Podía notar la energía, la fuerza, el poder y la potencia. Sus manos doblaron los barrotes como si fueran papel mojado, los arrancó de la piedra abriendo un camino libre hacia la prisión. Contaba mentalmente. Los guardias volverían a pasar por allí en veinte segundos. Volvió a doblar los barrotes, la oscuridad era su mejor garantía. Corrió, en silencio, por el enlosado. Una puerta, cerrada. Pasos en la distancia. Aparte de la ruta circular que debían seguir los guardias solo había una salida, escaleras arriba.
Caminó en sombras, tropezó con un cubo pero por suerte no alertó a los guardias. Subió las escaleras justo cuando la llama de una antorcha se acercaba por detrás. Una estancia amplia le salió al paso. Mesas, sillas, una barra, arcones, la sala de descanso de los celadores. Por fortuna estaba vacía. La mente pensante que había articulado todo aquello había requerido de la presencia de hasta el último de sus hombres.
Los ojos se habían acostumbrado a las sombras. Había sido una suerte encontrar un acceso. Ahora solo tenía que encontrar las celdas. Una suerte, un único acceso. No encajaba, como él pensaba. Su adversario era un hombre concienzudo, metódico, y había cometido un descuido. Había dejado sin protección la única entrada de la prisión. Quizás no la conocía. O quizás…era por allí por donde deseaba que se colasen los intrusos.
—Herr intrruso, no se mueva porr favorr —dijo una voz grotesca desde la oscuridad, arrastraba las erres en un acento peculiar que nunca había escuchado —. Le estoy apuntando con un ingenio de mi invención. Y no soy el único.
Se encendieron varias antorchas, los hombres de la marina se mostraron al final. Estaba rodeado. Detrás de las mesas, de los arcones, había hombres apostados enarbolando pistolas y carabinas, también había espadachines, todos con el traje clásico de la marina. Lobos de mar, veteranos, algunos ya con canas. Cicatrices y determinación en sus rostros tostados. El hombre que le había hablado seguía en las sombras. Podía ver su silueta, bajito y ancho, con un pesado cilindro entre las manos que lo apuntaba a él.
—Lucharr no es una opción, se lo asegurro.
*
Le encadenaron, grilletes en las muñecas y en los pies. Había dos hombres detrás de él que le guiaba, detrás otros dos; notaba el frío cañón del arma de uno apuntándole a la cabeza y la punta del sable del otro mordiendo su espalda. Detrás de ellos iba la figura bajita que le había detenido.
Los pasillos eran estrechos y maliluminados. Subieron un par de pisos, pasaron varios controles de seguridad. Contó una veintena de hombres…que se hubieran dejado ver. Armas de calidad, armas de fuego. Todos rostros curtidos, bien preparados, despiertos, organizados. Una buena tripulación.
—¿Informamos al almirante, señor? —Preguntó uno de los marineros.
—Tiene cosas más imporrtantes en las que pensar, freund. Le meteremos en la jaula con los demás.
—No parece un pirata. Al menos no uno de los de ella —continuó el marino.
—No, no lo parrece, pero mirra, podrría serr uno de los hombrres perrdidos de Le-Zeen. Ya tenemos otrras cosas en las que pensarr. Ha entrrado aquí solo porr un motivo y le llevarremos ante él.
Caminaron. Si Hiroki intentase hablar, le golpearían, fuerte y en la cabeza, con la empuñadura de un arma. No querían escucharle. No había defensa posible para él. Poco importaba que sus motivos fuesen de justicia. Se había colado en una prisión en un momento delicado para Puerto Mayor. Temían una fuga, seguramente por parte de la capitana Sepphora. Su captura había sido todo un hito, algo que haría que el pueblo del rey descansase mejor por las noches. Era un trofeo demasiado preciado para dejarlo escapar. Hiroki era un añadido, un extraño que se había colado en un juego más grande que él. No conocía las normas y no iban a explicárselas, pero aún debía moverse por el tablero.
*Podrías pelear, y podríamos tirar dados, pero te matarían casi al 99,99%, y creo que tus planes necesitan al menos un 2% de probabilidades de éxito…XD. :-I
La sala de celdas estaba a oscuras. La puerta se abrió dando paso a seis hombres, cuatro marineros, un oficial y un nuevo preso, a juzgar por las cadenas con las que aún cargaba.
