Partida Rol por web

INTRODUCCIÓN

Ante las palabras de Daniel, Ramos explicó que un hidroavión medicalizado ya estaba allí y en una hora tendrían un barco hospital. Además los médicos tenían la experiencia de lo ocurrido en Bass Harbor y un antídoto recién sintetizado para las sustancias psicotrópicas utilizadas para el ritual que abortó Elliot.

El Comisario Réjane les pidió a los cuatro que llevaran a David Montillet junto a su hija y que aprovecharan para descansar en las Marismas lejos de las pesadillas que esa mañana se habían sembrado en ellos.

Cuando el comisario informó a Ramos que si su estado de salud lo permitía mandaría traer a Ellen a París y el norteamericano consintió Tobías y Réjane tuvieron una desavenencia que resolvieron en una conversación que todos pudieron oír.

El anciano insistió en que el rito llevado a cabo en el Lotus of the Seas podría haber tenido éxito y en ese caso sería un error terrible dejar a Ellen con vida. Réjane objetó que los lobos también cuidaban a una de ellos. El lobo contestó que Réjane sabía muy bien que Arene Lioret y Ellen se parecían como un gato a un tigre y que dejar con vida a la segunda podría suponer un peligro que calificó de “inescrutable”.

El comisario admitió que se trataba de un desafío pero del tipo de los que estaban obligados a asumir. Utilizó la frase “han dejado la pelota en nuestro campo y no pienso meter un gol en nuestra propia puerta” y zanjó el asunto con una especie de advertencia:

—Usted sabe mejor que nadie que matar a Ellen no supondría anular lo ocurrido. No podemos abandonarlos a vagar por la oscuridad. Eso sería servir al enemigo. Su instinto le dice como me lo dice el mío que el futuro de Ellen es el nuestro. Con cada derrota las ceden confiando en que hacen como el cuco que abandona sus huevos en el nido de la paloma. Pero no somos palomas. Y a fin de cuentas el mal sólo puede ser vencido por el bien.

Tobías cedió asintiendo pero sin advertir a su colega:

—Esperemos, cuervo, que no sea tu orgullo el que te guía en esta decisión.

Poco a poco todos los allí presentes se fueron marchando quedándose claro que estarían en contacto permanente a través de la jefatura de Réjane. Ahora la prioridad era encontrar a los otros ocho.

El Comisario se aseguró de que todos tuvieran su número de teléfono. Albin se fue a París con César Pillet para recopilar las pruebas del caso y traerlas. Anjum marchó con Nella para preparar una reunión nocturna con Ophelia. Los dos lobos salieron a la calle a pie, con Réjane.

Fermi y Juliette se quedaron en la casa de la glicina, que seguiría siendo el cuartel general. A más tardar se verían allí con Elliot, Mats, Clementine y Daniel a primera hora de la mañana siguiente. Albin y César también acudirían desde París, un poco más tarde.

El pueblo estaba a media hora en coche de las marismas. Mats y Berisha fueron con Montillet e Yvon en un viejo Land Rover. Clementine, Daniel, Agustín y Elliot les siguieron con la cangoo amarilla de Arthür.

Bélanger iba al volante, siguiendo el Land Rover. Daniel estaba sentado en el asiento del copiloto.

A unas nubes altísimas, grises, se sumaron otras más bajas, unas completamente blancas, otras gris oscuro, casi negro. Era mediodía.

Mats iba en el asiento del copiloto, de cuero marrón claro, muy desgastado pero con ningún roto.

Un frente alto de nubes inmensas ocupaba parte del horizonte. Otras nubes más bajas y pequeñas, unas negras, otras grises, contrastaban con las de arriba. Los trozos de cielo todavía no cubiertos eran de color azul intenso.

Conducía Yvon. Sus movimientos precisos y su forma de prestarle atención a la carretera delataban que era un conductor profesional.

Berisha miraba el camino, siempre atento a cualquier contratiempo que pudiera surgir. Era mediodía.

Montillet miraba al retrovisor del conductor desde atrás, buscando los ojos de Mats. Estaba callado pero su mirada imponía una pregunta hacia su colega periodista “¿Has encontrado algún indicio de que mi hija haya sufrido algo así?” Buscaba, implacable, la respuesta y parecía poder leerla en los ojos de Mats y ser imposible de engañar.

