Tenía tierra en la boca, tierra en las manos, en los oídos. Estaba enterrado, muerto y enterrado. Tuvo que hacer un gran esfuerzo para ponerse en pie. Su visión estaba torcida, afectada, el infierno, o el otro lado, era un lugar oscuro y corrupto donde enormes manos surgían de la tierra con la siniestra intención de atrapar a las almas errantes, a los muertos perdidos que vagaban por aquel oscuro limbo. Sentía el peso de su cuerpo, el amargor sobre la lengua, los hombros hundidos, los músculos doloridos, los pulmones ardiendo. Se sentía sucio, ultrajado, humillado. Sofocado. Y la herida del costado dolía. Dolía como fuego al rojo. Se la palpó, sus dedos estaban sucios de tierra igual que su chaqueta. La herida estaba cerrada, no muy bien, pero no se desangraría. Claro que los muertos no tenían que preocuparse de tales menesteres.
Su mente voló rauda hacia sus recuerdos. Lo habían asesinado. Se había desangrado. Ya había sentido como la vida se escapaba por su herida y como su alma era separada de su cuerpo por impías artes. El mero recuerdo provocó un espasmo doloroso en todo su ser y una punzada de pánico. Muerto, extirpada su alma, víctima de una traición, violado por la nigromancia en una parte tan íntima de su ser que hasta entonces no la conocía.
Alzó sus manos ante la pálida luz de aquel mortecino mundo, había partes gangrenadas. Había visto cosas peores en los hospitales médicos de campaña. Se sentía débil, cansado, cada paso, cada respiración, era una punzada de polvo y tierra sobre su maltrecho ser.
Su ser. Colocó su mano sobre su pecho, luego sobre su cuello. Algo pulsaba bajo su piel. Hacía frío, el vaho se elevó de sus pulmones. Su vista se fue aclarando. Llovía. El agua helada mojaba todo su ser, sus botas se hundían en el barro, sus cabellos se pegaban lacios a su cabeza, su barba estaba húmeda, cubierta de polvo aún así. Escupió, tosió, se atragantó, apoyó sus manos sobre sus rodillas y sintió arcadas pero nada salió de su buche. Heistrich lo había asesinado. Era un hecho. Muerto.
El otro hecho era que estaba vivo. Imposible decía la lógica.
Dolía.
Todo se aclaraba. Las manos infernales que creía haber visto eran los raquíticos árboles del bosque que había pretendido cruzar. Se encontraba entre la maleza, perdido, oculto a los ojos de todos, lejos de los caminos y las zonas transitadas. La noche era cerrada, el frío era cruel. No vio el carro, tampoco ningún vestigio de humanidad ni a su asesino. Ni voces, ni hogueras. No sabía dónde estaba exactamente. Necesitaría un mapa para orientarse. O las estrellas. El cielo no le ayudaría, la descarga de lluvia era rabiosa, furiosa, pero no lo suficiente para lavar su sucio rostro.
Hacía tiempo que Melkiades Nikosdros no se encontraba tan solo, tan perdido, tan desorientado. Le habían quitado todo. Su noble, difamado, sus hombres, su rango, incluso su dignidad. Y un pedazo de él extirpado por la nigromancia.
En medio de su particular pesadilla, un cuervo lo observaba. Era un animal grande y amenazante, no se parecía a los cuervos de la torre de los condenados. Había fiereza en su mirada. Su ojo, un punto negro que repelía la escasa luz, poseía una tonalidad cruel, desprovista de sentimientos.
Truenos sobre su cabeza, el mundo a punto de desplomarse sobre él, y él a punto de caer. Sus doloridas piernas, sus agarrotados músculos, igual que si hiciera días que no los usaba, y esas feas manchas, similares a la gangrena pero diferentes, por sus manos, por sus brazos, alrededor de la herida que debería haberle matado. Aparte, sentía un vacío en su interior. No sabría explicarlo. Al menos no con palabras. Era una sensación. Igual que sentir nostalgia sobre la ciudad donde uno creció a sabiendas de que dicha ciudad ya no existía. El mismo sentimiento al encontrarte ante la tumba de tus progenitores, un amargo recuerdo que ya no podía repetirse. Un hueco en su corazón.
