El cuervo giró su emplumado cuello cuando Akhres le preguntó por él, contemplándole mediante un ángulo torcido y suspicaz. Sus relucientes ojos se clavaron en él igual que los de un profesor que descubre que su alumno más aventajado en matemáticas es incapaz de sumar dos más dos sin contar con los dedos de la mano. “Antaño yo era grande. Hoy soy lo que ves, un retazo de otra época, un simple animal. En ocasiones, y no siempre cuando deseo, puedo desatar parte de mi poder; latencias de una época que desapareció hace tiempo. No puedo controlarlo y aunque pudiera, no te ayudaría. ¿Reunir a los muertos en un único lugar? No entiendes. No se acabarán. Cada vez son más y más. Los antiguos resucitan y los vivos pasan a engrosar sus filas. No puedes matar a la muerte. Es a otro a quien debes buscar”. La siguiente pregunta del moribundo terminó por exasperar a Rajet. Hubiera entornado los ojos en un gesto de adusta resignación. En lugar de ello, extendió sus alas y se elevó hasta quedar suspendido en una rama, a varios metros de distancia de él. Le ignoró deliberadamente.
No es una gran respuesta, pero es una respuesta.
Dolor, siempre dolor, no recordaba cuando no lo habia sentido desde que desperte. Ya fuera fisico o de otro tipo, nostalgia por otro mundo, otra vida, otros individuos que ahora eran menos que polvo. Corruptos, destruidos por las manos de un dios iracundo que caeria bajo mis manos. Notaba mi vitalidad, notaba mi ser peleando contra el frio abrazo de esa antigua amante, notaba como la fuerza con la que habia sido creado se negaba a caer en sus garras, los de ella o las del mismo que le robaba a ella. Queria vivir, tenia mucho que hacer... habia un mundo esperandome pero al mismo tiempo estaba cansado... ¿Hace cuanto que deberia haber muerto? Mi conciencia me traiciono, el dolor, el desgaste me hizo flaquear en mi guardia y caer dormido mientras mi mente bullia de activdad con pesadillas sobre esa dama negra que venia a por mi.
El sudor frio me desperto, note que habia caido dormido. Mire a mi alrededor y vi a Rajet, cubierto por las sombras de la noche. Vigilante, atento, cuidando de su "heroe", de su "campeon"... de su inversion. Uno que a duras penas podia mover nada de su cuerpo. Las palabras de Inger me llamaron la atencion, asi que desvie la mirada. ¿Un hombre cubierto en pieles que la acosa? ¿Pesadillas del pasado, pesadillas del ahora? Mi mente comenzo a unir las piezas de lo ocurrido desde que habiamos llegado al poblado. Los renacidos se habian comportado como un ejercito, habian sabido utilizar las brechas de sus enemigos para aplastarlos y pasar por encima de ellos. Una mente superior los habia coordinado hasta que Inger habia acabado con ella, pero ¿realmente la habia matado? Recordaba los dedos frios de los muertos lanzandose contra mi antes de ponerme las mascaras, no eran perros, no eran lobos, no eran cazadores, era simplemente una horda sedienta de sangre y vida... y sin embargo ahora esos mismos seres se extienden como una red, solapandose entre ellos, cerrando los pocos huecos mientras aprietan el nudo corredizo en torno a donde estamos. Buscandonos incansablemente. No, los lobos, los perros no se comportan asi a menos que un amo les enseñe, les guie. De nuevo el oscuro extendiendo sus tentaculos, moviendo sus incontables peones para acabar conmigo ahora que me habia puesto en su contra, para levantarme despues como uno de sus campeones oscuros.
Ni siquiera un ser como Nasser puede controlar tanto territorio, no puede observar y estudiar cada minima porcion de sus dominios. Necesita lacayos, vivos o muertos, e incluso es posible que algo mas. Algo capaz de transportar toda esta magia y arraigarla a esta tierra y este mundo para extender la Marca Negra. Sea como sea esta pelea no es contra sus peones, es contra el ser que esta ahi fuera controlandolos. Intente moverme pero fue inutil, la manta que me cubria se deslizo dejandome ver la herida que Inger habia taponado. Con un leve gruñido me gire para mirar al cuervo que ahora volaba no muy lejos. Es hora de pelear Rajet, es hora de matar.
Esperaria a que la humana se despertara antes de hablar con ella. Necesitaba de ella y la necesitaba al maximo de sus posibilidades. - Nuestros enemigos se mueven, lo han estado haciendo de noche y lo haran sin detenerse hasta dar con nosotros. - La mire. - En el poblado cuando diste con el titiritero ¿lo mataste o solo lo heriste? Creo que sigue vivo de alguna forma que no entiendo.- Mire mi propia herida. - Los zombis vuelven a reordenarse, no de una forma tan obvia como cuando atacaron el poblado, pero se han ido extendiendo de una forma que parece casual, pero observandolo bien hay un patron. Alguien les esta empujando a encontrarnos pero quiere que parezca casual o aleatorio, como si él tampoco quisiera darse a conocer. Como si estuviera herido o no al cien por cien de sus capacidades. La red se cierra, dudo que tarde mas de tres dias en dar con este sitio, o con el olor de mi sangre. Necesito que Rajet y tu exploreis el terreno, eviteis a sus peones y os centreis en dar con el que los controla. Lo importante es no romper la red, no darle pistas sobre lo que estamos haciendo, hacerle creer que estamos a oscuras pero si no damos con él o con lo que los este controlando... - Las dos estrellas violetas que habian en mi rostro la miraron, dejando claro el desenlace. Aun asi sabia que podia negarse, podia salir corriendo, abandonarme aqui y entonces ella se salvaria y yo moriria sin remision. Ahora faltaba ver cuanto amaba su mundo, quizas no esta parte de el pero ¿y el resto?
Seek and destroy!
Akhres veía con claridad una mano negra cerrándose sobre ellos, aplastándoles, condenándoles a una existencia hueca y vacía. La muerte había lanzado sus perros más feroces tras ellos. Unos que no se cansaban, unos que no requerían volver a un campamento tras horas de batida, unos a los que los músculos no les pesaba, unos que ignoraban hambre, sed, calor, frío. La muerte era una furcia esclavizada que los buscaba mientras un amo sin emociones tiraba de la cadena.
