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CAPÍTULO IV - EL BURRO SABE A QUIÉN TUMBA Y EL DIBALO A QUIÉN SE LLEVA A LA TUMBA

La travesía hacia el castillo se hizo larga y pesada para los cansados aventureros, y el despiadado frío de la noche junto con las heridas que habían recibido en el combate no hacían más que agravar su sensación de derrota. A todos les habían puesto grilletes, incluso a Lluisa, que despertó de su inconsciencia a mitad del trayecto, con lo cual tuvo que empezar a caminar por su cuenta. Un silencio sepulcral les acompañó durante toda la marcha que sólo se rompió con un trueno que avecinaba tormenta. La llovizna no tardó en llegar, empapándoles y calándoles los huesos. 

Los soldados, en cambio, parecían de buen humor pese a las heridas. Parecía que el conde les iba a dar una buena paga tras el trabajo de hoy. Todos salvo uno, aquel al que había hechizado Llanos en los túneles, pues evitaba mirarla durante todo el trayecto. Además, probablemente recibiría un castigo por la quiebra de su voluntad durante el combate.

Pronto comenzaron a divisar el castillo en lo alto de la colina junto al bosque, iluminado por la pálida luz de la Luna y el brillo de las antorchas que llevaban los vigilantes del matacán de la muralla. En cuanto les avistaron comenzaron a levantar el restrillo con un estruendo metálico. Al cruzar el umbral los pies se les llenaron de barro provocado por la llovizna. 

Desde la más alta torre del castillo, unos ojos llenos de malicia observaban con una cruel satisfacción la llegada de los prisioneros. No tardó en apagar las velas y bajar para recibirles.

Les llevaron hasta el otro lado del patio, junto a las caballerizas, donde habían sido preparados varios cepos. No había suficientes para todos, pero también había varios postes donde podrían ser amarrados.

-¡Venga, no perdáis el tiempo, los peligrosos a los cepos! -bramó el capitán.

Teolfo, Bernat y una malherida Lluisa fueron atrapados en los mohosos cepos, mientras que Leonnie, Pau, Llanos y los capellanes fueron atados a los postes con fuerza. A Llanos, además, se le vendó la boca para que no pudiera proferir sus blasfemias y maldiciones.

Antes de que se dejara ver, podían oírse las pesadas botas del conde saliendo del castillo y avanzando hacia ellos. Iba ataviado con su caro jubón borgoña y su capa de un color verde pálido, además de portar su espada enfundada. Llegó hasta los presos, examinándolos con la mirada detenidamente y sin intermediar palabra alguna, para después girarse al capitán Álvarez.

-Parece que nos falta un capellán -le dijo.

-No había ni rastro del más joven mi señor -respondió el capitán-. Cuando llegamos ya no estaba, pero no parecía ninguna trampa. Los pillamos a todos desprevenidos.

-Ya aparecerá, las piezas más importantes ya las tenemos.

Avanzó unos pasos hacia los presos, mirándoles directamente a los ojos. Había un claro desprecio en su mirada, pero también se atisbaba cierta tranquilidad, como si se hubiese quitado un peso de encima. 

-A lo largo de esta semana he visto mi paz perturbada por todo tipo de individuos de la peor calaña. Desde monjes entrometidos en mis estudios a soldados rebeldes. Incluso un miembro de la Fraternitas Vera Lucis, del cual ya me encargué de ajusticiar en un burdo intento de asesinarme -comentó-. Sin embargo, ahora os tengo todos aquí reunidos, y para escasa sorpresa de mi, acompañados de los capellanes del pueblo, que seguro que habrían estado conspirando contra mi desde el principio. ¿Algo que decir en vuestra defensa?

Lluisa había estado todo el viaje en silencio y como habían visto sus compañeros había estado tambaleándose un poco, incluso erró sus pasos un par de veces. La chica aún estaba desorientada cuando la colocaban en el cepo, fruncía el ceño mientras lo hacían pero no llegó a quejarse.

Cuando salió el conde lo observó y pareció empezar a entender que pasaba allí conforme escuchaba cada palabra, hacia el final de su relato buscó con su mirada a su hermano Pau alertada para comprobar su estado.

Y entonces se percató de lo último, ¿qué capellán faltaba? ¿Quién había logrado escapar?

Teolfo no se resistiró a ser colocado en el cepo por los soldados. Tal y como estaban las cosas, sabía que tanto su vida como las de sus compañeros pendía de un hilo. Aunque le sorprendió en gran medida que el conde en persona hubiese salido al patio para verles en los cepos.

Al escuchar sus palabras, el soldado suspiró. Al menos Marc había escapado. No creía que el joven capellán pudiese marcar una gran diferencia o conseguir liberarlos, pero al menos el muchacho evitaría una más que probable ejecución, pues a Teolfo no le quedaba ninguna duda de que ese iba a ser el destino que corrieran todos. ¿Los enviarían al bosque para que fueran devorados por el dragón que ahora sabían que habitaba en él?

