DHAEVA 2: CEMENTERIO DE PERSONAJES:
- Escena en recuerdo de los caídos.
FALLECIDO UNA NOCHE DE INVIERNO DE NOVECIENTOS CINCUENTA Y SIETE.
En la lucha en las habitaciones privadas de Durius de Slobozia, entre el caballero de los Cárpatos, Iacobus Radoslav, y el caballero Durius y su séquito. Después de la muerte de Dominik, salió del paralizante terror que lo embargaba para intentar huir de aquella matanza. Encontró su fin intentando escapar, decapitado por la espada de Iacobus Radoslav.
FALLECIDO UNA NOCHE DE INVIERNO DE NOVECIENTOS CINCUENTA Y SIETE.
Encontró su fin en la lucha en las habitaciones privadas de su señor Durius, contra el caballero Iacobus Radoslav. Tras caer Dominik, al unirse todos a la lucha, fue recibiendo heridas de diversa consideración, que le dejaron en un pobre estado en el que apenas podía arrastrarse. Murió en las habitaciones de Valru, después de haberse arrastrado allí para intentar salvarse.
LACAYO GHEORGHE:
DESAPARECIDO UNA NOCHE DE INVIERNO DE NOVECIENTOS CINCUENTA Y SIETE.
¿?
FALLECIDO UNA NOCHE DE INVIERNO DE NOVECIENTOS CINCUENTA Y SIETE.
Fallecido en la lucha que se desarrolló en los aposentos de su señor Durius, contra el caballero de los Cárpatos. Tras la muerte del sargento Dominik, del lacayo Papadimos, y ver caer a su señor por la espada de Iacobus, intentó refugiarse en sus habitaciones junto a un malherido Bucur. Allí encontró su fin, decapitado por el caballero Iacobus Radoslav.
FALLECIDO UNA NOCHE DE INVIERNO DE NOVECIENTOS CINCUENTA Y SIETE.
La muerte le alcanzó en las habitaciones privadas de Durius de Slobozia, hallándose entre la salida y el caballero Iacobus Radoslav, fue el primero en caer por su hoja. No vivió para ver morir a gran parte del séquito.
AMA DE LLAVES MARIANA:
FALLECIDA LA TARDE DEL TREINTA DE ABRIL DE NOVECIENTOS CINCUENTA Y OCHO, EN LAS COCINAS DEL CASTILLO DE BALGRAD.
- Tras ser su mandíbula partida por un golpe del acorazado guantelete del Boyardo Blaatu Basarab, poseedor de una fuerza sobrehumana, recibió dos desastrosos intentos consecutivos de atención médica, por parte de Maserrak y Radovina, que finalmente acabaron con su vida.
CHAMBELAN LORAND TELEKI:
FALLECIDO UNA NOCHE DE INVIERNO DE NOVECIENTOS CINCUENTA Y SIETE.
- Se cayó de lo alto de la muralla y se mató. O al menos esa es la versión oficial.
SENESCAL JENSI STOLNIC:
- Fallecido la noche del 30 de abril al 1 de mayo de 958, en el Salón Principal del Castillo de Balgrad.
CABALLERO ZUYLA DRAVESCU, TERCER CABALLERO DE LA CORTE:
FALLECIDO LA MADRUGADA DEL PRIMERO DE MAYO DEL AÑO DE NUESTRO SEÑOR DE NOVECIENTOS CINCUENTA Y OCHO, EN SU PROPIA HABITACION, JUNTO A SU PADRE ZORT, Y POR LA MANO DEL CABALLERO DE LOS CARPATOS IACOBUS RADOSLAV.
ZORT DRAVESCU, EL AMISARIO:
FALLECIDO EN SU HABITACION EN EL CASTILLO DE BALGRAD LA MADRUGADA DEL PRIMERO DE MAYO DEL AÑO NOVECIENTOS CINCUENTA Y OCHO, JUNTO A SU HIJO ZUYLA, A MANOS DEL CABALLERO DE LOS CARPATOS IACOBUS RADOSLAV.
- En tiempos fue uno de los más habilidosos diplomáticos de Transilvania. Sirvió muchos años a su sobrino, el Knezi Tiberiu Bratovich, Conde de Satu Mare. Consiguió que mantuviera el título ante la Corte del Voivoda Rustovich pese a las maquinaciones en su contra del resto de la Casa Bratovich.
Tuvo dos hijos, aunque el menor, Vladimir, desapareció durante la invasión magyar de 952.
CABALLERO SELDU BASARAB:
MUERTO EN COMBATE CONTRA DURIUS, IACOBUS Y MASERRAK, MIENTRAS LUCHABA EN COMPAÑÍA DE SU HERMANO SELDU, POCO ANTES DEL ALBA DEL TERCERO DE MAYO DEL AÑO DE NUESTRO SEÑOR DE NOVECIENTOS CINCUENTA Y OCHO.
Seldu observó como los otros caballeros lo miraban. Sin hacer mucho caso, y con el semblante serio, empezó a ajustarse las correas del escudo mientras el caballo avanzaba a buen paso al encuentro de sus enemigos. "Da igual si hoy muero o no, pero no dejaré que unos perros invasores se salgan con la suya" La cuestión que el Basarab quería saldar esa mañana no era de deber o rectitud, sino de honor y justicia. No podía simplemente aceptar las condiciones de aquellos que habían asesinado a su hermano, a un sangre de su sangre.
Su padre había perdido la furia y la cordura, el temple y la rabia. Había agachado las orejas y Seldu no estaba tranquilo con esa decisión. Esa serie de circunstancias lo habían llevado a este momento. Desenvainó la espada mientras con los pies seguía espoleando a su montura para que avanzara. Una sonrisa lobuna apareció en su rostro mientras sus ojos miraban directamente hacia su destino, como si pudiera oler la sangría que se avecinaba.
Beld se detuvo a hablarles, pero Seldu no se pudo contener. Miró a su hermano, sonrió y, con un grito que más bien parecía el rugido de una bestia, se lanzó a la carga contra el primero de los caballeros.
- ¡Por los Basarab!
Las monturas no tardaron en encontrarse y el Octavo Caballero descendió su espada sobre El de los Cárpatos. Las hojas chocaron, mientras Seldu mostraba su dentadura con gesto furibundo. Su enemigo, como si no fuera suficiente insulto lo que le había traído hasta aquí, lo ignoró y se lanzó a la carga contra su hermano mayor. Seldu lo siguió al instante, haciendo girar al caballo y cargando por la espalda. Entre él y Beld consiguieron abrirle dos heridas a aquel arrogante.
El caballo de Beld había caído, aunque éste no había sufrido daño y Iacobus ya estaba el suelo. Seldu aprovechó para lanzar un nuevo tajo al Caballero de los Cárpatos, pero la habilidad de éste era sobrehumana. En busca de compensar su ventaja, decidió bajar también del caballo.
Todo lo que pasó a continuación fue frenético. Las llamas empezaron a surgir del suelo, haciéndole arder. Aun así, el caballero intentó seguir atacando con furia, pero sus enemigos eran ampliamente superiores. Seldu no tardó en caer, con la sangre burbujeante y las heridas abiertas. Se encargaron de que muriera, pero mientras la luz de su mente se iba apagando, el Basarab estaba tranquilo.
Había preferido morir, a llevar la vida de perro domestico. Había elegido una lucha con coraje antes que la obediencia ciega de aquellos que no respetaban a sus propios huéspedes. Uno no invitaba a un Basarab a su casa, hacía lo que quería con él y lo mandaba irse con el rabo entre las piernas. Él no iba a ser esa rata en la que se habían convertido muchos de su sangre. Él había muerto como un Basarab, y así esperaba ser recordado.
