Partida Rol por web

La Compañía Negra: El Dios del Dolor.

Tribu de los Tres Castores.

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20/01/2012, 11:43
Ponzoña.

El pecho del Hiena se hinchaba y deshinchaba al ritmo de su agitada respiración, producto de la carrera, la adrenalina y la fría furia que sentía. La expedición no había sido un fracaso, pero solo había sido fruto del azar, de la suerte o mejor dicho, de una realidad muy concreta. Los castores vivían horas bajas y habían dejado la vigilancia de la empalizada occidental a unos niños. En otro contexto, ahora no estarían donde estaban. No, su situación sería bien distinta. Los pálidos serían rehenes a intercambiar o con los que negociar. Y R´Gaa y él serían torturados en busca de información y después los hubieran matado, dejando pudrirse su cuerpos en una de las zanjas vecinas a la empalizada o colgados de las propias defensas a modo de advertencia.

Pero no tenía sentido discutir. El fallo había sido suyo, al no prever la escasa preparación de Campaña y Serpiente en este tipo de misiones.

-R´Gaa, has sido rápida y ágil como la mamba negra. Me enorgullezco de ti y de tenerte a mi lado, hija de la sabana -dijo con su voz, que parecía ronronear bajo el fuelle de sus pulmones-. Si os habéis recuperado, es hora de regresar e informar. Hay mucho para contar.

Ponzoña comenzó a caminar, aunque se volvió un segundo hacia los otros.

-Debemos seguir siendo cautos. Hemos tenido suerte hasta ahora. Demasiada. Puede que se haya agotado. Puede que nos hayan descubierto. Puede que nos estén siguiendo, pese a nuestros esfuerzos. Estad alerta.

Después, todo cuanto se vio fue la poderosa espalda del guerrero, reluciendo oscura bajo el sol y la pálida planta de sus pies mientras avanzaba rápido por la senda de regreso.

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20/01/2012, 12:00
Campaña.

Campaña seguía corriendo mientras se reía de Serpiente, que no parecía estar muy preparado par el ejercicio físico, hasta que percibió la angustia y los esfuerzos de Ponzoña y R'Gaa en borrar sus huellas. Hasta el momento había pensado que todo era un juego, y resultaba muy divertido, pero se dio cuenta de que no era así.

Cuando estuvieron juntos de nuevo dejaron de correr, parecía que nadie les seguía a pesar de que Ponzoña no estuviese seguro. Campaña se sintió avergonzado, todo había sido culpa suya, si no hubiera ido las cosas habrían sucedido de otro modo aunque, por otra parte, Ponzoña había insistido en que les acompañase en la misión y había depositado su confianza en él. Aunque él no se había enterado de gran cosa, Campaña percibió que la misión no había resultado del todo mal y habían obtenido información valiosa.

- Hermano, Campaña no entiende - dijo Campaña con curiosidad - ¿Por qué hay niños defendiendo la aldea?

Aún tenía algunas otras preguntas para Ponzoña, pero decidió reservarlas para cuando hubiera respondido la que le acababa de hacer.

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20/01/2012, 12:21
Ponzoña.

-Los Castores fueron un pueblo poderoso. Guerreros implacables que dominaban toda esta región. Pero llevan más de tres años en guerra y las alianzas de los demás pueblos en contra de ellos han acabado con su poder. Muchos de sus guerreros y chamanes han muerto y su población se ha reducido mucho. Con los hombres sanos y fuertes en la batalla y muriendo, solo quedan ancianos, mujeres y niños y unos pocos guerreros dentro del poblado. Viste niños, pero no son los únicos. Quizás no lo viste, pero esos niños no miraban hacia nosotros. Por suerte. Aunque en el lado de poniente, su mirada estaba a sus espaldas, hacia la región de los Antílopes. Allí es donde seguro esperan la batalla y donde tendrán a sus guerreros más poderosos. Por eso dejaron a niños vigilando la zona que creen menos peligrosa. Pero hasta los niños pueden matar. Si lo hacen los niños Hiena, no dudo que los niños Castores también pueden hacerlo. Estarán bien enseñados. Y desde lo alto de sus torres y empalizadas, sus flechas serán igualmente mortales contra cualquiera que intente saltar su empalizada -dijo Ponzoña. Entonces se dio cuenta que había hablado mucho y largo y que quizás Campaña necesitara una respuesta más concisa y adecuada-. Hay niños vigilando porque no hay suficientes hombres para hacerlo.

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20/01/2012, 12:38
Campaña.

Campaña asentía mientras escuchaba a Ponzoña, estaba concentrado en la conversación pero se le escapaban algunas cosas, suerte que Ponzoña se dio cuenta y le resumió en pocas palabras lo que pretendía decir. Gracias a esto último y unido a las partes de la conversación que había conseguido entender, Campaña pudo saciar al fin su curiosidad.

- Campaña entiende ahora - dijo, pero aún tenía más preguntas - Pero Campaña está preocupado... Los Hostigadores no pueden pasar por la empalizada ¿cómo van a entrar?

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20/01/2012, 13:58
La Compañía Negra.

PONZOÑA:

- No alcanzaste a ver a los guerreros Castores ni a observar ningún otro detalle adicional.

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20/01/2012, 14:02
Reclutas de la Compañía Negra.

- El grupo de exploración ha seguido avanzando, siguiendo el camino de regreso, que será más corto porque los Hostigadores se tienen que haber estado moviendo en esta dirección a lo largo de todo el día.

Notas de juego

- Sigue en la escena: "Páramos - Zona 1".

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20/01/2012, 14:09
[RIP] R'Gaa.

La muchacha hizo su trabajo deprisa, sin esperar a que Ponzoña acabase, echó a correr en dirección a Campaña y Serpiente, que por lo visto se lo habían tomado  como un juego, al menos Campaña. Serpiente tenía muy mala cara, y de echo se desplomó más adelante.

Mientras tapaba las huellas de sus compañeros sentía cómo corría la adrenalina por sus venas. Estaban a punto de morir. Si los descubrían no iban a poder contarlo al resto del grupo. Pero por suerte no los seguían. O eso parecía. Estaría atenta.

