Partida Rol por web

El pirata estuvo inquieto hasta que vio la intención del gigante. Viendo que no podía hacer nada, trato de dormir un rato. La fuerte vozarrona del gigante le saco de duermevela en que se había sumido. Con la sensación de estar más cansado que cuando empezó a dormir, el pirata se levantó de mala gana. Deberíamos de salir al campo, no creo que haya muchas águilas aquí. ¡Muchas gracias!

La espera valió la pena, Sebastián recuperó su vara ahora transformada en una espada, con sus inscripciones, las cuales se preguntaba cómo podían seguir allí, sin duda debía de tener algún poder más allá de la lógica, similar a su anillo celestial, intuía. La encontró agradable al tacto, un arma curiosa, pues toda ella estaba hecha de una sola pieza, no había visto jamás algo igual. La sopesó, la balanceó, realizó algún movimiento de entrenamiento con ella para comprobar lo equilibrada que estaba, lo pesada o ligera que podía resultar, la velocidad a la hora de hacerla bailar. En pocas palabras: se hacía a la espada.

El herrero partió sin ceremonia alguna, se veía que sus modales eran rudos, aunque no podía si no pensar que les había ido bien su ayuda. Sebastián se había visto perdido con el uso de la vara, pero ahora, siendo una espada, todo cobraba mucho más sentido para él.

Seguramente deberé ensartar a ese demonio con este arma.

Fuese criatura cornuda o una niña no pensaba dudar, pues se trataba del destino del mundo, ese peso recaía sobre sus hombros, y no se refería solo a los propios, pues todo el grupo debería luchar contra aquel mal apocalíptico. Sin embargo estaba dispuesto a asumir las pesadillas por derramar sangre y arrancarle la vida a una criatura de apariencia inocente y angelical, si se diese el caso.

-Bien, compañeros, no creo equivocarme si aventuro que debemos ir a Sant Geroni de la Murtra, pues eso indica la carta en su final. Et el herrero nos ha comunicado que la comitiva del castillo ya partió, et en la fortaleza tan solo queda la sombra del mal que un día moró entre sus muros- 

Quedo mirando con la seriedad que le caracterizaba a los tres hombres: Dalmau, Damià y Eguzki, mientras colgaba la nueva espada de uno de sus cinturones, pues no disponía de funda, pero podría llevarla igualmente.

Estoy con Damià. La carta pone que sigamos al águila y eso es lo que deberíamos tratar de hacer. Aunque si cuando salimos al exterior no vemos ninguna rapaz Sant Geroni de la Murtra es otra opción.-Contestó Dalmau.

Parecía que el santiagues ahora si portaba un arma capaz de dañar al maligno, o eso era lo que les había hecho creer el hombretón, pero seguro era algo que al menos les aportaba esperanza.

Asintió a las palabras de Dalmau justo antes de alzar la vista al cielo para comprobar si la rapaz continuaba ahí arriba, sobrevolándoles. Ella les debía guiar, aunque creía firmemente que el destino sería precisamente Sant Geroni de la Murtra, la Mar Blava, pero este lugar concreto desconocía cual era ¿tal vez una cala? Lo único seguro es que no había tiempo que perder.

Ante la pregunta acerca del paradero de Camila, Francesc volvió a remitir a Eguzki al fragmento de papel mientras ya se alejaba. Él era sólo un mensajero (bueno, y un inverosímil herrero, claro). Las fuerzas renovadas de Damiá, despues de cabecear (como pudo) con el repiqueteo del yunque y el martillo, parecieron darle ánimos para continuar.

Con la espada en la mano, el caballero Sebastián la notó balanceada, poderosa y robusta. En realidad como una espada de buena fabricación, pero sabiendo el poco tiempo de su forja y la maestría de su acabado cualquier batalla se auguraba, portándola con fuerza, con esperanza.

