- ¿Hablar tú con él? - el anciano alza las cejas, sorprendido, y se mesa la barba, como si estuviera rumiando alguna idea en su cabeza - No sé yo si le sentará muy bien... Mira que no le suelen gustar estas cosas. - murmuró, negando luego con la cabeza - Si tú lo crees mejor, adelante, claro.
Al mencionar que la cuervecilla iba a ser otro fantasma, el ánimo de Altemías pareció disminuir, bajando las cejas en un gesto ensombrecido, casi triste. Tal vez le parecía mal que la joven hiciera un viaje tan largo o que fuera a un lugar tan peligroso como era el desierto. En cualquier caso, aquel cambio de humor duró solo unos instantes, antes de que el viejo se forzara a sonreír un poco de nuevo.
- Bueno, bueno, si eso es lo que os ayuda a descansar en paz, yo seré quien os ayude, no te preocupes. - se recompuso, calmando al chico con un asentimiento al tiempo que se acababa la jarra. Cuando la volvió a dejar sobre la mesa, se fijó en la segunda jarra que descansaba a su lado, todavía sin tocar. El viejo frunció el ceño y la cogió con cierta cautela, palpándola y mirando con cierta suspicacia al tabernero - No recuerdo yo haberte pedido otra...
El tabernero, que había estado atendiendo y había vuelto a limpiar las jarras, observó a Altemías y señaló en un gesto silencioso a Kenneth, como indicándole que había sido él quien la había pedido. Altemías volvió su vista a la jarra y volvió a mirar a Kenneth, antes de volverse a girar hacia el tabernero. Había una confusión importante en los ojos del anciano y no era tanta la confusión de haber bebido demasiado como la de no diferenciar un fantasma de un supuesto fantasma. El juego de miradas duró unos segundos más y finalmente Altemías alargó la mano hacia el hombro del chico lentamente y casi con miedo.
- ¿Kenneth? ¿Estás aquí... de verdad? - preguntó.
Las reacciones del viejo me estaban dejando descolocado por segundos, al principio seguía siendo él pero esa tristeza y esa extrañeza final se lo aclaró.
- ¡Tormentosas nubes, Alt! Solo me he echado una siesta extra larga y ya.- le respondo haciendo un aspaviento.- El viaje va en serio, así que te dejas la senilidad y la borrachera en tierra, ¿entendido?- niego con la cabeza y sonrío.- Soy yo, de carne y hueso y tengo para mucho tiempo...- mentira, la magia ya se encargaría de ello pero tampoco era momento de ponerse lógico.- ¿Así que puedo contar con el Altemiño y su capitán o todo la anterior era solo autocompasión?
La mano de Altemías llegó por fin al hombro del chico y, tras apretarlo un par de veces para asegurarse de que estaba allí, la apartó con verdero gesto de sorpresa. Mientras Kenneth hablaba, la expresión del viejo fue pasando poco a poco al júbilo, hasta el punto que bajó de un salto de su taburete.
- ¡Estás vivo de verdad, muchacho! ¡Jaaaajajajaja, dichosos sean los ojos! - exclamó, tirando con alegría de las manos de Kenneth y obligándole a bajar.
Y así, con uno más obligado que otro, protagonizaron una especie de baile en círculos, al ritmo de la música que tocaba alguien ambientando el local y con la alegre risa de Altemías de fondo. Si bien varios parroquianos se giraron hacia ellos, la mayoría prefirió ignorarlos negando con la cabeza o apartando la mirada con cierta vergüenza ajena.
- ¡Hoy es un gran día, sí señor! ¡Hmmm, hm, hmmm! - sonrió, tarareando. A los pocos segundos se detuvo en seco y le dio unas palmadas en la tripa a Kenneth - Pero oye, ¿estás más flaco? No, no, no, esto no puede ser, si nos vamos a ir de viaje tan lejos tienes que reponer fuerzas. ¡Oye, Gronzo, ponle un estofado al chiquillo!
Parecía que la danza había terminado, pues Altemías volvió a sentarse en su taburete con fuerzas renovadas, pidiendo al tabernero más de lo que debería. El tabernero, casi previendo la respuesta, alzó una ceja y le dirigió a Kenneth una mirada, esperando su confirmación. El viejo por su parte, le dio otro sorbo a su cerveza y puso el brazo por encima de los hombros del chico, dándole aún alguna palmada en la espalda como para convencerse de que estaba allí.
- Perdona lo de antes, eh... Cuando uno se hace viejo, ya ve a la muerte hasta en la sopa, ¿sabes? Y hay que acostumbrarse a la compañía que irá teniendo más adelante. ¡Pero eso da igual ahora, me tengo que mantener vivo para ver ese condenado desierto! - poniéndose serio, le clavó el dedo en el pecho, reafirmando sus palabras - Tú. No te preocupes por nada. El Altemiño está listo para cuando quieras, como si quieres partir ya mismo. Ya me encargo yo de hablar con el pajarraco; lleva estas semanas repitiendo de que te debe un favor y de que no sabía cómo iba a cumplirlo... - negó con la cabeza con gesto de asco - ¡Bah, paparruchas! Lo que quiere es una excusa para estar lamentándose y no mover el culo. Pero bueno, ¿algo más que tenga que preparar para el viaje? - preguntó, alejándose un poco sonriente y tamborileando con los dedos sobre la barra. Parecía que el anciano había rejuvenecido varias décadas con la noticia.
Parecía que acababa de desatar una tormenta y no podía más que dejarme llevar por ella como un barco que no había arriado las velas a tiempo. El mundo empezó a dar vueltas acompañado de la música y la risa de aquel viejo que me forzaba dar vueltas.- A los mil vientos la discreción...
Sin embargo no podía estar enfadado con aquel anciano y tampoco me importaba aquellas miradas avergonzadas de la gente al vernos. Si me importaran lo que pensaran los demás no estaría en la situación que estaba... o puede que sí pero eso era otra cosa.
- Como he dicho siesta muyyyy larga...- le digo cuando al fin se para aquel tiovivo humano. Miro al camarero y asiento.- Ese plato estará bien.- le confirmo al camarero antes de centrarme otra vez en el marinero.- ¿Deudas a mí? Casi le arrastré con nosotros y lo llevé al límite como timonel más de una vez... Bueno no me voy a quejar, si tanto quiere pagar que se vuelva parte de nuestra tripulación. Seremos cuatro con la cuervecita.- realmente me había gustado el mote.- Tenlo listo para dentro de un par de días, tengo que hacer unos preparativos y cabos sueltos que arreglar pero habrá que marcharse con discreción. Ya sabes nuestro destino y habrá que definir mejor la ruta pero hazte una idea para raciones de viaje y agua necesaria para el viaje. Por otro lado quizás tengamos que dejar un sitio privado para la señorita. Ya se verá...- me río y un poco y me callo al ver que llega el estofado.