Apenas podía ver por donde caminaban. La antorcha de uno de los marineros ofrecía una luz tenue que apenas reflejaba la identidad de los prisioneros. Todos estaban separados; una chica joven y descalza que fingía no estar gimoteando, un hombre negro colgado por las muñecas, en la pared del fondo, un mestizo corpulento encadenado como si fuese un toro, una mujer tuerta y exuberante que yacía inconsciente en el suelo de su celda, un anciano arrugado y sucio que también estaba sin sentido, y una mujer que balbuceaba en sueños, arrojada sobre el piso de su celda. Piratas. Todos ellos destrozados, hundidos, rabiosos.
Había un hombre más, oriental, en una de las celdas. Bigotes alargados, cara de zorro.
El recién llegado también era oriental, fornido y lustrado, en apariencia parecía un vagabundo pero olía a salitre, como todo buen marinero.
—¿En qué celda, señor? —Preguntó el hombre de la antorcha.
—Métele con el amarrillo, igual son amigos —dijo el oficial, era un tipo extremadamente bajito, pero grueso como un tocón de árbol.
Arrojaron a Hiroki a la celda, cerrando detrás de él.
—El almirrante ya no tiene paciencia parra estos juegos —dijo el oficial mientras sus hombres se retiraban hacia la puerta, su acento golpeaba las palabras igual que haría un martillo —. Voy a apostarr cuatrro de mis mejorres tirradorres fuerra. Si alguien sale, le volarrá la cabeza. No más juegos —gruñó, molesto.
Les dejaron a solas, escucharon como el cerrojo de la puerta que daba a la sala de celdas se corría con contundencia. Escucharon al oficial de acento extraño dar órdenes ahí fuera. Como el almirante, no se andaba con miramientos. Efectividad, nada de segundas oportunidades.
El oriental que se encontraba en la misma celda que el recién llegado le tendió una mano.
—Soy Sasken, amigo. Y creo que estás aquí por lo mismo que yo, un error. Un maldito error. En esta ciudad te basta con ser oriental para que te llamen pirata. Ah, pero aún en estos tiempos uno puede encontrar amigos en cualquier lado, ¿cierto?
Su tono de voz era susurrante, rasposo como una lima roñosa que retira impurezas de una superficie.
—Si haces caso a esa serpiente tu suerte empeorará —dijo el negro colgado de la pared, a pesar de su estado su voz sonó enérgica —. Sus palabras son veneno.
—No les hagas caso —dijo el tal Sasken —. Ellos son los piratas, los asesinos. Yo soy solo una víctima.
Sepphora está medio en sueños, medio drograda, pero podrá hablar y escuchar, si así lo desea.
Mientras caminaba con los grilletes en las muñecas y manteniendo la boca cerrada. Le habían cazado, incluso había sonreído cuando se había visto rodeado. Una derrota clara. Estaba seguro de ir a encontrar menos seguridad dentro de la propia prisión que fuera, pero desde luego fue una equivocación pensar de ese modo. Le habían emboscado sin dejarle ninguna oportunidad para escapar, o para luchar siquiera. Imaginaba que había algo para aprender en todo aquello. La idea de intentar sobornar a alguno de los guardias no le parecía tan mal en aquel momento, pero ya era un poco tarde. A pesar de todo, era justo. Él había utilizado sus recursos para entrar, ellos habían utilizado sus recursos para detenerle. Dadas las circunstancias no podía enfadarse por haber sido atrapado. Tampoco tenía mucho sentido intentar luchar. Demasiados enemigos para hacerles frente. Incluso si decidiese intentarlo, incluso si de algún modo que su mente no atisbaba a ver consiguiese derrotarles a todos, armas de fuego incluidas, era completamente imposible no alertar a todo el resto de la fortaleza. Simplemente debía aceptar la derrota y dejarse llevar.
Tras recorrer algunos pasillos acabó encerrado con los piratas. Tal vez podía resultar un poco molesto el hecho de compartir celda con el oro oriental simplemente porque ambos eran orientales, pero en el fondo tampoco le importaba demasiado. Daba igual un “compañero de habitación” u otro. Primero observó al resto de prisioneros. No entendía demasiado bien que podía pintar aquella chica joven allí. Los demás parecían llevar mejor el cautiverio, pero la muchacha estaba apunto de llorar aunque intentase ocultarlo. El anciano tampoco parecía ser una gran amenaza. Incluso si hubiese practica la piratería en el pasado, en aquel momento no daba la impresión de ser apto para navegar en un buque de guerra. Ni siquiera para faenar en un barco pesquero. El resto al menos tenían la apariencia que cabía esperar de un pirata, al menos según sus experiencias previas con piratas. Claro que parecían haber recibido una buena tunda. Una de las mujeres yacía inconsciente en el suelo, la otra parecía estar drogada, y los dos hombres encadenados. O les tenían mucho miedo, o había sido necesario tomar medidas extremas para reducirles. Probablemente un poco de ambas cosas.
