Partida Rol por web

Kane mantuvo su silenciosa seriedad mientras contemplaba el devenir de los acontecimientos. Escuchó las reflexiones de Macbeth recordando vagamente lo que aprendiera sobre Europa, un lugar ya lejano de por si, pero con el fin del mundo en ciernes casi le sonaba a fábula antigua. Cuando Clementine activó el mecanismo, Kane tensó un tanto los músculos y respiró profundamente.

—Bajaré primero —anunció dirigiéndose principalmente a Clem, aunque echando una mirada fugaz a Daniel y a Axel que parecían predispuestos a hacerlo también.

El pistolero no esperaba que hubiera nadie ahí abajo, no lo había la última vez, pero descendió cauto con la mano reposando en el mango de Raguel y otra mano por delante para marcar una distancia de seguridad por si alguien esperaba en el subterráneo. Los pasos de Kane eran firmes, poco discretos, pero continuos. 

Las observaciones de Macbeth sobre los relieves tallados en el altar hicieron que Cassandra se diese una bofetada mental, las imágenes de la cripta secreta habían llamado tanto su atención que se había olvidado de ese detalle y quizás de muchos otros. Tomó nota de esos datos para incorporarlos en sus búsquedas y se puso a pensar si recordaba algo al respecto, debido a eso se perdió gran parte del resto del debate sobre quién bajaba primero, aunque tampoco tenía nada que decir al respecto.

Se dió cuenta que si quería tener todos los datos que el antiguo profesor dijera debería escucharlos de primera mano.

Sus dientes mordieron la cara interna de su mejilla izquierda mientras veía como una cabeza tras otra desaparecían en la oscuridad de la trampilla, su mente debatiendo en si seguirlos o quedarse como había pensado antes. Al final tomó la decisión que quedaba en medio, esperaría a que todos bajasen y luego ya iría ella.

La risa de Morgana hizo que Trish ampliase su sonrisa. Se encogió de hombros cuando ella habló, como dándole margen a que pensase lo que quisiera. Dedicó una sonrisa amplia a Axel, pero contestó a la militar.

—Es que hay más espíritus que vivos —aseguró—. Y de todas formas, al final se acaban deshaciendo en ectoplasma verde. —Antes de decir nada más Trish hizo un gesto con la cabeza—. Lo sabe todo el mundo.

Después de decir eso dio unos pasos hacia el altar. 

Al escuchar hablar a Macbeth Trish se alegró de que los hubiera acompañado. Realmente no llegaba a decir nada como una certeza, pero estaba claro que sabía más que ellos. Sin embargo, una espina sí se le clavó a ella al oír lo de que consultaría aquello al pensar en a quién se lo consultaría, y la vida secreta que Nick había guardado a sus espaldas.

Pero el desánimo no iba a hacer mella en la muchacha aquel día. Suspiró, se esforzó en sonreír, y siguió caminando hacia el altar. Antes de esperar su turno para descender, se giró hacia el portorriqueño.

—Abajo no hay fantasmas —afirmó—. Hay algo mucho peor. Cuando más te acercas a la recompensa, peores son las trampas.

Cass escuchó lo que decía Macbeth, pero no le convenció demasiado. Estaba segura de que el hombre se equivocaba, eso de la rosa tenía que ser algo pagano. Le pareció recordar que había leído algo así sobre unas piedras de sacrificios de la cultura inca, con unos grabados como ese. Sí, cuanto más lo pensaba, más se convencía de que aquella simbología era sudamericana.

El grupo descendió por las escaleras hasta que sus cabezas estuvieron ocultas bajo el suelo. Con Morgana y su linterna en el piso de arriba iban a oscuras, sin poder ver dónde pisaban, así que tuvieron que ir a tientas. La escalera no era muy larga, no más de lo que podría ser la del sótano de cualquier casa unifamiliar, así que no tardaron en llegar abajo. 

Antes de que alguien se descalabrase por bajar a oscuras, Macbeth sacó una linterna y la encendió apuntando hacia abajo para dar luz a los que iban por delante de él. 

