Partida Rol por web

Como suele sucederme cada vez que entro en algún lugar de estas características, el tiempo se detiene para mí. El parque de Montsouris casi parece un sitio donde los minutos, las horas e incluso los días transcurren de un modo distinto, donde el cambio de las sombras es casi imperceptible, y una nube de atemporalidad, de estasis, lo inunda todo. Es como tomarse un respiro de la vida, en el que ya nada importa, o al menos la relevancia de las cosas tiene un carácter menos inmediato, menos inflexible.

Y sin embargo, nada de eso me tranquiliza.

No puedo dejar de pensar en lo que sucedió aquí, algo que empezó quién sabe cuánto tiempo hace. Este es un lugar de muerte y de estasis. Tanto es así que me siento angustiado, atrapado, como si no tuviese capacidad de decisión y estuviese andando por un camino trazado por otro, con esa sensación de anticipación y presagio que solo ocurre en las pesadillas. Tengo la impresión de que, al asomarme a las aguas verdosas del estanque, vaya a encontrarme con el cadáver que ya fue rescatado hace cinco años. Hay cosas que me preocupan, cosas que no puedo señalar con el dedo de un modo preciso, pero que están ahí, arañando mi cerebro con insidia. Para empezar, ¿por qué la policía ha entorpecido todos los intentos serios por esclarecer este caso? La respuesta más sencilla es «porque están en el ajo», o por simples cuestiones de intereses o de política, pero, ¿realmente es tan sencillo corromper la rama principal de una organización como esa? Por otro lado, las organizaciones las crean y dirigen personas, individuos, que pueden aportar su granito de caos y manchar a quienes los rodean, lo sepan estos o no.

Otra cosa que se me ha pasado por la cabeza es que el ritual que se llevó a cabo en las aguas del estanque podría haber sido un conjuro de preservación. Tal vez la mujer muriese mucho antes de lo que pensamos, y el ritual no estuviese destinado a destruir las pruebas si estas eran descubiertas, sino a todo lo contrario: a conservar un estado concreto, quizá no solo en el propio cuerpo. Quizá esto afecte a más cosas. Si esa teoría fuese cierta, el hechizo se rompería al sacar el cuerpo del lago, y por ello se descompuso tan rápidamente. En un caso o en otro, ¿por qué hacerlo? ¿Cuál es el motivo último? Hemos sabido de asesinatos en grado de tentativa y consumados, secuestros, olvido forzado y dominio de la voluntad, pero, ¿con qué fin?

He estado hablando de estas y otras cosas con mis amigos de camino hasta aquí. Y ahora que hemos llegado, es hora de empezar a buscar. Pero, ¿cómo se buscan estas cosas? ¿Qué puede haber quedado después de cinco años? Al menos, Arthür y Sophie parecen tener alguna clase de poderes, por así decirlo, pero yo debo valerme únicamente de mis sentidos mundanos. Inspiro profundamente y camino hasta el borde del lago, no sin cierto temor.

¿Qué encontraremos aquí?

Las nubes, blancas y grises, encapotaron casi todo el cielo salvo pasillos azules que se abrían formando caminos de giros caprichosos, rectos y espirales.

Y todo ese laberinto se reflejaba en el lago, que parecía tener una profundidad inmensa, abismal. En efecto ese era un lugar de tiempo detenido, pero esa quietud resultaba, aquí, inquietante.

Llegaron hasta un puente de madera que conducía a una pequeña islita en el centro, dotada con un quiosco. De allí también venían los gritos de niños que jugaban.

Arthür miró a sus compañeros un poco sobrecogido y se adentró en el puente. El ambiente, casi onírico, se iba apoderando de sus sensaciones y por ello había dudado un momento antes de pisarlo, como si se tratara de un camino que no debía emprenderse porque sí. Quedar suspendido sobre el estanque le dio cierta sensación de vértigo, y allá abajo el espejo verde del agua reflejaba las nubes formando un dibujo intrincado que recordaba al trazado de un laberinto. El tiempo parecía detenido, como si el péndulo de un reloj se detuviera por su propia pesantez, de modo que no daba una sensación apacible. Le pareció como si el evento horrible que había tenido lugar allí hubiera dejado el lugar suspendido, impregnado de aquella sensación que, lejos de resultar sosegante, parecía atraparte.

