El viejo estratega niega con la cabeza, desalentado...
- Ese plan es inviable, si cualquiera acabase con uno de los matones de Borgon en su propio territorio eso equivaldría a una sentencia de muerte -argumenta- Y dudo mucho que un engaño tan burdo como simular una pelea de taberna fuera a evitar que se les interrogase antes, para delatar a cualquier otro posible implicado.
La cuestión se complica por momentos, haciendo que se replantee si desea seguir implicándose en esta peligrosa aventura.
- No, deberíamos presentarnos en el lugar de encuentro sin su compañía y esperar -razona de nuevo- A vos ya os conocen, a mí también. No tardarán en comunicar a sus superiores nuestra llegada... y ya se darán a conocer si tanto interés tienen en reclutarme para su causa -pues han invertido mucho esfuerzo en atraerle- Entonces lo más sencillo será mentir, explicando que Davlos nos habló de ese lugar justo antes de expirar... por ejemplo por efecto de un veneno o maldición que le debió lanzar nuestro terrible enemigo. A fin de cuentas Sinonte es un misterio para todos nosotros y sus poderes sobrepasan lo mundano.
Puede que Melkiades tuviera razón, pero eso no hacía más fácil admitir aquel punto de vista, en especial después del esfuerzo de traer de vuelta a Davlos.
Miré el cadáver animado, a Melkiades y luego hacia sus tres custodios; había llegado el momento de tomar una decisión en todo aquello
Tal vez... tengas razón- dije negándome a admitir aquella evidencia - Pero Borgon no tolerará a los norteños, ni al chico. Si vienen morirán, o desaparecerán sin dejar rastro. Puede que ambas cosas. Sea como sea solo te esperan a tí, junto a Davlos o junto a mí... si no es así no lograremos que el contacto se muestre, en especial sin él a nuestro lado- dije haciendo clara alusión al retornado
Medité unos momentos. O simulé hacerlo mientras buscaba las mejores palabras para decirle a Melkiades cual era mi decisión sobre todo aquello. Finalmente desistí; no era un diplomático, ni un medidador. Las cosas, para mí, o eran blancas o negras, no había matices intermedios.
Está bien. Iré solo, sin él. Siempre y cuando tu hagas otro tanto- sentencié, mirando con fijeza al estratega - Iremos los dos solos, comerciante y siervo, y nos presentaremos allí sin nadie más. Sin que nos sigan, nos custodien o nos acompañen de modo alguno... ya va siendo hora de que confiemos el uno en el otro sin intermediarios- añadí, serio.
Aquello me hacía tan poca gracia como seguro le haría a él
No temas por mis artes; no las usaré a menos que sea indispensable para nuestra seguridad. Ahora nos necesitamos mutuamente... tu para poder espiar a Borgon y tomarle ventaja. Yo para obtener acceso a sus libros... y para vengarme de él por tratarme como a un maldito y vulgar don nadie- acabé con un deje de inquina, ácido y corrosivo, que se notaba no solo en el tono, sino en la mirada. Tan fría y despiadada como la parca
Bueno, parece que finalmente el nigromante ha entrado en razón. Melkiades Nikosdros asiente ante las condiciones de maese Heistrich, pues son comprensibles. Aunque con matices, como ya le hará notar en su debido momento...
- Deshacéos entonces de Davlos y podremos ponernos en marcha rumbo a Saphyre. Me gustaría estar bien lejos de aquí antes de que amanezca...
Entonces, cuando el perverso mago cumpla lo acordado, se dirigirá a sus hombres para darles instrucciones.
- Nos escoltaréis unos días más, durante el viaje hasta la capital, pues no deseo exponerme a malos encuentros en los caminos -resultaría incomprensible que Heistrich pusiera objecciones a eso- pero una vez lleguemos a las puertas de la ciudad, nuestros caminos deben separarse temporalmente -matiza que no lo considera ni mucho menos una despedida definitiva- Dirigíos a la fonda de La Buena Vida, en el barrio de los masones, y alojáos allí a cuenta de los fondos que aún nos quedan, y si fuese necesario pedid crédito a mi nombre, pues deseo teneros disponibles por si necesitase vuestros servicios... aunque debo acudir solo ante Borgon.
Se vuelve hacia su indeseable socio y añade:
- En cualquier modo, una escolta de dos o tres hombres resultaría vana estando en manos del señor del crimen... y coincido en que podría resultar contraproducente llegado el caso de disensiones puntuales -bonito eufemismo- Aunque es posible que quiera presentarme allí con algún otro tipo de servicio más discreto, más que nada para facilitar las comunicaciones con el exterior -dedica una media sonrisa al nigromante- Algunos gustamos de mantener cierta vida social, maese Heistrich, pero no temáis, no será nada amenazador. No deseo provocar a Borgon en modo alguno, ni despertar su desconfianza. A fin de cuentas, voy a ofrecerle mis valiosos servicios, tal como tan amablemente ha reclamado...
Finalmente pudo completarse el acuerdo entre ambas partes. Había sido tortuoso, difícil, pero ambos hombres eran expertos negociantes; ambos habían perdido algo pero también habían ganado.
Heistrich cumplió su parte. Su rostro se tensó, sus arrugas parecieron afiladas, cortantes, igual que su mirada, la cual estaba encendida. El foco de su atención era Davlos, el difunto. Hubo un estallido de luz, muy tenue, como si algo se rompiese dentro del cuerpo. Antes de caer como un saco lleno de patatas el muerto intentó gritar, estirar sus brazos hacia el cielo pidiendo ayuda, socorro. Únicamente un viento polvoriento salió de su garganta. Luego, se desplomó.
