Partida Rol por web

Era un despacho de doble piso por lo cual, aunque en principio no vio a su esposo, sabía que él debía estar por ahí escondido entre sus libros. La señora Tully se adentró en el despacho y fue hasta el escritorio de su esposo, estaba lleno de papeles y encima de este había un boceto de un hombre, ella podía mirar o no, era su decisión.

Esperó unos instantes a ver si él aparecía,de pronto escucho unos pasos más arriba, un par de libros que caían al suelo y una voz conocida desde más allá arriba.

-Enseguida bajo, dadme unos minutos...

Sea lo que fuera que fuese, claramente no podía esperar.

Anyria ingresó en el despacho de su esposo a fin de comunicarle lo que había hablado con la princesa. Al principio no divisó su figura hasta que escuchó el ruido de caer de libros arriba. Ella lo estaba esperando cerca de su escritorio que rebosaba de papeles y libros. No miró lo que allí se encontraba, no solía revisar su trabajo, aunque sabía que él no le escondería nada… a menos que creyera que fuese por su bien.

-Mi señor esposo, me temo que debo negarte tal demora. Lo que debo relataros es imperativo, lamento interrumpir tu trabajo.

Aguardó su llegada mientras caminaba en círculos en el pequeño espacio que no estaba tapizado de material de lectura. No deseaba tirar, menos desordenar cosa alguna debido a su ansiedad.

“Las ruedas del destino ya han comenzado a girar, como siempre… sin pedir permiso.”

Han cerró los ojos cuando escuchó la voz de su dulce esposa. Cerró el libro que tenía en la mano y respiró profundo. Rápidamente comenzó a bajar, estaba algo preocupado por el torneo pero no por el dinero, sino por la cantidad de gente que seguramente se presentaría a él. Sin contar con la última noticia que le había llegado a modo de boceto. Comenzó a bajar los escalones de madera y se encontró con su mujer de espaldas, la abrazó y escondió su cabeza en su hermoso cabello.

-Mi amada esposa...

La liberó con cierto pesar de su abrazo y la dio vuelta cariñosamente para verla a los ojos.

-¿Qué es eso tan urgente?

La hizo sentar y luego sirvió dos copas de vino entregándole una a ella para que empezara a hablar.

Su abrazo era reconfortante como las mejores canciones de los juglares, el comienzo de la primavera o el mejor de los vinos. Anyria desearía que el tiempo se detuviera en este momento perfecto mas solo los dioses podían hacer tal cosa. Así que tomó asiento y comenzó a explicarle lo hablado con la princesa.

-Su Majestad es consciente de que su padre busca unirla en nupcias en poco tiempo. No le gusta su primo, pues sigue pensando en el amor perdido -posando la vista en su esposo, ella agregó -no puedo culparla por ello, menos si me pongo en su lugar.

Sobre ese asunto en particular había más que contar:

-Sin embargo no dijo totalmente que no al asunto, siempre que el elegido comprenda que la reina, la verdadera dueña del poder, será ella y no su marido. Pero, y es un pero significativo... finalmente reafirmó que Raegon y ella no pueden estar juntos, que sus dragones se arrancarían las cabezas en tal caso. 

Bebió un sorbo de vino para humedecer la garganta. Además le hacía sentir aquellas noticias un poco menos amargas.

-Lo que me llamó la atención es el pedido que me hizo a continuación: el de salir por unas horas antes de la cena. He aceptado, amor mío, a menos que algo en ello te parezca demasiado turbio. Me ha indicado el usar una capa y esperarla fuera de su habitación. 

La joven de cabello oscuro, la Targaryen morena, no se olvidó de hacerle saber a Lord Tully lo que había salido mejor de lo esperado. 

-No todas son noticias aciagas, mi amado esposo, Cesaellys me pidió que te dijera sobre asistirla en caso de convertirse en reina, lo que nos deja en claro que valora vuestro consejo.

Eso era todo por el momento, deseaba saber su parecer al respecto. 

Su esposa era una maravilla sin dudas, tenía mucha información y sabía sintetizar todo para que quedará claro. Respiró o mejor dicho, suspiró.

-No se van a arrancar las cabezas, Raegan no es tonto y si sabe lo que le conviene, su dragón también. Si no fuera por su tío, él y sus hermanos no estarían vivos.

Estiró la mano hasta los papeles en su escritorio y tomo el boceto, luego se lo pasó a su mujer.

-Este hombre ha estado siguiendo a la princesa... Me lo trajo uno de los pajaritos de palacio.

Esperó a que ella lo viera y no era muy difícil que ella se diera cuenta que era el hombre que habían visto en el pozo de dragones.

-Id con ella, necesitará una amiga. Enviaré un par de hombres detrás de ustedes por cualquier cosa que pudiera suceder pero creo que no se pondría en peligro. Cesaelyss sabe perfectamente qué después de su padre, es la parte más importante de este reino.