Una vez estuvísteis de acuerdo, decidísteis continuar hasta el lugar nombrado en el pedazo de papel: St. Jeroni de Murtra. Pero antes, tocaba mirar al cielo, y tal y como parecía designarse, allí estaba el águila, dando vueltas en círculos muy alto, sobre vuestras cabezas, como la estrella que guiaba a los tres Reyes Magos hacia el pesebre de Belén muchos siglos antes. Eso sí, antes de partir, vísteis que había un amplio zurrón en la entrada de la fragua. Seguramente Francesc lo habría dejado allí. De él se despedía un olor ciertamente agradable. Eran víveres: varias longanizas, panes y pedazos de queso, todo ello convenientemente guardado como aportación de de viaje. Y no hubo en vosotros ninguno que no tuviera a bien el tomarlo para el siguiente destino.

* * *

Sant Jeroni de Murtra. A medio camino entre Burriac y la ciudad de Barcelona, es decir, viajaríais en dirección sur. No poseíais caballos, y tocaba hacer el viaje a pie. Las nevadas en ese día también había teñido el paisaje de blanco, y el águila de Camila vijaba en círculos, a veces más alto y a veces más bajo, o incluso desaparecía un rato y aparecía enseguida; un vuelo irregular pero al menos con cierta continuidad. Se podría decir que Camila tenía a su querido animal bien adiestrado.

Para llegar al destino, habríais de recorrer la sierra litorial que unía a ambas poblaciones, a unas cuantas leguas de la costa levantina. Las cordilleras se alzaban unas detrás de otras, y se aguraba un tiempo de caminata y viaje largo y fatigoso. Tras unas horas de viaje, la ruta no parecía esconder ningún secreto: una mañana primaveral (aunque aún nevada), rocas y precipicios aquí y allá y, como sorpresa, ningún encuentro en el camino.

El pirata caminaba cabizbajo, no porque el peso de salvar al mundo recayera sobre sus espaldas o que pensara en las implicaciones morales de matar a un inocente. Las cavilaciones del pirata eran mucho más mundanas, eran sobre la nieve. ¿Por qué todo tenía que estar lleno de ese manto blanco? La nieve era fría, húmeda y mojaba como el agua del mar.

¿Cuándo terminaran nuestro peregrinaje? Podríamos haber ido hacia el oeste, con la de millas que hemos andado ya habríamos llegado a Santiago de Compostela y habríamos recibido la bendición del santo.

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   Partieron, echando de menos Eguzki al tosco pollino, pero con el corazón esperanzado tras el encuentro con el hombretón, a quien Eguzki le sonaba que pudiera ser de la buena gente. Bueno, la buena gente significaba no ser maligna, porque había cada hideputa entre la buena gente que... Pero este parecía buen tipo, había dejado comida y todo, que bien sabido era que Eguzki no era cazador y forrejeador experto, precisamente.

   Echando un vistazo al cielo, a ver si veía al pajarraco, al... águila... ahí que volaba alto.

   - Arrano beltza, - murmuró para sí al ver al animal volando alto.

   Y ahí que siguieron, con un nervioso Eguzki mirando alrededor casi todo el rato, esperando ver saltar demonios tras cada recodo del camino.

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Arduo y cansado fue el viaje hacía el sur siguiendo al águila sin monturas que nos acompañaran, por suerte, transcurrió sin sobresaltos ni encuentros desafortunados.

Las raciones que el herrero nos había dejado a la entrada subieron a gloria, pero conforme nos acercábamos a Sant Geroni sabía que pronto íbamos a vernos envueltos en nuevos peligros.

Ellos también partieron sin demora, agradecido el de la Torre por disponer del zurrón con viandas para el camino, no estaba seguro de si viviría un día más, pero al menos no moriría con el estómago vacío, y desde luego se lucha mucho mejor con fuerzas.

El águila les sobrevolaba, guiándoles o acompañándoles mientras no errasen el camino. Allá delante se alzaban las montañas, todavía cubiertas con un manto blanco. Debían recorrer su camino a través de ellas, pues su destino así lo marcaba, y de nuevo no pudo evitar recordar cuando el frío le caló los huesos helándole los pulmones. Se arrebujó en su capa, no era momento de caer de nuevo enfermo, que aunque no parecía que viniesen ventiscas el tiempo podía ser muy traicionero, más cuando acudían al encuentro de semejantes criaturas. Andaba Sebastián bastante callado, cosa tampoco demasiado extraña, y atento a su anillo, por si brillase o le diese alguna otra señal.