Una parte de Davlos, brillante, azulada, quedó en el aire. Si uno se fijaba bien podía ver la silueta del hombre, cada vez más disuelta, irregular, suspendida en el aire. A una palabra del nigromante la figura luminosa se contrajo. Volvió a intentar gritar. Esta vez fue más expresivo. Su grito, mudo dada su intangibilidad, no llegó a sus oídos, pero si el gesto desesperación, de miedo en estado puro. Heistrich atrajo el alma hacia su cuerpo, con el que pareció fundirse del todo. Al momento, el nigromante pareció más vital, más lustroso. Su corpulencia parecía haber aumentado, así como su vigor. En todo su cuerpo había más vida de la que la correspondía, una vida arrebatada. Y, como demostró en los siguientes días a aquel abyecto acto, se encontraba más fuerte, se cansaba menos, dormía menos.*
Heistrich había cumplido. Melkiades, por su parte, comunicó sus intenciones de encontrarse a solas con el señor del crimen a su guarda personal. Los norteños no pusieron objeciones. A veces no entendían las tretas de su señor pero siempre salían bien. Melkiades sabía ver rumbos que ellos no podían ni intuir así que no se opusieron a pesar del riesgo que suponía quedarse sin escolta en territorio tan comprometido.
Dilan si se opuso más, señalando que era un suicido y que si el señor del crimen no era la mano ejecutora lo sería Heistrich, de quien desconfiaba más incluso. Melkiades explicó sus motivos y sus intenciones. El joven arquero cedió.
—Se hará como decís entonces.
Todos de acuerdo, pusieron rumbo a la capital.
Shapire, con sus tejas azuladas, sus altas murallas, sus calles bulliciosas, el glamour de la nobleza, la universidad, la escuela de maestros espadachines, el palacio real, la catedral de Beryl, la santa sede de la Inquisición. Shapire, el corazón del Imperio. Si no podías encontrar lo que buscabas en Shapire es que no existía, así rezaba el dicho.
Desde la distancia podían ver los gruesos muros, los tejados asomando más allá, en punta. Un día más y estarían allí. El viaje había sido largo y pesado. Una semana y media después del incidente con Davlos. Los norteños habían pasado a hablar en su lengua, aunque poco era lo que decían. Dilan se había sumergido en un mutismo amargo, lanzando de vez en cuando miradas de soslayo a Heistrich.
Se cruzaron con todo tipo de gentes. Buhoneros, comerciantes, patrullas militares, cortesanas, puestos ambulantes de comida, aventureros y mercenarios, juglares, incluso con un circo. Se notaba el gentío, el olor a humanidad, la pobreza y la riqueza chocando unas con otras; tan fácil era encontrar un trotamundos pidiendo limosna como ver pasar un carruaje adornado con pan de oro. Una ciudad de contrastes.
Los norteños, si bien no eran aceptados, pasaban desapercibidos dado que había bastantes soldados de fortuna de otras razas; orientales y moriscos, pero sobretodo mestizos. Heistrich atrajo más de una mirada. Sobretodo de ladrones y corta bolsas, pues parecía una presa fácil. Más sus ropajes indicaban que carecía de algo que tuviera verdadero valor. Melkiades, por su parte, fue abriéndose paso por la jungla humana, sintiéndose cómodo, pues la capital, como para toda mente pensante, era su hábitat natural.
Dos días y se encontrarían tras los seguros muros de la capital.
Se encontraban en un apeadero, los caballos descansando en los establos de la posada en la que se alojarían esa misma noche. Ellos, caminando en medio de la calle embarrada para dirigirse a la misma, ya que los animales se encontraban en un punto y la posada en otro. Había poca gente, la noche empezaba caer. Un grupo de comerciantes riñendo entre ellos, varios hombres descargando unas barricas de licor, viajeros…una calle con vida.
La imagen se quebró en pocos segundos. Algunos simplemente desaparecieron, corriendo por calles paralelas. Otros se quedaron en su puesto, mirando al grupo con una actitud desafiante. Habían aparecido armas en sus manos; espadas, hachas y ballestas. Los norteños se pusieron en tensión pero más hombres aparecieron. En los tejados, entre las calles. Infantería imperial y ballesteros, dos unidades, bien desperdigadas, rodeándoles. Los civiles habían desaparecido.
Un hombre de aspecto fornido, rubio, de barba leonina, apareció ante ellos. Por sus ropas era un combatiente, un guerrero. Espada al cinto, capa de piel, peto de metal herido aquí y allá. Exudaba fuerza y carácter. Melkiades le reconoció al momento a pesar de no haber trabado nunca palabra con él. Era Hans Stroker, héroe del Imperio, su león. Allí donde había un problema, se encontraba él. Se decía quye seguía órdenes del Escriba, el jefe de espionaje de la casa real. Si es que no era un mito.
Los norteños se habían adelantando a su señor, formando una barrera humana. Por su parte, Dilan había retrocedido varios pasos, tensado su arco y apuntado…a Heistrich.
Fue al nigromante al primero que se dirigió el agente Stroker.
—Puede que pienses que eres más rápido que una flecha, incluso que veinte de mis ballestas. Pero te lo advierto, una sola palabra y el mejor de mis tiradores, a más de doscientos pasos, te volará la cabeza con un disparo de polvo negro. ¿Sabes lo que es eso? Un estallido de fuego y una esfera de metal atravesará tu cráneo antes de que puedas decir “Joder” —le sonrió, amable —. Has mejorado mucho desde que abandonaste la Rosa Negra. Oh, no te hagas el sorprendido. Mi señor lo sabe todo sobre ti. Y sobre tu amigo. Seguramente ahora estás pensando “Dame una razón, moriréis todos”. No será así —le señaló a un anciano escondido detrás de un muro de escudos, parecía un demente ataviado de blanco y negro, en su rostro había grabadas palabras antiguas —. El suelo tiene señales. Magia. No sé cómo funciona pero impedirá que esa cosa salga de dentro de ti. Así que estás solo.
Le ignoró, seguro de que le tenía controlado, pasando su atención a Melkiades.