“No vivirás mucho si nadie te cura esas heridas. Necesitas lo que tú llamas un médico”. Una voz. No fue captada con sus oídos sino con su mente. Una voz severa y fuerte, ruda, llena de poder y a la vez, serena, igual que un arco con la cuerda tensa a punto de disparar su leal saeta. Melkiades giró sobre si mismo tratando de ver a su interlocutor. No había nadie. “Si es que quieres vivir” apostilló la voz, era un reto, una ofensa, un insulto. “Mi campeón ha caído. Y de entre todos los “talentos” que vi en la prisión…eras tú o la bruja. Y te he elegido a ti”. Trató de buscarle, de ver más allá de las sombras, tratando de captar una silueta. Solo logró descubrir que sentía hambre. Un hambre atroz. Y sed. Tenía seco el paladar.
“Mis poderes son escasos. He gastado todas mis fuerzas en traerte de vuelta. Ya no puedo hacer tales proezas como antes, mi tiempo pasó. Ese fue mi error, pensé que encontraría un campeón en el pasado. Tu especie es débil, ignorante, desconoce los peligros que moran en la muerte. Insectos, ovejas. Tú…eres diferente, o vuelvo a equivocarme y entonces todo está perdido. No tengo más apuestas. Tú eres el último y apenas puedes tenerte en pie”. El cuervo, la maldita criatura, elevó su vuelo y con gracia, se apoyó en su hombro clavando las uñas con auténtica saña. “Puedes volver a la tumba, si te falta coraje. O puedes seguir soñando con la grandeza, en los sueños la escoria es un dios, pero es la realidad lo que cuenta. El mundo, antaño, era un crisol de solemnidad y fastuosidad, una época de gloria. No volverá pero ¿Acierto a pensar que una sola gota de esa grandeza corre por tu sangre? Hay sueños confusos dentro de tu cabeza; una sombra detrás de una corona, o de un trono, lo mismo da. Sueños, esperanzas. La muerte lo devorará todo. Ese que es el enemigo de todo es mi mayor enemigo. No me quedan aliados. Y a ti, tampoco. No tengo fuerzas que convocar, se agota el tiempo. Y yo no soy más que un animal. ¿Qué eres tú?”.
Melkiades podía ver su ojillo negro tan cerca de los suyos que no pudo evitar sentirse incómodo, igual que si estuviera contemplando una de las feas caras de la verdad, algo desnudo y herido que dejaba a la vista un secreto que no quería conocer.
“Arriba, trepando esa colina. Hay un grupo de hombres; comida, fuego. Hazme ver que no me he equivocado, hazme ver que puedes ser un campeón. ¿Eres una hormiga? ¿Eres una oveja? ¿Quién eres? ¿Vas a llorar por el desgarro de tu piel? Vives, si es que eso significa algo para ti”. Clavó sus uñas en su hombro, con desprecio e ira, antes de alzar el vuelo entre la feroz tormenta. Allí arriba, en una colina de duro aspecto, se encontraba una maraña de árboles, follaje y barro. Y en su cima, el tenue resplandor de una hoguera. El cuervo no le había mentido.
Tira. 1D10. +2 . Son los turnos que durarás antes de que la “gangrena” empiece a devorar tu cuerpo, no será bonito cuando ocurra. Si encuentras un médico antes, mejor. Turnos largos, no conversaciones. Te lo iré marcando en los turnos de todas formas para que sepas cuanto tiempo te queda.
Puedes confirmar que estás vivo, muy jodido, pero vivo. ¿Los motivos? Diferentes tramas que se enlazan en una sola. Reconocerás al cuervo, o puede que no. En cualquier caso, se debe a una trama y a las acciones de tus compañeros. Como dije, vuestras acciones influyen en los demás más de lo que pensáis. Todo está relacionado.
