Partida Rol por web

Contento de ver el brillo de la ilusión en los ojos de su esposa tomó su mano. —Acompáñame querida, iremos ahora mismo a hablar con el Conde para conseguir su autorización. Ya sabes que verte feliz es mi mayor misión. —Si bien su matrimonio había sido arreglado, Edward se sentía genuinamente enamorado de su esposa y por lo tanto la trataba siempre de la mejor manera y se esforzaba por verla feliz. 

Antes de emprender el camino en dirección al conde invitó a Lady Elaine a acompañarles si así lo deseaba, más por cortesía que por querer que esté allí. 

Sonrío cálidamente mientras tomaba la mano de su esposo.

- Por supuesto, esposo...

Se acercó hasta él para susurrarle algo al oído con una cálida sonrisa.

- Edward... Creo que estoy en cinta... 

Besó su mejilla con afecto para después guiñarle un ojo cómplice. 

CORTE DE NAVIDAD

Cuando volvéis a casa os enteráis de las noticias sobre la guerra en el Caercolun Meridional. En el este, los sajones están esclavizando a todos los britanos que pueden y asesinando a todos los que tratan de huir. El ejército britano responde haciendo escaramuzas durante todo el verano. Pero aún quedan más sajones que britanos y, cuando el Duque Lucius sale con su ejército, el enemigo se reúne pronto y les planta batalla. Cerca de Ipswich, el duque es emboscado y asesinado, aunque gran parte de su ejército escapa hacia el norte.

El rey envía a sir Brastias para que ponga orden en la zona. Brastias reúne al ejército y los sajones dejan de avanzar. Después de esto, Brastias da a conocer sus victorias, pero todo el mundo sabe que no ha ocurrido nada estratégicamente significativo.

La mayoría de los refugiados se dirigen a Silchester y algunos llegan tan lejos como Salisbury.

El conde Roderick es pesimista respecto a la derrota de Caercolun, pero realista sobre las relativamente leves pérdidas que sufrieron sus hombres. Comenta los sucesos y hace planes con sus caballeros. Se ha enterado de la gesta de algunos de sus caballeros con Merlín, como agradecimiento por lo que han hecho por el reino, regala a todo el batallón corceles saludables.

El rostro de Ealasaid estaba más pálido de lo habitual, su semblante era serio y preocupado. Se mantenía sentada casi todo el tiempo y sus ojos estaban ligeramente hinchados y ojerosos.

Las habituales sonrisas de su rostro eran apenas inexistentes y para quienes la conocían, en estos momentos parecía más un espectro que una dama... 

Al ver a su amiga en aquel estado Aidan se acercó con rostro preocupado.  -Lady Ealasaid.  ¿Qué os ocurre?- pregunto sin bromas y ni niñería alguna

Sir Ewan llegó a la corte de invierno con ropas evidentemente prestadas, no porque le quedaran mal, por el contrario parecían hechas a medida, sino porque no era un secreto que Dinton había sido golpeado por el martillo de Dios ese año. La hambruna había matado a su sobrino y a su cuñada, y su hermano había muerto a manos de un hombre desconocido, su cuerpo había sido encontrado en una zanja molido a golpes. A las deudas acumuladas por los esfuerzos realizados para llevar comida al señorío, se le había sumado la de la dote de la madrastra, que no podía haber elegido un peor momento para casarse.

Sin embargo, aún claramente afectado por la malnutrición, había entrado en el salón con la frente en alto. Sólo lo acompañaba su escudero, y corría el rumor de que habían llegado en un sólo caballo. Tras saludar a sus conocidos, carente del regular humor que lo caracterizaba pero poniendo buena cara, se acercó al Conde. Resptuosamente le solicitó que le concediera una audiencia en la cual deberían participar Sir Leomie, y Sir Dunn, cuando llegaran a la corte y el Conde lo dispusiera. Tras hacer el pedido, y dedicar unas palabras a Lady Ealasaid, se retiró a la capilla, donde estaría rezando hasta que Sir Roderick lo hiciera llamar.

Con el semblante serio como era habitual en el de Berwick, Caerwyn acudió a la Corte. Había aumentado un poco de peso, pero quizá se debía a las buenas cosechas que había dado su señorío.
Entró en el gran salón de forma respetuosa, saludando a sus conocidos primero y manteniéndose luego algo apartado, mientras escuchaba las novedades acerca del reino y observaba en silencio a algunos de sus compañeros de armas. Arrugó el ceño, temiendo que los sajones ganaran mucho más terreno del que condados pudieran proteger y se lamentaran más pérdidas.
Cuando el Conde les agradeció sus gestas entregando un corcel a cada caballero, Caerwyn sonrió con humildad.
-No era menester tan valioso presente, mi Señor- dijo -. Hicimos lo que debíamos, nada más- añadió, aunque no iba a rechazar el regalo dos veces.
Terminada la reunión, Caerwyn se apoyó en una pared y miró hacia el exterior del gran salón, con la mente en otra parte. De soslayo, vio a Lady Ealasaid y arrugó la frente con pesar, recordando lo sucedido. Sin embargo no se acercó, no por el momento y menos cuando su amigo Sir Aidan ya estaba a su lado. Si vio salir a Sir Ewan y torció el gesto. Había oído algo de las pérdidas de su señorío, y de la desgracia que ha acompañado a su familia. Se apartó de la pared para ir tras Sir Ewan si nadie del salón reclamaba antes su atención.