El subterráneo estaba excavado directamente en la tierra, con el suelo y las paredes irregulares, rugosas y húmedas. Era un espacio amplio, del tamaño de la sala común del Major Morris, y lo único que el haz de luz iluminaró en él fue una especie de arco semicircular en la pared del fondo, que parecía ser o simular una puerta. Era de piedra y tenía el aspecto de ser muy antigua y muy pesada. En su superficie se podían ver grabados con los mismos motivos que habían visto en el altar, las rosas de largos tallos espinosos y, dibujando un semicírculo en la parte superior había algo escrito, unas inscripciones en un idioma desconocido para ellos.

Lo que no había a la vista por ningún lado era un modo de abrir la puerta. Ningún pomo, picaporte o cerradura, tan sólo la superficie áspera de la piedra. 

Cuando la luz de su linterna repasó los bordes del arco a Macbeth se le escapó un silbido por lo bajo. Se acercó para tocar la pared con la punta de los dedos, con cierta reverencia en su gesto, y luego iluminó los símbolos de arriba, pasando la luz despacio por ellos uno a uno.

Mientras tanto, Bentley había bajado las escaleras pegado a las piernas de Clementine, pero al ver que Cass y Morgana se quedaban atrás se puso aún más nervioso. Se separó de su humana favorita para volver sobre sus pasos y subir las escaleras. Lanzó un pequeño ladrido a las dos mujeres rezagadas, inquieto al dejar atrás parte de lo que él consideraba su rebaño. 

Uno por uno todos los demás fueron descendiendo por las escaleras hasta que sus cabezas desaparecieron bajo el suelo. La buscadora y la exmarine se habían quedado solas. La iglesia se quedó tranquila, no había ningún ruido, ni tenía pinta en realidad de que nadie pasara normalmente por allí.

Bentley asomó la cabeza por el hueco a poco de haber bajado y les soltó un pequeño ladrido. Estaba nervioso y parecía disgustarle que se le separase el rebaño.

Vigiló el descenso de sus camaradas. De sus compañeros del Morris. ¿De sus amigos? No, no lo eran. Quizá unos pocos sí. Tal vez había perdido la amistad con alguna de las chicas. No hay verdadera amistad, Morga. No te engañes. 

Iluminó las escaleras mientras bajaban. Desaparecieron en la penumbra, tragados por la oscuridad y el, cada vez menos, polvo viejo en suspenso. 

Le sacó la lengua a Bentley- Vamos, soldado, no seas un puto marica. ¿Me tienes que llevar siempre pegada a tu hocico? Deja de ladrar o te daré un mordisco. Si quieres quédate aquí. Ven, Pulgoso. -Morgana lanzó una carcajada por su chiste. Se mordió el labio superior, observó a Cass con cara de perplejidad, y se encendió la mitad de un cigarrillo, mirando hacia la entrada de la iglesia. El humo del tabaco se confundió con el vaho de su respiración.

-¿Tampoco bajas? Las dos jefas del Centro. No me jodas -ironizó. 

Cassandra esperó un poco después de que el último componente del grupo desapareciera, lo dicho por Macbeth le sonaba totalmente fuera de contexto pero como siempre no quiso rechazar nada sin comprobarlo bien antes, y entonces Bentley asomó el hocico, como volviendo a por ellas. La contestación que la ex militar le dio al can hizo que sonriera y así la encontró la morena cuando se dirigió a ella.

—Más quisieras... —la réplica salió de sus labios sin filtro ninguno, continuando la broma, pero de inmediato negó con la cabeza poniéndose un poco más seria y fue al tema por el que se había quedado atrás —Quería decirte que puede que por fin haya encontrado algo de lo que me pediste, son varias las personas que hablan de una criatura gigante y deforme, hay alguien que la llama «Ogro» y parece habitar una casa abandonada en Nueva Jersey. De momento es todo, pero es un hilo del que tirar.

La buscadora estaba contenta de haber podido encontrar algo, de que su esfuerzo se viese recompensado y de no defraudar la confianza que Morgana había puesto en ella.

A Morgana le gustaba cuando Cass se soltaba y dejaba salir de su interior las réplicas sin pensarlo dos veces. Natural. Alzó una ceja mirándola con aire divertido. De alguna manera que no lograba entender o encajar,  la Buscadora le seguía atrayendo, a pesar del conflicto turbio entre las dos. En  aquellos momentos en los que se encontraba a solas con ella, ahora, o en su guarida del ordenador.

Escuchó su información. Estrechó la mirada. Nueva Jersey. Un gigante en una casa abandonada. Hum.

