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Ambos habían sido reclamados en la habitación donde se reunían todos los heridos del mísero castillo, pero aquel momento era la última vez, intuía, que vería a alguno de los presentes con vida. Aún era fuerte el lazo que unía a Schaar con su antiguo mentor, y no podía negarle tal hecho. Pero también le había quitado la oportunidad de una muerte limpia si dejaba aquel asunto en manos de Radu.

Ante la férrea decisión de su Señor se mantuvo al margen de aquel asunto, puesto que al igual que él opinaba que dejarlos sin más en el castillo era un peligro. Así pues, dedicada a su inminente viaje, pasó página.

Amaneció un nuevo día, sin distinción alguna de la devastación que les rodeaba excepto que esa mañana un hombre iba a perder la cabeza. En el más estricto sentido de la palabra Dimitri, emisario del difunto Conde de Bran, debía ser ejecutado.

Esperó en la entrada del ruinoso castillo a unirse a la pequeña y funesta comitiva, que tras las breves palabras de Radu salió al patio para ofrecer a los supervivientes el rostro del espía. Entre abucheos, unos más enérgicos que otros, el condenado subió a una plataforma. Cuando éste fue arrodillado y le apoyaron la cabeza en un tronco destinado a la ejecución Dubieta se dispuso a hablar.

- Hoy es un día especial para nuestras maltrechas almas -alzó la voz- Nuestros pensamientos sujeta con firmeza el arma que aliviará nuestros corazones -alzó la mano como si estuviera sujetando una espada ficticia- Hoy la muerte nos libera brevemente del dolor inmerecido, ¡de la injusticia que hemos sufrido!

Entonces, sin vacilar, señaló a la infortunada pero adecuada víctima.

- Por vuestros hijos, hermanos, padres y madres... por todos aquellos que han perecido... ¡muerte al espía!

Siguiendo la señal Schaar ejecutó a Dimitri, una pieza más en el juego de la vida.

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RESULTADOS OTOÑO 950:

- Knezi Radu Szantovich el Menor:
* Entrenamiento (Carisma).
* Reclutar a Iakov el Ensartaojos como Siervo.
* Entrenamiento (Manipulación).
* Entrenamiento Anual Gratuito.

- Condesa Dubieta: Prepara el viaje a tierras de su padre y hermanos.

- Caballero Schaar Dvy: Se prepara para el viaje.

- Iakov el Ensartaojos:
* Ser convertido en Siervo.
* Entrenamiento.
* Entrenamiento.
* Entrenamiento Anual Gratuito.

- Capitán Varsk, Dimitri el Recaudador, Caballero Braul el Fuerte: Son asesinados.

GASTOS ANUALES:

i. Total: Knezi Radu el Menor: 13 Florines. Condesa Dubieta: 11 Florines. Iakov el Ensartaojos: 21 Florines. Caballero Schaar Dvy: 4 Florines.

ii. Edificaciones: Castillo de Covasna: Pequeño castillo de piedra, medio en ruinas y en franco deterioro. Valor: 1000 Florines. Mantenimiento Anual: 50 Florines. Estado Actual: 45%. Pagador: Conde de Covasna (no pagado el Año 950).

iv. Mantenimiento (gasto en Florines): Knezi Radu el Menor: 4 Florines. Condesa Dubieta Szantovich: 3 Florines. Iakov el Ensartaojos: 4 Florines. Caballero Schaar Dvy: 3 Florines.

v. Caballos y carros (gasto en Florines): Knezi Radu el Menor: 1 Florín (caballo de guerra pesado). Condesa Dubieta Szantovich: 4 Florines (2 caballos de tiro y carruaje). Iakov el Ensartaojos: 1 Florín (caballo de guerra pesado). Caballero Schaar Dvy: 1 Florín (caballo de guerra pesado).

vi. Sirvientes (gasto en Florines): Knezi Radu el Menor: 8 Florines (6 a partir del Año 951). Condesa Dubieta Szantovich: 4 Florines (5 a partir del Año 951). Iakov el Ensartaojos: 16 Florines (0 a partir del Año 951). Caballero Schaar Dvy: 0 Florines.

FONDOS ACTUALES:

1) Knezi Radu el Menor: -10, 0.