Cuando el Hiena se dirigió a ella y la halagó, se sonrojó notablemente. No esperaba que la felicitasen por su trabajo y se agradecía el gesto.

-Gracias, Ponzoña. Tenemos que ponernos en marcha, sí.- se levantó del suelo, dio unos tragos a su pellejo de agua y echó a andar siguiendo al hiena.

La voz de Campaña la tomó por sorpresa, pues hacía un momento el muchacho estaba cabizbajo avergonzado de sus acciones, seguramente recriminándose a sí mismo el haber estropeado parte de la misión. Pero en realidad esta vez habían tenido suerte, así que no era para tanto.

Escuchó atentamente la información que Ponzoña le estaba dando a Campaña, que el pobre no llegaba a comprender del todo, pero ella sí que lo comprendió y se entristeció a la vez que se sentía más aliviada.

-De verdad vamos a tener que batallar contra niños?-preguntó al hiena con voz entrecortada y susurrante. Esa idea no le gustaba nada.

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10/02/2012, 21:43
Peregrino.

El alba se acerca y despierto para sentarme sobre mis piernas, con mis manos en mi katana sobre mi regazo. Medito acerca de la misión, de lo que significa y de lo que se espera de mí:

“Es el momento en el que se decide si soy digno de proteger a mi pueblo, si soy digno de esta misión y si soy digno de pronunciar juramento a la Compañía. Mi pueblo es pequeño, pero sus hombres somos fuertes y decididos. No somos guerreros arrogantes ni matones bravucones, pero luchamos con la letalidad que la disciplina y la destreza nos confiere. No dudaré en asesinar a mi oponente, sea guerrero, mujer o niño, pues la guerra es así y debo hacer de tripas corazón para cumplir con mis objetivos. Hoy es día de sangre y no dudaré en derramarla. Hoy es el día en que demostraré si realmente soy digno de la confianza que mi pueblo tiene en mí. Hoy demostraré si he seguido el camino de la Espada como se debe y he aprendido de ella todo lo necesario para afrontar el hostil mundo e imponerme ante el destino oscuro."

Cuando Matagatos despierta a todo el mundo, abro mis ojos al mundo que se pone frente a mí y que con la voz de su viento me dice que será el día de luchar, de combatir, de vencer o morir. Me pongo de pie y me acerco al resto de los Hostigadores que iremos en avanzada a la orden de Lengua Negra. De último momento Uro sustituye a Dedos, lo que no me agrada mucho por lo que significa perder la agilidad de la muchacha, pero termina convenciéndome tener al guerrero en caso de que algo salga mal.

Aun está oscuro cuando Lengua Negra da la orden de asaltar el poblado. La misión: Infiltrarse por sobre el muro y abrir las puertas para que entre el grueso de la Compañía. Me muevo lo más silencioso que puedo, evitando meter cualquier clase de ruido. Me muevo lo más rápido que puedo hasta esconderme en el muro del poblado. En ese momento escucho que un niño vigía ha visto a Loor, pero por lo que parece ser un azar de los Dioses o esas cosas extrañas, el niño cae y se sienten ruidos de que parece estar herido. Es nuestra oportunidad.

Uro usa ágilmente el arpeo con la cuerda, ajustándola sobre el muro sin casi nada de ruido. Él es el primero en escalar, después de que Ponzoña sujeta la cuerda para estabilizar el ascenso. El guerrero sube con lentitud y dificultad, pero llega arriba, desde donde mira hacía los lados para finalmente saltar al interior. Imito sus acciones, subiendo también con algo de dificultad, avistando a los niños armados alrededor y saltando hacía el interior, agachándome y desenvainando mi katana. Tras unos momentos veo como Loor entra tras nosotros, pero al parecer Ponzoña no lo hará.

Uro se adelanta a levantar el madero de la puerta, acción a la que Loor y yo comenzamos a ayudarle de inmediato, pues lo más importante es abrir la puerta para dejar paso a nuestros refuerzos. Entre los tres logramos sacar el madero, pero Uro lo deja caer, lo que hace que el grupo de niños nos mire con la boca abierta, sorprendidos. Me preparo para recibir sus ataques con mi espada, mientras Uro coge el madero y carga contra ellos, lamentablemente tropieza en el camino y el madero casi le aplasta los pies, quedando a merced de los jóvenes guardias. Loor intenta abrir la puerta y lo logra con una fuerza tremenda. Los niños atacan a Uro, enterrando sus lanzas en su abdomen y causando un gran daño en el cuerpo del guerrero, mientras que dos de ellos se dirigen a mí. Me detengo un momento, sintonizandome con la calma antes de la tormenta y la necesidad de fundir mente, cuerpo y alma para ser el arma efectiva de combate que debo ser. Justo cuando mis enemigos entran en el rango de mi espada, mis movimientos se suceden veloces como en mis entrenamientos, cortando la garganta de uno con un corte horizontal, al igual que el segundo corte, el que parte en dos al niño a la altura del abdomen. Los niños rodean a Uro, por lo que me acerco rápidamente y lanzo un corte a uno de ellos que hace volar su cabeza fuera del pueblo, mientras que mi segundo golpe falla. Aquel me devuelve el golpe con su lanza, la que esquivo sin mucha dificultad.

Mis compañeros comienzan su ataque y finalmente quedan solo dos niños. Con un rápido movimiento me pongo en medio de ambos y lanzo un ataque ascendente contra uno, que lo mata al instante y, continuando con el movimiento, hago descender mi katana por el otro extremo, golpeando al último de los vigías en el hombro. Le dejo morir en paz mientras Uro acaba con el sufrimiento del niño que cayó de la torre.

De un momento a otro, con la alarma que dieron los niños, comienzan a aparecer sus refuerzos, siendo más de veinte niños y unos ancianos. Por suerte, Portaestandarte aparece a toda velocidad y cruza la puerta sobre su caballo para estrellar a los ancianos, dejándonos solo a los niños. Me preparo para recibirlos, cuando veo que son cuatro los que vienen directo a mí. Anticipándome a sus ataques, lanzo tres cortes, solamente impactando con el último de ellos, pues los niños son muy bajos para mis cortes horizontales. Lo mato de inmediato.