-Suena a cuento infantil –señaló, sin demasiada confianza. Tal vez era solo un tipo muy alto, con alguna deformidad y ya. Es lo que tienen los rumores.-Menos es nada. Gracias. Sigue en ello.

Le dio una calada al medio cigarrillo-Por favor –añadió, en una inusitada petición de la militar.

Extrajo la pistola de la funda, comprobó el cargador, el mecanismo de disparo. ¿Una excursión a Nueva Jersey? Ahora no parecía conveniente. Necesitaba más información–Y de los putos símbolos, ¿alguna cosa?

Guardó el arma. –¿Te quedas o bajarás con los demás? Si lo haces, no uses tu sangre esta vez. Es un recurso valioso –bromeó torciendo la sonrisa.

—Ya...—fue la contestación a las primeras palabras de la ex militar.

Luego escuchó el resto y no pudo evitar que una sonrisa revolotease en su interior, «gracias» y «por favor» saliendo de los labios de Morgana en sendas frases seguidas era algo para celebrar, se notaba que de verdad estaba haciendo un esfuerzo por ser menos borde.

—Los símbolos es mucho más difícil. No puedo poner una foto para que sepan de qué estoy hablando, ni siquiera un dibujo, sólo tengo las palabras para describirlos y si no hay imaginación al otro lado para llevarlas al plano —se encogió de hombros dando a entender que ahí ella poco podía hacer.

Sus ojos habían seguido los movimientos de las manos mientras trasteaban con el arma y, cuando acabó, subieron hasta su rostro a tiempo de ver esa sonrisa torcida que tanto podía ser de complicidad como de desprecio. En esta ocasión no había duda de su objetivo, el tono jocoso se le contagió a la buscadora y soltó una carcajada antes de responder.

—¡Uy sí! ni que fuese cero negativo. Bajaré, alguien tiene que vigilar ahí abajo, además seguro que los comentarios de Macbeth son interesantes y prefiero que no me lleguen a través de ningún filtro.

Dio unos pasos hacia el altar abierto, cuando llegó al borde se paró y miró a la mujer que se quedaba atrás, no le gustaba que se quedase sola pero tenía razón en que bajar todos era peor, además no se le ocurría nadie mejor que ella para cubrirles las espaldas.

—No sé cuánto tardaremos, si veo que se alarga intentaré que alguien vaya subiendo para informar, cualquier cosa... —lo que iba a decir se le quedó atorado en la garganta pues no sabía si desde dentro de aquella sala rara tendrían comunicación con el exterior y podrían oír un grito de advertencia, o darlo, por si acaso lo deberían probar antes de entrar todos —seguro que sabes qué hacer.

Con una última sonrisa y un gesto de despedida de la mano empezó a bajar por esa escalera de piedra, si nada hacía que se detuviera bajaría hasta abajo para ver como llevaban la lectura de lo que ponía en la pared y la apertura de la cámara secreta.

Trish bajó las escaleras despacio, dejando que otros pasasen delante de ella y observándolo todo con los ojos bien abiertos. Había estado allí antes y la sorpresa inicial no sería la misma, pero no por ello dejaba de parecerle un lugar increíble.

Al descender y reconocer el arco se adelantó algunos pasos, poniendo su mirada sobre aquellos símbolos.

—No llegamos a saber qué decía ahí —aseguró antes de apoyar la mano en la piedra que contenía el propio arco—. Pero Cass se cortó la mano, la puso aquí, y se abrió.

Aunque ya lo había probado la otra vez, volvió a examinar aquella especie de puerta, buscando qué era lo que la hacía abrirse de esa manera. Luego miró a los otros.

—¿Algún voluntario?

Clementine se adelantó, de igual manera, con la sensación de que algo ominoso, algo superior a ella misma, pesaba sobre sus hombros. Agradeció la luz proyectada por la linterna de Macbeth, y avanzó con cautela. Observó de nuevo aquellos símbolos, y acercó también la mano, temblorosa. 

El ladrido de Bentley la hizo dar un leve respingo, demostrando al producirse que se encontraba tensa, ansiosa. Respiró hondo, aunque aquello provocó que tosiese un par de veces, debido al polvo y a la humedad. 