2) Condesa Dubieta: 25, 15 (tras cubrir el déficit de su marido).

3) Iakov el Ensartaojos: 10.

4) Caballero Schaar Dvy: 6.

AÑO DE NUESTRO SEÑOR DE NOVECIENTOS CINCUENTA Y UNO.

ESTACION DE INVIERNO.

MESES DE ENERO, FEBRERO Y MARZO.

Había sido necesario, había sido necesario… En las mazmorras del castillo se pudrían los tres cadáveres de lo que habían sido invitados del castillo. Los calabozos vacíos desde que su único ‘inquilino’ los había abandonado a la fuerza, la habitación donde habían curado sus heridas completamente limpia tras la orgía de sangre que Iakov, tras su recuperación, había disfrutado.

Los tres cadáveres serían quemados, no quedaría de ellos, ni un triste recuerdo, nada más que sus cuerpos calcinados. Un caballero sin señor, un hombre al que sus antiguos compañeros ya creían muerto y al que no buscarían; el maltrecho capitán de una guardia a la que no dirigía, traicionado por el señor al que juró servir; un cobarde y torpe recaudador con más valor al final de su vida que muchos guerreros.

La habitación donde habían muerto dos de los pobres desgraciados, el lugar donde el revitalizado torturador había puesto fin a sus vidas de la forma más tormentosa posible tan diligentemente ya había sido limpiado. Todo rastro de que allí hubiese habido alguna vez otras personas había sido borrado. Solo una cama quedaba ahora en el amplio dormitorio, un dormitorio con dueño: Iakov.

Desde aquel aciago día la salud del Conde había empeorado de forma ostensible. Raras eran las ocasiones en las que salía de sus aposentos por no decir ninguna. La comida se le dejaba en la puerta donde instantes después desaparecían cuando una temblorosa mano emergía del umbral, horas después los utensilios en los que habían traído sus comida reaparecían frente a la puerta completamente vacíos. Decían que estaba enfermo, la misma enfermedad que con tanta virulencia había afectado a la población de Sfantu Gheorghe, que las heridas que había sufrido en su combate con Bran y que creía completamente curadas se habían abierto y hacían peligrar su vida.

Su esposa había partido preocupada, junto al leal Schaar, cuatro milicianos y un guardia. El destino eran las tierras del padre de la hermosa condesa, primo a su vez de Radu, la gran y próspera Prahova. Las razones solo ella y el conde las conocían, pero no había duda alguna que tenían que ver con el precario estado de salud del dirigente de Covasna.

- Iakov, acudid a mi cuarto.- escuchó una vez más la voz del Knezi elevándose desde las sombras. – Hay asuntos que nos conciernen y que debemos tratar con premura.

El festín de sangre había sido el aire de los pulmones de Iakov. Le había devuelto la circulación a su cuerpo maltrecho, oxidado… Y había enaltecido el brillo de sus ojos, y la fuerza de su mirada. Aún más que antes, cuando estaba echado al borde de la muerte en esa cama, en la que ahora sólo se echaba para dormitar. Su figura había dejado de ser su sombra para pasar de nuevo a ser su carne, ser su cuerpo por entero, y ser lo que casi había abandonado: Iakov, el Ensartaojos.

Había pedido pocas cosas. Por gracia, se las habían concedido: y desde aquel momento, los cuatro ojos permanecían flotantes, con la gracia de los péndulos, en el líquido casi transparente que inundaba el recipiente alargado. Los tenía a la vista en su habitación, como si fueran la vela que alumbrara sus más oscuras y secretas motivaciones. Pero Iakov no había comentado nada más al respecto, y tras las muertes de sus dueños, había pasado del asunto como si nunca hubiera existido, o no tuviera la menor importancia en su vida.

Se había mostrado activo, inconsciente y temerario: había desaparecido por lapsos de días enteros, burlando a los guardias de formas que nadie se animaba a imaginar. Había vuelto cuando menos se lo esperaban, con el mismo semblante de antes, como si nada hubiera sucedido y no tuviera nada que decir al respecto. De hecho, nunca decía nada: nunca daba ninguna explicación, por ninguno de sus actos. Los guardias, que no sabían nada de él excepto que era un invitado importante de su Conde, le abrían paso apartando la mirada, sintiendo estremecimientos por dentro, en algunos casos sintiendo ganas de hincarse de rodillas y suplicar por su piedad.