Bebió un sorbo de vino.

-Por supuesto que estaré encantado de servir a la princesa, mi amor... Esperemos que todo se dé de tal manera que así sea. ¿Crees que debería hablar con Raegan antes o después de la cena?

 Su esposo cree que ellos no terminarán arrancándose las cabezas puesto que Raegan no es ningún tonto. Sabe lo que le conviene y actuará acorde a ello. Entonces él le tiende un boceto que estaba antes sobre su escritorio, se trata del hombre que estaba siguiendo a la princesa.

-Es él, estaba con Cesaelyss y yo en el Pozo de los Dragones, nos miraba… más bien a su Alteza.

Anyria asintió firmemente sobre acompañar a la princesa.

-Seré su sombra de ser necesario.

En cuestión a cuándo abordar a Raegon, ella expuso su parecer con sinceridad.

-Antes, en esta vida hemos presenciado que las arenas del tiempo juegan en nuestra contra. Esperar puede volverse siempre en un arma de doble filo, amado mío.

Aunque podría a veces hacer mal al apetito, peor le parecía a la joven, que sería esperar. Cada momento le parecía valioso como si adivinara de antemano que las horas podrían trocarse en su contra, que las traiciones eran una posibilidad inminente.

Él la miró con amor pero sobre todo con admiración.

-Sos la mujer más valiente que conozco... Celebro que nos hayan casado, que nuestras vidas estén unidas para siempre hasta el final de nuestros días...

Estiró las manos para sujetar las de su esposa y sin dejar de mirarla, le respondió.

-Id con ella está tarde, yo iré a hablar con Raegan... Y sobre el visitante misterioso, me mantendré alerta pero por ahora no me parece más que un admirador. Creo que lo mejor es que esos dos acepten la voluntad del rey o de lo contrario la princesa terminará casada con Lewyn Martell o peor, con su hermano bastardo. ¿Sabéis algo de ellos?

Dorne siempre había parecido lejano para ellos pero su mujer era muy inteligente y tenía muchos recursos, incluso más de los que él estaba seguro de saber.

-Llegarán en cualquier momento los Martell y vienen todos, habremos de tener mucho cuidado con ellos. Después de la cena, nos veremos rebasados de eventos en los que habrá que tener los ojos bien acuerdos, mi amor.

Él se levantó, caminó hasta su mujer, se arrodilló ante ella y metió la cabeza entre sus piernas.

-No me dejes nunca...

Dicho eso, besó sus manos y volvió a mirarla a los ojos.

-Hay un asunto más, junto a Lewyn Martell viene su madrastra... Es una conocida arpía y espía de los Martell, tenemos que vigilarla de cerca. ¿Te gustaría recomendarme algo al respecto?

 Anyria no se veía tan valiente como lo hacía su esposo, pero había aprendido, a base de estudiar la vida de su madre, que la debilidad te mataba… que tenías que aprender a defenderte.

-Soy lo que soy por aquellos que me fueron ayudando a crecer: mi padre lo hizo en forma brusca; tú, con amor e inteligencia.

Le sostuvo las manos como siempre que quería transmitirle paz. Era una conexión más compartida por ambos, el cauce de sus almas fluyendo hacia el mismo río cada vez que se tocaban.

-Haré lo que me pides. Confía en mí. Sobre los Martell no puedo decirte cosa alguna, solo que estaré atenta a la pesca de los rumores que a veces se cuelan por los pasillos. Todo llega si sabes escuchar, ¿no es cierto?

No, no lo era. A veces la verdad llegaba después que el puñal, pero ella no iba a decirle aquello. Estuvo de acuerdo con tener cuidado de las gentes de Dorne, los dragones eran venerados en público pero odiados a puertas cerradas, Anyria sabía eso. Cualquiera en una posición de poder lo hacía.

Verlo arrodillado delante de ella la llenó de ternura y de miedo: miedo de perderle.

-No lo haré, no mientras este cuerpo tenga un aliento de vida.

Sus manos recibieron el beso con ansias, siempre era placentero tenerlo cerca. Sobre la madrastra pensó un consejo que dar:

-Los halagos bien encauzados pueden abrir muchas puertas, mi amor, sobre todo si la recipiente es una mujer vanidosa. Comprueba aquello, hazla creer que es importante.

A veces se preguntaba por qué su esposa no tenía un papel más importante en la corte, sin duda sería mucho más conveniente tenerla a ella de consejera que a él.

-Los Martell deben llegar pronto y nosotros vamos a estar listos para recibirlos. Ahora, mi amor, mi esposa preciada, andad y haced todo lo que haga falta... Necesitamos saber en qué anda la princesa.

Y es que eso era lo más importante en aquel momento porque parecía ser que alguien ajeno a la casa había llamado su atención y ellos necesitaban saber quién era antes que los planes de todos se echaran a perder.