No confundas este gesto con piedad, compasión o un deux ex machina para salvar a tu personaje. La trama tiene vida propia, me limito a narrar acontecimientos. Puedes adentrarte en el misterio o, como diría el cuervo, quedarte en el barro. Es tu decisión.
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Sobre los hombres de la hoguera.
Tira 1D10 para saber cuántos son.
Tira 1D10 para saber su alineamiento. 1. Criminales de la peor calaña, muy mala, de verdad. 10. Puede que caballeros de alta nobleza y honor. Un número intermedio podía significar un soldado, un cazador, un 7 un agente de la ley, un 3, un forajido o un contrabandista. Ya veremos.
Nuevamente, tira 1D10. Un número elevado les permitirá reconocer el nombre de Melkiades. Con un 10, sabrán quien eres. Con un 1, no sabrán de ti. Un 5, habrán oído hablar de ti, pero como personaje público. De 7 en adelante el trato será personal. Veamos si tu fama te ayuda o supone un lastre.
Finalmente, 1D10 más. Solo para saber de su hostilidad. Un 1 significa indiferencia. Un 5 cierto grado de respeto. Un 10 una sólida amistad. Veamos si la fama de Melkiades le ayuda en algo.
Muchos dados, pero volver de la muerte nunca es fácil.
Narra si quieres seguir adelante y tus impresiones, y si quieres trepar la colina, claro. Total libertad. En cuanto tires los dados te indicaré que clase de gente te encuentras en el bosque. Luego ya es cosa tuya que te los ganes o no.
¿No es emocionante? Sin armas, sin equipo, sin soldados, con hambre, dolor, una enfermedad terrible y solo tu mente para salir adelante.
Esto no puede estar pasando, va contra toda lógica, pero por desgracia la magia y los poderes sobrenaturales han ido impregnando la realidad y la coherencia del mundo que Melkiades Nikosdros tanto creía entender hasta hace apenas unos meses... haciendo que este le resulte ahora casi irreconocible. Sin embargo hay algo que nunca va a cambiar: su irrenunciable voluntad de ganar, de luchar hasta el último aliento y por lo visto incluso más allá. Su ferrea disciplina mental para alcanzar sus objetivos.
¿Que si está dispuesto a seguir adelante, a continuar esforzándose hasta imponerse en esta guerra? Por supuesto.
No está del todo seguro de si esa voz que resuena en su cabeza es real o imaginada, si proviene del extraño cuervo o este era sólo una alimaña que revolotea en torno a un despojo del campo de batalla, como tantos ha visto a lo largo de su vida. Por eso finge ignorarlo, sin querer asumir plenamente la realidad. Sin saber si es tal, o simples fantasías de un moribundo.
Pero desde luego no va a rendirse, jamás, y solo gracias a eso demuestra ser capaz de sobreponerse al dolor y al atávico miedo que le embarga. Por eso pugna con sus exiguas fuerzas para obligar la maltrecha carcasa de su cuerpo a subir la colina y presentarse ante los hombres que han encendido esa fogata, en un desesperado intento por seguir vivo a cualquier coste, cuanto menos el tiempo suficiente para hacer lo que debe hacer.
Lo que debe hacerse, y parece que ahora sólo está en sus manos.
Para poder prevalecer en el terrible juego de muerte y guerra desatada, de venganzas y traiciones, que nos arrastra a todos.
Motivo: Número
Tirada: 1d10
Resultado: 2
Motivo: Calaña
Tirada: 1d10
Resultado: 3
Motivo: ¿Le reconocen?
Tirada: 1d10
Resultado: 6
Motivo: Afabilidad
Tirada: 1d10
Resultado: 3
Parece que los dados no han sido muy generosos, pero veremos lo que se puede hacer...
