Partida Rol por web

Los Pilares de la Eternidad

Hijos de la Divinidad.

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25/05/2016, 22:46
Inger Virtanen
Sólo para el director

Sentía en mi interior como un lobo enfurecido despertaba poco a poco de su letargo, alimentado por el odio acumulado durante demasiado tiempo y la rabia en las palabras de mi hermano de poco sirvieron para calmarlo.

Por unos instantes mi razón pareció nublarse, olvidándome dónde me encontraba y el motivo que me había llevado hasta ese lugar, sólo había una cosa que centrara en esos instantes todos mis pensamientos... Humillar, torturar y acabar con la vida del que había arruinado la mía.

Apreté los puños con tanta fuerza que sentía las uñas traspasando la carne mientras el lobo de mi interior aullaba con rabia, apagando cualquier sonido a mi alrededor. Era incapaz de pensar en otra cosa que no fuera lanzarme a sacar a golpes de la casa comunal a mi peor enemigo.

Y, al igual que estaba haciendo con mis puños, mis dientes se apretaron con tal presión que sentí el dolor desplazándose de mi mandíbula por toda mi cara. Fue ese dolor, junto al que sentía en las palmas de las manos, el que me sacó del estado de furia en el que me había sumido, volviendo a una realidad en la que no quería estar.

Miré las caras de los hombres que me rodeaban, viendo en ellos la sorpresa y el desagrado por mi actitud, percibiendo la huella que la turbación de mi frialdad había dejado en ellos.

Respiré hondo, intentando acallar al lobo que aún se revolvía en mis entrañas, buscando una calma que distaba mucho de sentir mientras tomaba una rápida decisión aún en contra de mis deseos.

Conseguí a duras penas que la razón volviera a tomar el control, dándome cuenta de la estupidez que cometería si en aquellos momentos buscaba un enfrentamiento con Harek. Aunque llegara a acabar con su vida, algo por lo cual no me importaría perder la mía, había muchas más cosas en juego y tenía que tenerlas presentes. Si aquel malnacido estaba de parte del Inquisidor y sus hombres, todo lo hecho hasta el momento por Pietro podría no servir para nada. Quizás consiguiera despertar las conciencias de los hombres de Macduff, empujándolos a una contienda que seguramente perderían, a costa de la muerte de inocentes.

No, no podía arrastrar ni involucrar a aquellos hombres en una venganza personal. Además... No me servía una rápida muerte para Harek, tenía que sufrir en mis manos de tal forma que los tormentos del Nastrand serían sólo juegos infantiles.

Y ahora que ya sabía dónde podía encontrarle y a quién había vendido su alma, tenía que calmarme para encontrar el momento más adecuado para llevar adelante mi venganza.

Harek no puede saber que nos encontramos aquí, especialmente no debe verme a mí. Si queremos salvar a la familia del jarl, si queremos enterarnos de lo que aquí se está tramando, si queremos vengarnos y salir vivos, debemos planear con cuidado nuestros pasos. Por lo tanto os pido que no digáis nuestros nombres. —Miré a mi alrededor, sintiendo de golpe sobre mí el cansancio de los últimos días—. ¿Podemos retirarnos a un lugar más... seguro?

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28/05/2016, 00:23

—Nadie dirá nada de vosotros —señaló el guerrero de trenzas rubias —. Pero no estoy seguro de que vuestros amigos imperiales vayan a hacer lo mismo.
—No son amigos nuestros
—anticipó Helst —. Las circunstancias de nuestra alianza no son tan dramáticas como las vuestras, pero han provocado la temporal alianza. Tal lo exigía nuestro deber. Y hemos cumplido. Ya no tenemos nada que ver con los imperiales ni sus intrigas.
Gunnar torció el gesto, era evidente que él no pensaba igual. Al menos en lo relativo a Sir Garic. Si hace unos años le hubieran dicho que habría sentido algo remotamente a la simpatía por un caballero del Imperio, se habría reído para luego golpear a su interlocutor, con gran furia. Pero ahora…Sir Garic parecía haber abierto una puerta a una cordialidad en la que ya nadie creía. Y Pietro. Pietro y sus intrigas, ni los antiguos dioses podían saber que pasaba por su cabeza ni que era lo que pretendía.
—Hay un lugar donde podemos escondernos. La casa de mi hermana tiene un sótano que los hombres del inquisidor desconocen. Podemos reunirnos allí. Y esperar —masculló lo último de mal humor, grueso.

Notas de juego

Buen, pues esperaremos entonces. En el siguiente turno, revelaciones!

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28/05/2016, 19:33
Inger Virtanen
Sólo para el director

Asentí ante las palabras del hombre, frunciendo ligeramente el ceño cuando escuché la mención a nuestra supuesta amistad con los imperiales. Las palabras de Helst dejaron bien clara nuestra postura al respecto, aunque desde mi punto de vista no era cierto, o por lo menos no en su totalidad.

Tenía que reconocer que Sir Hughes y Sir Garic habían calado hondo en mí, viendo en ellos personas honorables muy distintas a los imperiales a los que estaba acostumbrada. Y el sacerdote... Ese hombre seguía resultándome un auténtico enigma, y la curiosidad que sentía por él iba en aumento a cada conversación que manteníamos.

Pero no iba a perder el tiempo dando explicaciones, había problemas más urgentes como para ponernos a discutir cuestiones de amistad u odio con unos imperiales o con otros, y lo más importante en aquellos momentos era quitarnos de la vista de todo el mundo.

Vi como mi hermano se tensaba y, en silencio, le cogí del brazo para que se callara. Desde el día en que Sir Garic le había devuelto a la vida, había crecido en ellos una unión que sería muy difícil de romper. Conocía a mi hermano y sabía que daría su vida por la del joven imperial, pero por mucho que Gunnar intentara hacérselo entender a los hombres de Mcduff, estos serían incapaces de compartir sus sentimientos. Mejor sería entonces que no abriera la boca.

Me parece bien. Vayamos pues.

Y esperé a que nos guiaran al lugar donde nos refugiaríamos hasta que Pietro nos llamara.

Notas de juego

Esperamos pues :)

Tengo que reconocer que estoy muy intrigada con esas revelaciones.

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30/05/2016, 00:31
Sir Garic Dunnor

Garic pensaba. Pensaba en lo que le había dicho Scoope. Que el código no sirve, y por eso no había tantos caballeros como antes.

El joven Dunnor tenía clara la respuesta a esa pregunta, pero no le contestó. No por ser condescendiente, sino porque no iba a servir a su argumento si sólo se mencionaba. El código servía mejor a su propósito mediante la conducta y menos mediante la palabra. Sólo por eso asintió respetuosamente pero sin ceder. Él creía que la falta de caballeros no se debía de ninguna manera a que no sirviera, sino a que era difícil no caer en tentaciones, era fácil desviarse, era duro de seguir. Bonito de decir, pero muy complicado de seguir. Era fácil crear excusas para no hacer lo que claramente era lo correcto, o actuar en contra de él justificandose con palabras bonitas. Por eso no había tantos caballeros. No todos podían seguirlo, y quienes sí lo hacían se ganaban muchos enemigos.

Aún así entendía la experiencia de Scoope. Se había encontrado en una situación imposible y lo habían derrotado las traiciones y engaños. Probablemente a él mismo le hubiera pasado lo mismo.

- Os comprendo, compañero -replicó con respeto. Me siento honrado como pocas veces por el ofrecimiento y sé que no es otorgado a cualquiera. Sin embargo soy yo el que te pido: Ven conmigo. Si alguna vez seguiste el Código es que tu corazón está destinado a ayudar. Toma el juramento de nuevo. En los tiempos que corren es cuando más se necesita el corazón y menos el puño cerrado. Tal vez ambos sean necesarios llegado el momento, pero si bien el circulo que crea la violencia no termina, tampoco la virtud que crea el corazón. 

No actuó, no obstante, para liberar de inmediato a las hijas del Jarl. Lo habían convencido momentaneamente las palabras de sus compañeros en cuanto a la premura, no hacía falta actuar de manera urgente, pero tampoco dejaría que las cosas fueran de esa forma permanentemente. De nada serviría a las niñas crear un conflicto mayor cuando las cosas ya estaban complicadas.

Esperaría y vería como iban las cosas. Luego actuaría en consecuencia si las circunstancias cambiaban

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02/06/2016, 21:50

Scoope pareció sorprendido por la propuesta del joven. Le parecía natural reclutar a un talento militar pero que el joven quisiera unirle a su causa fue inesperado. Se notó un atisbo de duda, mas los viejos recuerdos eran fuertes. Scoope ya había hecho esa elección hacía tiempo.
—El código no sirve en un mundo con tantos grises. Solo la fuerza y la capacidad para solucionar problemas. El Maestro Inquisidor es un hombre capaz, como pocos. Él puede marcar una diferencia, en el Imperio, en las Tierras Olvidadas. No importa. Es a él a quien sigo.