El tabernero asintió y fue un momento a la cocina a pedirles la comanda, mientras el chico y el viejo seguían hablando.
- Sí, pero al parecer su situación va a cambiar bastante en los próximos días. Habrá que pagarle decentemente y todo, ja. - bufó en broma, como si los gastos fueran a correr de su cuenta - Y todo eso es gracias ti, muchacho. En parte, al menos.
Altemías fue asintiendo a las peticiones de Kenneth, quedándose pensativo unos momentos. Justo entonces llegó el estofado, un rústico cuenco de madera grande, con más salsa y verduras que carne y donde se podían apreciar unas enormes burbujas de aceite sobre su superficie. El tabernero también le había dejado media hogaza de pan cortada en una cesta, para que pudiera servirse de ella como quisiera. Aun con todo, olía bastante bien y si no le sentaba mal aquel atracón después de haber estado en coma, sin duda le daría fuerzas. Altemías asintió satisfecho y le robó un trozo de pan mientras se mesaba la barba.
- Cierto es que la cuervecilla necesitará su sitio, aunque ya sabes que el Altemiño no es especialmente grande. Como mucho podría poner una lona para hacer una "habitación" en la cubierta, pero en dos días será difícil hacer modificaciones grandes. Soy capitán, no carpintero. - se encogió de hombros - Lo mejor sería ir haciendo paradas. Los vientos nocturnos son muy fríos, chico. Yo ya estoy curtido con los años, pero no me gustaría que vuestro viaje consista en quedaros en cama con un resfriado. - explicó, sacudiéndose las miguitas de pan de la barba - Y habrá que ver cómo nos las apañamos para los saltos más grandes entre islas... ¡Pero, bah, eso ya se verá! - le quitó importancia con la mano, ilusionado. Parecía que el anciano estaba dispuesto a saltar a la aventura.
- Yo en eso poco tuve que ver...- comento con sinceridad.- Fueron más las huelgas y piquetes los que hicieron presión, es más si me hubiera dado más prisa en arreglar todo el embrollo quizás le hubiera perjudicado.- me río un poco.- Pero bueno, razón de más para conseguirnos trabajos por el camino.
- ¿Y estarías dispuesto a que retocaran a tu pequeña? No creo que cuente con el capital per se y tendría que ser en otro astillero pero quizás adaptar un poco el Altemiño a esos grandes saltos y a tener una habitación digna para la señorita podría ser un pequeño plan a futuro.- comento sorprendido y hasta divertido, sabía que el problema de base ya era el espacio y que además cuanto más tamaño más grande el motor y peor lo llevaría el timonel. Pero bueno como se había comentado: problemas de futuro...
Además ahora que sabía absorber energía del ambiente podían utilizarla ellos para potenciar su motor. Al fin y al cabo mientras fuéramos nosotros solos los que... Niego con la cabeza, no por descartar el plan, si no porque simplemente no era el momento.
- Pero sí, tenlo todo preparado y quedaremos todos en el puerto. ¿Asumo entonces que el pajarraco se apunta si sabe que ando en pie?- termino por preguntar.
Altemías se quedó pensativo cuando Kenneth mencionó modificar el Altemiño. Se podía ver en su cara que algo no le convencía del todo y que realmente parecía un dilema muy importante. Cabeceó unos segundos, frunciendo los labios y sopesándolo mientras se mesaba la barba.
- Hmmmm... No sé, chico, la embarcación de un hombre es algo muy importante para él, ¿sabes? Y he tenido el suficiente tiempo al Altemiño como para reconocerlo solo por el tacto de la madera. Para dar esos saltos y tener habitación habría que hacerle bastantes obras. Y cambiarlo tanto podría hacer que dejara de ser el Altemiño... pero por otro lado, las aventuras... Hmmmm... - se cruzó de brazos, indeciso y por una vez sin aspecto de estar de broma - Tendré que preguntárselo a él mismo, a ver qué le parece. - asintió tranquilamente, como si no estuviera hablando de un barco.
Por suerte, la idea del viaje le devolvió el buen humor al anciano, que asintió con énfasis.
- ¡Sí, tú por eso no te preocupes! Y como no quiera venir, haré una corona con las plumas de su trasero de haragán. ¡Seguro que a ese presumido no le hace ni pizca de gracia! ¡Ja, ja, ja! - exclamó el anciano a carcajadas, provocando algunas miradas divertidas y preocupadas a partes iguales en la taberna. Parecía que por esa parte ya tenía el viaje conseguido.
Pues cerramos con Altemías y no sé si había siguiente parada de visitas xD Si no, me tocará hacer ya el gran finale.
- Eh, que yo pregunto por que me ha parecido que lo has dado a entender. Si no quieres, yo tampoco. El Altemiño ya es perfecto como es, eso no lo dudes. Solo barajaba opciones.- me encojo de hombros y al menos por mi lado le quito peso al tema. Si le iba a preguntar a su pequeña para pensárselo mejor pues tampoco le iba a cortar. Por otro lado tampoco me tomo con extrañeza que le hable a su nave, apenas hacía unos minutos consideraba que estaba hablándole a mi fantasma. Cosas de la edad... probablemente.
En cuanto a las dotes disuasorias de Altemías, no puedo si no reírme con el y mirar a la gente encogiéndome de hombros, esperaba que esto quedara como una anécdota más y se olvidaran de mí en los próximos días.
- Pues es una promesa, vete preparándolo todo y nos vemos en un par de días.- le comento mientras me levanto.- Me encantaría quedarme más rato pero aún me quedan mis propios preparativos.- dicho esto pago lo que quede pendiente al dueño y salgo volviendo a activar mi invisibilidad y subiéndome la capucha por si acaso.
Pues creo que ya estaría, así que al fin el gran finale. Un año de epílogo, si es que... XDDDDD
Dos días habían pasado y en esos momentos, el Altemiño volaba hacia el sur a toda velocidad, dejándose ocultar poco a poco por los últimos rayos de sol de la tarde. A sus espaldas, la enorme y ajetreada Ceiph se había vuelto aún más ajetreada hacía menos de una hora, cuando un pequeño taller de artefactos mágicos había estallado en llamas por un experimento no controlado.
Alucard Holmien, el padre de una de las víctimas del accidente, cayó de rodillas y se llevó las manos a la cabeza mientras observaba el incendio, sin poder creerlo. Aún llevaba en su mano izquierda la carta arrugada que le había dejado su hija apenas minutos antes. En ella, hablaba de que no podía soportar más esa situación e iba a intentar todo lo posible para despertar a la persona que realmente amaba, aunque ello le costara la vida. Tras él, un hombre elegantemente vestido apretó los puños con rabia y se dio la vuelta, volviendo a zancadas por la calle por la que había venido.