CABALLERO BELD BASARAB:
MUERTO POCO ANTES DEL ALBA DEL TERCERO DE MAYO DEL AÑO DE NUESTRO SEÑOR NOVECIENTOS CINCUENTA Y OCHO, EN EL CAMINO QUE CONDUCE DESDE EL CASTILLO DE BALGRAD Y ALBA IULIA. HASTA LA GRAN FINCA DE LOS BASARAB, EN LA PORCION SUR DE LA TIRSA DE BALGRAD. DERROTADO EN COMBATE POR IACOBUS RADOSLAV Y DESANGRADO HASTA MORIR POR DURIUS TREMERE.
Ha caído la noche, la luna amenaza con caer una vez más sobre nuestras cabezas. Mi caballo está cansado, yo aun más que él. Sin sangre, sin batalla, sin guerra ni gloria. Ha sido un día perdido. Seldu tendrá que pagar por ello cuando volvíamos. Lo golpearé con mis propios puños hasta que deje de sentirlos.
Giré la muñeca trazando un circulo con ella, enrollé las riendas de mi animal, y tiré de ellas, obligando al animal a girarse cuando Seldu me interrumpe. Furioso por el gesto, lo miro. Pero por suerte para él, me señala hacia el bosque. Sigo tirando de las riendas del animal hasta que se vuelve totalmente, y los veo.
Una fría y macabra sonrisa aparece en mis labios, haciendo de antesala al disfrute y gozo de lo que está a punto de ocurrir. Golpeo suavemente los costados del animal con las espuelas. Mi hermano me sigue, siento la emoción correr por mis venas, siento el deseo por la sangre, por la violencia, por la batalla. Puedo sentirla como siento el frio y la brisa en el rostro.
Los veo.
La batalla me llama. Caballeros de armadura completa, armados y preparados. Llevo mi mano al costado del animal, tomando el escudo, atándolo a mi antebrazo. Lo aprieto con fuerza, siento el metal a través del guante de cuero. La presión ejercida me produce cierto dolor que solo provoca más rabia, mas ira, mas deseo de abandonarme al combate. Me dejo llevar, el autocontrol es para los débiles. El coraje mueve el mundo.
Aprieto los dientes, y cambio el sentido de las manos, tomando las riendas con la mano izquierda, aquella que lleva el escudo, y lanzo al caballo al trote contra ellos. El animal comienza a cabalgar a toda prisa, mientras desenfundo mi espada, alzándola en lo alto. El camino de la espada es el camino del Basarab.
El animal comienza a cabalgar, rápidamente, sin detenerse. Los cascos del animal resuenan en la noche tranquila y resaltan más aun mi silencio en un momento como aquel. Seldu se queda atrás. No puedo creerme que se acobarde en un momento así, un momento en el que se hace evidente que unos Campesinos desagradecidos han robado, de alguna forma, nuestras armaduras y nuestras armas.
Pagarán con sangre todos sus pecados. Lo Juro por la Sangre de los Basarab. Lo Juro por mis ancestros. Lo Juro por mi espada. Por fin mi hermano se pone en marcha. Deseo pensar que solo estaba preparándose para la carga.
Esos campesinos se paran. Están asustados, temen mi furia. Pues sufrirán mi ira. Mantengo la espada en alto, si mi presencia no les sirve de advertencia, mi arma apuntando al cielo servirá. Y cuando estaban a unos segundos de mi caballo, lo detuve. Tiré con fuerza suficiente como para que el animal se detuviera al instante.
¡Campesinos, bandidos, maleantes y demás seguidores de las malas artes, deponed lo robado, o sufrid la ira de la casa Basarab!
Aquel fue mi última advertencia. Pero una vez más, Seldu hizo esfuerzos por decepcionarme, lanzándose a por aquel campesino que se acercó en solitario. Estaba dispuesto a darles una muerte lenta y tranquila, siempre y cuando depusieran las armas. No fue así. Mi hermano se lanzó a por ellos, y aquel campesino detuvo su ataque. La decepción por ver como mi hermano era ninguneado por un mísero campesino me arrancó una sonrisa sarcástica.
Para mi sorpresa, aquel campesino desatendió a mi hermano, pasando de largo de él y lanzándose al ataque. Lanzándose a por mí. Ignorante, se enfrenta a la mejor espada de los hijos del Boyardo. Ignoro su golpe haciendo uso del escudo con cierta desidia, y su segundo golpe es desviado por la hoja de mi espada. Esto no acaba aquí. Un verdadero Basarab no cesa en su empeño de aleccionar a un pobre campesino, y mi hoja se baña con su sangre, con un rápido y sencillo ataque.
Demasiado para un mero campesino.
Su destino está sellado, cuando alzo la espada nuevamente, y aquel campesino degolló a mi caballo con una facilidad insultante. Un golpe de suerte. Pagará por lo que ha hecho, él, su mujer y sus hijos. Me veo obligado a saltar, apoyando el pie en mi animal muerto y apartándome de él cuando cae. Me encaro a él, apretando los dientes. Trazo un amplio arco con la espada, girando sobre mí mismo ágilmente y lanzando un corte a la altura del cuello y trazando un nuevo arco, imposible para cualquier otro humano, lanzo el golpe contra su rodilla.
No puedo evitar quedarme estupefacto al ver como rechaza ambos ataques. Es imposible que un campesino haga algo así, ni con un golpe de suerte. Ni en toda su vida. Quien tengo en frente no es un simple campesino. Es Iacobus. Mis dientes rechinan, provocándome un suave dolor de tanto apretarlos. Aun recuerdo la sangre de mi hermano correr, y aquel será el momento de la venganza. Retrocedo con la espada, con intención de lanzar un solo golpe que degüelle aquel animal, cuando el olor que desprende su sangre hace que pierda la concentración.
Ese vil traidor aprovecha para atacarme. No sé cómo, no sé por dónde, no soy capaz de ver su hoja. Demasiado rápido, demasiado hábil. Imposible, y lo único que veo es como mi sangre tiñe el suelo con un rojo más brillante de lo normal. Las heridas son profundas, y hacen que pierda ligeramente la visión nítida, obligándome a retroceder, preparando mis defensas. Esta vez no me cogerá desprevenido. Lo juro.
Siento el sabor metálico de la sangre entre mis dientes, y volteo el arma rápidamente, lanzando mi arma contra los dos hombros del caballero. Y a pesar de demostrar ser mejor espadachín, cuando uno de mis ataques supera sus defensas, y su armadura hace gala de su buena calidad, sin conseguir herirlo. Me maldigo hasta en doce ocasiones por no haber dado más potencia a mi golpe.
Es en el momento en el que retiro mi arma para preparar un nuevo asalto, cuando algo sucede a mi lado. Brujería. No tiene más palabra. Las llamas propias de séptimo infierno se alzan, consumiendo a mi hermano. Soy incapaz de ayudarlo, debo acabar primero con el caballero Iacobus, darle un rápido final para eliminar al brujo que está destrozando a Seldu. Está claro cuál de los dos hermanos nació para la batalla.
El primer ataque de Iacobus se estrella contra mi espada, le dedicó una sonrisa cargada de ira, odio y deseo de muerte, cuando su segundo golpe consigue abrir mi armadura, provocándome una fuerte herida. La pérdida de sangre no me permite enfocar bien a mi objetivo, lanzando dos cortes al aire, uno hacia cada lado, lento y torpe. Demasiado lento y demasiado torpe. Centro mi atención y mi vista en Iacobus, obsesionado con derribarlo sea como sea. No soy consciente del momento en el que Seldu cae al suelo.
Los mataré a todos. Los mataré a todos y no habrá piedad para nadie. El dolor me obliga a clavar una rodilla en el suelo, cuando algo en mí cambia. El dolor se hace insoportable, y al ponerme en pie puedo notar algunos de las más sensibles demás entrañas intentando abandonar mi cuerpo. El dolor es... insoportable. Nadie podría aguantar lo que yo aguanto, por eso yo soy Beld Basarab. Y ante el intento de arrebatarme mi arma, yo, me pongo en pie, rechazando el ataque con fuerza y vigor, obligándolo a retroceder.