Finalmente estaba el otro oriental, el que afirmaba estar en prisión solo por el color de su piel. Lo cierto era que, independientemente de las advertencias del hombre esposado a la pared, la historia le parecía bastante creíble.
-Hiroki, mi nombre es Hiroki – inclinó la cabeza al presentarse, tal como era lo habitual en las islas. – Y… no estoy aquí por error. En realidad quería entrar, pero no de esta forma.
En aquel momento no tenía motivos para fiarse más de unos que de otros, así que no iba a considerar que Sasken era una persona poco fiable, pero tampoco iba a fiarse de él. Todos eran desconocidos.
-¿Sois de la tripulación del Rebelión?, porque si es así, esperaba encontraros aquí dentro. Claro que vosotros – dijo mirando primero a la chica joven y luego al anciano – no parecéis piratas. El caso es que tenía algo que preguntarle a la tripulación de Sepphora, y por eso estoy aquí. Nada serio, no os preocupéis, no me interesa saber dónde escondéis vuestro botín ni nada parecido. Simplemente busco a alguien. Hace poco tiempo hundisteis un barco llamado “Ramillete”. En esa nave viajaban otras dos personas de las islas, orientales como yo. Un hombre joven, un luchador, y una chica. ¿Los tomasteis como prisioneros?, ¿sabéis su paradero actual?
No se había andado con muchos rodeos porque, a decir verdad, no era especialmente hábil cuando se trataba de hablar con otras personas. Estaba un poco más acostumbrado a viajar en soledad. Quizás había sido brusco, quizás irrespetuoso… no lo sabía, y estaba preparado para disculparse si así era, pues los piratas no le merecían menos respeto que cualquier otra persona. Pero lo cierto era que quería esas respuestas rápidamente. No sabía lo que estaba ocurriendo en la ciudad, en toda la zona, pero no pintaba bien y quería saber a qué atenerse.
Una vez en la celda, mientras habla, Hiroki se movió a una esquina y, amparándose en la oscuridad, tiró de ambas manos para romper los grilletes. No le gustaba ver su capacidad de movimiento restringido. Después permanecería con las manos juntas. El Ki no le iba a durar mucho tiempo y no quería que alguien le preguntase si era capaz de arrancar la puerta. En aquel momento no quería contribuir a una fuga. Cuanto sabía del resto de presos es que estaban acusados de piratería.
—Llevo siendo pirata toda mi vida, mucho antes de que tú fueras una pecaminosa idea en la mente de tu padre —contestó el más viejo de todos ellos a Hiroki, tras su observación —. He vivido libre y moriré libre, como un pirata. Ya es más de lo que pueden decir muchos.
Las indagaciones de Hiroki no llegaron muy lejos. Fue el hombre negro quien le cortó.
—Prudmore debe de creer que somos idiotas. Si quiere obtener esas respuestas que vengan él a buscarlas. ¿Por qué se interesa ahora por esos temas? —escupió a un lado, energía —. Al diablo contigo y al diablo con él.
—Si, al diablo todo —gruñó el mestizo, hosco, era un hombre realmente corpulento.
El paso del tiempo, nebuloso, y el chasquido de unas cadenas. Ni un llanto, ni una queja, alguna palabrota. Un siseo en la oscuridad.
—¿Qué murmuras Sasken? ¿Intentas hipnotizar a tu nuevo amigo? —Increpó el negro —. Un consejo ¿Hiroki? No creas nada de lo que te dice esa serpiente.
Hiroki quebró las cadenas con relativa facilidad, ganando así libertad de movimiento. Sasken lo miraba y aunque Hiroki había sido cuidadoso y había realizado su proeza en las sombras, y de espaldas a su compañero, no estaba del todo seguro de si este le había visto hacerlo. No se pronunció al respecto, pero había algo turbio en aquella mirada rasgada.
Se acercó a él, aunque no mucho, sabedor de que se encontraba en un espacio reducido con un hombre que bien podía ser un asesino. Le susurró palabras, en voz baja y en su lengua natal. Sasken pertenecía a las islas, seguramente Poga o Sunma*.