¡Maldito... Phaminor...!
Saria Phaminor, la madre de otra de las víctimas del accidente, se llevó las manos a la boca con gesto de sorpresa al otro lado del taller. Sin embargo, se estaba conteniendo por estallar en carcajadas. Poco sabía la guardia de la ciudad que los dos cadáveres que iban a encontrar calcinados eran de dos antiguos donantes a la cienciología, pasados por un pequeño conjuro de reparación y cubiertos con algo de carne de cerdo y ropa de los dos chicos. También había perdido un par de artefactos muy poderosos al darlos como regalo de viaje, pero no podía estar más contenta por ello.

Ve, Kenneth. Haz que me sienta aún más orgullosa.
Una pareja de grías, una mujer llamada Islene y un jovencito de nombre Sehend, detuvieron su paseo de la mano para observar las llamas a lo lejos. El chiquillo recibió una pequeña regañina de su madre por parecer demasiado ilusionado, mientras la susodicha alzaba la cabeza y miraba afuera de la ciudad, hacia el sur. Se había pasado dos noches sin dormir para terminar dos elegantes anillos negros, con vetas plateadas que formaban varias runas sobre su superficie. El resultado de su falta de sueño descansaba ahora en una pequeña cajita con la que Kenneth jugueteaba en su bolsillo durante el vuelo.