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02/06/2016, 21:51

La noche caía tímida y pesada sobre Thimleïm, el Paso Rojo, el comienzo de las mal llamadas tierras bárbaras. Más allá se extendía la tundra, el frondoso bosque de los ancestros, plagados de clanes, de norteños, pelirrojos, rubios y morenos, que aún pronunciaban el nombre de los viejos dioses con respeto. Y más allá, la tierra desconocida, salvaje, indómita, donde ningún aventurero imperial había logrado regresar. La tierra estaba enferma y el mismo aire era hostil, allí no había nada que interesase a los hombres.
El ambiente estaba cargado en la villa. Los norteños habían sufrido una afrenta y sentía su vergüenza. Orgullosos, dignos, rechazar un combate era para ellos negar su naturaleza. Pero lo habían hecho, pues sus corazones eran puros y no podían condenar a toda una familia por un combate. Los imperiales, en minoría, intentaban aparentaba control y seguridad. Pero sus miradas eran nerviosas, dudaban. Eran menos y estaban en territorio enemigo. Muchos tenían miedo de lo que la noche podía deparar.
Solo había unos hombres que carecían de miedo y de odio. El Jarl se había rendido, de momento, aprisionado por sus lazos familiares. Era una fiera encarcelada, un pastor lejos de su rebaño. Su odio no era como el de los demás, una espada al rojo, sino que era como el hielo. Lento pero inexorable, llegaría su momento. En contraposición, la guardia inquisitorial carecía de temores. Su devoción por Beryl y por el maestro inquisidor era suficiente para que cayeran en la temeridad. Algunos casi parecían esperar el conflicto, esperando bañar sus espadas en la sangre de esos herejes.
Las mismas tensiones de siempre. Una balanza, dos platillos. Y los contrapesos que bien podían desequilibrarla, se reunían esa noche.
Pietro Sacramonte les había hecho llamar. Sir Garic fue el primero en acudir.
—Pietro quiere vernos. Dice que va a contarnos algo —le había dicho Sir Hugues, ecléctico.
Había sido el caballero de la torre quien había pasado media hora buscando a Inger y a su hermano. La reunión también les atañía a ellos, pero igual que ocurrió con Sir Garic, el caballero no dijo más. Era evidente que, como ellos, se encontraba a oscuras.
Pietro había elegido una choza sencilla, con una única mesa, taburetes y bancos. Había pieles colgadas en las paredes y en la mesa, una peletería, sin duda. De un cuarto lateral llegaba el olor de los intensos efluvios que se usaban para lustrar la piel o hacerla impermeable al agua. Había una pequeña chimenea encendida de la cual provenía el único punto de luz. El sacerdote se encontraba al lado, calentándose. En él se proyectaban luces y sombras y estas danzaban sobre su viejo rostro agrietado.
Le percibieron preocupado, inquieto, como si una nueva revelación le hubiera sumido en aquel estado. También vieron, como siempre, una fría determinación en sus ojos. Una calma casi divina procedía de él. Era víctima de una gran tribulación, eso era evidente, pero Pietro sabía llevar las riendas de sus propias pasiones.
Sir Garic Dunnor, Inger y Gunnar Virtannen y Sir Hugues se sentaron a su alrededor como niños que estuvieran a punto de escuchar un cuento. El ambiente era solmene a la vez, ligeramente trágico, cargado de una incertidumbre que el instinto de cazadora de Inger podía percibir. Un mal augurio.
—Me he entrevistado con Mark Bismark y he de decir que mis peores temores no solo no eran infundados, sino que han sido corroborados. El inquisidor lleva años llevando la palabra de Beryl a los más alejados de él, más allá de las llamadas tierras bárbaras. Aparte de su misión redentora Mark Bismark tenía una misión personal; devolverle a la iglesia el mismo esplendor que tenía en la antigüedad, cuando el trono Imperial estaba ocupado por un emperador y no por un rey —su voz sonaba cansada, agrietada seca —. Y ha encontrado una manera. Le extrajo la verdad a un ser maldito, un hereje que jugaba con poderes prohibidos, leyó el libro perdido de los secretos, cerca de las tierras infectadas de Oth, descifró los misterios que llenan las tumbas de los faraones… El Imperio construyó sobre sus ruinas, como siempre, pero el mundo olvidado está virgen y aquel que sabe buscar puede encontrar retazos del pasado, muy antiguo. Mark Bismark es un hombre ilustrado, un sabio a pesar de su rudo aspecto o de su maestría militar. Buscó, analizó, estudió. Y ahora, finalmente ha deducido. Y ahora sabe donde se encuentran.
A pesar de que no parecían más que divagaciones de un anciano su tono sereno y preocupado indicaban que era algo más que aquello y que sus primeras palabras solo eran una forma de abrirse, finalmente, y de contar uno de sus secretos mejor guardados.
—Empezaré por el principio. De hecho, por el principio de Todo —emitió una sonrisa, sin humor —. Mucho se ha especulado sobre el comienzo de los tiempos. Aquellos que seguimos a Beryl sabemos, o creemos saber, que él creó el mundo. Pero hay otras tradiciones, en el Imperio mismo, que dicen que no fue él, que fue una deidad aún más antigua. Demiurgo, Caos, Gaya…ha recibido muchos nombres que, para el caso, es lo mismo. La deidad primordial se escindía de sí misma en estas historias, o bien por decisión propia, o bien por un rival al que llamaremos el Adversario. Y sus partes escindidas fueron las que dieron paso a la creación del mundo. Cada una de ellas era un aspecto; el tiempo, el espacio, el alma, la mente, el mundo, la fauna, la flora, los elementos y una más, que condensaba el poder en su estado más puro. Esas partes divinas se disolvieron, cambiaron, y dieron forma a estos aspectos. ¿Os suena la historia? —Preguntó a los hermanos. Vagamente, les era familiar —. En vuestra cultura el origen es el Árbol de la Vida. El gran Cuervo Kalrivaxx sacudió sus ramas y tiró varios de sus frutos. De ellos, que germinaron a sus pies, nació el mundo. Cada uno de ellos entiende uno de los aspectos que he mencionado antes, más otros tantos por cada raza del mundo. Si bien olvidaremos esto último ya que es un añadido reciente. Como veis, ambas historias tienen algo en común a pesar de ser diferentes. ¿Y que nos dice eso? Que tiene algo de verdad —explicó, era una clase magistral de teología. Lejos de poseer una mente cerrada solo al libro perdido de Beryl, Pietro se mostraba como un hombre abierto al conocimiento que había estudiado todo aquello durante años —.En ambas culturas, y en la morisca, y en la oriental, se hablan de los restos. Una parte física que quedó de la deidad original. O la semilla de los frutos sagrados, en el caso de vuestra cultura, Virtanen. Esa parte física alberga un poder, un poder relacionado con cada esfera del mundo. Yo les he llamado los Pilares de la Creación, pues aún hoy siguen dando forma al mundo tal y como lo conocemos. Los Pilares, Las Raíces de la Vida…son solo nombres. Su poder es antiguo, sea divino o no. No entraremos en eso. Lo importante es que es real —ahí empezaba su preocupación —. Los Pilares son gemas, en verdad. Gemas que podrían engarzarse en una espada o una diadema. Y quien posea una, podrá dominar su elemento. Imaginad entonces un hombre, imperfecto, capaz de dominar las almas de los hombres, el mismo tiempo, el fuego y el azote, un hombre que silbe y el bosque se retuerza. Es un poder demencial. Más allá de la magia y de los milagros, un poder que nadie debería ostentar.
Las llamas bailaban en su rostro, sus ojos danzaban con ellos, brillantes, ardientes, vehemente en su exposición. Sir Hugues aguantó estoico, pegado a su gran escudo, pero era evidente que la inquietud de su patrón se le había contagiado.
—Usar tales poderes puede volver loco a su portador. Las gemas, temo, están vivas. No como nosotros, de otra manera más bien, pero tienden a tomar voluntades débiles, a buscar su esplendor por encima de las demás. Son artefactos maravillosos, que nos hablan de una época olvidada y primitiva. Bien, dicho esto, ahora entenderéis mi preocupación, así como la necesidad de mantenerlo en secreto. Tal conocimiento puede atraer a muchas personas; desde buscadores de fortunas, hasta amantes de lo místico, o señores de la guerra con delirios de grandeza. De desvelarse la existencia de tales poderes se iniciaría una búsqueda a nivel global. Y una guerra, me temo. Pero no es mi preocupación. Mi preocupación es el Maestro Inquisidor, Mark Bismark —ahí era donde se encontraba la herida, supurante —. Él sabe de su existencia. Y durante estos años de exilio propagando la palabra de Beryl ha encontrado unos escritos en los que se detalla la ubicación de los Pilares, a partir de ahora las llamaremos gemas. Por seguridad. Para trazar la ubicación de las gemas con exactitud, y poder descubrir su paradero, necesita un intérprete que conozca una lengua muerta, así como grandes conocimientos sobre teología, mitos y antiguos reinos ya olvidados. No hay muchos así. Yo me avine a ser su socio con la intención de que, si fallaba, ganaría una amistad, pero si acertaba, si el inquisidor encontraba los escritos y, por ende, el camino hacia las gemas, quería estar ahí.
Se frotaba las manos, inquieto. Su carácter firme seguía ahí, pero los años pesaban y sus hombros cada vez se veían más encorvados, sus estrechos brazos más frágiles, sus ojos, azules como el relámpago, más apagados.
—Mark Von Bismark usará las gemas para su favor. Solo con una de ellas volverá a colocar a la iglesia en su sitio. Pero no a la iglesia de Beryl, el compasivo, el padre, el amante. Será Beryl el castigador, el justiciero. Solo la posesión de una de las gemas le hará inmune a cualquier cosa. Ni la ley podrá detenerle. El brazo armado de la iglesia, la Inquisición, será más fuerte que nunca. La magia morirá por completo, así como todos aquellos que sean diferentes. El Imperio quedará purgado y habrá guerra, contra los moriscos, los orientales y los norteños. Será horrible. Suponiendo que las gemas no le corrompan y no decida alzarse como un dios.
—Es una locura —señaló Sir Hugues, la voz quebrada.
—Lo sé. Pero una locura posible. Mark Bismark es un hombre cegado por la luz. Para él el fin justifica los medios. Secuestrar niñas para domeñar un pueblo es solo un ejemplo. Le he visto torturar, despellejar, mutilar a hombres y mujeres cuyo único pecado había sido ser diferentes, pensar de forma diferente. Un castigo exagerado para una pena mínima como el librepensar. Y ahora quiere ese poder. Lógicamente piensa compartirlo conmigo, pues cree que comparto su visión de la iglesia. Pero le mentí…—susurró casi al final, la mentira era pecado y más en un sacerdote. De hecho, su mentira era un engaño de gran tamaño que manchaba su alma y su reputación —. Le mentí, pero fue necesario. Y ahora…debemos hacer algo aún peor.
Les miró a los ojos, uno a uno. Duda, miedo, fortaleza, grandeza, sus almas escuchaban sus palabras, no dudaban de su veracidad. Pietro era imperfecto, escondía más secretos, pero no mentía al hablar. Al menos no a ellos.
—Debemos asesinar al inquisidor, a todos sus hombres y robar sus escritos. Solo así podremos guardar al secreto.
—¡Pero eso es traición!
—Saltó el caballero, poniéndose en pie —. Al Imperio, a la Iglesia, a Beryl y al Código.
—Es la única manera, amigo mío. Von Bismark no negociará. No cederá. Y no cejará en su empeño. Si yo no le ayudo, otro lo hará. Y será aún peor, pues temo puedan fraguarse siniestras alianzas.
—Pero habláis de la iglesia, de aquellos que siguen y adoran a Beryl.