Un laberinto… La imagen de las espirales le hizo pensar en los trazados de los laberintos clásicos y recordó el que se decía que había en el palacio de Cnosos, en Creta, isla en la que los soñadores tenían propiedades según lo que Mats había descubierto. La imagen de las antiguas monedas de Creta donde estaba representado el laberinto vino entonces a su memoria. Lo había visto muchas veces representado en un colgante que solía llevar Beatrice, su profesora de arte. Por un instante que se esforzó en superar, sus clases, sus compañeros, su vida en la universidad, pasó como un relámpago por sus pensamientos. Los acalló como pudo, perdiendo la mirada en el agua, angustiándose al imaginar, como aún no lo había hecho hasta ahora, lo que sería que todo recuerdo que alguna vez hayas tenido desaparezca. No la memoria de alguien a quien se han llevado, lo que ya le había parecido algo terrible. No sólo aquellos meses en que desapareció de niño y cuyos recuerdos ahora parecían querer volver a él, sino todo recuerdo de tu vida. Todos y cada uno de tus seres queridos. Todo.

Agarró con fuerza la barandilla del puente en un gesto reflejo con el que se aferraba al mundo temiendo, irracionalmente, que si tocaba aquel agua olvidaría a todos para siempre.

La sensación de intranquilidad va dando paso a la angustia a medida que nos acercamos a un puente de madera suspendido sobre las aguas muertas. Casi es como si un torbellino invisible se arremolinase justo en este lugar, convirtiéndolo en algo parado, frío. No sé por qué, me vienen a la mente mis ocasionales episodios de parálisis del sueño. Ahora mismo es como estar despierto y dormido al mismo tiempo, viendo los colores y oyendo los sonidos de la vigilia, pero sin que el sueño me permita escapar, moverme, respirar. Asomarme al lago me produce una sensación de miedo irracional, como si pudiese tirar de mí y arrastrarme a unas profundidades abisales, negras y primordiales en las que nadan cosas antiguas y terribles, ocultas a mis ojos. Siento las pulsaciones de mi corazón golpear mi cuello.

Entonces, Arthür se dirige hacia el puente y empieza a cruzarlo. Trago una bocanada de aire por la sorpresa, y me obligo a mí mismo a seguirlo. Un halo de peligro inminente flota en el agua, como si las fauces de Caribdis fuesen a aparecer de la nada. No voy a permitir que nada le ocurra a mi amigo. Apretando el paso hasta llegar a su altura, toco su brazo suavemente para que sepa que estoy con él, mirándolo con muda preocupación. Juntos nos inclinamos sobre lo que sea que haya ahí abajo, listos para mirarlo a los ojos y contemplar su monstruosa faz.

Desde que entraron en el parque, una guerra de sentimientos había dado comienzo en Sophie. Por un lado, aquellos lugares siempre le sumían en una tranquila paz interior de la cual había aprendido a disfrutar en sus años de Universidad. Los gritos y risas de los niños, el sonido de los pájaros, el viento agitando las ramas... Todo ello le inducía a cerrar los ojos, respirar el aire fresco, y dejar que su mente volase lejos. Pero...

Pero no en aquel lugar. No era que lo sintiera. Era que lo sabía. Tener la certeza de que en aquel preciso lugar se había llevado aquel crimen, donde habían acabado con aquella pobre chica sólo para sus fines le daban ganas de vomitar. Apretó con fuerza los pasadores de las ruedas de la silla, mientras la hacía rodar lentamente hacia el estanque.

Su mirada se perdió en las aguas verdosas, mientras las náuseas amenazaban con arruinar los pastelitos que había desayunado. Su natural empatía parecía haberse disparado al máximo, mientras su imaginación no paraba de recrear el horror que debió haber sufrido la pobre chica.

Junto a Mats y Arthür, comenzó a recorrer el puente, mientras las nubes dibujaban extrañas formas en el agua. ¿Un laberinto? Sophie recordó su sueño, en el que se sumergía en el estanque de un parque no tan distinto a aquel. Reprimiendo la mala sensación que sentía, trató de recrear aquel sueño en su mente, imaginando que se adentraba en el agua, fría, que poco a poco iba subiendo por sus piernas hasta la cintura mientras seguía caminando hacia el centro.

