Partida Rol por web

Por fin el cementerio. Un pequeño esfuerzo más y tal vez podamos descansar de una maldita vez. Observo con atención el lugar, recorriéndolo con mi mirada lentamente. Debo intentar recordar dónde dejábamos los tributos en humanos y plata que le dábamos hace años al Koldun, pero si no tiene siervos vivos vigilando el lugar puede que no aparezca nadie.

Azuzo a mi corcel y me adentro unos metros en el cementerio, luego doy el alto y ordeno a todos acampar. Desciendo lentamente y le doy las riendas de mi montura a uno de los siervos antes de dirigirme a uno de los guardias Basarab:

- Que las tropas descansen todo lo que puedan. – Ordeno. – Haced grupos de guardia, quiero que haya vigilancia. Todo lo que se mueva o acerque a nosotros desde la ciudad debe ser detectado mucho antes de que llegue a nosotros. – No me importa que el Koldun o alguno de sus siervos nos sorprendan aquí, pero que los hombres de Durius nos pillen por sorpresa no me agradará nada. – Juntad a todos los prisioneros en un mismo sitio, que no se escapen. -

- ¡Molensk, Barakta! – Llamo a mis hermanos. - ¿Recordáis alguno en qué zona dejábamos las ofrendas al Koldun? – Pregunto mientras intento hacer memoria y observo la zona.

Giro el rostro hacia Adelmus un instante y mi mirada se detiene sobre él. Nadie podría determinar qué estoy pensando. – Primo, eres libre de irte cuando quieras. Gracias por tu ayuda. Si quieres puedes descansar con nosotros. -

IDUMA BASARAB:

- Sientes algo tenue, es algo escurridizo, apenas presente en el borde más alejado de tu consciencia. Es como una presencia durmiente, vasta y poderosa. Como un dragón de leyenda.

- Como os dije, - comento asintiendo, - podéis marchar, primo. –

Muevo levemente la cabeza dejando escapar un crujido de mi cuello. Tengo los músculos agarrotados a pesar del mínimo ejercicio que me han supuesto esos milicianos.

- Os deseo la mejor de las suertes. Después de todo sois de nuestra sangre. Pero no regreséis a estas tierras, pues los Basarab no olvidan. No seréis bien recibido. –

Sin otro saludo o muestra de afecto a modo de despedida, me aparto del que en vida fue nuestro primo, y en muerte nuestro aliado temporal.

Mis ojos se dedican a registrar la zona, intentando rememorar el pasado, buceando en mis recuerdos para tratar de descubrir el lugar donde ofrendábamos humanos y plata al Koldun.

IADOR:

- Para recordar el lugar: Tirada Oculta de Inteligencia + Saber.

IADOR:

- Recuerdas perfectamente el sitio. Está cerca.

- Puedes hacer que los hombres acampen ahí, y que los prisioneros sean situados allí. Es un amplio foso circular, tal vez las ruinas de un antiguo anfiteatro o circo del que tan sólo quedan poco más que los cimientos.

Negué con la cabeza en respuesta a la pregunta de Iador. Nunca supe dónde se colocaban aquellas ofrendas, nunca me interesé por aquellos detalles. Ahora, mientras descansaba junto a los hombres, sin quitar un ojo de encima a ninguno de los prisioneros, deseaba haberlo hecho.

Sentado, recuperando fuerzas, me mantuve en silencio durante el tenso, en mi opinión, intercambio de palabras entre Iador y nuestro primo. Cuando mi hermano mayor se dio la vuelta, dando por finalizada la conversación, un escalofrío recorrió mi cuerpo.

Fuera cual fuera, nuestro destino acababa de ser firmado con aquella fría despedida.

Barakta intenta recordar sin mucho éxito cual el ritual para las ofrendas al Koldun. Realizar todo aquel viaje y al final estaban en un punto muerto. Realmente los Basarab tenían verdadera suerte. 