-Yo me encargaré de los Martell apenas lleguen y los esperaré con una gran bienvenida.

Se levantó y le dio la mano para acercarla a él, la atrajo hacia sí y le dio un beso apasionado.

-Id, mi amor, qué cuánto antes os vayais, antes volvereis...

No precisaba que se fuera porque no la soltaba pero sabía que de momento se tenían que separar.

-Iré a buscar ropas oscuras y poco ostentosas, y una capa… no debo olvidarla. No te angusties, esposo mío, no hago nada a medias, bien lo sabes.

Él se encargaría del recibimiento de los Martell mientras Anyria iría junto a la princesa. Debían coordinarse como las alas de un dragón a fin de que todo se viese natural, sin sospechas. Pero antes de despedirse de su esposo, se dieron un beso que unió sus almas en perfecta sincronía. Al separarse, luego de un arrebolamiento de sus mejillas, ella dijo:

 -Recordaré tu calor en esta noche fría, cariño… pues la oscuridad alberga terrores, y el viento me llena de malos presagios. Espero que esta vez no sea mi intuición, sino solo un temor sin asidero.

Ella también quería volver pronto, retornar a sus brazos.

La noble fue hasta su armario y buscó un atuendo que la ocultara, que la mimetizara mejor en la noche, algo con la que pasar más desapercibida. Cuando encontró un vestido negro y una capa oscura se retiró, enfundada como un espectro del invierno.

"Bien, mi señora... allí voy. A ver qué me enseñas, cuál es mi misión en esta historia."

Lord Han Tully dejó a su esposa marchar sabiendo que no vendrían días fáciles pero ya estaba girando la rueda. Ella se alistó para encaminarse a lo que sea que fuera esa salida con la princesa y estaba lista o quizás no lo estaba tanto. La vida giraba los destinos de tal manera, que a veces sorprendía a propios y extraños.

El frío que se sentía en toda la ciudad anunciaba un invierno más cruento que el anterior pero dependía de la dragones mantener el hogar encendido más que nunca.

~*~

La puerta del despacho estaba entre abierta, había mucho silencio allí, tanto que Raegon se podía preguntar si es que había alguien allí. Llamó dos veces y después de unos segundos, se escuchó la voz de Han Tully, el señor de la Moneda, invitando a entrar a quién quiera que fuera. Al entrar había un pasillo bordeado de paredes llenas de libros y a los costados, por ambos lados, había unas escaleras que llevaban a la parte de arriba del despacho y dónde casi siempre se podía encontrar a Han.

El joven Targaryen lo encontró sumergido en un montón de libros, era increíble que un hombre tan joven tuviera la confianza de su tío para manejar los haberes del reino pero era de todos sabido que era un hombre honesto y trabajador, su juventud ni le restaba habilidades en lo que correspondía a su trabajo. Tully levantó un dedo antes de dirigirse al recién llegado, terminó de anotar unos números con suma precisión y luego levantó la mirada.

-Lo siento, mi lord... Estaba muy concentrado. Pero sentaros y decidme en qué puedo ser útil.

Era raro ver allí a Raegon pero con las cosas que estaban pasando, realmente ya nada debería sorprenderlos en Desembarco. Además, seguramente quería dinero o algo así, después de todo, él sólo era el encargado de eso.

-Señor de la Moneda- le dijo respetuosamente, más solemne que lo necesario -No te preocupes que serán algunas cosas simples- Buscó dónde sentarse, y mientras observaba "distraídamente" entre los papeles y notas que había.

-Si tuvieras que decir qué tan minucioso eres con las cuentas... ¿cómo te describirías?- le preguntó, mirándolo brevemente, y continuando con el juego de tocar los papeles, correr unos, mover otros.

Raegon era bueno con las reacciones de la gente, no se le pasaban muchas cosas. Además, su memoria eidética le hacía las cosas muy fáciles a la hora de recordar datos... como los que estaba registrando en la documentación.

-¿Cómo vienen las cuentas de las arcas reales? Considerando todo esto...- preguntó también. Podía parecer una preocupación lógica con todo el revuelo que se estaría generando.

Han observo al mayor de los sobrinos de su majestad con cierta suspicacia y puso una mano sobre los papeles que intentaba leer. No tenía nada que ocultar pero si quería saber algo, tendría que preguntarlo directamente.

-Mi lord, lo que sea que necesitéis, no tenéis más que pedirlo. Soy muy minucioso, cada gasto es anotado y nada sale sin que lleve mi autorización, el rey lo sabe. La verdad es que las arcas están sanas, hay algunos gastos que podríamos evitar pero su majestad tiene sus propias ideas y yo no le discuto nada.

