficientemente violenta como para haber atacado a los guardias, de ahí la sangre.

"Luego está el Demiguise, que es como... Un simio con ojos saltones. Si es difícil controlar al Tebo, este es peor porque además son bastante inteligentes. Y muy pacíficos. Por eso no me pega lo de la sangre. Aunque podrían haberle lanzado una maldición al verle correr con la caja en la mano, pero... No sé, se supone que son capaces de ver el futuro inmediato. Sería difícil acertarle. No imposible, pero difícil. Si al final resulta que es el responsable, entonces no le han domado. La teoría que cobra más fuerza es la de que le hayan convencido de actuar por medio de intimidación o con algún tercero de por medio. Si han conseguido hacerle entender lo que estaban buscando, es un ladrón perfecto."

Se revolvió en la silla. Su perenne sonrisa se había esfumado.

-Y... Bueno, hay que hablar de la maldición Imperius -una breve pausa, como si intentara digerir sus propias palabras-. En cuyo caso podrían haber sido los dos. Probablemente el Demiguise.

Liz escuchó con gesto atento, el mentón apoyado sobre las manos entrelazadas y los ojos ligeramente entrecerrados. Intentaba comprender a través de sus palabras qué clase de criaturas eran y cómo podían encajar en aquel embrollo. Al terminar su discurso sobre el tebo, intervino.

—No, los guardias no fueron embestidos ni nada de eso. Fueron maldiciones, créeme. El lugar estaba prácticamente limpio. No me imagino a un cochino suelto por el Décimo Piso o cualquier parte del Ministerio sin que los hechizos de protección se activasen, a no ser que estuviese bajo algún tipo de efecto muy controlado.

Chascó la lengua, escuchando sobre el segundo sujeto. Por su mueca de extrañeza, quedaba claro que tenía poco conocimiento más allá de las lechuzas y el kneazel que vivía con Daire. Era fácil olvidar el vasto catálogo de acompañantes que poblaban el mundo más allá de las calles de Londres.

—O sea que, como poco, tiene que haber sido alguien que conozca bien a estas criaturas y tenga la habilidad suficiente de… controlarlas o manejarlas para que respondan. Dudo mucho que a un mago se le ocurra que puede usar un tebo o un demiguise si no conoce de antemano sus habilidades. ¿Cómo funciona el Santuario? ¿Tienen una lista de magizoologístas que trabajan con dichas criaturas? ¿Se puede cruzar con empleados de su departamento?

Miércoles 19 de Agosto, 1970 — 11:38 am

Cuando las puertas del ascensor se abrieron en el Atrium, una bandada de lechuzas aletearon sonoramente dispersándose en varias direcciones, seguras de su destino y propósito en aquel preciso instante. Hubo un breve intercambio de entradas y salidas, más aleteos, frases cortadas de «disculpe» y «perdón que tengo prisa», y entonces los ojos de Raine, quien se encontraba al fondo del ascensor, se cruzaron con los de Nicholas, quien entraba en aquel preciso instante.

Apenas un minuto antes, en lo que Raine ascendía al Noveno Piso para tomar el ascensor, Nicholas había aparecido de nuevo en el Atrium del Ministerio para después atravesar el arco dorado que daba la bienvenida. Había más de una veintena ascensores, pero el destino siempre tenía formas curiosas de poner cada pieza en su lugar por muy azaroso que pudiese parecer. Los videntes solían hablar mucho sobre esas cosas, pero la gran mayoría eran un auténtico fraude y los que realmente eran capaces de ver, no se dedicaban a chusmear. Por ende, resultaba una materia francamente vaga e imprecisa que ocupaba pocos no pocas publicaciones incluso en las revistas muggles.

-Claro, no es mala idea -respondió Daire, consciente de que el primer nombre que saldría en la lista sería el suyo-. Aunque me permito señalar que el Demiguise es relativamente conocido. Por lo que sé, en Hogwarts estudian runas, y el número cero es un Demiguise. Si es que no se ha estudiado directamente en Criaturas Mágicas.

Decidió omitir el hecho de que, años atrás, Liz y el se habían pasado esa misma clase intentando encantar soldados de papel para que atacaran la pila de libros del otro, a espaldas de la profesora Hogfrey.

Kane, que seguía la conversación saltando la mirada de uno a otra, se rascó la oreja con el dedo meñique.

—Así que los principales sospechosos son un jabalí grandote que se hace invisible o un ladrón de guante blanco monísimo. ¿Es posible que el Tebo y el Demiguise actuaran juntos? Quiero decir, no tengo ni guarra de si esos animales cooperan. ¿Esos animales cooperan?

Desenfocó la mirada y por la carcajada que soltó a continuación quedó claro que se había formado una imagen descabellada de los dos.

—En fin...—Recuperó sólo una pizca de seriedad—. El interrogatorio de la señora Pawl no ha ido demasiado bien. Parece que Marcus hizo algunas cosas que podrían haberse considerado extrañas, como enviar esa carta que vimos en la primera reunión o desaparecerse en el Atrium en vez de utilizar la red flu. A parte de eso, nada que pueda ser de utilidad.