Miro a mi hermano. Yace muerto a mis pies. Ha muerto como un Basarab, con la espada en la mano, luchando hasta el final como habría esperado de un hermano mío. Uno de verdad. Clavo mi mirada en Iacobus, preso de la furia, cuando me arranca el aliento de un solo golpe. Puedo sentir la hoja entrando en mi pecho. Y puedo sentir como sale por mi espalda. Es tal el dolor que ya no lo percibo, no lo siento. Es mi carne la que está siendo atravesada, y soy incapaz de sentir la hoja en mi carne. Ni el golpe. Ni la caída, ni mis huesos chocar contra el suelo.
Un suave pitido inunda mis oídos. Un ligero sabor metálico inunda el sabor de mi boca. Mi visión se nubla y cierro los ojos. Deberían resonar campanas fúnebres en mi honor. Pero no oigo nada...
No redoblan campanas para mí. No ha llegado mi final, no aun, no en ese segundo. Todavía siento el latir de mi corazón en la parte interna de mi oído. Siento el palpitar de mis venas, bombeando la sangre que empuja mi corazón. No caeré sin luchar. No me rendiré jamás. Tendrán que matarme para que cese. Lo juro por mi padre.
Miro a mi lado, el asesino de Seldu se acerca a mí, y agarrando el mismo suelo con mi brazo, tomo impulso para estrellar mi puño contra su cabeza con la fuerza de un ariete. Debería haberlo matado, y aun así, aun puedo ver cómo me mira, una vez más.
Monstruo.
Me pongo en pie, ignorando el dolor. Ignoro las heridas, ignoro la muerte. Pongo la mano sobre la espada que me atraviesa el pecho, con intención de arrancarla, con intención de usarla para degollar al asesino de Seldu, cuando un nuevo golpe me hace caer de rodillas.
De rodillas, el tiempo parece marchar más lento. De rodillas, puedo ver la luz de un nuevo día. Me alegro de ver una vez más, la luz del sol. Ahora sí, puedo escuchar las campanas fúnebres que redoblan por mí, en mi honor. Sin poder moverme, veo como Durius me agarra, poniéndose a mi altura.
La vida me abandona en el más placentero de los éxtasis. Ya no siento dolor, ni cansancio ni ira. Solo placer, el placer que me empuja a pensar en la vida de guerra y batallas, en la muerte gloriosa que se ha llevado a otro Basarab. Solo lamento morir por las batallas que no veré. ¿Cuánto se perderá? Cómo lágrimas en la lluvia. Es... hora de morir.
Porque a quien hierro mata. A hierro muere.
INNYA:
ASESINADA POR DURIUS TREMERE (SE ALIMENTO DE SU SANGRE HASTA MATARLA) TRAS EL OCASO DEL TERCERO DE MAYO DEL AÑO DE NUESTRO SEÑOR DE NOVECIENTOS CINCUENTA Y OCHO.
Las manos que me incorporaron y empezaron a deshacerme de mi pequeña cárcel eran diestras y decididas, pero definitivamente mucho más amables que las de quién me había lanzado. ¿Quién debía ser y a qué se debía ese cambio?
Cuándo la luz de luna y las estrellas me iluminó el lugar me sorprendí de que fuese tan tarde. ¿Tanto había dormido? ¿Y porqué no nos habíamos movido en todo el día? Toda pregunta se desvaneció al ver a quién tenía delante. Mi sangre se heló ante el roce de sus suaves dedos contra mi mejilla. ¿Qué ocurría? ¿Y de dónde había salido? Unas horas antes, cuándo me dieron de beber y comer, no estaba allí...
Intenté decir algo, aunque no sabía qué podía decir, pero todo lo que conseguía era que mi mandíbula temblase y ningún sonido salía de mi garganta. Y si ya estaba aterrada en ese momento, la formación del secretario Ducal hizo que casi me desmayase. Yo no quería ofender a nadie, no quería insultar a nadie... Había sido un error humano, un desliz... ¿No merecía una segunda oportunidad?
- Mi señor, yo... - empecé a decir con voz trémula cuándo me obligó a alzar la vista y sus palabras me sorprendieron. ¿Gracias?
No tuve tiempo a pensar nada más al notar que se abalanzaba sobre mi cuello. En un acto reflejo intenté apartarme pero seguía estando apresada por el saco. Noté como sus labios (¿y sus dientes?) se cerraban con fuerza en mi cuello. ¿Qué ocurría? Entonces una sensación que nunca sería capaz de explicar invadió mi cuerpo. Era como un trago de agua fresca en un día caluroso. No...era mejor. Era como la electricidad que te recorre el espinazo cuándo un caballero cortés acaricia tu piel. No, tampoco. Era imposible de describir pero era lo más excitante y placentero que había experimentado nunca, tanto que no pude evitar soltar un gemido de placer. No podía pensar, no podía hacer nada aparte de disfrutar.
CABALLERO GLAATU BASARAB, TERCER HIJO:
MUERTO POR MASERRAK DE FLAMBEAU LA MADRUGADA DEL TERCERO AL CUARTO DE MAYO DEL AÑO DE NUESTRO SEÑOR DE NOVECIENTOS CINCUENTA Y OCHO, EN LA FINCA BASARAB, TIRSA DE BALGRAD.
El frío de la noche Transilvana trae a mis oídos ruidos tenebrosos que nada bueno pueden augurar. Un ataque ha comenzado a ejecutarse sobre nuestra finca y amenaza con destruir el legado de la familia Basarab. La ira llena mis ojos y todos mis sentidos cuando pienso en unos malditos y miserables advenedizos manchando el suelo sagrado de mi familia. Sin perder un momento comienzo a correr hacia las escaleras para dirigirme al primer piso y defender el honor de mi casa.
Mis hermanos se quedan atrapados en reflexiones mientras que mi padre corre a mi lado preparado para luchar con la fiereza que caracteriza a nuestra sangre. Avanzo mientras saco mi espada ancha y mi escudo preparado para luchar contra cualquier invasor que haya osado con entrar en nuestras tierras portando la marca de la guerra.
Bajo las escaleras y corro a todo lo que puedo hasta cruzar el umbral que me comunica al patio. La brisa golpea mi rostro y la oscuridad nubla mi visión en un primer momento hasta que mis ojos se acostumbran a la mortecina iluminación de las antorchas en el exterior. No hay una luna sobre nuestras cabezas y la oscuridad en campo abierto es absoluta, por lo que sé que las más oscuras criaturas pueden estar ocultas, acechando y arrastrándose con las intenciones más funestas para los valientes hombres de este hogar.
Entonces veo a mi enemigo: No es otro que el afamado Iacobus Radoslav, el Caballero de los Cárpatos. Uno de los más temibles perros del Duque Kadar, advenedizo magyar asqueroso y repugnante. Veo como me provoca sobre su caballo y sonrío de medio lado sabiendo que será una gran lucha en la que probablemente moriré pero dejaré en claro que a los Basarab no se les toma a la ligera pues somos los mejores guerreros de Transilvania y no sin razón.
Doy un paso más allá del umbral y mi vista se cruza con la de Iacobus, quien baja de forma insolente de su caballo y me provoca con sus gestos desafiantes, aunque parece caer mal, algo que puede serme de utilidad. Camino mientras guardo mi espada ancha y saco mi valiosa daga enjoyada, única arma que tengo como para arrojarle. Mi padre corre hacia él con su mayal y yo lanzo mi arma, pero sus gestos me han provocado una ira que no puedo controlar bien y que me hace perder los estribos, por lo que mi lanzamiento falla por una gran distancia.
Saco mi espada ancha con el exquisito sonido del metal contra metal que produce el filo del arma contra la vaina de esta. Voy a cargar contra él cuando siento un dolor en el costado. Ahogo con valor y temple un grito por el filo que se ha incrustado en mis costillas. Me giro para ver a Durius, el Primer Caballero de Transilvania, atacándome a traición.