Lamentablemente, las tres lanzas que quedan me atacan y solo soy capaz de esquivar una. Dos puntas se entierran en mi abdomen, causándome un gran dolor, a la vez que doy gracias de que solo sean niños sin una gran fuerza, pues esos golpes podrían haberme matado. Luego lanzo un tajo en diagonal, lo que alcanza a dos niños, esquivándolo uno de ellos. Los jóvenes alcanzados por el corte mueren al instante, partidos sus cuerpos.

El sobreviviente me ataca y yo esquivo ágilmente, pero su ataque baja de golpe, enterrándose en mi pie, el que queda clavado al suelo. El dolor es enorme. Sin perder tiempo, lanzo un golpe con mi katana, el que es torpe debido al dolor y a la falta de movimiento. Luego bloqueo su golpe con mi katana y Ponzoña lo mata reventándole las rodillas.

Molesto y un poco humillado, desensarto la lanza de mi pie y se la lanzo a uno de los pequeños guerreros que hostigan a Loor, atravesándolo y lanzándolo lejos. Cargo contra el último de ellos, pero fallo debido al dolor de mi pie. Uro acaba con él degollándolo, lo que nos da un pequeño momento de descanso.

El resto de los Hostigadores llega con Mazagatos, quien nos da la orden de quedarnos atrás. Asiento con la cabeza pues estoy herido y cansado, pero después de unos segundos de ver que a algunos de nuestros compañeros los están hiriendo de gravedad, miro a Uro con una expresión que dice claramente que no me quedaré atrás y que no seré el estorbo de la Compañía, por lo que me dirijo al resto para unirme a la acción.

A pesar de ello, el poblado es nuestro y el grupo de los Hostigadores ha cumplido exitosamente con su misión, sin ningún muerto. Ahora debemos ver qué hacemos con los civiles y con todo el poblado. Jamás había invadido un pueblo y siquiera sé las costumbres de los victoriosos, por lo que me mantengo atento a algún nuevo ataque mientras espero ordenes.

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11/02/2012, 08:00
EL TIEMPO SE AGOTA.

AÑO: 201.

Estación: Primavera.

Mes: Cuarto (Primero de la Primavera). Mes del Pie.

Día: 05.

ANTES DEL ALBA.

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11/02/2012, 08:01
El Cráneo de Plata.

- Bajo las órdenes de Lengua Negra, el Pelotón se divide en cuatro grupos.

- Grupo de avanzadilla, que deberá abrir las puertas del poblado de los Tres Castores. Está previsto que lo formen Loor, Peregrino, Ponzoña y Dedos. A última hora, Uro se empeña en ir, y Lengua Negra lo acepta sólo si otro acepta cambiarle el puesto. Para evitar que haya conflictos en el grupo justo antes de una batalla, Dedos accede a cambiarle el puesto de combate a Uro.

- Primer grupo de ataque: Liderado por Matagatos, en ese grupo están Serpiente, escoltado por Guepardo, Rastrojo, escoltado por Jabalí, Campaña, Attar, Ojopocho y Dedos. También está nominalmente asignado al grupo Portaestandarte.

- Segundo grupo, de distracción: Su misión será causar una distracción que atraiga a los defensores de la empalizada hacia otro punto de la misma apartado de las puertas del Oeste. Liderado por Lengua Negra, en ese grupo están Caracabra, Mentiroso, Pelagatos y R'Gaa.

- Retaguardia: El carro con los animales, Khadesa y Sicofante.

Notas de juego

CAMBIO DE ESCENA: Viene de: "La Gran Sabana: Caminos de tierra".

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11/02/2012, 11:59
Ponzoña.

Ruidos apagados, movimientos, susurros. La zona en la que hemos acampado parece una madriguera de suricatas en febril actividad cuando la noche aún es osucra. Falta una hora para que asome el sol, pero hoy seremos nosotros los que teñiremos de rojo el amanecer con la sangre de los Castores. Apenas hacen falta órdenes. Todos sabemos lo que debemos hacer y dónde posicionarnos. Como un grupo de leonas hambrientas, dispuestas al acecho y la caza, Peregrino, Loor, Dedos y yo, nos agrupamos. La mañana es fría y aunque parecemos tranquilos, el vaho de nuestras agitadas respiraciones, muestran la tensión previa a la caza. Echo un vistazo en torno. Tan solo la quinta y Sicofante quedarán atrás. Todos los demás, incluido Mentiroso, tendremos ocasión de demostrar si merecemos vivir o es hora de morir.

Dedos hace un par de lanzamientos al aire con su extraña pieza de metal y cuerda. Parece que su tacto la tranquiliza, pero en sus ojos, como en los de todos nosotros, brilla la luz del guerrero, de la sangre, de la muerte. Súbitamente, Uro hace acto de presencia. Ha pedido unirse a nuestro grupo. Seremos cinco si Lengua Negra acepta, como los dedos de una mano. Un puño abierto o cerrado según la ocasión. Pero no lo hace. No entiendo por qué se niega, hasta que veo que no rechaza su presencia siempre y cuando uno de nosotros le cedamos el puesto. Una astuta estrategia para cubrir el puesto de quien pueda sentirse débil o asustado ante lo que ha de ocurrir o incluso tema al cazador de cabezas. Y del mismo modo, no le niega a Uro su oportunidad, rechazándole de plano y ganándose así su odio. 

Pero no seré yo quien ceda aquel puesto de honor. No hablo, pues no es momento de palabras. Niego con la cabeza, al igual que lo ha hecho Peregrino y lo hará Loor. Pero Dedos sí. En una especie de juego tiende el arpeo a Uro, confiando en que no la humillará públicamente despojándola de su honor, pero se equivoca. La cuerda desaparece de sus manos. Y con ello, no solo la relega a un segundo puesto, sino que además, asumirá su posición en la avanzadilla. Uro solo piensa en sí y en su futuro como soldado. Dedos es el instrumento para conseguirlo antes que muchos otros.

