Partida Rol por web

Dubieta situó a su hijo pegado a ella, puso sus manos en los hombros del muchacho.

- Tiberiu, hijo mío, ya sabes que ahora mismo estamos bajo la protección del Duque Gyula Kadar y sabes lo que supone negarse en un juramento - apretó algo tensa los hombros del muchacho - no sé cual será la reacción del duque, pero quizás hoy tengas que ver las consecuencias de llevar la contraria a los grandes señores de Transilvania.

Las palabras de Dubieta fueron leves, pero sabía que su querido hijo sabía sobre el asunto.

La muchacha no sabe lo que acarreará su negación, posiblemente tenga muchos problemas por ello. El destino de la chiquilla está en manos del duque, ahora solo queda esperar.

- “Por qué a mí. Por qué siempre a mí… Es una niña, tan solo una niña inconsciente.”

Por eso los niños no le gustaban a Otto. Eran tan imprevisibles como los problemas que le acuciaban todos los días de su vida y a los que se veía obligado a poner solución. Sin forma de ver que todo acto tiene sus consecuencias muchos de ellos, como aquella niña, podían convertirse en un problema en sí mismos. Pero para eso estaban los padres, para educarlos. Qué padres negligentes no atemperaría el ignorante orgullo de sus vástagos.

Un niño era un niño y ese era un buen escudo, pero Svitlana Basarab… Ella era su madre. Ella debía responder por los actos de su hija. Y el Duque lo vería así. Podía tomarse a risa la reacción de la niña, la estupidez enmascarada de valor de la que había hecho gala, pero si consideraba que aquello era una treta de su madre o su abuelo para menoscabar de algún modo su autoridad poniéndolo en ridículo ante toda la corte por los actos de una cría…

- “Oh Dios…”- En su imaginación la bola de problemas cada vez se iba haciendo más y más grande. Aun así no perdió la compostura. No se mostró contrariado. Tenía un trabajo que realizar.

Miró a Svitlana Basarab todavía dudando si lo que sentía hacia ella era una profunda repulsa por haber utilizado a su hija como una herramienta política o con compasión por las consecuencias que tendría para ella un acto de esa índole si no había participado en su planificación. Luego intervino.

- Queréis decir que no… Que no concebís otra respuesta más que un sí.- Si en aquel momento su sangre no estuviese toda agolpada en su cabeza mientras buscaba una solución, se hubiese ruborizado por aquel intento tan burdo de arreglarlo. Quizá con una lección de historia…- Vuestro abuelo el Boyardo Blaatu Basarab ya hizo el mismo juramento que vos misma estáis a punto de realizar. Se arrodilló y juró obediencia y lealtad a su señor el Duque Gyula Kadar. Vos sois vasallos por sangre del Señor de la Casa Basarab, vuestro abuelo, y por el juramento que tomó él y que es vuestro deber renovar hoy individualmente lo sois también del Duque Gyula Kadar. Recordad que no hay más señor sin señor que nuestro Señor Jesucristo, ante el que todos debemos arrodillarnos.

Aun obteniendo un sí de la niña Otto sabía muy bien que sería muy inocente pensar que no habría consecuencias.

El caballero de los Cárpatos permanecía en silencio, situado en segundo plano, a un costado de los acontecimientos y viendo el devenir del tiempo. Entre el funeral, la llegada de la comitiva, los cambios abruptos que se iban produciendo en un tablero, la Corte se agitaba como entre espasmos, intentando liberarse de aquellos que sobraban en su seno. Y allí estaban, reunidos y altivos, bajo el techo del Duque que ya estaba allí.

Iacobus observaba, con una media sonrisa perenne grabada en su rostro. Todo aquello le aburría, empezando por el protocolo, terminando por la inmovilidad. Sus labios curvados, a diferencia de la mayoría de los labios y ojos, y rostros y cuerpos de la sala, no reflejaban inexpresión ni seriedad. Había un indubitable dejo de ironía en las facciones del caballero de los Cárpatos. La ironía de un observador que ve a través de las máscaras que se danzan delante suyo. Porque aquello no era más que un baile de máscaras. Algunos llevaban la suya muy bien.

Hasta que empezaron a tomar juramentos, y la máscara se astilló.

¡Ah, niña!

Iacobus lanzó una carcajada que resonó en el repentino silencio de la sala. Vaya, porque el silencio que se había formado era casi inconcebible. Sólo un suave susurro femenino lo cortaba, rompiendo contra los arcos, y luego fue la voz del Mayordomo. La reacción del Duque podía ser cualquiera, pero fuera cual fuese la mantendría viva. De algún modo. Ser rehén tenía ese costado bueno, el que no podía prescindirse de su vida.