En ese momento Iacobus cercena la mano izquierda de mi padre, lo que me inunda de una ira oscura y venenosa. Me giro para golpear a Durius con mi espada pero en ese momento da contra la espada de mi hermano Barakta pues el vampyr ya no está pues huye de un sobrenatural salto mientras el sudor frío corre por mi frente por haber estado tan cerca de un cerdo vampyr.
"¡Maldito traidor! Eres de sangre Transilvana y atacas a tus compatriotas para lamerle las botas al magyar invasor. Por culpa de los apóstatas como tú es que este país se fue a la mierda. Daría mi alma a cualquier demonio por arrancar tu corazón de tu podrido pecho."
Escucho las palabras de mi hermano diciéndome que nos quedemos juntos y que esperemos a los otros, pero la situación no se puede manejar así. Padre está siendo devastado por el Caballero de los Cárpatos y si no le ayudo será irremediablemente asesinado. Ignorando todo lo que me rodea, cargo con furia contra Iacobus enterrando mi espada en su cuerpo, siendo salvado solamente por su pesada armadura.
La rabia me inunda y con mis ojos solo veo el furor que me causa el combate y la sangre que mancha la punta de mi espada. Me muevo un poco pero el desgraciado derriba a Padre y me corta en un fluido movimiento en el pecho, abriendo parte de mi armadura. Veo a la valiosa sangre Basarab caer de mi herida y mezclarse en el suelo con el charco que ha salido del Boyardo, quien está inerte en el suelo.
- "¡Hijo de puta! ¡Te juro que no abandonarás este lugar con vida! ¡Lo juro por esta, mi sangre!"
Intento que mi fortaleza, ese poder sobrenatural que tenemos todos los que compartimos la sangre de mi familia, me sane. Algunas de mis heridas se intentan sanar rápidamente mientras combato, pero los embates que me impactan son de gran poder y habilidad. Pero a pesar de eso, no me amilano y continúo con mi cruzada por mantener el honor de mi familia aun sea en la muerte.
Me acomodo a una nueva posición para darle espacio a mi hermano si desea ayudarme contra Iacobus. Lanzo un golpe con mi espada marcado por toda la ira que tengo y por el valor de luchar en combate singular contra uno de los más temidos hombres del castillo de Alba Iulia. Mi espada corta parte de su brazo debido a que sus heridas han disminuido sus capacidades. Veo sus heridas y me sonrío sabiendo que mis golpes no han sido en vano.
Un paso, un giro para una mejor posición y lanzo un poderoso golpe horizontal para cercenar su cabeza, pero Iacobus lo esquiva por los pelos. No alcanzo a frustrarme cuando un frasco me impacta en el pecho y me llena de un material inflamable que parece aceite. Maldigo para mis adentros sabiendo que eso es probablemente mi condena. Veo como a mi hermano empieza a arderle el escudo y entiendo que es poco lo que me queda de vida.
Me llega un corte profundo en el abdomen y logro detener con mi escudo un segundo, pero mis piernas flaquean y caigo de rodillas, malherido. Siento como la vida se escapa de mi cuerpo frente a un enemigo poderoso y digno, pero odiado con toda el alma. Levanto la vista para mirar sus ojos, sus profundos ojos. Veo algo a través de ellos pero desconozco qué es. ¿Alegría? ¿Miedo? ¿Admiración? ¿O simplemente nada? No lo sé, pero el odio me inunda pues le hice un juramento por mi sangre y la Sangre Basarab nunca mancillará su nombre con juramentos en vano.
Tirito de frustración y mis ojos se humedecen cuando pienso en que moriré sin abatir al enemigo. Mi alma se retuerce ante la idea de la derrota y los pensamientos me bombardean como una lluvia de flechas incendiarias, llevando el fuego de la ira y la decisión a mi nublado pensamiento:
"¿Moriré sin haber acabado con el asesino de mi padre? ¡Venganza! ¡Eso exige mi honor! ¡Le juré que lo mataría! ¡No puedo morir sin cumplir! ¡Me niego! ¡ME NIEGO!"
De un rápido y explosivo movimiento me pongo de pie rugiendo como un león enfurecido. El Caballero de los Cárpatos nota mi decisión y me lanza dos golpes que desvío fácilmente con mi escudo y espada para enterrar mi espada en sus intestinos con gran brío. Sonrío mientras le miro a la cara, a esa expresión de dolor. Rápidamente aparece la espada de uno de mis hermanos para enterrarse al lado de la mía, lo que hace que el enemigo pierda el conocimiento. Le susurro antes de dejar que su cuerpo caiga:
- "Te lo dije."
Sonrío con felicidad mientras veo en cámara lenta su pesado cuerpo caer a mis pies. Levanto mi espada para rematar su cadáver con un golpe de gracia cuando veo que el suelo a mi alrededor se abre en lenguas de fuego que me buscan con rapidez e inteligencia sobrenatural. Me desespero cuando veo que comienzan a quemar mi cuerpo dentro de mi armadura e incendian el aceite sobre mí, lo que de forma veloz comienza a incendiarme como una hoguera.
Escucho a mis hermanos indicar que el hechicero que enciende el fuego está en el torreón e intento correr con toda la velocidad que tengo hacia el torreón, pero las llamas me abrasan con furia y gran precisión, encontrando las fisuras en mi armadura para encontrar mi carne y carbonizarla. Corro todo lo que puedo pero cada paso que doy se hace más difícil pues el dolor inunda cada fibra de mi cuerpo, lo que hace que mis sentidos se confundan.
Pronto dejo de sentir dolor y la paz llega a mis pensamientos:
"Muero y me despido finalmente de mis hermanos. Fui un guerrero Basarab y luché con honor hasta el final. No me arrepiento de nada pues honré mi nombre y mi sangre cada día de mi vida y sobre todo a la hora de mi muerte. He luchado con valor y en manos de mis hermanos dejo el futuro de nuestra familia. Mis sobrinos han huido del país para sobrevivir. Mi padre ha sido vengado y los demás enemigos caerán a manos de mis hermanos. Muero en paz."
No hay dolor, no hay oscuridad ni tinieblas, solo la calma absoluta de dejar de recibir imágenes y sonidos. Dejo de ser yo, dejo de ser un hombre y paso a ser un recuerdo, un pequeño punto en un enorme firmamento donde cada uno de los difuntos Basarab caídos en combate es un héroe y yo paso a formar parte de aquella inmensidad. Paso a ser una estatua de ceniza que el viento desarma de a poco, llevándose su ser y su legado con él.
FARKAS DELI, JEFE DE LOS GUERREROS DE SANGRE DEL DUQUE:
MUERTO EN COMBATE SINGULAR CONTRA IACOBUS RADOSLAV LA TARDE DEL PRIMERO DE MAYO DEL AÑO DE NUESTRO SEÑOR DE NOVECIENTOS CINCUENTA Y OCHO.
Farkas sintió como la rabia le dominaba cada vez más, a cada respuesta de Iacobus, y al ver como este enseñaba con total despreocupación la lengua del Senescal dejó que la rabia le invadiera por completo. Soltó un rugido aterrador mientras su cuerpo crecía y se descomponía dislocando las uniones de los huesos y estirando la piel hasta límites insospechados y poco a poco, en un proceso tan doloroso como necesario, La Bestia se apoderó por completo del control de la situación. Recibió los primeros ataques durante la transformación, pero el dolor se convirtió en más rabia y respondió con un ataque feroz, capaz de descuartizar a unos cuantos enemigos de una sola vez. Pero Iacobus movió su espada cubriendo cada hueco de su defensa y donde La Bestia creía encontrar una fisura su rival interponía finalmente la espada para cortar cualquier posibilidad de impacto con unos movimientos que incluso a ella le costaba seguir.