Iador y Adelmus mantuvieron una rápida conversación. Primo nos dejaba, como había advertido previamente. A pesar de lo que se había convertido, había cumplido su papel, por lo que él no tenía porque reprocharle nada.

Iador nunca se le han dado bien las despedidas- dijo mientras se acercaba a Adelmus- en cualquier caso, buena suerte primo. Creo que lo vas a necesitar... como nosotros- añade finalmente mientras su mano se posa ligeramente en el hombro de Adelmus y le da dos rápidas palmadas- en cualquier caso, antes de que te marches, ¿tu recuerdas el punto donde dejábamos las ofrendas al Koldun?

- Yo me acuerdo. - Indico a mi hermano. Prometimos a Adelmus que podría irse y eso hará. No nos hace falta para encontrar el sitio.

Me acerco a un par de nuestros guardias para transmitirles mis órdenes. - Recoged a todos los prisioneros y llevadlos allí. - Señalo con la mano un amplio foso circular, tal vez las ruinas de un antiguo anfiteatro o circo, del que tan sólo quedan poco más que los cimientos. - Que tres hombres vigilen a los prisioneros mientras otros dos o tres montan guardia para vigilar la entrada del cementerio. Haced turnos. -

Espero que el Koldun tenga hambre, o vasallos que vienen durante el día, para que vean la suculenta comida que le hemos traído. Dieciocho siervos no son pocos. Ni en las mejores épocas del Boyardo.

Nadie vigila estas ruinas, necio. Nadie excepto el mismísmo Mal que has traído contigo. Esa cabeza cortada será tu ruina.

Sacudo la cabeza. Por un momento temo estar volviéndome loco. No es la primera vez que me pasa. Alzo la voz un instante antes de que Adelmus se marche.

- Primo. Hay algo más que querría consultarte. Algo que creo que puede despertar tu curiosidad. – Hago un gesto a mis hermanos y a mi primo para reunirnos un poco apartados de las tropas, lo que tengo que mostrarles y decirles no es apto para los oídos de nuestros hombres. No quiero rumores, ni historias raras. Son el principio de un posible motín.

Cuando estamos todos reunidos señalo el saco que contiene la cabeza de Iacobus, y que cuelga del cinturón de Barakta.

- ¿Sabes si es posible que el infame Iacobus siga de alguna retorcida manera vivo? – Pregunto señalando el saco. – No se te ocurra sacar la cabeza del saco. – Digo a mi hermano negando con mi propia cabeza.

- Antes, a las puertas de la ciudad, estoy seguro de que la cabeza me devolvió la mirada con odio. – Explico. No sé si mis inquietudes tienen fundamento o si solamente me estoy volviendo loco. Quizá sea la tensión de los últimos días. – Ahora tengo la sensación de que el Mal vigila estas ruinas. Y tengo la sensación de que el Mal es esa cabeza. El Koldun no está aquí ni nadie más vigila estas ruinas. Hay que deshacerse de esa cabeza y luego buscar una entrada a las catacumbas. – Si les explico con detalle el origen de mis sensaciones seguramente me tilden de loco. Es mejor callar.

- Bien Adelmus. Eres el más versado en estas lides aunque seas un vampir sólo desde un tiempo reciente. ¿Qué crees que ocurre? ¿Qué hacemos con esta maldita cabeza? ¿La destruimos? ¿Quieres llevártela para estudiarla? – Miro interrogativamente a mi primo. Que haga lo que quiera pero que nos indique qué sería lo más sensato. Por un lado pienso que una cabeza no es más que una cabeza, pero después de lo que he visto y oído…

Parece que todo son trabas y el destino de mi familia pende sobre mis hombros. Al menos soy más inteligente que Padre. Es una carga que no llevaré sólo. Es una carga que compartiré con mis hermanos.

Las respuestas de sus primos aliviaron al consternado párroco, que tenía buenas razones para temer una reacción más violenta que lo obligara a seguir el mismo sendero suicida elegido por los vástagos de Blaatu. Evidentemente Iador sería, por gran márgen, un caudillo más digno que su infame antecesor, aún cuando su tiempo en el poder fuera breve y caótico. Al menos una mínima decencia y sentatez estaban aseguradas para el final.