Iakov no decía nada. Un día, había empezado a hablar con un guardia. Luego con dos. Había terminado con todos, y todos le respondían como si fuera un implícito líder, un experto en su arte que, sin la posición feudal que no parecía tener, había logrado una autoridad no heredada, si no construida. Nadie sabía quién era; nadie entendía su presencia, más aún luego de la desaparición en escena del Conde. Habían empezado a correr los rumores de su carisma, su fuerza y su liderazgo. Pero Iakov parecía pasar de todo aquel circo.

También, parecía pasar de las órdenes de Radu. En las ocasiones que había sido llamado, se había asegurado de dejarle en claro que, más allá de finalmente acudir a su alcoba, no iba a dejar que le obligara a ir así como así. Se había terminado apareciendo, de vez en vez, a la hora que había querido, sin excusarse, sin hacerse ningún problema; Radu se dio cuenta que era difícil culparlo de su actitud. Cada charla trivial mostró un Iakov al que ningún rumor hacía justicia; un hombre poderoso, totalmente seguro de sí mismo, hábil y fácilmente cansado de las estupideces, sin ningún escrúpulo ni problema, carismático y astuto como Radu no hubiera pensado que podía serlo. Iakov siempre había dado la imagen del despiadado asesino torturador, incapaz de ser más que eso. Y de pronto, ante los ojos del Conde, se había desplegado de una manera que había sido imposible de prever.

Al último llamado, Iakov acudió con la tranquilidad característica que había demostrado tener, desde su recuperación; se dirigió sin dictar respuesta a su interlocutor, y al llegar a su puerta, sin llamar la abrió.

- ¿Llamabas, Radu? – dijo, apenas puso un pie en aquel cuarto.

Con gran destreza, cerró la puerta detrás de sí. Vestía las ropas ligeras de un caballero, dispuesto a entrar en batalla, y su espada ceñida a su cadera. Sus botas marcaron el último eco de sus pasos cuando la madera hubo encajado y Iakov, con gesto de increíble paciencia, se apoyó en ella y se quedó mirando al Conde, a la espera que le dijera qué era lo que quería. Sus ojos oscuros, vivos, astutos e inmensos.

Radu se encontraba metido entre las sábanas de la cama, con el antebrazo derecho sobre la frente para soportar el terrible dolor que estaba soportando. Podías ver como entre las blancas telas que cubrían su cuerpo sobresalían las negras vestiduras que acostumbraba a llevar. Ni se había molestado en desvestirse para fingir su enfermedad, poco le importaba pues nadie entraba en su habitación más que el Ensartaojos.

- Como ya sabrás por tus frecuentes salidas, me hallo enfermo, malherido y casi muerto.- habló con fingida debilidad. No se preocupaba lo más mínimo en ser más discreto con las muestras de teatralidad. – Noto que el final de mi días se acerca, sé que tengo el tiempo contado. ¿Serán meses, semanas, días, horas…? No lo sé, mi estimado Iakov, no lo sé, solo sé que muero.- tras estas últimas palabras cogió aire y tras inhalar todo el que cabía en sus pulmones con comenzó a toser con estrépito. Si no hubieses tenido a Radu allí delante hubieses llegado a dudar si aquel estridente sonido era en realidad algo humano o más propio del graznido de los cuervos. – Perdonazme, perdonazme…- dijo llevando el embozo de la sábana a sus labios y empleándolo a modo de servilleta. – …espero no haberos contagiado. Sería una verdadera lástima perder la salud que tanto os ha “costado” recuperar.