La orden brota, seca, dura. Hemos de ponernos en movimiento. Sigilosos, veloces, corremos amparados en la oscuridad hasta la empalizada con distinta fortuna. Oigo los pesados pasos de Uro y lo smíos frente a los livianos pies de Peregrino que avanza como un antílope a la carrera, apenas tocando el suelo. No así Loor, que pronto es descubierta por uno de los vigías. La voz es la de un niño. En mitad de este silencio previo al amanecer, un grito se oye. Y un golpe sordo. Y a ellos, una cacofonía de voces preocupadas. El vigía ha debido caer de su atalaya, presa de su nerviosismo. Es la ocasión para que Loor aparezca a nuestro lado, sin nuevos gritos de alarma por parte de nuestros enemigos.

Uro lanza el arpeo con éxito y no hay más sonido que un leve golpe contra la madera, ahogado por las voces que se oyen más allá del muro de madera. Tomo la cuerda para mantenerla tensa, ante la incertidumbre momentánea del gigante y hago gestos para que suba, seguido de Peregrino. Pronto ambos se hallan al otro lado. Después lo intenta Loor, pero sus fuerzas le fallan y decide cederme su puesto. Los músculos en tensión sujetando la cuerda, la adrenalina, el frío de la mañana, sea cual sea la razón, hacen que un doloroso calambre recorra mis brazos. Me siento torpe, incapaz de afrontar la subida, y una furia fría me inunda. Niego con la cabeza a Loor, que entendiendo lo que ocurre, salta ágil y trepa como un mono.

Me mantengo a la espera, confiando en que el calambre pase, ignorante de cuanto acontece al otro lado de la empalizada, hasta que veo abrirse las puertas. Mi ayuda no ha sido necesaria, pero quizás lo sea ahora. Corro hacia la boca abierta de este monstruo que debemos devorar, como el largo gusano blanco que come nuestros intestinos, y veo el panorama que nos aguarda. Seis niños armados con lanzas y escudos, corren chillones contra mis compañeros. A los pies de Uro el travesaño que cerraba la doble puerta de la empalizada, quien lo mira con una extraña expresión, como a la mujer que te abandona en mitad del acto. Poco o nada puedo hacer en ese preciso momento, salvo esperar la llegada de los cachorros de castor. Pero, ¿y los guerreros? Sea como sea, mi alma de Hiena bulle, y el aroma de la sangre por derramarse enciende mis sentidos.

Soy una sombra en la sabana que nadie ve o que no quiere ver. Pero la montaña atrae todos los ojos y las lanzas buscan su cuerpo para clavarse en él, como los árboles en una colina. Y Peregrino es la muerte pálida que corta los hilos de la vida. A sus pies, lo que antes era vida, solo son despojos sanguinolientos. Aprovecho que los cachorros siguen lacerando a Uro, para atacar. Mi maza gime de placer ante el crujido de los huesos, el sonido de la carne lacerada. He derramado la primera sangre. No hay tiempo para la piedad. Ni siquiera para los agonizantes. Aun cuando sean frágiles cachorros. Aun cuando son el futuro de su pueblo. Los últimos caen ante el implacable filo de la extraña arma de Peregrino y la furia homicida de Uro.

Un relincho, un galope, los cascos contra la tierra compacta y a nuestro lado cruza como el viento Portaestandarte, un augurio del fin de los Castores, adentrándose en su poblado. Pero mi atención se centra en un nuevo ataque. Una docena de chiquillos cargan contra nosotros y una vez más, apenas se fijan en mí. Veo a Peregrino matar y ser herido. Veo a dos pequeños dirigirse hacia mí. Mi maza canta y sus púas de acero rompen un pequeño cráneo como si de una nuez hueca se tratara. Y en su vaivén, busca al segundo atacante, pero rápido como una ardilla, elude mi arma aunque no por ello su lanza deja de trazar su camino hacia mí. El cachorro falla, pero es digno. Todos lo son, dispuestos a morir por los suyos.

El resto se centra en Loor, quien protege con su cuerpo a Uro, herido y sangrante, apenas capaz de mantenerse en pie. Más heridas, más muertes. Mi espíritu guerrero sabe que debemos acabar con esta pantomima. Lo grandes guerreros castores no están aquí. Somos leones mordisqueados por licaones. Pueden clavar sus dientes en nuestro flancos, pero no pueden vencernos. Y mi maza entona nuevamente su canción. Mato a mi tercer cachorro.

Una sucesión de ataques, defensas, lanzas que brillan con los primeros rayos de sol. Loor se mantiene en pie, brava y guerrera, eludiendo como una mangosta el ataque de la víbora. Uro, como el león herido, muestra garras y dientes, lleno de peligro. Peregrino es el águila que mata desde el aire sin ser visto. Pero una lanza corta una de sus alas, clavándolo al suelo. Veo su rostro, pálido por la pérdida de sangre y su mirada decidida. Pero no hay riesgos que correr. Giro sobre mí mismo, la maza en horizontal, y las piernas del cachorrillo que amenazaba con su aguijón crujen y se rompen, ensartándose en las púas. Una sacudida y su cuerpo se estampa en una muerte rápida contra el suelo. Cuatro. Sé que algún día pagaré por este desigual combate. Tan solo espero tener el valor de quienes ahora son mis víctimas.

Caen lo últimos, pero no es mi arma quien acaba con ellos. Parece cansada y llora sangre a través de sus espinas de metal. Pero al mismo tiempo, me siento señalado. Ni una sola herida en mi piel. Y es entonces cuando llega la escuadra de Matagatos, quien pronto imparte órdenes relegando a la avanzadilla a un segundo plano. Puedo entenderlo. Mis compañeros están heridos de gravedad, pero yo no. Y está la promesa hecha a Campaña, mi hermano, que pronto aparece a mi lado, preguntándome por mi estado y tendiéndome el escudo que con tanto celo ha cuidado para mí. Me dirijo al hombre blanco y reclamo mi puesto en la batalla a lo que accede. Pero es inútil. Mi canción ha concluido. Uno tras otro, los cachorros mueren. Magia oscura, flechas, filos... uno tras otro caen. Y sus vidas exigen un pago. Guepardo, el guerrero que me lideró en la misión de la sabana, es ensartado. Si llegará a vivir o morir, solo los espíritus lo saben, pero jamás engendrará vida. Solo muerte.

