Partida Rol por web

Kane murmuró "¡hostias!" antes de correr dirección al Atrio junto a sus compañeros, sin embargo, frenó en seco justo antes de salir de la habitación, dejando que sus compañeros se le adelantasen.

Si habían pasado algo por alto en aquel despacho, tal y como decía Daire aquel sería el momento perfecto para volver y recuperarlo. Por eso, guardándose a buen recaudo la nota que había encontrado, se giró y murmuró un hechizo antiintrusos que alertaría en caso de que aquello sucediera. Su fuerte no eran los encantamientos y la cara que estaba poniendo (como si se hubiese golpeado el meñique con la pata de una mesa) lo dejaba más que claro, pero no tenía tiempo para pensar en nada mejor.

La carrera, y sobre todo la maldita espera en los ascensores, les dio tiempo para recapacitar sobre sus habilidades como magos y lo conveniente que era poder aparecerse sin problema alguno. Los muggles eran héroes por aguantar aquellas largas e interminables esperas. Pero aquella era la menor de sus preocupaciones. ¿De dónde había salido? ¿Sería el verdadero? ¿Qué podría decirles?

La lista de preguntas era interminable, y la urgencia por preguntar todavía más.

Nada más abrirse las puertas del ascensor en el Atrium, pudieron contemplar el revuelo que la aparición de Pawl había causado. Más allá del arco dorado y la estátua de la Unión Mágica, un grupo numeroso y alborotado de magos y duendes se hallaba reunido. Varios aurores parecían estar intentando calmar a la gente, instándoles a regresar a sus quehaceres. Al acercarse abriéndose paso entre la multitud, pudieron reconocer a varias brujas guardianas que parecían estar realizando hechizos de sanación sobre Pawl y una mujer que Arthur reconoción de inmediato: Sabina McLaggen, la auror que estaba al cargo de vigilar la casa de Marcus. Estaba consciente, sentada en el suelo, pero la sangre manchaba sus túnicas y una profunda herida fruto de una maldición cubría la mayor parte de su mandíbula. Marcus Pawl, en cambio, yacía tumbado y un mago trataba de mantenerlo quieto. Emitía alaridos y lamentos que resonaban por encima de la multitud, aunque no parecía herido más allá de un par de rasguños.

—¡Fawley! —Lizeth, que con su corta estatura apenas se distinguía entre los magos, se aproximó a ellos. La preocupación inundaba su rostro—. Pawl ha sido atacado, pero por suerte McLaggen ha conseguido traerlo de vuelta. Necesito que vaya de inmediato a la casa de Pawl y averigüe todo lo que pueda. Si puede rastrear a los agresores, mejor. Dos aurores ya están de camino y yo misma me uniré en cuanto pueda.— Después se volvió hacia Arthur, seria y clavando los ojos en él—. Kane. Van a tener que llevarse a Pawl a San Mungo. Ni se le ocurra separarse de él un instante. No lo pierda de vista, ¿me oye? Y usted tampoco, O'Connor.

Miró a su alrededor, y tardó un instante en notar la ausencia.

—¿Dónde está Doe?

El ascensor se detuvo en el Atrio, e incluso desde el fondo del edificio se podía distinguir el barullo que Pawl había causado. Un grupo numeroso de magos y duendes se encontraba reunido junto a las chimeneas, demasiado lejos como para distinguir nada salvo algo más de una docena de cuerpos reunidos. Pero aquella no era su parada.

Después de que Arthur, Daire y Nicholas se bajaran, las puertas se cerraron de nuevo para abrirse instantes después en el Noveno Piso, ante el largo pasillo negro con su ominosa puerta al final. La sensación de urgencia oprimía el pecho de la futura Inefable, como si algo estuviese a punto de acontecer allí mismo. Era una corazonada tan válida como cualquier otra, sobre todo tras haberle dado el visto bueno al piso completo. Recorrió el camino hasta las escaleras con prisa y sin darle explicaciones a nadie, hasta llegar al Décimo Piso. El lugar estaba desértico y silencioso, como si todo el mundo se hubiese esfumado de allí...