- Lady Ealasaid, gracias nuevamente por ayudarme en un momento de profundo dolor para ambos, sabed que podéis contar conmigo si necesitáis algo, y me alegro de que hayáis decidido traer a Mollie. - con una reverencia a ambas, Ealasaid y Mollie, se retiró.

Las ropas de Ealasaid volvían a estar a la moda, se notaba la nueva manufactura en sus vestidos y como parecía algo más delgada, después de todo los rumores sobre su delicado estado de salud habían llegado a la corte tras los acontecimientos ocurridos durante el entrenamiento.

Mollie acudía ahora junto a Ealasaid como su dama de compañía, vestía trajes más austeros y castos pues era bien conocida la devoción y fervor religioso que el matrimonio de Ealasaid y Edward poseían. 

Apenas si prestaba atención a quienes la rodeaban mientras Mollie intentaba devolverla a las formas de antaño, a volver a ser aquella dama risueña y parlanchina pero el pesar en ella era grande pues ahora era la heredera de Idmiston y eso solamente podía significar una cosa... Era la única que quedaba de su familia... Aunque, para quienes conocían a la familia Cunningham, sabían que Zoe, aún vivía.

Cuando Sir Aidan se acercó le dedicó una cortés sonrisa, aunque carente de ese humor y confianza de antaño, quizás con el tiempo volvería a ser ella misma pero ahora, ahora el dolor seguía dentro de ella... Demasiadas pérdidas... Y el matrimonio seguía sin dar sus frutos... 

Tras él vio a Sir Ewan, dedicándole una sonrisa afectuosa pues sabía que su buen amigo también había pasado un año duro y ambos estaban unidos en sus pérdidas, por lo que tomó su mano mientras él se acercaba a hablar con ellas. 

- Gracias a vos, mi buen amigo Ewan... Ambos hemos sufrido mucho este año pero seguro que si somos devotos Dios nos recompensará... - Miró a Mollie y sonrió - Es lo mínimo Ewan, Mollie es como una hermana para mi también y deseo lo mejor para ella y sé que ella también lamenta lo sucedido.

Se despidió de él y continuó sentada tranquilamente. 

El Conde parece sorprendido ante la seriedad de Sir Ewan, ya que todos están disfrutando de la fiesta y los regalos, o casi todos, ya que Lady Ealasaid a perdido su habitual alegría.

El conde insiste a Sir Caerwyn que acepte el regalo

-Se avecinan tiempos difíciles, es mejor estar bien equipados

Luego se acerca a Sir Dunn y Sir Leomie:

-Caballeros, ¿pueden venir y acompañarme? -después se retira a su sala de reuniones, mandando a un criado ir en busca de Sir Ewan

Mientras los hombres celebran el regalo del Conde de Salisbury y las hazañas acontecidas este año, las mujeres parlotean, comentando las últimas noticias que las damas de la Corte del Rey le han contado.

Lady Ealasaid no está muy participativa, pero aún así se entera, mientras que Lady Kirsty al enterarse corre a contárselo a su esposo:

-Al parecer el Rey Uther vuelve a estar descontento. Se le ha visto revisando si la producción de armas sigue en curso, y muchos mercaderes y trovadores lo visitan. Muchos de ellos son del continente

Cuando el criado fue a buscarlo, Sir Ewan terminó la oración que había comenzado, se persignó e hizo la señal de la cruz, y luego siguió al hombre hasta la sala de reuniones. Una vez allí le dedicó una reverencia al Conde, y una inclinación de cabeza a sus compañeros.

Se adelantó hasta donde estaba Sir Roderick y, como hiciera cuando hizo su juramento, se arrodilló frente a él, tomó la espada, y la puso sobre sus manos como ofrenda a su señor - Sir Roderick de Salisbury, vengo aquí, hoy a confesar un crimen que he cometido, y estoy dispuesto a aceptar el castigo que se me imponga. He pedido que acudieran Sir Dunn y Sir Leomie, ya que el primero es el agraviado y el segundo ha sido testigo y puede corroborar mis palabras. - miró a los presentes, con gesto solemne, y tras respirar profundo continuó.

- Mi crimen es en realidad doble, ya que a pesar de haber ocurrido tras la batalla de Mearcreed Creek, recién hoy lo confieso. En un arrebato de locura y odio que no puedo justificar, a punto estuve de quitarle la vida a Sir Dunn, por el mero hecho de ser de la sangre que asesinó a mis ancestros. De no ser por la oportuna intervención de Sir Leomie hubiera cometido un crimen inexcusable, y si bien el mismo no llegó a concretarse el impulso existió y con ello he vulnerado el juramento que os hice.