Mientras vamos de regreso a las marismas, trato de «dejar la mente libre», sin que ningún pensamiento, especialmente los recuerdos más terribles de lo que ha sucedido esta mañana, haga presa en mi psique durante demasiado tiempo. Vago de una instantánea a otra, y por algún motivo mi mente se detiene en aquel día ya tan lejano que Arthür, una sonriente y optimista Sophie y yo pasamos juntos, comiendo en un restaurante, haciendo un poco de turismo y tomando helado, después de haber pasado la noche en aquella casita rural tan acogedora. No sé por qué me invade la repentina y extraña sensación de que ahora soy mucho más viejo, y me golpea la nostalgia. Ojalá pudiera volver atrás sabiendo lo que ahora sé, protegerlos de todo esto. Ojalá aquel día no hubiese terminado nunca.

Mis pensamientos se ven interrumpidos cuando siento los ojos de David clavados en mí desde el espejo retrovisor. No esquivo su mirada. Puedo notar el miedo informe que se gesta en su estómago con tanta claridad como si lo estuviese viendo, miedo por los tormentos que su hija Édith pueda haber tenido que soportar, y sé que soy el único que en este momento puede ofrecerle consuelo. Le dedico una mirada reconfortante, aunque sincera. Cientos de imágenes parecen transmitirse entre nosotros. Si bien es cierto que en estos momentos Édith está sana, salva y bien atendida, su padecimiento ha quedado grabado de manera imborrable en los tatuajes y cicatrices que surcan su joven cuerpo. Mi mirada se endurece, tratando de transmitirle fuerzas a un padre asustado. Édith ha sufrido. Ha sentido un gran dolor físico, y ha experimentado un terror que nadie debería sufrir, y menos a esa edad. No obstante, desconozco hasta qué punto puede haber llegado la monstruosidad de las profanaciones a las que pueda haber sido sometida; me temo que Clémentine está más facultada para responder esas incógnitas.

—Édith está deseando verte, David —le digo—. Muy pronto podrás abrazarla.

La discusión entre Réjane y el viejo lobo me pone los pelos de punta porque muchas veces yo me he hecho las mismas preguntas y llegado a distintas conclusiones, sin embargo Réjane tiene razón, como aquella vez en la que discutimos entre nosotros cinco y decidimos que debíamos hacer el bien siempre porque de otra manera le haríamos el juego a Masaryk. A pesar de ello mientras los demás se iban despidiendo hasta el día siguiente me acerqué al comisario y me tomé el atrevimiento de recordarle que le den a la soñadora Ellen una pastilla abortiva y mi expresión fue más que elocuente al expresar que ya suficiente era para ella cargar con las memorias y huellas físicas de lo que había pasado como para encima tener que cargar con algo más. Tenía motivos más oscuros para querer que nada más resultara de aquellas violaciones, pero me era tabú expresarlos y confiaba en que el comisario entendería las razones que subyacían a mi pedido.

Cuando escuché que el señor Montillet iba a reunirse con Édith casi no cupe en mí de la emoción y me sorprendió que no me requiriera junto a él en el otro vehículo para ponerlo al día sobre la salud de su hija, aunque quizás no quería tantos detalles. Quizás con saber que Édith estaba bien le era suficiente, el resto... podía esperar o ya se lo podía figurar, o mejor aún, podía preguntárselo a ella: tenían muchísimo de qué hablar y no podía imaginar lo duro que sería para él escuchar todo lo que estaba por escuchar. La idea de que quizás esto fuera una sorpresa para Édith me hizo esbozar una sonrisa con mis labios cerrados sin proponérmelo y con esa sonrisa entré al otro automóvil.

-Qué bueno es tenerte entre nosotros de nuevo Agustín -le dije con calidez y le sonreí, nunca lo había llamado por su nombre pero a esta altura, y con lo vivido, me parecía demasiado frío decirle doctor Bélanger como había hecho hasta ahora.

Al entrar al vehículo mi mirada fue directo a la de Elliot cuando este hizo lo propio, me senté junto a la ventana y extendí la mano a medio camino hacia él dejándola reposada sobre el asiento. Había tanto por hablar, tanto; solo esperaba que pudiéramos hacerlo, pensé mientras miraba el cielo por la ventana.

La discusión entre Réjane y Tobías suscitó a Elliot nuevos interrogantes. Parecían saber cuál era la intención de la parte del ritual llevada a cabo sobre Ellen o al menos tener sospechas de ello. Debía además parecerles evidente pues no habían llegado ni a comentarlo en voz alta.

Elliot miró atentamente a Réjane mientras replicaba. Confiaba plenamente en él, en sus conocimientos y en su instinto, pero además también él deseaba que Ellen sobreviviera a todo esto.