El caballero de los Cárpatos dio un paso adelante, volviéndose visible. Miró al Duque. La sonrisa volvía a estar ahí. El Duque entendería la mirada.

¿Me encargo?

-No.

La infantil voz de Veronika Basarab había resonado en el amplio espacio del salón principal de la corte y su negativa a prestar un juramento de fidelidad al Duque Gyula Kadar no era sino consecuencia del fracaso de quienes debían haberla aleccionado en aquel sentido. Y las consecuencias de aquel fracaso se harían sentir en algunos hombros que se verían aligerados de sus cabezas. Era evidente que en el seno de la vieja familia, nadie le había dicho a la pequeña, y por extensión debía entender que a su hermano, cuál era su nueva posición y cuáles sus responsabilidades. De otra parte, aquella reunión cortesana se había llevado con excesiva precipitación, sin hablar previamente con quienes ahora dejaban en evidencia a quienes habían fracasado en su función, sin dejarles aclimatarse y aún menos aleccionarles, y tal precipitación estaab recogiendo ahora sus frutos.

Durius, impasible ante los hechos, se adelantó silencioso hacia el Duque, inclinándose hacia él para murmurar algo a su oído.

-Mi Señor Duque, permitidme unos minutos para hablar con los pequeños Basarab en privado. Es obvio que no han sido adoctrinados acerca de sus obligaciones y que están cansados tras un largo viaje y posiblemente asustados o temerosos rodeados como están de tantos rostros desconocidos. No debemos olvidar que son niños, así como tampcoo debemos olvidar el fracaso de quienes deberían haber cumplido con sus funciones y no lo han hecho, sometiendo a vuestra persona a esta incómoda posición que no debe ser juzgada como el acto ofensivo de un adulto consciente, sino como la chiquillada de un infante inconsciente de lo que su posición le exige. Concededme vuestra venia para ausentarme con ellos y procuraré enmendar este pequeño inconveniente -susurró Durius a Gyula Kadar.

El petimetre observo la reacción de la corte. Las miradas de los asistentes pedían la cabeza de la niña. Era una simple niña, el comportamiento de los niños es siempre infantil y caprichoso; no está tomando una decisión, estaba respondiendo a su naturaleza. Pero eso no la eximía de su error.

Él permaneció impasible, observando la escena, y empezó a pensar en las consecuencias. Una palabra caprichosa podía desencadenar un cruento enfrentamiento. ¿Era esta la voluntad del Duque?

Vio la reacción de su caballero, el temible Caballero de los Cárpatos había dado un paso al frente. El petimetre busco instintiva  la empuñadura de la daga y poso su mano en ella, no iba ser él quien desenvainara el acero, pero el frio tacto del la empuñadura le proporcionaba cierta seguridad. 

De entre todo lo que puede acontecer en una corte del duque, desde luego que una niña se negase a aceptar la fidelidad hacia el Duque era algo que, francamente nunca hubiera esperado. No podía negar que la madre de la chiquilla -que dada la mirada que le había lanzado Veronika y sabedor de lo que iba a ocurrir- estaba jugando a algo muy peligroso. Y es que el Duque podía ser muy impredecible ante este tipo de actuaciones.

Afortunadamente, el chambelán supo reaccionar con rapidez y cabeza y logró, de alguna manera, solucionar aquella situación. Ahora solo esperaba que la niña no insistiese en esa actitud y se retirase de allí. Mientras tanto, el Senescal observó la posible reacción del duque. 

Un cuerpo golpea pesadamente las baldosas del Salón del Trono.

Svitlana Basarab se ha desmayado.

Giorgina mira a sus dos pequeños sobrinos con infinita tristeza y se escucha un sonido metálico cuando afloja la espada en su funda, aunque sin llegar a desenvainarla.

Se produce un cruce de miradas entre el Duque Kadar y el Caballero de los Cárpatos.

El Duque intuye que el Caballero sería capaz de aplicar un castigo inenarrablemente cruel, de ser necesario.

Entonces su secretario, el Caballero de Slobozia, se acerca al trono y susurra palabras de comedimiento a su señor.

El Duque mira a Durius a los ojos y finalmente asiente, dándole permiso tácito para actuar.

