Partida Rol por web

Tras pronunciar la última sílaba del Leg Magiem, la mano de Asterope notó cómo la varita acumulaba un montón de energía en su interior. Todo esto ocurrió en cuestión de un milisegundo pero, de haber tenido más tiempo para pensar en esa energía, la niña habría imaginado que estaba a punto de lanzar el hechizo más poderoso de su corta vida como bruja. No obstante, antes de que pudiera, llegó también un estruendo que vació el palo de madera de cualquier resto mágico.

De forma totalmente inesperada, la varita le había estallado en la cara. El cerebro de Asterope sufrió un cortocircuito. Durante los primeros momentos, no consiguió procesar lo que había ocurrido. Su mente petrificada fue volviendo a la vida poco a poco para darse cuenta de que no había sido producto de su imaginación ni una alucinación provocada por la falta de alimentos. Un pitido agudo se le había colado en los oídos. Pero en ese momento no le importó tanto como lo que contemplaban los ojos: Su varita... rota.

No le había durado ni un trimestre. Su padre, que había tenido un trabajo de lo más peligroso tanto para él como para la varita, había sabido cuidarla en cada segundo de su vida. Ella, con un sencillo conjuro de Adivinación, había explotado la suya. El libro sobre los fénix, que con razón estaba cabreado con la niña, se marchó volando tras escupirle hollín en la cara. Un hollín que también cubría sus manos y su túnica. Y ella no tenía ningún espejo delante, pero los pelos que se le habían quedado asustarían a cualquiera.

Sintió tal impotencia que se puso a llorar a moco tendido en mitad de la biblioteca. ¿Por qué le pasaba todo a ella? ¿Era algún tipo de castigo por algo malo que hubiera hecho? ¿El karma intentaba decirle algo o simplemente era la niña con peor suerte del mundo?

Alguien se acercó a consolarla... o algo así. No había escuchado al elfo llegar, quizás porque el pitido se lo impedía. Ahora había remitido algo y, aunque seguía ahí, solo estaba de fondo. Las palabras de Booky poco la ayudaron. ¿De qué servía tener mucho poder si su varita no iba a soportarlo? ¿Alegría? Fácil para él, que canalizaba su magia sin necesidad de instrumentos. Ese elfo le parecía un encanto, tan inteligente y siempre con una sonrisa. Pero ahora esa sonrisa ponía de los nervios a Asterope. Y las palmaditas en la cabeza no lo mejoraron.

Seguía llorando sonoramente, sin ser capaz de hablar. No quería separarse de su varita, con la que tanto había conectado en este corto periodo de tiempo, pero no pudo detener al elfo cuando se la quitó. ¿Podría recuperarla de verdad? ¿Sería capaz alguien de repararla? Asterope había notado cómo se apagaba por dentro, como una bombilla muggle cuando se fundían los filamentos. Esa de núcleo de coral y madera de cornejo no la había elegido a ella como compañera, no funcionaría tan bien. Pero no tenía otra opción que aceptarla-. Gra...ci... gracias –dijo entre sollozos justo cuando Booky desapareció.

El muchacho entró en la biblioteca y se detuvo para buscar a su compañero. Al principio no le vió, pero consiguió encontrarle enfrascado en la lectura.

En silencio, o intentándolo, se acercó hasta Byron. Se sentó frente a él y le miró. ¿Buscas información sobre los ciempiés? Sabía que la respuesta era "no", pero tenía que intentar llamar la atención de su compañero.

Un segundo duró la explosión. Luego, unos diez de absoluto silencio. Y, por último, un llanto inundó el ambiente. El llanto de una niña que ya no podía aguantar más desgracias.

Asterope estaba escondida entre las estanterías, en la sección de Conocimiento de Criaturas Mágicas, sin poder parar de soltar lágrimas, mocos y suspiros que, aunque no eran demasiado ruidosos, el silencio total de la biblioteca permitía que cualquiera pudiera escucharlos. Tenía hollín por las manos, la túnica y la cara, que también estaba mojada de tanto llorar; los pelos desordenados, alguno incluso parecía quemado por el olor que desprendía; y, en las manos, una varita que la niña miraba con escepticismo.