Mientras, sin prestar demasiada atención a lo demás, concentrada como estaba, seguía haciendo rodar la silla lentamente por el puente.

El frío recorrió la piel de Sophie y tuvo que hacer un verdadero esfuerzo para mover su silla. El cíclico ruido de las ruedas contra las tablas se oía mucho más cercano que el de los niños jugando, que casi parecía un recuerdo.

Y cuando estaban a medio camino de la isla pudo ver, hundida en el lago, a unos tres metros de ellos y apenas a un par de profundidad, lo que le pareció la silueta alguien.

El corazón le empezó a latir desbocadamente. Sophie detuvo de golpe su silla a medio camino de la isla y se acercó al borde del puente, mirando fijamente el agua.

Por favor, que sea una visión, que sea una visión, que sea una visión...

-Arthür, Mats. Veo una silueta allí, debajo del agua -les indicó, con voz angustiada, señalando un punto lejano, a unos tres metros de ellos y a unos dos de profundidad. -¿Vosotros la veis?

Tardaron en verla pero allí estaba, bajo el reflejo azul de un camino en el laberinto reflejado, a poca profundidad. Lo primero que atisbaron Arthür y Mats fue su larga mata de pelo flotando sumergida, muy cerca de la superficie. La melena estaba tan quieta y abierta -como si cada cabello por su cuenta buscara lentamente la superficie- que bien se podía confundir con algún tipo de vegetación. Luego se intuía la forma de una persona adulta, quizá delgada, cuya piel golpeada por el sol que se abría paso entre las nubes brillaba con un color carne blanquecino intenso al que el agua, de tan transparente que era, no teñía en absoluto de verde o marrón.

Los ladridos de un perro trajeron los gritos de los niños de vuelta y el ruido del parque se hizo más patente.

Aún inmerso en la sensación de ensoñación, Arthür escuchó las palabras de Sophie. Pareciera como si el sentido de éstas hubiera tardado en llegar hasta él un par de segundos pero el tono de inquietud de su voz se le contagió inmediatamente. Horrorizado ante el sentido real que tenía la palabra «silueta» siguió con la mirada las indicaciones de Sophie, mientras a su mente volvieron los pensamientos como un torrente, como si hubiera despertado de pronto: ¡¿otro cadáver?! Habían pasado cinco años y tal vez lo necesitaban allí para, como había dicho Mats, dejar algo «conservado en un estado concreto», de modo que habían podido repetir el ritual... ¿Podría ser ella? «no, por favor, que no sea la pequeña, que no sea la pequeña». El cuerpo que atisbó le pareció adulto pero menudo, delgado, de modo que bien podría ser una adolescente y tal vez la pequeña Montillet. O sino otra chica inocente... Otra chica... El estómago le dio un vuelco de pronto y se sintió mareado. Se dio cuenta entonces que no había respondido a Sophie: la miró y después a Mats con los ojos muy abiertos y el rostro muy pálido, asintiendo horrorizado y aturdido.

De repente, Sophie nos pone los pelos de punta al advertirnos de que está viendo una silueta bajo el agua. Temiéndome lo peor, vuelvo a examinar la verdosa superficie. Al principio no veo nada, y me pregunto si acaso mi amiga no estará teniendo alguna clase de visión. Pero entonces, una sombra bajo la imposiblemente inmóvil faz de la laguna me avisa de que ahí hay algo…

¿Cabellos?

—No —se me escapa, en una voz temblorosa—. No, no, no…

¿Qué espanto es este? ¿Esos asesinos han vuelto a repetir lo que ya hicieron hace cinco años? ¿Justo ahora? ¿O cuándo? Porque por lo que sabemos, ese cadáver blanquecino que ya empieza a adivinarse desde donde estamos podría llevar ahí quién sabe cuánto tiempo. Absolutamente horrorizado, miro a Arthür y a Sophie, buscando confirmación de que esto es solo un espejismo. Pero por sus miradas, sé que no lo es.