- Sangre negra, esencia de azufre, aura terrible entre la gente de la ciudad... - Repasó en voz alta el otrora hombre santo, cuando el nuevo boyardo lo consultó en una reunión apartada de la tropa, junto a sus primos.

- Un demonio, espíritu diabólico que no conoce las limitaciones de la carne. Esta muerte es una ligera demora, otra más de las tantas que debe haber sufrido en su larga y aborrecible existencia. Regresará, aunque tal vez yo pueda hacer que eso sea más tarde que temprano. Dejadme a mi esa última tarea. - Y tras aquella suposición esperanzada, Adelmus solicitó de su primo Barakta aquél macabro trofeo que tanto orgullo parecía provocar en el guerrero. No tenía en mente aún el exorcismo exacto que debería practicar sobre tan despreciable reliquia, pero el camino y el andar seguramente aclararían sus pensamientos y le darían una respuesta.

- Anerriphtho ho kybos! ¡Que el dado vuele alto! - Exclamó finalmente, con la suavidad que lo distinguía y la resignación de un condenado. Había perdido una lujosa y prometedora vida como sacerdote supremo, para convertirse en una abominación vagabunda y sin oportunidad de redención. Eso lo tenía enfermo desde su primera noche como vampiro, y seguiría atormentándolo por mucho tiempo, a dondequiera que fueran sus pasos.

 - Tendréis vuestra venganza, Vykos volverá algún día para expulsar a los bárbaros, las murallas de Constantinopla serán mi consuelo. Todo eso está en manos de la ciega Fortuna. Dios así lo ha querido, desde el momento en que se olvidó de nosotros y de Transilvania. ¡Que el dado vuele alto entonces!

Con esas palabras se despidió Adelmus de sus siempre lejanos parientes. Alguna vez deseó ser un miembro respetado de la familia, pero esas ambiciones murieron pronto al enfrentarse con la poco agraciada realidad. Entre los caballeros y él había sólo un linaje engañoso de por medio. En ninguna otra cosa se asemejaban, aunque los ducales no tendrían eso en consideración si lo encontraban deambulando por esas tierras.

Tenía que marcharse lejos, hacia el mar, y luego rezarle a los vientos para alcanzar su destino final.

- Tras despedirse de sus primos, Adelmus se aleja con el saco manchado de sangre negra que contiene la cabeza de Iacobus Radoslav de los Cárpatos.

- Le espera un viaje muy largo y azaroso hasta la lejana Constantinopla, en el Imperio de Oriente. Posiblemente solo en la carretera, durmiendo enterrado en la tierra como buenamente pueda enterrarse durante el día, y alimentándose de los viajeros e incautos que encuentre en su camino.

- Bien. – Tomo de nuevo la palabra mientras observamos cómo la silueta de Adelmus se pierde en el horizonte. – Ahora busca su propia suerte. Nosotros debemos hacer lo mismo. –

Miro alrededor, el lugar donde hemos dejado a los prisioneros. Nuestras ofrendas para el Koldun. Pero no parece haber nadie en las cercanías.

- Ideas hermanos. – Pido a ambos. – Si nos limitamos a esperar es posible que el Koldun no aparezca nunca o lo haga demasiado tarde. No me gustaría encontrarme con las tropas de Durius sobre nosotros mientras dormimos esperando a que nuestro antiguo aliado surja de la oscuridad de la noche. –

- ¿Cómo podemos localizar al Koldun? ¿Cómo llamaremos su atención? – Tampoco pretendo que nos adentremos en las catacumbas a ciegas, seguramente nos perderíamos y todos moriríamos de hambre o sed en su interior antes de toparnos con el menor signo de vida.

Ya queda poco, estamos muy cerca del final. 

