Partida Rol por web

Después de un buen rato leyendo sobre la vida, obra y milagros de los cienpiés gigantes estaba un poco saturado por lo que la pregunta de Ludmilla sonó como música celestial.

- Claro - respondí cerrando el libro quizás un poco más fuerte de lo debiera debido a que estaba deseando descansar un poco. - Hasta luego - saludé despidiéndome de los que se quedaban en la biblioteca.

Corrí lo justo para alcanzar a Ludmilla y ponerme junto a ella.

- ¿Qué tal te ha ido con los cienpiés? Yo ya empezaba a estar un poco harto. Tengo tanta hambre que creo que hasta me comería uno - dije exagerando mientras terminaba de cerrar la mochila.

Asterope aún seguía tratando de convencerle de no sé qué sueño que había tenido y aún así Booky no perdía la sonrisa. El elfo apreciaba que la chiquilla tuviera una imaginación tan desbordante. Despidió a Ludmila y William cuando se marcharon, hasta luego, dijo aleteando las orejas. Y siguió atendiendo a las divagaciones de Asterope.

Booky rio con timidez ante lo dicho por la niña. ¿Tithorea? jeje, no, no, es solo una amiga. Coincidimos un tiempo en Alemania y de ahí que quisiera invitarla. Tampoco iba a decir a la niña que no fue su primera opción. Había tratado de cautivar a la gruñona de Helen, pero era peor que relacionarse con una esfinge. La de aventuras que vivió en Egipto... Dejando de divagar, volvió su atención a la niña.

Uy, dudo que un futuro yo se llame Booky, bamboleando la cabeza de lado a lado. Tienes una imaginación muy interesante. Seguro que algo tiene que ver las aventuras de Willipin, ¿a que sí? Casi imposiblemente, su dentadura pareció destellar, como ocurría con los dandis en las mejores telenovelas muggle.

Despidió a los niños Slytherin y siguió escuchando a Asterope. Pero si supiera algo de lo que dices, dijo esta vez perdiendo la sonrisa, ¿para qué tendría que viajar en el tiempo? Cogió la mano de Asterope y siguió con uno de sus largos dedos el recorrido de las líneas que en ella había, después la dio la vuelta revisando el dorso. ¿Que debería ver? Tienes una mano de niña, con una línea del destino muy marcada. Tampoco iba a decirle que la línea del corazón parecía demasiado corta y que la de la vida se difuminaba antes de tiempo. Soltó su mano y se colocó su gran sonrisa, como si nunca la hubiera perdido.

Asterope se quedó boquiabierta durante todo el tiempo que Booky hablaba. Pero ¿por qué fingía que no sabía nada? ¿Imaginación? Ella era de todo menos imaginativa-. ¿Willipin? Esto no tiene nada que ver con un detective, Don Booky. Esto... –Pero ya no sabía qué explicarle. No sabía cómo convencerlo para que revelara lo que con tanto afán guardaba. Se quedó muda.

Ella estaba segura de que no se lo estaba inventando ni lo había soñado. Al principio había pensado eso, sí; pero cuando vio su mano supo que no era así. Y ahora el elfo pasaba olímpicamente de sus heridas-. Sí, mano de niña –dijo vagamente llena de confusión-. Sí, muy marcada –Repetía lo que el bibliotecario decía sin prestarle mucha atención. Se sentía confusa. Pensaba que Booky era diferente y no la trataría como a una demente o como si fuera una niña que buscaba atención.

Volvió a enguantarse la mano con resignación. No iba a sacar nada en claro de esa conversación, así que más le valía dejarla. Pero, antes de marcharse, tenía una última pregunta-. ¿Sabe algo sobre mi varita? Esta que me dejó usted no está mal, pero no me funciona como debería –le dijo mientras guardaba en su mochila el libro que iba a sacar prestado.

El elfo debía entender que los niños, sobre todo los niños de magos que nunca habían visto películas muggle, había cosas que no entienden. No saben sobre física ni sobre leyes cuánticas, por no decir que es raro que sepan sumar dos y dos, pues en hogwarts no se daba matemáticas ni idiomas. Hogwarts era una escuela de desarrollo de pequeños autómatas, que a su salida engrosarían las filas de una sociedad mágica delimitada por las leyes del ministerio de magia, casi como si de 1984 se tratase, donde los pequeños ciudadanos aprendían lo básico para obedecer y nunca para pensar. En Hogwarts las artes que permitían que un joven se desarrollara sano, culto y vigoroso eran suprimidas en pos del conocimiento onanístico y de autocomplacencia que daba puntos a valores baladíes.