Pese a que el guardia podía haber dicho alguna palabra al oír al conde, se limitó a agachar la cabeza y mirar al suelo. No había forma de que salieran vivos de allí. No iba a suplicar piedad ni a defenderse de las acusaciones.

Se alegró de ver que el golpe no le había supuesto secuelas severas a Lluisa, pero aun así, su situación era igual de mala que la del resto. Incluso los capellanes habían sido arrestados, y allí atados y a merced de su enemigo, solo les quedaba aguardar el veredicto que este les tuviera reservado.

El conde no tardó en hacer su pomposa aparición, permitiéndoles saber que el religioso rechoncho había logrado evadir a los guardias, si bien no depositaba demasiadas esperanzas en él.

— Dejad de regodearos en vuestros juegos y haced de una vez lo que ya tengáis decidido — le espetó al de Munter en cuanto les permitió hablar — O mejor, soltadme y dadme una espada, y dejadme devolveros la gentileza que me hicisteis en el bosque.

Amordazada, no hubo mucho que Llanos pudiera hacer salvo revolverse en sus ataduras, más enfurecida que nunca ahora que tenía al Conde frente a ella. 

"Si fueras hombre" trató de decir bajo la tela que se introducía en su boca "te enfrentarías a mí sin tus soldados ni tus artimañas. Y entonces verías de lo que es capaz la verdadera magia".

Pero aún tenía verdadera magia de su lado, y tratando de refrenar sus humores agresivos, Llanos respiró hondo y volvió a su impasibilidad habitual con la única intención de templar sus manos e intentar alcanzar la limosnera que llevaba al cinto.*

 quella aventura parecía haber terminado con la captura de todos. En cuanto los guardias terminaron de atarlo y pusieron en los cepos a sus compañeros, lanzó una mirada preocupada hacia su hermana. Respiró aliviado de ver que parecía estar mejor y asintió en silencio hacia ella para transmitirle que se encontraba bien, dentro de lo que cabía. Había algo más y es que parecía que Marc había escapado y aquello le provocaba un rayo de esperanza que aliviaba de algún modo liviano aquella preocupación. 

Echó un vistazo a sus compañeros para comprobar su estado y abrió mucho los ojos al ver cómo Bernat se encaraba con el conde. Se asustó, creyendo que tenían las de perder si daban un paso en falso carraspeó para llamar la atención del conde interrumpiendo aquello.

— Señor conde de Munter está usted equivocado —dijo reuniendo toda la valentía que fue capaz, levantando la voz por encima de cualquier otra— los capellanes no tienen nada que ver en este asunto, no confabulaban contra usted, nosotros nos acogimos a sagrado en la capilla —mintió para proteger en gran medida a su padre y en segunda instancia a todos, si podían dejar allí mismo cabos sueltos para darles algo de tiempo debían hacerlo cuanto antes—. Una ley que existe por derecho y visto lo visto ignora o no respeta. Francamente, no sé qué es peor. ¿Qué es lo que ahora nos espera sin respetarse las normas básicas de nuestra comunidad? ¿Qué le espera a este pueblo si se captura a autoridades eclesiásticas e inocentes?

En el momento en el que los prisioneros comenzaron a hablar, los temibles y endemoniados perros del conde comenzaron a ladrar furiosamente desde las perreras, ansiosos por abalanzarse sobre alguna desdichada presa.

No obstante, su estruendo no fue suficiente para que el conde no escuchara las palabras del desaventurado grupo. Pudo distinguir las palabras sofocadas de Llanos, pero prefirió guardarse para el final lo que tenía que decirle, así que apartó su capa a un lado y se dirigió a Bernat.

-Me enfrentaría encantado a vos en un duelo a espada, pero no sería justo; ahora mismo parecéis más una mortaja que una persona viva, así que tendría una ventaja clara. Si así lo deseáis, puedo manteneros con vida hasta que os recuperéis, porque mis juegos están lejos de acabarse pronto. 

En ese momento las palabras de Pau causaron en el conde cierta curiosidad y extrañeza. ¿Habría algo de razón en las palabras de aquel muchacho entrometido? Miró con desconfianza hacia los capellanes y luego se giró hacia el capitán.

-Capitán Álvarez, ¿el archidiácono ha sido ya avisado? -le preguntó.

-Hoy mismo ha salido la misiva hacia Toledo, mi señor -respondió.

El conde sonrió y se atusó el bigote.

-Es posible que estos capellanes sean inocentes de conspirar contra mi, pero son de todo menos unos santos. ¿No sois vos, Pau, hijo bastardo de Claudio Parra? Y vos, Llanos -dijo girándose hacia ella-, ¿No nacisteis de la unión de este pecador llamado Ramir, cuando fornicó con una ramera practicante del islam? Pierdo la cuenta de cuantos pecados se debieron cometer aquella noche. Son muchos los rumores que se cuentan en este pueblo, pero yo me basto de unos pocos meses para conocerlos todos. Dicho pues, será mejor que la justicia eclesiástica se encargue de juzgar a estos pecadores. 