Miró hacia Trish, a su lado, y asintió- El Señor es mi Pastor... Nada me falta. Aunque ande en valle de sombra de muerte, no temeré mal alguno...-murmuró, para si, tornándose su expresión más decidida, y su pulso menos titubeante. Sacó de entre sus cosas la navaja multiusos que solía llevar consigo- Yo lo haré.-dijo, sin más, asumiendo la responsabilidad de aquel acto, antes de disponerse a practicar un corte superficial sobre su mano. 

Adelante. - sonrió, para luego pensar en voz alta - «Así no me escocoto»

Sin hacerse problema, Axel dejó pasar a Kane apartándose a un lado e incluso le señaló el camino con un gesto teatral de su mano. Entre otras cosas, el violinista estaba encantado de no tener que ser él quien se encontrara de frente con una mala sorpresa abajo, si la había. Aunque, siendo justos, con lo polvoriento que estaba todo las probabilidades de eso parecían muy bajas.

Ante el apunte de Trish sobre las crecientes dificultades que se encontrarían en una aventura como aquella, Axel sonrió de medio lado - Entonces sí que hay fantasmas. El de mi abuela enfadada porque la interrumpamos en misa, seguramente. - pensó divertido, adolorido de solo recordar los azotes que le había propinado la señora cuando era pequeño por molestarla mientras hablaba con el Padre y otros feligreses.

Y se hizo la Luz - comentó Axel cuando el mayor de los presentes los iluminó con la linterna, imposibilitado de resistirse al chiste fácil que era aquel cuando estaban explorando justamente bajo una iglesia - ¿Que haríamos sin ti, Macbeth? - dijo en agradecimiento al hombre, que además de erudito les salvaba el culo con esos detalles, porque él ciertamente no había traído una linterna. Y, viendo el panorama y la excusa de túnel que había luego de las escaleras, la fuente de luz era a cada minuto más necesaria.

Con el ceño fruncido, examinó el paisaje que se encontraban. La curiosa prueba con cerradura a base de sangre, las escrituras que Macbeth iluminaba, el aura de misticismo y película de terror que le rodeaba. Casi podía ver a alguien mirándolo en su televisión, gritándoles que se vayan de ahí y que quién haría eso en la vida real, o tratándolos de estúpidos. Nunca se había sentido tan en sintonía con un protagonista de película de terror como ahora.

Contento de no ser él quien se cortara la mano, porque ciertamente no lo haría - ¿estamos locos? ¿como se suponía que tocara violín con una mano mala? - aguardó impaciente a la función principal: lo que encontrarían del otro lado de aquella puerta. El mural.

Daniel se encogió de hombros cuando Kane decidió que sería el primero en seguir adelante. Entendía por qué lo hacía aunque dudaba que hubiera peligro alguno en aquel descenso. Quizá encubría bajo su fachada protectora el mismo deseo que él albergaba de ser la proa de aquel pequeño barco.

Cuando llegó su turno, empezó a bajar los escalones, poniendo las manos en la pared conforme se iba adentrando en la pronfudidad y en la oscuridad. Sintió la humedad en las palmas y cuando finalmente la linterna de Macbeth iluminó el lugar, tuvo que esperar unos instantes a que sus pupilas se hicieran al lugar.

Un leve murmullo de admiración brotó de entre sus labios al contemplar el arco de piedra y recorrer con la vista aquella extraña escritura.

-¿Qué es esto, Macbeth? -preguntó. Si alguien podía tener respuestas, ese era él.

Macbeth pestañeó al escuchar la voz de Trish explicando lo que habían hecho la vez anterior. Apartó la mirada del arco muy lentamente, como si le costase un verdadero esfuerzo prestarles atención a ellos y no al descubrimiento que tenían ante las narices, y cuando Daniel le preguntó directamente, el hombre negó con la cabeza. 

—No tengo ni idea, muchacho. Estoy deseando ver lo siguiente tanto como tú. 

Su mirada se tornó preocupada cuando sus ojos cayeron sobre Clementine y su determinación de ser ella quien se cortase la mano, pero no trató de detenerla. 

—Ten cuidado, no cortes muy profundo.