—Una lástima tener que conocernos así, señor. Yo le admiraba. Fue usted una inspiración en mis años jóvenes. Y ahora… Se alía con nigromantes y con señores del crimen, por si su implicación con Levine de Perseus no fuera suficiente. Es triste que los mayores héroes del Imperio sean también sus mayores villanos —suspiró con desgana —. Están arrestados. Todos ustedes. Acusados de traición, conspiración, magia negra, asesinato…no les aburriré, pero más vale que se rindan.
Se quedó enfrente de ellos, cruzado de brazos.
Los norteños median sus fuerzas, era evidente que preferían morir matando que ser encarcelados o dejar a merced de esos hombres a su señor. Dilan habló por ellos.
—Recuerda, Kakk y Kog no tienen nada que ver. Serán expatriados pero nadie les hará daño.
—Solo tienen que tirar las armas —dijo Stroker.
—Antes morir —gruñeron los gemelos a la vez.
—Entiendo de vuestra lealtad, norteños. Pero vuestro señor ya no es digno. Camina con ese que camina con los muertos. Está tan podrido como él. Vosotros no sois así —miró a Melkiades —. Hagamos esto sin un baño de sangre, dígales que se rindan.
*El efecto dura tres días, tampoco tiene más relevancia ya que no sucede nada de interés hasta una semana más adelante.
Zanjados los pormenores de nuestro acuerdo procedí a acabar con Davlos en el más puro sentido de la palabra. Podría haber optado por romper el lazo, dejarlo caer como un títere sin cuerdas, relegarlo al olvido más absoluto para no volver a pensar en él jamás... pero por lo visto, en aquel mundo había otras fuerzas además de la mía capaces de alzar a los muertos, y no tenía intención de que se lograra información sobre mí tan fácilmente... por no mencionar la decepción que el matón había supuesto.
Ha llegado la hora, Davlos. Querías el descanso eterno. Querías volver al reposo de los muertos... te daré más que eso- musité con un tono bajo pero no por ello más tranquilizador
Aunando las fuerzas de la noche y la oscuridad, la muerte en su estado más puro, desgrane el conjuro que mantenía al luchador de foso en su no vida, arrancándole el alma del cuerpo. La psique de aquel hombre, lo poco que quedaba de él, se intentó revelar, escapar de algún modo. Pero era imposible. Me pertenecía.
Con un gesto brusco arranqué el alma de su cuerpo, haciendo que cayera laxo al suelo, desmadejado, mientras su alma se retorcía en mi poder en un gesto de puro pavor... sabía lo que le aguardaba y ello solo lo hacía más aterrador para él
Pronunciando unas palabras prohibidas, de tiempos remotos, canalice la magia oscura a través de su espirítu para atraerla hacia mí donde, con gran deleite, la absorví... la devoré. Al momento noté como mis músculos se hinchaban, el corazón me latía con la vitalidad de la juventud y mis sentidos se aguzaban.
Me giré hacia Melkiades, pletórico y revigorizado. Con una energía que hacía años que no sentía
Podemos partir, estoy listo- dije con una voz mucho más firme, menos temblorosa
...
El camino hacia la capital, un verdadero nido de víboras si no se sabía uno mover allí, estuvo carente de incidentes y prácticamente pasamos desapercibidos dada la variopinta cantidad de gente que pululaba por los caminos. De todas las procedencias conocidas y por conocer, de toda clase social, allí no había un solo alma fuera de lugar; la capital parecía tener un sitio para todos y cada uno de sus habitantes, incluidos nosotros.
Pero demasiado nos habíamos confiado; todo había salido a pedir de boca en cuanto a incidentes con otros se refería; pero no habíamos tenido en cuenta a los de dentro. A Dilan
Nos habían tomado por sorpresa, nos habían rodeao y, por encima de todo, nos habían traicionado. El joven arquero había resultado ser un maldito bastardo traidor que nos había vendido al Imperio dejándonos sin escapatoria posible... ballesteros, hombres de armas y aquella maldita ciencia aplicada a las armas de tiro.
Pero no era aquello lo que más me había sorprendido, sinó la tremenda cantidad de información que parecía tener aquel hombre que lideraba a quienes nos habían prendido, lo que no me dejó otra opción que aceptar mi derrota y, posiblemente, mi muerte.
No hice gesto alguno, manteniéndome quieto por completo, para no dar excusa alguna más mi mirada ladeada, clavada en el arquero, lo decía todo: "si salgo de esta, Dilan, morirás de un modo tan atroz que los ecos de tus gritos resonarán en el mismo infierno"
No sé si es cosa de Melkiades o no, y seguramente nunca lo sabré, pero si no es así el puñetero arquero nos la ha jugado pero bien
El viaje se había desarrollado tal como cabía esperar, por muy desagradable que fuera la forzosa compañía del nigromante, mas cuando llegan a su destino descubren que este no iba a ser precisamente el que esperaban, sino que una mano invisible y astuta ya lo había trazado previamente, actuando entre bambalinas…
- Hans Stroker, el León del Imperio, es un placer conoceros por fin -saluda cortésmente el viejo estratega con una sangre fría sorprendente, ignorando las severas acusaciones de que ha sido objeto- Aunque por razones obvias hubiera preferido que las circunstancias fuesen muy diferentes, por ejemplo como resultado de la aceptación por parte de vuestros superiores de mi última oferta de colaboración, la que hice a vuestro agente en La Encrucijada…
Hace un gesto a los dos norteños indicándoles que bajen las armas y se entregen.
- Deponed las armas, mis leales guardianes, no vamos a presentar resistencia alguna -indica con toda claridad, para evitar un absurdo sacrificio gratuito- Es evidente que todos éramos conscientes de que un hombre como yo, con mi historial, no iba a permanecer al margen de los acontecimientos que se están desarrollando estos últimos tiempos… que haría cuanto estuviese en mi mano para averiguar lo que está ocurriendo, para desentrañar la amenaza que se cierne sobre el Imperio. Y tratar de atajarla del modo más efectivo posible -sonríe con la amargura pintada en el rostro, que parece más avejentado que nunca- Así que demos paso al siguiente escenario lo antes posible, para que podamos servir mejor a la corona. Conducidme ante vuestros superiores, ante ese hombre tan bien informado para el que trabajáis, a fin de que obtenga todo el provecho posible de lo que puedo aportar.
