Partida Rol por web

Reinar en el infierno

París, primavera 2023

París te había recibido con todo su candor, mientras desfilabas por la pasarela de la Semana de la Moda de París sentiste como la noche se hacía de día por el alud de flashes de cámara que buscaban tu mejor perfil. Samantha se había superado, estabas desfilando para uno de los diseñadores más importantes del momento: Dimitri Stakov. Era tu mejor trabajo desde que empezaste, un trampolín para la fama y el estrellato.

La noche había empezado con la diseñadora revelelación, Irenka Ocon, hija de famosos de Hollywood, pero que parecía haber demostrado sobrada habilidad como para merecer su posición. Pero a pesar de su éxito, los veteranos diseñadores del mundo de la moda no quedaron a la zaga, y tú deslumbraste con tu traje. Había una ilusión que se palpaba, y en la fiesta después del desfile la primera persona que te interceptó fue inesperada, ya que no la esperabas allí.

—¡Matty! —la voz conducía al principio a cierta ambigüedad por su gravedad, pero el acento era inconfundible. Un abrazo enorme y sentido te atrapó junto a una sonrisa radiante —. ¡Has estado genial! Me alegra no habérmelo perdido.

Aún estaba ligeramente mareado por las emociones de aquella noche. Si hacía memoria, no recordaba con claridad las horas anteriores al desfile en sí, sólo pequeños flashes que entremezclaban el viaje en avión, hablar por teléfono y bailar como un poseso en la intimidad de su pequeño salón cuando Samantha le hubo dado la noticia. 

Y luego, la pasarela.

Uno de sus dones era que se permitía desconectar durante los desfiles. Llevaba tan grabado a fuego cómo moverse, cuál era la cara que debía mostrar y qué hacer que era una rutina. Una rutina emocionante, sobre todo en un lugar como París. Y luego, ¡la fiesta! Una fiesta en la que se sentía como en una nube.

—¡Andrea! —correspondió al abrazo con otro y se permitió hundir la nariz en el hueco de su cuello embriagándose con el aroma de su perfume. Su mejor amiga sabía bien cómo elegir siempre cómo la percibían los demás—. Cariño mío, te creía en Los Ángeles. ¡No sabes la alegría que me das! ¿De verdad que te ha gustado? El tercer giro no me ha gustado del todo, pero Dimitri parecía encantado.

Andrea te regaló su sonrisa pícara patentada cuando dijiste que la creías en Los Ángeles, se separó de ti lo suficiente para charlar con calma.

—Eso es que Samantha ha hecho bien su trabajo —te dio un toquecito en la nariz —. ¿Cómo me iba a perder tu gran noche? ¿Eres tonto? ¿Cómo no me iba a gustar ese tercer giro? ¡Si te lo enseñé yo! —te sacó la lengua divertida.

Con naturalidad, te tomó del brazo y, con esa misma, también tomó una copa de champán. Empezasteis a pasear por el corazón de la fiesta, Andrea estaba en su salsa, casi podías verle brillar la mirada.

—Oye.. oye.. quizá no es el sitio, pero es importante. ¡No me aguanto! —antes de decirlo, echó un largo trago de la copa —. Me voy a operar. En un mes. Me han hecho las pruebas, está todo correcto.

Las palabras de Andrea poseían un brillo que trascendía todo la razón, era algo que había estado esperando desde.. ¿siempre? Aunque tu amiga no tenía problemas de identidad, aquel era el último paso para ser como ella se sentía que era. A efectos prácticos era una mujer, alta y atractiva, pero el mundo aun no estaba del todo listo para ciertas cosas, no eran pocas las noches que habías escuchado llorar a Andrea a solas en su habitación por desengaños amorosos, pero siempre resurgía de sus cenizas más fuerte. Incluso hubo una época en la que dijo que no necesitaba operarse, que se sentía bien así, pero finalmente había cedido al último paso. Más que cedido, darlo sin temor.

—Me gustaría que vinieras conmigo, a la clínica. Está en Ginebra. Es.. importante para mi —te pidió un poco cohibida, avergonzada por pedirte esto tu gran noche.

Y ahí estaba. De un plumazo había conseguido borrar todas las inseguridades, las preocupaciones y las había sustituido por una infinita paz. Así era ella. Con ella allí nada podía mejorar, pero cuando le dio la maravillosa noticia tuvo que controlarse para no gritar de alegría. No era algo que ella necesitara para ser una mujer, pero era su decisión y por supuesto que Matthew la iba a apoyar en cada paso del camino.

La abrazó con todas sus fuerzas y le pegó un sonoro pego en su maquillada mejilla.