Y aquí me encuentro, rodeado por el olor de intestinos aflojados, el acre aroma de la orina marcada por el miedo, el sudor y ferroso tufo de la sangre. Tan solo queda un cachorro. Ofrecido a mí. No hay desgana en mi cuerpo. Debo proporcionarle una muerte rápida que le asegure el olvido y no una vida cargada de dolor y muerte, de odio hacia sus enemigos, de pérdida. Pero fracaso y el muchacho escapa. Una parte casi olvidada de mí, aflora de viejos recuerdos enterrados, y murmura... Vuela, vuela, vive. Pero su vuelo inicia su descenso cuando una flecha asoma en su espalda, haciéndole avanzar a trompicones. No deseo seguir mirando. Me vuelvo, mientras otros contemplan más allá de la masa de carne desgarrada y rota y veo llegar a Lengua Negra con los enfermos. Ya nada hay para ellos. Quizás alguno lamente no haber participado, pero para quien quiera oírme diré que no hubo honor ni orgullo en esta batalla. La Batalla de los Cachorros Castor.

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11/02/2012, 13:31
Campaña.

Aquella mañana, tras el frugal desayuno que preparó Khadesa, Campaña se esforzó al máximo para sacarle brillo al yelmo. Era un día importante, probablemente el día en que dejaría de ser un simple Recluta para convertirse en un Hermano Juramentado de pleno derecho, por lo que debía exhibir sus mejores galas en la batalla. Frotó y frotó la superficie del casco, arrancando los trozos de barro duro y seco que aún quedaban de la expedición de exploración, hasta que por fin pudo ver su rostro reflejado en él. Pero esta vez no era el rostro de un hombre temeroso de su aspecto, de un hombre inseguro, preocupado, indefenso... se trataba de un niño sonriente, contento, ilusionado por lo que iba a venir. Aquella mañana no era Campaña el que se reflejaba en aquel improvisado espejo, sino el pequeño Ailo, que tantas alegrías le había dado a Herrero durante la infancia.

Campaña se colocó el casco en la cabeza y comprobó el estado de sus protecciones mientras, unos metros más allá, Uro y Dedos hablaban sobre quién de los dos formaría parte del grupo de infiltración. Mientras Campaña apretaba un poco más las correas de sus botas de bronce Dedos le tendía su arpeo a Uro con indeferencia, pensando claramente que no lo aceptaría. Cuando Campaña se colocaba correctamente las protecciones de los muslos, Dedos declaró que Uro se quedaría con el grupo de Matagatos, y cuando Campaña cerró los puños para ajustar al máximo a sus manos los guanteletes de bronce Uro recogió el arpeo e ignoró la atónita mirada de Dedos. Sin duda, a Ponzoña no le iba a gustar esa decisión de última hora aunque no se arriesgaría a hacer ningún comentario al respecto. Campaña seguía inmerso en su ritual y permaneció ajeno a todo lo que pasaba a su alrededor, como si no estuviera ocurriendo.

Se ajustó el escudo al brazo izquierdo con creciente interés, pues no estaba acostumbrado a su uso. Solía pensar que era una molestia para combatir, y realmente podría llegar a serlo, pero en el combate que estaba por llegar Campaña aprendería lo importante que puede llegar a ser un escudo. Le había hecho una promesa a Ponzoña y estaba decidido a cumplirla, se reunirían en las puertas del poblado y volverían a intercambiarse el escudo. Mientras tanto, Portaestandarte recogía su lanza y montaba a lomos de Matanza, sin que su siniestro semblante cambiase ni un ápice. El estandarte de la Compañia ondeaba con el viento y pronto estaría clavado sobre los cuerpos de los enemigos indicando una victoria más.

Campaña siguió con la mirada al grupo de infiltración hasta que les perdió de vista. Confío en que lo harían bien y pronto estarían juntos, y desde ese momento se concentró en las puertas del poblado mientras esperaba la orden de Matagatos. Estaba tan concentrado en su tarea que si siquiera advirtió que uno de lo vigías descubría a los infiltrados, ni que de la emoción se precipitó por la empalizada partiéndose la espalda con un sonoro crujido. Su concentración era tal que no escuchó como sus compañeros trepaban la empalizada, llegaban hasta la puerta sin ser descubiertos y la abrían con rapidez. Ni siquiera vio como se abría la puerta, ni escuchó ulular a Ojopocho, sólo la orden de Matagatos de avanzar.

Portaestandarte se lanzó al ataque cabalgando a gran velocidad, con su mirada fija en el poblado. El ruido de los cascos de Matanza era aterrador, incluso el suelo tembló ante su furioso avance. Finalmente, cruzó las puertas y los alaridos de terror llenaron el aire. Era hora de avanzar.

El grupo de Matagatos se lanzó a la carrera en un sprint que parecía acelerarse por momentos, incluso Serpiente y Rastrojo, que eran con diferencia los miembros más débiles de aquel grupo, corrieron como el que más. La furia de la batalla se apoderó del grupo de asalto y Campaña no podía pensar en otra cosa que no fuera correr. Se concentró tanto en su tarea que no se dio cuenta de los esfuerzos de Serpiente por contener sus poderes, sólo escuchaba de vez en cuando su risa malévola. Mientras tanto, el grupo de avanzadilla contenía a los defensores a las puertas, evitando que las cerraran demasiado pronto.