Booky le había arrebatado los restos prácticamente muertos de la suya y le había dado una provisional. Tendría que probarla cuanto antes, para ver cómo le iba, aunque estaba segura de que sería una patraña. No era la suya. La varita elige al mago y esa varita no había elegido a nadie. Probablemente iba pasando de mano en mano de alumnos que rompían la suya. Tenía que ser dócil para que cualquiera la usara sin más, pero no se fiaba de su efectividad.

Enya justo estaba empezando a recoger sus libros, cuando escuchó una explosión. Pegó un bote en el asiento, ya que rompió el silencio de manera brusca. Entonces escuchó un llanto entre unos estantes, echó la mochila a la espalda con el trabajo y los apuntes llenos de amor a Kendra de Ithan, se levantó y se dirigió hacia donde estaba aquel lamento. Entonces, vio que Asterope estaba en el suelo con su varita rota, que justo estaba empezando a recoger Booky y a cambiársela por una que debía de ser para uso de alumnos que por los motivos que fueran no podían usar la suya. Enya miró a Asterope unos segundos, miró a Booky con cara de ¿puedo hacer algo? No quería incomodar demasiado a Asterope, así que decidió hablar rápidamente antes que quedarse mirando fijamente. Se agachó y se puso a la altura de la Sytherin.

- Asterope, ¿puedo hacer algo por ti? ¿Quieres que te acompañe hacia tu casa? Podemos pasar por los baños antes. Mientras hablaba, le quitaba algo de hollín de la cara y manos con un pañuelo que tenía las iniciales X. W. y un trébol verde de cuatro hojas. Enya se quedó esperando una respuesta que podía ser o nula, o indiferente, o en la que tenía la sensación de que Asterope podía acabar por mandarla a freír espárragos.

Caminar por Hogwarts era una experiencia frustrante. En el mundo normal, las calles no tenían secretos para él después de unos días paseando por ellas. En esa escuela, las puertas aparecían y desaparecían, los retratos eran a menudo diferentes, e incluso se encontraba atravesando pasillos que nunca antes habían estado allí.

Fue uno de estos acontecimientos el que le hizo perder parte de su tiempo de camino a la biblioteca. Podía considerarse afortunado de que su tiempo tuviera tan poco valor. De lo contrario, se hubiera sentido realmente mal.

No tan mal como la chica cuya varita estallaba cuando el niño entró a la biblioteca. La segunda en pocos días. El llanto de la niña no tardó en escucharse por encima del ruido de hojas pasando, plumas acariciando el papel y zapatos golpeando las baldosas. No era el llanto de una niña enrabietada, sino el de quien ya no era capaz de contener las lágrimas.

Maxwell saludó a Booky con un movimiento de cabeza y se acercó hasta el origen del llanto, sin llegar a ver a la responsable. Extendió la varita e hizo algo que, desde su punto de vista, en un lugar como aquel, era una grave falta, y que hubiera provocado que él mismo se levantara a recriminar al causante.

—Sonitus —susurró casi imperceptiblemente.

Y ese sonido de gente afanada en los libros que le había recibido al entrar sonó desde ese pasillo de donde procedían los llantos, esperaba que lo bastante fuerte como para ahogarlos.

 El niño se escabulló de nuevo hasta el mostrador de Booky, apartándose del resultado de su conjuro.

—Pero eso fue hace mil años —dijo, sin explicar que se refería al momento en el que la fundadora de la casa Hufflepuff trajo por primera vez al recién fundado colegio—. Algunos elfos empezaron a cobrar por su trabajo hace años.

Booky estaba en su mesa revisando la varita rota de Asterope, a la cual había prestado una de las suyas para que la niña pudiera seguir yendo a clase y practicando, aunque fuera con dificultad. Tendría que coger su segunda varita favorita de su alijo. Tantos años de vida y tantos lugares en los que trabajó, había descubierto lo interesante que era ver las veces que un mago se olvidaba de una varita, la desechaba por incapaz o simplemente moría y no era enterrada con ella. Síndrome de varitógenes había llegado a denominarla Booky, el mal que todos los elfos poseían. Aunque si lo poseían todos los elfos no podía ser un mal, solo un rasgo de especie.

Saludó con su radiante sonrisa a Maxwell cuando entró. Booky aprovechó a desaparecerse con la varita rota, destino Ollivanders. Cuando volvió a aparecerse en la biblioteca, el lloro continuaba, aunque parecía tener una cadencia más baja y un tono menor.