Sin embargo los golpes de su enemigo llegaban uno tras otro, capaces de reducir a la nada a otras criaturas más débiles, había dado buena muestra de ello en los aposentos de Durius dejando tras de sí un reguero de vísceras y cadáveres, pero La Bestia solamente gruñía y volvía una y otra vez a atacar con más empeño que acierto. Intercambiaron así varias series de golpes en los que La Bestia no conseguía traspasar el fuerte y ágil acero que Iacobus interponía en su camino y recibiendo sin embargo el castigo de sus golpes una y otra vez sin descanso. Reunió toda su fuerza y su rabia para contener el dolor y canalizarlo contra Iacobus pero sus ataques resultaban cada vez más torpes y los de su rival más mortíferos. Recibió un gran número de heridas hasta llenar de sangre el pasillo donde se encontraban luchando, toda suya, pues su rival seguía intacto y sintió como sus entrañas se le escapaban de su cuerpo anunciando la sentencia a un combate que, para su sorpresa había resultado desfavorable en todo momento. Pero no pensaba rendirse, no pensaba dejar que le vencieran sin dar todo lo que tuviera y sabía que ya no le quedaba nada de vida, tan solo una oportunidad más de intentar llevarse a aquel demonio de hombre consigo. Se abalanzó hacia Iacobus mientras parte de sus órganos quedaban colgando y arrastraban por el suelo y concentró toda su rabia e impotencia en aquel ataque. Sus garras de plata consiguieron coger al enemigo desprevenido por primera y única vez y por fin rasgó su piel haciendo brotar una sangre negra y espesa que tiñó sus brillantes garras plateadas dejándolas tan oscuras como su futuro, tras eso el propio impulso que había cogido lo hizo chocar sonora y dolorosamente contra la inamovible armadura de Iacobus e incapaz de seguir en pie se fue deslizando por ella hacia el suelo donde terminó tendido. Hizo un intento de levantarse y seguir atacando pero por primera vez en su vida no encontró la fuerza para continuar, tan solo pudo levantar la cabeza mientras miraba a su rival, justo vencedor. Ya no había rabia, ni furia, ni odio en sus ojos, no porque hubiera dejado de sentirlos sino más bien porque las había agotado y no le quedaba nada, ni siquiera tenía fuerzas para esos sentimientos, que sin embargo dejaban paso al dolor y a la fatiga extremos. Ahora tan solo faltaba que Iacobus rematara la faena y si era listo aprovecharía esa oportunidad. La aprovechó y una última estocada al corazón de La Bestia acabó con cualquier posibilidad de reacción.
Mientras caía lentamente de nuevo hacia el suelo su cuerpo volvió a tomar nuevamente la forma humana, su pelaje desapareció, así como sus garras y sus ojos aún abiertos brillaban en un tono dorado mientras contemplaba la escena de su propia muerte, era un proceso normalmente doloroso pero esta vez Farkas no sentía nada ya.
Vio a Iacobus con su negra sangre manchando su armadura prepararse para asestar el golpe final.Era el rival más temible que había conocido nunca y había sido un honor morir bajo su espada, Farkas no podía pedir un final mejor, al menos no había muerto de viejo o por la espada o artimañas de un guerrero menos diestro que aquel. Era una lástima que llevado por sus propios deseos o engañado por los de otro se hubiera rebelado contra el Duque, hubiera sido un aliado muy poderoso, aunque esta vez había errado en su decisión. El Duque lo barrería sobre la faz de la tierra cuando regresara y se enterara de todo lo que había pasado y se enteraría porque el Duque siempre iba un paso por delante de sus rivales. Imaginó a sus Guerreros de Sangre cayendo sobre él y despedazándolo, no podría con tantos a la vez por muy extraordinario que fuera, la fuerza de la manada siempre había sido una gran ventaja en esas ocasiones.
Vio a su esposa la Dama Radovina, aquella extraña mujer de ojos rojos que ni siquiera sabía con lo que se había casado probablemente pero que tarde o temprano lo descubriría. Tampoco es que fuera una joven inocente, había sobrevivido sin el apoyo de su familia los últimos años gracias a su propio ejército de mercenarios, o más bien bandidos. El caso es que tras esa inocente cara y ese frágil cuerpo debía esconderse una mujer llena también de sorpresas.
Congelada en la puerta de una habitación vio a Elena la criada, una inocente muchacha que representaba todo lo que Farkas nunca había sido, pues la sangre y la muerte le habían acompañado durante toda su vida, había sido educado y entrenado para matar a los enemigos del Duque y por primera vez había fallado. Farkas nunca había envidiado o anhelado una vida “normal” o cortejar a una Dama. Si quería una mujer no tendría más que tomarla por la fuerza, pero nunca había tenido esa necesidad ni encontrado una mujer que mereciera ser tomada por él. Quizás aquella muchacha tuviera suerte y pudiera encontrar un hombre que le diera una buena vida, aunque si estaba al servicio de una Dama ya podía considerarse afortunada, viviría mejor que la mayoría de las mujeres de aquella época, pobres campesinas que trabajaban de sol a sol, aunque fuera bajo las órdenes de alguien. Quizás si Farkas no hubiera nacido hombre lobo habría acabado amando a alguien como ella, aunque eso nunca lo sabrían.
También se encontraba allí contemplando la escena la Dama Dubieta, una de las mujeres más hermosas que Farkas había podido contemplar, si la belleza física fuera algo a tener en cuenta por un Guerrero de Sangre Dubieta hubiera llamado la atención de cualquiera. Desafortunadamente era una mujer con dos maridos muertos a sus espaldas, uno de ellos el Senescal con el que ni siquiera había llegado a compartir lecho ya que había sido asesinado por el mismo que ahora le mataba, aunque en el caso del Senescal nunca había tenido ninguna oportunidad, ni aunque hubiera sido muchos años atrás cuando era más joven. Quizá la resolución del asunto había resultado un alivio para ella, pero a pesar de su avanzada edad Farkas respetaba al Senescal y había sentido su muerte, quizá, pensando en todo lo que estaba pasando, había sido el único en todo el castillo que lo había hecho.
Protegiendo a Dubieta como una sombra estaba Schaar, que no se había separado de ella y había contemplado el combate desde la distancia, probablemente por miedo a elegir el bando equivocado o a que su Señora resultara dañada en uno de los lances de cualquiera de los rivales. A Farkas siempre le había parecido patético aquel hombre que no era capaz de tomar sus propias decisiones y coger las riendas de su vida. Siempre a las órdenes y a la sombra de una mujer, no le extrañaba que ni siquiera se hubiera acercado a la lucha, seguramente necesitaba que ella se lo ordenara para hacerlo.
El Capitán, que finalmente se había decidido a seguirlo, también había contemplado impasivo la lucha, negándose a defender los intereses del Duque como había estado haciendo desde el día de las bodas. El pobre diablo pensaba que los transilvanos lo aceptarían, pero él no era uno de ellos y se desharían de él en cuanto no les fuera de utilidad y si no lo hacían ellos lo haría el Duque. Él era el peor entre todos los traidores pues tenía la plena confianza de su Señor y la había pisoteado para entregarla a Durius y su comparsa. Lo mismo podía decir del guardia que le acompañaba, otro títere más de aquella escena, pero todos recibirían su merecido.
Cuando su cabeza llegó al suelo vio la figura de Boru, retorciéndose ridículamente allí delante de todos, Farkas era consciente del efecto que La Bestia producía en algunos hombres de carácter débil. Tan solo esperaba que la suya no fuera una imagen tan patética como la que parecía estar dando el guardia, aunque poco importaba ya pues la espada de Iacobus se dirigía hacia su cuello con la intención de separar la cabeza de su cuerpo.
Cerró los ojos y pensó en todos aquellos a los que no había visto en la hora de su muerte, pero que de una u otra forma le acompañarían al infierno al que seguramente se dirigía.