Hace un alto y dedica una mirada de soslayo a Heistrich.
- Y os aconsejo que mantengáis con vida a mi detestable acompañante, pues sólo estudiando concienzudamente al enemigo puedes discernir sus debilidades -matiza- Traerlo conmigo hasta Shapire puede haber sido el mayor servicio a la corona que cualquiera de los nuestros haya ofrecido nunca, pues imagino que ya sabéis la amenaza que se cierne sobre nosotros tras lo ocurrido en Virgil.
Dedica una sonrisa a Dilan, como quién comparte un viejo secreto, y añade:
- Pocos son capaces de engañarme a estas alturas, así que os felicito por la habilidad de vuestro agente, su historia era increíblemente adecuada para evitar cualquier sospecha por mi parte -reconoce sin aparente rencor- Pero creo que todos tenemos claro que esta guerra apenas está empezando, así que en estos momentos no podéis prescindir de ningún recurso. Empecemos pues a negociar los términos.
Puede que sea exceso de confianza en la reputación de Savas Sihiribazi, un megalómano concepto de sí mismo, pero si algo caracteriza al estratega es su capacidad de analizar las cosas con la adecuada perspectiva…
Un gesto de desconcierto por parte del león del Imperio cuando Melkiades mencionó a su agente de la Encrucijada. Era evidente que tal mensaje no había llegado siendo el agente el único que quería granjearse la amistad del estratega. Al no hacerlo, había omitido esa información en sus informes. Hombres mediocres, suficientes para romper una correcta cadena de acontecimientos.
Los norteños se miraron entre ellos, luego a Melkiades. Confiaban en él pero separase de sus armas no era algo que les agradase. Arrojaron el acero al suelo, el cual replicó con un grito mudo. Los norteños se entregaron. Rápidamente pusieron grilletes en sus muñecas y los apartaron de allí con brusquedad, lo que le ganó a uno de los guardias una nariz partida por el cabezazo de uno de ellos. Los norteños lanzaron una última mirada a Melkiades Nikosdros, allí donde se encontrasen él seguiría siendo su patrón.
—Estarán bien. Y si, tenéis razón, aceleremos esto. El Escriba está deseando hablar con vos. Y ciertamente, yo también. Vuestra leyenda era tan clara, tan pura, y ahora… Odio conocer a la gente —masculló, desalentado.
—Heistrich tiene suerte de que la Inquisición lo quiera vivo —intervino Dilan —. Será entregado a ellos, quienes le sacarán sus secretos más oscuros con tenazas al rojo. Y después le ajusticiaran en una hoguera, como es propio de alguien de su condición —dijo, devolviendo la mirada al nigromante, a él no podría asustarle, era otra clase de hombre.
Colocaron unos grilletes, más simbólicos que otra cosa ya que eran finos y relucientes, en las muñecas de Melkiades. A Heistrich le ataron y le amordazaron, le golpearon en la espalda para que se pusiera de rodillas y le arrebataron el báculo, así como todo aquello que pudieron encontrar entre sus pertenencias. El anciano que habían visto tras un muro de escudos se acercó entonces.
Su espalda estaba encorvada, caminaba descalzo y sus largos cabellos blancos caían en pliegues por los lados de su arrugada cara. Irradiaba calma, paz. Una túnica que le quedaba grande le cubría en su desnudez aunque era evidente que no estaba acostumbrado a ir vestido. En su carne se veían palabras tatuadas, símbolos, runas antiguas, conceptos mágicos que estaban insertados en su piel. Parecía un sacerdote, a la vez, era una mezcla tribal entre druida y chamán. Delante de Heistrich, extendió un pequeño fardo de tela con pinceles y tinta, luego empezó a salmodiar.
Heistrich desconocía el significado de las palabras pero entendía el concepto de aquella magia rudimentaria. Era una forma primitiva de usar magia, la usada por sus ancestros. Uno debía conocer el nombre secreto de las cosas que quería utilizar y debía grabar en ellos sus órdenes. No era una magia que pudiera usarse en combate aunque bien usada, y con astucia, podía hundir un Imperio.
El santón estaba rezando. Los imperiales creerían que lo hacía a Beryl, pero Heistrich sabía que lo hacía dirigiéndose a los dioses olvidados y muertos de la antigüedad.
A su vez, Hans Stroker le mostró el camino hacia un carromato que debía tomar con Melkiades. Dilan se despidió de él, ya no parecía tan jovial, ni tan ingenuo. Su fría disciplina había sido siempre su verdadero rostro, tal y como se podía esperar de un consumado espía.
—No os mentí en nada de lo que dije, salvo al final. Vos pensasteis que fuisteis vos quien me descubrió, pero fue el Escriba quien lo hizo antes y le dio un sentido a mi vida. Al principio simpaticé con vos, no quería creer lo que veía. Pero os he acompañado durante demasiado tiempo, el suficiente para saber que os estabais dejando contaminar por la maldad de vuestro alrededor, aunque desconozco vuestro verdadero objetivo. Hubiera seguido más a vuestro lado pero debido a que pensabais dejarnos atrás y que resultaría del todo imposible conocer el paradero de Borgon a través de vos, decidí acelerar la emboscada con el fin de que tal reunión no llegase a cometerse. Temo que hubiera sido fatal para vuestra integridad —se detuvo, contemplando a Melkiades igual que si fuera una obra de arte que, aunque pertenecía a su colección, no lo había desafiado, pues no lograba entenderle del todo —. No os pediré perdón, pero si os diré que lamento que haya terminado así.
Se marchó, con los norteños. A la vez, Heistrich masculló un grito de rabia cuando la piel de su frente se derritió. La herramienta usada era un pincel de crin de caballo. Ardía como fuego, igual que si fuera una varilla al rojo. El santón le pidió disculpas pero no se detuvo. “Es necesario”, le escuchó decir. Heistrich ardía, por fuera y por dentro. Una espada sobre su cuello y los fuertes brazos de los soldados sujetándola. Cuando el santón terminó el nigromante tenía una especie de sello en su frente.