—Hablo del hombre, y de su carácter oscuro, Sir Hugues. Y respecto a Beryl, temo permanecerá hasta el marguen como hasta ahora ha hecho —sus palabras obligaron al caballero a volver a ocupar su asiento —. Nos enfrentamos a un problema que bien puede cambiar el mundo, para mal y que afectará a todo lo que conocemos. Y no solo a nosotros, también a las generaciones venideras. Debemos acabar con el problema de raíz.
—Pero un asesinato…traición…el Código no versa sobre eso.
—No, no lo hace. Y lamento poneros en esta tesitura pero yo solo no puedo hacerlo. No vale simplemente músculo para esta misión, necesito personas en las que pueda confiar. Personas que no se puedan comprar o sobornar. Necesito tu lealtad, Sir Hugues —dijo apoyando su mano sobre su hombro, luego se acercó al joven caballero —. Y tu bondad, Sir Garic, será un faro en la oscuridad que se avecina, una veleta que marque siempre el camino correcto —luego se acercó a Gunnar —. También necesitaremos tu fuerza —finalmente se detuvo ante Inger —. Y vuestra visión, Inger, y vuestra integridad. Yo soy un hombre imperfecto y no tengo tantas virtudes.
Volvió a su asiento, cerca del fuego, el cual parecía ir consumiéndole poco a poco. El hombre de hielo se derretía. ¿Y qué quedaba? Una capa de cera derretida, remordimientos y deber, una necesidad aplastante, una certeza.
—No creo en las casualidades. Quizás penséis que soy un hombre de Beryl y que por ello tiendo a ver una mano invisible que nos guía en momentos de debilidad o peligro, pero no es así. Beryl nos deja a nuestra suerte. Y aún así yo percibo algo más. Sir Garic, vos estáis tocado por un poder superior. ¿Entendéis que sea casualidad nuestro encuentro, cuando yo tenía una misión tan vital? Inger, vuestro arco os delata. Puede que la gente sencilla no vea más que una herramienta pero yo percibo fuerza en él y en vos. Hijos de la divinidad podría llamados, o huérfanos, quizás, porque aquellos que os protegen ya no moran entre nosotros. ¿O si? Gunnar, tú mismo lo sientes. Unido a tu hermana, unido a Sir Garic. Se te ha concedido una segunda oportunidad. ¿Por qué pelearas, guerrero?
Pocas veces pasaba, Gunnar era enérgico, hablaba con energía, con fuerza, como se podía esperar de él. Esta vez se aclaró la garganta, la tenía seca. Y no era el único. Algunas noticias eran difíciles de digerir.
—Soy un guerrero. Siempre he defendido a mi familia, a mis amigos, mis tierras, mi clan. Es simple. ¿Quieres acabar con el Inquisidor y sus hombres? En esta misma villa encontrarás ayuda para eso, aunque quizás también te maten a ti —dijo con franqueza —. Pero no me corresponde a mí decidir, soy un guerrero, no un pensador. Eso se lo dejo a otros. Pelearé junto a Igner, decida lo que decida.
Se cruzó de brazos, dando a entender que él no sería convencido. Como norteño, era evidente que le gustaría levantar el sitio de Thimleim, salvar a la familia del Jarl y enviar bajo tierra a cuantos imperiales fuera necesario. Pero para ello debían de aliarse con otro de ellos. Y del Imperio solo se decía que tenía muchas vacas y serpientes, y Gunnar no le veía las motas al sacerdote por ningún lado.
—Sé que lo que pretendo es malo, malvado incluso. También es necesario pues temo no ver otra alternativa. Creedme, he pensando mucho en esto y en lo que podría engendrar un día tan nefasto como hoy. No veo más opción. Debemos asesinar al inquisidor o el mundo conocerá una época de luz capaz de abrasarlo...

Notas de juego

Revelaciones!

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11/06/2016, 01:18
Inger Virtanen

Había sido mi decisión, pero verme obligada a permanecer encerrada en aquel sótano, oculta de la vista de un indeseable y los hombres que le pudieran acompañar, sabiendo que todos teníamos las manos atadas, no sólo los hombres de Thimleïm sino también nosotros, conseguía que me sintiera como una cobarde y que, en mi cobardía, arrastraba al resto de mis compañeros.

Veía pasar lentamente las horas paseando entre aquellas cuatro paredes bajo tierra igual que una fiera enjaulada. Las palabras iniciales sobre la situación en la que nos veíamos envueltos dieron paso al silencio, cada uno absorto en sus propios pensamientos. ¿Qué más se podía decir? El rencor flotaba en el ambiente de la aldea, eso era algo innegable, y  cualquier movimiento o palabra podría hacer saltar el odio latente como una llama en un barril de brea.

Hasta que por fin vinieron a buscarnos. Sentía curiosidad por saber lo que Pietro tendría que decirnos, saber de una vez el porqué de aquella reunión secreta que ya había costado la vida a varios hombres y, aunque fueran imperiales, a los ojos de los norteños eso sólo significaba enemigos. Y así fue como, al amparo de la noche, seguí a Sir Hugues para presentarme ante el sacerdote y escuchar lo que nos tuviera que contar.

El olor a pieles curtidas que me golpeó nada más entrar en el lugar de la reunión no fue nada comparable con la sensación que me invadió al ver al sacerdote. Su postura ante el fuego, el aire de inquietud que se respiraba, no presagiaba nada bueno. Empecé a preocuparme pues mi intuición gritaba que tendríamos más problemas aún de los vividos hasta ese momento.

Escuché sus palabras con atención, todo su relato sobre las motivaciones que movían a Mark Bismark, el papel que Pietro jugaba en todo aquel oscuro y funesto asunto, y lo que escuchaba sólo conseguía que la inquietud y el miedo se fueran apoderando poco a poco de mí.

Con cada palabra del sacerdote acudían a mí las vívidas imágenes que habían poblado mis sueños los últimos días, como si de un mal presagio se tratara, y me di cuenta del mal que se podría propagar por el mundo, un mal que sólo nos llevaría a la total y absoluta destrucción. Y, a pesar de que había cosas de las que se hablaban que se escapaban a mi conocimiento y entendimiento, las consecuencias quedaban claras.

Sin embargo, nuevas dudas se clavaban en mi cabeza al escuchar la petición de Pietro. Poco me importaba que, según él, hubiera mentido al Inquisidor, poco me importaba lo que pudiera decir o hacer Beryl, dios en el que no creía, poco importaba las reticencias del sacerdote y sus hombres... La cuestión era clara y su mensaje más aún. Nos estaba pidiendo acabar con la vida de Bismark.

Pero aceptar ese encargo traería muchas consecuencias y, la mayoría, nada agradables, sobre todo para nuestro pueblo. Miré a Pietro, un hombre que parecía conocer mejor que yo misma mis secretos más oscuros pues él me había hablado de visión, había recordado mi arco y mi fe en los dioses antiguos, aunque esta fe no era tan ciega como la que lucían los imperiales con Beryl.

Últimamente he tenido extraños sueños. Mi voz sonó apagada ya que no había hablado con nadie de las visiones que me habían visitado, pero quizás buscar a alguien que pudiera entender todo lo que había visto mientras dormía, me pudiera ayudar en mi camino—. En todos ellos me encontraba sola, en un mundo destruido por completo. Fuego y muerte eran sus pobladores. El viento barría la desolación de la tierra, de los edificios abandonados, de los vestigios de civilizaciones ya desparecidas. Quizás... —Dudé si continuar durante unos instantes, pensando si lo que estaba diciendo sería una tontería—. No creo poseer el don de la visión pero no puedo dejar de lado esas imágenes después de lo que habéis contado. Además... Está el arco. Un arco que, como bien decís vos, desprende fuerza y poder, la misma fuerza y poder que desprendía el ser que me lo entregó. Apareció de la nada y en ella se diluyó. —Negué con la cabeza sin saber si todo aquello tendría algún sentido—. ¿Presagios o simples locuras de una mente atormentada? No lo sé...

Sentí cierta liberación en mi alma al haber podido contar aquellos extraños sueños que, desde el día que apareció ante mí el maldito bastardo de Zack, me habían angustiado. Pero aún quedaba el asunto propuesto por el sacerdote, una petición peligrosa para nosotros y para mucha otra gente pero, si hacíamos caso a las palabras de Pietro, más peligroso sería para todo el mundo dejar al Inquisidor con vida.

Pero lo que nos pedís... —Dudas, demasiadas dudas—. Confesáis haber mentido a Bismark, ¿cómo podemos saber que no es a nosotros a los que estáis engañando? Quizás sólo pretendáis el poder que ostenta el Inquisidor y nos utilizáis para quitarlo de vuestro camino.

No había acusación ni mala intención en mis palabras, sólo el hecho de constatar algo que bien podía ser cierto. Pero había más preocupaciones, más incógnitas que quería resolver.

Espero que no me malinterpretéis con lo que os acabo de decir, pero creo que es una duda razonable. Sin embargo, hay otras cuestiones que me inquietan, y preguntas que me gustaría que fueran contestadas.

Respiré hondo, mirando a mi hermano primero, el cual ya había dado su opinión al respecto, aunque esperaría a que yo diera mi consentimiento, antes de fijarme en el joven Sir Garic y el veterano Sir Hugues.

Los hombres que nos tendieron la emboscada... ¿A quién servían? ¿Acaso conocían todo este asunto y, creyéndoos cómplice del Inquisidor, buscaron la manera de eliminaros? ¿O es al contrario? ¿Os han descubierto y prefirieron eliminaros antes de que levantarais la mano contra Bismark?

Por segunda vez desde que había empezado a hablar, volví a negar con la cabeza. Necesitaba tener las ideas claras, saber a qué nos enfrentábamos en su conjunto y no sólo ver una pequeña parte.