Dos tipos solitarios, poco recomendables y hoscos, pero que sin embargo tienen cierta familiaridad con la figura del gran estratega, aunque esta no sea directa... ¿tal vez desertores del ejército imperial? ;)
Trepó por la empinada colina. Resbaló sobre el barro, clavó sus desgatadas botas en la superficie inclinada tratando de encontrar asidero. Raíces, ramas, arbustos. Se partían bajo sus manos o el agua de la tormenta le hacía resbalar, arrojándole colina abajo igual que si alguien le hubiera propinado una patada. Muerto, decía el mundo. Muerto, vuelve a tu tumba. Pero Melkiades se negaba a volver a ella.
No fue sencillo, no fue rápido ni elegante, pero Melkiades subió por la colina, dominándola, peleando contra la tierra en la que se hundía, contra el agua que le caía desde los cielos con tanta rabia que parecía que los nubosos cielos estaban escupiéndole. Se ganó cada centímetro de terreno conquistado. Sus músculos ardían, le faltaba aire. Se despellejó una mano, allí donde había una costa negra. Se la abrió, sangró ligeramente y vio que la sangre de esa herida era negra, estaba emponzoñada, envenenada.
La esfera de luz se rebeló entre las cortezas de los árboles. Una hoguera, calor. Y dos figuras. Una de ella bien abrigada, envuelta en una capa húmeda, la capucha calada y el rostro oscurecido por la noche. Una voluta radiante en su rostro ensombrencido indicaba que fumaba. En su mano derecha portaba un cucharón con el cual removía un guiso que ya no trataba de evitar que se aguase. El burdo parapeto que había construido con mantas sobre sus cabezas apenas evitaba el aguacero. En su otra mano sujetaba una cadena de forma despreocupada.
Echa un ovillo, cubierta con retales de ropa y una chaqueta que le quedaba grande y que estaba agujereada y manchada de sangre, se encontraba una muchacha, una chica joven de rubios cabellos. No demasiado atractiva, su nariz era respingona pero se elevaba desafiante hacia los cielos, sus ojos tenían una tonalidad ocre y su piel era demasiado lechosa como para resultar saludable. Era ella quien estaba atada a la cadena. Entre el rugir de la tormenta le pareció que gimoteaba.
Había una tercera figura. Un cuervo negro, con un tamaño más que considerable para un animal de su especie, observándolo todo con sus ojillos negros y maliciosos. Y en la gruesa rama sobre la que se posaba parecía un príncipe de tiempos antiguos, un emperador emplumado de una exótica y lejana tierra. Había más dignidad y fortaleza en él que en las dos figuras que acababa de vislumbrar.
La tormenta había enmascarado, en parte, la ascensión de Melkiades. No pudo ocultar más su presencia. El hombre tapó la sopa aguada y retiró ligeramente su capa mostrando una espada en su funda y una ristra de cuchillos, de la cual tomó uno. Su voz, rasposa y rajada, no costaba nada imaginarse una cicatriz en su cuello, llenó el bosque y espantó a la tormenta.
—Seas quien seas, si has venido a joderme, has elegido la noche equivocada. Y al cabrón equivocado, te lo aseguro.
La hoguera apenas ofrecía claridad más allá de un metro de sí misma. El hombre no podía ver a Melkiades exactamente pero sus ojos sombríos miraban justo en la dirección en la que se encontraba. A su vez, Melkiades si podía verle a él perfectamente, salvo su rostro. Sentado sobre un tocón, con actitud arrogante y en apariencia despreocupada, a la vez, con el cuchillo en la diestra y la otra mano, que sujetaba la cadena, bien cerca de su espada.
Motivo: Gangrena
Tirada: 1d10
Resultado: 9(+2)=11
Te falta tirar por tu enfermedad. No pasa nada, ya tiro yo por ti. Cuidado con esto, si se cumple el plazo sin que nadie pueda ayudarte, morirás sin remedio.
Buena tirada.