Le daban igual los paseos que diese Iakov, le importaba aun menos que hiciese o dejase de hacer mientras no se viese inmiscuido en ello y fuese discreto. La discreción la tenía asegurada, al fin y al cabo, a Iakov “el Ensartaojos” le interesaba tan poco ser descubierto como a él, otra cosa era su ‘lealtad’. No era un hombre que rindiese pleitesía a nadie, y ya había sido algo que sabía desde su primer encuentro. Aun recordaba como la había visto tumbado en la cama que habían dispuesto en el Consejo de Ancianos, esa aura de insolencia que desprendía y que había hecho retroceder a la malloría de temor, Meru incluído- ¿Meru? Qué sería de él, daba igual, muerto, vivo o torturado no podría contar nada. A ese estúpido ya le había hecho pagar su insolencia, y ni él mismo se había imaginado que había sido utilizado para beneficio del señor a quien tanto rencor guardaba.- Aun así tenía formas de consegir siempre lo que quería, y con el alma de Iakov en su poder podía resultar muy persuasivo.

- Sois un hombre que ha viajado mucho, ¿verdad? Habéis conocido montañas, páramos, llanuras y paisajes; habéis visto riachuelos de cristalinas aguas, pantanos de hediondas aguas, lagos que se extienden más allá del horizonte; habéis conocido damas de toda condición, vasallos y señores, campesinos, labradores, comerciantes, artesanos y pescadores… Decidme Iakov, ¿conocéis la tierra que habéis pisado?- concluyó antes de otro ‘espontáneo’ ataque de tos.

Iakov movió la cabeza en negación. Se apoyó mejor en la puerta, con aburrimiento, ante todo el circo que Radu estaba desplegando a escasos metros de él. Entendía perfectamente que debía haber un punto importante para toda aquella parafernalia, pero no podía importarle menos: y le importaba menos todavía que montara el número delante de él. Por toda la cantidad de aquellas mínimas y muy obvias cosas, era evidente, Iakov sabía sin lugar a dudas que Radu estaba bien, y que estaba fingiendo para los escasos habitantes oficiales del castillo, y cualquier posible habitante indeseado.

- Los quité a todos, los de los alrededores - dijo Iakov, extendiendo una media sonrisa. - ¿Crees que eso te asfixie menos, Radu, y puedas hablar sin tantas interrupciones?

Luego se separó de la puerta, y dio algunos pasos por la habitación. Parecía indiferente. Se estiró y se quedó de pie, erguido y firme, a un metro de la cama donde Radu continuaba fingiéndose moribundo.

- Sí, lo entiendo. Te estás muriendo - agregó, y volvió a negar con la cabeza. Sus labios se curvaron en una sonrisa mucho más amplia: sólo la persuación de un par de tetas podía haber generado ese convencimiento en lo que quedaba de esa región. Porque, lo que era la actuación de Radu, era pésima. - ¿Me llamas para preguntarme por qué, en particular? ¿Piensas en un último viaje, antes de... morir? - sonrió más; la situación le parecía ridícula. - O qué quieres saber, Radu. Dímelo directamente, no andes con vueltas. ¿Qué es lo que quieres?

- ¡Oh, Iakov!- volvió a toser. - ¿Creéis que no hubiese montado este circo de haber algo importante que contaros?- dijo a la vez que se deshacía de las sábanas que rodeaban su cuerpo. – Bueno, la “importancia” es algo relativo. Vos tendrés otras prioridades…- puso los pies descalzos sobre el suelo antes de ponerse de despegar la espalda del colchón y erguirse. – Seguramente os resultase demasiado obvia mi interpretación, pero eso es lo divertido, no saber cuando soy sincero y cuando no. Aunque, por supuesto, vos no debéis preocuparos por ello, nada en este mundo me impediría ser sincero con un aliado. Esa es la razón por la que estáis aquí y no mirando con descaro, como predador enjaulado, a los escasos habitantes de estas tierras.- en aquel momento andaba hacia un lavabo donde con agua fría frotaría sus muñecas y refrescaría su rostro.

- A pesar de ser invierno el agua fría continúa siendo igual de efectiva a la hora de desentumecer nuestros cuerpos.- se giró a Iakov con la cara aun mojada. Los bucles de pelo su pelo azabache, ahora completamente empapados, caían lacios sobre su frente. – Yo también deseo salir de esta cárcel.- sonrió. – Las noticias de lo ocurrido aquí el verano pasado habrán llegado ya a oídos de mis enemigos que no tardarán en ponerse en movimiento. ¿Veis a dónde quiero llegar?- preguntó a su siervo.