Inger aceptó la petición del último de los hijos. No podía moverlo, tampoco escapar con él. De dejarlo abandonado, ella tendría una oportunidad. Decidió explotar los alrededores. Sin más que decir, le dejó solo percatándose que el siniestro cuervo que acompañaba a su compañero elevaba el vuelo, zigzagueando entre las copas con un motivo similar al suyo.
Inger tuvo que ser muy cauta. No había muchos enemigos en los bosques, pero los que había se movían lentamente, ocultándose en la maleza, silenciosos como lo que eran; cadáveres andantes en busca de algo a lo que echarle el diente. Sus pieles descarnadas se mimetizaban con el entorno. Apenas hacían ruido al moverse. Inger era como un fantasma más caminando por el bosque espectral. Usaba el follaje a su favor, la maleza cubría sus pasos, evitaba el viento cuando soplaba para ocultar su olor a sus perseguidores. Memorizó las posiciones de los cadáveres que iba encontrando, los evitó, trazó rutas. Tras un par de horas, regresó. La presión podía con ella. Tenía los nervios en tensión, las sienes palpitando. El peligro lo llenaba todo, sus sentidos estaban disparados. Estaba saturada de emociones, de tensión.
Lo había encontrado. Relativamente cerca de su posición. Esta vez había podido verlo con más claridad. El que movía los hilos. Era un hombre, desnudo. Al menos en apariencia. Un joven de aspecto risueño y media melena que bien podía haber sido un modesto noble de Shappire, o un comerciante de media fortuna. Estaba totalmente cubierto de sangre. Desnudo y rojo, reluciente. Una sangre vital, joven, llena de oxígeno, que circulaba sobre su piel igual que un macabro río. La figura había logrado helar la sangre a Inger quien a pesar de ello logró mantener la compostura y regresar junto a Akhres. De camino, vomitó dos veces. La imagen en su cabeza resultaba nauseabunda, no podía apartarla de ella. No solo por lo grotesco y lo obsceno, sino por lo humano. Era, de alguna manera, un hombre.
Rajet aún no había regresado.
2/11 Lo dejo aquí porque no sé si Inger pensará atacar sola o como lo hará. He pensado que mejor regresase para informar y así tengáis algo de lo que hablar. No habrá problemas en que Inger vuelva a localizar al marionetista y atacarle, si lo desea. Pero cuidado, queridos jugadores. Sed cautos, siempre velad, pues la muerte anda buscando, rugiente, a quien devorar.
Había sido mi decisión. Una dura y peligrosa decisión y, una vez tomada, tenía que arrostrar los peligros que, con toda seguridad, traería consigo el hecho de haber disparado contra Akhres. Pero había sido intentar frenarle o morir todos en la locura que había invadido a mi compañero nada más ponerse la máscara.
No había pretendido matarle, aunque casi lo consigo y las consecuencias de mi acto estaban ahora frente a mí. Rodeados de seres que sólo querían nuestra carne, nuestra sangre, con un peso muerto con el que casi no podía cargar pero que aún respiraba, y Devon separándose de nosotros para salvarnos. Ante su orden, tardé unos segundos en reaccionar, mirándole con fijeza admirando su valor, o quizás sólo fuera locura. Sí, lo más seguro era que todos nos estábamos volviendo locos. Asentí en silencio y me alejé sin volver ni un instante la vista atrás. Sabía que nos volveríamos a encontrar, algo en mi interior me decía que aún nuestros caminos se tenían que volver a unir.
Quizás sólo fuera una ilusa, pero creer en ello me daba las fuerzas suficientes para seguir avanzando. Devon nos había dado el tiempo suficiente para escapar, nos había cubierto las espaldas y yo debía seguir adelante.
Pero no era fácil. Cargar con Akhres suponía un esfuerzo por mi parte que la debilidad y el cansancio hacían aún más complicado de realizar. Y también tenía que mantenerme atenta a los movimientos de los muertos vivientes, aquellos que llevaban la Marca Negra en su cuerpo. Estaba acostumbrada a moverme con precaución, a esquivar los peligros, incluso a cargar con pesos, sin embargo tener que hacerlo todo a la vez y durante tanto tiempo estaba acabando con las pocas fuerzas que me quedaban. Fue ese el motivo que lo viera venir. La ayuda de Rajet, el cuervo de Akhres, fue providencial y, con una mezcla de admiración, respeto y temor, no pude más que agradecerle su presencia entre nosotros.
Quizás la fortuna estuviera girando de nuestro lado, pues conseguí encontrar un pequeño refugio que nos serviría mientras Akhres descansaba. Había escuchado los desvaríos que habían salido de su boca, pero en ningún momento me detuve a preguntarle, lo más importante y urgente era cuidar su herida, intentar acelerar su recuperación y, sobre todo, salir de aquellas tierras malditas, a poder ser con vida.
Tenía que velar el descanso de Akhres, esperar que la fiebre no le subiera, pero también tenía que estar pendiente de los sonidos del exterior, los pasos de los cadáveres que deambulaban entre los árboles, olfateando carne fresca en el aire. Me había dado cuenta que ya no se movían de la misma forma que habían hecho con anterioridad, ya no parecían seguir unas órdenes que los mantenían en perfecta formación. Ahora sólo deambulaban sin dueño, vendidos a su suerte, buscando su comida. Yo había tenido suerte y, después del ataque sufrido, no me uniría a esos cuerpos cuyas almas hacía tiempo habían renunciado a vagar junto a ellos.
Mientras vigilaba, eran muchos los pensamientos que asaltaban mi cabeza. Pensamientos oscuros, demasiado negros para ver en ellos una mínima luz de esperanza. Rodeada de una muerte ignominiosa, sin poder contar con unas fuertes manos como las de Devon, con mi otro compañero vagando en el limbo entre la muerte y la vida, pisando unas tierras extrañas en pos de una misión más extraña aún. Sin futuro, sin esperanza, con la certeza de una muerte asegurada… Los recuerdos de los sueños volvieron a mi cabeza y de nuevo vi el mundo pasto de la destrucción.
Hice un esfuerzo por pensar en otras cosas. Intenté recordar mi tierra, mi gente. Los años vividos junto a Torger cuando éramos felices en la granja, antes de que él se fuera, antes de la traición de Harek, antes de que el mundo se volviera oscuro.