—No digas más —no quedaba demasiado para que La Semana con mayúsculas terminara, y luego disponía de tiempo libre hasta la semana de Primavera-Verano de Barcelona. Hace mucho que no viajo a España, tengo que comprarme protector solar del fuerte. En cuanto terminaran y volviera a New York, hablaría con la agencia. Sabían lo importante que era Andrea para él y dudaba que le pusieran demasiadas pegas siempre que estuviera localizable y no la liara en las RRSS—. No me despegaré de ti en ningún momento. ¿Sales desde el JFK?

Cuando accediste a acompañarla, Andrea casi da un salto, pero del superabrazo no te salvaste, así como sus repetidas gracias.

—Sí. Sí. Aun me han de dar la fecha exacta, te la diré —respondió sonriendo —. ¡Estoy tan contenta, Matty! Gracias, significa mucho para mi.

Con esa felicidad exultante en el rostro, se acercó un cuarteto de modelos de diversas marcas, conocidos todos ellos por vosotros dos. Y por conocidos, significaba, que sabíais que eran gilipollas.

—Vaya, la muñequita y el travolo juntos otra vez —dijo Adam, el que podría ser el cabecilla de aquel cuarteto —. ¿No podéis esperar a daros por culo en el hotel que tenéis que dar un espectáculo aquí?

Las risas de los otros tres corearon a Adam, otro de ellos, uno llamado Gilbert, también participó en el escarnio de Andrea, mirándola con asco de arriba a abajo.

—No sé qué tienen en la cabeza al contratar a semejante engendro —soltó desagradable —. Pero ya sabéis, ¿no? La moda, lo políticamente correcto.. da pie a que errores de la naturaleza tengan su hueco en esto. No te acomodes, monstruo, cuando la gente se canse de que déis por culo con vuestro lobbie.. volverás a la calle, a venderte por cuatro pavos.

De nuevo las risas, Andrea se quedó bloqueada al escuchar esto. Generalmente le sobraba carácter, pero algo la paralizaba y bajó la cabeza avergonzada, humillada.

—Marchémonos, Matty.. por favor.. 

Matthew no había pasado por un infierno de niño y se había gastado parte del sueldo en excelentes psicólogos como para amedrentarse ahora porque alguien se sintiera amenazado.

—"Engendro", "lobby" —dijo, esbozando una sonrisa socarrona y dando un paso hacia Adam. El joven no era especialmente alto así que tuvo que alzar un poco el mentón para mirarle a los ojos—. Qué palabras tan complicadas has aprendido hoy. Tus papis deben de estar orgullosos. Mírate, hasta te ha comprado tres perritas nuevas para que te sigan a todas partes.

Acompañó la réplica con un gesto de la mano para incluir al grupo entero. Detestaba ese tipo de actitudes, y sabía bien que rebajarse a su nivel no iba a conseguir nada bueno. ¡Pero es que estaba de tan buen humor! ¡Y esos indeseables envidiosos habían venido a estropearlo todo!

—¿Por qué no nos dejas en paz de una puta vez?

Que te encararas a ellos fue inesperado para Adam, viste unos instantes de duda, pero pronto recuperó la actitud de desprecio con la que os había entrado.

—Fíjate con el nuevo perrito de Stakov —espetó sin amilanarse, aunque tú eras consciente que con el apoyo de su cuadrilla aquella cobarde valentía se sentía arropada —. Ten cuidado, perrito. Seguro que Stakov tiene planes para ese ojete tan blancucho que tienes.

Con las risas casi enlatadas de su corte, Adam se dispuso a marchar. La fama de Stakov era tal que en los corrillos del sector aseguraban que era homosexual por su ligero amaneramiento a la hora de hablar, pero Stakov siempre había hecho oídos sordos a esas habladurías. ¿Para qué ocultarlo? Era estúpido, sin duda.

—Venga, dejemos a la parejita de bichos raros para que se chupen mutuamente las pollas. Tened el decoro de iros a un motel para engendros, ¿vale? —aconsejó mientras se marchaban.

Viste a Andrea hundida, cabizbaja, bloqueada. La mujer no abrió la boca en ningún momento, y podías ver que las palabras de aquellos tipos la habían dejado tocada. Hubieras jurado que habías visto alguna lágrima, pero Andre era lo suficientemente fuerte como para no hacerlo.