Si decidimos aceptar y matamos al Inquisidor y a sus hombres, ¿quién garantiza la seguridad de las gentes del norte? Porque, una vez se conozcan sus muertes todas las miradas y las ansias de venganza se centraran en estas tierras y en estas gentes que ya están sufriendo demasiado como para poner sobre sus hombros más peligros. Sí, tal y como dice mi hermano, aquí encontraréis muchos hombres dispuestos a acabar con el Inquisidor y con todo aquel que le acompañe, incluido el traidor que los vendió pero... ¿Qué pasaría después?

Me quedé en silencio, con la vista fija en las danzantes llamas, perdida en oscuros pensamientos y con las imágenes del fin del mundo grabadas en mi mente.

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12/06/2016, 03:10
Sir Garic Dunnor

Garic permanecía en silencio. Había hablado Pietro Sacramonte, y les había revelado cosas abrumadoras y preocupantes por igual. El muchacho trataba de procesar la información cuando Inger respondió y agregó nuevas revelaciones y dudas.

Dejó que el silencio reinara en el ambiente unos momentos más, ordenando sus ideas y escuchando los sonidos que traía la noche en aquel lejano norte.

- Algún día entraré en las estancias de Beryl -comenzó a habar pausado, casi solemne. Allí estará mi padre, o al menos eso creo -prosiguió, mirando de reojo a los norteños, esperando no ofender sus creencias. Me encontraré con él y deberé responder ante todas las acciones de mi vida. 

Miró intensamente a Sacramonte. Sin odio, sin reprobación, sólo con determinación.

- Ese día diré que viví mi vida siguiendo el Código. Que lo dí todo para hacer del mundo un lugar mejor. Y estaré diciendo la verdad.

Miró alrededor, a Sir Hughes, a Gunnar, a Inger, como buscando una respuesta, una salida, un gesto.

- No asesinaré a Bismark ni a nadie por algo que todavía no ha hecho. Nada ni nadie podrá convencerme de lo contrario. Sin embargo, sí que he escuchado las historias sobre la Inquisición, y lo suficiente del Inquisidor como para suponer que cualquier clase de poder que consiga lo utilizará de formas que creo equivocadas, y prueba de ello es la situación en la que está este pueblo.

Estas...  gemas. No llego a entender todavía su poder ni las consecuencias de que caigan en manos equivocadas, aunque ¿Equivocadas? Equivocadas serían todas las manos. Nadie debería ostentar un poder como ese. Lo que si puedo darme cuenta es que algo se agita en el mundo. Escucho las palabras de Inger y las creo sin dudar de ellas ni por un segundo. Creo que algo o alguien la guia, la protege, tal vez incluso la necesita. Lo creo porque me pasa algo muy parecido. Algo, o ...  alguien, también me guía y protege, de alguna forma. Me permite curar sólo imponiendo mis manos, me avisa de un futuro aciago. 

Recordó la Lágrima de Beryl, allá lejos, donde había comenzado su aventura. De ella emanaba un poder extraordinario. Si, la existencia de aquellos prodigios era más que posible. En su corazón Garic lo consideraba un hecho.

Miró a Inger.

- No creo que sea casualidad que el destino, los dioses, nuestras voluntades, o incluso las maquinaciones de los hombres, nos hayan reunido. No llego a entender nada más, como un niño que sólo entiende como son las cosas dentro de su hogar, pero nada sabe de lo que ocurre en el resto del mundo. Pero creo que debemos estar preparados para cuando el mundo tiemble, porque las sacudidas nos afectarán, lo queramos o no, actuemos o no, nos quedemos en casa o vayamos a buscar las causas del terremoto con la esperanza de detenerlo.

Creo que debemos actuar, pero no así, eminencia -dijo a Sacramonte. No deseo permitir que las hijas y el resto de la familia del Jarl permanezcan cautivas ni un día más, y la idea de robar me es muy incómoda, aunque mucho mas lo es el asesinato. Se me ocurre una alternativa, y es la siguiente: Debemos hacer un trato con el Jarl. Nosotros debemos comprometernos a liberar a su familia, y él a cambio deberá comprometerse a no matar a ningún imperial, y liberar a todos, sin armas ni mas posesiones que los suministros necesarios para llegar a Zhewheim. A cambio nosotros, o al menos yo, me quedaré como rehén por el tiempo que considere necesario para asegurarse de que los desterrados no vuelvan y tomen represalias. A su vez podríamos negociar el tener acceso a las posesiones confiscadas y estudiar las localizaciones de las gemas. Evidentemente Inger y Gunnar deberían negociar ante el Jarl, y Sir Hughes y yo deberíamos encargarnos de liberar a la familia. Más fácil decirlo que hacerlo, pero así se derramaría la menor cantidad de sangre posible, tal vez ni una gota. Las posiones del Inquisidor quedarían en custodia del Jarl de Thïmleim, pero nosotros tendríamos acceso a la localización de las gemas.

Miró a todos con ojos afiebrados. ¿Era demasiado arriesgado? ¿Muy rebuscado? Era lo mejor que se le ocurría sin actuar contra sus principios. 

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12/06/2016, 21:08

—Vuestro sueños son presagios —contestó Pietro a Inger, seguro de lo que decía —. O bien es un don que nace de dentro o un regalo que procede de fuera, en cualquier caso no debe ignorarse. Sois más de que una más entre los vuestros, Inger. Habéis sido elegida.
El sacerdote no se sintió atacado cuando Inger mencionó que no podía confiar en él. ¿Cómo podía saber que Pietro no les mentía a ellos para obtener el poder que decía no querer ceder al Inquisidor? ¿Cómo podía estar segura de que no eran peones tejidos entre sus mentiras? Era un hombre de Beryl, y mentía. Era un Imperial, y a la vez, un traidor. Pietro Sacramonte era el hombre con más luces y sombras que había conocido nunca.
—Notad la desesperación de mi voz, el miedo de mi alma. Me estremezco ante el futuro. Solo quiero lo mejor, tal es mi misión en este mundo. Deseo ayudar…pero no puedo daros garantías de la veracidad de mis palabras. Hemos viajado juntos durante días. Me conocéis lo suficiente para emitir un juicio. Haced caso a vuestro instinto. Supongo que eso debería bastar.
Gunnar bufó ante la última sugerencia, él tenía muy claro qué clase de serpiente era el sacerdote. Respecto al insinto de Inger, era como una veleta en medio de un vendaval, mirando a un lado y a otro con violencia, sin marcar un rumbo determinado.
—Los hombres que nos atacaron en el bosque eran hombres de la casa de los Conroy, una familia imperial de notable renombre. El más pequeño de sus hijos, al que conoces como Zack, es en verdad Zackarih, el único de los tres hermanos que no se armó caballero. Él…es un verdadero intrigante. Uno más en el Imperio. Si bien desconozco lo que sabe, entiendo que conoce que algo sobre las gemas. O bien solo sabe que yo sé algo de vital importancia. Él si es un traidor a la corona. Su casa nunca estuvo cómoda con un rey en el trono. Usará el poder de las gemas en una revuelta, en una rebelión. Pero ahora que su casa ha sido destruida…solo queda él, es tan peligroso como un lobo herido —divagaba —. Debía de saber que Mark Von Bismark y yo teníamos conocimientos importantes. Con el Inquisidor en las tierras baldías, yo era el más accesible. Además, yo era la presa más vulnerable, ¿Verdad? Si bien…también tengo mis sospechas, y puede que Zack sea un agente del mismo Inquisidor. Si lograba sacarme la verdad mediante torturas no tendría que negociar conmigo, así, su oscura misión sería más sencilla. Y si fallaba, yo me reuniría con él de todas formas. En ambos casos, Mark Bismark siempre ganaba.
Ante las siguientes palabras de Inger, el sacerdote se levantó de la silla.
—¿Es que no lo entendéis , mujer? ¡No se trata de unos pocos! ¡No se trata de vuestras familias ni de vuestros amigos, tampoco de vuestra gente! No existe “vuestra” gente ni “nuestra” gente, existe el mundo. Y es el mundo entero quien está en peligro. No puedo prometer que el Imperio no vaya a tomar represalias con el Norte, pero si puedo asegurar que puede que no haya un mañana para nadie si no hacemos nada. Y cuando digo nadie me refiero a vuestros jarls, a nuesreo rey, a vuestros niños de rizos dorados y a nuestros bebés de piel pálida. A todos ellos.
Volvió a sentarse, parecía agotado.
La idea de Sir Garic le irritó más. Si bien era esperaba por el sacerdote.
—El viejo Código de caballería, cierto. Me había olvidado de él. Está tan muerto hoy en día que no puedo imaginar como algo tan arcaico puede interponerse entre algo tan vital, tan necesario —masculló el sacerdote —. Sir Garic, vuestra bondad es muy grande pero vuestro plan tiene un fallo; Mark Von Bismark no se rendirá, no es la clase de hombre con el que se pueda negociar o al que se le pueda capturar. Aunque el jarl accediera a vuestra petición, ¿Qué ganamos con ello? El Inquisidor seguiría vivo, seguiría siendo una amenaza. Debe morir, es la única manera. Y decís verdad, un día todo deberemos rendir cuentas de lo que hemos hecho en este mundo, Beryl se apiade de nosotros.
—Sir Garic tiene razón
—añadió Sir Hugues —. Su camino es más recto. Es…el correcto.
—Ah, viejo amigo ¿Cuánto dejaste de seguirme a mí para seguirle a él? —Dijo Pietro con una sonrisa irónica enclavada en su rostro —. ¿Y pensáis tumbar al Inquisidor en combate singular? Os matará. Y con vosotros, morirá la única esperanza del mundo.
Agachó la testa. ¿Estaba llorando?