Miró a O'Connor antes de proseguir.

—Tal vez los centauros puedan ayudarnos, pero claro... son centauros. ¿Cómo lo ves? 

La imagen del Demiguise montando en el Tebo como un jinete de rodeo fue demasiado buena como para no soltar una carcajada.

-Tú lo has dicho: son centauros. ‌No es que sea muy fácil tratar con ellos. Además, ¿Con quién? Hay un montón de manadas solo el Gran Bretaña, y la mitad han tenido poca relación con el Ministerio desde hace años. El problema en mi departamento es que nadie quiere esa oficina, así que es posible que el único que sepa algo es el propio Marcus. Sea como sea, preguntar no hace daño.

Lizeth pareció ignorar por completo la puntada de Daire dejando que Arthur hablase. Negó con la cabeza, frotándose la frente y apartándose el flequillo una vez más, y no se unió a la carcajada general a pesar de que en la comisura de sus labios quiso asomar una sonrisa.

Suspiró, borrando el gesto de su rostro con profesionalidad.

—Caballeros —llamó con suavidad. Lizeth había llamado muchas cosas a Daire en su vida, innumerables, pero caballero no era una de ellas—, no puedo organizar una expedición a una colonia cualquiera sin un motivo de peso, y a no ser que me digan que las runas o dibujos de la caja eran de los centauros, no lo hay. Es un tiro tan perdido como intentar hacer accio para recabar pruebas. Necesitamos acotar el rango de sospechosos y necesito saber qué criatura ha estado pululando por el Ministerio. Si estamos en dos opciones, escoged la que sea más probable y empecemos por gente capacitada. Sí, puede que haya más magos y brujas que sean capaces de hacerlo, pero honestamente, con lo detallado y elaborado del plan, dudo mucho que sea una elección sin preparación. Por otro lado —Sus ojos se detuvieron en el irlandés— creo que deberíamos hablar con Tomas o alguien de su gremio. Alguien diseñó e hizo esa caja. Quizás puedan decirnos para qué se diseñó.

El mago recordaba perfectamente dónde estaba centrada la mayor parte de la investigación de Marcus Pawl respecto a los centauros. No había tantas colonias que cayesen bajo la responsabilidad del Ministerio Británico, cuatro en total, y la que más menciones tenía era la que se encontraba establecida en el sur de Gran Bretaña, no muy lejos del mítico emplazamiento de Stonehenge. A Arthur no se le ocurría ninguna buena excusa sobre por qué acudir allí salvo las famosas capacidades adivinatorias de aquellas criaturas. Pawl tenía amigos en aquella colonia, pero era bastante probable que no estuviesen dispuestos a tratar con ellos, y mucho menos sin invitación.

-Tienes más razón que una santa. Los muggles tienen un dicho: "el cuchillo de Ockhart", o algo parecido. La explicación más simple suele ser la correcta.

Esbozó una sonrisa y se levantó con energía. No porque fuera a irse ni nada por el estilo: Daire no solía estar muy quieto mucho tiempo.

-Venga, si tengo que decidir por uno de los dos bichos... No sé. ¿Demiguise? Es cierto que meter al Tebo sería más complicado. No es algo que me pegue mucho con el Demiguise, lo de robar cosas, pero quién sabe. Puede que le controlaran, o que le hayan ido domesticando en secreto durante semanas, sobre todo si, como dices, es alguien de dentro del Santuario. O que le hayan obligado de alguna manera. Sea como sea, supongamos que ha sido él.

Se cruzó de brazos, apoyando la espalda contra la pared opuesta a Kane.

-Tengo ganas de ver a Tomas. Puedo ir a verle esta tarde, cuando termine de contrastar la lista. ¿Qué le parece?

Le costó horrores tratar a Liz de usted, aunque sin darse cuenta ya le había fallado el protocolo unas frases antes.

Kane se rascó la cabeza, pensativo. Era cierto que no podían acercarse a una manada de centauros sin motivos de peso, y decir "hola, estamos investigando un robo donde Marcus es el principal sospechoso" tampoco parecía la mejor forma de avanzar por la investigación. Por otro lado, Arthur no sabía muy bien por dónde continuar. Era cierto que todavía tenía algunos nombres de compañeros a los que interrogar, era sólo que Marcus no parecía haber hecho nada excesivamente raro hasta que Ogden le señaló como culpable del ataque. Gruñó bajito con ligera frustración.

—La sangre en la túnica de Ogden era de una criatura metamórfica, pero el Tebo y el Demiguise no podrían haberse transformado en Marcus, ¿verdad?—frunció el ceño—¿Y si Marcus lleva sin ser Marcus desde tiempo atrás y no sólo desde el día del robo? Alguien debería haberle observado lo suficiente como para saber sus rutinas y costumbres. Eso, o debería ser alguien que le conozca lo suficiente como para saberlas. El asalto al Santuario podría haber sido un apoyo para el robo, o...no se. Tal vez Ogden pueda darnos algo de luz si recuerda lo que...

De repente entrecerró los ojos, se le había ocurrido algo.

—¿Tenemos pensaderos en el ministerio?