—¿Es cosa mía, o se ha ido repitiendo lo del hotel? ¡Qué falta de imaginación! —Matthew hizo un esfuerzo enorme por fingir despreocupación cuando se acercó a Andrea y la tomó de las manos. Le dedicó la mejor sonrisa que pudo esbozar y la obligó a levantar la cabeza—. No agachabas la cabeza cuando nos pegaban palizas de pequeños, y no voy a dejar que lo hagas ahora que eres una mujer fuerte y poderosa, cariño mío.

¿Dónde estaba su pañuelo? Siempre lo llevab... lo había dejado en el backstage cuando se hubo manchado los labios de zumo de melocotón. Maldita sea, Matt. 

—Sólo están celosos de lo que has conseguido... y de lo que estás a punto de conseguir —dijo, besándola en la mejilla con un sonoro chuic—. ¡Ahora vamos a tomarnos una copa para celebrar el desfile!

La celebración fue bien, la gente que se congregó a vuestro alrededor fue más positiva, felicitándote a ti y compartiendo experiencias. Había sido la gran noche y, tras ella, la vuelta a la normalidad y preparar otras pasarelas. El mes pasó rápido, Samantha te organizó sin problemas la agenda para que pudieras acompañar a Andrea y el vuelo a Ginebra trascurrió sin incidentes. Después de estableceros en el hotel, el primer paso era visitar la clínica para tenerlo todo listo.

—¡Estoy tan nerviosa, Matty! —exclamó moviéndose de un lado a otro —. Ya está, ya está, ya está.. pronto.. pronto.. —murmuró repetidas veces como si necesitara hacerlo real también de palabra. Te tomó la mano afectuosa, con una sonrisa agradecida más allá de toda posibilidad que tuviera de pagártelo.

—¿Qué era hoy? Las pruebas preliminares, sí. Y mañana la operación —suspiró, un suspiro que la cruzar las puertas dela clínica.

Ginebra era un lugar maravilloso. Aunque lejos del ritmo — como le gustaba a decir a Matthew — de New York o Los Ángeles, era una ciudad que rebosaba calma y relajaba el espíritu del muchacho. Además, era un viaje demasiado importante como para pifiarla, así que incluso se había limitado a usar las redes sociales para que nadie sospechara qué hacían allí. Cuantos menos focos sobre Andrea, mejor.

—Sí, aquí pone... —como ella era desastrosa para los papeleos, Matthew se encargaba de llevar la carpeta con toda la documentación y cuadraba el calendario con lo que ahí ponía. Aunque entiendo la mitad de lo que pone aquí—. Pruebas diagnósticas, análisis de sangre, análisis de escala de Tanner... 

Sus ojos bailaron sobre una de las posibles consecuencias de la intervención, que implicaba materia fecal y colostomía. Rápidamente cerró la carpeta para evitar que las nauseas se intensificaran.

—Yo estaré contigo todo el tiempo, cariño. ¡Menos en el quirófano, claro!

La recepcionista os recibió con una sonrisa afable, y os invitó a acompañarla a una sala de espera anexa. Era una mujer joven, resuelta, explicándoos todo el proceso por el que pasaría Andrea. Era una sala de espera enormemente iluminada, de un blanco aséptico, con numerosas plantas que le daban algo de vida.

—El doctor Bernard la recibirá en breve —aseguró la recepcionista mientras os dejaba que os acomodarais en la sala. Allí no estabais solos, había un hombre de poblada barba roja encorbado en una de las sillas de la estancia, llevaba un abrigo negro largo y se miraba unas robustas manos temblorosas. No alzó la mirada ante vuestra llegada, parecía sumido en una especie de trance, parecía una especie de yonqui, alguien que no casaba para nada en aquel lugar.

Andrea no prestó atención al hombre, ella se sentó hecha un manojo de nervios. Te cogió de la mano, apretándola más de lo necesario, rígida como una estatua. Al cabo de un par de minutos, la llamaron para hacerle las pruebas preliminares. Tu amiga se levantó como un resorte, te miró con una sonrisa que navegaba entre los nervios y la emoción. Te abrazó y se despidió de ti. Hoy solo tocaban las primeras pruebas para la operación del día siguiente. Cuando desapareció por la puerta, con la enfermera diciéndote que las pruebas le llevarían un par de horas, te invitó a ir a la cafetería.

Una vez solo en la sala de espera, el hombre pelirrojo se levantó y se te acercó. Era enorme, si no medía dos metros casi los alcanzaba. Se plantó delante de ti, mirándote fijamente.

—No esperaba que fueras así —dijo lentamente con un marcado acento nórdico —. No es nada personal, ¿sabes?