-En el Noveno piso. Pensamos que esto podría ser una distracción.

A pesar de que respondía a su amiga, su atención estaba fija en el hombre que se retorcía en el suelo, junto a él.

No era dolor la razón por la que Pawl emitía lamentos. Al fijarse y observar durante unos segundos, Daire fue consciente de que no se trataba de un hechizo o maldición, sino de la mera confusión de aquel hombre. No parecía comprender lo que acababa de pasar, ni parecía reconocer dónde estaba o quienes eran aquellas personas. No era Crucio; el problema es que no parecía saber  qué estaba ocurriendo, sumado al hecho de que acababa de ser atacado y transportado por red flu hasta allí, donde un montón de gente desconocida se había tirado encima de él para retenerle.

—¡Si!

Kane hizo un saludo marcial que quedaba algo fuera de lugar mientras sus ojos volaban entre Lizzeth y Pawl, doblando ligeramente el cuerpo para que ésta no le obstaculizase la visión, lo que restaba fuerza al formalismo. Más teniendo en cuenta que el gesto se diluía poco a poco conforme Arthur dudaba.

—Sin embargo... Hemos descubierto una pista. Tal y como están las cosas opino que dos personas vigilando a Pawl quizás sea excesivo. Podríamos volver a dividirnos.

Miró a Lizzeth, luego a Daire, luego a Pawl, después al techo y por último otra vez a Lizzeth mientras se rascaba la cabeza y s encogía de hombros.

Intenté ver algo entre el grupo de gente reunida cuando las puertas del ascensor se abrieron. Sin embargo, no lo conseguí. Ver el tumulto me hizo creer más en la posibilidad de que aquello fuese sólo una distracción... Y algo se erizó dentro de mí al llegar décimo piso y verlo vacío. Cogí la varita en la mano, sólo por si acaso, e hice una primera inspección por la zona de las escaleras.

Sabía que podía estar equivocada, que probablemente allí no hubiera nada. Pero no comprobarlo habría sido totalmente negligente. Y al llegar y ver el lugar tan vacío cada vez pensaba con más fuerza que quizá Daire no estaba tan equivocado. La parte buena de venir yo era que, si él tenía razón, me aseguraba parte del mérito.

Apenas tardé un momento en recordar lo sucedido en ese piso sólo unas horas atrás. Sólo un hombre, por más que estuviera ayudado por una criatura, se había enfrentado a tres personas entrenadas y había huido de allí. Sólo podía hacer una cosa.

—Protego —murmuré.

Seguí echando un vistazo a la zona. Estaba convencida de que si la distracción la creaban en el Atrio era para llegar aquí por los medios habituales, de modo que tendrían que usar las escaleras para llegar... Y probablemente para salir. Sin embargo, si tras unos instantes no había visto nada sospechoso, empezaría a moverme hacia el lugar donde había sucedido la escaramuza. Me daba cierto reparo haber sido acosada por mi propio fantasma aquí mismo un rato antes, pero si quería convertirme en Inefable más me valía dejar eso de lado y centrarme en lo importante.

Daire dejaba espacio para que los sanadores actuaran sobre Sabrina: su objetivo era Pawl. Intentando ser lo más delicado posible, lo que a términos del irlandés era como pedirle peras a un olmo, se agachó junto a él cuando tuvo la oportunidad.

-Señor Pawl, tranquilícese. Está a salvo. ¿Sabe quién soy?

Daire conocía a Marcus del departamento. Se fijó en sus ojos, buscando signos de desmemorización.

—Bien pensado —dijo Lizeth tras un momento de sorpresa.