El primero de todos sería Durius, aquel demonio vampyr que en mala hora el Duque había acogido bajo su protección pues ahora le pagaba con la traición. Había que reconocerle que a pesar de ser un don nadie para todos, pues ni siquiera entre la nobleza transilvana era respetado y tan solo un puñado de campesinos lo hacía, había conseguido ir acumulando los suficientes recursos para llevar a cabo sus planes, incluso había convertido a un enemigo letal como Iacobus en su cómplice y también a Otto, otro traidor entre traidores. Ojalá que el Duque les cortara la lengua a los dos pues seguramente no sabían utilizar otra cosa. A Otto lo había considerado siempre un fiel servidor del Duque y este le debía todo lo que era a su Señor, pero Durius lo había seducido con sus artes misteriosas de tal manera que desde hacía tiempo no hacía nada que el primer caballero no deseara. Le parecía despreciable y tan solo le había perdonado la vida porque sabía que el Duque sabría castigarlo a su regreso, lamentablemente Farkas no estaría allí para verlo.
Pensó en Carcelero, que le había criado y enseñado casi todo lo que sabía y ahora estaba herido y abandonado a su suerte rodeado de serpientes, lamentaba no poder ayudarle de ninguna manera pero sabía que su amigo, porque él si podía ser considerado así por Farkas, sabría arreglárselas solo.
Sus últimos pensamientos fueron para el Duque, su Señor y su dueño, el único que había sido capaz de someter su voluntad, que lo había cuidado y le había dado un propósito firme en esta vida. Le debía todo y estaba orgulloso de haber muerto defendiendo sus intereses. Sabía que su Señor se vengaría de los que habían cometido aquellos actos de traición y que sus Guerreros de Sangre barrerían a los malditos transilvanos de la faz de la tierra, si no se mataban antes entre ellos, cosa que no le parecía del todo descabellada sabiendo lo estúpidos que eran.
Con la imagen de Gyula en la mente la cabeza de Farkas se separó finalmente de su cuerpo con un último mandoble de Iacobus. Quizá pudieran separar su cuerpo, pero no separarían su alma y su voluntad de la del Duque, eso se lo llevaría junto a él hasta el averno.
CABALLERO IADOR BASARAB:
MUERTO POR LA MAGIA DE MASERRAK Y LA MAZA DE CARCELERO EN LAS CALLES DE ALBA IULIA, LA TARDE DEL CINCO DE MAYO DE NOVECIENTOS CINCUENTA Y OCHO.
Todo va mal. Nada ha ido bien desde la boda. Cuando acudimos a semejante acto, teníamos que haber acabado con esos bastardos. Pero no, Padre estaba por encima de eso. Él y sus famosas consecuencias. Pues bien Padre, aquí lo tienes.
Estoy con mis dos últimos hermanos ante una encrucijada de caminos. Literal. Si regresamos a la plaza es posible que nos quedemos atrapados en dos frentes. Pero no hay más remedio. Si queremos expulsar a estos perros ducales debemos apoderarnos del castillo. Y el Koldun necesita nuestra ayuda.
Cada vez me lamento más de haber dejado atrás nuestras armaduras y vestir ahora con estos harapos, porque es lo que son: harapos.
La imagen del enorme puño de Padre golpeándome viene a mi mente. La primera y única paliza que me dio, y sólo tenía ocho años. Tuve suerte pero de ahí aprendí. Y no volvió a tocarme jamás. Alguno de mis hermanos lo pasó peor… y eso que éramos puros Basarab. Ya vi cómo golpeaba sin miramientos hasta la muerte a alguno de mis hermanos bastardos, por el mero hecho de haberle servido mal una comida, o cualquier chorrada similar.
La verdad es que nuestro progenitor nunca tuvo una mente táctica o estratega. Sí, mucho podía hablar de batallas, pero a la hora de la verdad era un negociador y conspirador nulo. Incapaz de mantener una alianza sin menospreciar públicamente a sus aliados. Así nos ha ido.
Si tan sólo me hubieran dejado al mando antes. Cuánta sangre Basarab no se habría vertido. La muerte del perro de Iacobus es un escaso premio de consolación… ni de lejos sirve para compensar la muerte de mis otros hermanos. Glaatu. Luchaste con honor. Nos diste una oportunidad y una ínfima victoria que en aquel momento nos pareció enorme y nos dio esperanza.
La esperanza, una vana ilusión. Ahora en las calles de Alba Iulia si uso mi cerebro me dice a todas luces que no tenemos posibilidad alguna. El enemigo es superior. Superior en número, superior en conocimientos… Es una tarea imposible. Desconocemos de qué fuerzas disponen, y además la mayor parte de los lacayos de Durius tienen alguna habilidad sobrenatural que nos puede pillar por sorpresa. ¿Y nosotros qué? Nosotros ahora mismo no somos más que tres caballeros sin armadura. Duros, resistentes, fuertes. Sí, somos Basarab, pero no hacemos magia.
Y ni siquiera puedo concentrarme para intentar que mis hermanos y yo sobrevivamos. No cuando tengo la puta vocecita de Padre todo el rato en mi cabeza instándome a dejarme llevar por la ira y por la rabia. No hace más que descentrarme… sería tan fácil dejarse llevar. Pero no, yo estoy por encima de eso. No puedo dejarme llevar. Si sigo tus pasos acabaré muerto, Padre.
No parece que los Ducales nos sigan así que hago un gesto con la mano a mis hermanos y avanzo con el arco presto. Llegamos de vuelta a la plaza y asomándome veo a los últimos de la comitiva ducal alejándose en dirección al campamento que tienen nuestras tropas en las ruinas. Sé lo que pretenden y es posible que les salga bien. Pero ahora han dejado más desprotegido el castillo.
Por un instante diviso al Capitán Zarak. Coloco una flecha, tenso el arco y disparo. Si tenemos un poco de suerte nos libraremos de él. Pero no es así. Uno de sus hombres avista mis intenciones y se interpone en el camino del proyectil que se incrusta en su armadura. Aprieto los dientes con rabia.
Ignorando ese camino, vuelvo a hacer un gesto a Molensk y Barakta y les indico el camino principal al Castillo. No deberían quedar muchas tropas en nuestro camino, así que cruzamos la plaza y nos dirigimos a esa calle que lleva al Este. Nada más entrar me encaro a una de las casas y de un potente salto me encaramo al tejado de la misma. Desde ahí podré cubrir mejor a mis hermanos con mi arco. La posición elevada me permitirá estar más atento a posibles peligros, o eso creo.
Sin embargo mi sorpresa es mayúscula cuando la voz de Padre surge de nuevo distrayéndome. ¿Por qué? ¿Por qué no te vas de una maldita vez, Padre? ¡Estás muerto! ¡Asúmelo!
Parpadeo y sacudo la cabeza tratando de alejar esa voz de mi cabeza. Sé que no está ahí, sé que no es real. Y entonces veo que los sargentos de Radovina han alcanzado a mis hermanos, abajo en la calle. Mierda. De nuevo Padre me ha distraído. Desde su muerte no soy yo. Lo que podía haber sido, la de logros que habría alcanzado si no hubiera sido por él…
Apunto otra flecha y suelto la cuerda. Escucho el silbido y contemplo cómo el proyectil se incrusta con facilidad entre los huecos de la armadura del sargento. La flecha le atraviesa el vientre y éste cae al suelo sujetándose las tripas. Es perfecto.
El combate es rápido y brutal, los sargentos son oponentes duros, experimentados, no como guardias normales. Y por encima de sus cabezas veo que vienen más. Aunque son tropas normales. Y juraría que el carruaje de Durius se acerca más atrás… Puede ser una oportunidad de oro.
Mis hermanos luchan como nunca, matan y son heridos pero nuestra sangre es fuerte y se recuperan rápidamente. Disparo más flechas hiriendo a varios de los sargentos mientras mis hermanos les remetan, pero no puedo seguir así mucho rato. Aunque me quedan flechas, la maldita voz de Padre vuelve con más fuerza. La ira se apodera de mí y por un segundo no me controlo y el arco se parte en mis manos. ¿Por qué?
Todo parece indicar que está perdido de antemano, es como una batalla imposible que estamos obligados a luchar. Haciendo un paripé eterno, una pantomima de obra comparable con cualquier teatro.