—¡Hijos de puta! —exclamo, empezando a correr por el puente con la intención de llegar hasta la orilla. «La historia se repite». Me quito la cazadora a toda velocidad y estoy a punto de lanzarme al agua, pero algo me detiene en el último momento. Si volvemos a actuar como ya se actuó entonces, volverá a pasar lo mismo. La policía llegará, y volverá a llenarlo todo de mierda. «Piensa, Mats, piensa…». La razón se abre paso entre la estupefacción, y acierto a sacar mi móvil y tomar unas cuantas fotografías del cadáver suspendido en el lago artificial; si esta investigación sufre los mismos obstáculos que ya la frustraron hace un lustro, voy a necesitar todo lo que pueda conseguir para obtener la ayuda de Govier. Luego, tras esconder mi teléfono en unos matorrales, me arrojo al estanque.

El agua sabe a vegetación rancia y a putrefacción. Está a punto de darme una arcada. De repente me siento como si estuviese flotando indefenso en una inmensa masa de agua sin fondo, y algo estuviese tirando de mí hacia abajo. Debo imponerme. Sacando la cabeza del agua y sacudiéndola hacia atrás para apartarme el pelo de la cara, empiezo a nadar en dirección a donde hemos visto el cuerpo. Mis músculos están agarrotados por el frío del agua y por el repentino esfuerzo, pero logro ir avanzando.

Aún sigo con la esperanza de que todo haya sido una alucinación…

https://www.youtube.com/watch?v=FGZCgu05NCs

*por algún motivo no me deja incrustrar el video :( *

Los ojos le ardían a Sophie mientras Mats corría por el puente y se dio cuenta de que los tenía empañados por las lágrimas. Sus nudillos estaban blancos de tanto apretar el resposabrazos de la silla. La frustración, la rabia y el odio habían hecho presa en ella.

Otra vez. ¿Por qué? ¿Por qué, por qué, por qué? No es justo.

No era justo. No era justo que pudieran acabar con quien quisieran, hacer todo aquello a su antojo, sin que nadie les parase los pies. Sin que nadie se enterase siquiera. No. Aquello tenía que acabar. En aquel momento, mientras Mats se quitaba la cazadora, Sophie se juró a sí misma que no descansaría hasta averiguar el por qué de todo aquello y vengar todas aquellas vidas arrebatadas. La de la primera muchacha. La de aquella otra. La de Montillet, la doctora, su hija. La suya propia. Quién sabe cuántas más. Debían pagar por lo que estaban haciendo.

"-Puedes hacerlo, Sophie, puedes hacerlo."

No estaba segura de quién era aquella voz que sonaba en su cabeza, y ni siquiera se paró a pensar en ello. Una única idea arrastraba todas las demás en su mente, como una marea arrolladora. Averiguar la verdad. Encontrarles. Hacerles sentir el miedo que tantas veces habían provocado.

Con lentitud, pero férrea determinación, Sophie se levantó de la silla, que se alejó unos centímetros de ella a su espalda. Despacio, cojeando ligeramente, caminó los escasos pasos que le separaban de la baranda del puente. Oyó un chapuzón a lo lejos, Mats se había tirado al agua. De nada serviría sacar otro cadáver en descomposición que arrojase más preguntas que respuestas. Debían saber qué había pasado exactamente allí.

"-Nada se pierde. Nada se olvida."

Sus manos alcanzaron la madera de la barandilla del puente y sus dedos recorrieron su veteado, sintiendo cada surco, cada rugosidad, cada pequeña astilla. Su mirada se clavó, furibunda, en el punto donde aquella forma humana descansaba en su castigo final. El aire secó las lágrimas de sus mejillas mientras su corta melena se agitaba, como queriendo arrastrarla, volando, lejos de allí.

"Sólo quedan inundados por las aguas del olvido, pero están ahí, en las profundidades."

Cerró los ojos con fuerza. Dejó de escuchar los niños. Dejó de sentir la madera. Dejó de notar el aire. La única imagen que dejó llegar a su mente era la de aquel cuerpo, en las verdosas aguas. Nunca había estado tan segura de algo. En aquel momento, Sophie dejó de temer aquel misterioso don que le había sido otorgado. Sus enemigos no sentirían miedo de usarlo contra ella. Ella tampoco debía hacerlo.