—Ahora no puede salir. Sois libre de su influjo. Ya no tenéis que tenerle miedo —aseguró el hombre sagrado —. Ah, pero aún no hemos terminado. Llevadle adentro, terminaré por mostrarle el camino correcto en privado.
Se separaron. Melkiades, entrando por su propio pie, en un carromato prisión. Heistrich, siendo arrastrado de malos modos, echando en el interior de otro. Hans Stroker escoltó al estratega, el santón, y varios de los soldados, lo hicieron con el nigromante.
Borgon tendría que esperar.
Le subieron en volandas a una carreta. La frente le ardía. T´Zarkan daba golpes dentro de su cráneo, estaba furioso. Quería salir, consumir el mundo en su abrazo llameante, pero el santón le había cerrado al única puerta de acceso; Heistrich. La runa grabada en su frente se sentía como un tizón al rojo. Palabras antiguas, olvidadas, escritas en el idioma de dioses que habían desaparecido hacía tiempo. Un arte que se creía muerto.
Le tumbaron sobre un banco de madera. Los soldados no tuvieron miramientos con él. Le sujetaron a la mesa con gruesas correas de cuero que colocaron en sus extremidades, torso y cabeza, le amordazaron y le pusieron una espada sobre el cuello.
—Ni un movimiento, perro —rugió uno de los hombres, debía de haber seis o siete soldados, más el santón y un ayudante.
Habían arremangado su brazo derecho dejando a la vista su piel vieja y cuarteada. Heistrich estaba en sus manos. El santón, con su barba de chivo y su mirada de ranura, se acomodó en un taburete frente a su piel desnuda y tomó un pincel. Empezó a murmurar, su lengua cimbreaba en una tonada que debía ser lo más parecido al idioma de los dioses olvidados. Así, empezó a grabar unas palabras en el brazo del nigromante.
La punta del pincel, untado en un extraño mejunje, se sentía fría. Al principio. Luego, la tinta calaba en su piel, la derretía, fundiéndose en su interior, moldeando la carne, dando forma a las palabras olvidadas. No le hubiera dolido tanto si se lo hubieran hecho con ácido. El maestro de las palabras perdidas trabajaba con pulcritud y parecía afectado al saber que a su lienzo le dolían sus artes.
—No te dolería tanto si hubieras sido más bueno —le dijo en una ocasión, con el mismo cariño que le tendría un padre a su hijo.
Cuando terminó, el dolorido brazo de Heistrich ardía de dolor. Y no era lo único que sentía el nigromante. Le soltaron la mordaza, incluso las correas. Se sintió vacío. No sentía los vientos, la magia. Le habían aislado. Percibía un muro, invisible, a su alrededor, que lo incapacitaba para conjurar. Conocías las palabras, los métodos, las formas, pero los vientos, la esencia de la magia que residía en cada ser, en cada objeto, no acudiría ante él para que pudiera manipularla. Era un bloqueo.*
Le colocaron unos grilletes en las manos, los cuales estaban anclados a la pared. Dos guardias de semblante adusto se sentaron a cada lado suyo y dos más lo hicieron enfrente. El santón se quedó de pie mientras su ayudante recogía sus instrumentos.
—Os he hecho un regalo, Maese Heistrich. Aunque dudo que ahora lo veáis así —su voz era suave, delicada como una hebra de cristal, tenía un acento extraño, como si no estuviera acostumbrado a hablar con otros hombres —. La magia oscura que esgrimís se filtra en vuestro cuerpo, corrompiéndolo hasta llegar a alma, a la mente, al rah. Igual hace aquel con el que compartís cuerpo. Un hombre normal ya hubiera perecido, o bien se hubiera consumido por el oscuro poder o por el malvado invitado. Vos no, tenéis fuerza. Vos, Heistrich, sois un gran hombre. Temo que habéis sido engañado, manipulado por poderes que os exceden, como siempre ocurre cuando se manipulan poderes arcanos. Ahora tenéis la oportunidad de ser vos mismo, sin demonios que os susurren malas palabras, sin la malsana influencia de la nigromancia que contamine vuestras decisiones. Sois libre, maese Heistrich, a pesar de vuestra situación. Libre para ser el hombre que debisteis ser si las oscuras fuerzas no os hubieran atrapado en su telaraña. Os he concedido una segunda oportunidad. Por favor, aprovechadla.
*Antes de que lo preguntes, Heistrich conoce una forma que no requiere magia, un ritual, para romper el bloqueo del demonio y el de su magia. Pero necesitará ciertos ingredientes (se pueden conseguir fácilmente en una ciudad como Shapire) y tres días, uno de preparación y dos para realizarlo, durante los cuales no puede ser interrumpido.
Otra nota, si realizas el ritual, no puede ser selectivo, liberarás tu magia y romperás el bloqueo del demonio.
Cuando el santón menciona que eres libre, es en un sentido espiritual, estás cargado de cadenas rumbo a las cárceles de la Santa Sede.
El traqueteo del carro, las finas pero frías esposas sobre sus muñecas, la respiración profunda de los dos guardias que tenía a cada lado, el aroma del tabaco que emanaba de la pipa de Stroker, la tibieza de la noche. Todas esas sensaciones se agolpaban en la mente del estratega. Había estado en lo más alto y ahora...¿Importaba acaso? Si, si eras un peón. Pero para él, encontrarse en una punta u otra del tablero no le hacía más o menos fuerte. Él sabía moverse por aquel juego.
Stroker le ofreció fumar en su pipa, el tabaco era negro, fuerte, de las provincias más alejadas del Imperio.