Salí de mis ensoñaciones al escuchar ruido detrás de mí. Mis ojos se cruzaron unos instantes con los de Akhres, pendiente de la aparente tranquilidad reinante en el exterior. Me acerqué a él para comprobar que su recuperación seguía su proceso, demasiado lento, pero por lo menos los emplastos hacían su efecto curativo.
Con reticencia, acepté su propuesta de descansar. Sabía que tenía que hacerlo, que de nada serviría que, estando él herido, yo fuera de poca ayuda simplemente por encontrarme cansada. Era consciente que necesitaba dormir, pero dudaba que fuera buena idea dejarle a él vigilando en sus condiciones. Tampoco era buena idea ponerse a discutir. Acepté y, nada más que mi cabeza se apoyó en el duro suelo, mi cuerpo dejó de prestar atención a todo lo que nos rodeaba para vagar por el mundo de los sueños. Aunque ese mundo tampoco ofrecía la tranquilidad que yo tanto necesitaba, pues nuevas imágenes volvieron a asaltarme una vez más.
Los primeros rayos de sol, que en otras circunstancias podían ser un anuncio de esperanza pero que en esos momentos que vivían sólo eran el anuncio de un día más de incertidumbre, aparecieron a la vez que mis ojos se abrieron. Había dormido y, a pesar de que el sueño no había sido todo lo reparador que yo hubiera necesitado, por lo menos mi cuerpo se encontraba con más fuerzas que el día anterior.
Akhres habló y yo escuché con atención sus palabras. Sabía a qué se estaba refiriendo pues yo también había percibido lo mismo. En un primer momento, cuando vi la flecha atravesar el cuerpo del titiritero, pensé que lo había conseguido, que había logrado deshacernos de él, pero a medida que el tiempo iba pasando y que los muertos volvían a levantarse, las dudas se fueron haciendo más fuertes. Si las flechas lanzadas por ese arco divino no habían conseguido pararlo… entonces ¿qué iba a hacerlo?
—No lo sé. Vi como se deshacía, como si hubiera traspasado una fuente de agua. Pero…
Acepté su propuesta y salí a explorar. A medida que avanzaba en silencio, amparándome en la sombra y la protección de aquellos árboles tan muertos como los mismos muertos que caminaban, nuevos pensamientos me asaltaron. Tenía una oportunidad de salir con vida de aquel cerco de muerte, escapar de aquel lazo que cada vez se apretaba con más fuerza sobre nosotros. Sí, podía abandonar a Akhres, alejarme de él, ponerme a salvo y seguir con mi vida. Esos sentimientos, a cada paso que daba por la espesura, cada vez se hacían más fuertes y, en un par de ocasiones, me sorprendí a mí misma buscando la ruta más cómoda para escapar de todo aquel horror.
Pero yo no era así. El sentido del honor, mantener la palabra dada, eran sentimientos demasiado arraigados en mí, algo que había mamado desde que había nacido. Mi pueblo era noble por naturaleza y, salvo excepciones, no se abandonaba al compañero ni se salía huyendo cuando los problemas aparecían. No podía abandonar a Akhres. No, si no quería que el resto de los años que me quedaban por vivir mi alma fuera carcomida por la vergüenza y la deshonra, sabiendo que, a mi muerte, se me cerrarían las puertas del salón de los caídos.
Me centré en lo que estaba haciendo y, como si estuviera vigilando y eludiendo una manada de lobos, me moví por el bosque explorando los rincones que nos servirían para escapar, o simplemente en nuevo lugar donde escondernos. Esquivaba a los muertos con los que me tropezaba, me ocultaba con una sombra entre las sombras, sabiendo que mi olor podía delatar mi presencia a esos seres que nunca debieron haber vuelto a la vida.
Memorizaba cada árbol, cada piedra, cada desvío de las sendas recorridas por animales y, cuando me di cuenta, le vi a él. Ahí estaba de nuevo frente a mí. El titiritero, el responsable de aquel horror, el ser que movía los hilos de muerte y destrucción.
Hipnotizada, no podía apartar la vista de él, observándolo con morbosa curiosidad a pesar del miedo y el asco que me producían. Parecía un humano… Era un hombre joven, alegre, desenfadado, pero lo único que inspiraba era repulsión, crueldad, depravación.
No fui capaz de reaccionar. Había tenido la oportunidad de elevar mi arco una vez más y sellar su destino con una flecha divina. Pero no pude. Sentí como mi estómago daba un vuelco al mirar aquella figura cubierta de sangre, los latidos de mi corazón me causaban daño al golpear con fuerza contra mi pecho y mi respiración se volvió entrecortada sintiendo las primeras náuseas subir por mi garganta.
Me alejé de allí todo lo rápido que pude. Tenía que hablar con Akhres, buscar su guía y su consejo, pues si la primera vez no había sido capaz de acabar con él mucho me temía que de poco serviría que yo lo intentara una segunda. No sabía cuánto tiempo había tardado ya que, a pesar de no mostrarme tan cuidadosa como a la ida, aún podía mantener mis sentidos, algo embotados, pendiente de no ser asaltada por los devoradores de carne. Mis sienes palpitaban como si en mi cabeza estuvieran tocando miles de tambores llamando a la guerra. Por el camino dejé un rastro de bilis que poco me importó que alertara a los muertos.
No podía apartar de mi mente la imagen obscena y maldita del titiritero y aún me daba la impresión de estar frente a él cuando, por fin, llegué a la cueva donde Akhres me esperaba.
—Lo… lo he visto. —Me dejé caer sobre el duro suelo intentando aquietar mi corazón y acompasar mi respiración—. El titiritero, el que mueve los hilos de la muerte. Lo he visto.
Mis ojos mostraban el horror y la impresión que aquella imagen había causado en mí. Me había llenado de desesperanza ya que sabía que sería incapaz de acabar con él. Y si no conseguíamos matarlo, los muertos seguirían levantándose.
—Es como si… —Me resultaba muy difícil describir la abominación que había visto—. Su cuerpo estuviera cubierto de sangre… Pero no es sangre seca, es… es… Sangre que se agita, que se mueve como un río… Es… —Negué con la cabeza cerrando la boca de golpe, incapaz de seguir con la descripción.