—Mienten, ocultan su perfidia. Tuvieron a la chica, pero sé dónde la han llevado. Los imperiales. Vi como marcaban un mapa con su destino. Si viera un mapa sabría señalar la posición —y luego hizo un pequeño sello con ambas manos, pronunciando un pequeño mantra conocido por aquellos que creían en la leyenda de la Emperatriz de Jade —. Me agrada ver un rostro amigo. He pasado demasiado tiempo entre villanos. Agradezco que nuestros destinos se hayan cruzado.
*Si tú eres japonés, él sería algo estilo chino.
Os salvaré de Él. de lo que sea Él. Claro. ¿Por qué no? Soy Sepphora, pirata y bruja. ¿O es al revés? Primero soy bruja y luego pirata. ¿Es eso? Puedo navegar por un mar endiablado y puedo surcar el mar del Olvido y las Sombras. Solo necesito quitarme estos grilletes de mierda, romper el cerrojo de la celda y convencer al maldito Prudmore de que se alíe conmigo para derrotar al que levanta a los muertos. ¿O tengo que degollar al almirante y despellejar a todos sus hombres? No se. Necesito un barco. El Rebelión. En el puerto.
No. Ahora recuerdo. Mi hermoso y magnífico navío fue hundido. Yace en el fondo del mar. Como las llaves de la canción infantil. También necesito a mi fiel y terrible tripulación. Tampoco. La mayoría muertos.
Deliraba en voz baja, cavilaba y hablaba con ella misma. Tiró una vez más, con escasas fuerzas, de las cadenas. Por hacer algo. Se sorbió los mocos. Se lamió las heridas, rozaduras y cortes.
Transcurrió el tiempo. Dormitaba. Despertaba de súbito y caía de nuevo en un sopor febril y sudoroso. Apoyó la espalda en el húmedo muro, decidida a conservar las fuerzas. Intentó serenarse para conciliar un sueño auténtico, alejando fantasmas y no oponiendo más resistencia a las drogas. Necesitaría de todas sus energías al día siguiente. La volverían a sedar, a drogar. Una y otra vez. Le quedaba la astucia y habilidad de Salomé, sin embargo no confiaba en ella. Todo esto había sobrepasado y excedido a los nervios de la muchacha. Cometería un error y la condenarían como a todos los demás.
No prestó atención al nuevo hasta que mencionó al Ramillete. Prudmore no había hecho comentario alguno sobre este asunto. ¿Era una nueva estratagema? No le parecía inteligente ponerlo en la celda con la rata de Sasken. ¿Un montaje? No lo creía. Pero su mente agotada y castigada no estaba para demasiados enigmas. Tomó aire en varias inhalaciones profundas.
-Hiroki. Ese tipo puede hipnotizarte, hacer que te bajes los pantalones y follarte como si fueses una ramera.
Soltó una risa cuajada de vapores de la droga. Luego usó un tono de voz dulce, lo más dulce que pudo en estas circunstancias, procurando que no se le trabase la lengua.
-Mucho quieres saber. Y mucho das por sentado. Pártele el cuello a esa sabandija que te ha llamado amigo, y te contaré una bonita historia. Tú sabrás cuanto te interesan esas dos personas.
Y volvió a reírse de forma burlona.
Al parecer se había equivocado, el anciano no solo era un pirata sino que estaba realmente orgulloso de serlo. En lo que resultaba difícil equivocarse era en el desprecio que todos los demás presos mostraban por su compañero de celda. Al principio había pensado que tal vez se debiese al hecho de provenir de las islas, como él mismo. Sin embargo uno tras otro todos decían lo mismo, que no se fiase de las palabras de Sasken. Por desgracia también parecían coincidir en no darle las respuestas que buscaba.
-¿Quién es Prudmore? – preguntó con curiosidad. - ¿Es ese al que llaman “El Fantasma”?-
Desgraciadamente podía entender que no se fuesen a fiar mucho de él. Introducir a un falso prisionero para sonsacarles información parecía una gran idea a simple vista.
-Lamento desilusionaros, pero ni conozco a ese tal Prudmore, ni me interesa ninguna otra información. Solo necesito saber si la chica y su acompañante están vivos.
Aunque no era mucho pedir, tampoco tenía nada que ofrecer a cambio. Evidentemente tampoco tenía un medio para demostrarles que no trabajaba con quienes ellos creían.