El elfo miró fíjamente al hufflepuff cuando el chico reanudó la conversación que habían dejado pendiente hacía unas semanas. ¿Y qué se consigue cuando un elfo necesita dinero?, preguntó. Que un elfo quiera comprar cosas. Y si compra cosas verá que no tiene dinero para otras cosas.

Booky tabaleó sobre la mesa. Los elfos damos lo que podemos y no pedimos nada a cambio. ¿Por qué crees que necesitamos dinero?

Byron se acercó a la bilbioteca con paso ligero, una vez hubo entrado, se fue directamente a buscar libros sobre animales y criaturas mágicas. La primera pista que tenían eran los gatos. Todos habían sobrevivido. Habría algun animal o criatura mágica que les rindiese pleitesía, algún tipo de leyenda, algún animal que tuviese miedo a los felinos únicamente? Todo era muy extraño y no conseguía encontrar pistas, así que la biblioteca sería el mejor punto para empezar. Ni siquiera le dió importancia al estallido que se escuchó después de ver que la biblioteca seguía intacta. Cogió un libro básico de criaturas mágicas y empezó a buscar cuando Christopher se le acercó

- ¿Cienpiés?- le preguntó extrañado.- ¿Es que tienen algo que ver con los gatos?- Quizá su amigo había conseguido encontrar una pista que él simplemente ignoraba.- Estoy buscando algo que me diga porqué sólo los gatos se salvaron de lo de anoche. Quizá algún animal que sea la presa de los felinos y les tenga miedo. Aunque quizá es alguna leyenda, o algo así. Pero me temo que si vamos libro por libro, va a ser demasiado complicado. Quizá si hubiese un buscador...

Fue entonces cuando Byron recordó internet. En ese lugar, sería imposible acceder a internet, poseedor de toda información muggle. Quizá se pudiese hacer algo parecido a lo que hacían los buscadores de internet con la magia. Eso le llevó a preguntarse... No habría ningún dispositivo con acceso a internet en Hogwarts? Quizá le sería más sencillo empezar a buscar mitos, leyendas y hechos sobre felinos. Tras pensarlo un rato miró a Chris.

- Crees que en Hogwarts tendrán ordenadores?

Booky fue sustituido por Enya, que había ido corriendo al sonido de la explosión para curiosear. Al principio no podía responderle, pues los sollozos le impedían decir ni una sola palabra. Lo único que podía hacer era inspirar y espirar sonoramente mientras la Gryffindor le limpiaba la cara con un pañuelo que, a las tres pasadas, ya estaba negro.

Y, entonces, donde antes había un silencio solo roto por su llanto, algo más se escuchó. El ruido de un montón de gente trabajadora pasando páginas de libros, recorriendo las estanterías, rozando sus plumas contra los pergaminos. Un sonido que a Asterope siempre le tranquilizaba. No tenía ni idea de dónde salía, pues no veía a nadie por ninguna parte. Pero al cabo de medio minuto escuchándolo ya se sentía algo mejor. Comenzó a respirar normal y, aunque sus ojos seguían derramando lágrimas, el caudal había disminuido.

- N... no, no puedes hacer na... nada –respondió a Enya en bajito-. Booky ya m... me ha dado una varita nueva –No quería que nadie la acompañase a las mazmorras ni tampoco volver a ellas. Aunque quizás por el baño sí debía pasar, así que aceptó su propuesta. Entre los disgustos y la falta de comida, estaba bastante debilucha; pensó que no era buena idea que estuviera sola-. Sí, vale, va... vamos al baño. Gracias por el ofrecimiento.

Se levantó del suelo y, aún con el sonido de la gente invisible hojeando libros, salió de las estanterías. Un pequeño grupo de séptimo trabajaba en una mesa apartada. Maxwell estaba conversando con Booky. Y había también por ahí otro par de alumnos de Ravenclaw de primero.

Salió por la biblioteca con Enya detrás hacia los baños.

¿Ordena qué? preguntó con una expresión extraña. No sabía que era eso de lo que hablaba, pero rápidamente supuso que sería algún tipo de artilugio muggle.