Quiero saber. Quiero ver. Quiero sentir. Qué ocurrió. Quién lo hizo. Cuándo. Por qué. El puente fue testigo. El agua fue testigo. Los árboles, los pájaros y las rocas de la orilla fueron testigos. No os perdéis. No olvidáis. Mostrádmelo. Mostradme qué ocurrió en este lugar.

Arthür se sorprendió muchísimo al ver que Mats se lanzaba al agua. ¿Qué pretendía hacer? Bajó del puente a toda prisa dejando allí sola a Sophie y desde la orilla le gritó a su amigo que no se acercara más. No deseaba gritar con testigos, pero, ¿qué iba a hacer? No le habían dejado opción. La policía no debía venir, no cualquier policía o volvería a pasar lo mismo que cinco años antes. Nadie buscaría quién era la chica, el cuerpo se descompondría, ocultarían las pruebas... Debían dejarlo todo como estaba y llamar a Govier. Si nadie había visto el cadáver antes que Sophie, no lo verían tampoco ahora a no ser que ellos lo pusieran de manifiesto:

—¡Mats!, ¡vuelve, por favor! ¡Hay que hablar con Govier y sólo con Govier o todo esto volverá a ser en vano y se saldrán con la suya! ¡Por Dios, no la toques!

No supo si su amigo le había oído o su rabia era tal que aunque lo hiciera no comprendería sus razones.
 

Apretó fuerte la barandilla y las imágenes no le vinieron. Allí no había pájaros y el lago callaba.

Supo que despierta, respirando el aire puro del parque en la seguridad del puente, no recordaría. Además, para poder hacerlo echaba en falta ese vértigo abisal que tuvo en su sueño, esa quietud mórbida de la anoxia. Allí, en la superficie, Sophie no era un ser de las profundidades y por lo tanto, no le correspondía ese lugar privielgiado en el que poder ver lo olvidado.

A mitad de camino, entre el ruido de los chapoteos y el agua en mis oídos, oigo a Arthür gritándome. Tardo unos segundos en reaccionar, pero finalmente me detengo. Me paso una mano por la cara, intentando apartar el agua que nubla mi vista. Tiene toda la razón. A fin de cuentas, es poco probable que hayan dejado el cadáver aquí hoy, y si ha pasado desapercibido hasta ahora, es probable que tampoco lo encuentren hasta que hayamos tenido la oportunidad de contactar con Govier. Si lo sacamos del agua, todo será igual que entonces.

Dando media vuelta, regreso hasta la orilla. La cabeza me da vueltas, y nada más tocar tierra, gateo unos cuantos pasos hasta que la angustia se vuelve demasiado fuerte, haciéndome expulsar el contenido de mi estómago. Empapado, me recuesto sobre un costado, procurando no hacerlo sobre el vómito fresco. Jadeando, señalo los matorrales en los que hace un momento he ocultado mi teléfono.

—Mi móvil está ahí… —digo entrecortadamente.

El chico sintió un gran alivio cuando vio a Mats nadando de regreso hacia la orilla. Comprendía a su amigo, desde luego. Que la historia se hubiera repetido era algo que no habían imaginado, y toparse de nuevo con un sacrificio, quién sabe si tras una tortura de años como había ocurrido con la chica anterior, era más de lo que los ánimos de todos podían soportar. Se juró no dejar que ambas cayeran en el olvido; debían averiguar quiénes eran y evitar a toda costa que alguien más pudiera morir allí. Había que encontrar a la pequeña y avisar a Ada Bytnar. Como fuera. ¿Qué había que perder haciéndole llegar algún mensaje si Vendela ya sabía quién eran todos ellos, enemigos declarados?

Hizo un ademán para acercarse a Mats pero vio que necesitaba su espacio, descompuesto como se encontraba con todo motivo. Respondiendo a su petición por el móvil, Arthür fue en su busca y tomando también la chaqueta, dejó al lado de su amigo ambas cosas. Se acuclilló junto a él y puso la mano sobre su brazo, apretándole, tratando de devolverle algo de fuerzas. Habló con toda la decisión de que fue capaz:

— Vamos a atraparlos y Govier es nuestra mejor arma ahora mismo. Esta mañana sin más tardanza contactaremos con él si es posible. Esta vez no van a poder hacer desaparecer nada... No se lo vamos a permitir.