Cuando al fin recuperó los recuerdos en Bass Harbor ya no le cabían dudas acerca de que la chica era uno de ellos. Y sin embargo hubiera querido sacarla de allí, aunque no habría tenido forma de hacerlo. Ahora tanto ella como Theresa, una vez traicionadas de la forma más cruel que cabría imaginar, tenían la oportunidad de renegar de todo cuanto habían hecho, como parecía ser el caso de la tal Lioret. Y si quisieran al menos obtener venganza podría ser muy útil la información que pudieran compartir, aunque sería muy dudoso el confiar en cualquier cosa que ellas dijeran.

Quería hacerle un millón de preguntas al comisario pero no era el momento. Pronto tendrían ocasión de saber más y a la mañana siguiente podría preguntarle a Fermi acerca de todo.

Una vez a bordo de la furgoneta la luz de aquel mediodía a medio camino de la tormenta llenó sus pupilas y su mente, descargándola en parte de la tensión acumulada. Estaba tanto física como mentalmente agotado, llevaba sin dormir desde que soñara con Clementine y sin embargo en este instante se sentía ligero en su corazón como no lo había sido en mucho tiempo. La nubes blancas que ocupaban el horizonte parecían montañas nevadas bajo la capa oscura de sus hermanas más altas en el cielo, de forma que parecía que el paisaje había cambiado por arte de magia. Desde la ventanilla del vehículo se quedó observando una de ellas e inmediatamente se le representó el Rainier, la imponente montaña que reinaba sobre el paisaje de medio estado allá en su casa. Se veía pescando temprano en el lago con su padre, con la niebla levantándose y dando la impresión de que pescaban sobre las mismas nubes. Recordaba el frío, el sabor del té caliente en el termo… Pensó en Édith y sonrió al imaginar cómo debía sentirse ante el encuentro inminente con su padre.

Elliot extendió la mano hasta tomar la de Clementine entrelazando los dedos con los suyos como hiciera en el sueño. Pero esta vez era real y bajo la luz de lo real se sintió estremecer al imaginar cómo sería besarla a este lado del universo.

Siento orgullo de que entre mis paisanos aun allá gente de previsión y si ha sido alguien de aqui mejor que mejor. Me hace sentir arropado en el inefable sentido de responsabilidad. Atiendo a los detalles de Ramos y tomo notas mentales para cualquier situación del futuro.
Descargados de otras posibles tareas y después de espabilarme con el profundo intercambio verbal entre los "Mayores", se me aguza la atención sobre todo hacia la no tan teórica analogía del Cuco.
No es que no este de acuerdo con el Comisario. Nunca he sido partidario de la aplicación preventiva del castigo. Es prioritario y primordial definir la diferencia entre ejecutar el mal y poder ejecutar el mal.
Pagas por tus pecados cometidos, no por los hipotéticamente verosímiles. Si no deberíamos considerar empezar a considerar dar matarile a nuestros recién nacidos. ¿No son en potencia totalmente susceptibles de hacer el mal?
No. La cosa va de guardar y vigilar. Hay una diferencia entre ser un centinela y ser un verdugo. Si mi encuentro con Denis me enseño algo es eso.
De todas formas evoco el recuerdo del instante en que Leah se volvió susceptible con a la realidad e intenciones de Edith. Aun la prudencia no se riñe con la conciencia.
Les oigo cuadrar sus puntos de vista y sus reproches hasta llegar a un acuerdo, neutral y silencioso aunque he de decir que Rejane gana puntos por su metáfora futbolera. Sin embargo no obvio que Tobias es sabio con la mención del orgullo.
¿Cuervo? - me pregunto - no parece solo un mote. Interesante.
Despejadas las dudas y desconvocado el cónclave para la misión y empezada la desbandada antes de partir me aseguro de intentar conseguir algunas cosas.
Como ni Remo ni Tobias inciden en lo contrario me significo a creer que sigo bajo la autoridad de Rejane y en un instante antes de que se marche le solicito el suministro de un arma, su munición, un móvil robusto (dudo que los hagan a prueba de granadas pero espero no tener que volverlo a probar) y algo de ropa.
Le comento si nos puede suministrar algún dato sobre la tal Agathe. Imagino que sus contactos serán grandes pero, al no saber si llegan hasta las profundidades de mi antigua unidad, le ofrezco la posibilidad de hacer algunas llamadas a mis ex-colegas de la Interpol y, utilizar esos recursos.
Nueve individuos no se organizan para hacerse dioses emprendiendo el Mal con mayúscula y solo utilizan postales síquicas malignas para comunicarse (esto ultimo se lo comento con una jerga mas profesional, válgame dios lo cuesta adaptarse a estas circunstancias). Mueven recursos. Comparten contactos. Se relacionan y aunque estén imbuido de la madre de todos las paranoias, siempre, siempre, queda un rastro. Multiplicado por nueve las probabilidades de un error que sea una pista se acrecientan. Quizás hayan utilizado la Dark Web. Tendré que preguntárselo a Mats. Parece que sus habilidades informáticas son memorables.
Por si podemos empezar a trabajar después de escoltar a Montillet, le pido un portátil seguro para que podamos emplearlo.
Antes de partir y aunque suponga que es redundante le pido que si sabe algo del paradero de Vendela nos lo haga saber al móvil. Al fin y al cabo si hay alguien que a ciencia cierta ha ido a por su ex es ella.
Montamos en uno de esos pintorescos trastos europeos y me acomodo delante.