La mujer miro mi herida de Nuevo antes de salir, el proceso aunque lento seguia en su camino casi jugando conmigo, diciendome que iba bien si conseguia mantenerme vivo el suficiente tiempo. Un tiempo que ahora se escurria entre mis manos como arena fina, incapaz de detenerla por mas que lo intentara. Un juego sucio y peligroso contra un temible adversario, mas al menos contaba con dos ases. La mujer y mi inseparable compañero Rajet... del cual aprendia cosas nuevas a cada minute que pasaba.
La llegada de Inger aunque sin duda esperanzadora por las noticas que traia, tambien hablaba del horror de ahi fuera. Sus ojos, su mandibula, su respiracion suave pero entrecortada, el olor a bilis de su boca, indicaba la tension y la presion a la que se estaba sometiendo solo por quedarse a mi lado. Fuera lo que fuera que hubiera visto sin duda no estaba hecho apra los ojos de simples mortals, y a cada paso que diera en la misma direccion que yo su mundo cambiaria como nunca antes lo habia hecho. La muerte nos rodeaba por todos lados, lenta e inexorable, cerraba un nudo alrededor de mi cuello, puesto que si todo se volvia inevitable ella no debia morir. Ella ahora conocia la verdad sobre lo que ocurria y sin saber el paradero del loco tatuado, era quizas la mejor opcion que tenia este mundo. Lo que sin duda me obligaba a reir en mi interior, cuan bajo hemos caido los fuertes y poderosos.
Escuche atentamente sus palabras, bebiendo de ellas pues era la unica fuente de informacion por ahora. Rajet no habia vuelto y aunque sus conocimientos sin duda serian de agradecer, no teniamos tampoco tanto tiempo como para poder jugar sin mas. No sabia cuanto tardaria en volver o si al final realmente lo haria, podia haberse cansado de escuchar a un estupido como yo. Una leve sonrisa se cruzo en mis labios, ni siquiera ante la muerte temblaria, eso lo tenia claro. Mire a Inger a los ojos. - Lo primero es que descanses un poco, estas agotada. - Eso y que te necesito en la major condicion fisica y mental posible, este juego apenas comienza y no puedo dejar que te derrumbes. - Come algo de nuestras provisiones y centrate en los detalles de lo que viste cuando estes preparada. Cada uno de ellos cuenta, por nimio que te parezca. - De nuevo hablo, las diferencias entre el primer enfrentamiento y el de ahora. Un cumulo de sangre o un hombre cubierto de ella. Asi que al fin el verdadero titiritero habia aparecido, quizas incluso el fuera el nexo de union de la muerte con esta tierra... solo quizas, aunque lo dudaba. Sangre cubriendole el cuerpo, viva, roja, oxigenada, fluyendo a su alrededor, eso era mala cosa puesto que aunque no entendia de magia como mi hermano hacia, no era tan tonto como para creer que algo que se mueve antinatura no es algo peligroso. Sin duda seria algun tipo de defensa, como minimo.
La magia no es mi campo, era el de mi hermano. Asi que no puedo decirte mucho sobre esa sangre que fluia por su cuerpo, pero algo me dice que si tu flecha no golpea su carne, tu ataque no servira de mucho. Si se atreve a exponerse asi en campo abierto, sabiendo que hay una cazadora como tu suelta es porque no te da mucho credito, o porque nos cree ya muertos y encerrados bajo su puño. Casi parece como un sabueso que ya huele la proxima muerte y no recuerda que incluso hasta el ultimo instante hay que estar atento a las zarpas de la misma. - Levante mi mirada hacia el cielo. ¿Donde estas condenado pajaro? - Los muertos no se detendran mientras el este vivo o consciente, si esta vez tiene cuerpo es sin duda un buen momento para detenerlo.- ¿Lo es? Aun tardare varios dias en reponerme, matarlo ahora ayudara... o no lo hara...
Un ultimo detalle, minimo, pero importante. - Cuando observaste a ese ser, la sangre que cubria su cuerpo. ¿Lo hacia por entero? ¿Habia algun resquicio en esa especie de armadura sanguinea que podrias usar para matarlo? - La mire, mis ojos brillaban, calculando las opciones, tirando y quizas buscando deformar los hilos del destino una vez mas, alrededor de mi muerte. Si habia una sola opcion, por mas que eso implicara seguir jugando mas tiempo a este juego del gato y el raton, ese titiritero debia morir lo antes posible. Esperar a Rajet y sus conocimientos podia ser importante o no, dudaba que el mismo supiera todo sobre Nasser pero la oportunidad estaba ahi... y si me lanzaba demasiado a lo loco, la perderiamos.
Una vez me encontré en la cueva al lado de Akhres, sentí de golpe todo el cansancio acumulado durante tanto tiempo. La angustia vivida, el mazazo que había supuesto el descubrimiento de un ser, un humano, usando a la misma muerte como una marioneta, la frustración de no saber cómo vencerlo, todo ello sólo había conseguido caer sobre mí como una enorme roca que me aplastaba, axfisiándome lentamente, paralizando mi corazón y acercándome peligrosamente a la locura.
Pero Akhres tenía razón. Tenía que descansar, recobrar fuerzas y cordura si no quería que nuestro final estuvira más cerca de lo que me gustaría. Estaba acostumbrada a no rendirme con facilidad, aunque nunca antes me había tenido que enfrentar a fuerzas desconocidas como las que, desde aquel aciago día en que me habían separado de mi gente y de mi pueblo, estaba descubriendo. Fuerzas que no deberían existir en el mundo, fuerzas que sólo hablaban de destrucción y miseria, miedo y muerte, sangre y carne putrefacta.
No, no debía rendirme. No podía caer ante el miedo y, desde luego, no podía esperar mi final sin antes pelea, eso sólo significaría una deshonra para mí y el cierre de las grandes puertas del salón de los caídos. Tenía que reponerme y plantar cara a un enemigo que sabía mucho más fuerte que yo.
Miré a mi compañero mientras él hablaba, negando con la cabeza al darme cuenta que me había dejado llevar por el pánico y la locura y que, por culpa de mis miedos, no había prestado la atención suficiente al titiritero como debería haber hecho. Yo era una cazadora, estaba acostumbrada a buscar cualquier pista, cualquier detalle, cualquier información que me indicara que era el momento adecuado de cazar, pero en cambio con aquel hombre de sangre había fallado.