Para rematar la faena, tras los Sargentos surge la figura del Carcelero. El maldito ejecutor de Durius. Y cómo no, hace gala de alguna habilidad sobrenatural para convertirse en una criatura de más de dos metros de puro músculo. Tan hinchado que no parece humano y su armadura está a punto de reventar. Sin miramientos carga a por Molensk o Barakta. No lo sé. Por culpa de Padre la ira me consume, no tengo arco y sólo soy consciente de aferrar con fuerza mi escudo y mi espada mientras salto para caer a espaldas de Carcelero.
Golpeo. Una y otra vez. Golpe con ira y furia, pero el ser para mis ataques, que no están siendo demasiado certeros. Reconozco que ahora mismo bulle una fuerza enorme en mi interior, pero estoy siendo poco preciso. Me va a costar caro. Y así es. Noto el primero de los golpes en pleno pecho, y la armadura sirve de poco. No sé de qué clase de infierno habrá salido este ser, pero desde luego no es humano. Otro golpe más y caigo de rodillas.
Noto cómo la sangre fluye desde mi boca, sale por la comisura de mis labios y chorrea y gotea poco a poco hasta el suelo. Maldito sea.
Maldito sea el Boyardo, no este infame Carcelero que de nuevo no es más que un perro de su Señor. Mis hermanos apenas pueden ayudarme, están siendo atacados por la espalda por los guardias ducales. Ya han completado su encerrona.
No veo de dónde sale pero el Capitán Zarak… o algo parecido a él, surge a mi espalda para atacarnos también. Estamos rodeados. Y entonces diviso a Maserrak. Si las miradas mataran ese cerdo ya habría muerto diecisiete veces por lo menos. En el fragor del combate no escucho lo que dice pero le veo gesticular las manos y sospecho lo que ocurrirá.
En breves segundos la sangre me hierve. Me arde, quema. Como si estuviera en el mismo infierno. Es imposible que haga frente a Carcelero o a nadie en estas condiciones. No es justo. Nada de esto lo es. No es lo que yo me merecía.
Pero nadie me dijo nunca que el mundo fuera justo. Es una lección que aprendí y que ahora tengo que recordar amargamente. Apenas noto el siguiente golpe de la maza de Carcelero y no soy consciente de caer al suelo de rodillas. Me niego a morir.
Aguantaré unos segundos más, todo lo que pueda para dar algo de tiempo a mis hermanos. Pero sé que estamos condenados, que nuestros intentos, mis intentos, son fútiles.
Yo te maldigo Boyardo. Te maldigo a ti y a tus estúpidas decisiones. Y maldigo la hora en que naciste Basarab, pues es un apellido que has mancillado y que yo estaba orgulloso de portar.
Un último ramalazo de dolor me recorre el cuerpo cuando lo poco que queda de mi sangre hierve desde dentro y caigo. Me sumo en el placer de la inconsciencia, sabedor de que al menos con mi muerte morirá el destino de los hijos de Niktu. Sólo espero que Barakta y Molensk sepan morir.
Nos vemos en la otra vida, hermanos.
CABALLERO BARAKTA BASARAB:
MUERTO POR LAS LANZAS DE LOS GUARDIAS ITSVAN Y HAKIR. REMATADO Y DECAPITADO POR EL GUARDIA DUCAL HAKIR LA TARDE DEL CINCO DE MAYO DEL AÑO DE NUESTRO SEÑOR DE NOVECIENTOS CINCUENTA Y OCHO.
El fin de la casa Basarab era inminente, pero los hermanos tenían la firme intención de dar cara su vida. Claro que la situación podía ser mejor: con aquellas armaduras ligeras, rodeados de enemigos y sin un plan claro no era el mejor de los escenarios. Pero no había tiempo para echarse atrás.
Barakta seguía a su hermano mayor, buscando a unos enemigos que no lograba discernir. Solo Molensk pudo localizarlos, sorprendiendo al cuarto hijo.
O tienes una vista de halcón o un sexto sentido hermanito- dijo ante el comentario de su hermano menor. Claro que si eso era cierto podía significar una importante ventaja para el ataque.
Iador decidirá- al fin y al cabo, él propuso aquel plan. Y su plan era simple: luchar y contenerlos. Brillante plan.
Actuad con cabeza- fue el único y estúpido consejo que pudo darles- no tenemos nuestra armadura completa y el enemigo nos supera en número. No hagáis estupideces
Durante los primeros segundos, Barakta no se mueve de su posición, observando hacia el frente y sin saber exactamente si ese descabellado plan sería beneficioso para ellos.
Y justo en ese instante divisó al enemigo. Antes de poder decir nada Iador cargó y disparó su arco, errando el tiro pero poniendo sobre aviso al enemigo.
Si ibas hacer eso podías haberte ahorrado la flecha- piensa. Pero no iba a ponerse a discutir por eso. Se colocó detrás de su hermano mayor y comenzó a seguirle, rumbo hacia el combate.
El grupo avanza: Iador dando un potente salto sube al techo de uno de los edificios, mientras Molensk y él cargan hacia el enemigo. El cuarto hijo queda algo rezagado y puede ver como su hermano menor acaba con la vida de dos soldados y hace huir a otros nueve. Sin embargo, aquella era la infantería débil. Detrás de ello había un grupo algo mas difícil de derrotar. Y hacía allí cargó Barakta. Lanzó un potente tajo con su espada, que fue bloqueada por el hacha del rival.
Ahora se encontraba en pleno combate, danzando contra el sargento enemigo y golpeando y parando golpes al mismo tiempo. Deja muy malherido a uno de ellos, pero aún así el enemigo muestra valentía y se mantiene firme.
Aquella situación no le agradaba a Barakta. Tarde o temprano, si el enemigo era listo les rodearían. Y por mucha fuerza que tuvieran rodeados y sin sus pesadas armaduras la cosa podría complicarse.
Retiraos o morid- gritó a los hombres que tenía a su frente, mientras lanzaba un nuevo tajo que remataba al soldado herido.
Y mientras tanto mas enemigos se acercaban, y ellos eran solo tres... bueno, dos, teniendo en cuenta que su hermano estaba en uno de los edificios disparando flechas. En mala posición se encontraban, pero no quedaba otra que seguir luchando.
Y justo cuando acababa contra uno de aquellos sargentos en su frente, recibió un vil ataque por la eslpada que logró herirle.
Por la espalda ¿eh?- dice mientras se da la vuelta para enfrentarse a su nuevo rival. No parecía ser uno de aquellos soldados de paja a los que se había enfrentado anteriormente. Este tenía pinta de ser un rival más digno.
Mientras la herida recibida por la espalda comenzaba a cicatrizarse con rapidez, el cuarto hijo lanzó un tajo contra su enemigo, esperando poder acabar con él lo mas rápido posible. Lo que se oía a su espalda le preocupaba mucho más que aquel hombre. Sin embargo, a pesar de que su golpe logra darle no consigue hacerle daño. Mala suerte.
Y de pronto un nuevo enemigo a su frente que logra traspasar sus defensas. De nuevo sus heridas comienzan a recuperarse mientras él lanza un nuevo golpe que logra hacer daño a su rival inicial. Aún así se encontraba en una situación realmente comprometida.
La lucha continuaba pero se encontraba en una situación insostenible. Sus dos rivales logran golpearle de nuevo y el cuarto hijo cae al suelo. Sus heridas siguen regenerándose pero no con la rapidez y la eficacia de antes. Se encuentra débil y no puede luchar en condiciones. Un nuevo golpe y cae al suelo, rodeado de un charco de sangre.
Barakta sabía que ese era el fin. No había nada mas que hacer salvo dejarse llevar por esa oscuridad que comenzaba a envolverle. Allí terminaba su vida. Al menos había muerto luchando, una muerte digna para un guerrero como él.
CABALLERO MOLENSK BASARAB:
ASESINADO POR CARCELERO EN LAS MAZMORRAS DEL CASTILLO DE BALGRAD LA NOCHE DEL CINCO AL SEIS DE MAYO DEL AÑO DE NUESTRO SEÑOR DE NOVECIENTOS CINCUENTA Y OCHO.