Entonces escuchó la voz de la mujer que parecía drogada. Compartía la opinión del resto sobre Sasken, solo que añadió que podía hipnotizarle con la voz. Hiroki asumió que era una simple forma de decir que se trataba de un hombre muy persuasivo, y además era también una advertencia. Dedicó una mirada cargada de curiosidad a su compañero de celda.
-Es evidente que no les caes demasiado bien.
La mujer fue un poco más lejos. Ofrecía darle la información que quería saber. Por fin, tras tantos bandazos, alguien podía darle alguna respuesta clara. Solo que tras la dulce voz se escondía una petición bastante desagradable. Por primera vez el tono de Hiroki sonó bastante serio.
-No soy un asesino. No mato a sangre fría.
Durate un instante se miró las manos. Sería fácil cumplir con aquella petición. Realmente fácil. Tenía a su alcance el cambiar una vida por muchas otras, más de las que podía llegar a contar. Sin embargo no podía hacer aquello.
-Quizás, ante semejante oferta, no te importará contarme otra cosa, algo que no le sería de ningún valor estratégico a ninguno de vuestros enemigos. ¿Por qué quieres que lo mate? Es otro prisionero, en otra celda, que poco puede haceros ya. Por tanto el deseo de venganza y la ira que mostráis parecen demasiado fuertes. ¿A qué se deben?
No podía fiarse sin más de unos piratas, pero lo cierto era que Sasken también estaba prisionero, por tanto todos los allí presentes tenían la misma credibilidad. No estaba de más preguntar.
Sasken había hecho un símbolo que, en aquellas circunstancias, era más que un símbolo. Daba la impresión de saber quién era la chica. Eso si la información con la que Hiroki había llegado hasta la prisión era buena. Desgraciadamente había un detalle que no le gustaba en la historia. Sasken afirmaba que los imperiales se la habían llevado. Por otro lado, el pirata se había tomado sus preguntas como si Hiroki estuviese intentando sonsacarle el paradero de la muchacha. Por tanto, según sabían los piratas, los imperiales no podían tenerla. Era una contradicción con la historia de su compañero de celda. A fin de cuentas era razonable, el resto de prisioneros no hacían ningún esfuerzo por ocultar el odio visceral que sentían ante el otro oriental. Lo malo era que aquella revelación suponía una segunda contradicción. Si Sasken hubiese sido apresado por error, tal como afirmaba, ¿entonces cómo iba a saber que los piratas habían tenido a la chica?
-¿Y para qué la quieren los soldados del imperio? – Aquello en parte era algo que ya temía. - ¿Pudiste ver cuando se la llevaban?, ¿pudiste ver si estaba bien?, ¿y su acompañante?
—¿No sabes quién es Prudmore? —Dijo el tipo grandote de la celda, su voz sonaba ronca como un chaparrón de agua helada y poderosa como la respiración de un toro de lidia — Yo te diré quién es Prudmore. Tu madre es Prudmore.
Alguna risa, aunque breves. Se reían de él, se burlaban. Hiroki pareció sopesar la propuesta de la mujer drogada. Durante esos momentos Sasken se mantuvo tenso, acorralado en una esquina de la celda. Solo cuando Hiroki confesó no ser un asesino el otro oriental soltó lentamente el aire que había estado conteniendo en sus pulmones.
—Claro que me odian, Hiroki —dijo Sasken —.Yo les metí entre rejas. Irónico ¿Cierto? Compartir la misma suerte que ellos siendo todo un héroe para el Imperio. ¡Ja!
—Ella está bien, pero no vi a nadie más acompañándola —susurró Sasken, apenas podía oírsele sabedor de que los demás podían estar escuchándole —. No podemos hablar aquí, podrían oírnos estos malditos. Y Ella ya tiene demasiados enemigos.
-Matar a una rata no es un asesinato. - dijo, de nuevo, burlona.
Desde luego, no esperaba que ese oriental se encargase de la alimaña. Sin embargo Sepphora continuó jugando. Era lo poco que le quedaba. Soltó una carcajada al comentario de Goliath.
-No insultes a la madre de este buen ciudadano.
-Te puedo decir que traicionó a su capitán y a sus camaradas. Que se vendió a los hombres del rey, y que hace un rato intentó violar a esa joven. Tal vez eso caliente tu sangre. Créeme o vete a la mierda. No hay premio para Hiroki en esta feria.