—No, lo siento. No fui capaz de fijarme en algún detalle que pudiera indicarnos cual podría ser su punto débil. Aunque... —Dudé unos instantes sin saber muy bien cómo explicar lo que se me había pasado por la cabeza—. Es extraño. Es un hombre joven cubierto de sangre y a la vez su cuerpo lo forma la sangre misma. Es sangre fresca, sangre en movimiento, sangre roja de... vida. Como si su cuerpo lo formara la sangre de los que mueren, como si necesitara que su ejército de muertos fuera cada vez mayor para él poder disfrutar de la juventud que la sangre le da. —Volví a negar una vez más con la cabeza—. Debo descansar, sólo digo disparates.
Me alejé hasta el fondo de la cueva dispuesta a intentar dormir un rato, sabiendo que nuestras posibilidades cada vez eran menores pues yo no entendía de magia ni sabía cómo enfrentarme a ella y Akhres... Akhres no podría hacer nada hasta que no se recuperara, aunque no podía más que culparme por su situación ya que, si él había acabado así, había sido debido a mi decisión.
Sin embargo fui incapaz de conciliar el sueño que me otorgara el descanso reparador que tanto necesitaba. Me quedé tumbada, escuchando los ruidos a mi alrededor y pensando en las perspectivas que se nos presentaban, desde luego nada halagüeñas.
Teníamos que tomar una decisión cuanto antes, pero con Akhres en tan mal estado poco podía hacer yo frente a temas que desconocía y me inquietaban como era la magia, pero tampoco podíamos estar escondidos todo el tiempo mientras mi compañero se recuperaba ya que, tarde o temprano, aquellos muertos nos acabarían dando caza. Y si teníamos que morir lo mejor era hacerlo luchando.
Comprobé que Akhres apenas se movía, tan relajado estaba recobrando sus energías que me dio la impresión de que se había quedado dormido. Y fue cuando tomé mi decisión, tenía que salir a enfrentarme al titiritero aunque eso significara mi fin, pero quizás con mi muerte le diera una oportunidad, por pequeña que fuera, a que mi compañero pudiera escapar de aquella encerrona.
Me levanté sintiendo el cansancio en mi cuerpo y una profunda angustia en mi alma, cogí el arco y, sin mirar atrás, me adentré de nuevo en el bosque atenta a cualquier indicio de que los muertos anduvieran por allí.
Tenía que encontrar de nuevo al ser que había provocado tanta destrucción y horror en el mundo y detenerlo, aunque no tenía ni idea de cómo iba a poder hacerlo.
Akhres. 3/11
Tira. D100 - 20
Me va a molestar mucho cuando tenga que matarte.
Si, tu turno es esto...:-(
La profundidad de un lugar no tenía nada que ver con los pasos que podías dar en su interior, sino con la capacidad que tenía de atraparte. El bosque imperial distaba mucho de los bosques que ella conocía. Los árboles allí eran gruesos, de elevadas copas, tan tupidas que la luz solar se derramaba entre ellas igual que un icor dorador. Había hierbas altas por todas partes, arbustos y zarzas. A pesar de ser una experta solía verse desorientada, deteniéndose uno o dos minutos para recordar cuales habían sido sus pasos y cuales debían ser los siguientes. El bosque puso a prueba sus capacidades de exploradora.
Los muertos les rondaban. Había dejado atrás a Akhres esperando que su caza les diera la oportunidad de sobrevivir. Aquí y allá veía espaldas encorvadas acechando en la oscuridad, los cráneos pelados de los retornados, su aliento helado elevándose por encima del follaje. No les oía caminar, respirar, no les sentía como a las bestias de su tierra. No despedían olor, el olfato también quedaba descartado. Pasó entre ellos igual que un fantasma, de escondrijo en escondrijo, perfilando en su mente el trazado que los muertos estaban dibujando. Un círculo que se cerraba más y más sobre su posición. Los muertos pusieron a prueba sus nervios.
No sabía porque pero recordaba su hogar, tan lejano y a la vez tan cercano, en su corazón. Su hermano, su padre, sus sobrinos, el jarl, la fiesta del Bïenvidishh, al menos cuando aún había algo que celebrar. Recordó su último paso por el norte y como Pietro Sacramonte había enviado ayuda en forma de alimentos sin esperar nada a cambio. También recordó como las noticias que corrían por el Imperio hablaban de un Norte alzado en armas con el joven Eskol a la cabeza.
Recordó muchas cosas, quizás, para olvidar el miedo que sentía.
Lo encontró, entre el follaje. El ser, el titiritero. Un hombre joven, media melena, la sangre caía sobre su piel. No, era su piel. Todo él era una enorme gota de sangre con la forma de un hombre desnudo. Se encontraba a quince pasos de él, de espaldas. Sus manos se alzaban y se movían trazando siluetas en el aire. Dirigía a sus monstruos, veía a través de sus ojos, se alimentaba a través de sus dientes.
No estaban solos. Había, al menos, dos retornados por la zona. Lo bastante cerca como para que, en caso de descubrirse, corrieran a su encuentro en poco tiempo. Las cosas nunca eran fáciles. El arco, en sus manos, evocaba también su hogar, un periodo anterior, cuando el Norte había sido grande. Época de dioses, de héroes, de piratas y drakkars, de un gremio de clanes unidos bajo un único jarl…Esos tiempos habían pasado. Todo moría, las leyendas se apagaban. En sus manos, tenía un pedazo de aquella época. ¿Podría ser ella tan grande como lo fueron sus antepasados?
Mide bien tus pasos, piensa en que lo evidente no es tan evidente y en que el cazador puede ser cazado. Suerte!
Motivo: Suerte!!!
Tirada: 1d100
Resultado: 63(-20)=43
Jajajaja bueno, son cosas que pasan. ¿Tanta locura esta haciendo Inger?
Creo que esta vez dolera XD
Ademas te aseguro que a mi tambien porque me encanta la partida ;P
P.D: Si me da tiempo intentqre escribir algo, que hasta el lunes esta dificil.
Vencido.
Incapaz de moverse sin ayuda, debilitado por las heridas, consumido por el fracaso. El último de los hijos no era más que el último de los fracasos. Le había fallado a su nueva familia, y a la vieja. Había fallado a los hombres, al equilibrio. Y a sí mismo. Postrado, solo podía esperar. Pero no por mucho tiempo. Lo escuchó antes que verlo. Pasos arrastrados que apenas hacían ruido, un gemido de ultratumba, sibilante y mortecino, que llenaba el bosque silencioso con su hedor. El retornado tardó en aparecer, encontrándole postrado en su modesto escondrijo. Una máquina de matar ungida por la nigromancia; carne muerta, tendones lacios, ojos apagados. Y a través de esos ojos una mirada más intensa, más clara, consciente. Lo había encontrado.