Tras unos intensos momentos de carrera, que a Campaña le parecieron horas, el grupo de Matagatos cruzó las puertas y se reunió con la avanzadilla, que había dado cuenta de gran parte de los defensores del poblado. Había cuerpos mutilados de niños por todas partes, la sangre cubría el suelo y no toda era de los defensores. Peregrino parecía gravemente herido, al igual que Uro, pero ambos aguantaban estoicamente, olvidándose de sus heridas como si no tuvieran importancia alguna. La maza de Ponzoña rezumaba sangre, al igual que la espada de Peregrino y el machete de Uro, incluso en la punta del bastón de Loor podían distinguirse restos de sangre. Campaña corrió junto a Ponzoña y se alegró al ver que no había resultado herido.

- Campaña ya está aquí, hermano - le dijo al Hiena mientras posaba su mano derecha en su hombro.

- Y aún sigo vivo como te prometí, para luchar juntos - contestó Ponzoña, recuperando el aliento tras el duro combate.

- ¿Quieres tu escudo? - preguntó Campaña.

- Desde luego - dijo Ponzoña con una sonrisa.

Campaña se quitó rápidamente el escudo y se lo tendió al Hiena, que lo recogió como si le estuvieran dando un regalo. Mientras lo colocaba en su brazo izquierdo, Campaña decidió coger uno de los escudos de las víctimas triturando accidentalmente la pequeña cabeza de un niño muerto. Y mientras Matagatos reorganizaba a la tropa, la siguiente oleada de defensores se preparaba para hacerles frente. Sin embargo, esta vez sería distinto, los más feroces guerreros de los Hostigadores estaban ahora junto al resto formando una unidad con una fuerza descomunal.

- ¡¡ HOSTIGADORESS !!! - gritó Matagatos, lanzándose a la carga.

Todos los guerreros le siguieron en su carga, chocando brutalmente contra los niños que defendían el poblado. Matagatos ensartó a uno de los defensores con su espada, mientras se escuchaban los aullidos de terror y dolor del grupo de niños que había sido el blanco de la magia de Serpiente. Cuando Campaña se lanzó a la carga dejó de ser consciente de lo que ocurría a su alrededor, fijó un objetivo y se lanzó contra él con todas su fuerzas hasta que notó un leve obstáculo que frenó su avance. Entonces paró en seco y levantó la cabeza para comtemplar como uno de los niños salía despedido y se estampaba contra la pared. A pesar de la violencia del impacto final el niño no llegó a sentirlo, pues había muerte en el acto cuando sus costillas se habían hundido en todos sus órganos vitales.

- ¡¡JARRRLLLL!! - gritó Campaña, dejándose llevar por el frenesí de la batalla.

Las espadas cortaron, las lanzas se clavaron, las mazas aplastaron y las flechas ensartaron todo cuanto les fue posible. Campaña estaba ligeramente aturdido por el topetazo que acaba de asestarle al niño pero fue capaz de parar el contraataque con el escudo. El último niño que quedaba, con el rostro lleno de terror, comenzó a correr huyendo de la muerte, pero ya no había escapatoria.

- ¡Ven aquí enano!! - gritó Campaña señalando al niño que huía.

Pero su huida pronto fue interrumpida por las flechas de Dedos y la implacable espada de Portaestandarte. El poblado era un hervidero de sangre y vísceras, pero el fragor de la batalla había terminado...

La victoria era para la Compañia y el estandarte ondeaba clavado sobre los enemigos.

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11/02/2012, 17:26
Dedos.

No tardó en conciliar el sueño, Dedos era así. Si se parara a pensar si alguna vez algo le había quitado su descanso, cosa de la que no se iba a molestar en hacer, lo más probable es que no encontrara ni una. Ni siquiera el día que su padre la consideró muerta, atravesada por una mirada de desprecio y rematada con palabras de odio. Durmió tranquila, o lo más que pudo, satisfecha de que la noche anterior habían dejado claro entre sus compañeros qué hacer antes de que el alba asomara.

Llegó el momento y despertó en blanco con el suave toque de Matagatos. No había soñado nada, no era bueno ni malo, simplemente nada; pero sonrió al ver al Segundo. Mientras observaba cómo despertaba al resto se preguntó si había sido parte de un sueño, no recordado, el leve canturreo que creyó escuchar a través del velo oscuro de su inconsciencia. De lo que sí era consciente era de su cuerpo, ahora yerto no por el frío, sino por el agradable calor de su manta. No tardó en desperezarse, y a medida que estiraba su cuerpo el nerviosismo previo a la batalla se enraizaba en ella. Diose unas enérgicas palmadas en las mejillas que le arrancaron un “auch”, suspiró profundamente y comenzó a recoger sus cosas.

Llevó lo que no necesitaba al carro, del que se oían ruidos de cadenas. Portaestandarte estaba inquieto, lo cual era bueno para los Hostigadores. Caería su furia sobre Los Tres Castores, aunque lamentaba que la mayoría de los defensores eran niños. Se deshizo del pensamiento agitando su cabeza, y con ello sus rastas, e hizo recuento de lo justo e imprescindible para el gran momento. Su daga, la espada corta, el arco y flechas, la cuerda con el arpeo… sus compañeros. Ojeó a su alrededor en su busca, pues nada podía hacer sin ellos. Los fue localizando con la mirada, y tras un desayuno que no probó llegó el momento de reunirse.

- Buenas... –les dedicó una sonrisa ambigua- La noche no me ha traído ningún augurio, por lo que no sé si es bueno o malo. Prefiero pensar que de esa forma mi Destino está abierto -dijo mientras recogía sus rastas en una coleta baja.

Teniendo en cuenta la pregunta de Ponzoña la noche anterior creyó importante mostrarle cómo se lanzaba el arpeo, por si algo ocurría antes de llegar a la empalizada.

- Mira, se lanza así –hizo un par de pruebas, asegurándose de no hacer daño a nadie en los intentos. Los lanzamientos eran buenos, rectos y a la vez gráciles. Ya eran muchas las veces como para que no lo fueran- ¿Ves? Es fácil. No tiene más complicación que lanzarla con suavidad y firmeza para no hacer ruido. No creas que es sólo fuerza.