El hombre parecía haber envejecido una década de la noche a la mañana, o al menos desde que Daire recordaba haberlo visto unos días atrás, quizás una semana. Las arrugas de su rostro parecían más hundidas, y su piel tenía un color grisáceo nada agradable. Sus ojos parecían incapaces de mantenerse fijos en un solo lugar, balbuceando arrastrando las palabras mientras un sanador particularmente grande trataba de mantenerlo quieto sin recurrir a la magia y de la forma más calmada posible.

—No, no… ¿Qué ha sido de los caballos?… Ayuda… Una mujer estaba sola y entonces no, no sé, no estaba. Ha sido el problema de no saber. ¿Entiendes? ¿Entiendes, joven? —Miró a Daire y después al sanador, agarrando sus brazos con fuerza—. Ha sido la grande. La que… El que… No quiero, por favor. No quiero…

—No se preocupe. Tranquilícese, señor Pawl —repetía el mago, sosteniendo una varita en la diestra—. Está muy desorientado. Por favor, hágase a un lado —le dijo a Daire.

—Está conmigo. Es de la brigada —explicó Lizeth, dirigiéndose hacia el sanador antes de responderle a Arthur—. Quizás tengas razón, pero quiero saber qué ha pasado, qué recuerda, dónde ha estado… Y acaba de ser atacado por más de dos o tres personas, por lo que McLaggen ha podido decir, así que no quiero a nadie en solitario. Pueden estar monitorizando nuestros pasos —comentó en tono más quedo.

Daire asintió ante las palabras de Pawl, como si lo que acababa de decir tuviera todo el sentido del mundo. Al hablar, se dirigió a él, decidiendo deliberadamente no intervenir en la conversación entre Fawley y Kane.

-Vale, jefe. Vamos a llevarle a un lugar tranquilo, ¿Ok? Quizás nos enteramos mejor con una taza de chocolate.

Arthur asintió ante las palabras de Fawley, más para sí mismo que para ella. En eso tenía toda la razón, podían estar monitorizando sus pasos y por mucho que hubiesen querido ocultarse era de dominio público que trabajaban en aquella investigación. Si había alguien del ministerio metido en todo aquello (y todo indicaba que así era) no podían bajar la guardia ni un momento... ni siquiera en aquel Atrio.

—Un momento, ¿más de dos o tres personas?—Miró otra vez a Pawl por encima de Liz—. ¿Dónde le encontraron?

Una estela cálida rodeó a la semi-veela, recomfortando sus sentidos durante un breve instante. La magia era un agradable misterio que afectaba tanto cuerpo como mente de las formas más maravillosas. Pero nada de eso tuvo relevancia mientras observaba con ojo avizor a su alrededor, lista para cualquier cosa. Sabía que había una criatura invisible involucrada en el caso, e ignoraba si podría aparecer en aquel preciso instante. Entonces un pensamiento súbito la asaltó. ¿Estaba preparada?...

El atacante se había infiltrado en el Ministerio para robar algo y se había enfrentado a tres agentes siendo capaz de salir de allí, en principio ileso salvo por la criatura. ¿Y si no estaba preparada para lo que iba a encontrar? ¿Y si hubiese sido mejor idea que el auror o el golpeador acudiesen allí? Ellos estaban mucho más entrenados en duelos; era su trabajo.

Raine se deslizó por los pasillos conteniendo el aliento y alerta. Por suerte, se cruzó con un par de personas que estaban atendiendo sus asuntos allí, y no habían visto nada fuera de lo común. Eso menguó ligeramente sus nervios, pero no aquel estado de alerta e inquietud. Poco a poco se fue acercando al lugar de la escaramuza y...

En la puerta, una neblina blanca se deslizaba sinuosa por debajo, estendiéndose por el pasillo reptando hacia todas direcciones. Se movía despacio, silenciosa como la misma muerte, desdibujándose en los bordes. Parecía la niebla matutina de un pueblo costero, tan densa que daba la sensación de poder cogerse con las manos...

—Se acaban de aparecer por red Flu desde su casa. Apareció allí, saltó la alarma, y mientras McLaggen lo traía aparecieron varios tipos enmascarados.