Mira, comenzó sacando de la nada dos vasos de agua. Puso uno a cada lado de la niña. Imagina que esta eres tú ahora, indicó un vaso mientras lo llenaba con agua usando su pulgar como si fuese un grifo; lo llenó hasta la mitad. Esto es lo que tú sabes ahora. Este vaso hará un examen sorpresa y suspenderá. Luego llenó el otro vaso hasta arriba. Este vaso eres tú mañana. Ya has tenido el examen, conoces las preguntas y has revisado para conocer las respuestas que no sabías. Mañana sabrás cosas que hoy no sabes, terminó con una sonrisa gigante.

Cuando llegó al asunto de la varita, Booky negó con la cabeza. Le ha llegado a Ollivanders una partida muy grande de varitas rotas. Ha debido ser una hornada que le salió mal y anda teniendo que corregir sus fallos de creación y arreglar todo lo que hizo mal. Tardará un poco más de lo esperado. Él mismo echaba de menos la varita que le había prestado a Asterope, pues era su favorita y ya habían pasado dos semanas.

Mircea secó lo último que había escrito con algo de arena, tapó el tintero y limpio la pluma, tras lo cual guardó todo en su sombrero. Con la mesa despejada y sin haber usado ningún libro en el tiempo que había pasado en la biblioteca con la redacción, el rumano se dirigió a la salida. Despidió a Booky con una ligera inclinación de cabeza y un amago de sonrisa, extrañándose al ver dos vasos de agua entre él y una alumna con guantes que no reconoció de espaldas.

Anduvo con parsimonia hasta el comedor.

Asterope miraba los vasos de agua mientras escuchaba las filosóficas palabras de Booky. El ejemplo parecía claro, pero no sabía qué tenía que ver con que el elfo no quisiera reconocer que estaba al tanto de todo. ¿Significaba eso que mañana se enteraría de todo? Lo dudaba. Ese ser no quería soltar prenda. Precisamente, tengo mis preguntas, cuya respuesta desconozco. Y si se las hago a usted es porque quiero conocerlas. Suspiró.

Su humor no mejoró cuando le informó sobre su varita. Erzsébet tenía razón, Ollivander era un inútil. No cumplía con su cometido como debía. ¿Qué clase de profesional era? De ser ella su jefa, ya lo habría despedido sin duda alguna; o, mejor dicho, le habría obligado a jubilarse. Ese señor ya estaba bastante viejo y, claramente, eso afectaba al resultado de su trabajo-. Vale, gracias de todas formas –le respondió.

- Volveré en una semana para devolver el libro –dijo y salió por la puerta cabizbaja.

Feliz por haberle solucionado la vida a Asterope, Booky bamboleo su cabeza con su gran sonrisa colgada del rostro. Movió una mano y los vasos desaparecieron.

Perry llegó a la biblioteca seguido de sus dos compañeros de Ravenclaw. Se frotaba las manos enrojecidas por el frío a la vez que las lanzaba cálidas bocanadas de aire.

- Buenos días.- Fue el convencional saludo que le dirigió el elfo que se ocupaba de la biblioteca. No quería ni mirarle a los ojos pues aún sentía un escalofrío al pensar en ello. ¡Qué tonto! No había pensado en que no le apetecía nada estar allí. Se había dejado arrastrar por Eire. También Mircea podía estar allí, ya que solía pasarse casi todo su tiempo encerrado entre libros, y desde lo ocurrido en Halloween apenas habían hablado. Un tanto incómodo Perry se dirigió a sus compañeros para después escabullirse entre las columnas y estanterías de libros.

- Voy a echar un vistazo. Nos vemos en un rato.- No creía tardar mucho. Después de todo las criaturas acuáticas tampoco eran la gran cosa.

Seguí dando pequeños saltos hasta que llegamos a las puertas de la biblioteca. Sentía todos los rincones de mi cuerpo helados, y presentía que, por mucho que me calentara cerca de un fuego o por muchas horas que estuviera en una caliente biblioteca, el frío no me abandonaría jamás.

Entré detrás de Perry, y me quité los guantes guardándomelos en los bolsillos de la túnica, y la bufanda, dejándola colgada del cuello como si fuera un péndulo. Miré los estantes de libros, y me sentí, de repente, agobiada. Estaba esperando que un libro saliera de las estanterías, y me dijera que era el idóneo para el trabajo. O que saliera alguien de cualquier esquina y me indicara: “este es el libro que buscas”.

Sin embargo, temía que las siguientes tardes me las pasaría junto a Perry y Ryan en la biblioteca, buscando información sobre la gente del agua y sus modos de vida, y todo lo que les rodeaba.

—Qué bien— murmuré, poniendo los ojos en blanco.

Hice un gesto con la cabeza a Perry cuando nos dijo que iba a mirar, y lo seguí con la mirada hasta que se perdió de vista al doblar una esquina. Suspiré, y cogí un libro al azar. Al ver su título: “Magia en la cocina y cómo conseguir bollos elegantes”, lo dejé en su sitio, y suspiré.