Habia acabado durmiendome, no sabia en que momento habia ocurrido pero asi era, y cuando mis ojos volvieron a abrirse ademas del dolor que aun atravesaba mi cuerpo, fui consciente de que ella ya no estaba. No dude en observar a mi alrededor dandome cuenta de que efectivamente asi era, solo esperaba que no fuera a por el humano cubierto de sangre. Algo me decia que era mucho mas de lo que aparentaba y que Rajet tendria alguna respuesta... eso si es que el cuervo volvia alguna vez. De esa forma con el dolor agudo dentro de mi cuerpo, instalado y parsimonioso, abriendose camino por cada parte de mi cuerpo como un recordatorio de mi estupidez y de haberme fiado de los humanos. Sonrei sarcasticamente al abrigo de la tarde, con el sol ya ocultandose. Rajet esperaba mucho de mi, pero dudaba ser capaz yo solo de esto. No era una pelea justa y por lo tanto, incluso lo mas bajo dentro de las especies podia ayudarme en esta pelea... ya no quedaba nadie mas, por eso Nasser habia optado por esperar tanto. La nigromancia le daba la posibilidad, la paciencia, el tiempo necesario hasta que fuera su momento y sin duda habia hecho su jugada en el mejor momento.
No me arrepentia de nada, habia tomado las decisions basandome en lo que sabia y en mi experiencia. Los caminos del Destino a veces estan prefijados, a veces no, pero sea como sea el mundo debera continuar y solo si tengo mucha suerte yo seguire tambien en el. En ese momento los dados de la suerte, la peonza del Destino dejo de girar, casi pude sentirlo en mi interior. El ruido, leve pero creciente, sordo y tranquilo, casi parsimonioso que indicaba la llegada de mi final. Levante la mirada, clave mis ojos en el unico espacio por donde podia llegar, la oscuridad aun no era absoluta y pronto una sombra se perfilo junto a la roca. Paso a paso se dio a conocer como una de las creaciones no muertas, uno de los renacidos habia encontrado su camino hasta mi. Sonrei levemente, habia perdido, habia jugado con lo que tenia a mano y habia perdido. Traiciones, engaños y manipulaciones, incluso tras mi conversacion con Rajet sabia que el mismo sacaria tajada de que yo eligiera bando... aunque no supiera que.
Asi pues mi Mirada pronto se encontro con la de mi adversario. El otrora brillo muerto de esos ojos refulgia ahora de otra forma, si, El estaba alli, de eso no me cabia duda y por eso mismo no dije nada. Sonrei y levante la barbilla como pude. Mi especie habia quedado sesgada, corrompida por los Dioses hacia mucho, si era el ultimo, si realmente era lo unico que quedaba de mi especie no me permitiria ni un solo atisbo de duda o miedo. El Ultimo de los Hijos moriria mirando a la cara a su muerte, sabiendo que habia elegido bien su camino y en todo caso, que habia sido el quien lo habia elegido. No tenia nada que decir, habia peleado y pelearia hasta que esas garras y dientes me arrebatasen la vida, pero eso no quitaba que aun asi, intentara por todos los medios moverme, por poco que fuera. Al menos un golpe, solo uno, uno que dijera la realidad. Nunca debimos rendirnos... y yo nunca me rendiria. Ni en la muerte.
Bueno ha estado genial ^^
Una pena aun asi.
Era muy difícil conseguir moverse en ese bosque tan distinto a los que yo conocía. Era espeso, profundo, lleno de trampas naturales que tenía que esquivar, por mucho cuidado que tuviera, por mucha atención que pusiera en mis pasos, cualquier despiste, cualquier movimiento mal calculado,traería como consecuencia que me descubrieran.
Estaba rodeada de muertos que me me buscaban. Incluso a ellos tenía dificultad de detectar. Aquel era un mundo muy alejado y muy distinto del que yo conocía aunque, cuando me paraba a pensarlo, me daba cuenta que también era mi mundo ya que, si este desaparecía lo que yo conocía, la tierra que siempre había sido mi hogar, también lo haría.
Mis nervios estaban en tensión, igual que todos mis músculos. No sólo tenía que estar atenta al desconocido terreno que pisaba, sino también a los caminantes silenciosos que me buscaban. Me sentía como las presas que yo solía cazar y ese sentimiento no ayudó demasiado a que me tranquilizara. Hacía pausas, necesarias para calmar mi estado de ánimo, necesarias para evitar a los muertos, necesarias para buscar el mejor terreno donde pisar de nuevo. El avance se hacía lento, agónico, pero necesario pues las prisas sólo me llevarían a cometer una imprudencia.
La vida me volvía a poner a prueba de la forma más salvaje, más cruel y yo, con cada paso que daba, temía caer en las garras del miedo, que el pánico me atenazara de tal manera que no fuera capaz de hacer nada, sabiendo que toda mi vida sería juzgada por ese acto de cobardía.
Durante las pausas que hacía mi mente evocaba recuerdos del pasado. Recuerdos duros pero también felices. A mi gente, mis compañeros, mi tierra, el paisaje conocido. En más de una ocasión me pregunté que habría sido de Sacromonte, y de Garic, esperaba que tanto uno como el otro estuvieran vivos y mejor de lo que se encontraba ella en esos momentos. Quizás recordar a toda la gente que se había enfrentado a los peligros, a lo establecido, a todo y a todos por conseguir que este mundo no llegara a su fin me dio el valor y las fuerzas necesarias para seguir, para no sucumbir ante el miedo y la desesperación.
Pietro se había enfrentado al Inquisidor, Eskol a todo el Imperio, yo no podía ser menos, tenía que aportar mi granito de arena por pequeño que fuera.
Saqué el valor y la fuerza de los recuerdos y seguí avanzando hasta que di con él. Ahí estaba, tal y como lo recordaba de la vez anterior. Joven, con aquel torrente de sangre que formaba su cuerpo visible, imponente y temible, salvaje y brutal. Estaba de espaldas, concentrado en dar órdenes a los muertos que aún nos estaban buscando. Pero no estaba solo. Junto a él, quizás protegiéndolo como si de guardaespaldas se tratara, dos muertos le escoltaban.