Daniel no conocía aquel lenguaje, nunca se había encontrado con nada parecido a esos símbolos que coronaban el arco de piedra, de eso estaba bastante seguro. Sin embargo, algo le decía que eran muy antiguos, que toda aquella excavación subterránea lo era. Tal vez más antigua que la iglesia que la protegía. Pero esos símbolos... ¿letras? O palabras quizás. Tenían algo, algo que erizaba el vello de su nuca con un cosquilleo, algo salvaje, preternatural. Algo que resonaba de algún modo con esa sensación que lo invadía en las escasas ocasiones en que había despertado su don. Era como si, de algún modo, esos dibujos naciesen del mismo lugar. Como si aquel lenguaje tuviese un origen, incluso, más antiguo que la humanidad. 

Clementine cortó su mano y la sangre empezó a brotar despacio. En ese momento Cassandra descendía las escaleras y, con un ladrido hacia fuera, Bentley la seguía de cerca. El perro emitió un gañido y se fue directo hacia Clementine, intentando alcanzar con el hocico su mano herida. 

La joven posó su mano con delicadeza sobre la superficie de la piedra, donde Trish había indicado que lo había hecho Cass en su visita anterior. 

Al principio no pasó nada. Un quejido de protesta de Bentley sonó en el silencio de aquel subterráneo. Después un segundo. Dos. La sangre que brotaba de la mano de Clem empezó a deslizarse por la superficie de la piedra, siguiendo finos regueros que formaban una especie de red. Como capilares. Pasó otro segundo. Y luego otro más. 

Fue la predicadora la primera en notar que algo estaba empezando a pasar. El vello de su brazo se erizó, como si el contacto de la piedra hubiera cargado su piel de electricidad estática. Luego lo notaron también todos los demás. El suelo estaba empezando a vibrar.

Las inscripciones sobre el arco comenzaron a emitir una especie de zumbido, pero no era un sonido eléctrico, ni mecánico. Había algo disonante en él. Lo más parecido que podían recrear era el caos acústico de un enjambre de insectos. Parecía un sonido orgánico y, al mismo tiempo, no lo era. El aire mismo empezó a crepitar alrededor de ellos, la sensación ominosa de estar a punto de descubrir algo revoloteó en sus tripas. La estancia parecía estar cargándose de algún tipo de energía, podían sentirla, pero no verla.

Un chasquido en el interior de las linterna de Macbeth y de repente dejó de funcionar, dejándolos a oscuras. Y entonces los extraños símbolos empezaron a refulgir con una luz iridiscente que brotaba de ellos mismos. Era una luz blanca y limpia, suave, difusa. 

Clem notó cómo la piedra se esfumaba bajo su mano. Bajo el arco ahora había un hueco y, al otro lado, se abría una estancia iluminada por esa misma luz blanca y tenue que emanaba de la inscripción. Una estancia tan amplia que desde donde estaban no alcanzaban a ver su final.

La vibración del suelo empezaba a ralentizarse, pero no llegaba a detenerse, se quedó ahí, de fondo, como un runrún continuo que recordaba al rumor irregular de un riachuelo salvaje. Todos sintieron una misma sensación cálida que parecía estar invitándolas a pasar, como si algo en el universo creyese que necesitaban un ligero empujón para estar donde debían estar.

De la garganta de Macbeth salió un gruñido y el hombre cayó de rodillas, tapándose los ojos con las manos. Parecía que esa luz que a ellos los invitaba a seguir, a él lo dañaba de algún modo.

—¡Mis ojos! No veo nada —dijo, con voz angustiada—. No puedo ver nada. ¿Clem? ¿Chicos? ¿Estáis ahí? 

El perro parecía satisfecho de que su ladrido hubiera conseguido que Cassandra se reuniese con el resto de su rebaño. Sin embargo, Morga permanecía arriba y Bentley todavía le ladró una vez más antes de seguir a la buscadora y bajar las escaleras con los demás. 

Se hizo el silencio en la iglesia. Apenas le llegaba algún murmullo lejano de las voces de los que hablaban ahí abajo. Pasaron algunos segundos de calma. Y entonces lo sintió. Esa vibración que ya conocía se transmitía a través de la piedra del suelo, podía notarla, erizando el vello de su nuca. Supo que abajo habían abierto la puerta, como lo habían hecho ellas la otra vez. 

Entonces una voz se alzó en un grito. Reconoció a Macbeth en ella, algo parecía sucederle al hombre que les había acompañado.