—Iré yo también a buscar algo— comenté, dejando la mochila en una de las mesas, y dirigiéndome a la estantería de enfrente.

Contemplé los lomos de los libros, leyendo sus títulos con la cabeza ladeada, y fui pasando de estante hacia arriba, hasta que llegué a ponerme de puntillas para llegar a los libros más altos. 

Llegué finalmente a la biblioteca tras mis compañeros, estaba helado por lo que fui buscando la mesa que estuviera más cerca de algún punto de calor. Tardé un poco en ponerme a buscar algún libro que me pudiera ayudar, al volver a sentir el calor en mis dedos, mi mente se había ido hacia otros mundos, pensando en las cosas que pasaban, las clases, en qué hubiera pasado si él también se hubiese marchado.

Despierto cuando la caída de un libro de una estantería cercana cae, por lo que inmediatamente me levanto y me dirijo en busca de algún libro interesante.

Vamos a ver, tengo que buscar en la estantería de criaturas, pero tal vez haya algo más interesante dentro de la magia del agua, es posible que aparezca algo de la magia que suelen usar para protegerse, pero será mucho más complicado.

Comienzo a mirar libros sueltos sin que ninguna me convenza. Al cruzarme con Eire le pregunto casi susurrando:

¿Algo interesante?

Finalmente, llego a un libro cuyo título parece interesante y comienzo a leer su contenido con la esperanza de tenerlo todo a mano.

Finalmente, terminé cogiendo un volumen del que no me preocupé de leer el título, pero que me pareció curioso por lo grande que era. Cuando lo cogí, casi se me caía de las estanterías a las que apenas llegaba, y tiré, sin querer, un par de libros pequeños. Cuando los recogí, podría jurar que uno de ellos había gemido de dolor. Pidiendo disculpas al libro, por si acaso, lo dejé en su sitio, y volví cargada con el gran manual hacia la mesa donde había dejado la mochila.

—Oh, sí— respondí a Ryan, también susurrando, divertida—. He encontrado este libro enorme. No sé de qué trata, pero me ha llamado la atención, y me distraigo con facilidad— me encogí de hombros. Era cierto, y la sinceridad era buena en una persona—. Voy a cotillear a ver qué pone.

Dejé el libro en la mesa con un ruido sordo, y contemplé su portada. Apenas veía el título. Me encogí de hombros de nuevo, y lo abrí con fuerza, para curiosear por entre sus páginas.

Sabía que estaba perdiendo un poco el tiempo, pero, si me veía algo apurada, preguntaría a Perry si había encontrado algo. Parecía que entendía bastante de las criaturas mágicas del agua. También pensé en pedirle ayuda a Ryan. Luego, lo contrastaría con mi propia triste investigación. Pero, de momento, quería ver aquel libro enorme qué era lo que escondía.

—Qué pesado— gemí, cuando quise pasar unas cuantas páginas de golpe para seguir ojeando. 

Booky siempre recibía a todos los alumnos con una sonrisa en el rostro que hacía que pareciera más una luna creciente sobre un trozo de cuero viejo, con dos pequeños ojitos aumentados por unos anteojos que en realidad no necesitaba y una nariz larga, casi idéntica a la del muñeco que quiso ser niño cuando ya había soltado un par de mentirijillas, que un elfo.

En la mesa de bibliotecario a la entrada de aquel mausoleo del saber, pues qué mejor sitio había para que los libros descansasen eternamente que la biblioteca de Hogwarts, el elfo libréstico, que tan felizmente se autodenominaba, se dedicaba a sus labores. En esta ocasión volvía a arreglar uno de los libros más antiguos que había perdido sus tapas. El pobre ejemplar agitaba sus hojas como si las alas de un ave se tratasen, quejándose por lo que debía creer era un suplicio, casi peor que cuando un alumno lo abría demasiado, causándole dolor en el lomo.

Aún así, Booky levantó el rostro a la llegada de los tres jóvenes de Ravenclaw y les dedicó una sonrisa grandiosa, mayúscula, imperecedera. Buenos días, fue su réplica, simple y concisa, como la de Perry.

Booky siempre recibía a todos los alumnos con una sonrisa en el rostro que hacía que pareciera más una luna creciente sobre un trozo de cuero viejo, con dos pequeños ojitos aumentados por unos anteojos que en realidad no necesitaba y una nariz larga, casi idéntica a la del muñeco que quiso ser niño cuando ya había soltado un par de mentirijillas, que un elfo.