En el trayecto, con la inevitabilidad de un tiempo sin hacer o decir nada, la presencia de las filtraciones de la melancolía mas pesada me abruma, y en parte me socavan.
No se como funciona esto del Lobo pero, fiado a que es la resurrección guiada a una forma y un espíritu de la conducta de conservación innata, digamos que se gana el sueldo azuzando en contra de los sentimientos depresivos.
A costa de reacciones poco refinadas. Dormir ya no es una opción.
Las nubes de tormenta o lo que trae este clima galo atraen mi atención como un imán excitado.
Es como si estuviera viendo una descripción de mi yo completo ahora mismo. Quieto y lento por encima pero turbulento por debajo.
Clementine compadrea con Belanger filtrando esa cordialidad que seria balsámica si no sintiera el sufrimiento reptando por dentro, y que me daría pie a hablar con Agustín y con Elliot.
Pero no puedo contener la presión enterrándola. Ha pasado muy poco tiempo. Aun puedo mirar al frente y vislumbrar sus ojos. Cerrar los parpados y contemplar su rostro desnudado con una sonrisa. Puedo ver todo eso y sentir el vacío de saber que nos ha dejado.
No puedo permitirme dejar de pensar o de actuar en otra cosa. Si no me caería redondo.
Así que me centro en esas nubes y, en vigilar la carretera. Es mejor filtrar la obsesión y la paranoia de vigilar, por si hay una emboscada, que sentirme inútil por no haber podido cumplir lo que prometí a Leah.

David afirmó con la cabeza las palabras de Mats y dejó de buscar su mirada por el retrovisor.

Yvon preguntó por Sophie. La respuesta de Mats no pareció turbarle. Había algo particular en su habla, como si construyera las frases con excesiva lentitud.

—Yo la conocí el mismo día que ella conoció a David, cuando quisieron matarla en la carretera. Su Fiat Punto casi me chafa contra un camión. Aceleré, mi moto me respondió y me libré por un pelo. Había visto su cara de terror por el rabillo del ojo. Estaba como paralizada y pensé que le había dado un ataque o algo así. Bajé la velocidad y como no me adelantó di la vuelta.

Miró por el retrovisor.

—Se había estampado por un terraplén y la encontré rodeada de pájaros. Tiraba sangre por la boca, estaba clavada a algo y me asusté mucho, mucho. Pero me miró tranquila, como si estuviéramos en una discoteca, de buen rollo ¡Creo que hasta me sonrió! Entonces creí que se estaba muriendo.

El móvil de Mats vibró en su bolsillo.

—Seguro que se pone bien.

Era un mensaje de Arthür.

Estaba pensando qué escribirte y recibo la noticia de que ya venís para acá. Os recogerán Yuri y Geneviève. Por si no me reconoces yo soy el empollón grandote de las gafas.

Bélanger sonrió a la doctora.

—Yo también me alegro… Peeero...

Hizo un gesto como dubitativo y giró la cabeza para tomar un desvío a un camino que se notaba poco transitado. Ahora seguían la polvareda que levantaba el Land Rover de Montillet.

—Os juro que este tiempo he sido... feliz… Olvidarme es algo que he buscado muchas veces. Desde que vi el primer cadáver he tratado de desaparecer y pasar del mundo pero los recuerdos no me dejaban en paz y siempre volvía al caso.

Hizo una curva muy pronunciada.

—Claro que si salimos de esta no olvidaremos... Ni quiero. Pero cuando esto termine de una vez tenemos que celebrarlo. Me pienso emborrachar y te sacaré a bailar, doctora.

Al final de un camino que serpenteaba entre el cañaveral la orilla de la marisma llegaron al lugar convenido.

Había una especie de playa de gravilla y los restos de un embarcadero al que habían amarrado la barca.

Allí esperaban Yuri y Geneiviève.