Recuperando el orden de sus ideas, negó con la cabeza.No, no creo. ¿Para qué sirve? Supongo que para buscar, ¿no? Me imagino que el mejor método de búsqueda será Booky, pero... ¿No crees que los profesores ya lo habrán investigado? Incluso el mismo Booky... Chris no sabía cómo hacer entrar en razón a su amigo y compañero. Se mordió el labio intentando pensar en algo.
Está bien que busquemos información para poder ayudar, pero no podemos descuidar nuestros estudios...

Si había alguna criatura que podía competir con todos los pseudodementores que pululaban aquel día por la escuela, ese era Booky. Muchos de los niños, e incluso algunos de los profesores, eran vórtices oscuros que absorbían cualquier intento de alegría que ocurriera por los alrededores, impidiendo que las sonrisas afloraran, que la diversión se propagara o que la felicidad se extendiera. Pero cualquier de esos niños que entrara en la biblioteca encontraría en Booky a un duro adversario.

No había dormido en toda la noche ayudando a peinar el colegio, mandando escuadrones de elfos domésticos para buscar al culpable de lo que empezaba a catalogarse como el lunes sangriento. Y aún así, con los párpados que uno podría creer inexistentes en un elfo pesados por el cansancio, la sonrisa que relucía el pequeño bilbliotecario era grandiosa, reluciente, rimbombástica, ¿pues qué había más grande que algo rimbombante y fantástico?, quizás supercalifragilisticaespialidosa. Detrás de su mesa a la entrada del templo del saber, la luminosidad que irradiaba Booky impactaba contra todo niño que entrase, pseudodementor o no.

Cuando Asterope y Enya se marcharon, Booky aleteó sus grandes orejas y ensanchó su mayestática sonrisa.

Quedaba cada vez menos para la cena y con ello el momento que más odiaba el pequeño bibliotecario: tener que echarles de allí. No entendía las reglas del colegio de que la biblioteca tuviera que cerrarse para la noche. El saber no debía tener horarios ni cerraduras.

Maxwell empezaba a imaginarse por dónde iba a ir la conversación. Iba a dar vueltas sobre lo mismo. El elfo no entendería para qué necesitaba el dinero, y él no comprendería que no lo necesitara. Porque todo el mundo necesitaba dinero. Nadie mejor que alguien que nunca había tenido para saberlo.

—No es por necesitar —intentó razonar, sin tener claro cómo se hacía eso. En el colegio enseñaban muchas cosas inútiles, pero algo tan básico no era parte del programa educativo—. Es porque es justo. Si das a cambio de nada, los que lo reciben creen que no vale nada. Si cobras, parece que vale algo. Y si no quieres dinero, puedes cobrar de otra forma. ¿No hay nada que quieras?

Diferencias culturales, de edad y obviamente de especie; si había algo que impedía que Maxwell entendiera a Booky era lo inherente a los elfos. Los elfos no necesitaban nada y si lo querían, pues... lo cogían, así de simple.

Yo estoy aquí porque me gustan los libros. ¿Qué pago mejor que leer todos los días, a todas horas, a cambio de custodiar todo esto?, indicó con sus dos raquíticos brazos toda la extensión de la biblioteca. Tampoco iba a desvelar al chico todos los secretos de Hogwarts, diciéndole qué hacían o no hacían los elfos cocinésticos o los elfos limpiadores.

No tenemos dueños, ese es el mejor regalo que podemos tener, confió al muchacho. No necesito nada más. Lo que claramente calló era que había un pequeño gen en cada elfo que los humanos seguramente catalogarían de cleptomanía, pero que en las criaturas era un simple rasgo identitario que ellos aceptaban felizmente, pues solo cogían lo que los demás nunca echarían de menos, más o menos.

Enya había esperado a que Asterope se pusiera en movimiento para acompañarla, como habían acordado. Cogió su pañuelo y lo dobló con cuidado, guardándolo en el interior de su capa. Miró que Asterope no se dejara nada, aunque no conocía sus pertenencias. Vio que estaban unos alumnos de Ravenclaw debatiendo con Booky. Dijo adiós con la cabeza a los dialogantes, echó un último ojo a la mesa en la que había estado trabajando, por si ella había olvidado alguna de sus pertenencias, y definitivamente salió de la biblioteca camino a los baños para que Asterope se quitara parte del hollín.

