Había sido en verdad una experiencia inolvidable para los dos, quizás porque tras cruzar esa línea existente entre ambos nos estamos descubriendo desde otro lugar y todo lo que surge se transforman en bellos instantes, que claro puede marcar un precedente ya que no se puede evitar y de alguna manera, se querrá ir a más. Lo que estoy viviendo con Roger es algo que supera todo lo anterior, pese a que lo niegue de forma racional no puedo disimular cuando la expresiones de mi rostro son tan manifiestas y la necesidad de dejarnos llevar es una declaración descarada de intenciones.
—Tú también lo eres, mucho.
Y es que sí, es un hombre tan lleno de matices donde puedes tomarte todo el tiempo del mundo en intentar conocerlo y cada detalle solo incita a conocerlo más. Me gusta demasiado, y por ello es que este encuentro está siendo muy intenso, sentido y posiblemente anhelado. Así que en medio de las caricias, de esos mimos que surgen de forma natural entre los dos, no puedo más que reír ante su comentario.
—Los que quieras, no me voy aún—digo a modo de confesión—. La noche es nuestra.
Era curioso y bonito el cómo una pasión arrolladora estaba dando paso a un calor envolvente. No era como si la pasión hubiese desaparecido, más bien se completaba con aquellas palabras y gestos en la penumbra. Era algo conocido y a la vez por descubrir. Y me gustaba mucho.
Hasta que escuché aquella confesión que me arrancó la más tonta de las sonrisas. Lo de convertir aquella noche en nuestra iba a ser tan literal que casi daba un poco de miedo. Pero las montañas rusas también podían dar un poco de miedo y sólo te hacían querer repetir.
Le obligué a tumbarse para acomodar mi cuerpo sobre el suyo. Pese a las curvas de una mujer más que bien desarrollada para mí ella seguía teniendo aquel aire entre inocente y rebelde, todas aquellas contradicciones sobre ese océano en sus ojos que me llamaron desde el primer minuto.
Pues si tenemos tiempo, disfrutemos del momento.
Junto a mis palabras mis caricias continuaba y mi pierna se colaba entre las de ella para ir moviendo suavemente mi cadera. Aún no estaba repuesto, aunque igualmente la sensación era agradable. Tal cual acababa de declarar, sólo quería saborear el instante.
Y de instantes se crean historias, es lo que tiene conectar con esa persona mientras se escribe en pequeños relatos cada experiencia vivida. Con Roger siento que hemos pasado tantas etapas, tantos instantes que de alguna manera nos termina llevando a este lugar, a este punto donde la conexión se convierte en caricias, en besos y confesiones susurradas. Estoy siendo totalmente fidedigna ahora mismo porque así lo siento, lo vivo y pretendo que él lo perciba.
Gracias a ello todo lo que hoy le estoy dando es una parte de mi, un trocito de corazón que lleva su nombre. Se lo ha ganado, pero no sólo por ser un hombre tan atractivo que desata mi instinto sexual, ni por ser aquel que me salvó de la calle y me dio un sentido para continuar viviendo. No, no es el pasado, es el presente y lo que juntos compenetrados somos capaces de ofrecer. Y por ello, me quedo. Estoy.
Ya cuando se ubica encima mío lo recibo entre besos llenos de miel, hay sentimientos en cada uno y también pasión. Las miradas surgen, yo prefiero mil veces perderme en la suya y es inevitable el sentir tanto. Por eso cuando su frase queda en la mente, asiento y lo beso con total pasión. Mimando esa boca, degustando su sabor mientras no existe ese mañana al que debo regresar. Sólo somos Roger y yo, así quiero que sea.
Mis manos juegan con la tersidad de su piel mientras me entrego al juego previo, a la pasión del paso a paso.
—Y todos los que quieras.
Y los que quieras.
Fue el principio verdadero de la noche.
Cualquiera que nos viera desde fuera dudarían entre si estábamos rodando cine para adultos o estábamos expresando unos sentimientos tan profundos y enterrados como sinceros y puros. Probablemente fuese un poco de cada.
Las caricias y los besos se alternaban con momentos de fuego y sudor. Las pequeñas y valiosas confesiones se turnaban con gritos y gemidos. El olor era un silencioso testigo de lo que estaba sucediendo.
Recuerdo que en algún momento me decidí a cumplir mi promesa: tomé uno de los jarrones y lo lancé contra el suelo. Íbamos a romper algo, no sólo por dentro, sino también por fuera. Sentaba bien poder desahogarse y ser uno mismo de vez en cuando, en particular cuando confiabas ciegamente en la parte contraria.
Por desgracia la noche precede al día, y el sol nos descubrió tendidos en la terraza del piso, desnudos y tratando de recuperarnos. Era un luminoso carcelero que nos indicaba el toque de queda. Inevitable, como la atracción de la masa de nuestros cuerpos, era que nuestras vidas reclamaban nuestra atención.
Crucé mis ojos con los suyos.
Quería más momentos, pero no era, irónicamente, el momento.