El capitán enarca una ceja, entre sorprendido y admirado. Al fin y al cabo los niños son niños, y su inocencia es un capricho de los dioses. Sin embargo quien quiera que les ha enseñado... debe ser castigado. Con un ligero suspiro da un par de pasos y mira a su señor, primero, y luego a Giorgina y a la Basarab que se ha desplomado. Entonces vuelve a mirar a su señor, y al comprobar que este da permiso a Durius para actuar, espera con más curiosidad que preocupación.

Si, son niños. Pero desgraciadamente en ocasiones los niños pagan la estupidez de sus mayores. Y los basarab estaban apurando el vaso de la paciencia de su señor, y de la suya propia

MAYORDOMO OTTO:

- El secretario del Duque habla en susurros, pero gracias al tremendo silencio reinante alcanzas a escuchar buena parte de lo que dice.

-Mi Señor Duque, permitidme unos minutos para hablar con los pequeños Basarab en privado. Es obvio que no han sido adoctrinados acerca de sus obligaciones y que están cansados tras un largo viaje y posiblemente asustados o temerosos rodeados como están de tantos rostros desconocidos. No debemos olvidar que son niños, así como (---)

(---) que no debe ser juzgada como el acto ofensivo de un adulto consciente, sino como la chiquillada de un infante inconsciente de lo que su posición le exige. Concededme vuestra venia para ausentarme con ellos y procuraré enmendar este pequeño inconveniente.

Lástima. Ha triunfado la lengua. Ah, la Corte.

Frente al asentimiento del Duque, Iacobus parece encogerse de hombros, aunque en realidad el gesto jamás llegue a ser hecho por ninguna parte de su cuerpo. Si a fin de cuentas da igual. Gira apenas la cabeza para ver a la mujer desmayada, que ha caído como bólido a la piedra quizás actuando, quizás en serio. Pero sus ojos se posan sobre la otra, pues ha escuchado perfectamente el sonido de amenaza de una espada. El honor llevaría a esa idiota a desenvainar, aunque sólo mostraría al público su obvia falta de valía. Mejor que, tal como ocultaba su sexo tras la cota de placa y mallas, ocultase sus debilidades tras la vaina de una espada quieta.

Sus ojos cruzaron los de Giorgina, y Iacobus sonrió. En fin, si a fin de cuentas daba igual.

El caballero de los Cárpatos se adelantó hacia la mujer desmayada y, con un movimiento fluido, la alzó en brazos como si fuera una pluma. Las sedas acariciaron el metal de las placas y la cabeza colgó en el ángulo de su codo, mientras su cuerpo etéreo sostenido en el aire se transformaba en una visión fantasmagórica. No se le escapaba que las represalias estaban en cabeza de los mayores. Él no estaba de acuerdo con ello, pero el juego era otro. Je.

Veronika se adelanto con su respuesta, un no sumamente seco.

El Mayordomo se vio nervioso y comenzó a empalidecer, comenzando a hablar mucho mas rápido y buscando encontrar una solución a todo ello.

Mire a los alrededores, las miradas de todos los presentes, incluido el terrible Caballero de los Cárpatos y al secretario del duque, mire incluso mas allá a los temibles y animalescos guerreros de sangre.

Con fuerza tome la mano de mi hermana, apoyándola, aunque al escuchar el ruido detrás de nosotros y notar a mi madre desmayarse y luego ser tomada por ese ser tan repugnante, dude de lo que realmente estábamos haciendo.

-"Para nosotros usted no es el verdadero amo de Transilvania y mi padrino me ha enseñado que según la biblia los pecados de los padres no pasan a sus hijos por ende no estamos atados al juramento de nuestro abuelo, además como bien dijo el señor allí presente-dije refiriéndome a Otto- solo debemos arrodillarnos ante nuestro señor Jesucristo y creo que el no esta aquí, salvo que usted fuese algo divino...en cuyo caso cambiarían las cosas..."- 

La cosa va mal- ese comentario desde luego no iba a sentar bien al Duque. O al menos eso pensaba el Senescal. Debía actuar, y con rapidez. Si Durius no se movía, debía hacerlo él.

Niño insolente- en dos pasos se encuentra al lado del muchacho y le lanza una fuerte bofetada en su rostro- ¿está es la educación que reciben los Basarab?- le espeta, furioso- tienes suerte de que tu señor, el Duque solo te considere un mocoso malcriado, de lo contrario tu cabeza estaría en una pica- mira al muchacho y luego a la chica- lo mismo para ti.

Mira hacia el Duque- mi señor, ruego disculpéis la mala educación e insolencia de estos mocosos, los cuales, no tienen ni idea de lo que dicen. Desde luego, deberán recibir un castigo por estos comentarios, y si me permitís yo me encargaré de ello inmediatamente.