Hizo un gesto con la mano para que sus soldados se llevasen a los capellanes a las celdas. Seguidamente, se acercó a Llanos.

-Y hablando de descendencia, creía que habíamos hecho un trato, Llanos Fabrat. Os pedí que la próxima vez que nos viésemos me tendríais que entregar un bebé no bautizado a cambio del vuestro. Sin embargo, aquí os veo, habiendo sido capturada junto al resto de conspiradores, y sin el bebé, por supuesto -hizo un pequeño silencio, sonriendo y liberando aire por la nariz-. Soy un hombre de palabra, así que os podréis reunir con vuestro hijo cuando los dos os reunáis en el Infierno, cosa que no tardará en ocurrir.

Aquellas últimas palabras no pasaron desapercibidas para Don Ramir, que estaba siendo arrastrado hacia las mazmorras del castillo. Logró liberarse momentáneamente de sus captores para reincorporarse.

-¡No, maldito seáis malnacido! -exclamó el capellán enfurecido.

La ira brillaba en sus ojos como nunca antes.

-¡Juro por Dios que alguna vez pagaréis por vuestros pecados!, ¡Rata miserable, despojo de los infiernos!, ¡Cuando llegue vuestra hora lamentaréis haber puesto un sólo dedo sobre mi hija y su vástago!

El conde se giró hacia el capellán, arqueando una ceja.

-¿Eso creéis?, ¿creéis que la sangre derramada de esta desgraciada pecadora y la de su engendro sin bautizar supondría alguna condena sobre mi? Si el Señor de las Moscas no estuviera de mi lado, vuestro Dios estaría encantado de acogerme en su Reino de los cielos por librarme de piltrafas humanas como esta.

Los soldados volvieron a sujetar al capellán y continuaron su camino hacia las mazmorras. 

-Voy a tener unas palabras con este buen hombre tan suelto de lengua -dijo volviéndose a recolocar la capa y emprendiendo la marcha hacia el interior del castillo.

-¿Qué hacemos con los prisioneros, mi señor? -preguntó el capitán.

El conde se giró de nuevo hacia ellos y sonrió.

-Dejadlos aquí, qué disfruten de su última noche a la intemperie en este mundo. Mañana es el equinoccio de primavera, y algunos de ellos tendrán un gran papel que cumplir. 

El conde continuó avanzando hasta desaparecer en la oscuridad de la entrada. El capitán organizó a sus hombres y dos de ellos se quedaron vigilando a los presos mientras que el resto se dirigió al interior. Ahora se encontraban en silencio. Los perros habían callado y los dos guardias se limitaron a vigilarles con algo de hastío y desinterés, pues aquella noche se estaba haciendo muy larga para todos. 

Al cabo de un rato, un cuervo salió revoloteando del bosque y se posó sobre el poste al que estaba atada Llanos.

El animal la miró con curiosidad y algo de impaciencia, como si estuviese esperando a que hiciese algo.

El grito que profirió Llanos ante las palabras del Conde le rasgó la garganta, y fue perfectamente entendible por el resto de los espectadores, pues simplemente era un alarido de dolor. El dolor de una madre cuyo hijo estaba en peligro mortal. 

Maldito al conde en todos los idiomas conocidos, hasta que este desapareció tras una puerta, y entonces la bruja sólo jadeó, exhausta, por haberse dejado llevar por su ira. Sólo el aleteo del cuervo sobre ella le recordó lo que debía hacer, y entonces deslizó la mano en su limosnera para asir el talismán que la sacaría de allí. Iba a ser difícil, pero debía intentarlo.

Las hechicerías de Llanos comenzaron a surtir efecto y las cuerdas que la apresaban comenzaron a aflojarse lentamente, como si una fuerza invisible tirase de ellas. El cuervo se percató de esto, así que emprendió el vuelo y comenzó a molestar a los dos guardias, azuzándoles y tratando de picotearles en los ojos, algo que finalmente consiguió.

-Agh, ¡mata a ese maldito bicho endemoniado! -exclamó uno de ellos mientras se cubría los ojos ensangrentados.

El animal lograba esquivar los golpes de las lanzas con facilidad, aunque no podría distraerles durante mucho tiempo. Hiciese lo que hiciese Llanos, tendría que hacerlo rápido y sin llamar demasiado la atención, tanto de los guardias como de los perros que ladrarían si les escuchaban.

Aprovechando la distracción del cuervo, Llanos se deshizo de las sogas que le rodeaban las muñecas, y rápidamente se hizo cargo de las sogas de aquellos que la rodeaban, esperando tener el tiempo suficiente como para liberarlos a todos. Mientras, trató de encontrar con la vista algún arma de la que pudieran servirse en cuanto los guardias se dieran cuenta de que eran libres, puesto que supuso que no les iban a dejar escapar con facilidad.