No te dio tiempo a reaccionar, ni siquiera te lo esperabas, aquel tipo se movió a una velocidad de la que fuiste incapaz de seguirle el ritmo. Te agarró del cuello y te levantó como si fueras un muñeco, y empezó a apretar ahogándote. Aquel tipo tenía una fuerza imposible.

No había dado mayor importancia a la corpulenta figura que aguardaba con ellos en la sala de espera. Un paciente, un acompañante, un mensajero. Podría haber miles de opciones, todas ellas buenas, y en ese momento toda su atención se centraba única y exclusivamente en Andrea.

Por eso no supo reaccionar cuando sucedió el ataque.

Su cerebro, aún aturdido por el jet lag, tardó unos preciosos segundos en entender qué estaba sucediendo cuando aquel gigante lo alzó en el aire y empezó a estrangularle. Todo había sucedido tan rápido, que ni siquiera se defendió hasta que la presión en la tráquea era tan intensa que no podía ignorarla. El instinto de supervivencia quiso que gritara, y para ello necesitaba hinchar de aire sus pulmones. Grave error. Aquel mastodonte pelirrojo había cerrado sus vías respiratorias y su cerebro empezó a enviar señales pidiendo un cambio de rumbo.

Pideayuda.Daleunapatada.Sueltalasmanos.Grita.Pideayudaleunapatadasueltasmanos.Piyudatadaritasnos...

Lanzó una patada que se perdió en el aire y comprobó con terror cómo la periferia de su visión se empezaba a oscurecer por la hipoxia.

El gigantón pelirrojo seguía oprimiendo tu traquea y no tenía pinta que fuera a ceder, su mirada poseía una determinación por matarte que asustaba, pero tampoco parecía estar disfrutando de ello.

—Esto no tiene ninguna clase de honor —espetó con hastío. Sentías que la fatalidad se estaba cerniendo sobre ti, la visión se te nublaba, quizá por eso no acabaste de ser consciente de lo que pasó cuando caíste al suelo con un hilo de vida y escuchaste un brutal estrépito de.. ¿paredes? resquebrajarse.

Un hombre enjuto, de percha imponente, bien trajeado, estaba en pie junto a ti. A medida que ibas pudiendo ver con claridad, pudiste ver al pelirrojo encajado contra una pared, pero aun moviéndose.

—Al menos he llegado a tiempo —anunció tu misterioso.. ¿salvador? —. Vamos, chico. Al bruto no se le va a parar así como así, nos tenemos que largar.

Todo era confuso, extraño, y, para colmo, tu cabeza empezó a dolerte a rabiar. Dolor que se trasladó a tu espalda, sentías una presión que jamás habías sentido, como si algo exigiera salir de tu espalda. Pudiste ver como el pelirrojo se recuperaba, mostraba una sonrisa de felicidad y decía algo como.. "ahora sí que es interesante".

—¿Espabilas o no, chico? —volvió a urgir el tipo del traje.

En una película, el héroe se hubiera levantado rápidamente, habría evaluado la situación y tomado la mejor decisión. Todo en apenas segundos. Pero Matthew nunca había sido un hombre de acción. Ya desde pequeño, cuando le pegaban palizas por ser diferente se limitaba a encogerse en el suelo y esperar a que todo pasara. Lo más agresivo que había hecho era defenderse verbalmente cuando ya tenía edad suficiente para beber alcohol y considerarse un adulto.

Pero aquello no tenía vistas de solucionarse con un rápido insulto o una mofa. No entendía nada, y parecía que todo su cuerpo estaba quejándose por el trato recibido a manos de aquel gigantón. Escapa. Le dolía el cuello, la espalda, las manos de apretar esas tenazas que le habían apretado la tráquea sin conseguir hacer más que agotarse física y emocionalmente. Escapa. Miró a uno y otro lado, buscando a alguien a quien acudir, pero no había nadie más que esos dos desconocidos. Andrea, tengo que ir a por Andrea. Tengo que protegerla.

Lo más dignamente posible — lo cual no era mucho — y a cuatro patas — no tenía fuerzas para incorporarse — se dirigió en la misma dirección que se había ido su querida amiga con la mujer de recepción intentando dejar atrás a esos dos. Que se queden ahí. Que se maten. ¡Dejadme en paz!

Sin prestarte atención ahora, el pelirrojo cargó contra el tipo que te había liberado de su presa. Reía, ese maldito loco estaba riendo, y por la potencia que había impreso a su carrera parecía imparable. Pero nada de eso, el tipo con acento italiano que te había salvado lo frenó en seco apenas retrocediendo unos centímetros.