—Una pena como se desarrollaran los acontecimientos. Vuestro protegido es un demente. Y perdonadme la palabra. Grignan era un gran hombre, un caballero unido al código. No creáis que fuimos nosotros quien le dimos muerte, era un hombre valioso para el rey, mucho más que su hijo. Pero llegamos tarde —se excusó —. Todo se va a complicar. Para el Imperio. Y para vos. Ya lo creo. Tenéis mucho de lo que responder. El joven Levine, Borgon, Heistrich. ¿Y hasta un vampiro, no? Nunca me gustaron los chupasangres, han pasado más tiempo muertos que vivos —se estremeció de forma involuntaria —. Escoria que el Imperio arrastra. Pero llegarán mejores tiempos. Y quizás para vos. Como ya sabéis, mi señor atiende al alias de Escriba. Su cometido es recibir la información que le llega de su red de espionaje. La analiza, la cataloga y la añade al saber popular, a los rumores, a las noticias oficiales. Y él hace sus deducciones. Lleva su tiempo, claro, pero es el único capaz de ver futuras conspiraciones. O el fin del mundo, ya de hecho —no sonaba muy alentador ya que parecía hablar en serio —. Respecto a vos, solo os diré que si tenéis alguna justificación para toda la locura que “Dilan” nos ha hecho llegar, no tendréis que preocuparos. Y si no la tenéis…ya sabéis que el Imperio no perdona a los traidores —aseguró en tono seco —. En cualquier caso, un consejo os daré. Decid siempre la verdad. No se puede engañar al Escriba, él ya lo sabe todo.
La acometida comenzó pronto, mucho antes de lo que esperaba, y no fue precisamente con el doloroso acero que esgrimían aquellos serios y firmes soldados... palabras. Con el poder verdadero, el saber antiguo que yo mismo manejaba, fui apresado y recluido, privado de mi esencia y de mi poder, arrojado a la cruda y mundana existencia de un patetico granjero, soldado de a pie o pordiosero. Ya no era nadie especial
Aullé, rechiné los dientes y clavé mis uñas en la palma de mis manos por el dolor padecido mientras aquella pluma hendía mi frente, grabando con mucho más dolor que el fuego candente una barrera tanto espiritual como arcana que me privaría de toda capacidad arcana... al menos hasta que le pusiera remedio, si acaso tenía ocasión para ello.
Dediqué una mirada a Melkiades, enrojecida y dolorida, al borde del pánico al verme despojado de todo aquello que daba sentido a mi vida. ¿Qué me quedaba después de aquello?¿Qué cometido podría cumplir ahora que todo por lo que había vivido, y todo por lo que había sacrificado mi juventud y vitalidad, se habían esfumado? Su significado, mudo aunque claro, lo decía todo de mi situación
"Te salvé la vida cuando todo lo tenías perdido. Devuélveme el favor"
Estaba derrotado, exhausto, vilipendidado y encadenado. Rodeado de hombres que solo me dispensarían dolor, o muerte, a la mínima expresión de rebeldía... no tenía escapatoria y solo podía esperar que el desenlace de todo aquello llegara pronto, pues no creía en milagros de ninguna clase dado que los dioses no existían. Al menos no en el sentido que la mayoría de los hombres creían.
El trato en el carromato no era fue mucho mejor y aun más dolor se solapó con el que ya me habían dispensado. Un profundo sentimiento de odio se asentó en lo más profundo de mi ser enfocado hacia aquel hombre de nívea barba... fuera quien fuera, aunque tuviera que regresar de entre lo muertos, aquel viejo patético que solo había arañado la superfície de los antiguos rituales sentiría mi cólera en toda su magnitud
Por el momento no tengo más que hacer... menuda una me estás liando compi... si lo se dejo a Sinonte hacer de las suyas, al menos aun sería mago, aunque perseguido
El dolor era atroz, pero no tanto el físico como el espiritual. Notarme vacío, privado de toda conexión arcana me hacía sentir tremendamente desvalido... y lo peor era el silencio dentro de mí. Tantos años notando aquella insidiosa y maligna voz, ahora reducido a un mutismo absoluto, era lo que más me desconcertaba.
Solo una cosa me vino a la mente en cuanto aquel viejo empezó a salmodiar las arcanas palabras ante mí
"Acudid a mí. No os detengáis por nada. ¡Liberadme!"
El grito, pues no era otra cosa, iba dirigido claramente a mis esbirros no muertos. A mis tres horrores de la cripta que, por fortuna, ya había convocado hacía días hacia la zona próxima... todo dependía de cuánta resistencia encontraran por el camino y lo que tardaran en encontrarme, si acaso lo lograban. La clave era si llegarían antes de encontrarme en el interior de la prisiones de la inquisición
Pues eso. Último recurso... llamada de auxilio en plan desesperado a las tres criaturas para que acudan a mi posición y me liberen.
Se va a liar, lo sé, pero mejor eso que verme ante la inquisición... y la hoguera
Mientras sube al carromato, colaborando de buen grado en todo momento, el veterano estratega se permite un único comentario, calculadamente comedido, que dirige a Hans Stroker:
- Este encuentro debería haberse producido hace mucho, aunque bajo circunstancias muy distintas... sin embargo, no está en nuestra mano cambiar los hechos pasados o presentes, debemos conformarnos con intentar orientar adecuadamente los futuros -filosofa con una sonrisa triste- Pero hay una cosa que deberíais saber, más aún en vuestro complicado oficio: la verdad no es nunca unívoca, sólida e indiscutible... al contrario, suele estar conformada por múltiples matices aparentemente contradictorios. Y discernir su sentido global es todo un reto.
Lo último que comparte con Heistrich es una midada. Tranquila y sosegada. Esperanzadora. Un mudo mensaje que más le vale saber interpretar correctamente, por la cuenta que le trae. Desamparado y sólo como está, rodeado de enemigos implacables que ya han emitido un jucio sumarísimo sobre su absoluta culpabilidad, haría bien en recordar que sólo hay una persona en el mundo que todavía podría interceder a su favor en estos momentos.
Aunque para ello, antes tiene que resolver sus propios problemas...