Todos estaban preparados, pero no para la repentina interrupción. Junto a Lengua Negra llega Uro, contundente con su petición de entrar en la avanzadilla. No era una solicitud sino una exigencia. Loor lo mira desafiante, Peregrino no cede su puesto y Ponzoña niega con rotundidad. La joven entiende, dado que Lengua Negra se mantiene ambiguo, que no es momento de una disputa. Con una media sonrisa le tiende el arpeo al enorme K’lhata.

- Si te empeñas… -le dice tranquilamente.

Pasó un corto pero tenso momento y Uro seguía quieto, por lo que entendió que la situación se había calmado sin necesidad de malas palabras o algo peor.

- Creo que Uro se quedará con Matagatos -comentó creyendo que las aguas se habían calmado, pero se sorprendió cuando el guerrero le arrebató el arpeo y lanzó una mirada desafiante al líder de los Hostigadores.

- Psché... –soltó la muchacha encogiéndose de hombros y mostrando así la importancia que le daba al asunto.

“Si buscas gloria allá tú...”, el pragmatismo de la joven era inmensamente mayor que el desafío de Uro.

Cuando ya está de espalda y a punto de marcharse escucha a la bocaza de Loor. “¿La tramposa se viene abajo?”. Medio giró su cuerpo hacia el grupo y ladeó la cabeza en un gesto curioso hacia Loor.

- Suerte –y se despidió de la mujer lanzándole un travieso beso al aire para luego marcharse con una suave risita.

“Esta Loor… ¡será imbécil!”

Su puesto y mente estaba ahora en el grupo de Matagatos. Dado el repentino cambio preparó su arco y carcaj, sabedora que su puntería sería adecuada para el asalto. Asiente ante la orden de esperar y observa a sus compañeros. Campaña, Attar, Ojopocho, Matagatos… Por un momento cierra los ojos y comienza a respirar algo nerviosa. No es la primera vez que se encuentra en una situación peligrosa, pero sí en la que luchará hombro con hombro con aquellos que podría considerar más que conocidos.

Repentinamente escuchan la voz de un niño alertando sobre una chica. “¿Loor? Los han descubierto”, piensa con pesar. Sabe que aún no han trepado y ya han sido descubiertos, pero espera que los arqueros no los aniquilen en el intento. Con suerte cree que esos niños aún no sepan ni coger un arco. Pero extrañamente aún no se escuchan voces de alarma. Tal vez haya esperanza…

- Adiós al factor sorpresa –murmura preocupadamente.

No centró su vista en la empalizada, ese no era ahora su cometido. Su atención debía centrarse en la puerta, y si abría era señal de que al menos uno seguiría vivo. Y así sucedió, no sin una tensa espera, pero al fin los maderos dejaron de impedirles el paso. La puerta estaba abierta y en el aire se escuchó el aviso de Ojopocho al resto de los Hostigadores. “Si eso es un búho yo soy un suricato”, arrugó sus facciones ante el espeluznante sonido, aunque pronto la orden de avanzar del Segundo llenó todo su ser.

La joven, arco en mano, avanzó junto al resto tras la estela de furia y sangre que ya emanaba Portaestandarte. Si todo salía bien el temor ante el legendario guerrero sería de gran ayuda. De momento lo único que podía hacer era seguir al grandullón de Campaña como si fuera una trazadora, pero manteniendo el factor distancia que le proporcionaba su arco.

Llegaron junto a la avanzadilla mal herida. Peregrino y Uro estaban visiblemente heridos, y aún se acercaba una oleada de chillones y armados niños. La nueva orden de Matagatos era clara, así que sin miramientos elevó el arco, tensó la cuerda y se dispuso a disparar la flecha para proteger a los heridos. Sin embargo, el Segundo se lanzó contra la docena de niños sin miramientos, seguido de cerca por Attar. A la llamada de “Hostigadores” supo lo que hacer, pero de repente unas extrañas víboras manan de Serpiente directos a repartir agonía a unos cuantos niños. No supo por qué pero el efecto adverso del conjuro era un Serpiente sumido en carcajadas, vómitos y mal olor.

“Que te ampare tu Diosa Oscura”, y con esa frase centró su mirada en el combate. Muchas escenas surgieron al unísono, como la flecha que salió de su arco. Impactó, pero no fue suficiente para derribar al pequeño cuerpo. Poco después vio caer extrañamente a Campaña, así que estuvo a punto de cambiar de objetivo al creer que estaba en peligro; pero por el rabillo del ojo percibió que Ponzoña iba en su ayuda.

“Termina lo que has empezado”, se dijo asqueada de recordar una de “sus” famosas frases. El mismo niño, una nueva rabia y un tiro certero en pleno corazón. Apretó los dientes en una señal de triunfo que no era, afortunadamente, por acabar con la vida del niño.

Un último disparo iba destinado a un pequeño enemigo que huía. Lo hizo sin pensar, un acto instintivo que no llegó a derribarlo pero sí marcarlo con una flecha clavada en su espalda. Su mirada acompaña a la desdichada criatura que acaba muerta a manos de Portaestandarte, y siendo ensartado por la bandera victoriosa de La Compañía.

A su alrededor… matanza. Cuerpos mutilados, chozas destrozadas y muchos prisioneros de futuro incierto. Los Hostigadores habían vencido, se habían ganado su nombre.

- ¿Está vivo? –pregunta a Matagatos sobre la suerte de Guepardo, gravemente herido.

La joven no suelta su arco, aunque afloja la presión sobre la madera con alivio. Habían vencido y las bajas eran nulas, de momento…

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11/02/2012, 22:40
[RIP] Mentiroso.

Mentiroso frunció el ceño al cruzar la empalizada de los Castores y ver que solo quedaban en pie sus compañeros.

«Si lo llego a saber, me quedo durmiendo con mi manta y mis cuerdas»

Mentiroso supuso que los niños descuartizados eran el temible enemigo que mantuvo a Lengua Negra a más de mil pasos del poblado. No obstante, era un enemigo coherente con lo que ya sabía de Lengua Negra. Niños... con la cantidad de miembros separados de sus torsos era muy difícil saber cuántos habían sido.