Una patada a la puerta de la peletería, una violenta entrada de un hombre que era alto como un castillo. Su armadura, roja escarlata, estaba cubierta de infinidad de arañazos, muescas y golpes, había ribetes dorados aquí y allá que habían perdido el lustre, así como diversos refuerzos por toda ella que le conferían un aspecto gastado y agresivo. El hombre que portaba tal obra de arte dedicada a la guerra más brutal alto y corpulento, con la cabeza toralmente afeitada y las facciones tan duras que parecían esculpidas en mármol. Era mayor, puede que tanto como Pietro, pero las arrugas de su rostro no le hacían parecer más vulnerable. Al contrario, eran como cicatrices, como heridas abiertas que le hacían parecer más letal, más formidable.
A su espalda, un arma magnífica, un mandoble de empuñadura diamantina, desgastado pero bien afilado, sin funda, cuya hoja tenía grabadas palabras sagradas en la lengua de Beryl. Pero no fue aquel arma descomunal lo que infundía más respeto. Eran sus ojos.
Sus ojos eran claros y pulcros, poseedores de una visión perfectamente enfocada y clara de la vida. Andaba con la seguridad de aquel que ha comido en la misma mesa de Dios, de aquel que ha sido elegido. Orgullo y fuerza, pero humildad y sacrificio. Poder y grandeza, pero deber y dignidad. No hicieron falta presentaciones, Mark Von Bismark estaba allí.
Tras él solo entró un hombre. Un norteño, desgreñado, de barba abundante, más cortada, de la cual colgaban todo tipos de abalorios, desde huesecillos de animales hasta perlas extraídas de los mares del sur. Su armadura, así como su ropa, era una mezcla de herrería norteña e imperial. Hacha y espada descansaba en su cinto como la dualidad de aquel hombre. Parecía sucio y rastrero, de músculos grandes, donde tatuajes tribales se mezclaban con otros de tono imperial. Aquel hombre tenía entre sus manos un afilado cuchillo de caza y el cuello de una niña de seis años.
Había más hombres fuera, como delató el fuego de las antorchas, pero no entraron.
—Pietro Sacramonte, asesinato. ¿Quién lo hubiera esperado? —Dijo el Alto Inquisidor, su voz era grave como el tronar de un cañón —. No soy tan necio como para no teneros bajo vigilancia. Las paredes oyen —dijo, desvelando así que había escuchado sus palabras pese a la discreción del sacerdote.
—He hecho lo que creía que debía hacer, Bismark. Eres un lobo con piel de cordero. No sirves a Beryl, solo te sirves a ti mismo. Y lo que planeas es atroz.
—Ahórrate tus sermones. Confié en ti. Quise trazar una alianza, formar un nuevo mundo, más luminoso, más brillante. Mi espada y tu palabra. ¡Cuán grandes hubiéramos sido! Y veo que deseas mi muerte. Quieres todo el poder para ti ¿No es cierto?
—No es cierto, yo solo quiero un mundo mejor. Más luminoso, como tú dices. Pero la forma en la que deseas conseguirlo…no participaré en eso.

Se levantó, temblando, inflexible. Una brizna de hierba desafiando a un viejo roble. Sir Hugues colocó su escudo delante del sacerdote, junto con Sir Garic*.
—Caballeros del Viejo Código. Un niño y un hombre. Personas válidas que no deseaban unirse a la traición de un cobarde. Os agradezco vuestras palabras y vuestras intenciones, pero vuestro lugar no está ahí. Uniros a mí, tal y como corresponde a los hombres nobles y justos. No os lo repetiré, o estáis de mi parte o contra mí.
Sir Hugues fue el primero hablar.
—No permitiré que le hagáis daños a Pietro Sacramonte. Prometí que lo protegería hasta el fin de mi vida y así debo hacer.
—Pero vuestro patrón es mentiroso, falso, un traidor a Beryl y a la corona, un hombre lleno de defectos que quería orquestar una conjura y manchar vuestras manos y vuestro nombre. ¿Aún así le defenderéis?
—MI juramento me liga a él. Donde él vaya, yo iré. Y si él ha de sufrir daño alguno, yo lo sufriré antes, tal es mi palabra, tal es mi deber y mi juramento.

—El Viejo Código —reconoció el Inquisidor —. Una pena. ¿Y vos joven? Sir Garic Dunnor, ¿Cierto? ¿Cuál es vuestra lealtad?
—Sir Garic
—dijo Sir Hugues —. Vuestro juramento ha terminado. Sois libres de dejarnos. No tenéis porque seguir a nuestro a lado. Es…fútil. Moriremos aquí, pero vos debéis vivir. Vos podéis elegir. Sois un caballero errante, no necesitáis un señor para hacer el bien en este mundo. Ni Pietro ni Bismark, vos podéis salir de aquí, vivo —luego su voz se recrudeció —. Aunque sé que no lo haréis.
Pues conocía el Viejo Código, y a pesar de todo, allí había violencia en el aire, amenaza y una niña en apuros. La pequeña, de seis años, tenía tatuado el rostro. Era sin duda una de las hijas del jarl. Se mostraba serena a pesar de que el cuchillo de su captor besaba su piel. Intentaba mantenerse fuerte.
No le habían reconocido. No al principio. El norteño estaba demasiado castigado, parecía haber sufrido bastante, visto suficiente. Pero era él. Gunnar se tensó cuando lo reconoció. El rostro de Inger se endureció más, si cabe.
—Estás mucho más guapa que la última vez que nos vimos, Inger —dijo Harek, su voz rasposa, ronca.
Las palabras del norteño atrajeron la atención del inquisidor sobre los hermanos.
—Tirad las armas. Ya he domeñado un pueblo entero de vuestra gente, no queráis averiguar lo que les sucedió a aquellos que se enfrentaron a mí —terció el inquisidor, su voz era tan fría como el acero.
—Si quieres nuestras armas, ¿Por qué no vienes tú a por ellas? —terció Gunnar, quien dio un paso al frente, la espada presta, firme.
El inquisidor lo miró con desprecio, un león mirando a un mono ridículo.
—¿Y quién eres tú, necio? ¿Qué poder real crees que ostentas con tan ridícula arma entre las manos? Yo soy Mark Von Bismark, he visto cosas que harían que tu alma saliese corriendo de tu cuerpo. He enfrentado hombres, bestias y monstruos por igual. Aunque no tuviera veinte hombres rodeando la casa, aunque estuviera solo y desarmado frente a ti ¿Crees que tendrías alguna oportunidad?
Gunnar nunca había retrocedido, menos aún por unas palabras. Si bien el porte, la voz del inquisidor, incluían una fuerza primitiva que solo un auténtico luchador podía poseer. Inger también lo percibió, algo tan básico, tan mundano pero tan fuerte. Gunnar no retrocedió pero tragó saliva.
—Si no soltáis las armas, todos, ahora, mato a la niña —gruñó Harek —. Y no será rápido. La abriré un canal en las tripas que se desangre como una cochinilla.
—¡Eres una vergüenza para tu sangre, Harek! —bramó Gunnar, sus manos temblaban ¿Atacar o no? De haber estado solo…miró a su hermana, ella era la más sensata, la menos impulsiva, la más inteligente de los dos. Buscó consuelo en aquel infierno en ella.
—Muchacha, tú pareces ser la única inteligente aquí —añadió el Inquisidor —. Pietro te ha mentido, como me ha mentido a mí. Seguir de su parte solo te llevaría a encontrarte con un puñal en tu espalda cuando menos te lo esperes. Eres norteña, no puedo prometerte el perdón ni a ti ni al hombre que te acompaña, pero puedes impedir un baño de sangre. Aquí y ahora. No merece la pena morir por un mentiroso. Rendíos. Como he dicho, estáis de mi parte o contra mí.
—¿Y Pietro?
—Quiso saber Gunnar.
—En el Imperio no hay piedad con los traidores.
—¿Y a ellos? ¿Les dejarás marchar si me entrego? —Preguntó el sacerdote.
—No hay perdón para los traidores, repito.
—Pero ellos no tienen la culpa de mis errores. Les...les engañé, como te engañé a tí. Déjales marchar, no tienen la culpa de nada.

El inquisidor negó ante la desesperada petición de Pietro.
—Debiste tenerlo en cuenta antes de involucrarlos. Sus muertes serán cargadas sobre tus hombros, Pietro, tal es tu culpa.

Notas de juego

*Imagino que te sumas, sino, óbvialo.

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14/06/2016, 04:15
Sir Garic Dunnor

Traciones. Bajezas. Amenazas.

¿Es que no había bondad en el corazón de nadie? Para Garic el camino era claro, era el único. No había alternativa a la rectitud.

Primero había querido pensar que el plan que había propuesto Sacramonte era fruto de la desesperación, de ver su objetivo, sea cual fuere, muy cerca, y había caído en la tentación del camino mas corto. Pero cuando replicó a Inger y luego a él una oscura nube nubló su mirada. Frunció el ceño y reflexionó sobre sus anteriores dudas, que nunca habían desaparecido del todo, y que Inger había plasmado con la misma certeza que cuando disparaba su arco.

Garic no podía seguir a un hombre así, no podía darle su lealtad inquebrantable. Pero tampoco lo dejaría morir como un perro por algo que tampoco había hecho, aún podría haber entrado en razón.

El Alto Inquisidor estaba allí. Su presencia era intimidante, sin lugar a dudas. El muchacho lo evaluó como le había enseñado su padre. Había signos aquí y allá que revelaban a los combatientes de cuidado. Este lo era, y mucho. Y también el norteño que venía con él. Había una seguridad en sus ojos, una aceptación de la violencia que sólo tenían los luchadores experimentados. Sir Hughes también la tenía. 

Cuando entraron se sorprendió. Eran como niños sorprendidos por su padre mientras robaban el postre antes de comer. Pero pronto los ánimos se fueron armando, y comenzó un inexorable camino dialéctico que difícilmente llevaría a otro lado que no fuera la muerte.

Era consciente de que Bismark no sólo había escuchado la traición de Sacramonte, sino también podría saber sobre las cualidades que habían revelado Inger y él. Lo que no podía saber era cómo tomaría aquellas manifestaciones. Tratandose del Alto Inquisidor, nada bueno para ellos, seguramente.

Sin embargo, el joven caballero apoyó una rodilla en tierra mientras hablaban, ajeno a aquellas cuestiones, aunque sin moverse del lugar. Su mirada se concentró en la pequeña, y estaba destinada a calmarla. A mostrarle que ella no era un peon, un cordero que sólo estaba allí para ser degollado. Le sonrió. Todo iba a estar bien. Si las distracciones de su captor lo permitían, le haría una seña, su propia boca mordiendo su mano.

La conversación continuó. Sir Hughes se movió e interpuso su escudo. Garic no se levantó, aunque aún estaba entre el inquisidor y Sacramonte. Permaneció mirando a la niña hasta que Von Bismark se dirigió a él. Dónde estaba su lealtad, le preguntaba.