Intentó llamarles; el último vestigio de su habilidad nigromántica, la única prueba que quedaba de su oscura grandeza. Les encontró, en un recoveco de su mente, marchando, hambrientos de carne cruda, de sangre tibia. Les llamó. Les ordenó. Para que vinieran en su ayuda, en su rescate, para que destrozasen a sus enemigos. Tal era su voluntad.
Pero, tras los acontecimientos, su voluntad no era tan fuerte. O puede que fuera la distancia. Los monstruos se encontraban lejos de su influjo y habían pasado demasiado tiempo en soledad, abandonados a sus instintos, sin represión, matando, siguiendo el camino que Heistrich les había marcado, pero en libertad. Los Horrores no habían sido reprendidos, tampoco reconducidos. Habían dado tienda suelta a su malignidad y ahora, desde la distancia, podían imponerse. Seguían unidos a Heistrich y, de hecho, buscaban al joven Levine tal y como el nigromante les había ordenado, pero se deleitaban en su camino, en sus matanzas. Puede que cuando asesinasen al joven fuesen a buscar a Heistrich, pues no quedaría nada más en sus huecas cabezas. Salvo el hambre.
El hambre les frenaba, les hacía detenerse para disfrutar de un banquete de vidas, llantos y gritos. Heistrich estaba solo. Golpeado, debilitado por dentro por la ira de T´Zarkan, golpeado por fuera, castrado por el santón, no logró imponer su voluntad. El carromato siguió su rumbo, la Santa Sede le esperaba.
Cerramos aquí la escena. Si, la cosa está chunga. Pero no tan chunga. Melkiades te salvará…XD Es broma. Eres un gran jugador y sé que saldrás de esta. Puede que tengas que esperar un poco más antes de que abra la siguiente escena, disculpas de antemano.
Puedes hablar con Stroker si lo deseas. Tanto si es así como si no, cerramos la escena con este último turno.
Tendrás que esperar un poco hasta que monte la siguiente escena. Las cosas van a ponerse interesantes. ;-)
El carro reforzado avanza entre traqueteos, conduciendo a Melkiades Nikosdros a un encuentro que sin duda va a ser clave para su futuro, para su misma supervivencia. En un principio tenía intención de seguir el viejo precepto de evitar dar información a los subalternos, siempre es mejor hablar directamente con el mando superior... y ese es sin duda el Escriba. Una fugura de leyenda que tiene sin duda alguna una base muy palpable, aunque desconoce si se trata realmente de una o más personas. Sin embargo su acompañante y actual custodio, Hans Stroker, el León del Imperio, no es menos legendario. Ni menos relevante en la seguridad Imperial, podría muy bien definírsele como la otra cara de la moneda: la imagen pública y heróica. Si bien a estas alturas de su vida Savas Sihiribazi sabe muy bien que todos los héroes tienen sombras. Nada es sólo lo que parece. Empezando por él mismo.
- Permanecéis muy callado, lord Stroker -comenta con esa intensa tristeza que le embarga- Hace un rato habéis proferido contra mi persona acusaciones muy graves, incluso habéis expresado abiertamente vuestra profunda decepción... pero el actual silencio y ese consejo de atenerme en todo momento a la estricta verdad cuando me encuentre ante vuestro superior me hacen concebir la esperanza de que aún alberguéis dudas acerca de mi naturaleza real -explica con perspicacia- Aguararé a que la persona indicada me haga las preguntas correctas, pero habéis de saber que no soy vuestro enemigo, a menos que vos o los que están tras de vos sirváis al Consejo del que habló el strigoi que atacó la Fortaleza del Paso de Luna. Aquella criatura dijo llamarse Sinonte y actuar en nombre de ese misterioso colectivo, el mismo que ejecutó a Grignan de Perseus y temo sea responsable de la masacre de Virgil.
Hace un alto para tomar aliento, dejando que sus palabras calen en la conciencia del héroe del Imperio.
- Ellos son mi único enemigo, y yo el suyo teniendo en cuenta que por algún motivo deseaban mi muerte -asevera- Y si albergáis dudas acerca de mis actos o siniestros acompañantes en los últimos tiempos, sólo tengo una respuesta que ofreceros: yo soy un estratega, un jugador metódico y calculador que hace lo que sea necesario para imponerse en el campo de batalla. He empezado esta partida con una gran desventaja respecto a mis contrincantes y debo hacer cualquier cosa por ponerme a su altura antes de que lleguemos a la etapa crítica que decidirá quién se impone y quién resulta derrotado. Y eso implica conocer a mi enemigo -amplía su sonrisa con un gesto cínico y añade- He pasado toda una vida asistiendo en primera fila a las guerras del Imperio, pero no tenía la menor idea acerca de la existencia de poderes sobrenaturales antes de estos acontecimientos, siempre he sido un hombre de ciencia, un seguidor de la lógica y el racionalismo... pero veo por los santones de los que vos mismo os habéis hecho acompañar en esta emboscada, o esos comentarios acerca de los "chupasangres", que no es un tema que resulte tan ajeno a la seguridad del Imperio -alza una ceja y concluye- ¿Os dáis cuenta entonces de que no somos tan diferentes? Tan solo ha existido una patente desigualdad en cuanto a nuestros recursos...
El replicar monótono de la carreta, salpicado en alguna ocasión por el quejido de las ballestas del eje, llenaba la apretada estancia de sopor. Melkiades se atrevió a romper ese silencio emapalagoso. Stroker era un espía, sabía de sobra las normas básicas y el hecho de que siguiera con vida era claro indicativo de que las seguía firmemente. No se hablaba con prisioneros. No se compartía información con ellos. Y menos con alguien de la tallar del estratega, quien podía arrancar toda una historia gracias a un par de frases y a un contexto.
Sin embargo era evidente que Stroker sentía cierto aprecio por Melkiades y sobretodo respeto.