Más te vale pedírselo en un sitio realmente especial, que por la calidad que tiene se lo merece. Y los anillos también.

¡La próxima vez llévame de aventuras, tío Kenneth!
El viejo Altemías soltó una carcajada, otra más desde que habían salido de Ceiph. Qleohh, el antropoloro y alimentador del barco, le respondió con un simpático graznido. Su salida había vuelto a ser más caótica de lo habitual: Qleohh había tenido la mala suerte de encontrarse con uno de sus antiguos camaradas de barco, mientras que Altemías se había enterado en el momento de que no tenía permiso de volar en Ceiph. No sabía si era porque querían evitar que fuera dando cierta información o porque simplemente se había olvidado de renovar su licencia, pero había terminado yéndose con la excusa de "si solo me dejo planear hasta salir de Ceiph, no cuenta como que estoy volando, ¿no?". Aquello no había convencido al guardia del puerto, pero por suerte era un novato que no había tenido tiempo de pensar una respuesta antes de que el barco arrancara.

¡Vámonos a la aventura, pero también pitando de aquí!
Bretta Holmien, una de las "víctimas" del accidente, sonreía de forma radiante, apoyada sobre la barandilla del Altemiño y con su pelo oscuro al viento. Después de dejar hechos los preparativos en el taller, había tenido que volver a su casa a dejar su nota de despedida, y luego salir corriendo hacia el punto de reunión mientras a sus espaldas tenía lugar la explosión del taller. Había perdido uno de sus abrigos favoritos para hacer que "su cuerpo" resultara creíble, pero había ganado una vida de libertad.

Ahora mismo no podría ser más feliz, Kenneth.
Finalmente, Kenneth Phaminor, la otra "víctima" y el orquestante de todo esto, podía por fin descansar tranquilo en el barco. Por supuesto, había esperado a Bretta mucho antes del lugar acordado, acompañándola de la mano hasta que hubieron salido de la ciudad. Una vez allí, solo había necesitado volver a utilizar el truco de sus botas de aire para llevársela a bordo del Altemiño, en el mismo momento en el que descendía lo justo para recogerles y continuar el viaje.

A sus espaldas podía ver Ceiph, oscurecida por el cielo nocturno y resguardada por aquellos que protegerían su secreto de todos. Frente a él tenía a su amada, su barco y algunos amigos, que estaban dispuestos a acompañarle allá adonde fuera. Y hacia delante, iluminado por los últimos resquicios del sol, podía ver el mundo que le esperaba en sus aventuras, unas que continuarían en la peligrosa y enigmática región de Chi-Hari.

Pero esa es una historia que todavía no se ha escrito...
Continuará...