El joven sostuvo su mirada y señaló a la niña son solemnidad.

- Allí, Sire -contestó mientras se levantaba. Vos conocéis el Código. "Su espada defiende a los desvalidos" -reza. "Su fuerza sostiene a los débiles". Es casi insultante que tengáis que preguntarlo. ¿Que clase de hombre se escuda detrás de un puñal en el cuello de una chiquilla? ¿Ese mandoble que tenéis allí es para cuando los pequeños se resisten? ¿Qué clase de hombre sois, mi señor? ¿Os imagináis a Beryl diciendo a sus hijos "amenazad a los indefensos para no tener que enfrentar la ira de los fuertes"? Uniros a mi, dijisteis, como corresponde a hombre nobles y justos. ¡Nobles y justos! ¿Sois hipócrita, o sólo necio?

Sus palabras salieron de su corazón, y bien podrían significar su muerte, pero también estaban destinadas a provocar una reacción en Von Bismark. 

En retrospectiva, si hace unos días hubiera pensado en la peor actitud que se podía tener al conocer a ese hombre que tanto respeto y temor provocaba, era lo que acababa de hacer. Ya no había tiempo de lamentarlo.

A Sir Hughes contestaría también, si las circunstancias lo permitían.

- Con respecto a Sacramonte, compañero, me temo que sin estar de acuerdo con sus acciones, no puedo permitir que sea asesinado como él quería hacer. Los hombres deben responder ante sus acciones, y él no ha hecho aún nada de lo que no pueda arrepentirse.  

No actuaría primero, pero las cosas se tornaban violentas, intentaría evitar al inquisidor e intentar liberar a la niña. Era consciente de que faltaba su hermana, y que seguramente era cierto que había 20 personas rodeando el lugar, pero habría muchas más rodeándolos a ellos. La amenaza sobre la niña los tendría en vilo, sin duda. Además sólo debía ganar unos segundos, e Inger todavía tenía su arco. 

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17/06/2016, 02:39
Inger Virtanen

Seguía dándole vueltas a toda la historia que nos acababa de contar Pietro, los frutos sagrados, los Pilares, las gemas, o como quisieran llamarlo, el poder que daban, el peligro que se podía correr si alguien los encontraba y los usaba con malas intenciones. Para mí todo aquello sólo eran cuentos, relatos de historias antiguas que habían perdido su sentido con el paso de las épocas. No éramos un pueblo excesivamente religioso, creíamos en los dioses antiguos porque habíamos crecido con sus historias,  estábamos acostumbrados a sus nombres, sus hazañas, su implicación en la creación del mundo y de todo lo que en él habitaba, pero en el fondo para la mayoría de nosotros sólo eran relatos contados alrededor del fuego en las largas noches de invierno, y pocos adoraban a esos dioses como los imperiales hacían con Beryl.

Pero Pietro parecía creer en ello firmemente, incluso con tal vehemencia que, por momentos, me parecía estar escuchando a un fanático. No sabía que opinar de todo aquel asunto, ni siquiera podía discernir aún la opinión que tenía respecto al sacerdote y mucho menos comprender sus verdaderas motivaciones.

No me tranquilizó escuchar de su boca decir que mis sueños eran un don, y si era verdad lo que decía, era algo que yo no había buscado. Aún era capaz de recordar las imágenes que había soñado, recordaba los sentimientos que me embargaron en su momento y aún podía sentir en mi propia carne los efectos de aquellas visiones. Fuego, viento, rayos, sangre,... destrucción. Quizás Pietro tuviera razón y el fin, en caso de que esas gemas cayeran en manos indeseables, estuviera más cerca de lo que creíamos, pero también sabía que el corazón más puro acababa corrompiéndose ante la tentación del poder.

No todas sus palabras me hicieron dudar, algunos incluso llegaron a enfadarme. Para él el mundo era grande, para mí se reducía a mi tierra, mi gente, mi familia. Al sur, más allá de las fronteras que separaban el norte del resto del Imperio, jamás se habían preocupado por nosotros, para esas gentes sólo éramos bárbaros a los que podían manejar y explotar, ¿cómo pretendía Pietro que me importaran más el resto del mundo que mi propia gente? Por mí se podían pudrir todos en sus propios infiernos, acuchillados por sus traiciones, sus mentiras y sus conspiraciones.

Me centré de nuevo en el presente y en lo que se estaba discutiendo. Sabía que mis pensamientos eran egoístas, pero la vida me había empujado a mirar antes por mi gente que por los extraños, y por mi pueblo sí sería capaz de dar la vida. Moví la cabeza negando, buscando una solución que no implicara el asesinato de nadie, a pesar de que yo no tenía los mismos prejuicios que Sir Garic.

La solución sería destruir esas gemas...

Pero mis palabras quedaron suspendidas en el aire, perdidas, sin llegar a oído alguno que las escuchara, pues la presencia del Inquisidor ante nosotros dejó la reunión sumida en un tenso silencio.

Era una figura poderosa, su sola presencia imponía un respeto y un temor visceral, incluso vi la tensión en el cuerpo de mi hermano acostumbrado a tratar con hombres ruines y peligrosos. Pero el inquisidor mostraba su fuerza sólo con su apariencia y él lo sabía, era consciente del efecto que producía y se aprovechaba de él.

Pero no fue Von Bismark el que se llevó toda mi atención sino el hombre que le acompañaba y que arrastraba a una niña por el cuello. Fue cuando reconocí a la rata que portaba el cuchillo amenazante que mi cara se endureció, mis ojos se velaron por el odio y mis sentidos se nublaron. Eché un rápido vistazo buscando el arco, aún sabiendo que no tendría tiempo a disparar sin que yo, o cualquiera de los presentes, resultara muerto, en especial la niña porque sabía que a Harek no le temblaría la mano si tuviera que degollarla.

Las palabras del Inquisidor apenas llegaron nítidas a mis oídos, centrada como estaba en el hombre al que despreciaba tanto y fueron las que dijo Harek las únicas que escuché, igual que un veneno que consiguió estremecer todo mi cuerpo.

Lástima no poder decir lo mismo de ti... Harek. —Un látigo no hubiera sonado tan mortal como mi voz en aquellos instantes.

Fue en esos momentos en los que, tanto el inquisidor como yo, fuimos plenamente conscientes de nuestra mutua presencia. Y, a pesar de que sus ojos invitaban con frialdad a seguir sus órdenes, no hice ademán alguno de desprenderme del arco, pues de poca utilidad me sería ese arma ya que no tenía ninguna oportunidad de usarlo. Además... no soportaría que manos indeseables llegaran tan siquiera a tocarlo.

Miré a Gunnar, frenando su irreflexivo arrebato intuyendo que, por muy valiente que fuera mi hermano, no tenía nada que hacer frente aquel hombre. Estábamos en desventaja y teníamos que asumirlo, intentar otra cosa sólo nos llevaría a la muerte, no sólo la nuestra sino seguramente la de todo el pueblo.

El poder que emanaba de Von Bismark me recordó al del hombre que me había entregado el arco, pero la sensación que había sentido ante uno y ante otro era completamente distinta. El poder que ostentaba Bismark era el miedo, el regio poder del que me entregó el arco era una ancestral sabiduría y, tal vez... ¿esperanza?

Mi mirada paseó del Inquisidor a Harek, sintiendo como la bilis subía por mi garganta al fijarme en este último. Estaba perdiendo el control y, si me dejaba arrastrar por mis emociones, sabía que me lanzaría a por él, intentaría clavarle un cuchillo, una daga, una espada... lo que fuera en aquel punto donde debería latir un corazón que dudaba que tuviera, pero sabía que si me dejaba llevar no sólo moriríamos Harek y yo, también lo haría la niña y, lo más probable, muchos más. De todas formas, y a pesar de las amenazas, seguí sin desprenderme del arco.

No separé ni un segundo la mirada de Harek mientras escuchaba las últimas palabras de Von Bismark y, fruto tal vez de la desesperación, de la fútil osadía del que sabe que no tiene nada que perder, una carcajada brotó de mi garganta. Fue una risa fría, cortante, que quedó ahogada entre las pieles de aquella cabaña.

Vos habláis de no perdonar a los traidores, pero bien que os rodeáis de ellos. —Mis ojos seguían clavados en el norteño, sin molestarme en prestar una mínima atención al Inquisidor. Y al norteño fue al que me dirigí después—. Escúchale bien Harek... No hay perdón para los traidores.

Necesitaba llegar hasta Harek, apartar el cuchillo de la garganta de la niña y, aunque yo cayera en el intento, quizás el resto tuvieran alguna oportunidad de blandir sus armas sin el temor a que una inocente fuera ejecutada.

Ese pensamiento fue el que cruzó mi cabeza, reforzado por la idea de ver a Sir Hughes y a Sir Garic salir en defensa de Pietro. Miré la aljaba que reposaba cerca de mí, calculando las posibilidades de salir victoriosa si cogía una de las flechas, me lanzaba sobre Harek y se la clavaba con todas mis fuerzas en uno de aquellos odiados ojos.

Era una posibilidad, al igual que una locura. Como locura fue el seguir hablando despectivamente al Inquisidor.

¿Y sobre vuestros hombros Von Bismark? ¿Cuántas muertes cargáis vos sobre vuestros hombros? ¿Esa es la piedad del dios al que tanto adoráis? ¿O sólo usáis a Beryl a vuestra conveniencia?