—¿Eso es todo lo que puedes hacer, niño? —espetó con desdén —. Vas a tener que hacerlo mejor para vencerme, hijo del trueno.

El pelirrojo rugió cabreado, momento en el que su rival aprovechó para utilizar su propia fuerza en su contra lanzándolo aun más lejos, sorprendemente lejos, fuera del edificio atravesando paredes. Tu salvador se puso en pie, te buscó, pero tú ya estabas metido en el pasillo buscando a Andrea. La pelea no había pasado inadvertida, miembros del personal de seguridad corrían hacia la fuente del desastre y había varias personas sacando la cabeza de sus consultas mirando.

—¿Qué haces, chico? Hay que salir de aquí. Ese bruto va a volver. No tenemos tiempo —dijo con urgencia, cogiéndote del cuello de la ropa y poniéndote en pie, pero sin arrastrarte.

—¡AHH! —gritó, un par de tonos más agudos de lo que hubiera deseado, cuando el tipo le puso en pie como si fuera un cachorro. Apartó la cara y puso los brazos instintivamente ante él, temiendo que le iba a golpear también, pero el puñetazo nunca llegó—. ¡Andrea! ¡Mi amiga!

Señaló indiscriminadamente hacia el pasillo, sin saber exactamente en qué habitación o despacho estaría ella. No pensaba irse sin Andrea. No iba a dejarla sola, y menos en un día como aquel. Se lo había prometido.

Tu salvador soltó una maldición al escucharte, poco después se empezaron a escuchar truenos que casi parecían hacer vibrar los cristales del edificio. ¿Era eso posible? Si no había nin una sola nube cuando llegasteis, ¿ahora se acercaba tormenta?

—Está bien.. busquemos a tu amiga —soltó hastiado, luego miró hacia el techo —. Joder.. ese hijo de puta se lo está tomando en serio. ¡Dale caña, joder!

Te soltó un empujón algo brusco, y del empellón diste varios pasos hacia adelante. La gente estaba muy nerviosa, pero afortunadamente diste con Andrea que se había asomado al escuchar el follón de fuera.

—¿Matty? ¿Qué está pasando? —preguntó mirándote confusa, luego hacia tu acompañante —. Se ha escuchado ruido y..

De nuevo un trueno, esta vez más cercano, ensordecedor. El edificio tembló y los cristales se rompieron, el hombre miró al techo.

—Se acabaron los juegos.. puto tuerto de los cojones, esto no lo viste venir, ¿verdad? —se quejó para si mismo, extendió la mano y en ella se materializó una lanza y, en la otra, más pegada a su cuerpo, un escudo circular que recordaba al de los antiguos griegos —. ¿Qué miráis pasmados? ¡Salid cagando leches, joder!

No entendía nada de lo que estaba sucediendo. Pero, aunque el cuerpo le dolía como si le acabaran de dar una paliza — una sensación que, afortunadamente, hacía años que no le invadía — nada de eso importaba porque acababa de encontrar a Andrea. Esos dos tipos bien podían matarse a bofetadas que él había encontrado a su másmejoramiga en el mundo.

—¡Tenemos que irnos! —instó, tomándola de la mano e intentando ubicarse para correr hacia la salida más cercana. Por favor, no me preguntes por qué, o qué pasa, porque ni yo tampoco lo sé, rezó mientras tironeaba de la modelo y se alejaba del grandullón.

Tampoco quería pensar en el dolor de la espalda, porque temía que un cascote o algo le hubiera lastimado. Pero ya tendría tiempo de pensar en eso cuando estuvieran lejos de allí.

Andrea, desde luego, tampoco entendía una mierda de lo que estaba pasando allí. Por instinto se juntó contigo, presta a seguirte adonde fueras. Mientras, el tipo ahora escudo y lanza se colocó cerca en posición defensiva mientras los truenos se acrecentaban, lo mismo que el dolor en tu espalda que hasta casi te hacia díficil moverte.

—Coge esto y largaos —te tendió su escudo, más que tendértelo, te lo tiró. Lo intentaste coger por acto reflejo y.. te sorprendiste.. era sorprendentemente liviano.

Un trueno más cercano, el edificio tembló y una risa maníaca sonó por todos los pasillos. Era casi un aullido de júbilo que se unió a un potente trueno que se unió a la destrucción del techo de la pasillo delante de vosotros. Vuestro.. ¿protector? se interpuso entre vosotros y el pelirrojo que había intentado ahogarte, ahora blandía una espada de casi dos metros como si fuera de papel y, si por si esto no fuera poco, de la hoja del arma, asi como de sus ojos, chisporroteaban rayos eléctricos.