Li entra en la biblioteca, el encargado era un elfo domestico, esas simpáticas criaturas que servían en las casas. En la suya no solían tener elfos domésticos, a fin de cuentas que mejor que un humano para servir a otro humano o eso era lo que le habían enseñado, que había familias que su destino era dirigir como la suya propia y otras que su destino era ser guiadas por la suya y servir, sin embargo, Li sabia que aquel pequeño elfo doméstico era alguien importante en el colegio, era en cierta forma el líder de los de su clase y el encargado de la biblioteca y se le debía una cierta cortesía.

Li se acerca y espera a que los chicos que están hablando con el elfo terminen para hacer una leve inclinación de cabeza a modo de saludo, era la forma correcta de saludar y ella siempre lo hacia, una vez hecho esto dice de forma cortes y sonriendo ya que en el fondo aunque sabia que debía comportarse de forma cortes por su educación aquel pequeño elfo le resultaba muy simpático:

- Buenas tarde Xiānshēng Booky, es un placer verle hoy tan animado como siempre

Tras lo cual hace otra pequeña reverencia y se dirige a donde están los libros, ella no conocía todas las cosas de la magia occidental por lo que comenzó a buscar algún libro donde pudiera leer de esos temas

- Uhmm no sabes lo que es un ordenador??? Uhhmm - dijo algo asombrado.- Sirve para muchas cosas, buscar información, escribir, dibujar, hacer cálculos muy complejos... - Tras analizarlo un poco abrió algo los ojos y le hizo una analogía- Es como la varita de los muggles... Y sobre lo de la investigación... bueno, puede que yo encuentre algo que ellos no. Siempre van bien los puntos de vista diferentes, además, todo esto ocurrió ayer, como van los profesores a haber investigado todo? Aún les quedará por hacer, digo yo. Yo no voy a dejar esto tal cual, el que mató a tod.. Casi todas nuestras mascotas, tiene que ser juzgado por la justicia mágica o lo que sea que tengáis aquí - dijo referenciando al mundo mágico, obcecado volvió a lo suyo- Sobre los estudios, no te preocupes, de momento lo llevo todo al día. Pero si tu quieres estudiar, la biblioteca debe ser el mejor lugar para estudiar.

Tras esto, volvió a los libros a buscar información.

Maxwell apoyó los codos sobre la mesa y dejó caer la cara entre las palmas abiertas. La cara espachurrada se deslizó hasta que quedó colgando de las masas de carne entre las muñecas y las depresiones de las manos.

—Los niños tampoco cobramos —reconoció—. Pero un día dejamos de serlo.

¿Eran los elfos niños eternos o eran solamente niños eternos para los magos? ¿O dejaban de ser elfos cuando crecían? Había estado leyendo la historia abreviada de los elfos, pero no se decía mucho en ese volumen sobre qué eran exactamente esas criaturas. Y él no había crecido entre magos, dando todo eso por sabido, como algo natural.

—Cuando sea viejo pienso cobrar —sentenció—, aunque no lo necesite. Si no tienes dinero, los demás te toman por una mierda.

Christopher negó otra vez con la cabeza. Sólo era un niño, no se le ocurría nada que pudiera hacer entrar en razón a su mejor amigo. Resoplando, se movió entre las estanterías, buscando algo sobre las criaturas mágicas. Encontró unos libros y los revisó rápidamente, pues tenía hambre y el bibliotecario ya estaba haciendo por echarles.

Sam entró cuando Booky estaba insistiendo a los alumnos para que se marcharan de allí. Sabía qué libros buscar, y sabía dónde encontrarlos. Se acercó hasta la sección de criaturas mágicas y buscó información sobre los centauros. Tomó unas pocas notas rápidas y las incluyó en su trabajo empezado. Cerró los libros y se marchó de allí para cenar.

Sara caminó con la cabeza baja hasta la entrada de la biblioteca.

Será un segundo, voy a coger un  libro... susurró triste mientras pasaba de Booky totalmente y entraba en la biblioteca. Se acercó a la sección de las criaturas mágicas, casi chocándose con Sam y cogió un libro sobre las criaturas del lago.

Aquí encontraré lo que busco pensó, llevándoselo prestado.