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24/06/2016, 00:55

La pequeña entendió el gesto de Sir Garic. A pesar de ser la hija de un noble, según los estándares norteños, a la niña no se la veía torpe de entendimiento o mimada. Al contrario, parecía conocer la gravedad de todo lo que la rodeaba y lo enfrentaba con valor. Pero seguía siendo solo una niña.
Sir Garic fue el primero en enfrentar al inquisidor, su lengua fue su espada esta vez. Pero Mark Von Bismark le contestó con contundencia, igual que hubiera hecho un áspero maestro con un alumno que se encontraba totalmente perdido ante su materia.
—Es loable que hoy día alguien intente seguir el Viejo Código. Pero es imposible, el mundo no se presta a ello. ¿Cómo va a defender vuestra espada a los desvalidos si sois incapaz de cuidar de vos mismo? Puede que no os gusten mis métodos, pero he tomado una ciudad sin derramar una sola gota de sangre. ¿No ve lo necesario? ¿No ve que es lo más justo? Pensáis como los hombres antiguos, creéis en el poder del acero. ¿Pero que es el acero comparado con la mano que lo maneja? La fuerza de sus sentimientos, el poder de la carne. ¿No lo veis? El tiempo del Código ha pasado —sentenció, férreo. Más su voz se tornó aún más inflexible cuando Beryl salió a relucir —Te he juzgado mal, no eres un hombre y aún te falta mucho para hacerte merecedor de portar esa espada y esa armadura. Estás fuera de lugar, muchacho. Ni siquiera sabes lo dices. Nombras a nuestro salvador Beryl, loado sea, muy a la ligera. Él defiende a aquellos que creen en él y sus designios. ¿Pero estos bárbaros? Herejes, paganos, menos que perros. Eso es lo que dice nuestro salvador, bendito sea él. Esta gente carece de alma, son nuestros enemigos. No te tolero el tono, niño, pues careces de rango y de lo que es peor, de entendimiento. Puede que si vives lo suficiente y alguna vez cientos de vidas dependan de ti y de tu mando veas lo acertado de mis decisiones. Ahora, no eres más que un joven con la cabeza llena de pájaros.
Si el inquisidor había sido duro con Sir Garic, especialmente lo fue con Inger. Pues ella tenía el doble agravante de ser mujer y norteña. El inquisidor era un hombre del Imperio, un exponente de sus costumbres y tradiciones. En el Imperio, la mujer no replicaba, no entraba a debate, carecía de opinión y personalidad y, desde luego, no tomaba las armas. Si Harek sonrió de forma lobuna cuando fue mencionado el rostro Von Bismark se agrió cuando Inger se dirigió a él. Parecía incómodo, molesto, igual que un hombre pulcro que pasease con un traje limpio por una calle llena de barro. En la iglesia la mujer tenía un papel residual.
—Beryl tiene dos caras, pagana. Ahí tienes a Pietro; comprensión, bondad, amor. Es fútil. Pero como un padre, Beryl también sabe de Justicia, Fuerza y Disciplina. Así, cuando sus hijos se descarrían se necesita una vara para enmendarlos y llevarlos por el bueno camino. Yo soy la vara, mujer, y te puedo asegurar que ni hay ni un ápice de piedad en mí cuando el castigo es justo.
Inger también era un exponente entre los suyos. En el norte las mujeres eran capaces; cazadoras, guerreras, incluso podían llevar un clan a la guerra. Inger tenía fuego en las venas. La niña, allí atrapada, era un trofeo que no podía permitir que los imperiales tomasen. Quedaba claro que algo había que hacer. El Inquisidor estaba a punto de encargar que los detuviesen o que los matasen. Y ellos seguían con las manos atadas, por honor, por deber. A veces se necesita más que honor, a veces es el valor desmedido era lo adecuado, lo que te lleva a cometer una locura. A veces es la única manera de romper el cerco en el que te ves encerrado.
Un parpadeo, una gota de sudor cayendo, frente a la hoguera, efímera como un sueño. Honor y acero, un férreo escudo y una espada de voluntad inquebrantable. El devenir del mundo. Vientos de guerra soplando. La mirada desquiciada de un hombre cegado por la luz. O quizás, de dos. Una niña asustada pero decidida. El abismo, a su alrededor. El cuchillo traidor. Un parpadeo, era todo lo que necesitaba el mundo para cambiar.
Mark Von Bismark elevó la voz, el tiempo de las palabras había pasado. Pero Inger se adelantó.
Sabía que no podía disparar en aquel estrecho lugar lo suficientemente rápido, pero ella era mucho más veloz que una flecha. Tomó una saeta de su carcaj y en medio de la noche quebrada, saltó sobre Harek. De alguna manera el norteño, el traidor, había esperado algo similar. Su presencia era una ofensa para Inger. Dudó, el cuchillo sobre el cuello de la niña, Inger saltando sobre él. Dudó un solo instante, fue suficiente. La niña mordió su mano, Harek apenas aquejó el gesto. Arrojó a la niña a un lado, se relamió y abrió los brazos esperando a Inger.
La mujer se lanzó sobre él como una pantera; rápida, letal, el cabello cobrizo ondeando tras ella como la estela de un cometa. Un grito desgarrador surgió de la garganta del traidor cuando la punta de flecha estalló su globo ocular. Inger intentó clavar el puntiagudo estilete muy profundo, en el cráneo del traidor, pero Harek la sujetó por la muñeca. Ambos cayeron al suelo, ella sobre él, los músculos tensos. Suficiente para que su hermano se pusiera en marcha.
Gunnar siguió a su hermana. Iría allí a donde ella fuera. Los grilletes que había llevado encima, como sus hermanos en Thïmleim, habían sido quebrados. Unos se habían rendido al ver tomaban de rehenes a sus seres queridos. Inger había decido liberarlos. El fuego ardía en el corazón de ambos hermanos como uno solo. Gunnar atacó, al inquisidor, blandiendo su portentosa espada con ambas manos. Pero el Inquisidor ya le estaba esperando.
Fue como un relámpago de acero. Mark Von Bismark tomó el mandoble de su espalda y lo balanceó delante de él, en forma de media luna, con potencia y precisión. Gunnar detuvo el golpe, su espada se quebró; la punta salió disparada hacia el techo, donde se incrustó, y él fue rechazado hacia atrás. El golpe hubiera partido por la mitad al sacerdote si Sir Garic no se hubiera tirando encima de él, evitando la letal guadaña. Finalmente, el arma impactó en el grueso escudo de Sir Hugues quien tembló con el golpe. Incluso su magnífico escudo se sacudió ante el impacto del inquisidor.
—¡Detened esta locura! —Pidió Pietro, aunque nadie supo exactamente a quien de todos se dirigía. Ruidos de botas, alertados, llegaron desde fuera.
La guardia inquisitorial tenía un tiempo de reacción excelente. Scoope, Harrold, el sargento Vicks, Travis, Lince, fueron los primeros en entrar en la casa. Inger hubiera clavado la flecha hasta los sesos de Harek si no hubiera apartada de él mediante una regia patada.
Detrás venían más hombres.
Gunnar sabía que estaban perdidos, pero se llevaría a su líder por delante. Aún con la mitad de su arma, acortó terreno para clavar el mutilado metal en la roja casaca de Von Bismark. El inquisidor rechazó su ataque de forma magistral, desviando el golpe con el pomo del mandoble. Golpeó luego la nariz del norteño con su cabeza desnuda, suficiente para frenar a Gunnar. Terminó su movimiento atacando a Sir Garic, todo en un solo instante; había en él brutalidad, técnica, experiencia. El mandoble descendió desde los cielos como la inmaculada justicia de Beryl. El caballero apenas tuvo tiempo de sacar su espada y colocarla por encima de su cabeza. El metal se resintió, pero, como el Viejo Código grabado en la hoja, aguantó.
Sir Garic sintió sus brazos como mantequilla, todo el poder del inquisidor caía sobre él en una pugna de acero contra acero.
—¿Te resistes, pequeño? —Ladró el inquisidor.
Sir Hugues terminó con el duelo cuando usó su escudo para desviar el mandoble del inquisidor. Para aquel entonces, la casa estaba llena de imperiales.
Tomaron a Inger, la abofetearon con guantes de metal y la sujetaron. Necesitaron a cuatro de ellos para contenerla. Cuando Harek volvió en si lo único que quería era destriparla.
—Los quiero vivos, a los cinco —ordenó el Inquisidor.
Gunnar, momentáneamente aturdido por el golpe del inquisidor, fue domeñado a golpes. Los caballeros unieron sus espaldas mientras a su alrededor se cerraba un círculo; guardia inquisitorial, soldados del imperios. Veteranos, expertos combatientes. Eran más. Sencillamente no había donde huír. Aguantaron lo que pudieron, acero contra acero, pero no pudieron hacer mucho más. Cuando el mismo Harek, con la cuenca sangrante y el rostro rojo de furia, tomó como rehén al sacerdote, Sir Huges se rindió, arrojando su maza al suelo de mala manera, no así su escudo. Quedando solo, Sir Garic entregó su espada.
—Creo que tenemos mucho de lo que hablar —comentó el inquisidor, satisfecho. El mandoble descansaba de nuevo a su espalda —. Pero no será aquí, sino en la Santa Sede. Habéis hablado de deidades cuando solo una es certeza. Se os juzgará como traidores a la iglesia, a todos vosotros.
Su rostro no contenía ninguna emoción, era un verdugo, un asesino, y ellos solo era una muesca más en su cinturón.
—Puede que nosotros hayamos traicionado a dios, Bismark, pero tú has traicionado al hombre —dijo Pietro, hundido.
Fueron conducidos afuera, desarmados, vigilados por los hombres que habían compartido su viaje hasta allí. El firme Vicks, el grueso Harrold, el amistoso Lince, el silencioso Travis, el elegante Scoope.
—Debiste unirte a nosotros, chico —le dijo a Sir Garic este último —. La Santa Sede te destrozará, a ti y a tus amigos. Te lo dije, el Código no sirve. No en estos tiempos.
Gunnar rabiaba como un animal salvaje. Su hermana, más templada, tenía el doble de vigilancia que él. Pietro se mostraba mustio. Cuando salió al exterior, miró al cielo, oscuro y sin estrellas, preguntándose “Por qué”. Sir Hughes se mostraba inquebrantable, como siempre. Sir Garic, a su lado, podía sentir su misma pena, la misma sensación de derrota.
—Nos vamos esta misma noche —ordenó el inquisidor —. Quemad este lugar y todo lo que hay en él.
—Clemencia para estas gentes, por Beryl
—pidió el sacerdote.
Pero el inquisidor no le escuchó. Sin embargo, obtuvo una respuesta. En la distancia, un cuerno sonando, el galope de los caballos. Y una voz que se alzaba desde la negrura de la noche. “¡Vuelven los Toivonen!”.