Había pocas cosas tan cobardes como hacer algo a escondidas, protegido tras una máscara para evitar el ser reconocido. Daire sintió cierto malestar en el estómago. Lo más parecido a sentir rabia para alguien como él, quizás.

Un aluvión de dudas me recorría mientras avanzaba por los pasillos. No, no eran dudas. Era la certeza de que no era la más indicada para estar allí. Tendríamos que habernos dividido en dos y dos. O incluso más aquí. Pawl no se iba a ir a ningún lado.

Quise decirme que estaba preparada, que la noche anterior habían contado con el elemento sorpresa, y que estaba en uno de los sitios más seguros del mundo mágico.

Lo que no esperaba era cruzarme con ese par de pesonas. Al principio me provocaron más suspicacia que otra cosa. Después de todo, no sabía a quién buscaba. Sin embargo, al final decidí que sería mejor seguir buscando. Sí les pedí que no se marcharan aún muy lejos. En parte para observar su reacción, y en parte porque aunque no quería involucrar civiles, llegado el caso no estaría de más que hubiera alguien en las proximidades.

Al llegar al lugar de la refriega y ver aquella neblina blanca una parte de mí se alegró. Yo tenía razón: esa sala era relevante para los ladrones.

Me acerqué despacio, metiéndome en la niebla sólo si esta no parecía peligrosa. Y al llegar a la puerta intenté abrirla discretamente sólo lo suficiente para mirar al otro lado. ¿Debería estar pidiendo ayuda? Una parte de mí decía que sí. Tendría que haberle pedido a esas personas que fuesen a llamar a Kane, sin duda, o incluso a Fawley. Pero ya era demasiado tarde para eso.

Me crucé de brazos con cara de mosqueado esperando a que bajara el maldito elevador, casi se me ocurre apartar la gente a trompicones y echarlos del ascensor para poder bajar antes, pero qué más daba, en nombre de las buenas relaciones laborales tocaba esperar. Luego le diría a Liz que quizás sería una buena idea tener un ascensor para emergencias mágicas.

La imagen que vi en el Atrium me causó cierta impresión sin embargo, no es que antes en mi vida no hubiera visto escenas shockeantes, más bien lo contrario, pero los alaridos del pobre ser unidos a la imagen de la bruja guardiana me hizo dar un respingo el cual disimulé al escuchar mi apellido resonando en la bóveda del lugar entre todos los gritos y el tumulto... Vaya si tenía pulmones la primita.

-Por supuesto, así lo haré, Fawley -respondí con el rostro inmutable, aunque mis ojos no se separaban de Pawl. Luego agregué a la sugerencia de Kane -Sería altamente ineficiente hacer eso, lo que se necesita en este momento es cuidar al testigo y a la víctima, y no se me ocurre nadie más apto que ustedes dos -miré a Liz por si tenía algo más qué agregar.

La niebla tan solo parecía eso, niebla espesa y blanquecina como la nieve sucia, y algo en todo aquello susurraba con cierta familiaridad en sus sentidos. Estiró la mano con precaución, incapaz de resistir la curiosidad que mató al gato, adentrandándola con un ligero temor en la densa niebla. Sus sentidos palpitaban en alerta, diciéndole lo erróneo de haber acudido allí sola en vez de confiar en sus compañeros. Un error… ¿tal vez fatal?

Un frío gélido y antinatural erizó el vello de su brazo incluso bajo la ropa. Lo notó trepar como una caricia prohibida, y aunque era extraño e inquietante, pudo percibir con facilidad que no se trataba de un hechizo en sí mismo. Su naturaleza era mágica, pero correspondía a algo mucho más siniestro e inexplicable que el ataque de aquella madrugada.

Pertenecía a la propia muerte.

—... quieres saber lo que los muertos han visto...? —murmuró una voz desgarrada al tiempo en que la puerta se abría con un estridente chirrido de los que erizaban el vello de la nuca.