Meneó la cabeza - Si no confesé antes, fue porque creí que podría expiar la culpa aplicándome a la tarea de eliminar mi odio por los Irlandeses, y a recordarme que Sir Dunn no fue quien blandió el cuchillo que asesinó a mi abuelo. Si bien lo considero un hermano de armas ahora, y no volvería a dejar que mis pasiones me dominen, es evidente que a Dios no le es suficiente, y por ello ha castigado a Dinton y a mi familia. - Miró a su señor, tenía la mirada firme y había arrepentimiento en sus ojos. - Sir Roderick, me entrego a vuestra justicia y aceptaré cualquier castigo que me sea impuesto, y también el de Sir Dunn, si él quisiera alguna reparación por el agravio. - La espada estaba allí, en espera de que su señor decidiera recogerla o dejarla en sus manos, tenía todo el derecho a reclamarla y quitarle el título si así lo consideraba.

Mientras los hombres celebran el regalo del Conde de Salisbury y las hazañas acontecidas este año, las mujeres parlotean, comentando las últimas noticias que las damas de la Corte del Rey le han contado.

Lady Ealasaid no está muy participativa, pero aún así se entera, mientras que Lady Kirsty al enterarse corre a contárselo a su esposo:

-Al parecer el Rey Uther vuelve a estar descontento. Se le ha visto revisando si la producción de armas sigue en curso, y muchos mercaderes y trovadores lo visitan. Muchos de ellos son del continente

Sir Floridas llegó a la corte con su hermano y escudero Stanley. Seguía intentando hacerse un nombre en la zona de Salisbury que le sirviera para poder llamar la atención de alguna dama o ganar el respeto del Conde Roderick. Sin embargo, este año no había sido fructuoso. No había ido a la guerra, como sus compañeros, ni había participado en la gesta con Merlín. Debía prepararse mejor si quería establecer una familia. Por suerte, su señorío no estaba dando grandes problemas gracias a la gestión de su madre.

Cuando entró en la sala, saludó a los presentes y escuchó las noticias del Conde Roderick de la guerra en el Caercolun Meridional. Su odio por los sajones seguía creciendo, pero ahora se añadía algo de frustración por no poder intervenir.

Sir Floridas aceptó con educación el regalo del Conde. No sólo respetaba a Sir Roderick por su posición, sino también por cómo les trataba y cómo les enseñaba sobre la guerra.

 - ¿Gente de fuera?. Eso no puede ser bueno. - Le respondí, preocupado a mi esposa. - Ojalá pudiéramos hablar con Merlín, para preguntarle más al respecto. ¿Quieres que vayamos a buscarle?.

Una de las cosas que a Caderyn no le gustaba demasiado de alejarse de su señorío y de Sarum era que, al volver, por lo general los esperaban grises noticias, tales como la del avance prácticamente indetenible de los sajones al este del reino, y también la muerte del Duque Lucius. Tristemente, y a pesar de la presteza de Sir Brastias, aquello había quedado en tablas, sino en algo peor, para los britanos.

El semblante del de Tisbury no tardó en volverse ligeramente sombrío, sobre todo cuando su mirada dió con Lady Ealasaid, recordando lo que había sucedido en el campamento. Aún así, se obligó a sí mismo a colocar su mejor gesto para acercarse a la dama y saludarla con gentileza. Sabía que no estaba para socializar, así que no tardó mucho en volver a alejarse prudencialmente, quedando nuevamente en las periferias de la aglomeración de gente. Bien sabido era que el de Tisbury no socializaba demasiado.

Caderyn agradeció con semblante humilde la gracia de Sir Roderick, pues realmente no se esperaba ninguna recompensa por la gesta, en especial teniendo en cuenta que él no había formado parte del grupo que la había realizado. Sin embargo, el corcel sin duda sería puesto a buen uso ahora que los sajones amenazaban cada vez más con llegar a sus tierras. La voz de Sir Caerwyn hizo que el rubio levantara un poco la mirada, buscando al de Berwick entre las gentes, pues no se había percatado de su llegada. Cuando finalmente lo divisó, una pequeña sonrisa se asomó en sus labios.

Por otro lado, el aspecto de Sir Ewan, su vecino, lo tomó por sorpresa. Sabía que Dinton no lo había pasado bien durante el invierno, pero... la verdad sea dicha, no había dado crédito a los rumores, y ahora se arrepentía. Caderyn tragó en seco, haciendo una nota mental de acercarse al caballero para ponerse a la orden, aunque resolvió acercarse al ver que el señor de Berwick también había tomado la decisión de hablar con él.

Ealasaid escuchó las palabras de Lady Kirsty con calma pues apenas la conocía y con su esposo había tenido poco trato, aunque siempre le estaría agradecida por el trato de sus animales cuando necesitó de su consuelo y por ello lamentaba las noticas de las pérdidas de dos de estos. 

- Los sajones están cada vez más cerca, causando más daño y trayendo más y más dolor... Veo bien que se adquieran nuevas armas... - Miró a Memnoch - ¿Qué problema hay con que vengan mercaderes y trovadores extranjeros?