En la mesa de bibliotecario a la entrada de aquel mausoleo del saber, pues qué mejor sitio había para que los libros descansasen eternamente que la biblioteca de Hogwarts, el elfo libréstico, que tan felizmente se autodenominaba, se dedicaba a sus labores. En esta ocasión volvía a arreglar uno de los libros más antiguos que había perdido sus tapas. El pobre ejemplar agitaba sus hojas como si las alas de un ave se tratasen, quejándose por lo que debía creer era un suplicio, casi peor que cuando un alumno lo abría demasiado, causándole dolor en el lomo.

Aún así, Booky levantó el rostro a la llegada de cualquier alumno que entrase, dedicándoles una sonrisa grandiosa, mayúscula, imperecedera.

Morpho se adentró en la biblioteca para buscar más acerca de criaturas acuáticas, concretamente los Kappas. Hola - saludó en voz baja a Booky.

Se puso a husmear por las estanterías cercanas a la zona donde se encontraba.

Algo encontró, pero no mucho, aunque esperaba que fuese suficiente para aprobar el trabajo.

No hacía falta ser un genio para encontrar información sobre criaturas mágicas en la biblioteca del colegio para magos más famoso del mundo entero.  Cuando acabó de ojear los libros que le interesaban y de tomar los apuntes apropiados, no habían pasado más de 20 minutos, así que Perry se encaminó a buscar a sus compañeros para ver qué tal iban ellos.

- Yo he acabado por hoy.- Dijo en un susurro para no llamar la atención del elfo doméstico. Se seguía sintiendo bastante incómodo en la biblioteca, lo cual no le era grato, pues siempre pasaba mucho tiempo allí.- Si habéis acabado, ¿qué os parece si hacemos un poco de trabajo de campo? Podríamos acercarnos al lago, aunque quizá haga demasiado frío.- El lago era su segundo lugar favorito en Howarts.

Al entrar en la biblioteca, Mircea seguía dándole vueltas a las puntuaciones de la última clase. Su primer puesto apenas había sobresalido del segundo, conseguido por un alumno al que consideraba inconstante y poco hábil. Tendría que trabajar más aún en la última redacción encargada si quería que la diferencia fuera notoria. Estaba claro que ir a más clases de las habituales estaba empezando a pasarle factura.

Sacó las manos de los bolsillos al traspasar el umbral y saludó a Booky. Buenos días, dijo con un amago de sonrisa.

Según avanzaba por los pasillos se destocó y se quedó con su sombrero de mago en la mano. Al pasar por delante de una de las zonas de estudio pudo atisbar brevemente a Perry con dos alumnos con los que nunca antes le había visto, pero tan rápido le tapó la visión las estanterías que Mircea siguió camino hacia la zona dedicada a transmutaciones.

Cuando encontró el área dedicada a "aves y otros objetos voladores", dedicó su buen tiempo en encontrar los volúmenes más adecuados.

¿Otra vez al Lago? Creo que después del frío que hemos pasado hoy no es la mejor opción. Me gusta mucho el lago y otro día no tendría problema en ir, pero, ¿Qué tal si vamos a algún sitio que se esté calentito? 

Por cierto, ¿Os gusta el ajedrez mágico? Podríamos jugar una partida.

Me entretuve durante un tiempo con aquel libro enorme y sus páginas pesadas y polvorientas. Más de una vez temía que se me desmenuzaran en la mano mientras las pasaba, y me quedara entre el pulgar y el índice una esquina de papel triangular.

Escuché la conversación que mantenían Perry y Ryan, y los miré, suplicante.

—¡No!— dije más alto de lo que me hubiera gustado—. No, al Lago no, por favor— pedí, juntado las manos, orante—. Cualquier sitio menos el Lago ahora. Podemos ir después, al mediodía, que hará algo más de calor— concedí, mirando a Perry—. E investigaremos entonces. Pero, ahora, teniendo un rato libre, me quedo con la opción de Ryan— lo señalé con un dedo algo rojo, aún frío—. Vamos a la Sala Común, y juguemos un rato, va— asentí, mirándolos—. Nos apostamos algo, y así lo hacemos más interesante— abrí los ojos, emocionada, mirándolos.

Contemplé a un par de alumnos que se pasearon por allí, y los miré sin prestar mucha atención.

—Va, a la Sala Común— repetí, cogiendo el libro enorme que había estado ojeando, y, contemplándolo por última vez, me fijé en un capítulo cuyo título me llamó la atención: “Aletas, escamas, agua”.

Me senté un momento, con el ceño fruncido, y ladeé la cabeza, preguntándome si aquel capítulo me serviría para hacer el trabajo.

—Mmm…— murmuré, y puse una pequeña señal en la página con un pergamino que saqué de la mochila, y guardé el libro en su sitio, recordando su lugar, para volver después, y seguir investigando.

Me colgué la mochila al hombro, y miré a mis compañeros.

—¿Qué? ¿Vamos?— los pregunté, sonriente. 

- Ahmmm, sí, tenéis razón. Al final acabaremos pillando un resfriado.