Mentalmente se encomendaba a Dios, a los ángeles y a la virgen, madre de Dios, rogándoles le diesen fuerzas para acometer al oscuro y devolverlo al infierno, del que no debería salir jamás. Truncar aquellos planes maliciosos que auguraban el fin de los tiempos y pidiendo el amparo del Todopoderoso, pues consideraba que le habían escogido como su brazo ejecutor y no deseaba fallar. Sin embargo recordaba cómo a todos les habían flaqueado las fuerzas y sus piernas habían dejado de sostenerles de puro terror cuando se les apareció aquel demonio en el castillo de Burriac. 

Pero ahora las cosas han cambiado, yo tengo mi anillo et porto aquesta espada, et él....

Miró de soslayo a Dalmau recordando los símbolos que se habían grabado en su piel. Tampoco aquello podía ser casual, y estaba convencido de que llegado el momento podría resultar decisivo el efecto que pudiesen causar en el caballero de Montesa.

Tan solo espero que el amigo no se convierta en enemigo. 

Y los dos plebeyos, uno hombre de mar, otro curandero. Ambos habían demostrado su valía, ¿pero qué papel jugarían en aquel último enfrentamiento? 

Que el señor viva en sus corazones, de otro modo estarán perdidos...

Pues él era un caballero de la orden militar de Santiago, soldado de su Señor, Dios creador, y estaba convencido de que en aquella empresa la Fe sería puesta a prueba y decantaría la balanza para el destino de cada uno y el de todos.

Tal vez la reflexión del pirata Damiá habría sido la mejor en mucho tiempo. Un gran viaje hacia la ciudad de Compostela os hubiera comportado mejores beneficios que los que ahora teníais (osea, ninguno), y os hubiera ahorrado soportar infiernos y demonios... (lo peor es que podría decirse eso literalmente).

Andábanse los dos caballeros, Dalmau y Sebastian, uno mirando el camino con fijeza, y otro pensando en su espada y anillo (con los que supuestamente matar y portar por algún tipo de beneficio, respectivamente). Tal vez la precaución de ambos hizo que no se fijasen en lo que tanto el curandero Eguzki como Damiá observaron.

El vuelo del águila era errático allá arriba. Os seguía en círculos hasta ese momento, sin descanso en dichas horas de viaje... hasta ahora. Ambos dos observaron la desaparición del animal una vez se hubo alejado. Miraron hacia arriba y en adelante, atrás; tras las montañas en un vuelo bajo... pero nada:  el águila no acudía.

Pasó una hora más, y pronto se hizo mediodía, cuando Damiá y Eguzki contemplaron de nuevo su vuelo. Sin embargo, notaron algo extraño... venía en picado volando hacia vosotros. Al principio uno podría pensar que estaba herido, que caía abatido desde el cielo; sin embargo, corregía su vuelo, tomando las corrientes de aire caliente dentro de las numerosas corrientes frías de aquella aún helada primavera... Y traía algo en el pico.

El animal, entonces, descendió aún más, y se colocó delante del caballo de... Dalmau. Posado en el suelo, el águila lo miraba, y él (y todos, a su vez) también. El animal tenía algo en su pico, un objeto. Era una cruz, una cruz de oro, con una cadena metálica de eslabones dorados. El animal giraba la cabeza sin dejar de mirar a Dalmau, aleteando las alas de vez en cuando.

El águila había traído una cruz, un símbolo del poder de nuestro Señor. No sabía cómo ni por qué, pero sin lugar a dudas aquello era una señal del Altísimo.

Muy despacio me acerqué a la rapaz que había obrado tal proeza y cuando estuve a un paso de ella me arrodille y extendí las manos con las palmas hacía arriba. Si era la voluntad del Señor que yo portase aquella cruz el águila me la entregaría.

El pirata miro con codicia la cruz traída por el agila, pero se abstuvo de hacer cualquier comentario pecuniario. Si nos mandan un símbolo de dios significa que algo malo va a pasar. Seguro que el dim…. Prefirió no seguir con sus comentarios pesimistas, bastante tenían con la nieve y con las visiones, como para invocarlas mentándolas.