El hombre quitó las manos de encima de los papeles, había algunas anotaciones banales sobre el torneo, se gastaba bastante. Había una anotación que le llamó la atención, había un nombre de mujer pero preguntar por eso era como bastante o tal vez no. Tully sirvió un poco de vino para ambos.

-¿Necesitáis algunos dragones, joven Raegon?

Detrás del lord Raegon podía observar los bolsos que el señor de la Moneda usaba para transportar los dragones, todas vacías en ese momento. Si Raegon bajaba la mirada una vez más, vería algo más que llamaría su atenció; una hoja por debajo de las otras, no podía leerse mucho pero tres letras sobresalían en la esquina: nys. Podría significar algo o no.

-...y haces bien- dijo cuando el Señor de la Moneda dijo que él no le discutía a su tío -Mi tío puede ser muy convincente cuando quiere algo-

Raegon aceptó de muy buena gana la copa de vino, y levantó levemente la copa.

-Parece que tienes algo de adivino...- y rió -Sí, necesito algunos dragones, pero no quería que fuera muy directa la cuestión- se acodó en el escritorio, por lo que estaría más cerca, y revoleó la cabeza hasta mirarlo al Lord -No dirás que tú desvistes directamente a la mujer que quieres encamar... ¿no es cierto?- y sonrió guiñándole un ojo.

Han lo sabía, jamás había tenido que tratar directamente con el joven Raegon sobre dinero pero siempre había una primera vez. 

-Vuestro tío tiene sus modos y yo sólo tengo que aconsejar si es necesario.

El hombre sonrió amargamente y se inclinó sobre la mesa moviendo los papeles al apoyarse, dejando ver el papel al que Raegon le había echado el ojo. Ahora podía leer que decía claramente: "Asunto de Aenys", más abajo se leía la cantidad de dragones de oro: 5000. Dudaba que esos dragones hubieran ido a Aenys directamente por lo que forzando un poco la vista, vio un nombre abajo, era de una mujer. Quizás la prostituta de la que le había hablado Lena.

-No voy por la vida desnudando mujeres, no soy tan joven como vos y además, duermo con la mujer que amo pero os puedo entender. ¿Cuánto deseáis?

Volvió a acomodarse en su silla bien y sonrió. Sin duda, a pesar del trabajo que tenía, su mujer y su hijo hacían que su vida fuera feliz.

Raegon sonrió, aunque por dentro estaba más que serio. Era bueno ocultando lo que realmente sentía.

-Es cierto, y es una bendición la que tienes, querido Lord de la Moneda... tal vez, quién dice, yo alcance algo así- dijo aparentando ensoñación.

Hizo un pequeño silencio...

-Con algunas decenas será suficiente- dijo sin levantar la mirada del punto que había estado aparentando observar ausentemente, pero que era una forma que había aprendido con el tiempo de enfocar ampliamente en lo que había a su alrededor. Curiosamente le había servido mucho para leer libros a una velocidad pasmosa.

Aunque ahora sí miró a Lord Tully para no perderse gesto alguno.

-¿Las sacas de las bolsas que recibimos el día de nuestro nacimiento o de las arcas?- preguntó con una aparente preocupación.

No estaba muy seguro de que Raegon realmente quisiera tener algo como lo que él tenía. Todo el mundo sabía que no salía del prostíbulo más exclusivo de Desembarco, claro que en eso se parecía a su tío.

-Tal vez, lo deseo de verdad, joven Raegon.

No era ajeno a Tully que el rey quería casar a su única hija con su sobrino mayor pero no sabía si eso fuera posible, por las voluntades de ambos jóvenes más que nada. La pregunta lo sacó de sus cavilaciones.

-Bueno, mi lord, en general uso los dragones de las arcas y anoto fecha y nombre en vuestro libro. El rey acepta que os dé una cierta cantidad al año, si no rebasa ese límite, su bolso personal estará entero.

Sonrió, era normal que a un joven como Raegon aquello le causará curiosidad. Han movió los papeles y volvió a cubrir lo que antes había leído Raegon. Se levantó y fue a buscar los dragones para el Targaryen y volvió con una pequeña bolsa que puso sobre la mesa.

-¿Necesitáis algo más, mi lord?

Raegon tomó la bolsa y sonrió, poniéndole una mano en el hombro al tiempo que se levantaba.

-No, nada más, muchas gracias- le dijo dirigiéndose a la puerta -Ha sido una buena conversación, no olvidemos mantener una comunicación fluida, ¿quieres?- lo miró un momento, con una mirada que no era la de siempre...

-Que tu día sea provechoso, Lord Tully- agregó con un asentimiento de la cabeza, y salió del lugar.

Tenía que ir nuevamente a ver a su nueva amiga. Ya no requiriendo sus servicios, pero sí de otros. Y tendría que recurrir al más fiel de la Guardia Real. Necesitaba músculo, pero aún más una confianza plena...