Me quedé agazapada, escondida tras un árbol y oculta entre la maleza. Tenía que pensar qué iba a hacer, qué podía hacer pues la situación no se presentaba nada fácil. Respiré hondo varias veces, intentando no hacer ruido en ese simple gesto, pensando en las opciones que tenía, si es que tenía alguna.
Sólo tendría una oportunidad, y ésta tendría que ser para el titiritero. Pero ¿cómo iba a conseguir acabar con él? Ya lo había intentado en una ocasión y había fracasado. Sentí la madera del arco entre mis manos y recordé la vez anterior en que creí tenerlo a mi merced. Había conseguido dispararle una flecha con aquel arco regalo de un dios, pero nada había sucedido. La flecha le traspasó como traspasaba el aire sin encontrar resistencia. Entonces ¿cómo iba a consegurlo?
Intenté centrarme en todo lo que me rodeaba, no sólo para estar atenta a cualquier peligro que se acercara silenciosamente sino también por si encontraba algo que me pudiera dar una pista de lo que podía hacer. Era una inocente al creer que tenía alguna posibilidad de salir con vida de la situación en la que estaba inmersa y que, además, me llevaría por delante al titiritero. Sí, era una inocente al pensar de esa forma pero, si no lo intentaba, mi innacción podría traer mucha más desgracia de la que ya caminaba por el mundo.
Sin perder la vigilancia a mi alrededor, sobre todo en el ser de sangre que movía los hilos de la muerte, me concentré en buscar una opción lógica y válida para acabar con el horror que me rodeaba. No sabía nada de magia, ni siquiera la entendía, pero lo que sí sabía era que el poder que manejaban era demasiado grande para que una simple mortal, una simple humana como era yo, fuera posible de acabar con ese poder.
Pensé. Pensé en uno y mil planes a cada cual más descabellado, pero todos y cada uno de ellos me obligaba a acercarme al titiritero y eso acarrearía ser descubierta cuando diera un par de pasos.
Con cada plan que rechazaba uno se abría paso, poco a poco, en mi mente. Lo intentaba rechazar pero, una y otra vez volvía a abrirse hueco entre mis pensamientos, cada vez de forma más clara.
Fuego.
El fuego cauterizaba las heridas. El fuego era purificador. El fuego destruía.
Pero ¿cómo iba a conseguir que el fuego le alcanzara? No me preocupaba tanto conseguir hacer fuego como lograr que el titiritero ardiera. Lanzarle una tea significaba que me tendría que acercar mucho a él y sabía que eso era imposible. Podría provocar un incendio en el bosque, algo que me dolería en el alma, pero era consciente de que él se daría cuenta enseguida y desaparecería antes de que las llamas destruyeran los primeros árboles.
Volvía sentir la madera del arco entre mis manos pensando que quizás podría lanzar una sola flecha ardiendo directa hacia su cuerpo de sangre, pero sabía qu eso era una locura y una tontería. El peso que tendría que soportar la punta de la flecha haría que su alcance fuera mínimo, quizás con ese arco divino pudiera llegar un poco más lejos, pero aún así tendría que acercarme lo suficiente para estar segura que, a pesar del peso de la flecha, ésta alcanzara el objetivo.
Miré a mi alrededor una vez más. Buscando una posición un poco más cercana y en la que pudiera estar oculta. Me arriesgaba demasiado intentando acercarme más al titiritero y sus guardaespaldas, pero no tenía más remedio que acercarme. Cerré los ojos unos leves instantes despidiéndome silenciosamente de toda la gente a la que había amado y respetado y, armándome de un valor que no creía tener, me arriesgué a acercarme un poco más. Quizás, si estuviera lo suficientemente cerca de él, mi loca idea de lanzarle una flecha ardiente no fuera tan descabellada.
Unos ojos púrpuras. Ese era su legado. Un ojos que no sucumbirían ante el miedo, ante la muerte, unos ojos que se enfrentarían a su destino a pesar de que el cuerpo al que estaban unidos estuviera destrozado totalmente, debilitado, acabado. Había fortaleza en sus ojos, decisión, firmeza. Él era el equilibrio. Había hecho una promesa. A Asha. Al mundo entero. También a su familia. ¿Qué sería de ellos sin un padre que los cuidase? ¿Aguantaría Erron lo suficiente? ¿Se perdería Elois entre las lágrimas? Y aquel mundo, tan humano, tan sucio, pero a la vez, tan brillante, ¿Sería engullido por la negra mano de una fuerza tan antigua y más peligrosa que la misma Muerte? Aquel que había muerto y había vencido, aquel que ya no moriría, tornaría aquel mundo en un erial sin vida donde los cadáveres de los vivos se arrastrarían por una tierra yerma y marchita hasta el fin de los tiempos.
Y él no podía hacer nada.
El retornado se quedó a tres pasos de él, contemplándole con ojos huecos, sin vida. Detrás había una inteligencia. Un titiritero. Alguien que manejaba los hilos. La mano derecha de su enemigo. No había llegado muy lejos. Rajet no había vuelto. Y ahora, lo veía, no volvería. Le había advertido; los humanos eran débiles, acabarían contagiándole su mediocridad. No había errado. Inger había acabado con él. Podía culparla o no. El arco. El arco tenía algo de antiguo. Y de divino. Era el arma de un dios. Al final, en su eterna lucha, habían sido los hombres y los dioses los que habían acabado con toda una estirpe.
Akhres contempló como las pútridas formas se arremolinaban alrededor, primero ocultos en la maleza, poco a poco, más tarde, fuera de ella, envalentonándose, surgiendo de las entrañas del bosque maldito. Silenciosos, expectantes. Demasiados. Se fueron amontonando. Akhres mantuvo la compostura. Ahora mismo no era más que un pedazo de carne. Cuando los retornados se lanzaron sobre él intentó moverse. Carecía de fuerzas. Su instinto se reveló, su voz los desafió, un grito de guerra, bravo, valiente.
Sintió el dolor. Dientes que le devoraban, manos que desgarraban su piel, sus músculos. Y oscuridad. Una vez más, su eterna prisión. Pero esta vez, no lograría salir de ella.