Como si de un mensajero del Señor se tratara (o así al menos lo pensaba el caballero Dalmau), éste extendió sus manos una vez se hubo arrodillado. El águila no se asustó, y dio un par de pasos hacia él. Dejó soltar la cruz y la cadena doradas en sus manos y quedó mirando a Dalmau un instante. Luego, delante de sus narices, batió sus alas y enseguida, tomando carrera hacia un lado, se elevó volando en los cielos. Dalmau notó el peso de aquella joya en sus manos, y la tomó consigo, observado con atención por sus tres compañeros.

Y tal que así, seguístes caminando con aquel nuevo presente en el grupo. Tras descansar más allá del mediodía y comer lo suficiente, seguísteis andando para tratar de llegar a St. Jeroni de Murtra lo antes posible (antes de que se hiciera de noche). Sin embargo, quiso la mala fortuna que, mientras descendíais un valle de las montañas blancas que ya atravesábais, cinco tipos se aparecieron ante vosotros, salidos de una arboleda que dejábais a un lado. Por sus pintas se trataba de bandidos, salteadores de aquellos inhóspitos caminos.  Pese a que no debían tener más edad que el más joven de vosotros, llevaban almaradas en la mano, y una especie de porras de extremo ancho listas para ser usadas. Enseguida se lanzaron hacia vosotros a la carrera, desde el lateral donde estaba la arboleda.

El pirata rápidamente desenvaino sus cuchillos y se preparo para el combate. Esos pobres bandidos iban a pagar las semanas de frustración y penurias que había sufrido durante sus viajes. ¡No es suficiente el demonio, que los hombres también nos atacan!

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   Ahí estaba Eguzki a sus cosas, ojo avizor a pajarracos, sean de este mundo o del inframundo cuando del lado salieron gentes de mal vivir y peor convivir con la poco sana intención de rajarlos.

   - ¡Baa baa bandidooos! - chillé innecesariamente mientras sacaba con la mano hábil mi bracamante y por si cantaban bastos también eché mano con el cuchillo en la torpe mientras corría para ponerme al lado de Damiá, más débil que los bien armados y acorazados caballeros.

   Alcé mi bracamante para desviar la cuchilla del bandido y asesté un golpe bajo con la idea de desparramar y aligerar sus tripas por el suelo.

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En cuanto el águila entregome la cruz de oro la coloqué la cadena alrededor de mi cuello. Si aquello no era un milagro de nuestro Señor, que más podía serlo.

Continuamos caminando hasta que tras un descanso fuimos atacados por un grupo de bandidos, rápido se movían los jóvenes, pero estábamos cerca de nuestro destino y no podíamos permitir qué nos retrasarán o incapacitasen.

Demasiado ensimismado andaba Sebastián aquellos instantes como para darse cuenta de que el águila se había alejado de ellos, dejándolos atrás y perdiéndose en el cielo quien sabía hacia dónde, por eso se extrañó cuándo la descubrió posándose ante Dalmau y portando aquella cruz de oro.  Miró al caballero de Montesa, quien se acercó y recibió aquel presente. Sebastián asintió.

Esto nos protegerá a todos.

Porque realmente creía que debía ser algo bueno, pues no había motivo para pensar que la dueña de aquél águila no era en realidad amiga, pues en varias ocasiones parecía haber obrado en el beneficio de la humanidad, aunque con ungüentos y demás de por medio, cosas que al de la Torre no agradaban mucho y que, en otros tiempos, antes de ver alzarse un demonio ante sus ojos en el castillo, o luchar contra monjes salidos de sus tumbas, o pasearse por los mismísimos infiernos... hubiese visto con no muy buenos ojos, incluso creyendo firmemente que solo podía tratarse de asuntos de brujas. Pero ahora, tras todo lo vivido, incluso podrían acusarle de haber liberado a una. Toda aquella empresa, la que se llevaban entre manos, estaba muy por encima de todo aquello, y si el maligno pugnaba por conquistar la tierra no podía desestimar la ayuda que les viniese, pues el Señor obra de modo misterioso y estaba convencido de que todos aquellos presentes celestiales debían venir, de algún modo, por su voluntad.