Después vio a Guepardo en un charco de sangre, y a Dedos sobre él, preocupada. Ojalá sobreviviera, aunque dudaba que se pudiera hacer mucho por él. Y se preguntó si Lengua Negra aprovecharía para conseguir una muerte. Ya que posiblemente moriría desangrado o más tarde por las infecciones, quizá Lengua Negra aprovechara para «librarle» de una muerte «indigna». «Sí, ese es su estilo», pensó sonriendo para sus adentros satisfecho por la ocurrencia. Pero no dijo nada.

Lo cierto es que, de forma totalmente contraria a su naturaleza, no había dicho nada en todo el tiempo que duró el ataque. Al principio fue una espera interminable, mirando la espalda de Lengua Negra, esperando el momento de actuar. Cuando Lengua Negra le indicó su cometido, simplemente estaba decepcionado por no estar en ninguno de los grupos de ataque. Conforme pasaba el tiempo empezó a impacientarse. Miraba a sus compañeros con cara interrogativa y apretaba su lanza como si tuviera vida propia y fuera a salir disparada.

Ni siquiera cuando Lengua Negra dio la orden a su escuadra de distracción de "actuar" ocurrió nada digno de la más miserable mención. Aunque eso no era del todo malo, así el Analista tendría mucho tiempo libre para planear el siguiente gran golpe.

Fue cuando llegó Loor anunciando la caída del poblado. Mentiroso tuvo que hacer un gran esfuerzo para no soltar un resoplido cargado de significado, y consiguió camuflarlo con un ataque de tos. ¿Para qué lo había traído Lengua Negra? ¿Acaso solamente quería tenerlo vigilado? ¿Aún no se fiaba de él? ¿Volvería a arrestarlo?

Intentando apartar esos pensamientos empezó a preguntarse dónde habrían escondido los Castores las cosas de valor, si es que la campaña de la Compañía contra la economía de la tribu aún les había dejado algo que esconder.

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11/02/2012, 23:59
[RIP] Attar.

Attar estaba despierto aquel día cuando llegó la hora de que todos se pusieran en pie, ya que le tocaba el segundo turno de guardia. Se estiró un poco para desentumecer su cuerpo. No hubo patrullas enemigas, así que las guardias fueron bastante aburridas. Poco a poco, todos se pusieron en pie.

Un cambio de última hora en el grupo de avanzada, despedidas y promesas… No era algo que atrajera especialmente la atención del guerrero. Sin embargo, cuando vio la lanza con el pendón de la Compañía, si le prestó atención brevemente. Sobre aquel objeto se contaban verdaderas leyendas, o al menos sus padres se las contaban de pequeño. Sin embargo, hubo algo que atrajo mucho más poderosamente la mente del guerrero: un escarabajo.

Un pequeño escarabajo, que estaba en pie con la Compañía antes de que el sol asomase su dorado disco por el horizonte. Aquello no era algo que se viera todos los días, y Attar lo sabía, aunque sus compañeros no. En fin, probablemente ellos se lo perdían. El escarabajo rondó a Attar un rato, probablemente él también se había dado cuenta de que el guerrero le prestaba atención, y quería corresponder a su observador.

Algo animado por aquel detalle, el guerrero se unió con Matagatos y su grupo. Vio partir a la avanzadilla, y como llegaban a la empalizada, con un leve sobresalto por parte de un vigía… que al parecer fue tan torpe como para caer de la atalaya. Sin embargo, lo peor fue la espera una vez saltaron al otro lado. La incertidumbre, el no saber si aquello saldría bien. Probablemente Matagatos ya estaba pensando si usar a Campaña como ariete cuando la puerta se entreabrió, y se oyó un sonido de un… ¿pájaro? Attar no había oído nada igual, pero quería conocerlo. Sin embargo, Rastrojo dijo ante el sonido:

-¿Mordisco?

Aquello confundió aún más la atribulada mente de Attar. “¿La mula de Rastrojo no murió? ¿Cómo está aquí? Attar no lo entiende…” Sin embargo, Matagatos pronto lo saco de aquellas tribulaciones al dar el grito de avance. Corrió junto con el resto, sabedor de que delante se demostraría si era digno hijo de su padre. Al llegar al poblado, vio al grupo de avanzadilla algo dañado y agotado, en especial a Uro. Sin embargo, tenían muchos cadáveres a sus pies, y de hecho, la rara espada de Peregrino chorreaba sangre. Sin embargo, otro grupo de niños soldado cargaba hacia allí, por lo que no tuvo tiempo de ver mucho más. Portaestandarte cargó a lomos de su caballo, Matanza, contra un grupo de soldados veteranos.

Matagatos cargó contra la nueva oleada de niños, y Attar lo siguió. La tenebrosa magia de Serpiente se desató, y el guerrero se acordó al ver aquello del Profanador… “a Attar no le gusta serpiente”. Sin embargo, a media carga tuvo diversas distracciones. La primera fue la formidable embestida de Campaña… usar la cabeza, lo llamaba. El niño al que embistió voló varios metros, y a Attar le recordó a las piedras que tiró en el agua haciéndolas rebotar hace unos cuantos días. Con una leve sonrisa, reparó en unos dibujos de caras sonrientes en los postes, y se quedó embobado mirándolas, perdiéndose en un mundo de felicidad. Tanto así, que solo salió levemente de él cuando uno de los niños cargó contra él y le clavó su lanza en el cuello.

Attar entonces reparó en que notaba algo en el cuello, se llevó la mano allí y la retiró mirándola: roja, con su sangre. Vio también de donde venía el daño. Con la indiferencia característica de su modo de combate, cogió el mandoble perezosamente, terminando el movimiento en arco con una sola mano, como si apartara un mosquito. Los brazos y el torno seccionados del niño recorrieron más de un metro, y las salpicaduras de sangre llegaron más lejos.

El último niño en pie trato de huir, pero Dedos clavó una flecha en él, y después Portaestandarte le recibió con su espada, y clavó su estandarte en el cadáver. Habían ganado, y Attar había demostrado poder ser útil a la Compañía… que podía honrar la memoria de sus padres.