Levantó la mirada para ver a Sophie quien parecía muy concentrada, en pie, sujeta a la barandilla del puente, con la mirada ensimismada y el rostro muy serio, con un gesto que a Arthür le pareció una mezcla de horror y determinación. Temió de pronto por ella: ¿estaría viendo algo? ¡¿Se vería arrastrada también al agua?! Parecía más allá que aquí.

—Voy por Sophie —dijo a Mats con tono de urgencia. Incorporándose de su lado volvió al puente dando una carrera.

Sophie volvió a abrir los ojos, y notó cómo las lágrimas caían por sus mejillas. De pronto se sintió débil y vulnerable, y retrocedió tambaleante los pasos que le separaban de la silla, para volverse a sentar, derrotada. No lo había conseguido. No era tan fuerte. No servía para nada, allí, postrada en aquella maldita silla. Había tenido fe ciega en que, aquel extraño don que parecía tener, le acompañaría, le serviría de arma contra Vendela y sus monstruos, pero solo era una inválida con sueños de noche. No era de ninguna utilidad durante el día.

Cabizbaja, se secó cómo pudo las lágrimas al ver que Arthür se acercaba a ella.

-Lo siento. No... no veo nada. No puedo hacer nada. Vamos con Mats.

Su voz sonaba débil y triste, mientras esquivaba la mirada del chico, avergonzada de su propia inutilidad. Dejó que empujara la silla hacia Mats y, cuando se lo dijeron, estuvo de acuerdo en que deberían avisar a Govier.

Al subir el puente Arthür frenó su carrera viendo que Sophie se alejaba de la barandilla, tambaleante, y se dejaba caer en la silla. Estaba llorando. Se la veía sin fuerzas de pronto, con un desánimo que no había mostrado aún a pesar de todo lo sucedido hasta ahora. Parecía un pajarillo herido. Eso le preocupó mucho, pero es que aquello había sido demasiado. El chico se acercó con más calma, dejándole algo de tiempo al ver que limpiaba sus lágrimas, y al llegar a su lado se acuclilló frente a ella. Era totalmente imposible que pudiera ocultar su llanto.

—¿Cómo que no ves nada? —habló lo más serenamente que fue capaz— La has encontrado y dudo que nadie más pudiera haberlo hecho. Estoy seguro que estaba oculta, como la otra chica. Esta vez no les permitiremos encubrir nada. Si no fuera por ti volverían a salirse con la suya.

Al ver que la chica esquivaba su mirada no quiso seguir hablando. Habría querido darle un beso en la cabeza, pero no se atrevió a hacer ningún gesto temiendo importunarla. Necesitaba su tiempo para asimilar lo que acababan de encontrar. Todos lo necesitaban. Colocándose detrás de la silla bajaron juntos el puente a su encuentro con Mats.

Cuando mis amigos llegan hasta donde estoy, yo ya me he levantado del suelo, mirando a mi alrededor para asegurarme de que nadie haya visto mi inesperado chapuzón, o al menos de que no llamen a las autoridades por mi aparente acto de vandalismo. Mis dedos pasan nerviosamente de una foto a la siguiente, para comprobar que en ellas se distinga claramente la forma del cadáver en el agua. Mi intensa concentración se rompe cuando veo a Sophie acercarse en su silla… llorando. Una furia inmensa remplaza al horror que había sentido hasta este momento. Esos cabrones no tienen ningún derecho a hacer esto, a jugar con las vidas de las personas como si fueran sus marionetas, sea cual sea el motivo. Y si la policía está en el ajo y no se puede contar con ella, lo arreglaremos a nuestra manera.

Sus crímenes no pueden quedar impunes.

—Alejémonos de aquí —susurro a Arthür y a Sophie—. Si el cadáver no ha llamado la atención hasta ahora, no conviene que nosotros lo hagamos. Voy a intentar ponerme en contacto con Govier.

Mis ojos empiezan a repasar velozmente uno de los listados telefónicos de actualización automática que suelo tener disponibles para cuando necesito encontrar algún número de teléfono. Mientras lo hago, un pensamiento repentino y terrible cruza mi mente. Mis ojos se vuelven nuevamente hacia el estanque.

¿Podría tratarse de Ada Bytnar?