Gangrena. 1/11
La desesperada realidad de su estado no admite sutilezas, así que un agonizante anciano de aspecto inmundo, cubierto de barro y de sangre, aparece tambaleante entre las sombras, sujetándose un costado herido y pidiendo ayuda con tono lastimero…
- ¡Prestadme auxilio, por favor! -musita entre resoplidos, con un tenue hilo de voz- Hemos sufrido un asalto de bandoleros y mis compañeros han huido dándome por muerto… ayudadme, estoy malherido…
Su aspecto es miserable, pero cualquiera con un mínimo de experiencia sabrá reconocer que sus vestimentas son buenas y la dicción excelente, muy lejos del argot del vulgo. Pero por si quedase alguna duda, el taimado estratega añade al instante:
- Soy persona importante, si salváis mi vida seréis generosamente recompensado…
Ni que decir tiene que el descubrimiento de la extraña pareja de seres humanos que el destino ha puesto en su camino, una mujer encadenada en poder de un malcarado hombre de armas con aspecto de esclavista o cazarecompensas, no constituye el mejor de los augurios… pero la necesidad hace virtud de cualquier cosa que encontremos. Y la posibilidad de obtener una ganancia inesperada puede obrar el milagro de volver compasivo al peor de los rufianes.
—No avances ni un paso más —indicó el hombre, el cuchillo señalándole , la compasión olvidada en el petate—. Ahora mismo no parece que seáis capaz de recompensar a nadie. ¿Persona importante? Ya lo veremos. Acércate a la luz —ordenó.
Melkiades se acercó a la hoguera. Se detuvo a dos pasos de ella. El calor era reconfortante y aunque el improvisado techado hacía aguas la peor parte de la tormenta era evitada. Un poco de aliento, pero no mucho.
—Ya tengo un destino —dijo, torciendo el gesto y señalando a la muchacha que yacía en el suelo igual que si hablase de un fardo de mercancía —. Me pagarán bien por una chica como ella. En tiempos de guerra una mujer joven y bonita es bastante codiciosa. Puede que se la venda a los hombres de Borgon, o a los de la Rosa Negra. ¿Quién dará más?—. Podía notar su mirada de zorro analizándole de arriba a abajo, como sería mejor venderle; vivo, muerto o a piezas —.¿A que familia noble perteneces? ¿Rey o emperador? En estos tiempos, hay que preguntarlo.
Una media sonrisa amaga con asomar a los labios del estratega cuando tiene bien calado a su interlocutor, aunque el dolor del costado pronto la tuerce en una mueca agónica.
- Aunque ya tengas un destino planeado, harás bien en cambiarlo. Nunca en tu vida has tenido un golpe de suerte como este… salva mi vida y obtendrás una ganancia centuplicada -promete tentador- No pertenezco a ninguna casa aristocrática, ni una sola gota de sangre noble corre por mis venas… pero mantenme con vida, llévame hasta el nuevo Emperador de Perseus, y tendrás más oro del que nunca hayas soñado. Tendrás todo lo que un hombre puede ambicionar si te conviertes en mi aliado, en mi guardián… en mi salvador.
No debería temer revelar su identidad en estos momentos, tal como había planeado hacer cuando empezase a reclutar mercenarios, pues la orden de captura sobre los presos fugados de La Fortaleza hace referencia a un ladrón de ganado, un vulgar cuatrero, pero en ningún momento se ha hecho público que el gobierno del Rey Julianus considere un enemigo o persiga a Savas Sihiribazhi. Sin embargo el reputado asesor militar tiene muy fresco en su memoria el supuesto afán de Borgon de llamarle ante su presencia, si es que algo de cuanto contó ese traidor de Heistrich era cierto. Y podría muy bien darse la circunstancia de que el señor del crimen que impera en los bajos fondos de la capital haya dado cierta publicidad a esa intención entre quienes se mueven en el entorno de ese submundo delictivo. Ahora mismo no le interesa en absoluto regresar a Saphire, así que será mejor obrar con extrema prudencia.