No era aquel el fin que merecía. No.
Apenas estaba consciente cuando el Koldun apareció en las mazmorras. Entreabrí los ojos con un esfuerzo sobrehumano para ver a aquella bestia que llamaban Carcelero agarrar su maza. Casi a cámara lenta vi sus músculos tensarse y sus labios esbozar una especie de sonrisa macabra. Sus ojos parecían brillar en la oscuridad de la húmeda mazmorra casi más que el fuego de las antorchas; el muy bastardo iba a disfrutar convirtiendo mi cabeza en una masa informe de carne, huesos rotos y cartílagos machacados chorrante de sangre. Sangre Basarab.
Mi mente pareció transportarse a otro lugar, y, aún no sé si a modo de macabra burla o épico homenaje, los últimos momentos de la lucha en la ciudad acudieron a mi cabeza y se mostraron nítidos ante mis ojos. El corazón se me contrajo de dolor de nuevo al observar la muerte de mis dos hermanos mayores, Iador y Barakta. Habían luchado bien, pero los perros magyares nos superaban en número. Y luego nos cogieron por la espalda... Maldita sea, podía seguir sintiendo la respiración agitada de Barakta luchando a mi espalda. No, tenía claro, reviviendo de nuevo los hechos, que no era yo quien debía haber sobrevivido. Mis hermanos eran mejores guerreros, los herederos de la casa en aquel momento. Habrían aguantado mejor que yo. Ni siquiera tuve el coraje para atravesarme yo mismo el cráneo con mi acero cuando tuve oportunidad, en lugar de dejarme capturar. No habría sido una muerte digna para un Basarab, así que al menos eso he de agradecer a Carcelero. Que pusiera fin a mi vida de manera rápida, y antes de hacerme decir una sola palabra mediante la tortura.
Las imágenes se volvían difusas, como el reflejo de una imagen en el agua, conforme me veía perder la conciencia a mí mismo, sin fuerzas en el suelo. La escena se vió sustituida por la imagen de Padre, cuyo rostro, poco a poco, se tornaba en el de Niktu. El heredero de la casa Basarab. Nuestra sangre seguía viva, nuestra estirpe no moriría. Y pude ver en su mirada que algún día nuestra muerte sería vengada...
Salí de mi ensueño para encontrarme de nuevo el acero de la maza de Carcelero acercándose a mi cara. Cerré los ojos, y pude escuchar el chasquido de mi cráneo partiéndose antes de morir.
KOLDUN VLADISLAV BORU, KOLDUN DEL AGUA NEGRA:
ENCUENTRA LA SEGUNDA MUERTE AL SER DIABOLIZADO POR DURIUS TREMERE DE SLOBOZIA EN LA MADRUGADA DEL SEIS DE MAYO DEL AÑO DE NUESTRO SEÑOR DE NOVECIENTOS CINCUENTA Y OCHO.
Mi sangre abandona mi cuerpo rápidamente pero poco tiempo transcurre antes de que yo también lo haga. Siento como mi alma es arrastrada e ingresa en el cuerpo de Durius, donde su propia alma intenta absorber mi existencia para reducirla a tan solo un recuerdo, tan solo energía para su propia ascensión.
Mi mundo se retuerce y las sensaciones abruman mi mente, despertando torbellinos de emociones hace siglos olvidadas pero enterradas en lo más profundo de mí. Una impronta tan antigua como mi identidad y que no puede ser borrada hasta la absoluta destrucción de mi ser. Siento mis recuerdos y los de Durius a medida que la barrera que separa nuestras identidades se torna cada vez más delgada y menos presente.
Ya nos hemos dicho todo, ya nos hemos conocido como si ambos hubiésemos vivido las dos vidas. Recuerdo toda la vida de Durius vista a través de sus ojos y conozco sus secretos como si hubiese sido yo quien los ocultaba. Así mismo, él conoce las verdades de mi ser y mi legado. No hay forma alguna de guardar secretos dentro de un mismo ser. A medida que los segundos pasan, dejo de ser yo, deja de ser él y comenzamos a ser otro. Más, mejor pero por sobre todo, distinto.
El placer de mezclarse, fundirse en una sola existencia, es enorme. Es similar al placer que obtuve al beber la vida de otro, es similar al placer de sufrir el beso. Cada vez que un individuo deja de ser solo él por un instante, se genera esta sensación de calidez, no siendo esta la excepción. A pesar de saber que estoy desapareciendo, no siento miedo alguno y termino cediendo, entregado a las sensaciones agradables y al alivio que significa dejar de ser.
A medida que me fracciono, las puertas se abren y me voy sumergiendo en una conciencia mayor, un alma completa que recibe los pedazos rotos de alguien ya destruido. Siento como me fundo en un mar de verdades que no eran mías pero que ahora lo son tanto como las pequeñas gotas de lo que yo significo. Soy solo un aporte, solo trazas de una identidad perdida que se mezclan con el espíritu de otro. Me uno, como las placas de una armadura, como un parásito que no puede quitarse pero que beneficia a su hospedero.
De pronto ya no sé quien soy: No tengo nombre, no tengo recuerdos, no tengo propósito. Siento a mi alrededor y encuentro un nombre, recuerdos y propósitos pero son otros. Sé que me pertenecen pues todo lo que hay acá soy yo y no lo soy a la vez. Mi existencia no existe y mi ser no es.
Pero no es el fin, es solo el principio. Cojo con las manos que no tengo los fragmentos sueltos y los examino a pesar de ya conocerlos. No viví eso pues quien lo vivió soy yo. No quiero eso, eso lo quiero yo. No me llamo así, así me llamo yo. Todo es mío pues yo soy mío. Abro los ojos y veo a través de ellos sin ser yo quien actúa pero estoy haciendo lo que quiero. ¿Por que deseo hacer esto? Imparto órdenes a los lacayos en las mazmorras pues tengo claro lo que necesito ahora pero hay algo en mí, una separación, como si lo que viese a través de mis ojos y mis actos no fuese mi voluntad actuando.
¿Quien soy yo? Yo soy Durius Tremere de Slobozia. Yo era Lisander el Cantor. Yo era el Koldun Vladislav Boru. ¿Como puedo ser este último si nací como Lisander y fui convertido en Durius? Yo SOY Vladislav Boru y recuerdo mis siglos de existencia.
Es entonces que entiendo que soy una consciencia residual. Existo como Durius y soy Durius pero a la vez soy alguien más. Detecto en ese momento al otro. Siento a Durius, el que actúa, el que da las órdenes. No he sido completamente asimilado, no he dejado de ser quien soy pero si he dejado de ser quien era completamente. Ahora soy Durius pero soy alguien más. Soy Vladislav Boru y ambos somos Durius.
Me esfuerzo en juntar mi voluntad restante, pero lo consigo pues acá estoy. Hablo al resto de mí, al resto de Durius:
- "Sigo aquí. Ahora somos uno solo y si te llevas mis dones, también te llevas mis cargas."
Ahora estoy cansado y suelto las cuerdas tensas de mi existencia para dormir. Deseo descansar un tiempo, refugiarme en los rincones más oscuros del alma para no ser importunado por la realidad. He luchado mucho y merezco un reposo que durará lo que yo considere apropiado. El alma de Durius está atormentada, tanto como la mía pero él no ha perdido todo rasgo de humanidad así como yo lo perdí hace mucho. Me acurruco entre sus pesadillas y me arropo con sus temores. He encontrado un buen lugar para descansar. Despertaré cuando así lo desee o cuando la situación lo amerite pues siento todo lo que ocurre y veo todo lo que acontece pero mi consciencia descansa entregando el control absoluto al resto de mí sin ganas de participar, sin ganas de ser en este momento.
La consciencia del Koldun sigue acá y siempre lo hará pero ahora no es un ente separado, es parte del alma de Durius, una veta negra que oscurece sus colores y que de vez en cuando expanderá sus sombras para recordarle al mundo que no hay premio sin sacrificio.