Risa otra vez. Y un grito furioso que estremeció los muros pringosos de humedad.
-Te equivocas, Sasken. No te odiamos. Ni nos encerrastes. Me encuentro justo donde quería estar. No tienes idea de lo que sucede en mi cabeza. Eres rematadamente idiota.
Y su risa desproporcionada y cínica tomó el control de la capitana pirata.
Hiroki miró de nuevo a Sasken. Ambas versiones encajaban en cierto modo. Él decía haber ayudado a encarcelar a los piratas, y Sepphora decía que había traicionado a su capitán y se había vendido a los hombres del rey.
-¿Así es como los encerraste? Supongo que es buena jugada. No es lo que yo llamaría heroísmo, pero imagino que la traición puede llamarse así dependiendo de la perspectiva. Así que... ¿fue así? - De pronto su semblante se volvió más serio. – Lo malo, es que no hay ninguna perspectiva bajo la que violar a una mujer pueda llamarse heroísmo también.
No es que pudiese creerse completamente la versión de los piratas, pero tampoco podía fiarse de la de Sasken. Hiroki no estaba hecho para moverse entre criminales.
-Está bien, Sepphora, respóndeme con un sí o un no a estas dos preguntas. La primera, ¿Sabes algo del paradero de la chica que he mencionado? La segunda, ¿Si os ayudo a salir me indicarás cómo encontrarla?
Nadie en sus cabales entraba en una celda y mataba a otro preso por tan solo la petición de. justamente, otro prisionero. Ni siquiera ante la perspectiva de obtener la información que necesitaba. Que podría ser mentira. En tal caso, luego no dudaría en cargarse al falso informador. Así son las cosas.
Sepphora tuvo que reírse de nuevo. No podía evitarlo, los efectos de las sustancias que le habían metido en el cuerpo junto con su propio cansancio, hacían que no razonase adecuadamente y tuviese la risa tonta.
-Ya te he dicho lo que quiero. Me irrita repetir las cosas. Me gusta escucharme a mí misma, oh, es cierto, pero no las mismas frases.
Canturreó bajito una de sus raras canciones.
- Vamos, noble Hiroki, ¿te decides o qué? Cuanto más dudes y hablemos, más difícil lo tendrás, y más fácil se lo pondrás a la víbora que tienes al lado. En cualquier momento te morderá. Y adiós al príncipe Hiroki, que llegó para rescatar a la bella y encantadora Sepphora pero el maldito ogro se lo comió. Te encantará lo que puedo contarte, ¡jajajajaja! Además, te estamos salvando la vida con nuestras advertencias. ¿No quieres matarlo? Lo entiendo. Es cosa de gente desalmada, sin escrúpulos, canallas y criminales. Como yo. Porque soy muy mala, ¿sabes? O eso dicen. Tan solo porque defiendo la libertad. Pero, en tu último pálpito, recuerda mi consejo. Pronto partiré para un largo viaje, tendré tiempo de encargarme de ti, Sasken. Será divertido. Estás muerto, Sasken. Muerto, muerto, muerto, y eso no es lo peor que te sucederá.
A la rata el cuello cortaré,
y su alma encerraré,
con sutiles castigos la torturaré,
y su cabeza en mi cinturón balancearé
JAJAJAJAJAJAJAJA
—Yo sé a quién sirvo —musitó Sasken ante la acusación de Sepphora —. Es fácil mentir, Hiroki. Ella es Sepphora, el azote del mar, un diablo con forma de mujer. Pregúntale a ella y habré intentando violar hasta al negro del fondo.
—Seguro que eso te gustaría más, bastardo —gruñó el tipo fornido —. Intentó violarla.
—Goliath, besa el suelo que pisa su capitana. Como todos. Dirían lo que fuese por agradarla.
—Se llama lealtad, Sasken —dijo el negro, desde el fondo —. Entiendo que te resulte tan extraña.
Hiroki y Sepphora intercambiaron opiniones. El oriental quería palabras concretas, una verdad flotando en aquella marejada de rufianes. Sepphora cantó, y su canción tenía un poco de todo, incluidas promesas de muerte para Sasken. Aquello revolvió el estómago el oriental, quien no contestó más. Hiroki, por su parte, no obtuvo lo que buscaba.
De súbito, la puerta se abrió. Entraron los guardias, armados hasta los dientes, en silencioso orden. Cada uno de ellos tenía un cañón apuntándole al rostro. Entró un oficial, llevaba un negro maletín. Abrieron la celda de Sepphora.