El maligno quiso marcarle, pero ahora llevará una armadura invisible...

Eso esperaba Sebastián, lo deseaba con tantas fuerzas que prácticamente lo sentía como algo real. Sin embargo era un caballero, alguien que había recibido una educación que le empujaba a pensar y cuestionarse las cosas. Por lo que se acercó a Dalmau, una vez ya tenía prendida a su cuello la cadena con el sagrado símbolo. 

-¿Qué sentís?- alcanzó a preguntarle.

Llenar el estómago y descansar un poco los pies les hacía bien, debían estar en forma para la batalla que les tocaría luchar, la última y decisiva según entendía Sebastián. Pero tampoco podían demorarse demasiado, y retomaron camino, aunque al poco les salieron aquellos bandidos al paso. El de la Torre Quebrada no pudo evitar chasquear la lengua, sintiendo fastidio por que interrumpiesen su marcha. 

Bueno, tampoco esperaba que nos fuesen a poner tan fácil llegar hasta ellos...

Porque si el demonio tenía algo que ver, y si como les había dicho Beherito todo estaba ya previsto y conocían cada uno de sus movimientos, entonces aquellos bandidos podían ser cualquier cosa: Unos jóvenes descerebrados que no sabían nada de lo que ocurría, o que simplemente esperaban salir con los bolsillos llenos y no con las venas vacías. O tal vez eran títeres del oscuro.

-No tenemos tiempo para esto- declaró a sus compañeros mientras se armaba con su espada de caballero santiagués y su escudo. 

Pronto los cinco muchachos se les tiraron encima a la carrera, uno fue directo contra Sebastián con la intención clara de asestarle un duro golpe. Sebastián alzó su escudo para cubrirse mientras apretaba los dientes.

Turno 1:

El caballero Sebastián alzó su escudo, teniendo en la otra mano su espada. El primero de aquellos jóvenes bandidos no logro abalanzarse contra él, pese a que éste tenía el escudo de por medio. Logró endosarle, por tanto, dos cuchilladas entre las placas de su pecho...

Daño1 (a Sebastián): 7 (-6 por cota de placas): 1 punto de daño.
Daño2 (a Sebastián): 10 (-6 por cota de placas): 4 puntos de daño.

Mientas el caballero sangraba, otro delos tipos levantaba aquella clava y trataba de descargarla en el caballero Dalmau, pero sin éxito. Acto seguido, Damiá logró avanzar un par de pasos hacia el que se le venía encima, adelantándose y clavándole más de medio palmo del acero de su cuchillo en el pecho. El tipo gritó ahogadamente...

Daño (a B3): 9 (sin protección): 9 puntos de daños.

El tipo entonces soltó el cuchillo, se llevó las manos al costado y trató de taponer con sus dedos el gran agujero que el pirata le había proporcionado. Como si en un asalto en alta mar se tratara, Damiá había respondido con contundencia, haciendo que el tipo se arrodillase y cayese a un lado... hasta morir en segundos desangrado*.

Justo entonces, otro de los secuaces repitió contra Dalmau. No logró endosarle una cuchillada, pues el caballero levantó su montante y paró el golpe. Por otro lado, el bueno de Eguzki sufría las inclemencias y hostilidades de aquellos desarrapados, aunque afortunadamente el filo de la almarada que le amenazaba ni le rozó. Por contra, el curandero contraatacó; y si bien no logró desparramar las tripas enemigas por el suelo (pues era su intención), le hendió una severa cuchillada en el abdomen que lo dejó estupefacto:

Daño (a B4): 8 (sin protección): 8 puntos de daño**.

Finalmente el caballero Dalmau contraatacó a uno de sus agresores. Levantó el montante, y se hizo el silencio:

Daño (a B5): 13 (sin protección): 13 puntos de daño***.

Uno de los muchachos vio como su compañero caía a manos de Damiá, y otros dos eran heridos de bastante gravedad. Entonces gritó...

¡¡Vámonos!! ¡Huida! ¡Huidaaa! -el tipo echó a correr hacia el linde del bosque del que habían salido, y los otros trataron de hacer lo mismo... Entendieron que no eran rivales para vosotros-.