—Os he acusado en nombre del Imperio, no en el mío. Tales son los cargos. No obstante, mi señor no suele equivocarse. Si bien que quiera una audiencia con vos, algo raro en extremo, me da esperanzas de que todo este turbio asunto tenga una explicación razonable. De hecho, espero estar dentro de unos años en la misma mesa que vos, recordando con humor esta sitación—emitió una sonrisa triste —. Pero me temo que de momento eso no es posible.
Melkiades siguió hablando. Compartió información con Stroker, un gesto de confianza que el agente de la corona pareció recibir de buen grado. El estratega soltó sus palabras. El agente de la corona dudó. Había algo en la información que le había dicho Melkiades de lo que podía hablar, algo que podía ser vital para el estratega. Si bien sus principios como agente eran muy regios.
Tira un dado, hombre. Los regios principios de un veterano espía de la corona frente a su instito y el respeto que le infunde Melkiades. 1D20 -> 7 o más, se rinde a tus encantos. 6 o menos, permence callado.
Motivo: Capacidad de persuasión...
Tirada: 1d20
Resultado: 10
Parece que este tipo de cosas se le dan bien al viejo estratega...
—Sinonte —masticó el nombre como si quisiera poder hincarle el diente, partirle por la mitad, engullirle —. He perdido a muchos hombres por su culpa. Buenos hombres. Nunca he tenido el “placer” de cruzarme con él. Es una criatura excepcional —no había ni mota de respeto en su voz, estaba describiendo a un monstruo, a un asesino —. Algún día —se prometió.
Dudó. Porque durante años había servido a la corona y era lo justo, lo apropiado. Como espía, sabía que el Imperio poseía luces y sombras. Y cada vez más, las últimas eran más frecuentes. Pero Melkiades, simplemente se negaba a admitir que aquel hombre se encontrase al otro lado. Cuando niño habían llegado a sus oídos las historias de un hombre de agudo intelecto capaz de ganar un guerra sin desenfundar una espada.SI bien Melkiades nunca había estado ligado del todo al Imperio y al Rey, sus actos nunca habían sido en su contra. Era uno de sus héroes. Que no pudiera seguir su juego no indicaba que no fuera un buen juego. Que no pudiera ver donde se situaba no significaba que no siguiera estando de su parte.
Suspiró, cansado. Stroker manejaba la presión sobre sus hombros con buena habilidad. Presión que hubiera quebrado a un hombre más débil o de voluntad más endeble. Ser el León del Imperio, el héroe visible de la corona, no era sencillo.
—Os diré algo…—comenzó, en voz muy baja —. No debería, pero….creo en vos. La información es poder. Y vos andáis errado en varios puntos. No fue Sinonte quien atacó la Fortaleza Paso de Luna. Bueno, si y no. Es obvio que estuvo allí, pero el vampyr es una criatura elevada y la nigromancia usada en tal ataque no es una doctrina que tengan entrenada, es de bajo calado para seres como él. Entiéndame, sabemos que comprenden el concepto de la muerte mucho mejor que nosotros, pero hasta ahora no habíamos visto estas habilidades en él. De hecho, llevamos tiempo sin registrar la actividad de ningún nigromante en el Imperio desde hace tiempo. Salvo Heistrich, claro —se cruzó de brazos, muy serio —. El Consejo tampoco asesinó al conde de Grignan. No sabemos quién fue, aún. Le tendieron una emboscada. Creemos que con la intención de colocar a su hijo Levine en el poder. Quien quiera que matase al conde sabía que Levine ocuparía su lugar. Y Levine trama algo. Pero no fue el Consejo. Y sobre Virgil…Sinonte abandonó la zona tras su derrota. Sinonte se encuentra en el castillo de Ukkenberf. Le tenemos vigilado. Si es vuestro enemigo, haríais bien en alejaros de ese lugar maldito; es evidente que el Consejo reside allí. Aunque, bueno, quizás después de vuestra entrevista con mi señor queráis volver hacia ese lugar todas vuestras atenciones.
Dejó de hablar, había dicho suficiente. Lo justo para congraciarse consigo mismo.
Me habían castrado, al más puro estilo de los matarifes de una carnicería de pueblo, empleando un cuchillo viejo, oxidado y dentado. Aquel dolor, no tanto físico sino más por la pérdida de conexión con el mundo arcano, me provocaba incluso vértigo... y pavor. Me sentía desnudo. No, era peor, despellejado.
Aquel santurrón, estúpido creyente de lecciones obsoletas, me había despojado de lo que más me había costado de lograr en aquella vida y lo que más apreciaba... para colmo Melkiades me había abandonado a mi suerte y Borgon, en caso de lograr enterarse de aquello, lo haría tal vez demasiado tarde como para remediar el funesto fin que me aguardaba entre llamas... eso si acaso no me dejaba a mi suerte pensando en una posible traición o que me había tomado demasiado tiempo en llevar a cabo lo pactado.
Invoqué la voluntad de mis creaciones, notando el nexo que nos unía débil, raquítico, casi extinguido. Aquellos seres, alejados y liberados de cualquier atadura, ahora se movían de forma casi independiente sin mostrar apenas pleitesía por el que era su amo y señor, su creador.
Rechiné los dientes, de pura frustración, cuando noté cuando sus hambrientas psiques escuchaban solo a medias mis órdenes, guiados por sus primigenios instintos, ahora dedicados a saciarse y propagar el miedo y la destrucción por el territorio circundante en busca del heredero de Perseus, dejando en un segundo plano mi orden
Todo se había torcido, todo se estaba escurriendo entre mis manos sin poder hacer nada más que mirar como mis planes se torcían de forma irremediable. Todo por haberme contenido, por no haber acabado con todo ser vivo en el castillo antes de liberar a Melkiades... si lograba salir de aquello, si evitaba el fin augurado y me hacía con los oscuros conocimientos que Borgon guardaba desataría tal cantidad de horrores entorno a quienes me había perjudicado que las leyendas y cuentos sobre el infierno parecían una bendición
Empezando por Dilan y aquel viejo que apenas había rasgado la superfície del auténtico poder