—Sus ojos estallaron —dijo el doctor —. No sé cómo, pero esto impedirá que vuelva a suceder.
Más drogas. Una fina jeringa de metal y cristal, una sustancia incolora en ella. Sujetaron a la pirata, la drogaron. La tenían miedo. O quizás solo eran precavidos. El doctor se mostraba muy serio, muy solemne, igual que si estuviera sedando a una bestia carnicería. Los cánticos de la capitana enmudecieron. Entonces empezaron a sacarles a todos de las celdas, uno a uno.
Primero a la capitana. Luego a los que se mantenían inconscientes; el hombre destartalado y sucio y la mujer tuerta. Luego el negro, quién logró propinar un puntapié en la boca de uno antes de ser reducido. Poco les importaba a aquellos hombres encontrarse apuntados por armas de fuego. Pelearían igual, preferían morir allí que en la soga. Con el tipo fornido fue igual de complicado; tuvieron que golpearle antes de soltarle las cadenas que lo unían a la pared.
—No me siento cómodo con esto —dijo uno de los marineros.
—Yo tampoco, pero es preferible a que nos maten.
El médico se había quedado. Ya solo quedaban la chica joven, el anciano de la pierna de madera y los dos orientales.
—¿A dónde se los llevan? —Quiso saber la muchacha.
—Los trasladan ya, el almirante no quiere correr riesgos.
—Quiero ir con ellos —dijo valientemente.
—No, tú serás liberada, como te prometieron.
La muchacha miró a su celda contigua, el anciano esperaba sin decir nada. Su porte, para su corta estatura, era regio y firme como la estaca de un vallado.
—¿Y él?
El marinero que hablaba con la muchacha torció el gesto, no respondió.
Cinco hombres se apostaron en la celda de los orientales.
—Solo al desconocido, al otro le colgaran mañana junto al resto.
Abrieron la celda. El primero de ellos dio la alarma.
—¡Está suelto! —Gritó.
Hubo un ligero momento en el que se pudo apreciar cómo se tensaban todos los músculos del oriental, como todo su ser dejaba de ser un cuerpo para transformarse en un arma. Dos hombres volaron, uno fuera de la celda, otro contra los barrotes. El que le había descubierto se encontraba adentro, sorprendido por unas manos más rápidas que su gatillo. Por desgracia Hiroki se encontró con la negra boca de un arma presionada sobre su sien.
—Basta. Doctor, sede a este también. Si ha sido capaz de romper sus cadenas podría volver a hacerlo.
Le inyectaron algo, lo mismo que a Sepphora. Sintió la debilidad, le perdida de sus sentidos, de forma paulatina mientras una sensación de abandono lo embargaba.
—¡Resiste compañero! —Le gritó Sasken de forma desesperada, se encontraba en la esquina de la celda, sus ojos eran dos teas ardiendo, mirando fijamente a uno de los marineros.
El marinero que había cometido el error de mirarle se encontraba paralizado. Una mano sobre su arma, la otra sobre las llaves. Luchaba por usar una u otra. El mismo hombre que había detenido a Hiroki, ahora de rodillas debido a la droga, apuntó a Sasken y disparó. La bala entró limpiamente por el hombro y salió por la espalda. El hombrecillo giró sobre sí mismo y cayó sobre el suelo, gimoteando, maldiciendo.
El oficial le hizo una seña al médico.
—Ocúpate de él, que aguante hasta mañana.
Luego todo fueron sombras y el llanto velado de una muchacha.
Perdonad que os corte un poco el rollo. Sepphora habría encontrado una forma de escapar, no me cabe duda, y Hiroki seguramente se hubiera liado a leches de una forma más efectiva, pero por efectos de guion tengo que cortar aquí la escena. Sé que esto atenta contra las libertades pejotiles, pero de momento tiene que ser así (soy un master tirano, podéis odiarme).
Podéis responder aquí, si queréis. Seguiremos en otra escena.
Te odiamos. Desde hace tiempo. Y eso no te preocupa, así que no creo que te incomode demasiado ahora. Tú sigue con tu tiranía, disfrútala mientras te dejemos. :P
Hiroki no esperaba una intervención tan temprana de los guardias. Era un momento un tanto extraño para que se apresurasen. No sabía exactamente cuánto tiempo llevaba allí, pero esperaba tener un rato más para buscar un modo de salir de la celda. Lamentablemente las cosas no iban a ocurrir como él quería. De pronto estaban trasladando a los demás prisioneros, los piratas, y él. Claro que aquello no era lo peor. Lo más desagradable era que les inyectasen aquella sustancia.