La batalla fue un caos. En cierta manera, los imperiales estaban preparados, esperaban una revuelta. Los norteños, los señores del Paso Rojo, no habían deseado tanto una lucha como aquella. Los Toivonen, la familia guerrera que había sido expulsada de su hogar, volvían a tiempo. Cuando el Inquisidor había concentrado sus fuerzas alrededor de Pietro y su conjura había dejado varios puntos vulnerables en la defensa. Lo suficiente para actuar. Usar a la hija del jarl como moneda de cambio había sido muy feo. Pero peor había sido cuando Inger se había lanzado a su rescate. Había sido ella quien había llenado sus corazones de vergüenza, recordándoles quienes eran y lo que debían hacer. Nunca agacharse, nunca inclinarse. Protegían a sus suyos, peleaban y morían, quizás, pero nunca se inclinaban.
Los Toivonen nunca habían ido demasiado lejos. Apostados en la cercanía de la ciudad, siempre en guardia, esperaban el momento para atacar. Alguien les había abierto las puertas y habían entrado, cargando sobre caballos furiosos, haciendo temblar el suelo.
Se desató el caos. Entre los guerreros y los imperiales, entre los civiles y los prisioneros. El Inquisidor mantuvo la calma. Impartía órdenes, organizaba a sus hombres. Y peleaba como uno más. Ataron las muñecas de Inger y de Sir Garic, cuando trataron de apresar a Gunnar, una flecha arrojada desde el tejado eliminó a su captor y el guerrero se unió a la refriega. Helst, desde el tejado, intentó hacer lo mismo con Inger, pero sus carceleros se la llevaron por un callejón para evitar las letales flechas.
La carga de caballería chocó contra la guardia imperial. Unos luchaban por sus casas, por el honor, los otros lo hacían por dios, por la paz en el mundo. ¡Por el Imperio! Sir Garic fue llevado de un lado a otro, arrastrado a duras penas por dos soldados. Delante, Scoope, a quien la herida le aquejaba, trataba de llevarle a un lugar desde el que no pudiera escapar. Le habían apartado de sus amigos, sabedores de que eran más débiles en soledad.
La batalla duró toda la noche. Las casas se incendiaron. Todo hombre y mujer capaz en el Paso Rojo tomó las armas, hachas contra espadas, pero también la horca de los granjeros, o las varas de los pastores. En un momento, el jarl fue liberado. Acompañado por una pequeña guarnición de hombres desafió al inquisidor sobre un pequeño montículo. Si en Frontera el jar Ingvarr había sido elegido por su sabiduría, en el Paso Rojo estaba claro que habían elegido a Macduff por su fuerza; era un enorme coloso de músculos abultados, barba dorada, como su larga cabellera, y tatuajes tribales recorriendo todo su cuerpo. Trabó armas con el inquisidor, quien no rechazó el duelo. Los dos gigantes chocaron y el mundo se oscureció a cada golpe.

Huían. Al fondo, Thïmlein, ardiendo. Inger, con una brecha en la cabeza, maniatada sobre la grupa de un caballo, veía en la distancia borrosas imágenes. Aún recordaba el grito de su hermano; había tratado de rescatarla pero había sido en vano. Gunnar se había perdido en el calor de la batalla. Llamándola, buscándola. Pero no logró encontrarla.
Sir Garic era un fardo más en un carruaje lleno de provisiones. Golpeado sin clemencia para hacerle callar, también se encontraba atado de pies y manos. Desconocía el paradero de Pietro y de Sir Higues, así como de su espada y de escudo. En todo momento se encontraba vigilado.
El inquisidor Mark Von Bismark iba al frente de la carrera. Dirigía menos hombres de los que debería. Los norteños, una vez expulsados los imperiales, luchaban ahora contra el fuego. Las bajas habían sido cuantiosas. Helst y Müller se habían perdido también en la batalla, su destino era incierto. Vivos o muertos. ¿Quién podía decirlo? Sir Garic e Inger se habían quedado solos, prisioneros, atrapados por el inquisidor. Había algo en ellos que le interesaba al hombre de la iglesia. Y eran lo único que le quedaba de Pietro. Quizás pudiera arrancarles sus secretos en la Santa Sede, en Shapire, el corazón del Imperio.
El aciago destino de la tortura por delante y tras ellos, el fuego voraz. Y en las entrañas de Thïmleim, una niña pequeña lloraba sobre el cadáver de su padre. El Jarl había caído, como tantos otros. Un mal presagio.
Vientos de guerra. El fuego traía vientos de guerra.

Notas de juego

https://www.youtube.com/watch?v=g7XDYg6oZPI

Podéis colocar vuestro turno aquí, pero será el último de la escena.
Perdonad que haya terminado de forma tan abrupta, y que no os haya permitido participar en la batalla, pero el guion así lo exigía. Tenía que cuadrar los turnos. Habéis terminado el prólogo de la partida, en el siguiente turno, nueva escena, total libertad y más sorpresas!

Puede que tarde un poco en abrir la nueva escena, así que perdonad!

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30/06/2016, 22:01
Inger Virtanen

Con cada bote que daba en el caballo sentía mil agujas en mi cuerpo. Las sienes me palpitaban, sentía la cabeza a punto de estallar y notaba cierta incómoda hinchazón en la cara donde me habían golpeado con el metal de sus guanteletes. Me resultaba muy difícil respirar pues estaba convencida de que, con las patadas que me habían dado, debía tener alguna costilla rota.

Me dolía todo el cuerpo, acrecentada la tortura con el movimiento del caballo, pero lo que más dolor me causaba era ser consciente de las vidas que se habían perdido irremediablemente en aquella sinrazón, el dolor por no saber qué había sido de mi familia, de mis amigos y compañeros. Tanta muerte, sufrimiento y destrucción para nada, y sólo podía buscar consuelo en saber que mi pueblo, mi gente, había muerto empuñando las armas defendiendo su tierra. Las puertas del salón de los caídos se abrirían de par en par para ellos.

Preguntas y dudas se agolpaban en mi maltrecha cabeza. El miedo a lo desconocido, a la incertidumbre de no saber qué iba a pasar en el futuro, a la soledad de verme alejada de todo lo conocido se instaló en todo mi ser. No entendía los motivos que habían llevado al Inquisidor a salvarnos la vida a Sir Garic y a mí y, por más que me lo preguntara, no encontraba una respuesta a ese enigma. Lo que pasaba por la mente de Bismark era todo un misterio para mí.

Cerré los ojos para intentar alejar el dolor, pero ese simple movimiento sólo conseguía traer a mi mente retazos de lo ocurrido. Harek con el ojo atravesado pero aún vivo, algo que no me perdonaría jamás haber fallado de aquella forma, Gunnar enfrentándose al Inquisidor, Sir Hugues protegiendo a Pietro, Sir Garic haciendo todo lo que podía. Caos, sangre, metal contra metal, una niña mirando la escena con ojos vacíos.

El grito de esperanza con la vuelta de los Toivonen. El orgullo recuperado. Fuego, gritos, rabia, muerte... Todo había sido en vano.

A mis espaldas las llamas teñían la noche de rojo sangre. El recuerdo de un pasado que sabía no iba a recuperar jamás.

Al frente el odio, la incertidumbre, el fanatismo y la locura. La tortura de cuerpo y alma, y un deseo... la muerte.

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02/07/2016, 20:23
Sir Garic Dunnor

Garic se despertó con el traqueteo del carruaje. Tenía las muñecas y los tobillos atados, y le dolía todo el cuerpo. Se tocó el labio, lo tenía hinchado. El dolor de cabeza era intenso, y al palparse el cabello notó una costra de sangre seca.

Todo había pasado tan rápido. 

Cuando se desató la escaramuza en la tienda reaccionó casi por instinto, siempre teniendo en la cabeza a la niña pero también respetando las posiciones, que lo colocaban como soporte de Pietro Sacramonte y Sir Hughes. El músculo del brazo derecho aún sentía el impresionante golpe del Inquisidor que había podido parar a duras penas. Recordó que la pequeña había sobrevivido, al menos hasta donde él pudo verla, y eso sólo había sido un pequeño triunfo. 

Sus propios compañeros de viaje habían sido los encargados de sacarlos de la tienda. "El Código no sirve", le había dicho Scoope. Sir Garic le sonrió en silencio, pero poco después Von Bismark ordenó quemarlo todo.

- ¿Seguís pensando lo mismo, Sir? -preguntó a Scoope. ¿Es preferible vivir ante los caprichos del Inquisidor? ¿Para qué sirvió no derramar sangre antes cuando la derramareis ahora? El Código no se equivoca, amigo, somos los hombres quienes lo hacemos.

Un pesado guantazo lo calló. Se habían escuchado los gritos, volvían los Toivonen. 

La batalla había sido un caos, sin duda. Ahí fue cuando el joven caballero ya no pudo seguir el destino de Sacramonte, de Sir Hughes, de Gunnar, de Inger. Fue arrastrado para uno y otro lado, a la fuerza, aunque no se resistió. No valía la pena poner las cosas más difíciles en aquella situación. 

Fue una noche larga. Ataques de uno y otro lado, esperas que se hacían eternas, momentos en los que la muerte podía llegar en cualquier segundo. Pero no fue así, y el Jarl perdió la vida frente al mandoble del Inquisidor.

En el único momento en que había perdido la calma fue cuando vio que las fuerzas imperiales se retiraban, llevándoselo con él. Y no es que se resistiera a partir, porque ya lo había adelantado Von Bismark, pero había gritado pidiendo, exigiendo, rogando, que alguien le dijera dónde estaba su caballo. Nero era una parte importante de su vida, de su pasado, de su legado, al igual que su espada. No obtuvo ninguna respuesta, fue callado a los golpes hasta que perdió el conocimiento.

Ahora rememoraba esos momentos y lo angustiaba saber que había sido de su corcel y de su espada. ¿Habrían sido botín de guerra de los norteños? ¿De los imperiales? En aquel momento era imposible saberlo. Aunque Garic sabía que eso eran sólo detalles comparados a las vidas que se habían perdido, y cual había sido el destino de sus compañeros, de quienes habían estado en aquella tienda. 

"Los quiero vivos", había dicho el líder de la Inquisición. Si el muchacho dudaba en un primer momento sobre lo que sucedería si era acusado de algo, parecía que pronto iba a averiguarlo.