Una verdadera pena. Has jugado bien. Si te digo la verdad, tu final no es culpa tuya. Si bien has tomado decisiones que te han llevado a esto. Elegir el camino del bosque, ponerte la máscara, hay otras más cruciales que no has tomado tú. Si Capi hubiera seguido manejando a Devon hubiera sido de más ayuda. Y si Inger no te hubiera detenido a flechazos no estarías en este estado. En fin, una pena compañera.
En verdad, no disfruto con esto.
Dado que para Inger puede ser importante conocer tu actual estado, por favor, no hagas comentarios aún.
Se movía entre la maleza como si formase parte de él. Los bosques imperiales, tan frondosos, tan repletos, se prestaban a ello. Si hubiera tenido vida; pájaros cantando, reptiles arrastrándose por el suelo, pequeñas alimañas correteando entre las vetustas raíces de los árboles, se hubiera podido camuflar mejor. Lo único que escuchaba era los pasos apagados de los dos retornados, el bombeo de su propio corazón y un sonido sibilante, distante; sangre que brotaba de un cuerpo. El titiritero.
Evitó los ojos muertos de los retornados. A un lado y a otro, no los perdió de vista. Dos. Si solo uno de ellos la viera el titiritero sabría dónde encontrarla. Podría llamar a más, rodearla, desaparecer. El sigilo era la clave. Esperar el momento adecuado. Siguió moviéndose. El hombre cubierto de sangre se encontraba de espaldas a ellas. Sabía que no podía verle. Y había evitado que sus dos secuaces la detectasen. Pero el bosque tenía más ojos.
—No puedes matarme, ni siquiera con ese arco —la líquida voz parecía llegar de todas partes —. Te oigo. Tu respiración, tu sangre, es nítida para mí. Sabes que no tienes ninguna posibilidad. Has decidido jugar con los dioses pero solo tienes un arco. Un arma interesante. En las manos adecuadas podría hacer mucho daño. Corta mi enlace telepático con mis criaturas, los aparta de mí. Asesinas sus almas. ¿Lo sabías? Estos cuerpos que ves aún tienen un alma dentro. Son el sustento de mi magia. Tu arco disuelve sus almas, las deshilacha hasta sumirlas en la nada más absoluta. ¿Comprendes el poder que esgrimes? —una risa hueca, sin emoción, los retornados se había detenido limitándose a otear el bosque, acechando —. Morirás. Como toda tu especie. Y en la muerte, le servirás a Él. Eres diferente. O quizás no. Yo antes era como tú. Me encontraba hastiado de una vida hueca y sin sentido. Era un prominente estudioso de la capital. Un hombre con cierto poder. O eso creía yo. Dinero, estudios, posición, un cuerpo bien formado. Eso no era nada. Nada comparado con Él. Lo cierto es que los dioses no existen, que el hombre vuelve al barro cuando muere. Y hay gran miedo ahí. En la muerte, en la disolución. Solo hay una oportunidad de evitar esa muerte. Él. Él venció a la muerte. Él conoce el secreto. Él es eterno. El mundo será suyo. Él no puede fracasar. ¿Quién se le puede oponer? Yo soy solo su discípulo y estoy tan por encima de ti como tú lo estás de las hormigas. El resultado de este combate no lo decidirá tu pericia, tampoco la mía. Es imposible que puedas matarme. Es así de sencillo. No tienes nada que hacer. Salvo unirte a mí —dejó caer la propuesta con cierta gracilidad —. Tus enemigos sucumbirían a tu paso. No, mejor, sus almas quedarían atadas a la cadena que les tendiese. No volverías a sentir miedo. Ni a temer por la muerte. Serías joven eternamente. Este es el bando ganador. Tus amigos ya están entre nosotros. No tienes a donde regresar. Únete a nosotros.
Algo tenía muy claro y no era otra cosa que verme como una infeliz al pensar que podría acercarme al titiritero lo suficiente y sin que me descubriera para hacerle... ¿para hacerle qué? Ilusa, inocente, confiada… Eran muchos los adjetivos que, en esos momentos, me podía repetir una y mil veces al darme cuenta que sería imposible acabar con el que manejaba los hilos de los pobres desgraciados que caminaban sin vida ni conciencia. Podría quizás esquivar a los muertos vivientes, pero desde luego no iba a poder pasar desapercibida para el titiritero pues, cuando ya creía que podría acercarme a él sin ser vista, su voz resonó en el bosque.
Escuché lo que decía, con una mezcla de curiosidad y temor. Curiosidad por saber lo que el arma que portaba en mis manos era capaz de realizar y temor por lo que ello podría implicar. Quitar el alma, dejar a la persona sin lo más importante que lo convertía en ¿humano?. No, esas cosas ya no eran humanas por culpa de lo que él hacía, yo simplemente las liberaba de la diabólica unión que le unían a él. Pero el alma…
Tenía que ser fuerte, no podía dejarme arrastrar por la desesperación que sus palabras pudieran causar en mí. Lo siguiente que fue diciendo resultó incomprensible para mí. No sabía de quién estaba hablando, no entendía quién era Él y mucho menos comprendía el porqué hacía todo aquello.
La frustración, la amargura, la desesperanza fue abriéndose paso poco a poco en mi interior a medida que escuchaba lo que me decía. Por unos instantes me sentí tentada a aceptar su propuesta, pero me di cuenta que lo que me ofrecía como recompensa no compensaría el sufrimiento que causaría a otros. Porque yo era una mujer del norte, no temía a la muerte, no aspiraba a la eternidad que él pudiera ofrecerme, quizás fuera cierto y ya no quedaba nadie para enfrentarse a ese Él, pudiera ser que ya no tuviera un lugar donde regresar pero, precisamente porque quizás ya no me quedaba nada, entonces ya no había nada por lo que preocuparse.
Era una mujer del norte… No temía a la muerte. Si aquel era mi final lo haría peleando.
—No tengo ningún motivo para unirme a ti. Nada de lo que me has ofrecido me atrae así que, sintiéndolo mucho, voy a tener que rechazar tu amable proposición.
Al final de mi viaje, sólo me quedaba la ironía y el recuerdo para todos aquellos a los que había amado y con los que había compartido el recorrido de mi vida.
Acaricié el arco dispuesta a disparar cuando tuviera la mínima oportunidad. Pudiera ser que el titiritero hubiera dicho la verdad y la flecha no le haría daño, pero desde luego no me iba a quedar sin intentarlo pues el engaño era el arma preferida del mal.