Iba a preguntar dónde los iban a trasladar, pero entonces alguien reparó en que sus grilletes estaban rotos.
-Es que no eran demasiado resistentes
Respondió encogiéndose de hombros, y sonriendo, justo antes de que llegase el primer guardia. Entonces, al verse en una situación como esa, reaccionó como su instinto, y a decir verdad su misma esencia, le dictó. Golpeó al primer guardia, al segundo, y al tercero. Golpes rápidos y secos. Hiroki jamás combatía sin tomarse muy en serio a sus adversarios. Si podía dejarles fuera de combate con un solo golpe, mucho mejor. Por desgracia para ellos, en la segunda patada no midió demasiado bien su fuerza, y el pobre desdichado se estampó contra los barrotes mientras el primero voló fuera de la habitación.
Cualquiera que le mirase en ese momento podría apreciar que estaba disfrutando de la trifulca. No podía evitarlo. Tampoco duró mucho. Pronto le colocaron una de esas malditas armas de fuego en la sien. ¡Cómo odiaba las malditas pistolas!
-Venga, si esto empezaba a ser divertido…
Los soldados no bromeaban. Pronto decidieron drogarle a él también. Sasken entonces demostró que Seppora y los demás piratas tenían al menos parte de razón. Fue capaz de inmovilizar a un guardia con solo mirarle. Un intento fútil. De nuevo las dichosas armas de fuego entraron en acción. Por su parte, Hiroki sabía que no tenía sentido intentar resistirse. La droga iba a actuar ocurriese lo que ocurriese. Simplemente cerró los ojos, esperando que hiciese efecto.
-Si nos vemos de nuevo… recordad que no me voy a tomar a bien esta forma tan ruin de derrotarme.
Debía haber estado preocupado por lo que le esperase, pero ese no era su estilo. No era la clase de hombre que temiese al futuro. Tan solo necesitaba serenarse. Cuando pasase el efecto de la droga, tenía que estar lo más tranquilo y lúcido posible. Esa era la única respuesta. Cualquier otro sentimiento solo le entorpecería.
No le digas que le odiamos, porque se viene arriba xD. Tú síguele la corriente como a un loco o su ego será desmedido.
Ragman, asumo que la nueva escena aún no está abierta, ¿no?
-Apuntad bien, muchachos. ¿Os tiembla el pulso? ¿El medio hombre de Prudmore no os trasmite serenidad, tranquilidad, coraje? Qué asco. Deberías pasaros a mi tripulación. Yo os enseñaría a ser hombres.
Les mostró los dientes en una sonrisa coqueta y se relamió los labios.
No se resistió. No le quedaban apenas fuerzas, y sabía que no le serviría de nada. Nada positivo al menos. Positivo para escapar. Aunque sí escupió al doctor a la cara y le lanzó una dentellada.
-Te gusto, carnicero. No lo niegues, matasanos. A pesar de que apesto, estoy bañada en sudor y sangre, sigo siendo bella. Tengo cien años, ¿lo sabías? Mis brujerías me mantienen joven. Me baño en sangre y desayuno corazones de infames como tú. Eh, ten cuidado con esa aguja, si me haces daño te la clavaré en la punta de ya sabes donde. ¿Vendrás conmigo hasta la capital? Nos haremos amigos. Soy dulce, amable y sincera. Necesito un médico entre los míos. Un médico de verdad, como tú, serio, eficaz, diligente. ¿Qué dices?
Se recostó contra la pared. Notaba como el veneno de la droga corrompía sus venas.
-Canallas. Qué forma es esta de tratar a una dama. A una hermosa y bella mujer ultrajada, engañada, traicionada. Una ciudadana del Imperio. ¿No quedan caballeros en las filas del almirante? Claro que no. Él no lo es. Es un marica que le lame el culo al débil de mente de vuestro rey. Me gustaría verlos a los dos cuando retozan en la cama. O no. Repugnante. Les cortaré la cabeza a ambos. O dejaré que los muertos los devoren. Están llegando.
Se le cerraban los ojos. Una empalagosa sensación de dejadez. Flotaba en su amado mar, acariciada por las olas, suaves, acogedoras, inmortales.