-Quizá -dije, sin pensar demasiado, limitándome a exponer lo primero que se me pasaba por la cabeza. En ocasiones, los mejores planes surgían de una idea a priori absurda- un nuevo sacrificio atraiga su atención y sea él quien nos busque.

Desde luego no teníamos plata, y tampoco es que tuviésemos tropas como para ir sacrificándolas, pero era un momento desesperado. Tal vez, y sólo tal vez, aquello podía significar una nueva esperanza para los Basarab.

Llámale- responde simplemente Barakta- presenta tus respetos, grita su nombre y di que le entregamos este sacrificio- señala a los hombres capturados- en su honor. Es eso o entrar en las catacumbas. No hay mas opciones. 

Frunzo el ceño. Más vale que esto dé resultado, y que sea pronto. De lo contrario pronto tendremos que replantearnos nuestra estrategia y largarnos de aquí antes de que Durius y sus esbirros vengan a por nosotros. Indico a los guardias que rodeen a los prisioneros, no quiero motines o intentos de escapar cuando presencien lo que van a contemplar.

Me encamino con paso firme hacia el pozo donde hemos dispuesto los sacrificios. Sujeto con fuerza por los cabellos al prisionero que tengo más cerca y alzo mi voz a los cielos:

- ¡Koldun del Agua Negra! – Mi voz suena potente y retumba entre las ruinas del cementerio. – Soy Iador Basarab, Segundo Hijo del Boyardo Blaatu Basarab. He venido con mis hermanos Barakta y Molensk, Cuarto y Sexto hijos. Somos los últimos supervivientes de nuestro linaje que quedan en Transilvania y hemos venido a presentarte nuestros respetos. Queremos renovar la antigua alianza que había entre vos y nuestra Casa. Para ello te ofrecemos este sacrificio. –

Pronunciada la última palabra rebano el cuello del prisionero y lo dejo caer sobre sus rodillas para que se desangre entre sus compañeros. Me giro sin mirar más, son unos despreciables gusanos que no merecen la pena, y me encamino hacia donde esperan mis hermanos.

- Ahora sólo podemos esperar. Daremos al Koldun un par de horas. Si en ese tiempo no aparece él o alguno de sus esbirros, entraremos en las catacumbas. No podemos esperar aquí fuera indefinidamente. Durius ya sabrá dónde nos encontramos. -

MEDIANOCHE DEL CUATRO AL CINCO DE MAYO DEL AÑO DE NUESTRO SEÑOR DE NOVECIENTOS CINCUENTA Y OCHO.

Miro hacia el cielo. Ya es medianoche. Apenas he dormido en estas dos horas de reposo. Pero menos da una piedra. Podía no haber descansado nada. 

Sé que no es suficiente para las tropas pero aquí no aparece nadie, y no podemos entrar en las catacumbas con los prisioneros y las tropas. Maldito sea el Koldun.

Me incorporo y trato de desentumecer mis articulaciones. Miro a mis hermanos y me dirijo hacia ellos.

- Las tropas necesitan descansar. Éste es un buen sitio para ello. - Miro alrededor. Sí, es un buen puesto defensivo. - Uno de vosotros se quedará aquí, con las tropas, y esperará nuestro regreso. El otro me acompañará a las catacumbas. - Explico.

- Buscaremos al Koldun y le obligaremos como sea a que renueve su alianza y nos ayude a dar muerte a Durius y sus perros bastardos. El que se quede aquí con las tropas que se ocupe de que descansen y de que no le pase nada a los prisioneros, son nuestra ofrenda para el Koldun. Nos esperará aquí durante un único día. Si no hemos regresado, que mate a los prisioneros y se marche con las tropas. Que se dedique al bandidaje y haga sangrar esta tierra. Transilvania nunca será del Duque sin luchar. -

Ése es mi plan. Ya está decidido. - ¿Quién se viene conmigo y quién se queda? - Pregunto a mis hermanos. Si no lo tienen claro o no se ponen de acuerdo decidiré por ellos.