La mandíbula del Dravescu quedó descolocada ante la respuesta de los niños. Nadie podía esperar una cosa así, pero estaba ocurriendo.

¿Falta de respeto? No... han sido los únicos valientes de este lugar...

Zort nunca olvidaría su odio hacia los magyares. Le habían arrebatado casi toda su familia, arrasado sus tierras, violado y asesinado a habitantes del norte. Si había accedido a servir al Duque invasor había sido simplemente por cuidar a los pocos que aún estaban vivos.

Aquellos niños, tan pequeños, se habían convertido en héroes de repente, habían dicho lo que muchos de ellos, nobles y caballeros, se habían callado. Pero si se metían con esos pequeños no callaría mas. Apretó fuertemente su puño. Disimuladamente palpó su daga, cuando la espada de Giorgina agregó tensión a aquel momento, si ello era posible.

¿Correría sangre? Todo pendía de un hilo, las atinadas palabras del Senescal podían salvar la noche, salvar la vida de los niños. Pero si el Duque era fiel a su fama, la Corte se achicaría drásticmaente en los próximos minutos.

Finalmente miró a Zuyla. Tal vez fuera la última vez que podía ver sus ojos. Si alguna espada se desembainaba Zort lucharía y sabía que su hijo tampoco permitiría que ejecutaran a dos inocentes. Lucharía, o al menos tendría la intensión de hacerlo. Nada duraría en un combate ante aquellos guerreros, o el sanguinario Caballero de los Cárpatos.

Todo sucedió en un momento. La madre se desmayó demostrando que no había tomado parte o que era muy buen histrión. Iakobus la recogió del suelo quedando la frágil mujer a merced del sádico caballero. Y la tía, la amazona se preparó para lo que todos temíamos que llegase…

Por una vez Otto sintió alivio al ver como Durius se acercaba a su señor y le susurraba. Por mucho que le disgustase el Duque tenía en gran consideración a aquel hombre y sus palabras, sus palabras quizá fuesen lo único que podían hacerlo cambiar de parecer después del desplante. Lamentablemente la calma duró muy poco, lo que tardó el otro niño en abrir su enorme bocaza.

El mayordomo se hubiese llevado las manos a la cabeza si no se hubiese forzado a no hacerlo. Si todo acaba sin sangre de por medio, posibilidad que con cada palabra veía más lejana, el maestro Maserrak tendría una labor titánica para meter en cintura a esos dos nobles zotes.

- “Yo… Yo no he dicho eso…”- le faltó poco para excusarse ante el Duque con aquel pensamiento cuando el crío tuvo la osadía de tergiversas sus palabras. Pero no se había limitado a eso también estaban poniendo en duda los conocimientos de un hombre de Dios, su tío el padre Adelmus, diciendo que les había dicho que no había pecados que pasaran de padres a hijos.

- “El pecado original…”-pensó. Obviamente aquello no tenía la menor importancia en el contexto prebélico del salón, pero la costumbre impedía que Otto no se fijarse hasta en los detalles más pequeños.- “Y la ignorancia. La ignorancia y la estupidez también pasan de padres a hijos. Lamentablemente vosotros vais a descubrirlo por las malas…”

Y entonces llegó la bofetada.

Hasta el eco que produjo le resultó hermoso. Y el instante de silencio que vino después una absoluta delicia. Había sido un gesto sencillo y correctivo y lo más sensato que se había escuchado en toda la noche. Sin olvidar por supuesto la astucia que había demostrado el Senescal y por la que más tarde debería alabarle.

Esperaba que aquello hubiese sido suficiente para salvar la vida de los dos críos. Y aferrándose a esa esperanza, ayudada por una muda oración, miró al Duque que era el que tenía la última palabra.

- Mi señor, al Senescal no le falta razón. Si me permitís un consejo, dejadlo en sus manos.

El Duque mira de forma significativa al Caballero de los Cárpatos en primer lugar y a continuación a Giorgina Basarab.

Vuelve a mirar a Iacobus Radoslav a los ojos y asiente de forma definitiva, sellando así el destino de la guerrera Basarab, cuya vida se termina aquí y ahora.

Giorgina interpreta correctamente el cruce de miradas entre el Duque y el Caballero de los Cárpatos y empieza a desenvainar su espada...

El aire se vuelve como melaza, como si en realidad todo se moviese a la velocidad de un caracol, pese a que realmente no es así.